SONETO I

Sufro llorando, en vano error perdido,
el miedo y el dolor de mi cuidado,
sin esperanza, ajeno; y entregado
al imperio tirano del sentido.
Mueve la voz Amor de mi gemido,
y esfuerza al triste corazón cansado;
porque, siendo en mis cartas celebrado,
de él se aproveche nunca el ciego Olvido.
Quien sabe, y ve, el rigor de su tormento;
si alcanza sus hazañas en mi llanto,
muestre alegre semblante a mi memoria.
Quien no, huya, y no escuche mi lamento:
que para libres almas no es el canto
de quien sus daños cuenta por victoria.

SONETO II

Luz, en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado;
de dulces rayos bello ardor sagrado;
do enriqueció Eufrosina su tesoro;
Ondoso cerco; que purpura el oro,
de esmeraldas y perlas esmaltado;
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;
Cuello apuesto; serena y blanca frente;
gloria de Amor, gentil semblante y mano;
que desmaya la rosa y nieve pura,
Es esta, por quien fuerzo al mal presente;
que pruebe su furor; y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.

SONETO III

Pues de este luengo mal penando muero,
sin que remedio alguno estorbe el daño;
Amor me dé en consuelo de mi engaño
falso placer, ajeno, aunque postrero;
Que mi dolor anime el duro acero;
y en blanda saña el tibio desengaño;
y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
mi perdición, y en vano el bien espero.
Para que de mi muerte la memoria,
y en voluntad ingrata mi firmeza
haga a la edad siguiente insigne historia.
Que de mis esperanzas y riqueza
fincarán (corto premio a tanta gloria!)
deseos, acabados en tristeza.

SONETO IV

Oh, fuera yo el Olimpo, que con vuelo
de eterna luz girando resplandece;
cuando mengua Timbreo, y Cintia crece,
en el medroso horror del negro velo;
En lo mejor del noble, Hesperio suelo;
que cerca y baña el Betis y enriquece,
viera la alma Belleza; que florece,
y esparce lumbre y puro ardor del cielo;
Y, en su candor clarísimo encendido,
volviera todo en llama, como espira
en fuego, cuanto asciende a la alta etra.
Tal vigor en sus rayos escondido
yace; que si con fuerza alguno mira
en ella, con más fuerza en él penetra.

SONETO V

Amor, que me vio libre y no ofendido,
torció, de mil despojos ricos llena
en lazos de oro y perlas la cadena;
y en nieve escondió y púrpura atrevido.
Con la flor de las luces yo perdido,
llegué, y apresuré mi eterna pena.
tiembla el pecho fiel, y me condena.
huyo, doy en la red, caigo rendido.
La culpa de mis daños no merezco;
que fue el nudo hermoso, y de mi grado
no una vez le entregara la victoria.
Cuanto sufro en mis cuitas y padezco,
hallo en bien de mis yerros engañado;
y del engaño salgo a mayor gloria.

SONETO VI

Con el puro sereno en campo abierto
vuela mi alado carro, y fresco llega
el viento, arando el golfo, la paz niega
cielo airado, aire adverso, flujo incierto.
Desampara huyendo el mar desierto;
mas el miedo y horror lo aflige y ciega.
Noto cruel, que su furor despliega,
las velas rompe; impide entrar el puerto.
Cuando ríe una luz en Occidente;
que alegra el orbe etéreo, y desfallece
el soplo Austrino, y cesa el Ponto oscuro.
La proa vuelvo, y lejos tardamente
la tierra sola en puntas aparece,
y nunca al puerto arribo, que procuro.

SONETO VII

Vuela y cerca la lumbre, y no reposa,
y huye, y vuelve a su beldad rendida,
figura simple suya; y encendida
siente; que fue a su muerte presurosa.
Mas yo alegre en mi luz maravillosa
a consagrar osando voy mi vida;
que espera, de su bello ardor vencida,
o perderse, o cobrarse venturosa.
Amor, que en mi engrandece su memoria;
entibia mi esperanza en lento engaño,
y en llama ingrata ufano me consumo.
Cuidé (tal fue mi mal!) ganar la gloria
del bien, que vi, y al fin hallo en mi daño;
que solo de mi incendio resta el humo.

SONETO IIX

Que bello nudo y fuerte me encadena
con tierno ardor, en quien Amor airado
me enciende el corazón; y en un cuidado
duro y terrible siempre me enajena?
El oro, que al Gange Indo en su ancha vena
luciente orna; y en hebras dilatado,
con luengo cerco y terso ensortijado
gentil corona en blanca frente ordena.
Oh vos, que al Sol vencido prestáis fuego,
en quien mi pensamiento no medroso
las alas metió libre, y perdió el vuelo;
LAZOS, que me estrecháis, mi pecho ciego
abrasad; porque en prez del mal penoso
segura mi Fe rinda su recelo.

ELEGIA I

Un divino esplendor de la belleza,
pasando dulcemente por mis ojos,
mi afán cuitoso causa y mi tristeza.
Peno, pero el valor de mis enojos
agradezco a mi llama, por quien amo
dolor; que da a mi Estrella mis despojos.
Nuevo amador en nuevo ardor me inflamo;
y me renuevo en su vigor, y espero
aquel bien; que suspiro ausente y llamo.
Primero es este mal, será postrero;
que no podrá sufrir el tierno pecho
o mayor otro fuego, o menos fiero.
Si Amor, do el hielo en el Rifeo lecho
cobra rigor eterno, me llevara,
se viera de mi incendio al fin deshecho.
Cuido, que el frío Ponto no engendrara
veneno más terrible que su vista;
ni que más algún rayo penetrara.
Mas que fuera, si acaso y cerca vista
tal vez de mí; y gozara yo rendido
el precio de abrasarme en tal conquista?
Cuantas flechas desarma en mi herido
corazón el Tirano; tanta gloria
atiendo, de mis males ofendido.
No me dará el cruel por más victoria,
que las cuitas me acaben; que padezco,
negando tanta estima a mi memoria.
Bien sé, que con mi pena no merezco
honrarme; y el sentido devanea,
osado en la pasión, a que me ofrezco.
Diome el impío sus ojos, con que vea
mi sola perdición, mas mi ventura
esta mi perdición por bien desea.
El valor; la grandeza y hermosura
me esfuerzan al peligro; y me sustenta
en medio del dolor mi Lumbre pura.
El áspero trabajo, que me afrenta
en descanso se vuelve; y, si la miro,
el daño más molesto me contenta.
Si sale de su pecho algún suspiro;
quedo ingrato a mis males; y deseo,
y debo la razón, por que suspiro.
Corto en la mucha gloria; que poseo,
por mi excelso y felice pensamiento,
hallo el humano nombre al bien, que veo.
Y más temo en la envidia del tormento,
el que me excusa y roba este inhumano;
que cuanto mal me causa, y cuanto siento.
No toca el puro fuego y soberano
a quien no muere amando, a quien perdido
no se deja llevar de ajena mano.
Dichoso yo, que aventuré atrevido
la amada libertad; en que vivía,
y, me gané venciendo, de vencido.
Lánceme el caso vario, donde enfría
Arturo, y la desnuda tierra en cielo
nevoso hiela, o Febo do porfía.
De África el seco rostro con el vuelo
abrasado, y feroz con hacha ardiente
recocer y teñir de oscuro velo;
Que en la impresión, o rígida, o caliente,
alentará mi pecho desmayado
con suave beldad mi Luz presente.
Quien el deleite sabe regalado
del triste; y el placer, que encubre y tiene
el tierno corazón en su cuidado,
Solo puede entender, cuan bien me aviene
en mi dulce pesar; y la holganza;
que en mi pena a mi espíritu proviene.
No puedo de mi afán hacer mudanza;
que Amor no me consiente, que descanse
del dolor; que sostiene mi esperanza,
antes quiere; que en el muriendo canse.

SONETO IX

Pues de mi bello Sol el rayo ardiente
mi débil vista ofende en claro día;
y tarde la suave llama envía
al pecho; que su aliento apenas siente;
Vea yo en blanca Luna su fulgente
esplendor; que dé fuerza a la alma mía,
no por mi daño incierta siempre y fría,
mas con florida luz y ardor presente.
Que la celeste hacha será oscura,
y la nocturna sombra luminosa;
y podrá gloriarse en mis despojos.
Y, sin cobrar temor a mi ventura,
veré (o gran bien) mi Delia piadosa
volver, cual a Endimión, los tiernos ojos.

SONETO X

Lento y pesado Olvido, que del daño
eres, que más me aqueja, mayor parte;
si a mi memoria ocupas esta parte;
que siempre me recuerda el desengaño,
Y ajeno del Amor y de su engaño
respiro, y mi dolor de mí se parte;
prometo agradecido celebrarte
en la misma sazón del día y año.
De suerte; que a tu nombre igual no sea
Nemósina; y se humille el claro asiento,
y a la umbrosa región rinda tu gloria.
Si no, desierto Olvido, yo te vea
padecer olvidado con tormento,
y eterna de tus males la memoria.

SONETO XI

Bellas Flechas de la alma; ardiente llama;
do afina y avalora sus despojos;
LAZOS purpúreos; lúcidos Manojos;
en cuyo cerco amor mi espíritu inflama;
Volved la luz serena a quien vos llama,
crespas Hebras floridas; dulces Ojos;
que los nudos bien siente y los abrojos,
quien pena, y su mal sufre y por vos ama.
En solo un corazón tentad el fuego,
y el arco; que, aunque solo, su firmeza
el precio del mayor amante encierra.
Que gastará la aljaba el Niño ciego,
y los rayos; que enciende esa belleza,
primero que desmaye en tanta guerra.

SONETO XII

Yacía sin memoria entorpecido,
con fría sangre el corazón helado,
Amor hizo; que escriba en mi cuidado;
cosas; que me enajenen del olvido.
Vi una Luz bella, en ella vi encendido;
que el rigor corrió en llamas desatado;
y, todo en ardor vivo transformado,
espero ver el tiempo al fin vencido.
Levanto ya el cuidado y pensamiento.
quieren Amor y Honor; que ensalce el vuelo
de más noble osadía, que Perseo.
Trabajo dulce, amado sufrimiento,
que sin pavor podéis llevarme al cielo;
acompañad eternos mi deseo.

SONETO XIII

Do el suelo hórrido el Albis frío baña
al Sajón; que oprimió con muerta gente;
y rebosó espumoso su corriente
en la esparcida sangre de Alemaña;
Al celo del excelso Rey de España,
al seguro consejo y pecho ardiente
inclina el duro orgullo de su frente
medroso y su pujanza a tal hazaña.
La desleal cerviz cayó; que pudo
sus ondas con semblante sobrar fiero;
y sus bosques romper con osadía.
Marte vio, y dijo; y sacudió el escudo;
oh gran Emperador, gran Caballero,
cuánto debo a tu esfuerzo en este día!

SONETO XIV

La púrpura, en la nieve desteñida,
el dulce ardor con tibia luz perdía;
y en los cercos y oro parecía
Venus desfallecer con voz vencida.
La enemiga cruel de humana vida,
su niebla alegremente esclarecía;
y, mi alma el fin último traía,
en vuestros graves ojos escondida.
Mas espirando Amor suave y tierno
en el hielo y las rosas, la victoria
porfió, y consiguió en dichosa suerte.
Centelló en vuestra faz su fuego eterno,
y a la Belleza ufano dio la gloria;
que en vida volvió leda la impía Muerte.

SONETO XV

Corta Alegría, inútil; vana Gloria:
Deseos, en ingrato afán perdidos;
Suspiros, tarde en mi dolor crecidos;
Despojos, que aborrezco, de impía historia,
Para amargo temor de la memoria
vos halláis en mi daño reducidos.
mas, después de mis males pretendidos,
mal podéis pretender mayor victoria.
Conozco al fin, y siento bien mi engaño;
que el dardo, que en mi pecho temblar veo,
mostró fiera experiencia de mi afrenta.
Dejadme, pues huís mi desengaño;
que ni vuestras promesas ya deseo,
ni el bien de vuestra pena me contenta.

SONETO XVI

Veo el ajeno bien, veo el contento;
que ofrece blando Amor al pobre estado;
y, como al fin doliente, congojado
busco un liviano engaño a mi tormento.
Aparto de la pena el pensamiento,
y espero, osadamente aventurado,
nueva gloria en la fuerza del cuidado,
y doy valor seguro al sufrimiento.
Surte incierto mil veces mi deseo,
la presa desparece; por quien muero,
y se remonta con desdén perdido.
Temo ser otro insano Salmoneo;
que fingió el no imitable rayo fiero,
y fue con rayo abrasador herido.

SONETO XVII

Las hebras, que cogía en lazos de oro
con arte vuestra blanca y tierna mano,
miraba; y el semblante altivo y llano;
y la florida luz; que amando adoro.
Creía, en vos del sacro, excelso coro
que el esplendor se unía soberano;
porque en sombra, aunque bella, y traje humano
no vio tal bien el orbe y tal tesoro.
Cuando rompisteis leda el dulce espanto;
que de vos parte ausente y solo apena,
preguntando; qué fuerza me arrebata?
Yo, que temo partirme, suelto en llanto,
digo; pienso, que a muerte me condena
del cruel vuestro amor la saña ingrata.

CANCION I

Suave Sueño, tú, que en tardo vuelo
las alas perezosas blandamente
bates, de Adormideras coronado,
por el puro, adormido y vago cielo;
ven a la última parte de Occidente,
y de licor sagrado
baña mis ojos tristes; que cansado,
y rendido al furor de mi tormento,
no admito algún sosiego,
y el dolor desconhorta el sufrimiento.
ven a mi humilde ruego,
ven a mi ruego humilde, oh amor de aquella,
que Juno te ofreció, tu Ninfa bella.
Divino Sueño, gloria de mortales
regalo dulce al mísero afligido;
Sueño amoroso, ven a quien espera
cesar del ejercicio de sus males,
y al descanso volver todo el sentido.
como sufres, que muera
lejos de tu poder, quien tuyo era
no es dureza olvidar un solo pecho
en veladora pena;
que, sin gozar del bien, que al mundo has hecho,
de tu vigor se ajena?
ven Sueño alegre, Sueño ven dichoso,
vuelve a mi alma ya, vuelve el reposo.
Sienta yo en tal estrecho tu grandeza.
baja, y esparce líquido el rocío.
huya la Alba; que en torno resplandece.
mira mi ardiente llanto y mi tristeza;
y cuanta fuerza tiene el pesar mío;
y mi frente humedece;
que ya de fuegos juntos el Sol crece.
torna, sabroso Sueño, y tus hermosas
alas, suenen ahora;
y huya con sus alas presurosas
la desabrida Aurora;
y, lo que en mí faltó la noche fría,
termine la cercana luz del día.
Una corona, oh Sueño de tus flores
ofrezco, tú produce el blando efecto
en los desiertos cercos de mis ojos;
que el aire entretejido con olores
halaga, y ledo mueve en dulce afecto;
y de estos mis enojos
destierra, manso Sueño, los despojos.
ven pues, amado Sueño, ven liviano;
que del rico Oriente
despunta el tierno Febo el rayo cano.
ven ya, Sueño clemente,
y acabará el dolor; así te vea
en brazos de tu cara Pasitea.

SONETO XIIX

En este, que prosigo, espacio incierto;
armado con los riscos y espantoso,
descubro estrecho paso y afanoso;
dudosa salud siempre y daño cierto.
Huyendo entre las peñas el desierto,
dilato el rastro del dolor penoso.
resuena áspero el viento, y el hermoso
cielo yace en tinieblas encubierto.
Ya corro despeñándome sin tiento,
ya doy en las espinas con los ojos,
y no hallo algún fin en mi camino.
Cánsase y desespera el sufrimiento;
y no teme el peligro y los abrojos,
cuanto llevar presente el mal continuo.

SONETO XIX

Crece y alienta fiero en el Nemeo
León, e imprime su furor presente;
y en el orbe terrestre esfuerza ardiente
las llamas el dañoso Hiperioneo.
Y cuando Amor, ingrato a mi deseo,
descubre en su León mas inclemente
los rayos; acabar indignamente
mi estéril esperanza triste veo.
Abrasa el corazón, do nunca el frío
tuvo lugar. ay oh dolor penoso,
a quien otro es ninguno semejante.
No puede amortiguar el llanto mío
este incendio; que el Betis espumoso,
ni todo el grande Océano es bastante.

SONETO XX

Ardía, en varios cercos recogido,
del crispante cabello en torno el oro;
que en bellos lazos coronado adoro,
dichoso en el dolor del mal sufrido.
Vibraba el esplendor esclarecido,
y dulces rayos del Amor tesoro;
por quien perdida busco siempre, y lloro
la gloria de mi daño consentido.
Veste negra; descuido recatado;
suave voz de angélica armonía
era; mesura y trato soberano.
Yo, que tal no esperaba, trasportado
dije en la pura luz; que me encendía,
no encierra tal valor semblante humano.

SONETO XXI

De bosque en bosque, de uno en otro llano
solo en medroso horror y en sombra oscura
voy suspirando ausente, y la Luz pura
busco; que me encubrió el Amor tirano.
Corto el río, y traspaso el monte en vano;
que no se debe más a mi ventura.
el bien, que la esperanza me procura,
huye, y se me desliza de la mano.
En este duro estrecho me lamento;
porque sea mi daño manifiesto,
y alguno se conduela en mi cuidado.
No conhorta al fin esto mi tormento;
que tanto mi dolor es más molesto,
cuanto de ajeno pecho más llorado.

SONETO XXII

En tu cristal movible la belleza
veo, Nereo padre, figurada
de mi Luz; que, de rayos coronada,
muestra alegre su gracia y su grandeza.
Tus ondas vibran y arden con la alteza
de la llama Titania, y la rosada
frente alabo, y de púrpura imitada
en ellas y de nieve la pureza.
Si alzo al polo los ojos, donde junto
te pinta su color; presente miro
de mi Lucero el dulce ardor florido.
Y dudoso del bien, al mismo punto
vuelvo, y en tu fulgente Ponto admiro
su esplendor, y en el cielo, dividido.

SONETO XXIII

Del fiero Marte el canto numeroso,
y de la selva olvido y verde prado
la avena; porque vuelvo al fin, cuitado,
en gloria de quien turba mi reposo.
De aquel cruel, que fuerte y poderoso
terror de hombres y Dioses y cuidado,
me forzó a tolerar el mal de grado,
y en mi pasión me agrada estar lloroso.
El silencio; el semblante descontento;
y el confuso gemido es muestra abierta
de mi penoso y luengo desvarío.
No me duele, aunque inmenso, mi tormento.
duéleme; que mi pena, a todos cierta,
no conozca, quien causa el error mío.

SONETO XXIV

Tan alto esforzó el vuelo mi esperanza;
que mereció perderse en su osadía.
yo bien lo sospechaba; y le temía
de su atrevida empresa la venganza.
No me escuchó; y siguió una confianza;
que huyó con los bienes, que tenía.
y conmigo en tal cuita y agonía
se adolece y lamenta en la mudanza.
Para aliviar la culpa en tanto daño,
de Faetón el rayo le recuerdo,
y de su intento ufano la memoria.
Que solo ya me sirvo del engaño
en mi mal; y, en mi error penando, pierdo
sin sazón las promesas de mi gloria.

