Dirigida a don Fernando de Toledo, duque de Alba

En cuanto tiene el tiempo aprisionada
ilustre emulación a tus pasados,
en la que es cárcel de ocio
al acero sediento de tu espada,
cuyo rayo desnudo
a los claros trofeos de tu escudo
en descrímenes arduos heredados
nueva les diera gloria,
a ser capaz de aumento
tanto vivo esplendor, tanta victoria;
húrtate a la fatiga generosa
de la más casta diosa,
intermite el cuidado
del ciego dios alado,
percibirás el blando
de las musas concento, ¡Oh gran Fernando!,
en métrica tíorba,
ya que deidad armada no lo estorba
y su pavés Minerva
a futuros progresos te reserva,
que si mi aliento inspira aonio coro
numerosa te ofrece mi Talía
voz que puede por tuya, no por mía,
articular del nieto de la espuma
la que de sus victorias fue la suma,
cuando hizo su arpón volante de oro
bramar un dios y suspirar un toro,
y de ciego pastor errante armento
beber la sal del húmido elemento,
cuyo claro milagro
agora te consagro:
alterna el gusto, alterna ya el oído
en el tiempo, si hay tiempo en ti perdido,
que no está lejos, gran Fernando, el día
en que del ocio libre
tu clarísima espada
en sangre resplandezca, en fuego vibre.
Entonces a tu nombre dedicado
templo tendrás de acentos constrüido
contra el orden del tiempo reservado
de los oscuros fueros del olvido,
a cuyos ecos solos
tendrán límite estrecho los dos polos,
que si te das a conocer al mundo
nieto de Marte y Marte no segundo,
bien que Fortuna oprime mi fortuna,
tronco tú, ya feliz, no sólo rama
del árbol generoso de la fama,
a la luz acogido de su sombra,
muda parecerá la voz que nombra
en argivo esplendor dardania llama,
cuando mejor templado mi instrumento
ponga leyes al mar, leyes al viento,
porque si docta musa
de servil opresión mi plectro escusa
y botado a tu acero
pudiere al nombre tuyo consagrarme,
Faró cantar le Muse al suon degli Arme.
Era la verde juventud del año,
verde madre de flores
y florida sazón de los amores,
cuando la lumbre eterna
tocaba ya de la deidad alterna
la casa esclarecida
a los hijos de Leda construída.
El ave peregrina
precursora de mayo,
alada prenda del templado rayo,
en ya tépido día
las voces exoraba que süaves
Filomena, en su métrica armonía,
informa dulces, articula graves.
Verde manto de rosas colorido
en el prado tendido
era esmeralda, si zafiro el cielo,
convalecido del rigor del yelo
al que vieron los montes congelado
y en grillos de cristal, cristal atado,
por el gélido exceso
en su materia impreso,
obediente a la luz del mejor día
forma narcisos y jacintos cría,
purpureando Flora
émulas rosas de rosada aurora,
cuyo ambiente sereno
víctima es pura de flagrante seno,
tratable ya la orilla
del soberbio Neptuno.
La gran madre de Aquiles, maravilla,
de sus undosas rocas
en el cerúleo Egeo,
espectatora es cuando Nereo
el rebaño conduce de sus focas.
A cuyo oficio atenta Galatea,
en alada venera,
de Melicerta corta la ribera,
donde Arión pulsando el instrumento,
de blanda industria lleno,
es numeroso freno
el alma de su aliento,
al líquido, al diáfano elemento,
formando dulce voz articulada
entre los trastes de oro
a voluble región estable coro
de hamadrías, de nayas,
pompa de Tetis, gloria de sus playas.
El soplo tempestuoso
del enjuto Aquilón no se desata
de la caverna fiera,
donde rey proceloso
de sus violencias los impulsos ata;
sólo favonio blando
moviendo, no excitando
de Doris el argento
con el agua alternando
numeroso concento,
como ministro de la primavera
peina la blanca espuma a su ribera.
Cuando a lograr áurea matutina
terrestre norte, o sol de la marina,
cuyo fecundo rayo
duplicado es abril, florido mayo,
regia sale deidad, gloria, decoro
del fortunado imperio de Fenicia,
que Venus logra tanto,
a que en vago tributo fresco prado
en luz sea floresciente
a sus áureos coturnos obediente,
con otras ninfas, aunque menos bellas,
del cielo espumas y del mar estrellas.
