La extraña fuerza de amor,
de la belleza los daños
y el peligro no menor,
y de los cansados años
la sutileza y primor,
cantará la musa mía,
si vos, que le dais aliento
y valor en tal porfía
le dierdes oído atento,
que será darle osadía.
Aquí, señora, veréis
una condición esquiva,
casi tal cual la tenéis,
y un hablar que a otros derriba,
de que vos os defendéis.
Quizá no os seré importuno,
pues Amor por mí razona,
y quizá habrá tiempo alguno
en que imitéis a Pomona,
como yo siempre a Vertuno.
No falta en vos la belleza,
ni en mí el calor y deseo,
ni aun quizá la sutileza;
si algo falta, es que peleo
contra mayor fortaleza.
Do, aunque muera sin vitoria,
si es que el cielo así lo manda,
seré digno de memoria,
por morir en la demanda
de impresa de tanta gloria.
Entre las ninfas más bellas
que a las plantas concedieron
para guarda las estrellas,
y con las mismas nacieron
y suelen morir con ellas,
Pomona fue más hermosa,
más discreta y más esquiva,
y en su oficio más airosa;
que, para que siempre viva,
fue después mudada en diosa.
Ningún contento sentía
en la pesca por los ríos,
ni en el bosque en montería,
ansí en los secos estíos
como en la sazón más fría.
La nueva conversación,
la gala, la gentileza,
ni el cortesano blasón,
el título y la grandeza,
le dan tormento y pasión.
Su deleite era cortar
frutal y vid no derecha
que ocupan el buen lugar,
y del que está satisfecha
lo regala y va a podar.
Corta la tendida rama,
los largos brazos refrena
del árbol que los derrama,
o con aquel le encadena
que por vecindad le llama.
La verde vara cortando,
la enjere al árbol añejo,
y así los va mejorando,
con la experiencia del viejo
el nuevo rigor templando.
Y, porque lo que es mejor
nazca y lo demás se deje,
legumbres de buen olor
conglutina y entreteje
con las de vario sabor.
Por más contento tenía
regar torcidas raíces
del frutal que florecía
que seguir bajas perdices
o venado en montería.
No sufre sed fatigosa
al jabalí monteando,
al corzo, liebre o raposa,
o al ave que va volando,
con la jara venenosa.
Mil árboles olorosos,
mil gentiles y crecidos,
mil acopados y umbrosos,
mil abiertos y extendidos,
con la luz del sol hermosos;
mil yerbas no conocidas,
cuál con flores olorosas,
cuál con frutas ya crecidas,
ya entre sus tallos medrosas,
ya en sus capullos metidas.
Allí la flor colorada
en que el amado de Apolo
mudó su carne preciada,
y la que de polo a polo
le contempla embelesada;
el almendro, y el dorado
ciruelo, y el pero y guindo,
el durazno, y el granado,
y el árbol que fue en el Pindo
a las vírgenes sagrado.
Y aquella fruta hallada
primero en Candía, en Cidón,
que, por suave y templada,
mandaba darla Solón
a la nueva desposada:
aquí es todo su contento
y su amor todo empleó;
nunca de otro tuvo intento,
ni el que Venus engendró
le pasó por pensamiento.
¿Qué dejaron de hacer
los sátiros saltadores
por podella a sí atraer,
dioses, silvanos, pastores...?
Y no bastó su poder.
Con hojoso y verde pino
ceñido el fauno las sienes,
¡que luchó con su designo
para hacer con sus bienes
y cuán mal siempre le avino!
¿Qué cautelas o qué engaños
no hizo el viejo Sileno,
bien más mozo que sus años?
Pero, al fin, tuvo por bueno
callar y sufrir sus daños.
Entre los de amor heridos
Vertuno es quien más gemía,
cosa nueva a los nacidos:
que en figuras se volvía
y trajes no conocidos.
Éste no como cualquiera
sosiega sin ser amado;
mas ama de tal manera,
que espera con su cuidado
hacer de la piedra cera.
Do hay tibieza no hay amor,
ni hay grados de más y menos
en el que es fino amador;
todos los amantes buenos
han de ir a más y mejor.
¡Oh, cuántas veces cortó
con la corva hoz la mies
y segador se mostró,
y frente, de haz y envés,
de seco heno cercó!
Y ¡cuántas el aguijada
y la gabana traía
de tierra y agua mojada,
que jurara quien le vía
que dejó yunta y arada!
