El tierno pecho de cruel herida
por la dura salvaje fiera abierto;
la madre del amor toda afligida,
que con lágrimas baña al joven muerto;
y tú, virgen de Hipómenes vencida,
entre gloria dudosa y miedo cierto
seréis el argumento de esta historia,
que presente hará vuestra memoria.
A ti, Doña Marina de Aragón,
a quien naturaleza estudiosa
de obra sin tener comparación,
hizo, sobrando a sí y a cualquier cosa,
hermosa sobre todas cuantas son,
y es lo menos que tienes ser hermosa,
a ti llamo que alargues tu favor,
dando principio y fin a esta labor.
La honesta y clara lumbre de tus ojos,
que a todo humano tiene rendido;
la blanca mano llena de despojos
de almas y voluntades que has prendido;
las gracias en ti unidas a manojos,
tu grandeza y valor nunca vencido,
mas vencedor de humanos corazones,
enderecen y guíen mis razones.
Y porque con la voz más dulce y pura
y espíritu más alto que el humano
pueda apartarme de la niebla escura,
despreciando el común vulgo profano,
tú, Señora, me sube en el altura
que no puede llevarme ajena mano,
y guía mis sentidos a tu modo,
pues no lo pueden todos hacer todo.
En el mar, donde el Sol resplandecer
se ve primero con dorada lumbre,
y por las bajas ondas extender
los rayos de templada mansedumbre;
Donde suele dejar ya de correr
la rosada mañana en alta cumbre,
y tornase al acostumbrado lecho
con rostro tierno y delicado pecho;
Arabia la feliz, allí bañada
del manso mar, contino reverdece;
do el dulce fresco y la calor templada
se mezclan por la tierra que florece
con el bálsamo y mirra delicada.
Mirra de quien olor nunca perece,
Mirra que, enamorada de su padre,
fue de su mismo hijo hermana y madre.
Diré de Mirra, que a esta tierra vino,
la ira del cruel padre excusando,
por bravos montes y áspero camino,
siempre la aguda espada recelando;
y al fin, de aborrecida le convino,
la verde hierba en lágrimas bañando,
en lugar de perdón y piedad,
pedir castigo a Dios de su maldad.
Las manos extendidas contra el cielo
decía con vergüenza e ira movida:
“Yo ensucié y rompí el virginal velo;
yo el tálamo violé en que fui nacida;
hice a mi padre de su hijo abuelo,
y a mi madre hurté la honra debida.
¡Oh hija, de tu padre torpe amiga,
de tu madre combleza y enemiga!
“Si el hombre que confiesa mal hacer,
es oído en sazón desesperada;
si el castigo que puedo merecer,
respecto del delito será nada;
si sé que todos me han de aborrecer
vivos o muertos, viva o sepultada,
ruego a Dios que me saque de este mundo
de manera que no ensucie el profundo”
Oyóla Dios en su deseo postrero,
y el blanco pié de tierra le cubrió;
la carne y huesos convirtió en madero,
los dedos en raíces retorció;
en rayada corteza el blanco cuero,
los dos brazos en ramos extendió,
y ella, con la vergüenza y la graveza,
dejó sumir el rostro en la corteza.
Las lágrimas quedaban solamente,
y estas se convirtieron en licor
que, endurecido con el sol ardiente,
el aire mezcla de suave olor;
vive su nombre en boca de la gente,
porque quiso la madre del amor
que la planta de mirra se llamase
y la memoria el nombre conservase.
Un niño tierno, en carne concebido,
crecía dentro del madero oscuro;
crecía y deseaba ser salido,
por huir de su madre al aire puro;
ya el tiempo del nacer era venido.
El árbol se doblaba aunque era duro;
faltáronle las quejas del parir,
mas no dejó por eso de gemir.
El mismo pareció que se apretaba
y callando mostraba su tormento;
el tronco en nuevas lágrimas bañaba
y movía la tierra de cimiento;
Lucina, diosa del parir, que estaba
presente a tan extraño nacimiento,
vido abrirse el madero por delante,
y recibió en sus manos al infante.
Las ninfas le tomaron a criar,
y Adonis el hermoso le llamaron.