Este honor, pues, feliz del blando seno
que céfiro enriquece
Flora pródiga ofrece,
cuando más dulce flagra
y en aliento süave se consagra
a la hermosa reina que emulando
bella madre de Amor, madre de amores,
de la flor de las vidas
y también de la vida de las flores,
como gloriosa Parca
de corazones presos corazones
la aclamaron monarca.
Clavel con rayos, rayo con cabellos,
y cometas también las hebras dellos,
divina humanidad, humana diosa
playa discurre undosa,
libando rosas ingeniosa abeja
que en el despojo, aun pródiga, no deja
el jardín culto en opresión marchita,
pues si flor una quita
del cristal animado
el atractivo fuego
mil restituye él mismo al campo luego,
no dejando con blanda travesura
de su honor despojado,
sino de nueva luz vestido el prado
que de varios recamos
etiópica tela
en sérica textura no le iguala,
donde entre verdes ramos
casta ninfa se cela,
cuyas un tiempo fugitivas plantas
con lágrimas Apolo regó tantas
cuando en el tronco sus divinos rayos
mil perdieron abrazos.
El mirto ya de Venus aceptado
dosel opaco es a verde alfombra,
cuando en frondosos ramos dilatado
interpone a dos soles una sombra.
El tronco dedicado
a la deidad tonante
aquí florece en símbolo constante,
y los cipreses altos obeliscos
Europa casta admira,
lúgubre pompa de frondosos riscos,
sin que las variedades o la ira
de estiva o de hiemal fuerza los mude
ni de aplauso uniforme los desnude,
exentos en el aire o en el cielo
del sol ardiente y del algente hielo.
La planta que coronas victoriosas
a tantas dio fatigas generosas
del que salió inmortal de su hoguera
a ser Fénix del cielo
de su llama ascendiendo inmortal vuelo,
donde animada lumbre,
en vez de piel nemea y dura clava
viste luz, cuva luz nunca se acaba
de estrella fija en superior esfera,
álamo excelso, honor de la ribera,
y de la selva agora
eminente a las súbditas de Flora,
por alternas ofensas nunca pierde
de siempre verdes hojas pompa verde.
Clicie, que arde en el fuego que no enciende,
al nuevo sol atiende,
y en vivas ansias palidez no muerta
hace a la Ninfa su cortés oferta,
y de las flores olorosa plebe
cuanto a su planta en víctima se atreve.
La generosa virgen no desdeña
de la ofrenda risueña
el apacible culto,
cuando el infante alado,
ciego, no desarmado,
de victorias adulto,
corona le previene
de cuantas el abril primicias tiene,
en cuantas ha formado
vagas fragrancias espirante prado.
La rosa, primogénita de mayo,
entre su verde cuna pululante,
regia virginidad su semejante
de céfiros ministros animada,
áurea corona abriendo tirio manto
víctima es suya, en cuanto
el don de Flora blando
en süaves despojos aceptando
la bella ninfa en nivelado examen
las uniforma y fía a sérico ligamen.
Deste manojo por su dueño sacro
cristal hizo animado en el undoso
fugitivo lavacro,
cuya linfa corriente
al contacto de nieve queda ardiente.
Esta deidad del bosque, esta napea,
cuántas veces Amor por Citerea
madre suya la tuvo,
en esto menos ciego,
aditada, pues, luego
al sumo de los dioses, flecha de oro
da a su arco tocada en sacro fuego,
cuya deidad herida del alado
arpón y estimulado
olímpico tonante nuevo efeto
rendido siente al inmortal sujeto.
Luego bate las alas a la presa,
ya sólo atento a la sublime empresa,
cuya mente formando
lícita fraude tradimento blando
de implacable Lucina
previene ira celosa
divinidad agora adulterina.
Por esto el advertido acto primero
ordenar fue a Cileno, gran vaquero,
que su mayor armento
saque de la montaña a paso lento,
y con él junto discurriendo vaya
por la de Tetis venerosa playa,
donde las mansas ondas repetidas
con el viento impelidas
argentan en su espuma la marina,
adonde la divina
Júpiter majestad en toro esconde,
no toro ya plebeyo destinado
a servidumbre de oficioso arado,
ni obediente al estímulo severo
que en el fresno acerado
blandido a sus melenas da el vaquero,
cuyo soberbio manto
piel descubre manchada,
frente con vagos crespos dilatada
en rubias ondas es cometa ardiente.