Y ¡cuántas fue podador
de vides y de arboleda,
y de frutos cogedor!
Mas no hay do acogerse pueda
contra la fuerza de amor.
Ya con armas es guerrero,
ya tiende la red pescando,
ya es cazador, ya vaquero,
en todo nunca hallando
más remedio que primero.
Mas su astucia o su fortuna
al fin le mostró el camino;
que debajo de la luna
se lo guardaba el destino
para su llaga importuna.
Y con toca muy plegada
la cabeza se apretó,
de muchas canas sembrada,
y una vieja se fingió,
antigua, flaca y corvada.
Y, sobre un bordón ñudoso,
fingiendo el vigor ya muerto,
puso el pecho cauteloso,
y así se fue para el güerto
que lo hizo venturoso.
Cuando por la puerta entró
quiso a la ninfa abrazar,
y Pomona la abrazó,
y unos besos, al llegar,
más que de vieja le dio,
diciéndole: «¡Cuántos males
Esta vejez fastidiosa,
hija, nos da a los mortales!
No nos satisface en cosa
sino en privilegios tales,
que libremente podamos
pasar por donde queremos,
y doquiera nos sentamos,
y que viejas deseemos
lo que mozas desechamos.
De aquel dulce tiempo viejo
que se nos pasó por rueda,
como nos curtió el pellejo,
otra cosa no nos queda
sino sólo el dar consejo.
Vengo, hija, fatigada,
porque no puedo hallar
una yerba muy preciada
con que se suele cobrar
la flor del rostro robada.
Y en el punto en que te vi
quise llorar de alegría,
porque vide escrita en ti
una hija que tenía,
que, por mi dolor, perdí.
Quisiera darte mil voces
de contento y de dolor;
y no permitan los dioses
que ofendas tanto al amor,
porque tan mal no te goces».
Esto dijo y derramó
mil lágrimas suspirando,
que a Pomona enterneció,
bien, señora, como cuando
os vide alguna vez yo.
Y, después de haber partido
un membrillo pieza a pieza,
puesto un dedo en el oído,
dijo: «Para la cabeza:
éste conforta el sentido;
da al estómago vigor;
limpia los dientes y boca;
es sano y dulce al sabor,
y donde quiera que toca
levanta suave olor».
Dicen que éste antiguamente
fue una dama muy piadosa
que murió de un accidente:
por esto Venus la diosa
la mudó en fruto excelente.
Y, al revés, aquel laurel
fue también otra doncella
desamorada y cruel,
y así, el fruto que dio ella
la permiten que lleve él.
Dígolo porque si fuera
mi hija, como hermosa,
tal, que al que bien la quisiera
se le mostrara piadosa,
más gozara y más viviera.
No puedo, cuando te veo,
dejar de ser consolada;
que, en el rostro y el meneo,
de mi triste malograda
me quitas pena y deseo.
Como sois mozas altivas,
todo el mundo despreciáis;
sois zahareñas y esquivas;
de do viene que seáis
piedras, muertas; diosas, vivas.
Y esta juvenil terneza
tiene no sé qué muy vano
de esperanzas de grandeza,
que aun atienta con la mano
la ventura y la riqueza.
Mas dé todo lo que ofrece,
y, a pedir, algo después,
que en un momento perece,
y muy otra cosa es
de lo que agora parece.
Las que ya habemos pasado
por mil imaginaciones,
como nos han engañado,
damos mil obligaciones
por lo medio, de contado.
Tenga en poco quien quisiere
el bien y déjelo ir;
que aquel que avisado fuere
no se debe arrepentir
jamás de lo que hiciere.
Nunca te acontezca tal,
despreciar al que te ama:
que es un yerro sin igual,
y la ventura no llama
a quien la conoció mal.
A uno que por mí moría
desdeñé yo en mi niñez;
creedme vos, hija mía,
que le desprecié una vez
y lloro por él hoy día.
Tiene no sé qué carcoma
la mujer, hermosa o fea,
que, si a ver el mundo asoma,
no mira cuanto desea
ni le harta cuanto toma.
Y aunque viéndonos queridas
parezca que no queremos;
con el placer derretidas,
con el gusto que tenemos
nos dejamos ir vencidas.
Cáusanos contentamiento
la vana imaginación
y duélenos el tormento
que recibe el corazón
que nos procuró el contento.