Era su hermosura tan sin par
que como de milagro se espantaron;
y muchos que los vían a la par,
por el hijo de Venus le trocaron;
si del costado el arco Amor dejaba,
o Adonis al costado lo llevaba.
No hay cosa más liviana que los días:
pasa una edad corriendo y otra mana;
éste que niño tierno ahora vías,
nacido de su abuelo y su hermana,
ya es muchacho, ya es hombre de porfías,
ya le miran las ninfas de su gana;
ya enamora a la madre de Cupido,
y venga el fuego en que la suya ha ardido.
En el Arabia es fama que, cansada
la diosa Venus por tierra yendo,
del murmullo de un agua convidada
que entre la hierba verde iba corriendo,
con el sol y el trabajo acalorada,
al fresco viento el blanco pecho abriendo,
cubierta de una tela transparente,
se sentó a reposar cabe una fuente.
Acaso Adonis por allí venía
de correr el venado temeroso:
no de otra arte que el sol cuando volvía
en Lydia los ganados al reposo.
El polvo que en el rostro se veía
y el sudor le hacían más hermoso,
como con el rocío, húmeda y cana
sale la fresca rosa en la mañana.
Queriendo defenderse del calor
y con el agua clara refrescante,
vido sola a la madre del Amor
sobre la verde hierba reposarse.
El espejo, y el peine y partidor,
la ropa con que suele ataviarse,
todo lo vio esparcido, sin concierto,
y su hermoso cuerpo descubierto.
En torno estaban las silvestres diosas
puestas en ejercicio delicado:
quien teje en oro coloradas rosas.
Quien coge varias flores por el prado;
poníanse a acechar las más hermosas
los sátiros traviesos a excusado,
declarando por señas sus deseos,
y apartábanlos ellas con meneos.
La libertad andaba desceñida,
y las iras, ligeras en moverse,
el simple llanto, la razón vencida,
y los rabiosos celos sin valerse;
la disimulación ya conocida,
el turbado temor en atreverse,
los livianos perjuros y promesas,
los cortos sobresaltos y las priesas.
Echaban la soltura y mocedad
a la corva vejez de la campaña;
con ellos va la ciega libertad,
la risa, el juego y el dulzor que engaña
el hervor de seguir la novedad,
la esperanza sin causa y poca maña
y otras gentes que siguen a esta Diosa
se veían por la hierba deleitosa.
Entre todas volaba el Niño Ciego
tirando mil maneras de saetas;
a quien abrasa en amoroso fuego,
a quien hace heridas imperfectas.
Engaña a algunos entre burla y juego,
alguna hace libre, a otras sujetas,
y en fin, a todos vence el albedrío
por fuerza, por razón o desvarío.
Este que vio venir tan sin recelo
a Adonis con sus canes por el llano,
a la madre huyó con presto vuelo
apretando las flechas con la mano;
y ella, que le sintió llegar al suelo,
los brazos le tendió con rostro humano;
al abrazar, el niño descuidado
la hirió una flecha en el costado.
Luego, con mano y pecho todo junto,
herida, desvió de sí al infante;
estaba la saeta tan a punto,
que el hierro penetró bien adelante;
y como alzó los ojos, en el punto
que sintió la herida, vio al amante;
vio al amante, y quedó en la hierba verde
como la mansa cierva que se pierde.
El Niño, echado de la madre aparte,
se sintió de lo hecho tan de veras,
que probó en el tirar su fuerza y arte
con una flecha de las más ligeras.
Curvando el arco de una y de otra parte
hasta juntar entrambas empulgueras,
tocó el rostro la cuerda y man(o) derecha,
y a la izquierda la punta de la flecha.
Hizo la cuerda al desarmar sonido,
y voló la saeta por derecho,
con la cual el mancebo fue herido
de cruel golpe en el siniestro pecho.
El del tiro quedó todo aturdido,
y Amor se alzó en el aire satisfecho,
y vanaglorioso en su volar,
de haber herido entrambos a la par.
No fueron menester largas historias,
ni muchos andamiento de razones,
que quien había juntado las memorias
juntó sin dilación los corazones;
las ninfas se alegraron de sus glorias,
y los cubrieron de suaves dones;
rosas blancas y rojas, y otras flores
que mueven y acrecientan los amores.