Los ojos, dos estrellas, dos luceros
en región erizados
vibran en claros lampos rayos fieros,
cual de Cintia no llena
en dos iguales puntas,
que atención judiciosa aun no distingue
divididas o juntas,
dos ramos aguzados
del mismo Amor formados
en dilatado giro
son corona suprema
y a la fiera cabeza alto diadema.
¿Qué no puedes dios ciego? ¿Qué no haces
desnudo Atlante, impulso temerario,
sin ojos lince, alado sagitario?
¿Qué dominio absoluto
no te ofrece de lágrimas tributo?
¿Qué leyes? ¿Qué razones
tu sinrazón no impetra?
¿Qué armados escuadrones
tu desnuda violencia no penetra?
El león que apenas en la selva cabe,
el toro exento al yugo
sufre el tuyo más grave
y la dura coyunda de tus leyes.
De la región del viento
te tributa su aliento
el que ni con sus alas ha sabido
esconderse de tu arco breve nido.
Del numeroso armento
que pace verdes ovas de Neptuno
surca su reino alguno
de tu desdén exento,
antes tu rigor ciego
en las húmidas algas prende fuego,
y sobre las estrellas rayos son sus centellas.
Tú sólo fuiste parte
de que contra dictamen generoso
hilase Alcides y llorase Marte.
Tú sacaste del trono luminoso
al sacro Febo, cuando
enriqueció llorando
en desdén fugitivo, honor frondoso,
y por tu mano agora, gran tonante,
fiera surca bramante
el proceloso mar de tus fatigas,
y con no menos ceguedad le obligas
a dejar solio eterno,
negado de sus orbes el gobierno.
La flamígera mano
del cielo vencedora,
cuyo ministro ardiente fue Vulcano,
selváticos carácteres da agora
a la desierta arena,
fragua donde sus hierros Amor dora
la cabeza, en quien vieron las estrellas
afrentada su luz, ¡oh ciego exceso!
afecto rinde torpe a duro peso.
Así, pues, viene el cauto
amador encubierto
por la playa buscando dulce puerto.
No espaventa a las ninfas su llegada
que aun así palïada
eterna esencia en animal ferino
reliquias de divino
en sus actos conserva;
inclina la cerviz, preme la yerba
doblando ambos los brazos cuando mira
la atractiva beldad, los claros ojos,
simulacro del fuego que respira,
símbolo vencedor de sus despojos.
Admirando la ninfa el nuevo afeto
del toro mansueto,
en reverente modo
convoca el coro de Dïana todo
que apacible le acoge,
y de varias guirnaldas que recoge
deja su hosca frente coronada.
Virgen delusa en ya frustrado celo
las cándidas espumas
de su boca traslada a un blanco velo;
otras veces le aplace
tanto su mansedumbre
que al rayo de su lumbre
en la nieve animada yerbas pace,
cuyo apócrifo yelo
encender pudo el simulado cielo
que con singultos plácidos aplaude
favores admitidos
en suspiros promiscuos y bramidos.
El autor, pues, de la divina fraude
no estima menos las virgíneas prendas
de la deidad fenicia en tiernas flores
por trasuntos de amores
que las pingües ofrendas,
cuando menos avaras
bañan de sacra víctima sus aras,
y en celantes altares
piadoso incendio son pródigos lares.
La montaña de miembros que surgente
con los términos llega de la frente
a la sublime rama
del pino, aun a las nubes atrevido,
en la yerba tendido
ofrece el ancho cuello al dulce peso,
porque al dios ciego plugo
rendir alta cerviz a torpe yugo.
Ya los hombros al toro eterno preme
la ninfa que no teme
lascivo tradimento
del conversable armento
que mansamente erige ya del suelo
la que no es menor parte en mejor cielo,
y deidad ambiciosa
acosta a la marina
beldad no humana, fiera sí divina,
cuyo pie ponderando toca y pisa
el blanco margen de la blanca espuma
que meta de las ondas es precisa.
Luego, precipitado,
se arroja arrebatado
del amoroso estímulo pungente,
en tierra pescador, en mar pescado,
adonde ya divide velozmente
el argento voluble de Neptuno,
cuya región, aunque elemento de agua,
mal extinguir podrá la ardiente fragua
de su llama amorosa
con la sal espumosa,
donde nació la bella
de las ondas estrella
que dar forma ha podido
a un sol ciego con alas a Cupido.