SESTINA I

Un verde Lauro, en mi dichoso tiempo,
solía darme sombra, y con sus hojas
mi frente coronaba junto a Betis:
entonces yo en su gloria alzaba el canto,
y resonaba como el blanco Cisne,
la Soledad testigo fue, y el bosque.
Después que al bien me dio principio el bosque,
y en la sombra gocé del dulce tiempo,
y canté como cuando muere el Cisne,
el Lauro me negó sus verdes hojas.
y en triste se trocó el alegre canto,
y se admiró de mi lamento Betis.
Yo busco el Lauro junto al grande Betis,
y está cerrado en el espeso bosque,
do apena llega el lastimoso canto,
que le ofrecí, el pasado alegre tiempo;
mas el huye de darme más sus hojas;
y yo me quejo como suele el Cisne.
Jamás cantó tan triste el dulce Cisne,
en el sonante surco del gran Betis;
como yo, por el Lauro, y verdes hojas,
que me impiden tratar el duro bosque;
y con memoria del suave tiempo,
resuena todo en lástimas mi canto.
Ya no sonaré yo el felice canto,
que puso envidia, en Betis, al gran Cisne;
pues es contrario a mi esperanza el tiempo
tristezas oirá y lágrimas ya Betis,
y al cielo moveré contra aquel bosque,
que del Lauro defiéndeme las hojas.
Pues ya no me corono de las hojas
enmudezca de hoy más el tierno canto;
así vea desnudo al triste bosque,
y llore mi dolor el blanco Cisne,
que tiende el lecho en el soberbio Betis;
pues el Lauro me falta, y deja el tiempo.
Entristéceme el tiempo, el Lauro, y hojas,
el canto no me agrada, el blanco Cisne
lamente en Betis, y arda en fuego el bosque.

SONETO XXV

Dulce el fuego de Amor, dulce la pena,
y dulce de mi daño es la memoria,
cuando renueva Amor la antigua historia,
que a su grave tormento me condena.
Mas cuando hallo mi esperanza llena
de bien y de promesas de victoria,
un súbito dolor turba mi gloria,
y todos mis contentos desordena.
Que será esta Luz pura de belleza,
la fe del justo Amor en poca tierra
vuelta, y el fuego muerto; que me inflama.
Oh vano ardor de la mortal flaqueza,
si el fin; que ofrece paz de tanta guerra,
no dejara aun ceniza de mi llama.

SONETO XXVI

A do tienes la luz, Héspero mío,
la luz, gloria y honor del Occidente?
estás puesto en el cielo reluciente
en importuno tiempo y seco Estío?
Lleva tu resplandor al sacro río,
que tu belleza espera alegremente,
y el Céfiro te sea otro Oriente
hecho Lucero, y no Héspero tardío.
Merezca Betis fértil tanta gloria,
que solo el de estas luces ilustrado
a tierra y cielo lleva la victoria.
Que tu belleza, y resplandor sagrado
hará perpetuo, de inmortal memoria,
mientras corriere al mar arrebatado.

SONETO XXVII

Las luces, do el Amor su fuerza apura,
con el sereno ardor de sus centellas,
el Oro crespo en mil sortijas bellas
de rayos coronado, y llama pura;
Las palabras vestidas de dulzura,
(que la armonía celestial en ellas
parece) el pecho duro a mis querellas,
la mano que a la Nieve vuelve oscura,
Son causa del tormento y dolor mío,
con muchas que callando siento y veo;
y no me valen en mi esquiva suerte.
En su dureza solo el bien confío,
porque a vana esperanza y gran deseo
no se debe pedir sino la muerte.

SONETO XXIIX

El bravo fuego sobre el alto muro
del soberbio Ilión crecía airado;
y todo por mil partes derramado
se envolvía confuso en humo oscuro
Caía, traspasado por el duro
hierro; y ardía en llamas abrasado;
y se rendía al ímpetu del hado
del Frige osado el corazón seguro.
Solo el Rey de Asia, muerto en la ribera,
grande tronco (ay cruel dolor) yacía;
y su cuerpo bañaba el Ponto ciego.
Oh fuerza oculta de la suerte fiera,
que cuando Troya en fuego perecía;
falte a Príamo tierra, y falte fuego.

SONETO XXIX

Acabe ya el lamento grande mío,
con quien inundo, Betis, tu corriente;
que mi dolor acerbo no consiente
perpetuo estado a tanto desvarío.
Este fuego, en quien ardo, gaste el frío;
rompa este yugo estrecho ya mi frente;
y Amor en sus rendidos no me cuente;
que de él, a luengo paso, me desvío.
No me tendrá en confuso error su olvido,
su desdén, su rigor, y su tormento;
que tanto se cansaron en mi pena.
Mas yo qué digo, ausente y ofendido,
si el impío ofrece siempre al pensamiento
de mi astro fatal la luz serena?

SONETO XXX

Betis, que en este tiempo solo y frío
escuchas mi dolor; del hondo asiento
acoge en tu callado movimiento
los últimos suspiros; que yo envío.
Y si tiene valor tu sacro río;
dame que en árbol verde mi tormento
lamente trasformado; que ya siento
cual Cisne débil voz al canto mío.
Porque con nuevas ramas tu corriente
cercaré coronando, y destilado iré en
tu curso largo y extendido.
Que mi luz ceñirá su bella frente
de mis hojas; o en llanto desatado
seré en sus blancas manos recogido.

SONETO XXXI

Yo vi, a mi dulce Lumbre que esparcía
sus crespas ondas de oro al manso viento,
y con tierno y suave movimiento,
mi duro corazón enternecía;
Mi rustiqueza, y torpe rebeldía,
perdió, vencida, el obstinado intento;
y en blando y regalado sentimiento,
trocó mi alma la aspereza mía.
Nunca me vi más preso ni rendido,
y nunca vi en mi Luz mayor dureza;
ni más recio desdén; ni largo olvido.
A término tan grave, y estrecheza
Casas, mi triste suerte me ha traído;
que temo de mi Lumbre la belleza.

ELEGIA II

Si ya la Luz que causa mi alegría,
su resplandor aparta de mis ojos,
para qué quiero ver la luz del día?
Para ver por ventura mis despojos
en ajeno poder; y mi memoria
muerta; y vueltas las flores en abrojos.
Amor, porque me dio breve victoria
y no entera, con daño de la vida,
que fortuna en sus hechos nueva gloria;
Más grave siente la inmortal herida,
con la fuerza del mal; y triste temo
a la alma a tales ímpetus rendida.
Espero ya llegar a tal extremo,
que a todos ponga lástima mi pena;
y no espero tornar al bien supremo.
Libre quisiera estar de la cadena,
que en los dorados nudos me ha forzado,
a padecer el daño que me ordena.
Adonde la luz vuelvo fatigado
una sombra, un horror, un gran tormento,
se presenta en la fuerza del cuidado.
El prado que solía estar contento,
y el río de mi canto entretenido,
muestran de mi dolor el sentimiento.
Los árboles las ramas han perdido;
la yerba se consume, y se deshace;
el calor en las flores esparcido.
A nadie de mi lástima le place,
sola mi bella Luz (ay dura suerte)
se alegra, y mi dolor le satisface.
A do me volveré con mal tan fuerte,
quien podrá remediar mi desventura,
sino la cruda, y espantosa muerte?
Aquella claridad y hermosura
que ya algún tiempo se llamaba mía,
deshizo mi esperanza y mi ventura.
Pues me deja mi Luz, y mi alegría,
y no deja el dolor; quiere que muera,
porfiando con mísera agonía;
que vana gloria de mi muerte espera.

SONETO XXXII

Largos sutiles lazos esparcidos
por el rosado cuello, y blanca frente;
dorada diadema ardor luciente;
llenos de mis despojos ofrecidos.
Tiernos y bellos ojos encendidos,
rayos de Amor; por quien mi pecho siente
la herida inmortal que llevo ausente;
abrasada mi fuerza y mis sentidos.
Dichoso yo, que merecí cadena
de vuestras ricas hebras; y la llama,
que de vos procedió en estos mis ojos.
Oh si pudiera acrecentar la pena,
y avivar más el fuego que me inflama,
para daros debidos los despojos.

SONETO XXXIII

El duro hierro agudo, que la mano
rica de mis despojos, por vos siente;
y la sangre esparció, que Amor ardiente
guardó, cual Néctar puro y soberano.
Guiólo Amor; y abrió manso y humano
lugar al dolor vuestro tiernamente;
que el mal que siento grave y vehemente,
blando siente el cruel pecho tirano.
La herida terrible que en mis ojos
de los vuestros entró, y causó mi pena,
venganza toma ahora en vuestro yerro;
No es culpa vuestra es gloria a mis despojos;
y así que os hiera, el dulce Amor ordena,
(como a mí vuestros ojos) vuestro hierro.

SONETO XXXIV

Las hebras de oro puro, que la frente
cercan en ricas vueltas, do el tirano
Señor teje los lazos con su mano,
y arde en la dulce luz resplandeciente;
Cuando el invierno frío se presente,
vencedor de las flores del verano,
el purpúreo color tornando vano,
en plata volverán su lustre ardiente.
Y no por eso Amor mudará el puesto;
que el valor lo asegura y cortesía;
el ingenio y de la alma la nobleza.
Es mi cadena y fuego el pecho honesto,
y virtud generosa, Lumbre mía;
de vuestra eterna, angélica belleza.

SONETO XXXV

Si a mi triste memoria en hondo olvido
desierta sepultase sombra oscura;
jamás yo ausente en mísera figura
lamentaría el daño no debido.
Mas presente la llevo, y voy perdido,
por cierto error, a estrecha desventura;
y es muerte fiera el, ya de mi ventura,
rico despojo; al corazón caído.
De mi gloria me acuerdo para pena;
del mal para dolor; y nunca veo
o pienso cosa ajena de mi engaño.
Pobre de bien mi suerte, y de afán llena,
fue; y aunque no, bastara mi deseo;
para no dar lugar al desengaño.

SONETO XXXVI

Del peligro del mar, del hierro abierto,
que vibró el fiero Cimbro; y espantado
huyó la airada voz; salió cansado
de la infelice Birsa Mario al puerto.
Viendo el estéril campo, y el desierto,
sitio de aquel lugar infortunado;
lloró con él su mal ; y lastimado
rompió así en son triste el aire incierto.
En tus ruinas míseras contemplo,
oh destruido muro, cuanto el cielo
trueca; y de nuestra suerte el grande estrago.
Cual más terrible caso, cual ejemplo,
mayor habrá, si puede ser consuelo,
a Mario en su dolor el de Cartago?

SONETO XXXVII

No es tan duro mi pecho, que no sienta
la fuerza del dolor; que en el desciende;
mas Amor, por más daño, me defiende
que descubra las llagas de mi afrenta.
Quiere, que calle el mal, y que consienta
la pena; que me aqueja y siempre ofende;
y en fuego desusado tarde enciende
el corazón; que en llama se sustenta.
Si esta grave pasión no perturbara
el pecho; bien pudiera confiado
llegar al dulce fin de la alegría.
Mas ay, cuánto es esta esperanza cara!
y, por mirar su bien, cuánto ha pasado
de afán y de tormento la alma mía!

SONETO XXXIIX

Este Lauro, que tiene en su corteza
verde, escrita la honra de mi pena;
y en él, el manso Céfiro resuena,
mi mal, su resplandor, y su belleza;
Cuando el Sol elevado en mas alteza
se vio, me dio en sus hojas sombra llena.
fue el calor blando, y la congoja buena;
y entonces me alegraba la aspereza.
Ahora oh triste hado, avaro cielo:
que deja el Sol ardiente el paso abierto,
y todo el mal y daño en mi fortuna.
Con llanto eterno, y falto de consuelo.
miro el Lauro; y padezco en el desierto,
por su culpa, el calor queme importuna.

SONETO XXXIX

Del mar las ondas quebrantarse, vía
en las desnudas peñas, desde el puerto;
y en conflicto las naves, que el desierto
Bóreas, bramando con furor, batía.
Cuando, gozoso de la suerte mía,
aunque afligido del naufragio cierto,
dije; no cortará del Ponto incierto
jamás mi nave la temida vía.
Mas ay triste! que apenas se presenta,
de mi fingido bien una esperanza,
cuando las velas tiendo sin recelo;
Vuelo cual rayo, y súbita tormenta
me niega la salud, y la bonanza;
y en negra sombra cubre todo el cielo.

ELEGIA III

Oh suspiros; oh lágrimas hermosas,
gloria del alma mía, y mi cuidado,
que de mi pena fuiste piadosas.
Oh sentimiento de amoroso estado;
oh prendas de mi alma, y mi esperanza;
que reparáis el mal del bien pasado.
Si alguna vez hallare yo mudanza,
y algún desdén, en quien está mi vida,
vos seréis mi reparo y confianza.
No temeré por vos ira encendida,
si el Amor no temiese; vos sois puerto
a la alma, en peligroso mar perdida.
Suspiros míos que me tenéis muerto,
sueño yo aqueste bien? decid, es fingido?
decid, hermosas lágrimas, es cierto?
Oh lágrimas, si hubiera concedido
Amor, que yo os bebiera porque el pecho
regarades, que en fuego está encendido.
No para que pudiera ser deshecho,
mas para que tomara blando aliento,
y fuera este de Amor ilustre hecho.
Y para que tuviera su aposento
propio en el corazón; y relevara
parte de mi dolor, y mi tormento.
No hay Néctar dulce por quien yo os trocara,
ni pluvia de oro, oh lágrimas hermosas,
por quien mi alma su dolor repara.
Tales lágrimas dulces piadosas,
Venus Citerea derramó, dejando
a Adonis en las selvas amorosas.
Y tales fueron los suspiros, cuando
de amor de Marte presa suspiraba,
ardiendo en fuego deleitoso y blando.
Con estas bellas lágrimas bañaba
Diana el rostro blanco tiernamente,
cuando de Endimión triste se apartaba.
Hermosas perlas que del Oriente
nacidas en la concha generosa
se esparcen por el último Occidente,
Tendidas por la púrpura hermosa,
no dan tal resplandor, cual habéis dado;
cayendo en los colores de la rosa.
El rocío del cielo derramado,
y en olorosas flores esculpido
a vuestra gran belleza no ha igualado.
Oh lágrimas dichosas, que el olvido
nunca podrá borrar de mi memoria,
con quien jamás espero ser perdido.
Oh mi vida, mi alma, bien, y gloria;
y vos suspiros de amorosa suerte,
por quien gané vencido la victoria.
Vivid alegres, sin que enojo fuerte
o aspereza revoque esta alegría,
que no podrá romper la dura muerte.
Conmigo faltareis a un mismo día,
y renovándoos los celestes ojos
lloraréis en la pena y muerte mía;
y seréis del Amor dulces despojos.

SONETO XL

Ardientes hebras, do se ilustra el oro,
de celestial Ambrosía rociado,
tanto mi gloria sois y mi cuidado,
cuanto sois del Amor mayor tesoro.
Luces, que al estrellado y alto coro
prestáis el bello resplandor sagrado,
cuanto es Amor por vos más estimado,
tanto humilmente os honró más y adoro.
Purpúreas rosas, perlas de Oriente,
marfil terso, y angélica armonía,
cuanto os contemplo, tanto en vos me inflamo;
Y cuanta pena la alma por vos siente,
tanto es mayor valor y gloria mía;
y tanto os temo, cuanto más os amo.

SONETO XLI

Viví gran tiempo en confusión perdido,
y todo de mí mismo enajenado,
desesperé de bien; que en tal estado
perdí la mejor luz de mi sentido.
Mas cuando de mí tuve más olvido,
rompió los duros lazos al cuidado
de Amor el enemigo más honrado;
y ante mis pies lo derribó vencido.
Ahora, que procuro mi provecho,
puedo decir, que vivo; pues soy mío;
libre, ajeno de Amor y de sus daños.
Pueda el desdén, Antonio, en vuestro pecho
acabar semejante desvarío;
antes que prevalezcan sus engaños.

SONETO XLII

Desea descansar de tanta pena,
conociendo ya tarde el desengaño,
mi alma, hecha a su dolor extraño;
y del perdido tiempo se condena.
Ve su triste esperanza de ansias llena;
poco bien; mucho mal; perpetuo daño;
y las glorias debidas, cierto engaño;
que él su dulce tirano al fin ordena.
Siente sus fuerzas flacas y sin brío,
y su deseo vano y peligroso;
y medrosa levanta apena el vuelo.
Amor, porque no crezca en ella el frío,
el fuego aviva, do arde; y sin reposo
busca y gime, hallando luz del cielo.

SONETO XLIII

El suave color, que dulcemente
espira, el tierno ardor de rosa pura;
la viva luz de eterna hermosura;
el sereno candor y alegre frente;
El semblante, do yace Amor presente;
la mano; que a la nieve de blancura
orna; pueden volver la noche oscura
en día y claridad resplandeciente.
En vos el Sol se ilustra, y se colora
el blanco cerco; y ledas las estrellas
fulguran; y las puntas de Diana.
Tal vos contemplo; que la roja Aurora,
y de Venus la lumbre soberana,
en vuestra faz ardiendo son más bellas.

SONETO XLIV

Alzo el cansado paso, y a la cumbre,
sufriendo encima esta pesada carga,
pruebo llegar; mas la distancia larga
me ofende, y más la grave pesadumbre.
Bien que me esfuerza una pequeña lumbre;
que veo lejos, pero no descarga
esto mi afán penoso; antes alarga
de mi prolijo error la incertidumbre;
Con el peso abrazado desfallezco;
que mi obstinada afrenta no consiente,
que desampare ya esta empresa mía.
Luchando con el mal pruebo, y me ofrezco
al peligro; esperando ver presente
alegre en tantos tristes algún día.

SONETO XLV

El fuego, que en mi alma se alimenta,
y consume al estéril duro frío,
da vida al, casi muerto, pecho mío;
y en virtud de sus llamas me sustenta.
Justo es, que muera y viva en él, y sienta
la gloria de mi dulce desvarío;
porque de mis trabajos yo confío
la esperanza del premio, en quien me alienta.
Como en inmenso frío junta espira
inmensa oscuridad, cuya tristeza
ocupa el corazón con grave pena;
Así con el excelso ardor conspira
excelsa luz; que deja en su belleza
mi alma de alegría y de bien llena.

SONETO XLVI

De vos ausente ocupo en llanto el día,
y la noche me acoge en mi lamento;
y, para más dolor, conmigo cuento
mi breve bien perdido y alegría.
Vuestro duro rigor ya bien debería
enternecerse de mi sentimiento;
y descubrirme tanto apartamiento
un rayo solo de la Lumbre mía.
Pero si vos queréis con este olvido
alentar la pasión, que me maltrata;
lo hecho sobra ya para venganza.
Mas, aunque en soledad y aborrecido,
no podréis; aunque más podáis, ingrata,
que yo no os ame; ajeno de esperanza.

SONETO XLVII

Lloro solo mi mal, y el hondo río
en sus turbadas ondas lleva el llanto;
ya es tiempo, digo; Amor, en triste canto,
que pongas justo fin al dolor mío;
Que sigo ausente, sin tu desvarío,
y en tu vana esperanza me levanto;
y en este paso desamparas cuanto
de tu promesa y tu valor confío.
Ya es tiempo Amor, que el áspero tormento
acabe; o que mi vida se deshaga,
la esperanza, el deseo; y osadía.
Que en tanto mal ya falta el sufrimiento,
y el crudo golpe de esta acerba llaga
a lo íntimo llegó de la alma mía.