La Diosa está de sí tan olvidada,
que huye la ribera Citherea,
a Gnido, de pescados abastada,
a Papho que la mar casi rodea;
a Amatonta se deja despreciada
por más oro y metales que posea;
desdeña cielo y tierra, y no lo quiere;
a sólo Adonis precia y por él muere.
Ni toma el peine ni el espejo más,
ni de las hachas amorosas cura,
ni adorna la cabeza por compás,
ni descoge la blanca vestidura.
El reposo y el juego deja atrás,
ni se halla contenta ni segura,
ni sale aderezada ni compuesta,
como cuando a los dioses hace fiesta.
El dorado cabello, que es bastante
a deshacer el sol, al viento suelta.
En el hombro el carcaj de oro sonante,
la limpia veste en oro trae revuelta.
En la mano arco y flecha penetrante,
un perro de trailla, otro de suelta,
halla y hiere la caza en esa hora
y pensando matarla, la enamora.
A mansos animales se presenta,
y de las fieras a quien menos daña,
a las medrosas liebres ahuyenta
y al ciervo corredor por la campaña.
A quien hiere parado, y a quien tienta
con fuerza: a quien rodea, a quien engaña,
parando ahora lazos, ahora liga,
de las seguras aves enemiga.
Huye al rojo león, que con la muerte
se ceba y harta de la res paciente;
al lobo nunca harto, al oso fuerte,
del furioso puerco al corvo diente,
y temiendo celosa de tu suerte,
a ti también aparta este accidente,
y te aconseja, Adonis, que no quieras
ofrecerte a la ira de las fieras.
Con lágrimas te ruego y con pasión
mas poco le aprovecha este cuidado:
“Huye Adonis”, te dice, “la ocasión,
no seas con mi daño tan osado;
ni lo sufre el peligro o la razón
ser contra los valientes esforzado;
acometer las bestias es locura,
a quien armas tan bravas dio natura.
“Mil desastres que suelen ofrecerse
entre el deseo ardiente y la victoria
a quien en los peligros va a ponerse,
me turban y revuelven la memoria.
Si tu ánimo no puede torcerse,
no me cueste tan caro esta tu gloria,
que por seguir un puerco, y no un venado,
te vea yo a peligro condenado.”
Tu floreciente edad, tu hermosura,
tu gracia, tu saber y tu destreza,
de que yo me vencí, siendo segura,
no la puede entender bestial bruteza;
ni querrán perdonar en la espesura
el oso, el puerco, el lobo, a tu belleza;
no vencen rostro y ojos celestiales
la furia de los brutos animales.
“En el corvo colmillo el puerco lleva
el rayo de su fuerza, y el león
con ímpetu amenaza y furor prueba
su saña, sin hallar contradicción.
Ningún animal hay que tanto mueva
y altere contra mí su condición
como el crudo león y dañador
por haber sido ingrato a mí y a Amor.”
Adonis, deseoso de sentir
la causa de tan gran enemistad,
le comenzó con ruegos a pedir
contase de aquel hecho la verdad.
“Soy contenta”, dijo ella, “de decir
cuan mal agradecieron mi piedad,
contándote el milagro y caso extraño
que a mí causó vergüenza y a ellos daño.
“Mas el aliento del correr vencido,
y el desacostumbrado trabajar,
con la sombra de este árbol extendido,
que a los rayos del sol no da lugar,
el verde prado alrededor ceñido
de estos olmos que crecen a la par,
el agua limpia y clara en que nos vemos,
nos convida a que un poco descansemos.”
Tan mansa y sosegada cercando iba
la fuente el fresco prado y alameda,
que aunque corriese presurosa y viva,
a la vista mostraba estarse queda.
El junco agudo ni la caña esquiva,
ni la ova tejida y vuelta en rueda.
estorbaban el agua que corriese,
ni el suelo que en lo hondo no se viese.