Trémula, pues, Europa, arrepentida
de su credulidad, ya convencida
la insignia de Amaltea da a su mano
por el de Tetis ya dominio cano;
y con la otra el lúbrico ornamento
niega al blando elemento,
cuya voz lastimosa
en la cerúlea esfera
invoca la piedad de su ribera,
pidiendo en vano ayuda
a la no seca arena,
a la playa no muda,
en cuya margen Eco desordena
su regalado acento,
echó a perder querellas en el viento.
«Europa, Europa» en sordos antros suena
en voces mil perdidas
de flébiles ancilas repetidas,
aditando admiradas
las vírgenes fieles,
el primer monstruo que les dio Cibeles
a las ondas airadas,
desengaño costoso, engaño vivo,
fraudulento bajel, toro furtivo,
de cuya prodigiosa maravilla
compasiva la orilla
rémora ser quisiera de la popa
que le lleva su Europa,
y los riscos fenices
bancos, que ya felices
intentos detuvieran.
Mas la ninfa llorando,
con áurea vela el piélago cortando,
sin alma viene en la animada nave,
cuyo ciego piloto
es el Amor, el mismo Amor el voto.
Con tan feliz timón, feliz navío
ya de suspiros favorable viento
a su farol conduce a salvamento.
Licenció con el miedo de la falda
Europa en diversísimos colores,
que ya enlazó su mano una guirnalda.
Los delfines atentos a sus quejas
lúbricas fueron en el mar abejas
en undoso jardín libando flores.
Sólo juzgando agora
que Tetis flagra o que Nereo es Flora,
de cuyo espolio rico el seno algoso
Arión numeroso
por toda su ribera
la aclamó de las ondas primavera.
La lumbre esclarecida
de un toro conducida,
cuando a los verdes piélagos se ofrece
sol ya en Tauris parece,
o en efecto contrario
que con Tauris el sol entra en Acuario.
El viscoso ganado
iba de Glauco al uno y otro lado,
para red invidiando su cabello
rubia lisonja de su blanco cuello.
El húmido cristal sirvió de espejo
con líquido reflejo
al primer sol que perlas dio nubloso
en lágrimas al reino proceloso.
El ciego vencedor, desnudo, armado,
al preso y a la prenda
conduce cual atado
obediente caballo a blanda rienda;
y a un hilo de la cuerda de su arco
su dictamen etéreo obedeciendo
por álgido elemento viene ardiendo.
Proteo omite el cuidado
del lúbrico rebaño
por atender a Júpiter tonante
que a sus orbes se niega
y por piélagos líquidos navega.
También Tritón del antro que le esconde
saliendo a percibir falso bramido,
puesto a su boca el caracol torcido
en roncos ululatos le responde.
Blandió Neptuno el húmido tridente
para frenar los súbditos de Eolo,
y en uno y otro polo
de undosos horizontes,
desvanecidos los volubles montes,
tranquilo le ministra el plano argento
del húmido elemento.
Piloto argivo que en torcido leño
de la vasta Anfitrite el reino gira
incrédulo a la vista ocurre al sueño
y lo mismo que mira
como ilusión admira,
cuando al viento negando el blanco lino
calmó la mente, suspendió el camino.
Las deidades nerinas
convocó Galatea,
porque en espejos líquidos se vea
en prodigio de Amor, pez un planeta,
y dividir sus ondas un cometa.
Timón amante en que es farol un ciego
desnudo vencedor con alas fuego,
a cuya escuridad prestan antojos
ciegas pasiones, Argos claros ojos.
Residenciando, pues, la propia vista,
incrédulo discurso
admira el raudo curso
del Tifis peregrino,
y al simulado su Jasón divino
que de Neptuno corta la agua clara,
y los nunca surcados campos ara
que Noto y Bóreas mueve
fiera que en ellos rara
pace las algas y las ondas bebe.
Mas como el seco globo de la tierra
no es parte navegable,
tampoco buey selvático no yerra
de blanca Tetis por el reino instable,
cuyo viscoso y lúbrico ganado
de Ceres ser no puede alimentado,
como de las undosas
porciones materiales no se pace
el fiero toro que en el bosque nace.
Glauco no fue vaquero,
ni por sus grutas conductor Nereo
de rebaño lanoso
que sólo le obedece el escamoso,
y el tridente conoce, no el cayado
de espinas informado.
El mar no tiene vegas
de fructíferos prados
ni eminentes collados
que de oficiosa mano
con metal duro pueden ser arados.