Comenzamos a querer
lo mismo que aborrecimos;
mudamos el parecer;
duélenos lo que perdimos,
lo que dejamos perder.
Y más cuando aquel [que] ha sido
por nosotras despreciado
después de habernos servido,
lo vemos que está empleado
donde es más favorecido.
Éste es, pues, el sinsabor;
quien bien me quiere no vea
a dó llega este dolor;
porque entonces se desea
cuando se pierde el amor.
Nunca más me aconteció:
antes, después, en llamando,
a nadie dije de no,
y vivo agora llorando
el tiempo que se perdió,
que se pasa más ligero
que el sueño breve sabroso:
mirando el tiempo primero,
vase el presente engañoso,
esperando el venidero.
Mientras la masa de nieve
y de grana un color vivo
le da espíritu y la mueve,
cogé el placer fugitivo,
antes que el tiempo os le lleve.
Y entienda la que es querida
que, después que la rosada
lumbre de[l] rostro despida,
no es ahora tan amada
como será aborrecida.
Huélguese muy libremente,
sin cuidado, de gozar
lo que pasa y no se siente;
que, aunque lo quiera cobrar,
ya después no se consiente.
Y habiéndose consumido
la flor con que agora están,
desearán lo aborrecido,
y lo que entonces querrán
quisieran haber querido.
¿Quién se espantará que el cielo
con vosotras esté airado,
pues, con vuestro odioso yelo,
las gracias que él os ha dado
queréis negarlas al suelo?
No hay más bajo ánimo, no,
que el que toma y no agradece,
desprecia lo que tomó
y afrenta a quien se lo ofrece
y así, pues, lo recibió.
Esa flor y esa belleza
con que, necias, os alzáis
no os la dio por gentileza,
mas para que enriquezcáis
con ella a naturaleza.
Si el sol corre tanto trecho
¿por qué no quiere pasarse,
aunque fue para esto hecho?
No tanto por conservarse
cuanto por vuestro provecho:
Ni el oro ni otro metal
en la tierra se engendrara;
faltando el bien natural,
cualquier planta se secara;
muriera todo animal.
La clara luz se perdiera
y en tinieblas tenebrosas
el día se convirtiera
y volviéranse las cosas
a la confusión primera.
¿Por qué piensas que salieron
de la tierra esos vapores
que rocío se hicieron?
Para dar fuerza a las flores
que de estas plantas nacieron.
Y esas plantas y frutales,
pregunto, ¿por qué florecen?
No por sus bienes o males,
mas porque con ellos crecen
o viven los animales.
De cuanto el mundo está lleno
todo está ordenado así
y por eso es todo bueno:
nada nace para sí,
mas para el provecho ajeno.
Pues ¿queréis vosotras ser
a solas privilegiadas?
Antes debéis conocer
que entre las cosas criadas
no aprovecha la mujer.
Estos árboles y aquéllos,
porque su casta se augmente,
nos ofrecen frutos bellos,
y allí esconden su simiente,
que produzga otros como ellos.
Los animales, las aves,
que por todo el mundo extienden
sus caras prendas suaves,
otra cosa no pretenden
sino durar, como sabes.
Y si de esto te aprovechas,
mira las cosas, en fin,
que están todas satisfechas
cuando consiguen el fin
para el cual han sido hechas.
¿Quieres tú, por tu dureza,
no dar lo que a ti te dio
quien te puso tal belleza,
si para eso te crió
Dios o la naturaleza?
Las que no quieren ponerse
en tanta selvatiquez
gozan su edad sin temerse,
y, venida la vejez,
no tienen de qué dolerse.
Cual el labrador astuto,
que, sabiendo que el ivierno
viene cubierto de luto,
coge en el verano tierno
el alegre y dulce fruto.
Mas la necia que dejare
pasar el fértil verano
y su fruto no gozare,
después, el ivierno cano,
no te espantes si llorare.
Créeme, pues, que lo siento;
que no he hallado dolor
igual [a] arrepentimiento,
el cual es tanto mayor
cuanto perdió más contento.
Calva y en los pies alada,
y tras ella un cojo andando,
vi la ventura pintada,
la cual muestra que, en volando,
jamás puede ser cazada.
Perdido al cabello el tiento,
no hay quien más asilla pueda;
que ella se va por el viento,
y entre las manos nos queda
el cojo arrepentimiento.
No hay ingratitud mayor
que por hacer larga guerra
al amante sembrador,
dejar sin fruto la tierra
fértil que nos dio el amor.