De césped vivo, de alta hierba verde
se cercaba la margen por defuera
con el bledo inmortal, que nunca pierde
la color en invierno y primavera,
y con la roja flor que nos acuerde
el caso de Jacinto en la ribera,
con otras flores varias y hermosas,
suaves hierbas y plantas olorosas.
Los árboles ramosos y cerrados,
que amenazan al cielo con la cima.
Ceñían el lugar tan apretados
como tejido mimbre o tela prima;
vense los pardos montes apartados,
y las dudosas sierras por encima,
los cerros con los valles desiguales,
albergo de los brutos animales.
Luego, en medio del prado se sentaron,
y trabándose estrecho con los brazos,
la hierba y a sí mismos apretaron,
mezclando las palabras con abrazos;
nunca revueltas vides rodearon
el álamo con tantos embarazos.
Ni la verde y entretejida hiedra
se pegó tanto al árbol o a la piedra.
Así estando, la Diosa comenzó
la preguntada historia a proponer,
diciendo: “No sé, Adonis, si llegó
por fama a tu noticia una mujer
que en soltura de pies dicen venció
a los más sueltos hombres a correr,
tanto que por milagro de natura
tenía toda Grecia su soltura.
“Atalanta por nombre se decía,
y era virgen de tanta gentileza,
que estábamos en duda si tenía
más parte en hermosura o ligereza:
a ésta vino acaso en fantasía,
de consultar a Apolo la certeza
si viviría casada o al contrario;
deseo entre doncellas ordinario.
“Respondióle en turbada voz y escura,
harto escuras palabras al sentido:
-Deja, Atalanta, estar tu hermosura;
no procures gozarla con marido;
que tu hado está escrito, aunque escondido;
pero no escusarás esta ventura;
tiempo vendrá en el cual te casarás,
y viviendo, de ti carecerás-.”
“Espantada, Atalanta en sí dudaba
la ira del oráculo y respuesta,
y con temor huyendo, se esquivaba
por la cerradura y áspera floresta;
si alguno por mujer la demandaba,
respondía feroz a la propuesta
que ninguno la habría que la pidiese,
si primero a correr no la venciese.
“-Yo misma seré el precio al vencedor,
decía, y no es pequeño, ya lo veis;
el vuestro sé que no será mayor,
por mucho que en ganarme aventuréis;
veráse la soltura y el amor
de los que por amiga me queréis;
cada uno se esfuerce en la corrida,
porque el vencido perderá la vida-“.
Divulgase por Grecia este concierto;
y puesto que la ley era tan dura
que el vencido al instante fuese muerto
tan grande es su valor y hermosura
que deliberan en el campo abierto
muchos poner la vida en aventura;
y así, camino y tierra se henchía
de quien por ver o por correr venía.
“Entre los que a mirar allí venían,
Hipómenes fue uno, el cual estaba
asentado a juzgar lo que hacían,
y de las bravas leyes se espantaba,
condenando entre sí cuantos querían
mujer que tal peligro les costaba;
y diciendo: - No puede tolerarse
que así mueran los hombres por casarse.
“Más como ve ponerse a la doncella
en campo, y parecer parte desnuda,
juzgando no haber visto otra más bella,
súbito la opinión del todo muda;
da por honesta y justa la querella,
y turbado, la lengua casi muda,
las manos altas, pide allí perdón
a los que había ofendido sin razón.”
“Querría que corriesen, más desea
que ninguno alcanzase el vencimiento;
después ha envidia que el vencido sea
muerto por tan valido pensamiento.
Entre temor y gloria devanea;
crece el deseo y falta el sufrimiento;
ya correría, mas teme de perder,
más que la vida, el precio del correr.
“Pensoso y triste, en voluntad confusa,
revuelve mil porfías entre sí;
ya teme, ya se esfuerza, ya se acusa,
ya dice: ¡Torpe yo, ¿qué hago aquí?
Amor y hermosura, que me excusa
me harán vencedor, quiero por mí
ponerme a la fortuna que se ofrece;
que Amor el atrevido favorece.
“El que consigo estaba así a decir,
moviendo y apartando inconvenientes,
alzando la cabeza vio venir
un hombre por correr entre las gentes;
pártese la doncella, y al salir
va como los arroyos muy corrientes,
por llana y honda madre sin sonido,
que vencen a la vista y al oído.