SONETO XLIIX

Pues la flor, do crecía mi esperanza,
quemó duro rigor de ingrato hielo;
y a mi ardiente deseo negó el cielo
de fortuna mejor más confianza;
Do el Sol con tibio rayo tarde alcanza,
y luenga sombra ofende el mustio suelo;
daré ausente, olvidado, sin consuelo;
a mi injusta osadía igual venganza.
Mas no sufre la fuerza, que padezco,
tan corta paga, en tanto atrevimiento;
que en la ausencia el dolor es menos fiero.
Llego ya a estrecho tal, que no merezco,
alabanza, ni culpa en mi tormento;
tanto es grande mi mal que desespero.

SESTINA II

Al bello resplandor de vuestros ojos
mi pecho abrasó Amor en dulce llama,
y desató el rigor de fría nieve,
que entorpecía el fuego de mi alma;
y en los estrechos Lazos de oro y hebras
sentí preso y sujeto al yugo el cuello.
Cayó mi altiva presunción del cuello,
y en vos vieron su pérdida mis ojos,
luego que me rindieron vuestras hebras;
luego que ardí, Señora, en tierna llama;
pero alegre en su mal vive mi alma,
y no teme la fuerza de la nieve.
Yo en fuego ardo, vos heláis en nieve;
y libre del Amor alzáis el cuello,
ingrata a los tormentos de mi alma,
que aun blandos a su mal no dais los ojos;
mas siempre la abrasáis en viva llama,
y sus alas prendéis en vuestras hebras.
Viese yo, las doradas ricas hebras
bañadas de mi llanto, si la nieve
vuestra, diese lugar a esta mi llama;
que la dureza de ese yerto cuello
la pluvia ablandaría de mis ojos,
y en dos cuerpos habría sola un alma.
La Celestial belleza de vuestra alma
mi alma enlaza en sus eternas hebras;
y penetra la luz de ardientes ojos,
con divino valor la helada nieve;
y lleva al alto cielo alegre el cuello,
que enciende el limpio ardor inmortal llama.
Amor, que me sustentas en tu llama,
da fuerza al vuelo presto de mi alma;
y del terreno peso alzando el cuello
inflamarás la luz de sacras hebras;
que ya, sin recelar la dura nieve
miro tu claridad con puros ojos.
Por vos viven mis ojos en su llama,
oh Luz de la alma, y las doradas hebras
la nieve rompen, y dan gloria al cuello.

ELEGIA IV

Si es ley de Amor que quien os ama muera.
y pague con la vida la osadía
mi pena, y muerte sea la primera.
Mas si pretende Amor, oh Lumbre mía,
que quien merece amaros siempre viva,
por qué queréis matarme con porfía?
Acabe ya, vuestra dureza esquiva,
que no sufre razón tan gran crudeza,
ni es bien, al tierno amante ser altiva.
Si no merezco amar vuestra belleza,
y buscáis con la muerte mi castigo,
por ser indigno yo de tanta alteza;
Este amoroso puesto es buen testigo
de quien fue la ocasión de mi tormento,
dando principio al mal que yo prosigo.
Nunca osé levantar el pensamiento,
a más que contemplar la hermosura,
vuestro valor, y blando acogimiento.
Nunca me confié de mi ventura
tanto, que pretendiese tal victoria,
siendo justo perder tal coyuntura.
Vos distes causa a mi primera gloria,
vos pusistes aliento a la esperanza;
prometiendo certísima memoria.
Creí vuestro deseo, y la bonanza
que vi en el mar quieto y sosegado,
diome vuestra amorosa confianza.
Ahora veo, mi dichoso estado
en miserable vuelto, y mi alegría
en tristeza, y mi bien en mal trocado.
No sé a quién yo me vuelva en mi porfía,
que pueda consolarme en tal fortuna,
sino a vos, enemiga dulce mía.
Mis quejas os publico de una en una,
muestroos mi pena, y lástima presente,
y veo que mi mal os importuna.
Estáis a mis tormentos inclemente,
ingrata, esquiva, dura, y desdeñosa;
y de vuestra memoria estoy ausente.
Mi alma que con vos era dichosa, sin vos triste,
sin vos es desdichada,
sin vos de su dolor jamás reposa.
No hay quién de mi pena lastimada
no suspire, y no tenga descontento,
y vos estáis más cruda, y obstinada.
Oh Luz, gloria de Hesperia, y ornamento,
criada por mostrarnos la belleza,
del alto, y claro, y celestial asiento.
Mirad, que si en vos falta la terneza,
perdéis parte mayor de vuestra gloria,
y el más ilustre nombre de la alteza.
Sufriréis que os escriba la memoria
por bella, y por cruel? oh Lumbre mía!
no deis a tal pecado tal victoria.
Sed, pues que sois mi Luz hermosa, pía;
dad a quien os adora algún consuelo,
en premio de sus penas, y agonía.
No me dejéis morir con desconsuelo,
de vuestra crueldad desesperado;
baste el dolor sufrido, y su recelo.
Como sufrís que muera en tal estado
quien era vuestro amor, vuestro contento,
y dulcemente fue de vos tratado?
Mas si vuestra dureza y mi tormento,
quieren cortar el hilo de mi vida,
y esto es ya de los dos postrero intento;
En este breve espacio, y despedida,
mostrad dolor alguno de mi muerte;
en término tan áspero ofrecida.
Que después no habrá pena, o mal tan fuerte,
que pueda deshacerme esta memoria,
último bien de mi infelice suerte,
y despojo dichoso de mi gloria.

SONETO XLIX

Lloré, y canté de Amor la saña ardiente;
y lloro, y canto ya la ardiente saña
de esta cruel, por quien mi pena extraña
ningún descanso al corazón consiente.
Esperé, y temí el bien tal vez ausente;
y espero, y temo el mal que me acompaña;
y en un error, que en soledad me engaña,
me pierdo sin provecho vanamente.
Veo la noche, antes que huya el día,
y la sombra crecer, contrario agüero,
mas qué me vale conocer mi suerte?
La dura obstinación de mi porfía
no cansa, ni se rinde al dolor fiero;
mas siempre va al encuentro de mi muerte.

SONETO L

El trabajo de Fidia ingenioso
que a Júpiter Olimpo dio la gloria;
fue soberbio despojo de victoria
al Tiempo, en nuestra injuria presuroso;
Pero al valor de Aquiles animoso
el siempre insigne Homero alzó la historia;
y dio a la Fama eterna su memoria,
con alta voz del canto generoso.
Yo, que mal puedo ser en honra vuestra
nuevo Homero; consagro, Luz de España,
de mis incultos versos la armonía.
Mas si me mira Calíope diestra,
valdrá (si mi deseo no me engaña)
más que Fidia mortal la Musa mía.

SONETO LI

Triste esperanza, incierta, en blando pecho,
por luengo tiempo inútil engendrada;
que mi descanso y gloria aventurada
en temor truecas vano, y en estrecho;
Huye de mí; que sobra el daño hecho.
sigue en otra ocasión mejor entrada;
porque en vida tan mísera y cansada
es toda tu porfía sin provecho.
Si este lugar lloroso te contenta;
busca mejor fortuna el pobre estado,
y sosiego al furor del dolor mío.
Que atendiendo el deseo me atormenta,
y caído y sin fuerzas mi cuidado
me estrecha el corazón con torpe frío.

SONETO LII

Razón es ya, que la cansada vida,
tanto tiempo sujeta al Amor vano,
huya el fiero poder de este tirano;
y ya deslace mi cerviz caída.
Perezca la esperanza aborrecida;
el deseo abatido; y mi liviano
intento; que mi bien ya está en mi mano,
ya tengo mi fortuna conocida.
Seguro podré ver de hoy más la suerte
del mísero amador; el vil denuesto;
el congojoso miedo; el celo frío.
Que no podrá respeto de mi muerte
hacer que mude el curso al fin propuesto;
tal ejemplo es el grave dolor mío.

SONETO LIII

Fueron de un corto bien, que huye luego;
antes que vuelva la ocasión la frente,
muestras, las que el Amor halló presente;
con que mi alma ardió en su eterno fuego.
Pero glorias de un niño solo y ciego,
que cedo las deshace un accidente,
cómo pueden valer a un pecho ausente,
que en su dolor no alcanza algún sosiego?
Fundé mis esperanzas en arena;
que el viento esparce airado sin concierto,
y rendida al temor perdí el recelo.
Cayeron, y el cruel por mayor pena
en altas nubes desmayó desierto,
ni alzar osando, ni inclinar el vuelo.

SONETO LIV

Duro es este peñasco levantado,
que no teme el furor del bravo viento;
fría esta nieve, que el soberbio aliento
del Aquilón arroja apresurado.
Más duro es vuestro pecho, y más helado,
en quien la piedad no ha hecho asiento;
ni el fuego de amoroso sentimiento
en él jamás, por culpa vuestra, ha entrado.
Sordas las ondas son de aqueste río,
pero más sorda vos, a mis clamores;
que aun poco os pareció ser dura y fría.
Mas todo este dolor al pecho mío
no causa tantas penas y dolores
cuanto la soledad de la alma mía.

ELEGIA V

Los ojos que son luz de la alma mía,
húmedos vi tornarse con lamento,
la púrpura bañando, y nieve fría.
Un tierno y congojoso sentimiento
con suspiros forzado, fatigaba
el pecho, donde inspira Amor su aliento.
A la armonía, y llanto atento estaba
el aire, suspendido el alto cielo,
y a mí, junto con ella se quejaba.
Cuándo oyó tan suave canto el suelo?
aunque tenga de Orfeo la memoria,
y de Febo cubierto en mortal velo?
Cuándo tuvo el Amor tan gran victoria?
cuándo sintió el valor de su grandeza?
sino en esta dichosa y sola gloria.
Que piedad fue ver en tal tristeza
los dulces ojos, que jamás vio tales
la luz del rojo Sol puesto en alteza.
Los dulces verdes ojos celestiales,
que entre la blanca nieve, y frescas rosas
(a quien son las de Pesto desiguales)
Esparcían las lágrimas hermosas,
avivando el color con el rocío
que cubría las flores amorosas.
Que lástima, era ver, en el Sol mío
el puro resplandor, que me encendía,
amortiguado sin aliento y frío.
Que compasión mirar la gloria mía
sujeta a un triste y miserable estado,
y ver que Amor en ella padecía.
No hubiera pecho (aunque de acero armado)
que al dolor no entregara sus despojos
de la aspereza en piedad trocado.
El licor que bajaba de los ojos
por los pechos, y veste variada,
de lazos plateados, y de abrojos.
En nieve con dureza congelada
convertida su forma en la figura
de una luciente perla bien tallada.
No cría con tal Luz y hermosura
en sí el rosado y oloroso Oriente
perla de tan perfecta Compostura,
Si tuviera esta perla refulgente
Juno, de la alta Samo sacra Diosa,
Paris le diera el premio fácilmente.
Con esta fuera Venus más dichosa,
y el resplandor más blanco de Diana,
y de Febo la luz más poderosa.
Llegué yo a esta mi perla soberana
ay triste, inadvertido por mi daño,
que su luz a mis ojos fue tirana.
No me temí del amoroso engaño,
no pude persuadirme a tal afrenta;
no siendo de la ley de Amor extraño;
A la luz que en mis ojos se aposenta
iba para quejarme de la pena
que la fortuna adversa le presenta.
Cuando cerca del mal que Amor ordena
miré con piedad, y confiado,
la que todas mis glorias enajena.
La luz, y el dulce resplandor nevado
el corazón venció con su belleza,
y la tomé en mis manos admirado.
Lloroso y con temor de su tristeza
me olvidé de la perla que traía,
y a mi boca llevela con simpleza.
Disuelta al punto, oh dura suerte mía,
a las entrañas descendió, y en fuego
se trasmudó la nieve dura y fría.
El corazón se abrasa ardiendo luego,
como si por mi bella Luz no ardiera,
y su calor dejome a un tiempo ciego.
Oh crudo engaño, quien jamás creyera
que en un cuajado y recogido hielo
oculto un fuego líquido estuviera.
Que, fuera del Amor, virtud del cielo,
pudo mostrar en lágrimas hermosas
un nuevo efecto, nunca visto, al suelo.
Estas lágrimas puras, y amorosas,
eran fuego de Amor, eran mi muerte,
estas lágrimas tiernas, y dichosas.
Si estas pudo arrojar con triste suerte
por los ojos, doblando el desvarío
al pecho, que rindió su brazo fuerte,
Si estas pudo enviar en hielo frío,
conociendo en la luz de su belleza
más virtud que en su fuerza, el Amor mío;
Por qué quiere que viva en su dureza
siempre sujeto, y preso, y engañado,
pues no trató conmigo con llaneza?
Mejor fuera, que ya que mal tratado
debía yo vivir, en su tormento,
me llevara al dolor sin ser forzado.
Y no que con su fraude, y crudo intento,
me robara la gloria de mi pena,
dejándome en confuso sentimiento
rebelde el cuello siempre a la cadena.

SONETO LV

Igual al Tebro, al Arno y al Metauro,
superior al Tajo y Duero y Ebro;
sagrado, Hispalio Río, a quien celebro,
corre ufano al ondoso Ponto Mauro.
Tu bello Mirto rinde al verde Lauro,
y a las menores hojas del Enebro.
cuanto es mayor el Lauro que el Enebro,
tanto es al Mirto inferior el Lauro.
Solo falta, conforme a tu alta gloria,
lugar en el luciente y firme cielo
con el nombre de Erídano trocado.
Mas ya que se te niegue esta victoria;
serás en el dichoso, Hesperio suelo,
cual Heliconio Olmeo, venerado.

SONETO LVI

La viva llama dais y luz ardiente
del rosado esplendor y faz serena;
la gracia y risa tierna, de amor llena,
a Venus bella, a Faetón luciente;
Al cielo el, que vos dio, valor presente;
la suave armonía; que resuena
en vuestra dulce boca, a su Sirena;
el olor; perlas y oro al Oriente;
La mano y color lúcido a la Aurora;
las flechas al Amor; que en mi herido
pecho gasta cruel con ardor ciego.
A mí triste vos place dar, Señora,
solo esquivo desdén, ingrato olvido;
que en vuestro hielo enciéndenme impío fuego.

SONETO LVII

Probó atento el Artífice dichoso
a la imagen impresa y forma pura
hacer no inferior la hermosura;
por quien Betis va el piélago pomposo.
La gracia dio; dio el esplendor hermoso:
que en la nieve la púrpura figura;
lumbre; que a la tiniebla vence oscura;
más que todos osado y temeroso.
Pero la majestad de la belleza
tierna; y serena gloria de la frente;
y ojos dulces, do el blando Amor se cría,
No pudo, y justo fue, que su rudeza
vuestra beldad no alcance floreciente,
sola entre tantas, oh ínclita María.

SONETO LIIX

La muerte pido, un corazón amante
vos me entregáis; y me dejáis ausente
de las bellas lazadas de oro ardiente;
y del sereno y celestial semblante.
Porque no temo pues el mal instante;
aunque sus rayos Marte ya clemente
contraiga; si el dolor, que está presente,
cansa el pecho en sus lástimas constante?
Este afán no esperado, esta partida,
el errante furor enciende fiero;
no el trabajo cruel de enferma suerte.
Tal me hallo en la ausencia aborrecida;
que el dado corazón fue triste agüero
al duro cierto riesgo de la muerte.

CANCION II

Algún tiempo esperé de aquellos ojos
gozar la dulce luz; que tiernamente
se mostraba a mi llanto piadosa;
del Sol cuando Diana estuvo ausente,
y no le desplacieron mis enojos.
ahora, que esta sombra tenebrosa
se entrepone a mi Lumbre venturosa,
su esplendor me fallece en el desierto,
cercado de terror y niebla oscura;
y crece el mal, y el daño se apresura.
procuro salir del con paso incierto,
y doy en la espesura;
donde todo me estorba, y la esperanza
desmaya con dolor de la mudanza,
cualquier fulgor presente a la memoria
vuelve de mi perdido bien la gloria.
Fue en mi luengo camino cierta guía
mi Luz, y mi cuidado embebecido
adestraba por ella el pensamiento.
ahora (ay triste) ausente y ofendido,
en soledad confusa y agonía
la veo oscurecida sin aliento.
culpa de quien me causa tal tormento.
cuando en la asperidad del bosque espeso
me enselvo mas, la claridad se aparta,
y de su ajena gloria a la alma aparta.
temo otro nuevo error en mi progreso.
de este agravio no harta
la Fortuna, un nubloso cerco opone;
que pluvioso el bien me descompone,
y mi Estrella arrebata de los ojos.
yo ciego voy por ásperos abrojos.
Ya subo apenas, y nunca descansando,
por yertos riscos, pasos despeñados,
ya en hondos valles bajo con presteza,
lugares de las fieras no tratados,
el pensamiento en ellos variando.
un frío horror y súbita tristeza
roba el vigor, y engendra la flaqueza.
cualquier soplo de viento, que resuena
entre árboles desnudos quebrantado,
aqueja la esperanza y el cuidado;
que piensa ser la causa de su pena.
pero luego engañado
hallo el cuidado y la esperanza vana;
que, como sombra, se me va liviana.
mas luego en la memoria Amor despierta,
para cobrar su bien, la gloria muerta.
Salgo de esta aspereza a un verde llano,
de flores y de violas vestido,
y de mi Luz el claro lampo veo.
la belleza, el olor lleva el sentido,
y el sereno esplendor y soberano.
contemplo en su vigor, cuanto deseo,
y es el Amor semblante a mi deseo.
el pecho abierto admite el blando fuego,
y pruebo en la dulzura de este hecho,
que no arde con viva fuerza el pecho.
todo mi gran placer se turba luego,
al principio deshecho.
admírame la culpa; que no es mía,
y procuro encenderme con porfía,
y tanto lo procuro por mi daño;
que me abraso y consumo en este engaño.
Cuando oso descubrir el mal, que siento,
hallo tanta tibieza el bien, que espero;
que desconfío luego de mi gloria.
y vuelvo al llanto y al dolor primero,
desesperado de mi pensamiento,
viendo muerta en mis bienes la memoria.
olvido el dulce tiempo y dulce historia
de mi leda fortuna y aplacible.
veo mi malandanza estar presente,
y el remedio; que aguardo, siempre ausente.
torno a la oscuridad; que más terrible
es la luz al doliente.
y estoy en soledad con luengo llanto,
do suena solo y gime el triste canto.
y no espero volver al bien pasado,
ni fin al vano error de mi cuidado.

SESTINA III

Por este umbroso bosque y verde selva
con mi prolija pena ofendo el día;
y, cuando cerca a Febo ciega noche,
renuevo mis gemidos en el llanto;
y acreciento las ondas a este río,
ausente de los rayos de mi Lumbre.
Tal vez pienso cuidoso, que mi Lumbre
hiere con el sereno ardor la selva;
y cansa de mis lágrimas el río.
más cuando se me aparta y huye el día,
desierto me resuelvo todo en llanto;
y a mis ojos deseo eterna noche.
Si en el silencio oscuro de la noche
riela por el cielo alguna lumbre,
luego, la que fue causa de mi llanto,
me parece presente en esta selva;
y hace esclarecer un nuevo día,
y alegra el mustio bosque y hondo río.
Testigo de mi gloria ha sido el río;
que engañado me vio en profunda noche,
hasta que apareció rosado el día,
y allí representándose mi Lumbre;
que enriquece la fría, estéril selva,
así dije tal vez, cesando el llanto;
Mi Sol, si a compasión vos mueve el llanto;
que produce de lágrimas un río;
sufrid, que rompa yo esta espesa selva;
y vaya envuelto siempre en dulce noche,
para encender mi pecho en vuestra lumbre,
pues me es niebla sin vos el claro día.
Oh que seguro bien tendré en el día,
que enjuguéis de estos ojos vos el llanto;
y enviéis a mi alma aquella lumbre;
que consume en su fuego el tardo río;
que no verán mis ojos triste noche,
y será alegre el tiempo en esta selva.
La selva alcanzará un perpetuo día,
y estancará del llanto el grande río
en la noche; en quien viere yo mi Lumbre.