El fluto fruto es del mar insano,
alga produce el semen de las ondas,
cuyas inmensas móviles campañas
agricultor no ya, sino piloto
con hierro abre y no con leño rompe.
Mas el orden interno varïado
del fiero dios alado,
peregrina doncella
de toro amante inusitada presa
peso es gentil a la cerviz robusta.
Púdose colegir que Galatea
Doris o Tetis sea
la que peinando el mar, cortando el viento
por sus cerúleos golfos discurriese
en escamoso no, en lanudo toro,
o bella Citerea,
hija del mar lascivo el verde suelo
del líquido Neptuno dividiese
hecho Tritón Atlante deste cielo,
o ya fuese alma Cintia la admirada
que del cielo cansada
desatando el yuvenco más bizarro
de su nítido carro
ambición venatoria
por el arte omitida piscatoria
a la selva espumosa
los senos inculcase,
o que Cibeles undosa los arase.
Terrestre agricultor quiso Nereo
salir a itinerar de flava Ceres
región de rubias mieses cultivada,
viendo que por sus verdes golfos yerra
pez incógnito, alumno de la tierra.
Pero el ávido rey de las estrellas,
como al gobierno dellas
atiende a los discursos admirados
de los acuarios numes congregados,
y a su gran presa atento
feliz logra de céfiro el aliento
que con tépido anhelo
es testigo entre sólo mar y cielo
cuando por senos del cerúleo globo
el mayor dios conduce al mayor robo,
la doncella entre ondas y planetas,
sordas unas y otras inquïetas,
en lloroso vïaje,
al nítido cabello
terso ornamento de su terso cuello
hizo mil veces indebido ultraje.
Y entre las que de lástima y de pena
muestras exprimió tantas,
juntas las palmas de la nieve ardiente
en lamentable voz de quejas llena,
lagrimosa beldad omnipotente
del Olimpo invocó deidades cuantas
en su cerviz constante
sostener pudo el mauritano Atlante,
dando al mar nuevas conchas eritreas
y afrenta de las lágrimas sabeas,
en las líquidas perlas
de que Amor avariento,
o con lícita sed llegó a beberlas.
Endechas animadas
con aliento süave articuladas
émulas en el llanto
a los números son del mejor canto,
cuando de ansias ya desesperadas
el menor accidente
es la muerte presente,
viendo que osado toro
la lleva por los orbes de Neptuno,
cuya imperiosa mano
ley pone bipartida al golfo insano,
piélago que le hiciera temeroso
al argonauta que cortó primero
el no violado imperio de las ondas,
donde dudaba Europa
que sin farol la fraudulenta popa
hallar pudiera guía,
o en laberintos de agua cierta vía
entre la estéril sal de las espumas.
«¿Cómo tendrás -le dice-
monstruoso portento
el líquido elemento
que de la sed reserva?
¿o qué prado te pudo ofrecer yerba
entre ondas y estrellas?
Si acaso alguna dellas
en forma eres mentida
contra mí conjurada,
inerme soy a Cintia dedicada.
Menos ha menester tan flaca vida,
mas engañar las ninfas no es oficio
de gente a quien se debe sacrificio.
¡Oh Padre!, ¡oh Patria!, ¡oh cielos enemigos!,
ya exceden a mis culpas sus castigos.
Hija infeliz del que Fenicia honora
en regio solio de oro,
¿ha de tener agora
por tumba el mar o por marido un toro?
¡Oh cuánto mejor fuera
que de mis venas ya se alimentara
la que en Libia más fiera
o en las hircanas selvas se hallara,
que dar hoy de mi suerte la miseria
a fiera obscenidad torpe miseria!
Tú, gran padre Neptuno,
y vosotras deidades
desta sorda región a mis querellas,
favorecedme en ellas,
pues Eco aún no responde
del antro más profundo que la esconde.
Ni permitáis que en peregrina arena
vuestra piedad infame
ni más en vano os llame.
Y tú, Bóreas famoso,
concédeme tu aliento proceloso
si aún vive en tu memoria la querella
de la armada perdida,
ática ninfa bella,
y acógeme en las plumas de tus alas
que ningunas son malas,
aunque las forme cera,
para restitüirme a mi ribera
donde cándida fe pudo engañarme.