Más, puesto que correr viese a Atalanta
con tan ligero paso y volador,
que los livianos vientos adelanta
y la presta saeta o pasador,
su hermosura y gracia más le espanta,
que viene en el correr siempre mayor
a cada paso que ella da la mira,
alza y baja los ojos y suspira.
El aire junto con los blancos pies
el vestido desvían y le allegan;
los cabellos cogidos al través
que, en parte, al viento fresco se desplegan:
la blanca nieve que en las piernas es,
que de sólo mirar los hombres ciegan,
el blanco pecho visto por el oro,
hace más estimado su tesoro .
“La color de la carne se veía tal
con el trabajo del correr mezclada,
cual suele el rojo paño en el cristal
hacer sombra entre blanca y colorada;
la pura leche no parece igual
sobre las vivas rosas derramada,
ni el limpio alabastro transparente
esparcida la púrpura de Oriente.
“El, que estaba a mirar embebecido
y la cruel carrera se acababa
y, con dolor del mísero vencido,
se ejecuta la ley y pena brava.
Vuelve Atalanta al puesto conocido,
quien se alegra con ella, quien la alaba;
vencedora y contenta en nueva gloria,
con corona de fiesta y de victoria.
“El mancebo, llegado algo más junto,
cuando la ve venir con la corona,
sale fuera de sí de todo punto,
como quien por amores se abandona;
ni le espanta la pena del difunto
ni la ley que la muerte no perdona;
así que, de afición turbado y ciego,
sin miedo se adelanta y habla luego:
“- ¿Por qué en victorias fáciles te empleas,
venciendo a perezosos, Atalanta?
Ponte a correr conmigo, si deseas
ver donde tu presteza se adelanta;
por mucha ligereza que poseas
tu belleza nos turba y nos espanta;
en tus pies puede estar bien el correr,
mas en tu vista amor puso el vencer.
“- Si puedes ser vencida por alguno,
no te será desdeño de vencerte
de mí, que soy biznieto de Neptuno,
que en el mar tempestuoso de la suerte;
y si tú me vencieres, no hay ninguno
que te dé tanta gloria con su muerte,
pues nunca esconderá nube el olvido
la memoria de Hipómenes vencido.
“La doncella que vio al joven hermoso
ofrecerse a la muerte de su grado,
mírale con un rostro piadoso
y pésale de verle tan osado.
-¿Qué dios a los hermosos envidioso,
-dijo entre sí — qué suerte o duro hado
le enciende en este ardor la fantasía?
O ¿es dios a cada uno su agonía?
“¿ Quién con peligro de la dulce vida
le hace procurar mi compañía?
Si yo fuese juez de esta partida,
no estimo tanto la belleza mía;
estimo bien la suya, que ofrecida
a la muerte condena y que porfía;
no me toca ni mueve su beldad,
aunque podría moverse a la verdad.
“Aunque es mozo y en años floreciente,
no me muevo por él, mas por su estado,
por su valor y ánimo valiente,
que desprecia la muerte de su grado;
su linaje de dioses desciende
por línea de Neptuno en cuarto grado,
que me ama y me compra con morir,
si victoria no puede conseguir.
“Respondióle: - Si huelgas de partirte,
deja estar este tálamo sangriento,
que aún puedes todavía arrepentirte
de tan caro y esquivo casamiento;
no cures por lo dicho de afligirte
que yo te dejo, siendo tú contento,
y otra cualquier doncella, a mi pensar,
te puede con derecho desear.
“Mas ¿qué cuidado tengo yo de ti,
habiendo muerto tantos hasta ahora?
Viva o muera, decía luego entre sí,
pague, pues que a su daño se enamora;
que, si muertes de tantos que por mí
pierden vidas y honras en una hora
no le mueven y apartan, bien parece
que le pesa esta vida y la aborrece.”
¿”Qué disculpa de mi inhumanidad
daré a Grecia, que tengo por testigo,
si mato con furor y crueldad
a éste porque osó vivir conmigo?
Si el premio del amor y piedad
ha de ser cruda muerte y cruel castigo,
no podrá comportar hombre que viva
el odio de victoria tan esquiva.