SONETO LIX

Después que en mí tentaron su crudeza
de Amor y vos las flechas y los ojos;
di honra al uno, al otro los despojos,
y sufrí saña de ambos y aspereza.
El fuego, que encendió vuestra belleza,
hizo dulces y alegres mis enojos;
y suave entre espinas y entre abrojos
el dolor; que causaba mi tristeza.
Tuve esperanza incierta de mi ufana
muerte, viendo el valor de mi tormento;
y confié este error de mi osadía.
Mas ay, que tanta gloria suerte humana
no alcanza; y no se debe al mal, que siento,
el bien, que me negáis, Estrella mía.

SONETO LX

Quién debe, sino yo, acabar el llanto?
que, de mis esperanzas derribado
me veo en tal miseria, y apartado
de aquella Luz; que ausente alabo y canto.
Mi alma no soporta pesar tanto,
y el nudo, que la estrecha, desatado,
ligera irá con vuelo acelerado,
sin descansar siguiendo su ardor santo.
Si esta indigna corteza la retarda;
y lenta engaña el gozo de su gloria,
corta, Amor, corta presto el flaco aliento.
Que solo el bien, que en mi dolor me guarda,
por la vida, que pierdo, tal victoria
dará; que en precio exceda a mi tormento.

SONETO LXI

Aquí, donde florece la belleza,
en cuyo dulce fuego el Amor prueba
su flecha; y mil trofeos nobles lleva,
vi de mi Luz serena la pureza.
Mi bien, que fue, el valor y su grandeza
en mi memoria mísera renueva;
y, entre pasado afán y cuita nueva,
no espero algún remedio a mi tristeza.
De mi gloria oh dichoso, antiguo puesto,
cuán desigual semblante en ti contemplo!
cuán gran mudanza aflige la alma mía!
Oscuro el día, y siempre el Sol molesto
te hiera; y seas de mí mal ejemplo,
hasta que en ti renazca mi alegría.

SONETO LXII

Mientras Amor vos entrega los despojos
de quien suspira tierna, y cuida, y ama;
yo en vano ausente ardo en tibia llama,
viendo trocar mis flores en abrojos.
Vos en vuestro esplendor honráis los ojos;
yo voy, a do mi ciego error me llama.
vuestro Sol vos regala y vos inflama;
yo en lenta pena enciendo mis enojos.
Dichoso vos, que nunca o vuestra gloria
fue de penosas ansias ofendida;
o sentistes la fuerza del veneno.
Mas yo jamás, mezquino, sin memoria,
sin triste mal de amor pasé la vida;
y del más corto bien fui siempre ajeno.

SONETO LXIII

Yo vi en sazón alegre un tierno pecho
ufano dulcemente con mi pena;
y que anudarnos pudo en su cadena
el ya cortés Amor con lazo estrecho.
Yo veo el bien, que tuve, ya deshecho,
y mi segura fe, de cuitas llena;
y que el ingrato en impío afán condena,
a quien halla en su agravio satisfecho.
Yo vi, que no fui indigno de la gloria;
que en su rigor me usurpa la mudanza,
y en sombra del olvido ya me veo.
Entristéscome siempre en la memoria;
desfallezco medroso en la esperanza,
y al fin pierdo la vida en el deseo.

SONETO LXIV

Si el fuego Idalio el tierno canto inspira;
y en tu pecho, Amalteo, algún cuidado
la Estrella infunde ya; que en mar turbado
te guía, osa herir tu culta lira.
Por ti Betis humilde al Tebro admira,
Tebro, mayor que el Arno celebrado;
y, entre lucientes astros colocado,
envidioso Erídano lo mira.
Contigo calla el Coro de Helicona;
que baña el cuerpo en su Cristal corriente,
y pierde el dulce Niño los despojos;
Que del materno Mirto la corona
teje, para ceñir tu sabia frente.
o canta, o cierre siempre Amor sus ojos.

SONETO LXV

Si yo puedo vivir de vos ausente,
fálteme siempre el bien, y ofenda el cielo;
y al débil cuerpo mío en leve vuelo
la alma, suelta del peso no sustente.
Si puedo respirar sin el presente
vigor de vuestra luz; el impío suelo,
lleno de eterna sombra y desconsuelo,
entre el perdido número me cuente.
Si padezco doliente y apartado;
si se enajena el bien; que en vos tenía,
por qué no rompe el pecho esta mudanza?
Si muero, do se pierde mi cuidado;
a mis ojos Amor por qué no envía
un solo rayo dulce de esperanza?

SONETO LXVI

Alfonso, vuestro noble y grave canto,
con quien de eternos giros la armonía
asuena; celebrar de la Luz mía
debiera la belleza, que honro y canto.
Que yo la dura fuerza de mi llanto
muestro, y mal fiero y la ponzoña fría,
y el bien; que a mi esperanza se desvía,
cuando en cuitoso son la voz levanto.
No que a mi nombre humilde diera gloria;
que ya osa alzar igual por vos la frente
a quien ilustra el Arno, grato al cielo.
Mas, estimar si puedo esta memoria;
verá el felice Reino de Occidente,
cuánto en vuestra alabanza ensalzo el vuelo.

SONETO LXVII

Con triste voz, oh triste Musa, suena
de estos excelsos Héroes la memoria;
de quien recela el Hado la victoria,
y las mustias exequias mustia ordena.
Por que pueda cantar (si en tanta pena
da lugar el dolor) la ingrata historia.
esparce en tanto en honra suya y gloria
el Jacinto, Amaranto y Azucena.
Vos, no rendidas almas generosas,
con desigual asedio y dura suerte,
en la ribera Libia; que el mar baña,
Al cielo id veneradas, id dichosas;
que no osará negar soberbia Muerte;
que sois eterna luz y prez de España.

ELEGIA VI

En tanto que, Malara, el fiero Marte,
y el no vencido pecho del Tebano
ensalzas, por do el Sol su luz reparte;
Yo, siguiendo el error de Amor tirano,
vivo en usadas quejas y lamento,
y, crezco en mi dolor, temiendo en vano.
Doy culpa a la ocasión de mi tormento;
que no pueda ablandar de su dureza
la fuerza y el rigor del mal, que siento.
No encarezco del daño la grandeza;
que no soy en mi llanto ambicioso,
ni procuro alabanza en mi tristeza.
Sirvo más al dolor impetuoso,
y a la infelice suerte de mi estado;
que al deseo de nombre ingenioso.
Esto es último fin de mi cuidado,
en esto espero merecer la gloria,
igualmente penoso y engañado.
Solo es el bien, que busco, y la victoria,
agradar a mi Luz, y que mi canto
haga de mis trabajos la memoria.
Entre suspiros dieron y entre llanto
la edad florida; el pensamiento incierto
ley a los versos míseros, que canto.
Rendida juventud mi estrago cierto
dudando lea, y quien en lazo eterno,
cual yo, espera acabar, de bien desierto.
Que alguno, que tuviere pecho tierno,
celebrará en mis penas la firmeza,
y culpará el furor del mal interno.
En mi Luz admirando la belleza;
el rico cerco de oro y dulces ojos;
no alabará el desdén y su tibieza.
Hallará de amor triste los despojos;
oscura piedad; poca alegría;
claro el dolor, y muchos los enojos.
Y alguna, a quien la indigna suerte mía,
y su no cierta fe inclinar apena
puede, dirá llorosa en su agonía;
Si Amor, que a sus cruezas me condena,
tanto bien me hiciera; que estrechara
a mí y a ti en su yugo una cadena;
Ni yo de amante ingrato me quejara,
ni tú de mi dureza; que antes diera
debido y justo premio a fe tan rara.
Mas tú, si este cruel con diestra fiera
te hiere el pecho, dignamente airado,
que altivo de su imperio salgas fuera;
A Alcides dejarás desamparado,
y será aquel soberbio y alto canto
en cuitoso y humilde trasformado.
Cubrirá del olvido el negro manto
sus hechos, y tendrán fiel membranza
tus cuidosos afanes y tu llanto.
Otra más grave lastima y mudanza
te ofrecerá el dolor terrible; cuando
faltare a tus fatigas la esperanza.
Codiciarás en vano el verso blando;
que mitigue suave aquella saña;
que te aflige ya mísero llorando.
Verás entonces bien, que Amor se extraña
de administrar el canto piadoso;
que en deleitoso ardor a la alma engaña.
Estimarás entonces congojoso
la lira; que cantar mis males usa,
y el verso, antes caído y lagrimoso.
Y al duro son del hierro y voz confusa
del Marcial estruendo preferida
será por ti mi tierna y simple Musa.
Y no podrás callar en tu crecida
desdicha y ansia; tu amoroso pecho
ardió siempre en su llama esclarecida.
No te pese, que tenga Amor deshecho
tu preso corazón en dulce fuego;
y que esté de tu agravio satisfecho.
Si te da de su gloria parte luego;
si consagra tu canto; si vencido
de él yace el vencedor Olvido ciego.
Por ti será su cetro conocido
de los purpúreos fines de Oriente,
hasta el lecho de Céfiro escondido.
Y de la fría Cinta al cerco ardiente
irá perpetuo el nombre glorioso,
mientras encendiere en Ida el Sol la frente.
El verso dulcemente generoso
tendrá sublime honor y soberano
del terso y culto Laso y amoroso.
Tal a su bella Laura el gran Toscano
cantó con alta, insigne y noble lira;
guiando el Niño Rey su diestra mano.
Y de su Delia tal gemir la ira
se vio el Romano amante en voz quejosa,
y por la ausente Némesis suspira.
Será eterna la llama milagrosa
de aquel, que ciñe Febo el verde Lauro,
y enciende Amor con fuerza poderosa;
Que, do en Genil se mezcla el breve Dauro,
ardiendo osadamente en furia pía,
suena en el seno Arabio y Ponto Mauro.
Vivirá de Vandalio la porfía;
la aquejada pasión y el puro canto;
que murmurando Betis hondo oía.
Y tú también harás con tierno llanto
de tu afanada pena honrosa historia;
que te dará este premio el furor santo.
Yo, que esperé mendigo un tiempo gloria,
loando de mi Luz la hermosura;
temo, que no merezco esta victoria.
Porque ausente el rigor de mi ventura
de toda mi esperanza y bien me tiene;
y siempre aguardo nueva desventura
al dolor; que penando me sostiene.

ESTANÇAS I

Podrá fuerza cruel de airado cielo,
y hacer suerte adversa de mi hado;
que pise peregrino estéril suelo,
o surque el ancho piélago apartado;
y no que de la fe el seguro celo
se mude, y dé lugar a otro cuidado;
y entre agrado de la alma, o a despecho
nueva llama de amor en este pecho.
No es brío de lozano pensamiento,
ni liviana promesa y mal cumplida,
certeza firme sí de noble intento;
que durará en el curso de mi vida.
aunque ofendo al honor de mi tormento,
declarando verdad tan conocida;
pues basta ser la causa de mi pena
la gran beldad de vuestra luz serena.
La luz serena vuestra y beldad pura,
que sola en vos eterna resplandece;
el tierno acogimiento y la dulzura;
do espira, y en mi alma el Amor crece,
así me desvanecen la ventura;
que se pierde en el bien, que no merece.
porque es la mayor gloria, que se alcanza,
padecer, en mi mal, sin esperanza.
Tan encogido estuvo mi deseo;
que aun del dolor no pretendió memoria,
nunca se aventuró mi devaneo,
y puse siempre en el temor mi gloria.
amando me contento, y no deseo
esto de vos, y pierdo esta victoria,
si se puede decir; que la ha perdido,
quien ama tan cortés y comedido.
Volved la alegre Luz de vuestros ojos,
y afijad en los míos su belleza;
porque renueve en ella los despojos,
y afine la alma de esta vil corteza.
no querría más bien de mis enojos;
que publicarse en toda la grandeza,
que el cielo ve; que tuve sufrimiento
igual a mi osadía y mi tormento.
Después que ya no pudo estar cubierto
el dolor, en que vivo de mí extraño;
y Amor me hizo osado al descubierto,
lo menos de mi afrenta fue y mi daño,
lo mucho, que sabéis; que el riesgo cierto;
que paso en mi temor y usado engaño,
ni se puede decir; como se siente,
ni sentirse de pecho diferente.
Solo espero en dolor tan inhumano,
que conozcáis; que sin algún reposo
lo sufro, y estoy siempre más ufano,
cuando en mi afán, me hallo más penoso.
si mereciese yo de Amor tirano
este bien, en mis lástimas dichoso,
podría ya cuidar; que en vos no prende
menos el vivo fuego, que me enciende.
No cabe en la fortuna humilde mía
tanto bien, sobra haber de vos oído;
que no vos desagrada mi osadía,
y place ver en este error perdido.
el grande amor medroso desconfía,
el pequeño contino es atrevido.
quien ama poco, espere mucho, pero
yo, que amo mucho, poco bien espero.

SESTINA IV

Dejo la más florida planta de oro,
y lloro ausente y solo aquella Lumbre;
que sigo, y siento el pecho arder en fuego.
mas el estrecho lazo de la mano
me alienta, y la dulzura de la boca;
que puede regalar la intensa nieve.
Yo recelé la fuerza de la nieve;
cuando no pude ver el árbol de oro,
y perdí las palabras de su boca.
pero volvió al partir la alegre lumbre;
y con el blanco hielo de la mano
todo me destempló en ardiente fuego.
Ardió conmigo junto en dulce fuego;
y el rigor desató de fría nieve,
y el corazón me puso de su mano
en la mía; y tendió los ramos de oro,
y, vibrando en mis ojos con su lumbre,
ambrosía y néctar espiró en su boca.
Si oyese el blando acento de su boca,
y fuese de mi pecho al suyo el fuego;
que procedió a mi alma de su lumbre,
yo jamás temería ingrata nieve;
y, cogiendo las tersas hojas de oro,
crinaría mi frente con su mano.
Mas ya me hallo lejos de la mano;
y no escucho el sonido de su boca;
ni veo la raíz luciente de oro;
y no me abraso todo y vuelvo en fuego?
pues crece siempre en mi dolor la nieve,
y no ofenden mis lástimas mi Lumbre,
Abre, dulce suave, clara Lumbre,
las nieblas; y mitiga con tu mano
mi sed; y la dureza de tu nieve
desencoge y resuelve; pues tu boca
fue la última causa de mi fuego,
y contigo me enreda al tronco de oro.
Yo espero ya Flor de oro y pura Lumbre
tocar la tierna mano; y vuestra boca
que deshiele en mi fuego vuestra nieve.

ELEGIA VII

La llama, que destruye el pecho mío;
y consume cruel en fuego eterno,
se alienta en el rigor de vuestro frío.
Qué nieve, que engendró Sitonio invierno,
basta contra su fuerza? qué dureza
cerca ese corazón medroso y tierno?
De mi encendido Etna la braveza
no puede regalar el tardo hielo
de vuestra blanda y áspera belleza.
Aunque de la herviente Libia el cielo
con intensos ardores abrasase,
y siempre el rojo Sirio nuestro suelo;
Y aunque las llamas todas exhalase
de su ahumada cumbre Tifoeo,
y con guerra al Olimpo fatigase;
Con mi dolor, con mi denuesto creo,
que no podrán romper el hielo vuestro,
ni el incendio podrá de mi deseo.
Favoreció al ardor el Amor diestro;
que le dio vida luenga en mis entrañas,
y fui yo mismo en mi pasión maestro.
Aquí tienen principio sus hazañas
en la tibieza vuestra y en mi llama
con gloria en el suceso y pena extrañas.
Hiélase en vos Amor, en mí se inflama,
la pena que me dais, tengo por gloria.
vuestro desdén me aparta, amor me llama.
Gran valor y gran honra es la victoria
de un vencido, y soberbios los despojos
de un desdichado amante y sin memoria.
Conocí yo el poder de vuestros ojos,
rendíme , y sujeté mi libre cuello
con aquejada cuita a mis enojos.
Tejióme en bellos lazos el cabello;
que excede al oro Arabio, la cadena;
que el mal me causa, y fuerza a sostenello.
La boca, en que el alado Niño suena
con armonía alegre y risa honesta,
el furor acrecienta de mi pena.
Grave error, grave culpa mía es esta;
pues admito recelo en mi tormento,
y a mi osadía miedo vil molesta.
Porque mi aventurado pensamiento
halla bienes de amor, jamás pensados,
y regalos de tierno sentimiento.
Ay los favores casi a fuerza dados;
la habla; la dulzura; y el consuelo;
que dan tarde los ojos recatados.
Trasportado me tienen en el cielo,
y ledo en su memoria el bien contemplo;
que igual no estrenó amante en mortal velo.
Yo sé, que muero ya, y que soy ejemplo,
aunque ofrecido al mal de mi cuidado,
de venturoso amor en alto templo.
Solo estoy de un afán desconhortado;
que del fuego, que sufro, una centella
no entra en vuestro corazón helado.
Si Amor permite, que esa luz, mi bella
llama, vibre sus rayos en mi vista,
y que el ardor presente lleve en ella;
sé, que no habrá tormento, que resista
mi gloria, y cuido ufano, que el trofeo
alzaré vencedor en mi conquista.
Que la divina fuerza, que en vos veo,
podría desatar la nieve fría,
y el hielo envejecido del Rifeo.
Gloriosa, serena Estrella mía,
relucid en el fuego; que consiento,
y dad nuevo vigor a mi osadía.
Que a vuestra alteza ínclita presento
mi dolor; mi cuidado; el daño cierto,
y el blando y lastimoso sentimiento.
Los suspiros fogosos, que yo vierto,
darán fe de mis males, y admirada
enterneced tal vez el pecho yerto.
Sois vos mi Estrella sola venerada
de la alma, que vos honra, con firmeza,
aunque no agradecida, no mudada.
Yo procuro hacer vuestra belleza
perpetua, con osado y noble canto;
que en el tiempo asegure su grandeza.
Aliento me da Amor, con que levanto
la voz, no inferior a eterna Fama;
cubierto de purpúreo y rico manto.
Y en el ardor dichoso de mi llama
se deshará, quien viere el nombre escrito,
el nombre; que en suave amor me inflama.
Tendrá jamás el término prescrito;
porque, como su inmensa hermosura
y su valor, así será infinito.
Cual vuela la paloma blanca y pura,
tal en la gloria, que suspenso honoro,
mi canto volará con voz segura.
Luces bellas; Sortijas crespas de oro;
Mano; en nieve y en púrpura teñida;
dulce Boca; de Amor dulce tesoro;
Gracia; Risa; Armonía nunca oída;
Valor; Ingenio conceded la gloria
a quien por vos de todo el bien se olvida.
Que aunque se debe al cielo esta victoria
mi fe es digna, que sola tal hazaña
celebre, y alce en vuelo su memoria,
por cuanto señorea y vence España.