Y tú, Júpiter alto, que escucharme
debes sobre el asiento de tus orbes,
como causa primera
invoco tu deidad para que estorbes
en púdica inocencia
si muerte fiera no, fiera violencia,
término sea ya de mi tormento
contra monstruo doloso
tu brazo poderoso,
el vibrado elemento
que para las venganzas de tu mano
con fatiga feliz fraguó Vulcano,
deidad serás tonante
piadosamente agora fulminante.»
Este llanto, esta voz poco movía
al ciego alado,
que en el agua ardía,
a sus quejas presente
que anteviendo a la escena el fin lascivo
escarnece el esquivo
de la virgen desdén que, inútilmente,
invoca en su defensa
la ardiente causa de la ardiente ofensa.
Mas ya corrido el velo
al misterio sublime,
voz que temió bramido la que gime,
éste a la ninfa promulgó consuelo:
«En vano Europa bella
el viento ni el mar temes,
cuando del mayor dios el cuello premes.
Los sollozos enfrena
y tu llanto enjugando
fin presupone a tus querellas blando,
y estos nublados soles ya serena,
que aunque nítidas perlas Tetis cría
las que derrama el cielo de tus ojos
pródigos son despojos
del temor; cese ya el ansia importuna
y a sustentar comienza alta fortuna.
Bien que a tu perfección todo se deba,
Júpiter es el toro que te lleva
de tu peligro ya bajel y voto,
que para ser piloto
y alivio como causa de tus quejas
el trono eterno de sus astros deja.
Aquí rendido tienes y devoto
de piel cubierta ruda
al que en esta dolosa imagen muda
su verdadera forma
y deidad disfrazada en fiero armento,
de tu amor compelido
el undoso elemento
navega sin tridente obedecido.
Las nerinas deidades
todas ostentan liberalidades
y te consagran de su imperio el fruto.
Los líquidos cristales
en perlas, en corales
te dan su rubio y nítido tributo.
Este concurso de escamosa gente
en mudo afecto por deidad te nombra,
y la lumbre adorando de tu sombra
te sigue reverente.
Eolo proceloso
de las olas no altera dulce calma,
y venusta Dïana, Venus alma,
según dan ya la fe de mi conceto
que el hijo suyo destas ondas nieto,
de plumas de sus alas aprestando
está a dulce batalla, campo blando.
Mi generosa cuna es la que miras
de apacibles repulsas tiernas iras,
rescripto fin y gloriosa meta,
silla en la tierra de mi imperio Creta,
isla que para tuya sólo es chica,
bien que de rica cien ciudades rica,
al nombre tuyo dedicada toda
pronuba digna a nuestra sacra boda,
porque en útil dominio la poseas,
cuando consorte a esposo eterno seas,
a cuyos blandos ñudos Himeneo
en copia vierte dulce humor hibleo.
Ya el judicioso terno de las Parcas
nuevo previene estambre de monarcas
en sobole fecunda
que de héroes te dará prole fecunda,
tal que los fortunados descendientes
tendrán deste misterio
del grande continente el gran imperio,
dilatando virtud al cielo aceta
en trabajos constante
los términos de Atlante
y la de Alcides gaditana meta,
sin que atreverse pueda
a los términos fijos
de los que Marte aceptará por hijos,
impulso accidental, voluble rueda
de la deidad que varia
tal vez a las virtudes es contraria:
estrellas a quien sólo
claro asiento les guarda claro polo
y ardiente luz de inextinguible llama
como a nortes del campo de la fama.»
Dijo, y viendo que el plazo era llegado
de fïar a la tierra el animado
peso, de que fue cielo el mismo Atlante,
humana toma forma
de tierno prisionero el dios amante.
Las Horas aprestaron rico lecho
al uno y otro ya encendido pecho,
donde logró de Amor el concedido
lícito atrevimiento,
siendo del ya premiado vencimiento
dulce prenda la sangre del vencido.
Y para que el olvido no violase
la fe ni la memoria
de su gloriosa historia
quiso que el nombre Europa trasladase
a la del mundo esclarecida parte,
clara tutela de Minerva y Marte
a quien varias deidades
prósperas le vinculan las edades.
El toro que de Amor ministro electo
para felicitar dulce conceto
fue en recíproca fe de Amor ardiente
al cielo trasladado,
en diáfanos campos
estrellas pace, etéreos bebe lampos,
donde de lumbre eterna coronado
hacia Orión extiende
de su pie diestro el bipartido rayo,
y con el otro extiende
la alma estación del floreciente mayo.

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Antonio Rojas Castro

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