“¿Qué culpa tengo yo? ¡Ojalá quisieras
dejar la peligrosa empresa y dura!
Que en más livianas y de menos veras
se pudiera emplear tu hermosura;
O, ya que te determinaste, fueras
el más ligero y de mejor ventura,
huésped, no ganarás en mí, venciendo,
cuanto arriesgas en ti perder corriendo.
“¡Oh qué aire de rostro y qué meneo
entre virgen honesta y joven fuerte!
¡Oh Hipómenes mezquino, que te veo
ofrecer por mi causa a cruel muerte!
¡O no me hubieras visto, o tu deseo
fuera más conveniente, yo menos fuerte!
Hablaba entre sí misma la doncella,
Y maldecía el fin de la querella.
“-Si yo fuera tan bienaventurada
que el importuno hado no negara
a mi suerte la vida descansada,
uno solo eres tú a quien deseara-“
esto dijo, y de nuevo amor tocada,
revuelta la color toda en la cara,
sin entender la fuerza del dolor,
arde y ama, y no siente que es amor.
Ya el padre, que al correr era presente,
y el pueblo la carrera demandaba;
ordénase a mirar toda la gente,
y solo en medio Hipómenes quedaba;
el cual con voz solícita y ardiente
mi santo nombre en su favor llamaba
diciendo: -Favorece mi osadía,
tú, diosa, que encendiste el alma mía.
“Tú, sobre todas soberana diosa,
alumbras los mortales en el suelo;
tú venciste en la tierra de hermosa
la que de clara vences en el cielo;
por ti se aplaca el viento, el mar reposa;
tú del género humano eres consuelo,
por ti nos abre el año nuevas flores,
tú das principio y fin a los amores.
“Quien a las simples y ligeras aves,
cuando acuciosas edifican nidos,
hace con voces dulces y suaves
declarar sus cuidados encendidos.
“Quien a los otros animales graves
mueve con nueva furia los sentidos,
correr ásperos valles y sombríos
y nadar presurosos hondos ríos.”
“Quien dio fuerzas al joven que, de hecho,
le encienda amor y le revuelva en fuego,
en noche oscura, el tempestuoso estrecho
atravesar con lluvia y tiempo ciego.
Corta las bravas olas con el pecho,
truena y ábrese el cielo, y el mar, luego,
rompe las altas peñas resonando;
mas él con su furor pasa nadando.”
“No le tienen turbados elementos,
no los padres con lágrimas y llanto,
el mar negro sacado de cimientos
no le aparta el deseo o pone espanto;
no la virgen que, en ansias y tormentos
suspensa, pasará aquel entretanto,
y al fin morirá muerte lastimera
sobre el cuerpo tendido en la ribera.
“En la parte más fértil y abastada
de la tierra de Cipro, una heredad
por los antiguos padres consagrada
fue a mi templo en señal de piedad;
en medio resplandece una dorada
planta con hojas de oro, a quien la edad
ni el año seco, estéril, destemplado,
estorban que no dé el fruto dorado”.
“De esta huerta llegaba cuando digo
que Hipómenes estaba en agonía;
deliberé ayudarle como amigo
con tres manzanas de oro que traía;
y tomándole aparte sin testigo,
le declaré a qué riesgo se ponía;
dile el fruto, el consejo y el favor
para vencer por arte y por amor.”
“La trompa dio señal: cada cual sale
recogiendo el aliento con el pecho,
ni avenida ni viento hay que se iguale,
ora corra extendido, agora estrecho;
la fuerza y ligereza es la que vale,
y el no perder el ánimo en el hecho;
corre el uno y el otro cuanto puede
y no hay vista que atrás no se les quede.”
Volarán por encima de la lista
en las mieses que crecen a la par
y, venciendo al juicio y a la vista,
por las hinchadas ondas de la mar,
sin abajar la punta de la arista
ni bañarse las plantas al pasar;
nunca fue tan ligero el pensamiento,
ni el tiempo cuando sales del momento.