SONETO LXIIX

De aquella ardiente Luz y ardor luciente,
en quien los ojos abre el Amor ciego;
centellas de suave y blando fuego
vuelan con alas de oro dulcemente,
Unas llegan al orbe, a do presente
Venus estrellas puras forma luego;
que lo ornan más, errando en bello fuego,
que el Héspero hermoso al Occidente.
Mas otras, descendiendo por mi suerte,
para darme valor, al tierno pecho,
lo abrasan, condenado a eterna pena.
Yo pido por envidia de mi muerte;
que en este corazón, de amor deshecho,
todas ponga mi alegre Luz serena.

SONETO LXIX

Suave Filomela, que tu llanto
descubres al sereno y limpio cielo;
si lamentaras tú mi desconsuelo,
o si alcanzara yo tu dulce canto;
Prometer a mi cuita osara tanto;
que esperara al dolor algún consuelo;
y que tal vez moviera tierno celo
los ojos, cuya bella lumbre canto.
Mas tú con puro acento y armonía
tu afrenta y gimes bárbaros despojos,
yo triste mayor daño ausente lloro.
Quiera Amor, que tu voz la pena mía
resuene; o que yo alivie mis enojos,
vuelto en ti, Ruiseñor blando y canoro.

SONETO LXX

Volved, suaves Ojos, la luz pura,
si a esto da lugar vuestra grandeza;
y templad mi dolor; que la dureza
no cabe en vuestra inmensa hermosura.
La soberbia y desdén harán oscura
la mucha claridad de vuestra alteza.
y, no es blasón de singular belleza,
trocar en mal el bien de mi ventura.
Después que Amor dejó, serenos Ojos,
por vos el celeste orbe, el dulce puesto
mejoró alegre en vos, y honró la tierra.
Mirad, o no, mi cuita y mis enojos,
(tal es mi noble afán!) yo estoy dispuesto,
para morir ufano en esta guerra.

SONETO LXXI

El roto lazo había ya del muerto
fuego alegre del cuello sacudido;
mas fue en vano el reposo concedido,
y recreció mayor el desconcierto.
Amor a vuestros ojos trajo cierto
el corazón; y en ellos defendido,
allí encendió su flecha, allí herido
vos entregué mi pecho, al hierro abierto.
En la tibia ceniza resplandece
de vuestra dulce luz centella ardiente,
y su blando calor desata al frío.
Oh cual venganza al justo Rey se ofrece!
porque ya vuestro ardor mi pecho siente,
y siente vuestro pecho el hielo mío.

SONETO LXXII

Amor, para qué vale el sufrimiento
en un pecho enseñado a tanta gloria,
si es, todo lo que guarda la memoria,
causa de afán a la alma y de tormento?
Porque no pierde triste el flaco aliento,
quien perdió, y no en su culpa, la victoria;
y de su dulce bien la alegre historia
vio trocar en eterno sentimiento.
Por qué se esfuerza en vano mi esperanza,
y ajeno en luenga ausencia de mi suerte
me sostiene en dolor y en llanto fiero?
Harto es al que padece en tal mudanza,
poder honrar su vida con la muerte;
que lentamente llega al fin postrero.

ESTANÇAS II

Oíd atenta el son del tierno canto,
hermosa Estrella mía; que yo veo
en vuestra luz la llama, en quien levanto
ardiendo prestas alas al deseo.
por vos venzo el dolor, y rindo el llanto,
y lleno de la gloria, que poseo;
hallo, que en vos mi pena me disculpa,
y en mi dichoso mal estoy sin culpa.
Enciéndeme las venas este fuego,
las junturas y entrañas abrasadas
siento y niervos, y siento correr luego
las llamas por los huesos dilatadas.
mi llanto el ardor tiempla, y, si sosiego,
las centellas resuenan alentadas.
el fuego en la ceniza me revuelve,
y en lágrimas el pecho el Amor vuelve.
Cuando en vos cuido, en alta fantasía
me arrebato, y ausente me presento;
y crece, contemplando, mi alegría,
donde vuestra belleza represento.
las partes, con que siente la alma mía,
enlazada en mortal ayuntamiento;
y recibe en figuras conocidas
al sentido las cosas ofrecidas.
Aunque en honda tiniebla sepultado,
y estoy en silencio oscuro y escondido;
casi en perpetua vela del cuidado
se aduermen, y en el dulce bien perdido
de esta memoria en puro amor formado
se vencen, y allí todo suspendido
el espirtu vos halla, y tanto veo,
cuanto pide y espera mi deseo.
Con la grande igualdad, que en la belleza
vuestra mi alma tiene semejante;
que trasfigure en mí vuestra grandeza
me fuerza, y a mí en vos, y del semblante
suave y luz procede con terneza
a los ojos de vuestro humilde amante
un furor blando, en que me pierdo, y cuanto
la vista alegra, crece el mal y el llanto.
Amor me hiere, y hace, que mi pena
exceda a la que ha sido más terrible.
y sufre, de mi alma hecha ajena,
más dolor, que el que puede ser sufrible,
solo estoy, do se ufana, y se condena,
y estoy, do al tardo cuerpo no es posible.
pero gozo en mi afán de tanta gloria;
que si es fiero, es eterna mi memoria.
Casi sin esperar, mi Luz, vos temo,
y en temor infinito sirvo y amo
con infinito amor, y en tanto extremo
más dudo, cuanto siempre más me inflamo,
y llega mi recelo a lo supremo
del peligro; y tal vez si triste llamo
la esperanza al favor, se me retira,
y lejos de salud mi empresa mira.
Peno, y por vos estoy sin esperanza,
y menos me debiera, si aplacara
la fuerza del tormento en confianza;
pues por mi bien honrándome penara,
y no por el valor, que la alma alcanza.
y esta suerte de mal dichosa y rara
me obliga a presumir en mi cuidado,
ajeno de remedio y olvidado.
Tengo esperanza de más pena, y tengo
por ella alguna cuenta, de esta vida;
que aborrezco, y la cuita, que sostengo,
menos, cuanto es mas áspera, es temida.
desamo el bien, y en el dolor me vengo
de la engañada libertad perdida,
y de mí; que temía, simple y vano,
la gloria de morir a vuestra mano.
No tengo de vos bien, sino el cuidado,
que siente el corazón; y es mejor parte
esto del don más noble y estimado;
que vuestra incierta piedad reparte.
tan secreto lo encubro y tan guardado;
que jamás daré del alguna parte;
que solo nací yo, para tenello,
y él, para darme muerte en merecello.
No esperé yo algún bien, cuando mis ojos
vos dieron de mi alma la victoria;
los males esperé de mis despojos,
y ellos aplacen tanto a mi memoria,
que ya no trocaré de mis enojos
el menor por el bien de mayor gloria;
que no venga de vos, y en ellos vivo
tan hecho, que al descanso estoy esquivo.
Procuro, si el dolor ya nunca muere;
que nazca más dolor de vuestra mano;
porque me esfuerce con razón, y espere
ser digno del tormento soberano.
y Amor jamás podrá, que desespere,
quien ve, que su sandez no salió en vano;
no para confiar de bien alguno;
sino para otro mal mas importuno.
Solo mi bien, mi galardón crecido
es, que cuidéis; que aunque por vos yo peno
haciendo lo que debo, en lo servido
de esperanza de premio estoy ajeno;
que en admitir mi pena, agradecido
queda, cuanto en mis males hay de bueno,
y no que vos lo agradezcáis, Luz mía;
que no se inclina a tanto mi osadía.
Deuda es esta de amor, que siempre hago.
si la compenso, gloria no merezco,
pena si, con la cual no satisfago;
si el tormento huyere, a que me ofrezco.
bien conozco esta culpa, y no la pago
por su valor, en cuanto mal padezco.
a perder de tal suerte me aventuro;
que en la vida la muerte me aseguro.
El premio, que se guarda a la fe mía,
en fin de mis trabajos y mi engaño,
es quedar con más fuerza y agonía
otro para pasar cruel y extraño.
amenázame un mal, y se desvía,
para otro nuevo mal y nuevo daño.
el que viene más fiero, no me mata;
porque de otro mayor se desbarata.
Ausente en soledad me huelgo tanto,
por el mal, que me causa mi tristeza;
que es mi gloria en la fuerza de mi llanto,
atender solo a él y a su dureza.
las horas, que pasé, y el tiempo canto
del bien perdido, y puesto en su aspereza,
pienso lo que ya fui, y en ello espero
que, en lo que soy ahora, desespero.
Si vos puede acordar alguna muestra
de esa inmensa belleza esclarecida;
dadle toda la culpa, y será vuestra
la osadía, a mi alma consentida.
sea, si sufrís vos, la culpa nuestra,
sea la pena sola de mi vida;
que mi fe del error, que ufano intento,
me asegura en mis miedos y tormento.
Aquiste piedad tan corta y justa
sola mi voluntad, por quien soy vuestro;
que será presunción y saña injusta,
si no dais al amor el error nuestro.
y si vuestro desdén airado gusta
de mi muerte, bañad el brazo diestro
con hierro agudo en sangre de mi pecho,
que yo estimaré alegre el daño hecho.
Haced, cuanto vos place, y vos enseña
la ingrata condición y suerte altiva;
que mis despojos conocer desdeña,
terrible a mi pasión, y siempre esquiva;
que aunque estéis mas instable y zahareña,
de tal parte mi lastima deriva;
que ni volver podrá rigor, ni pena
mi voluntad de vos un punto ajena.
Si compasión vos mueve al dolor mío,
por el bien, donde ledo me vi puesto,
sea, no por el mal, en quien porfío;
pues de mi grado me es y fue molesto.
mirad, cuanto en mis ansias me confío;
que no salir de sujeción protesto.
y si cuido, que en esto vos obligo;
sedme vos y Amor siempre mi enemigo.
Cuánto me sois en deuda, si he temido
nunca en difícil trance la mudanza!
mas qué mal contrastar al atrevido
pecho puede; que honráis con la esperanza?
si, en peligrosas ondas sacudido,
temí, desesperado de bonanza,
vuestro favor me falte; que el cuidado
ni ausente recelé, ni desdeñado.
Si, en honra de mi pena, vos agrada,
permitid cortésmente mi osadía;
volved con luz serena y regalada
los ojos; que me tornan la alegría;
porque en mortal trabajo desmayada
no acabéis esta ufana suerte mía.
pero sino sufrís mi mucha gloria,
y entregáis al olvido mi memoria?
Aunque no lo merezca el pensamiento,
siempre a vuestros deseos enseñado;
pues buscáis dura y áspera el tormento;
y última afrenta al corazón cansado;
porque nunca me duela el sentimiento,
quejoso de no haberos agradado;
mis males pido solos y mi engaño,
y vos quedad contenta con mi daño.

ELEGIA IIX

El Sol del alto cerco descendía,
y el paso lentamente apresuraba;
y no expiraba la aura mansa y fría;
Cuando, suspenso el curso, con que lava
el sacro muro, honor de Hesperia fama,
Betis la frente ovosa triste alzaba.
No viendo la cruel, por quien derrama
mil suspiros lloroso, en voz ajena
dijo, ardiendo de amor en fiera llama.
Adónde estás? escucha de mi pena
la fuerza, que en tu ausencia reverdece;
y a mayor mal me obliga y me condena.
Ven, Ninfa, adonde el Ciclamor florece;
que en la entrepuesta hiedra está sombrío;
y do, al Timble igualando, el pobo crece.
Que todo, cuanto abraza este gran río,
es mío, y será tuyo, si tú vienes.
ven; oh ven Galatea al llanto mío.
Qué tardas? por qué, ingrata, te detienes?
no canses mi esperanza, que afligida
penando en confusión y en miedo tienes.
Una guirnalda guardo retejida
de siempre ardientes rosas, blancas flores,
y de violas blandas esparcida;
Que enlazada en tu frente con olores,
que cría el Oriente fortunado,
encenderás los Sátiros de amores.
Cubrirá de ostro Asirio un estimado
y rico manto el cuerpo bello y puro,
envidia de las Naides y cuidado.
Consagraré a tu nombre un bosque oscuro,
con empinados árboles tendido;
que nunca ose cortar el hierro duro.
Mas esto, Galatea, si rendido
no ha tu altivo corazón, yo quiero
prometer otro don mas escogido.
Las torres, que el Tebano alzó primero,
mira, a quien la cerúlea y alta frente
y el curso inclina el mar de Atlante fiero;
Do vibra la asta Marte; que caliente
bañó en la sangre Maura, y, llena de ira,
pone a la Aurora el yugo y Occidente;
Donde valor, virtud el cielo inspira;
la grandeza; el imperio glorioso;
y felice fortuna siempre aspira.
En estos dará Febo poderoso
a sublimes espirtus noble aliento
con industria y cuidado generoso.
Habrá, quien cante humilde su tormento;
quien belígero horror y aguda espada;
y quien el dulce y rústico lamento.
Que aunque tú de pastores celebrada
seas en Aretusa y Mincio frío,
y del lascivo Sulmonés cantada;
Si atiendes a su alegre desvarío;
te agradará, en mis brazos blandamente,
su canto, que suspira el dolor mío.
Ven pues, ven, Galatea; que el ardiente
calor a estas mis ondas te convida,
templadas con el Céfiro presente.
Y en la secreta Urna y escondida
trataremos de amor suave y blando,
sin nunca desear más dulce vida.
Cantando yo, tú ayudarás sonando,
y la zampoña y canto confundido
con lazo estrecho al fin irá cesando.
Dichoso yo, si, alcanzo, lo que pido;
que si lo alcanzaré, pues tu deseo
no aborrece los juegos de Cupido.
Aunque la Siracusia Ninfa Alfeo
busque; y con Ilia el Tebro venturoso;
y esté con Tiro el hórrido Enipeo;
Ensalzaré yo el curso espacioso
con puras ondas, esmaltado y lleno
de esmeraldas el suelo deleitoso.
Y el vaso de Cristal y claro seno
coronaré con oro y perlas bellas,
la aura esparciendo espíritu sereno.
Infundirán propicias tus estrellas
virtud al campo alegre y flor hermosa.
y, arderé, yo inflamado en sus centellas.
Qué lira habrá, qué cítara llorosa,
que no se rinda humilde y dé la gloria?
qué silvestre zampoña y amorosa?
Será eterna y sagrada tu memoria,
en cuanto ciña el mar, y Cintio vea;
pues das al amor mío esta victoria,
mi dulce, bella, amada Galatea.

SONETO LXXIII

La Luz serena mía; el oro ardiente,
en mil cercos lucientes dividido;
y en dulce nieve y púrpura teñido,
Casa, el color suave de la frente;
Canto, y, como el ingrato Amor consiente
ciego en su esplendor bello, estoy herido,
y oscurezco sus glorias, ofendido
de tanto bien con lira y voz doliente.
Oso, y aunque el deseo me levante,
el peso es grande, y culpa mi osadía;
quien amara el peligro de mi pena.
Mas el cielo cansó al soberbio Atlante;
y no es mayor su empresa que la mía,
pero si el vano error, que me condena.

SONETO LXXIV

Cuando el dolor desmaya al sufrimiento,
estoy de todo bien desamparado;
y sacudir del cuello quebrantado
pruebo el yugo inmortal de mi tormento.
Mas viendo el oro terso suelto al viento;
o entre sortijas bellas enlazado;
vuelvo alegre de nuevo a mi cuidado.
tan dulce me es por él el mal, que siento!
Al ardiente crispar de dulces ojos,
del tierno y puro Amor hermosa llama,
descubro sin temor el pecho abierto.
Mal puedo yo negalle mis despojos;
si blanda enciende, y áspera me inflama;
y con el mal y el bien me tiene incierto.

SONETO LXXV

Ahora, que cubrió de blanco hielo
el oro la hermosa Aurora mía;
blanco es el puro Sol, y blanco el día,
y blanco el color lúcido del cielo.
Blancas todas tus viras; que recelo,
es blanco el arco y rayos de alegría,
Amor; con que me hieres a porfía,
blanco tu ardiente fuego y frío hielo.
Mas qué puedo esperar de esta blancura;
pues tiene en blanca nieve el pecho tierno
contra mi fiera llama defendido?
Oh Beldad sin amor! oh mi Ventura!
que abrasado en vigor de fuego eterno,
muero en un blanco hielo convertido.

SONETO LXXVI

Por estrecho camino, al Sol abierto,
de espinas y de abrojos mal sembrado,
el tardo paso muevo; y voy cansado,
ado cierra la vuelta el mar incierto.
Silencio triste habita este desierto;
y el mal, que hay, me importa ser callado.
cuando acaballo cuido, acrecentado
veo el sendero, y veo el daño cierto.
A un lado empina yerto inmensa cumbre
el monte hórrido, opuesto al alto cielo,
corta un despeñadero la otra parte.
Crecer la sombra, y anublar la lumbre
siento, y no hallo solo en mi recelo,
ado pueda valerme , alguna parte.

SONETO LXXVII

Temiendo tu valor, tu ardiente espada,
sublime Carlo, el bárbaro Africano;
y el espantoso a todos Otomano
la altiva frente inclina quebrantada.
Italia, en propia sangre sepultada;
el invencible, el áspero Germano,
y del Francés osado el pecho ufano
al yugo rinde la cerviz cansada.
Alce España los arcos en memoria,
y en columnas a una y otra parte
despojos y coronas de victoria;
Que ya en la tierra y mar no queda parte;
que no sea trofeo de tu gloria,
ni resta mas honor al fiero Marte.

SONETO LXXIIX

Si algo puedo cuidar, que vos ofenda;
muera en ausencia vuestra perseguido;
y, en ciego engaño y confusión perdido,
a remediar mi daño nunca atienda;
Y jamás la esperanza me defienda
de ese injusto desdén y tibio olvido;
y, cuando más me importe ser oído,
tarde la voz de mi dolor se entienda.
Pero si no da entrada el pensamiento
a cosa; que no sea vuestra gloria,
y de cuanto es ajeno se desvía;
Por qué negáis, ingrata a mi tormento,
que se ufane mi mal con la memoria
de ser la causa vos, Estrella mía?