¿Hay crueldad ni tiranía
cual la que en esto habéis hecho,
que destruyáis a porfía,
no sólo el común provecho,
mas también grande alegría?
Y ya que pretendáis ser
ingratas al cielo y duras
con los que os saben querer,
no destruyáis las venturas
de aquellos que han de nacer:
que si el varón no merece
vuestra huraña amistad,
injustamente padece
aquello vuestra crueldad
que humana forma apetece.
Pues, vuestro vigor pasado,
si otro no viene segundo
con que sea renovado,
quedará el hermoso mundo
de su belleza privado.
Deshará vuestro interese
del orbe la copia llena,
cual si el año no trujese
tras un lirio y azucena
otro que le sucediese.
Gozad de vuestro tesoro,
que el tiempo lo malbarata
con el virginal decoro,
antes que en color de plata
se os vuelva el cabello de oro.
Que, aunque me ves, hija, así,
del dios Silvano fui amiga;
mas desque el lustre perdí,
no hay persona que me diga:
perra, ¿qué haces ahí?
Y era entonces tan hermoso
Silvano cual no fue alguno;
tan gentil, tan abundoso
cual es ahora Vertuno,
aunque no tan generoso.
Porque es Vertuno preciado
más de Júpiter Tonante,
y más, que es previlegiado:
que en oro, en rubí, en diamante,
le he visto yo transformado.
También me acuerdo que un día,
afligido por tu amor,
le vi que bueyes uncía,
convertido en labrador,
que yo no le conocía.
Mil veces fue ganadero;
mil, podador y hortelano;
mil, peón; mil, viñadero;
mil, con la lanza en la mano,
fue soldado y caballero.
No hay en que no se mudó,
y más, se mudó aquel día
de lo que nadie pensó,
cuando por verte moría,
hasta que, al fin, te miró.
De fortuna o de natura
ninguna gracia le falta,
riqueza ni hermosura;
y si en algo tiene falta,
es contigo de ventura.
Y si sátiros pastores
con él se van a holgar,
les excede a los mejores,
ansí en correr y saltar
como en juegos y primores.
Por su música suave,
aunque esté de invidia lleno,
no he visto quien no le alabe,
y ha confesado Sileno
que en ella tanto no sabe.
Guiada por la razón,
¡ojalá, ninfa, quisieses
amansar tu condición,
y, como otras, consintieses
la sabrosa sujeción!
Que si Elena tan loada
por su hermosura fue
y de tantos procurada,
tu linda gracia yo sé
que será más celebrada.
Tu bello rostro, a quien dio
el cielo cuanto podía,
para dar muerte nació,
cual la bella Hipodamía,
o que Atalanta causó.
Como tú eres estimada
dirás que bajas y feas
desean nombre de amada.
¿No fue la madre de Eneas
de Anquises enamorada?
Mira que esa hermosura
se tiene de consumir;
créeme, que soy madura;
que vendrás a maldecir
el tiempo en que fuiste dura.
Mira aquel olmo, que, siendo
de parras entretejido,
ellas van por él subiendo,
y él está rico y florido,
ajenas frutas teniendo.
Las cosas pequeñas crecen
con la amistad y concordia,
y en breve tiempo florecen;
y en menos, con la discordia,
las cosas grandes fenecen.
El olmo sin uvas, ¿fuera
ninguna cosa loada?
¿Más que las hojas tuviera?
Y la vid, dél apartada,
baja y abatida fuera.
Y ansí, sola tu belleza
no puede ser conocida,
marchita con tu aspereza,
siendo desagradecida
del bien de naturaleza.
Y el tálamo conyugal,
si en tu belleza se funda,
con progenie sin igual
te hará rica y jocunda
cual es la falda oriental.
Ya [a] Pomona, enternecido
el corazón con amor,
se puso el rostro encendido,
tanto, que del amador
el fuego fue conocido.
Y, como aquel que podía
tomar cualquiera figura,
aquel gesto que tenía
mudó en tan gran hermosura,
que al de la ninfa vencía.
Ella, queriendo hacerse
melindrosa y asombrada
dio muestras de amortecerse,
y él, buena ocasión hallada,
nunca hizo de temerse.
Y, siguiendo la ordenanza
que a ninguno ha echado en mengua
mostró en la amorosa danza
que la delicada lengua
jamás embotó la lanza.

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Antonio Rojas Castro

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