“El favor de la gente, que infinita
acudía con palabras y meneo,
la torpeza del ánimo les quita,
y acrecienta el esfuerzo y el deseo;
cada cual dice: -Hipómenes, con grita,
esfuerza, esfuerza, Hipómenes, que veo
quedar por ti la plaza y la querella,
alcanzando la gloria y la doncella.
“No sé cual de los dos más se holgaba,
Atalanta o Hipómenes, con esto
o cuantas veces ella lo pasaba,
tirada de la gloria y del honesto;
mas, volviendo a mirarle, se paraba
por no quitar los ojos de su gesto;
a cada uno el aliento fallecía
y el puesto de muy lejos se veía.
“Viendo Hipómenes que iba por vencerse,
echóle de través una manzana;
ella, como vio el fruto revolverse,
suspensa reparó entre el miedo y las gana;
mas al cabo la alzó sin detenerse,
tornando a la carrera más liviana;,
pasa el joven por ella con este arte,
y el pueblo favorece por su parte.
“Atalanta, que vio la gran presteza
con que se adelantaba tan ardido,
esfuerza por cobrar con ligereza
el tiempo y el espacio que ha perdido;
pasa otra vez delante sin pereza.
El joven, que se vio otra vez vencido,
la segunda manzana echó adelante,
ella la alcanza, y pasa en un instante.”
“La última jornada y más dudosa
quedaba por pasar de la carrera,
cuando Hipómenes dice: -¡O eterna Diosa!
Tú me trajiste el don y la manera;
no me niegues tu ayuda poderosa.
Y arrojó la manzana tan afuera
que, en caso que Atalanta la quisiese,
en el ir y volver se detuviese.”
“Parecióme dudar cual seguiría,
el fruto o la carrera; y así estando,
al oro le incliné la fantasía
con nuevo resplandor, el cual alzando
añadí nuevo peso al que tenía,
nuevo estorbo y graveza acrecentando;
armé al joven de fuerza y ligereza,
a ella de desmayo y torpeza.”
“Y por ser más larga yo en contarte
el proceso que fue de la corrida,
fue vencida Atalanta con este arte,
sin la cual no pudiera ser vencida.
Quienquiera juzgará por cada parte
si la gloria de entrambos fue crecida:
de él, que su muerte en vida vio trocada,
de ella verse vencer del que era amada.
“Aquel podrá sentir que lo ha probado
si tendrían o no vida sabrosa,
venir por tal peligro a tal estado;
verse juntos hermoso con hermosa,
dulce amiga con dulce enamorado,
nuevo esposo yacer con nueva esposa.”
¿Qué estado puede haber más apacible
debajo de la luna en lo visible?
“¿Parécete que fuera conveniente
que agradecieran este beneficio,
primero con devoto continente,
después con oración y sacrificio?
Ni de mí se acordaron al presente
ni me adoraron con debido oficio.
Antes menospreciaron mi deidad,
llevados de soberbia y vanidad.”
Con súbito furor y dura saña,
sintiendo el menosprecio que te digo,
resolví contra ellos fuerza y maña
por mostrar nuevo ejemplo de castigo;
dándoles a entender que quien engaña
a Dios le hallara bravo enemigo,
sin faltarle cruel pena y tormento
en que los otros tomen escarmiento.
Pues, gustando de su felicidad,
por mostrarse a los pueblos de confino
en colmo de tan gran prosperidad,
como usasen espeso andar camino,
un templo de perpetua antigüedad
descubrieron, que al paso era vecino,
tan cubierto de hiedras y ocupado
que bien mostraba ser lugar sagrado.
Echíon el ilustre y glorioso,
de los dioses la gran madre aplacando,
edificó aquel templo suntuoso
por voto o por tenerla de su bando;
donde ellos, por tomar algún reposo,
entraron, el camino rodeando;
y yo por castigar su mal ejemplo,
las furias les moví dentro del templo.
“En lugar apartado era una cueva,
adonde el sacerdote colocados
metió, dando lugar a otra obra nueva,
los ídolos de dioses desusados;
aquí la torpe abominable prueba
comenzaron por malos de pecados,
abriendo con el acto deshonesto
las sacrilegas puertas del incesto.”