CANCION III

Desnuda el campo y valle el yerto invierno,
y empaña en torno al cielo desvelado
negra faz de enemiga, oscura niebla;
y el sereno esplendor del Sol eterno
se confunde en una hórrida tiniebla;
y, rendido a mis lástimas, cuitado,
miro el mísero estado;
que mi gloria enflaquece y confianza,
cobrando siempre fuerzas la olvidanza.
y la Luz, que en mi bien resplandecía,
asombró con mudanza
en triste noche al fin mi alegre día.
Esclarece en el último Occidente
el cielo, y los colores matizando,
baña y orna la tierra de su lumbre.
su claridad la hierba y la flor siente,
y el árbol; que corona su alta cumbre;
mas yo, mezquino, mi dolor llorando,
voy en vano lamentando.
y la Luz, que mostraba su grandeza;
y me cubría de inmortal belleza,
cerrada nube ofusca, y de mis ojos
la roba con presteza,
y mi llanto acrecienta y mis enojos.
Con instable fulgor y rayos de oro
Cintia entre sombras altas aparece,
y lleva el dulce amante a su cuidado;
a quien, para gozar de su tesoro,
la sazón y la suerte favorece.
yo laso, que me veo mal tratado.
solo y desconfiado
sin mi Lumbre en desierta noche y fría,
qué traza seguiré? qué cierta guía?
quién podrá en esta niebla aborrecida
adestrarme a la vía;
que escogí de mi bien, tan mal perdida?
Va el piélago surcando presurosa
la nave, enderezada de la estrella;
que gobierna su curso, y sin recelo
sufre la ira del Ponto procelosa;
que con terror descarga toda en ella.
yo, en quien su saña toda vierte el cielo,
el hondo mar del celo
abro con frágil pino, y la Luz clara
veo anublarse y esconderse avara;
ondas gemir; subir el golfo en alto;
y cuan poco repara
mi vida de la muerte el duro asalto.
En el horror nocturno brama airado,
y quebranta los árboles el viento,
hasta que muestra el día luz alguna;
que retarda su ímpetu indignado,
y espira deleitoso un blando aliento.
mas en mi oscuridad y en mi fortuna
una sombra importuna
crece, encubriendo el lustre de la Aurora,
y su imagen los astros descolora.
estruendo es todo, es ira, es furia horrible,
y al enfermo; que llora
su mal, es el remedio ya imposible.
Al dulce ardor primero y pura llama
las aves cantan ledas, y el rocío
las flores cerca de esplendor luciente;
que tiembla entre las perlas, que derrama,
y alegra el campo un aire tierno y frío;
y cuando mi Luz sale, el mal presente
lloro, y de humor caliente
el suelo con mis mustios ojos baño,
y no descanso con llorar mi daño;
que mi dolor no admite algún consuelo.
solo este desengaño
del mal tengo en mi acerbo desconsuelo.

SONETO LXXIX

Cuando el fiero Tirano de Oriente
la afrenta, que sufrió, con osadía
se aventura a pagar, y, España mía,
contrastas con valor su saña ardiente;
Amor se esfuerza en mi pasión doliente,
y finge, y me presenta una alegría
vana; para que sienta en mi porfía,
del bien cayendo, el mal más duramente.
Yo cuido defenderme en mejor suerte;
y resistir sin miedo el duro asalto;
y descansar seguro en mi sosiego.
Cuando importa mostrar el pecho fuerte,
me pierdo, y hallo de valor más falto;
y rindo el corazón al hierro y fuego.

SONETO LXXX

El Sátiro, que el fuego vio primero,
en su alegre esplendor embebecido,
llegó a tocar; y conoció encendido,
que era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.
Yo, que la luz vi mísero, en quien muero,
vuelto llama, engañado, y ofrecido
a mi dolor, no en llanto convertido
cuidé triste acabar, como ya espero.
Belleza y claridad, nunca antes vista,
dieron principio al mal de mi deseo,
dura pena y afán a un rudo pecho.
Padezco el dulce engaño de la vista;
mas pues me pierdo al fin con cuanto veo,
cómo todo ceniza, no estoy hecho?

SONETO LXXXI

Alcé la vista acaso, descuidado
de mi futuro afán y cierta pena,
destejida del cuello la cadena;
que me trajo en mil males enredado;
Y queriendo mirar (ay duro hado)
el puro ardor de aquella Luz serena,
en quien Amor me inflama y me condena;
y con sus flechas vibra el arco armado;
Sus ojos en los míos encontraron,
y con la fuerza de su fuego el pecho
sintió la aguda vira en las entrañas.
Que no livianamente me abrasaron,
y el golpe fiero descendió derecho
a mostrar en mi alma sus hazañas.

SONETO LXXXII

Eustacio, yo seguí al Amor tirano,
esperando en su fe por dolor mío;
que al intenso rigor y ardiente estío
prometido descanso busqué en vano.
Veo, y se me desliza de la mano
la ocasión, y aunque en este invierno frío
inundo en luengo llanto el hondo río;
siento crecer el mal más inhumano.
Vos, a quien Febo dio la dulce lira,
y la arte gloriosa de Melampo,
remediad la pasión de un vuestro amigo.
Que la poción de aquella; que suspira
por su cruel belleza el Frigio campo,
tal vez podrá tener valor conmigo.

ELEGIA IX

Rubio Febo y crinado, que escondido
en el ondoso seno de Occidente,
dejas el cielo en torno oscurecido;
Si en las rosadas puertas de Oriente
rielaren tus puros rayos y oro
con ardor de luz nueva y roja frente,
Desvanezca el fulgor de tu tesoro;
que hoy vi los ojos, do perdí herida
mi alma en la beldad, que amando adoro.
Ya pasó mi dolor, ya sé, qué es vida.
ya puedo esperar bien en mi tormento,
sin recelar mi muerte aborrecida.
Verás de tu sublime y rico asiento
la trenza; en que mi afán se enreda y crece,
suelta el tierno espirar del manso viento;
Las luces; do rendido Amor se ofrece,
el semblante; que en púrpura y en nieve
dulcemente mezclado, resplandece.
Pero sea, Titán, la vista breve;
que si tu llama en ella se detiene,
hará, que en ti la suya el Niño pruebe.
Clarar la tierra y polo te conviene,
y no, ciego de aquella Luz hermosa,
que en medrosa tiniebla te condene.
Solamente a mi alma venturosa
el amor concedió de su belleza,
y la vida y la muerte gloriosa.
Sienta el Persa animoso mi riqueza;
quien del Rin bebe osado la corriente;
y del Vístula admira la grandeza;
Mi gloria a la primera incierta fuente
del Fario Nilo, imitador del cielo,
y corra a la apartada, inculta gente.
Pues entre cuantos ciñe el mortal velo;
dende el curso de Ganges resonante,
hasta el dichoso nuestro Hesperio suelo,
Yo he sido el más felice y cierto amante,
y mi Luz entre todas la más bella,
aunque el Troyano incendio Homero cante.
No ilustra al giro excelso alguna estrella;
o corone a la esposa de Perseo,
o a quien de ti, Teseo, se querella,
Igual a esta mi Luz; que alegre veo
vibrar suaves rayos a mis ojos,
y contiende en el mío su deseo.
Que de mi luengo afán, de mis enojos
repuso la ocasión, y abrió camino
fácil entre el horror de los abrojos.
Mi alma siente ya el ardor divino
con dulzura amorosa, y renovado
el regalo, y sin fuerza el mal indigno.
Vi su belleza inmensa, y vi alterado;
que el ánimo el placer me confundía,
y la voz me dejó desamparado.
Llegó mi bien, y vi con alegría
de favor blando el pecho enriquecido;
y escuché el tierno acento y armonía.
Si del cielo me fuera concedido
levantar en grandeza el nombre mío
con diadema y cetro esclarecido;
Y al Indo ardiente, y al Bisalta frío;
sujeto a mi poder, y al fiero viera;
que riega del Danubio el grande río,
Sin esta Luz serena, por quien diera
la vida; si Amor sufre tanta gloria,
el imperio y tiara no quisiera.
Que más deseo solo y sin memoria
estar humilde en pobre apartamiento,
cantando de mi bien la ufana historia.
Que con ella viviera más contento,
y sé bien, que alcanzara con su lumbre
gloria al dolor y grave mal; que siento,
y a mi nombre lugar en alta cumbre.

SONETO LXXXIII

Si la fuerza, que ponen y cuidado
en mi dolor las lágrimas; pusiera
la voz de mi doliente suerte, fuera
el dulce son y llanto bien gastado.
Que el pecho ingrato vuestro al fin trocado.
con piedad y lástima se viera;
y a mi estrecha esperanza no ofendiera
desdén tibio, ira injusta de mi hado.
Mas cuido, que si el mísero lamento,
para gemir mi mal, y el nuevo canto;
que me enseña el Amor, me ofrece el cielo;
Que, cual Áspide sorda al tierno acento,
negara al corazón, que temo tanto,
que ablande su rigor, vuestro impío celo.

SONETO LXXXIV

Esta desnuda playa, esta llanura
de astas y rotas armas mal sembrada,
do acabó al vencedor la Ibera espada,
es de España sangrienta sepultura.
Mostró virtud su precio y la ventura
negó el suceso, y dio a la Muerte entrada;
que rehuyó dudosa y admirada
del heroico valor la suerte oscura.
Venció Otomano al Español ya muerto,
antes del muerto el vivo fue vencido,
y Hesperia llora y Grecia la victoria,
Pero será testigo este desierto;
que si cayó, muriendo no rendido,
Tracia le rinde y Asia nombre y gloria.

SONETO LXXXV

Duro el pecho, y fue grande el sufrimiento;
que enceló la crudeza de esta llaga.
mas bien no sé (mezquino) ya, que haga
en el dolor esquivo, que consiento.
Oso, y fallece el ánimo al tormento,
de mi arrojado intento justa paga.
pero, aunque más la pena me deshaga,
acabará en silencio el sentimiento.
Tan grave el golpe fue, que el fiero arquero
de las purpúreas alas quedó ufano,
viéndome atravesado las entrañas.
Temblé al furor, que trajo, y gemí, empero
después (oh simple yo!) alabé la mano
ocasión de estas ásperas hazañas.

SONETO LXXXVI

Aura suave y mansa de Occidente,
que con el tierno soplo y blando frío
halagaste el ardor del pecho mío,
qué espíritu te mueve vehemente?
Ni Euro espira, ni suena el Austro ardiente
en el furor desierto del estío;
y tú secas, cruel, el prado y río,
cual al suelo Africano el Sol caliente.
Mas ay, tú te encendiste en mi Luz bella,
y, envidiando el bien de mi ventura,
las flores y ondas abrasaste luego.
Cesa Aura, no me enciendas más, que en ella
ardo y me abraso siempre en llama pura.
no acrecientes mas fuego a mi gran fuego.

SONETO LXXXVII

Si deseáis, que muera a vuestra mano;
por qué dais vida a un corazón abierto?
es crueldad vengar en cuerpo muerto
culpa, si la hay, de un simple error liviano.
Si con saña buscáis de amor tirano
dolor eterno a un mísero desierto;
por qué hacéis, (oh extraño desconcierto!)
que mengue y mi pasión fallezca en vano?
Poco es esto, si debo yo, Luz mía,
que mis entrañas corte el hierro y parta;
y me acabe el desdén; que el mal me ha hecho.
Mas que mis esperanzas y alegría
rompa, quien tanto bien, cruel, me aparta,
cómo sufre y no estalla un tierno pecho?

CANCION IV

Desciende de la cumbre de Parnaso,
cantando dulcemente en noble lira,
oh tú, de eterna juventud, Talía;
y nuevo aliento al corazón me inspira
aquí, donde el torcido y luengo paso
Betis al hondo mar corriente envía;
porque de la voz mía
suene el canto; y florezca la memoria
hasta el término rojo de Oriente,
y do al Númida ardiente
abrasa Hiperión; y en alta gloria
el nombre de la insigne, Hesperia planta;
que de Córdoba y Cerda se levanta,
aquiste honor; y al Céfiro templado
ensalce este Lucero venerado.
Los despojos; y, en árboles alzados,
los insignes trofeos; el sangriento
conflicto del feroz, dudoso Marte;
las enseñas; que mueve en torno el viento;
los presos; y los Reinos conquistados
con segura prudencia, esfuerzo y arte;
que dieron tanta parte
de la rota y herida y muerta Francia
al que fue prez y honor del orbe Hispano;
que al soberbio Otomano
quebró en Ionias ondas la arrogancia,
y en la Ausonia adquirió el heroico nombre
con más valor; que cabe en mortal hombre,
con alas de victoria al fin levantan
las victorias; que Europa y Asia cantan.
El ánimo del nieto esclarecido,
conforme en hechos ínclitos y en fama;
que trajo al yugo al Galo quebrantado,
cual del luciente Febo ardiente llama;
que deshace al nublado oscurecido,
tal parece, de luz y honor cercado,
puesto en sublime grado,
mezclando al blando Cintio y a Belona;
y de lauro y de hiedra floreciente
en su sagrada frente
doblada ciñe y orna la corona.
pero alabar su pecho generoso
conviene a un grande espíritu dichoso.
mas qué? si canto yo la soberana
Francisca, al uno nieta, al otro hermana.
Oh alma, enriquecida de honra y gloria,
de grandeza real excelsa muestra,
a quien más favorable aspira el cielo;
y sus bienes rendir con larga diestra
se esfuerza, y cansa en vos nuestra memoria;
que igual no ve el fulgor Cirreo, el nuestro
reino Tartesio al vuestro
nombre consagra humilde un claro templo
de excelente valor, virtud ardiente,
cual en la edad ausente
Acaya dedicó por noble ejemplo
a la armada doncella; que sin madre
salió de la alta frente de su padre.
que mucho, que este precio vuestro sea,
si a vos cede la virgen Atenea?
De vos procede, oh sola Luz de España,
el heroico valor; que mi deseo
inflama en nuevo ardor y glorioso.
ya inferior a mí la tierra veo,
veo el ondoso Ponto; que la baña,
cortando el giro aéreo, luminoso;
y veo en el hermoso
Sol, do vuestras virtudes resplandecen,
cuanta abundancia el cielo en sí contiene;
que vos guarda y sostiene,
y el número de gracias, que en vos crecen.
y en vuestra claridad contemplo atento
seso; ingenio, inmortal merecimiento;
y hallo alegre en vuestra lumbre pura
rayos de aquella inmensa hermosura.
Como el vigor de Apolo a la ancha tierra
ilustra, y junto enciende, y enriquece,
haciendo el valle fértil, ledo el prado;
que con mil varios dones reflorece,
y el paso a la sazón estéril cierra;
tiene así esplendor aventajado
nuestro ingenio alumbrado;
y, produce, esparciendo su riqueza,
el fruto del espíritu divino
con valor peregrino;
y ensalza las hazañas y grandeza
con alta voz y con eterna lira;
y tanto en vos alcanza, que se admira;
porque ve el cielo en vos, y el suelo ufano
con tanto bien; que sobra al ser humano.
Todo cuanto al terrestre cuerpo alienta,
de la celeste fuerza deducido,
se halla en vos casi en igual efecto.
de vos el fijo globo, y el tendido
humor, y el vago cerco se sustenta,
y el ardor de las llamas inquieto.
que con vigor secreto
a tierra y agua, al aire, y puro fuego,
cual etérea virtud y las estrellas,
son vuestras obras bellas
la tierra, la agua, el aire, el puro fuego.
oh glorioso Cielo en nuestro suelo,
oh suelo glorioso con tal cielo,
quién podrá celebrar vuestra nobleza?
quién osará alabar vuestra belleza?
Vuestro valor excede soberano
al más claro y excelso entendimiento,
y ciega vuestra luz resplandeciente
los ojos del humano sentimiento.
yo (aunque el osado Amor me da la mano)
temo del hondo Pado la corriente,
y el mar; que dentro siente
del atrevido Joven la caída.
no soy el insolente Salmoneo;
que imitó con deseo
vano del rayo la ira embravecida.
cuanto ve Delio, y cuanto el Polo cubre,
todo en vuestra alabanza se descubre;
y toda se presenta a gloria vuestra
la grande, ingeniosa madre nuestra.

SONETO LXXXIIX

Bello Cerco y ondoso, que, enlazado
en sutil vuelta y varia de ámbar pura,
tenéis mi preso cuello; que aun procura
hallarse más revuelto y anudado;
Si el vigor de ese fuego renovado,
veo, que abrasa (oh bien de mi ventura)
a aquella; que me tiene, ingrata y dura,
ausente, y de mi todo enajenado;
No habrá en el suelo nuestro, ni en el cielo
hebras lucientes de oro terso tales,
ni de amor tan hermosa red y llama.
Ni aun en el cielo habrá, ni habrá en el suelo
despojos de cabello ilustre iguales
honor, oh rica Trenza, de quien ama.

SONETO LXXXIX

Trenzas, que en la serena y limpia frente,
de anillos de oro crespo coronadas,
formáis lucientes vueltas y lazadas;
donde el mayor Vulcano espira ardiente,
El Sol, o que aparezca en Oriente
con las puntas de llamas dilatadas,
o que las junte, de subir cansadas,
se rinde a vuestra luz resplandeciente.
Vos, mis hermosos Cercos, anudado
tenéis mi cuello, y nunca espero el día,
principio a libertad, fin a la pena.
Porque, alegre en el mal de mi cuidado,
de la prisión huir no pienso mía;
ni los lazos romper de esta cadena.

SONETO XC

Aquí, do lloro en ti, fiel Desierto,
y aquejo con mi llanto el son del río,
vi la luz y belleza y amor mío
en la serena noche al cielo abierto.
Esperé entonces vida, espero muerto
sepulcro ahora en este asiento frío,
y en el aliento último; que envío,
perdón humilde haber de quien me ha muerto.
Porque a tanta grandeza y hermosura
fue mi error temerario; y justa pena
la muerte, aunque menor que mis tormentos.
Mas nunca mi memoria será oscura;
que Amor no siempre a olvido me condena,
pues muero osando grandes pensamientos.

SONETO XCI

Alma, que ya en la luz del puro cielo
ardes de santo fuego; a quien suspira
tu ausencia, con suaves ojos mira,
y alienta a levantar el flaco vuelo.
Ceñida en torno tú de rojo velo,
la llama en mi lloroso pecho inspira;
porque sin odio, sin temor, sin ira
desprecie el vano amor y error del suelo.
Lloré yo tu partida, amé tu gloria,
y en tu último dolor creció mi pena;
para seguir contigo el mismo hado.
Si la fe te renueva la memoria;
en esta sombra ven con faz serena
a consolar el corazón cuitado.

SONETO XCII

Justo es, que la cansada, incierta vida,
tiempo tanto sujeta al Amor vano,
desdeñe el rigor impío; y del tirano;
yugo ose alzarse mi cerviz caída.
Perezca la esperanza aborrecida;
el deseo abatido; y mi liviano
intento; que mi bien ya está en mi mano,
ya tengo mi fortuna conocida.
Seguro podré ver la indigna suerte
del mísero amador; el vil denuesto;
el congojoso miedo; el celo frío.
Qué no podrá respecto de mi muerte
hacer que mude el curso al fin propuesto;
tal ejemplo es el grave dolor mío?

ELEGIA X

Dulce y bello Dolor de mi cuidado,
que el corazón, cubierto de esperanza,
en temor tenéis puesto y engañado;
Si en esta de mi bien cruel mudanza
mi triste afán conhorto y sufrimiento,
de fortuna mejor no es confianza.
Hallo dispuesto al mal el sentimiento,
para mostrar la causa de mi pena;
no para pretender merecimiento.
No sufre vuestra inmensa luz serena,
que miren su esplendor aquellos ojos;
que hacen su esperanza de bien llena.
Débense a la belleza mis enojos;
y que se pierda, en cambio, la victoria,
de contar, como vuestros, mis despojos.
No merece la vida, quien la gloria
espera de su amor por bien sufrido;
o quien intenta más que la memoria.
El que pudo llegar a tal partido;
que descubrió una muestra de alegría,
conténtese del bien, con ser perdido.
Venturoso fue el claro y dulce día;
que señaló el favor del bien, ya hecho,
con piedra de Oriente, a la alma mía.
Si no fuera en sazón de tiempo estrecho,
temor había justo de la vida;
que no era en tanta gloria diestro el pecho.
Pero si ser debía, bien perdida
fuera, si feneciera allí, y quedará
recuerdo de mi suerte esclarecida.
El valor del deseo allí gozara,
si desmayado, en vuestros brazos puesto,
tiernamente muriendo descansara.
Mas a mi duro afán y ausencia expuesto,
padezco en soledad, de bien desierto,
y humilde inclino el cuello al yugo impuesto.
Y si, después que ausente fuere muerto,
se buscare la causa de mi daño,
muéstrese en claridad el pecho abierto.
Que en él sin velo y sin error de engaño
escrito el nombre se verá mi Estrella,
vuestro, el favor, que tuve, el día, el año.
Veráse rutilar vuestra luz bella
en él con la suave fuerza ardiente;
y a quien la ve, que abrasa su centella.
Que ya que vos dio el cielo al Occidente,
solo en el pecho mío pertenece
tener lugar debido y excelente.
Ni amaros, ni mirar la luz merece,
el que no rinde a vos los pensamientos
con la primera vista, que se ofrece.
Después que se mudaron mis intentos,
peno, y holgara estar, si más pudiera,
sujeto a nuevos y ásperos tormentos.
No cuido recelar mi suerte fiera,
aunque aparte mis ojos de su lumbre;
que poco duele el hado a quien lo espera.
Estáis, mi Sol sereno, en alta cumbre,
do no puede llegar nuestra bajeza;
y de allí me miráis con mansedumbre.
Mostráis dulces vislumbres de terneza;
para dar a mi pecho algún consuelo,
ocupado de lástima y tristeza.
Mas yo, que no levanto presto el vuelo,
culpa del ser humano a vuestro asiento,
gimo desamparado en este suelo.
Quién me diera las fuerzas al intento
iguales, para alzarme de la tierra;
do solo llegará mi atrevimiento;
Y hecho vencedor en esta guerra,
entrara en los lugares, que deseo;
que la distancia y ocasión los cierra.
Dichoso tú, que al monstruo Meduseo
la soberbia y frente hórrida cortaste;
que en marmóreo rigor trocó a Fineo,
Pues con talares de oro sin contraste
sublime al Oriente y glorioso
por no usado camino traspasaste.
Yo desdichado y triste, que el hermoso
Lucero de mi alma aun con la vista
cercar no puedo ya, ni espero, ni oso.
Si la vida perdiere en tal conquista
de males amorosos, esta pena
hay sola, que a su ímpetu resista.
Desdeñar, de dulzura tierna ajena,
que ofenda a vuestro pecho soberano
la gloria, en que la muerte me condena.
Que no se debe a mi tormento insano
tanto bien; que deshaga con la vida.
mi sufrimiento y mi dolor tirano.
Pero si en esta ausencia aborrecida
del cuidado acercáis la esquiva muerte,
digna de mi esperanza mal perdida;
Pienso, que usáis conmigo en esta suerte
de última piedad en tiempo indigno;
por acortar la pena a mi mal fuerte.
Y acabaráse aquel temor contino
en este caso injusto, y la engañada
opinión del ánimo mezquino.
Mi alma, alegremente aventurada,
volará, triunfando en los despojos
de mi afán y mi ansia no cansada.
En tanto que se aluengan mis enojos,
vos, oh mi Sol hermoso, con terneza
mirad mi cuita y húmedos mis ojos.
Y si el deseo ausente a la belleza
sin igual me llevare en algún día;
volviendo a mí los rayos de esa alteza,
tornadme a la primera suerte mía.

SONETO XCIII

En esta selva hórrida y desierta,
que tiene en temor triste el viento airado;
contemplo, en mis desdichas obstinado,
mi peligroso estado y vida incierta.
Hallo del impío Amor la senda abierta;
que descubrió el principio a mi cuidado.
espacio luengo veo y no tratado,
salud siempre difícil, muerte cierta.
No veo árbol ramoso, ni desnudo;
que no sea mi bella Fiera, y siento
cuajárseme la sangre al pecho fría.
Dichoso, quien su miedo venció, y pudo
contrastar su pasión! mas el tormento,
que sufro, no se rinde a mi porfía.

SONETO XCIV

Luces, en quien su luz el Sol renueva,
y Cupido su llama, y las estrellas
con cuya claridad florecen bellas
con el nocturno horror, con la Alba nueva;
Qué pesar vos destiñe osado, y prueba
desmayar el vigor de esas centellas?
por qué no descubrís con fuerza en ellas
de vuestro puro fuego alguna prueba?
Así podrá con llanto, dulces Ojos,
turbar vuestro esplendor oscuro velo,
cual nube rara al vivo ardor de Apolo.
Después que al dolor dais estos despojos,
de luto cubre Amor su faz, y el cielo
confuso yace en triste sombra y solo.

SONETO XCV

Quejoso ya del tiempo mal perdido,
las armas, con que al dulce Rey tirano
ofrecido seguí, esperando en vano,
pongo, de mis deseos ofendido.
Basta en mi tierna edad haber crecido
Amor; que en mí cansó su diestra mano.
consejo me parece ya bien sano;
desviarme del curso proseguido.
Bien puedo, y tengo fuerzas y osadía,
y valgo a contrastar su gran dureza;
y negar de mis males la victoria.
Mas no sufre el cruel, que en la alma mía
mi Luz no me presente su belleza;
y así me aflige y vence la memoria.

SONETO XCVI

Suspiro, y pruebo ya con voz doliente;
que en sus cuitas expire la alma mía,
crece el suspiro en vano y mi agonía,
y el mal renueva siempre su accidente.
Las peñas, en que solo peno ausente,
rompe mi suspirar en noche y día;
y no toca (oh dolor de mi porfía?)
a quien estos suspiros no consiente.
Suspirando no muero, y no deshago.
parte de mi pasión, mas vuelvo al llanto;
y, cesando las lágrimas, suspiro.
Esfuerza Amor el suspirar, que hago,
y como el Cisne acaba en dulce canto;
así pierdo la vida en el suspiro.

SONETO XCVII

El tiempo, que se aluenga al mal extraño,
y mis pasos me muestra bien contados;
si término pusiese a mis cuidados,
sería a mi esperanza desengaño.
Que el oro, que me enlaza en nuevo engaño,
los ojos dulcemente regalados,
sin vigor a mis años mal gastados
el remedio serían de su daño.
Pero si en él se aumenta el dolor mío;
si el cabello y las luces inmortales,
son, y eterno el valor de heroico intento,
Será de amor perpetuo el desvarío;
y en los, que al fin parecen, grandes males
renacerá contino mi tormento.

SONETO XCIIX

Sola, y en alto mar, sin luz alguna
con tempestad sañosa yace y viento
mi popa abierta; y no abre el negro asiento
del cielo la confusa, incierta Luna.
Esperanza, Arellano, ya ninguna
procuro, ni se debe al pensamiento.
fallecen fuerza y arte; y triste siento
la muerte apresurárseme importuna.
Pues el Amor me olvida, y cierra el puerto;
y veo en las reliquias de mi nave;
que el Ponto esparce y vuelve mis despojos,
La veste y armas de este amante muerto,
colgad; que restan del naufragio grave,
a la ara de mis bellos, dulces ojos.

CANCION V

De las más ricas trenzas y hermosas,
que ve de Febo el carro esclarecido,
estoy ausente y solo en el desierto;
que a mis quejas responde con gemido.
de las más puras Luces y amorosas
peno en mi soledad, de bien incierto,
rendido a dolor cierto.
de aquellas hebras bellas
y suaves estrellas,
ay tormento cruel, mi suerte dura
me aparta. quién en esta noche oscura
me llevará al cabello y luz serena,
a cuya hermosura
mi alma en los despojos se condena?
No son más rutilantes y encendidos,
cuando salen más rojos en el día,
los claros rayos de Titán luciente;
que son de la enemiga dulce mía,
los hilos, o enlazados, o esparcidos;
con que enriquece Amor la blanca frente,
donde tiene presente
de fuerte red y estrecha
noble cadena hecha
a la alma ; que procura ser vencida,
y comportar sujeta y bien perdida
la fuerza de los males; que merece,
y en su cuitosa vida
crece el temor, y el desear más crece.
Las llamas, que fucilan en el cielo;
con quien la Noche sola se corona,
de lumbrosas figuras esmaltada,
relazando en su frente una corona
de cándido esplendor; que ilustra el suelo,
vence mi Luz; de puro ardor ornada.
do al impío Niño agrada
establecer su gloria,
y estrenar su victoria.
y con fogosas flechas en la mano
en ella muestra bien, si es Rey tirano;
y del fulgor hermoso al crispar tierno
no deja pecho sano;
que, cuanto mira, obliga a daño eterno.
Cuando crece la sombra, y mengua el día,
me enciende el fuego el corazón cuidoso,
y descubrir no puedo al dolor mío
remedio; que se esfuerza el mal penoso
en esta miserable ausencia mía.
lloro, y mis ojos vierten un gran río;
que en el invierno frío
el rigor de la nieve
disuelve en trecho breve.
mas de las luces blandas la terneza
vigor florido y llama de belleza
pudieran mitigar su fuerza ardiente;
si en esta mi tristeza
no estuviera apartado, y siempre ausente.
Ingrato Amor, no dulce, Amor amargo,
con qué virtud me vales; que no muero,
de mi dichosa Estrella no alumbrado?
a do está el bien? A do el favor primero?
qué tiempo de destierro es este largo?
los ojos, de mí todo enajenado,
vuelvo al lugar amado,
y en un tormento intenso
paso el día, y suspenso
gasto la noche en mísero lamento.
y mi deseo, alzando el pensamiento,
inquiere, si mi Luz pensosa yace?
y si mi apartamiento
le duele, y mi pasión le satisface?
Mil cosas imagino, que deseo.
hácelas verdaderas la esperanza,
último bien del amador mezquino.
doy crédito a mi vana confianza;
para aquistar el fin de mi deseo.
ya corre el pensamiento sin camino
por el error contino
de mi antigua fortuna.
halla tal vez alguna
traza de su dolor, y duda y huye,
y el fingido contento se destruye.
y por el mismo rastro, que ha llevado,
teme entrar, y rehúye.
tal va de su peligro acobardado?
Qué podré yo doliente en tal extremo,
pues mi suerte a mis lástimas me inclina,
sino atender el mal, que Amor me diere?
estoy dispuesto ya a mi pena indigna,
y, antes que reconozca el daño, temo;
porque ni el bien me venga, ni lo espere.
y aunque cruel me hiere,
no se dirá; que quiera
rehusar la carrera.
haga pues el dolor en mi su oficio,
y acabe ya aquel fiero su ejercicio;
que no podrá el tormento ser más fuerte,
que honrar en sacrificio
las aras de mi Lumbre con mi muerte.
Solo permita, ya que muero ausente,
quejarme de mi afán al campo abierto;
primero que a la espada entregue el cuello,
y al fuego abrasador el cuerpo muerto;
y mis pasadas glorias que recuente;
cuando el oro enlazado del cabello
crespo, sutil y bello
en mi cerviz se puso,
y me enredó confuso;
y que escriba la causa de mi afrenta
en esta arena estéril y sedienta;
y, repitiendo de principio el daño,
haré; que el bosque sienta
y las fieras la fuerza de mi engaño.
Será el desierto y mi pesar testigo
de mi liviana culpa y grave pena;
y cuan en vano (triste) me deshago.
porque es quien me atormenta, y me condena,
tibia, mudable y áspera conmigo;
y no se cansa en mi mortal estrago.
pero si el mal, que pago
sin mi ofensa, turbase
un día, y me llevase
mi Luz; y viese alegres yo sus ojos,
serían dulce gloria mis enojos;
y daría, por verme en tal estado,
entregar mis despojos
al olvido, a la ausencia, y al cuidado.

SONETO XCIX

En los lucientes nudos enlazado
ufano, yo sufría mi tormento;
y en llama dulce ardía y puro aliento,
cual Ave Arabia, en ella renovado.
Creía, en tales lazos anudado
se escondía el cruel; que el mal, que siento,
causa, de su cadena tan contento,
cuan sin memoria alguna en mi cuidado.
Cuando los ricos cercos relazaron
el oro terso, a la aura desparcido;
y quedé nuevamente asido en ellos.
En los ramos, que a suerte se enredaron,
me abrasé, en vivo fuego convertido;
y Amor se consumió en los ojos bellos.

SONETO C

Sombra y vano terror del pensamiento
mi alma en un confuso error condena;
y aparece, de horror medroso llena,
la sañosa aspereza, que lamento.
Desmaya en el silencio el sufrimiento,
y la ausencia ensandece más la pena.
crece y arde el desdén, y el miedo enfrena
las iras de un honrado sentimiento.
Revuelvo en la inquieta fantasía
cosas; que dan principio a mayor daño,
y no acierto el remedio en tal mudanza.
De qué sirve huir, si mi porfía
contrasta, asegurada de su engaño,
y abraza en el peligro a la esperanza?

SONETO CI

Podrá ser que este afán indigno acabe,
y que de mi debida gloria cobre
un bien pequeño; y en mi mal me sobre
razón, con que tu nombre, Amor, alabe?
Gran bien te pido, pero en mi bien cabe.
mas, cuando tu favor en mi más obre;
la esperanza se halla ya tan pobre;
que ni gozallo puede ya, ni sabe.
Si no valgo este bien, a cuándo aguarda
tu crueldad; que su furor no harta
en lo que más me vale y me disculpa?
Oh muerte, oh vida luego; que si tarda
cualquiera, y tu dudanza no se aparta,
será la dilación la mayor culpa.

SONETO CII

Ardí, Fernando, en fuego claro y lento,
muchos días dichoso; y si el turbado
reino de Amor no tiene fiel estado,
entre los presos yo viví contento.
Después por dar la vela al blando viento.
cuando la luz del cielo se ha mostrado,
de aquel estrecho nudo desatado
esparcí con el pie la llama al viento.
Mas la imagen de Amor airada y fiera
siempre delante trae a mi enemiga,
tal, que estoy a la orilla de Leteo.
Si muriendo pasare su ribera
escríbase en mi mármol que huía,
y que murió luchando mi deseo.

SONETO CIII

Es este el fruto, Amor, que al fin recojo
del contino servicio de mis años?
esta es la cierta fe de tus engaños?
de tus promesas este es el despojo?
Ay, que bien yo merezco el mal, que escojo;
pues que cierro los ojos en mis daños;
y huyo de tus claros desengaños;
y contra mi tan sin razón me enojo.
Porque no debe un noble entendimiento
tanto abatirse, que te dé el imperio;
y de ti solo penda su esperanza.
Mas qué? si yo amo y sigo mi tormento;
y por la gloria abrazo el vituperio;
y estimo por firmeza la mudanza.

SONETO CIV

Aquel sagrado ardor que resplandece
en la belleza de la Aurora mía,
mi espíritu moviendo, al pecho envía
la pura imagen, que en mi alma crece.
En ella está fijada; y de allí ofrece
al pecho su valor en compañía;
y de sí misma efectos altos cría;
con que mi ingenio y nombre se engrandece.
Vuelo tan alto que con rayo fiero
o con ardiente Sol fuera impedido;
si no me diera aliento mi Luz pura.
Mas ya que muero, como siempre espero;
ni en Mar seré, ni en Río sumergido;
que el mundo me será la sepultura.

SONETO CV

Temerario Pintor, por qué di, en vano,
te cansas en mostrar la hermosura
de la excelsa Heliodora; y la luz pura,
y el semblante amoroso, y soberano.
Será trabajo el tuyo sobrehumano,
que no debe esperar lo que procura;
mas cuándo ofreció el cielo tal ventura
al rudo conseguir de mortal mano?
Si tú muy confiado en la grandeza
de toda la beldad que espira en ella,
osares descubrir alguna parte,
Pinta la misma imagen de belleza;
y si puede imitar las luces de ella
habrás llegado a perfección de la Arte.

SONETO CVI

Muestras de breve bien que huye luego,
antes que la ocasión vuelva la frente,
fueron las que el Amor halló presente,
con que mi alma ardió en su eterno fuego.
Pero glorias de un niño solo y ciego,
que presto las deshace un accidente,
cómo pueden valer a un pecho ausente;
que no sabe que es tiempo de sosiego?
Alcé mis esperanzas sobre arena,
que el viento aparta, y lleva sin concierto,
y no temo los golpes de mudanza;
Cayeron, y el Amor, por mayor pena,
quedó en las altas nubes descubierto;
con temor, y sin fuerza, y confianza.