“Los ídolos, del caso aborrecidos,
revolvieron los ojos a la tierra,
la madre de los dioses no nacidos
a la infernal laguna los destierra;
mas pareció a los que eran ofendidos
que esta muerte sería liviana guerra,
y dánles, en lugar de los abismos,
que, viviendo, carezcan de sí mismos.”
En vedijas torcidas y leonadas
sintieron sus gargantas esconder,
y en los dedos las uñas encorvadas;
los hombros en espaldas extender,
todo el peso en los pechos y, pisadas
por la tierra las colas revolver;
En el rostro la ira y el ensaño,
Y en lugar de la voz bramido extraño.
“Por tálamo las ásperas montañas
usan, y ponen miedo de crueles,
que, muertos, a las otras alimañas
aún espanta el ruido de sus pieles;
enfrentados la boca y crudas sañas,
tiran juntos el carro de Cibeles;
de estos te ruego, Adonis, que te guardes
y acometas a los que son cobardes.”
Así dijo, y al joven abrazando,
en el aire sereno levantada,
por el cuenco del cielo rodeando,
de cuatros blancos cisnes fue tirada;
en el viento iba el carro tropezando
y la rueda en el eje embarazada;
cualquier nube le da contrariedad,
señal de venidera adversidad.
Adonis de la pena de Atalanta
quedaba entre sí maravillándose,
cuando un ventor la voz sorda levanta,
en el rastro de un puerco rodeándose;
conoce el redoblar en la garganta
de la voz, que venía acercándose,
y ve la fiera de bestial braveza
por un canto romper la maleza.
Apresurando el paso por un llano
se fue a ella derecho cuanto pudo,
apretando con una y otra mano
el agudo venablo por el nudo;
e hirióla con fuerza, mas en vano,
en el derecho lado del escudo;
el arma penetró tan poco adentro
que reparó en el hueso del encuentro.
Gobernaban el ánimo y ardor
las juveniles fuerzas y experiencia,
mas no pudieron tanto que al furor
de la fiera hiciesen resistencia,
así que el golpe dado con error,
el ímpetu bestial y la violencia
al joven corajoso enamorado
causaron dura muerte en aquel prado;
Porque el puerco herido, incontinente
le recogió en la trompa por derecho,
y, desarmando en él su duro diente,
abrió de cabo a cabo el tierno pecho;
y con la misma furia y accidente,
no contento del daño que había hecho
acuchilló de paso en un instante
cuantos canes topó al lado y delante.
En la hierba quedó el cuerpo extendido
y el alma salió envuelta en sangre y viento;
la Diosa, aunque iba ya a vuelo tendido,
temerosa de algún acaecimiento,
todo junto sintió el golpe y gemido,
muerto el joven, y el prado vio sangriento;
deja el carro con furia y desconcierto
y derribase sobre el cuerpo muerto.
Tal lo halla cual flor de primavera
que poco antes honraba el verde prado,
fresca y alta, y en orden la primera,
mas fue al pasar tocada del arado;
cual el blanco jazmín o adormidera,
cogido en un instante y arrojado,
la tez y resplandor y hermosura
vueltos en sombra eterna y noche escura.
Como en el ser perfecto y el camino
inmortal de mortal difiere tanto,
los sentimientos de ánimo divino
no los puede exprimir humano canto,
pues, ¿qué haré yo, nuevo peregrino?
¿cómo declararé el divino llanto,
si no puedo entenderlo ni gustarlo?
El partido mejor será callarlo.
Solamente diré que, en remembranza
de tan triste memoria y tal dolor,
quiso Venus hacer nueva mudanza,
convirtiendo la sangre en roja flor,
y ella tomar de Amor justa venganza
no llamándose madre del Amor,
antes con rayos de oro y clara lumbre
siguiendo al rubio sol por la alta cumbre.

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Antonio Rojas Castro

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TextGrid Repository (2024). Fábulas mitológicas del Siglo de Oro. Fábula de Adonis, Hipómenes y Atalanta. Fábula de Adonis, Hipómenes y Atalanta. Fábulas Mitológicas del Siglo de Oro. Antonio Rojas Castro. https://hdl.handle.net/21.11113/0000-0013-BE44-9