ELEGIA XI

Estoy pensando en medio de mi engaño,
el error de mi tiempo mal perdido;
y cuan poco me ofendo de mi daño.
Vuelvo los ojos, que el mejor sentido
alumbra; y hallo una pequeña senda,
do paso humano apena está esculpido.
Procuro, antes que el breve Sol descienda
a encubrirse en el último Occidente,
llegar al fin de esta mortal contienda.
Y como quien se ve del daño ausente,
que considera su temor pasado,
y aun no descansa con el bien presente;
Tal de mi afrenta y mi dolor cargado,
en la seguridad nunca sosiego;
y en el sosiego siempre estoy turbado.
Aquel vigor, aquel celeste fuego,
que enciende mis entrañas, me levanta
de la oscura tiniebla y error ciego.
Veo el tiempo veloz, que se adelanta,
y derriba con vuelo presuroso,
cuanto el hombre fabrica, y cuanto planta.
Oh cierto desengaño vergonzoso;
oh grave confusión de nuestro yerro;
claro enemigo; amigo sospechoso;
Tú me pusiste solo en un destierro,
de cuanto me podía dar contento;
y por ti a la alegría el paso cierro.
Cuantas veces me diste al pensamiento
ocasiones de gloria; si yo osara
valerme del honor de tu tormento.
Fueme la suerte en lo mejor avara,
sombras fueron de bien las que yo tuve;
oscuras sombras en la luz más clara.
Ninguna en tantas penas, que sostuve,
puso merecimiento al amor mío;
cuando de merecer más cerca estuve.
Acabe ya este grande desvarío,
o, pues no acaba, estas razones vanas;
que sin provecho, a quien no escucha, envío.
Tus mundanzas, oh tiempo, soberanas,
las cosas que revuelven y quebrantan,
movibles, graves, firmes, y livianas,
Me arrebatan el ánimo; y levantan
de este cansado peso, que contrasta;
y en su diversa condición me espantan.
La edad robusta huye apriesa y gasta
las fuerzas; y se pierde la ufanía;
y a tu furor ninguna fuerza basta.
Cuántas cosas mostró el sereno día
alegres; que tu furia apresurada
entristeció en la noche y sombra fría?
Venció vencida Troya, y derribada
se alzó; y en su ruina se prostraron
los muros de Micenas estimada.
Las vencedoras llamas abrasaron
las altas torres, que labró Neptuno;
y a Grecia sus cenizas acabaron.
El Africano ejército importuno
a España sepultó en sangriento lago;
y libre su furor dejó a ninguno.
Mas roto sufre igual el duro estrago
por la mano Española; y al fin siente
el hierro, no una vez, la gran Cartago.
Y el que en el patrio suelo estrechamente
vivía oscuro, osado se aventura,
por el remoto golfo de Occidente;
Y con valor, igual a su ventura,
bravas gentes sujeta y fieros pechos;
sin rendirse al temor de muerte oscura.
Arcos y claros títulos estrechos
son a su gloria inmensa; pues él solo
vence los grandes hechos, con sus hechos.
No descubre la luz del rojo Apolo
tal vigor, y osadía, y brazo fuerte;
en cuanto cerca en uno y otro polo.
Tú domador de toda humana suerte
al fin vences, abates su grandeza,
y entregas a los brazos de la muerte.
Tú ejercitas ahora la riqueza,
las armas del soberbio Turco fiero;
y del Persa el valor y fortaleza.
Las celadas y escudos, el ligero
Araxes vuelve en ondas espumosas,
del bravo Trace y Medo Cavallero.
Osadas gentes, duras y sañosas,
a la ambición de cuyo grande pecho
es pequeño el imperio de las cosas;
Teñid en sangre el hierro; y el estrecho
paso abrid, oh crueles, a la muerte;
vengad el daño a vuestras honras hecho.
No volváis la fiereza y brazo fuerte,
y el furor de la ira no vencida,
sobre nuestra desnuda y flaca suerte.
Que ya la gloria del valor perdida
nuestra virtud en ocio se remata;
nuestra virtud, que tanto fue temida.
Culpa de quien, pudiendo, la maltrata;
y no le da lugar; antes procura,
que muera a manos de la envidia ingrata.
La ardiente Libia es triste sepultura
del destruido Reino Lusitano;
y eterna pena a su fatal locura.
Bañado en noble sangre el Africano
campo rebosa, y con dolor suspira
lejos Atlante, y Abila cercano.
El impío Cimbra osadamente aspira
y espera el cetro; y sin pavor seguro
a su marino Claustro se retira.
El alto, fuerte, inexpugnable muro
pasó la fuerza Hispana; y puso a tierra
cuanto halló el furor del fuego oscuro.
Mas oh infame remate de tal guerra,
reina el vencido, y el engaño tanto
puede, que al mismo vencedor destierra.
Oh cuánto en vano se ha expendido, oh cuánto
valor esconde aquel ingrato suelo,
que al Turco de temor cubriera y llanto.
No ha visto el (que ve todo) inmenso cielo
empresa de mayor atrevimiento;
más firme corazón y sin recelo.
Contumaz y cobarde movimiento,
furor plebeyo, y desleal nobleza,
indigna de sufrir vital aliento;
Do está la fe, que a la real alteza
debes? a do huyó de tu memoria?
a do la religión y su firmeza?
Piensas, o esperas alcanzar victoria
contra Dios, contra el Rey? oh intento ciego
digno de vituperio, y no de gloria.
Oh como crías en tu pecho el fuego;
que ha de abrasar tu patria generosa;
sin que esfuerzo te valga, o humilde ruego.
Cual soberbio turbión de la fragosa
alcázar se despeña de Apenino,
tal va contra ti España poderosa.
Apresurar el paso a su destino
veo las cosas todas; y en mi pecho
hacer los pensamientos un camino.
No puedo, aunque procuro a mi despecho,
librarme de ellos; y a mal grado mío
voy con ellos adonde el mal me han hecho.
Oso temiendo, y con el mal porfío;
y tal vez la razón lugar me deja,
contra mi obstinación y desvarío.
Mas poco dura, porque al fin se aleja
en la ocasión que viene; y quedo ufano
de aquello que debiera tener queja.
Quién pudiera traer siempre a la mano
de la razón la voluntad perdida;
sin que temiera su ímpetu liviano.
Varias revueltas de confusa vida
dejadme respirar de mi deseo;
dejadme ya curar esta herida.
Que todo cuanto pienso, y cuanto veo,
es dar aliento a la amorosa llama;
dar vigor sin provecho al devaneo.
Dichoso aquel, a quien jamás inflama
vano amor, ambición, y lo que adora
y teme el vulgo incierto, siempre, y ama.
Que el miedo, y la esperanza engañadora
con gran pecho seguro y sosegado
en todo trance doma, a cualquier hora.
Y de cuanto fatiga, y da cuidado
a nuestros votos, libre va paciente;
en todos los peligros no turbado.
Y no sufre en su pecho, ni consiente,
que algún liviano afecto le dé asalto:
y ofenda su sosiego injustamente.
Antes mayor, mas glorioso y alto,
que lo que alcanza fortaleza alguna,
se ve y de ricos bienes menos falto.
Firme y constante, sin temer fortuna,
con mesurado curso va contino;
y cualquier ocasión le es importuna.
No lo ve en dudoso torbellino
de las cosas el día extremo, pero
dispuesto si, a seguille en su camino.
Nosotros, turba vil, con afán fiero
puestos en desear y amar estamos,
y en servir a este bien perecedero.
En mil casos presentes peligramos;
y pocas o ninguna vez concede
nuestra ruda ignorancia que huyamos.
Nuestro valor tan cortamente puede;
que caemos de la alta pesadumbre;
y alzarnos casi nunca nos sucede.
Él mira de la sacra excelsa cumbre
los que erramos, y el gozo y vano intento
desprecia con aguda y pura lumbre.
Soplo airado no bate el yerto asiento
del elevado Olimpo; si no alcanza
a su ensalzada cima el fiero viento.
Quien tan rastrera trae la esperanza
desespere llegar a tal estado;
que aunque tenga de sí más confianza,
al fin verá, que en vano se ha cansado.

SONETO CVII

Esas columnas y arcos, grande muestra
del antiguo valor; que admira el suelo,
olvidad Escobar; moved el vuelo
a la insigne y dichosa patria vuestra.
Que no menos alegre acá se muestra
o menos favorable el claro Cielo;
antes en dulce paz y sin recelo
vida suave, y ocio y suerte diestra.
No con menor grandeza y ufanía,
que el generoso Tebro al mar Tirreno
Betis honra al Océano pujante.
Mas si oye vuestra lira y armonía,
no temerá vencer, de gloria lleno,
la corriente del Nilo resonante.

SONETO CIIX

Adónde me dejáis al fin perdido,
ingratas horas de mi bien pasado?
por qué no lleváis todo mi cuidado,
y con favor tan corto mi sentido?
Nunca volváis del puesto conocido
a amancillar el corazón cuitado;
torced antes el curso apresurado
a la oscura región del hondo Olvido.
Corred, huid con alas presurosas,
horas de mi dolor, y mi memoria
arrebatad, el vuelo acelerando.
Si, sois crueles tanto, envidiosas,
por usurpar la sombra de mi gloria;
que a vosotras vais mismas acabando.

SONETO CIX

Quien la luz de belleza amando adora,
si quiere ver la vuestra, al Sol dorado
y al lucero de Venus estimado
mire; y la claridad de blanca Aurora;
Los rayos que esparciendo muestra Flora;
de Diana el semblante venerado;
el valor, la grandeza, ingenio, estado;
y cuanto el ser humano en sí atesora.
Que en ellos vuestra alteza y hermosura
verá; y la Aurora, y Flora, y Sol vencido;
y rendirse el lucero con Diana.
Mas si hermosa blanca la luz pura
volvéis, de Casto amor dirá encendido
que sois toda inmortal y soberana.

SONETO CX

Al mar desierto en el profundo estrecho
entre las duras rocas con mi nave
desnuda, tras el canto voy suave,
que forzado me lleva a mi despecho.
Temerario deseo, incauto pecho,
a quien rendí de mi poder la llave,
al peligro me entregan fiero y grave;
sin que pueda apartarme del mal hecho.
Veo los huesos blanquear, y siento
el triste son de la engañada gente;
y crecer de las ondas el bramido.
Huir no puedo ya mi perdimiento;
que no me da lugar el mal presente,
ni osar me vale en el temor perdido.

SONETO CXI

Pienso en mi pena atento y mal presente,
y procuro algún medio al daño instante.
pero soy en mi bien tan inconstante;
que vuelvo a la ocasión la incierta frente.
Cuando me aparto y cuido estar ausente,
menos de mi peligro estoy distante;
voy siempre con mis culpas adelante,
sin que de tantos yerros escarmiente.
Noble Vergüenza mía, que el perdido
valor sientes, por qué no abrasa el pecho,
y vence tu virtud mi desvarío?
Si del error y sombra del olvido
me sacas, diré en honra de este hecho;
que solo debo a ti poder ser mío.

SONETO CXII

Alegre, fértil, vario, fresco prado,
tu monte, y bosque de árboles hermoso,
el uno y otro siempre venturoso,
que de las bellas plantas fue tocado;
Betis, con puras ondas ensalzado,
y con ricas olivas abundoso,
cuanto eres más felice y glorioso,
pues eres de mi Aglaya visitado.
Siempre tendréis perpetua primavera,
y del Elisio campo tiernas flores,
si os viere el resplandor de la Luz mía.
Ni estéril hielo, o soplo crudo os hiera;
antes Venus, las Gracias, los Amores
os miren, y en vos reine la Alegría.

SONETO CXIII

Tiéneme ya el dolor en tanto estrecho;
que el desmayado corazón doliente
ve el grave mal; que más temió, presente,
y no cuida rendirse al triste hecho.
Obstinada porfía esfuerza el pecho;
y vence endurecido este accidente.
honra es, y no es valor; quien no consiente,
que el mal tejido nudo esté deshecho.
Vos, que con generoso y alto vuelo
alzáis alegre el noble y dulce canto,
libre de este amoroso sentimiento;
Herid la lira, y dad algún consuelo
a mi pena y afán; antes que el llanto
último ponga fin a mi tormento.

ELEGIA XII

Por el seguido paso de mi gloria
Amor me llevó triste y lastimado,
a perder con la vida la memoria.
Allí se renovó mi bien pasado;
los dichosos lugares de esperanza;
el tiempo de mis premios engañado.
Desfalleció mi alma en la mudanza,
y rehuyó seguir por el camino;
que le dio en otro estado confianza.
Vio su presente suerte y su destino,
y el mal; que la afligía no apartarse
del bien; que ausente causa afán contino.
Allí sintió sus fuerzas acabarse,
y, como sabidora de su daño,
en la ocasión, que tiene, repararse.
Mas que pudiera al fin contra el engaño
de Amor, aunque excusara su presencia;
si la trajo a perder su error extraño.
Si yo no me valía con la ausencia;
cómo podía verme defendido
presente, y sin hacelle resistencia?
Por no usado tormento estoy rendido,
y por usado mal sufro y espero,
(si puede ser) hallarme más vencido.
Mas luego torno a ver mi dolor fiero;
y conozco su ímpetu y braveza,
y huyo, y vuelvo a él, y con él muero.
Helado fue mi pecho, de aspereza
se vistió en otros años, por bien mío;
no se abatió al regalo y la terneza.
Lleno de noble ardor y osado brío,
seguro se hallaba y confiado;
juzgando el dulce bien por desvarío.
Viviera yo contento en tal estado,
sino viera la Luz resplandeciente;
que encendió el corazón en fuego airado.
En lazos de oro y ámbar, que su frente
ufanos esmaltaban, dio a mi cuello
el yugo; que padece mansamente.
Ni desatallo pude, ni rompello;
ni pude desdeñar el duro imperio;
que me perdió mi mal; para querello.
Estoy en un estrecho cautiverio,
ya sin algún valor; y en mi tormento
descubre siempre Amor nuevo misterio.
Ahora, que reciente el daño siento
con la memoria dulcemente amarga,
busco alguna ocasión al sufrimiento.
Mas esta del dolor pesada carga
las fuerzas enflaquece, y mi deseo,
para crecer más pena, el vuelo alarga.
Bien puede mi impío Rey alzar trofeo
solo de mis miserias; pues me lleva,
donde mayor afrenta siempre veo.
Si desease yo segunda prueba
de mis pasadas glorias, cobraría
esfuerzo en el afán, que se renueva.
Mas ya no tengo fuerza, ni osadía;
para sufrir presente el bien incierto,
ni me contentan casos de alegría.
Moriré solo, ausente en el desierto,
o ante mi soberana Luz presente,
si, primero que llegue, no soy muerto.
Pero temo, que la aura se presente
del favor; que tenía, y se deshaga
mi triste confianza vanamente.
Amor estas mis deudas tan mal paga;
que no pretendo premio, y solo quiero,
que de mi voluntad se satisfaga.
Promesa fue de muerte el bien primero,
y yo la consentí, y con la mudanza
muerte será por bien el mal postrero;
pues niego a mis trabajos la esperanza.

SONETO CXIV

Yo vi unos bellos ojos, que hirieron
con dulce flecha un corazón cuitado;
y que, para encender mortal cuidado,
sus fuerzas a las mías opusieron.
Yo vi, que muchas veces prometieron
remedio, al mal, que sufro, no cansado;
y que, cuando me vi en mejor estado.
poco mis confianzas me valieron.
Yo veo, que se esconden ya mis ojos
y crece mi dolor, y llevo ausente
en el rendido pecho el golpe fiero.
Yo veo ya perderse mis despojos;
y el caro premio de mi bien presente,
y en ciego engaño de esperanza muero.

SONETO CXV

Llegado al fin del cierto desengaño,
qué debo hacer más en mi tormento;
si no mostrar al ciego entendimiento
el error de su curso siempre extraño?
Desespero, no temo ya algún daño,
huyo, osando en el mal, mi perdimiento;
y, aunque no gusto bien el bien, que siento,
huelgo hallarme libre de mi engaño.
Mas todo es vanidad, todo es braveza
de estos mis pensamientos desvalidos;
que con cualquier favor harán mudanza.
Mal excusar ya puedo mi flaqueza;
si Amor, a mis mejores dos sentidos
promete viva lumbre de esperanza.

SONETO CXVI

Yo voy, oh bello Sol de la alma mía,
buscando el nuevo ardor del Sol luciente;
porque, desamparado el Occidente
vuestro esplendor no veo y mi alegría.
Podré decir; que voy en noche fría,
por donde humano paso no se siente.
mas llévame el osado Amor presente;
pensando que a nacer me torna el día.
Encúbrense las luces, que aparecen,
cuando en ellas humilde a vos me inclino;
y el Oriente tardo se me aparta.
Que las vuestras en Hispal resplandecen,
y la tersa corona de oro fino;
do procuro, que el cuerpo a veros parta.

SONETO CXVII

La falda y el tendido, yerto lado
del abrasado Etna, a do suspira
del peso opreso, y con furor respira
el espantoso Encélado inflamado;
Con hierba y verdes árboles ornado
florece, y todo el fuego; que con ira
resonando su cumbre excelsa espira,
no ofende al fresco sitio variado.
Mas el cruel incendio de mi pecho
consume, aunque pequeña, si aparece,
la flor de la esperanza incierta mía.
Ardo todo, y, en fuego al fin deshecho,
me rehago en su llama, y siempre crece
con el ardor la fuerza y la porfía.

SONETO CXIIX

La red; la hacha; la cadena; el dardo;
que en el bello esplendor alegre veo
de mi Luz, al Amor dieron trofeo,
y al fuego me llevaron, en que ardo.
A presa tan veloz jamás el Pardo
saltó, como el cruel a mi deseo.
yo resistí en mi ofensa, y no deseo
ser ya contra sus fuerzas más gallardo.
El orgullo; el desdén; el libre pecho;
y ufanas esperanzas de victoria
son vergüenza del daño, que consiento.
Tan sujeto y sin gloria alguna, y hecho
estoy por mi dolor en mi tormento;
que solo reina el mal en mi memoria.

SONETO CXIX

Si Amor el generoso y dulce aliento
en mi rendido pecho ardiendo inspira;
yo ufano ensalzaré con noble lira
la hermosa ocasión de mi tormento.
Aquel, que en tierno y nuevo y alto acento
celebró el verde Lauro; en quien espira
Erato, y a quien sigue, honra y admira
de Italia bella el doto ayuntamiento;
Oiria en el puro, Elisio prado
entre felices almas la armonía;
que llevaría deleitosa la aura;
Y diría; del canto arrebatado,
o es esta la suave lira mía,
o Betis, cual mi Sorga, tiene a Laura.

SONETO CXX

Rojo Sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo;
hallaste tal belleza en todo el suelo;
que iguale a mi serena Luz dichosa?
Aura suave, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco vuelo;
cuando el oro descubre y rico velo
mi Luz, trenza tocaste más hermosa?
Luna; honor de la noche; ilustre coro
de los errantes astros y fijados,
consideraste tales dos estrellas?
Sol puro; Aura; Luna; luces de oro,
oísteis mis dolores, nunca usados?
visteis Luz más ingrata a mis querellas?

SONETO CXXI

Hebras, que Amor purpura con el oro,
en inmortal ambrosía rociado;
tanto mi gloria sois y mi cuidado,
cuanto de él solo sois mayor tesoro.
Vos, que los bellos astros y alto coro
ornáis, mis Luces, de esplendor sagrado;
cuanto el impío es por vos más estimado,
tanto vos honro humilde y vos adoro.
Ardientes Rosas, Perlas de Oriente;
Marfil vivo; y, angélica Armonía,
cuanto vos miro más, tanto me inflamo.
Y por vos cuanta pena la alma siente;
tanto es mayor valor y gloria mía;
y tanto temo más, cuanto más amo.

SONETO I

El bello nombre, quiere Amor, que cante,
de mi Luz, por do en propia, o tierra ajena,
nunca otro Español pie imprimió la arena
siguiendo, Cintia y Delia, a vuestro amante.
Seré el primero, osando que levante
la humilde voz, do el Betis grande suena;
y que las flores coja a mano llena
del rico huerto nuestro y abundante.
Vos, a quien de Cefiso; Eurota, Ismeno
las dulces ondas bañan, y del Tebro;
oíd mi canto, y dad a Amor la gloria.
Porque admirando el esplendor sereno
de mi Luz; ni al Erídano, ni al Ebro
pensaréis honorar con la victoria.

SONETO II

Al puro ardor, que vibran mis estrellas,
do Amor sus rayos tiempla en dulce fuego;
siente abierto mi pecho el daño luego,
apurando mi alma en sus centellas.
Crueles, aunque siempre luces bellas;
que no me sufren consentir sosiego.
y es el mal, que, herido y preso y ciego,
la pena, es galardón, que nace de ellas.
Si algún lugar me finca de esperanza,
es para padecer; y en dura suerte
nueva ocasión presente a mis enojos.
Tal me tiene este ingrato en viva muerte;
que puedo ya decir sin confianza;
Amor para mi error cerró los ojos.

SONETO III

Puede, oponerse osando mi cuidado
con razón al rigor del Amor fiero;
y de este afán, en que penando muero,
buscar tarde el remedio no hallado.
Puede traer la culpa del pasado
error, y del presente, y del que espero;
y darme a conocer; que sigo y quiero
y amo mi perdición más obstinado.
Y no podrá romper el nudo estrecho,
ni aliviar la cerviz del grave peso;
que tal valor su vil temor no encierra.
Solo me muestra el mal al fin de él hecho,
y, aconseja, que huya, estando preso;
porque me haga el impío mayor guerra.

SONETO IV

Oh cómo vuela en alto mi deseo,
sin que de su osadía el premio tema!
que ya las puntas de sus alas quema,
donde ningún remedio al triste veo.
Qué mal podrá alabarse del trofeo,
si cae, estando ufano en la suprema
parte del fuego, en esta banda extrema
y acaba con su error y devaneo.
Debía en mi fortuna ser ejemplo
Dédalo, no aquel joven atrevido,
que honró el mar con la gloria de su nombre.
Mas ya tarde mis lástimas contemplo.
si, porque osé, ya muero al fin perdido,
jamás a empresa igual osó algún hombre.

SONETO V

Cual planta, que pidiendo el alto cielo,
muestra el verde remate y la belleza;
y del sonante rayo la braveza
la arroja con estruendo rota al suelo;
Tal, mi Esperanza ufana alzaba el vuelo,
mas de vuestro desdén cruel dureza
sin gloria la derriba con tristeza,
cuando menos debía a su recelo.
La aura, que de Favonio blando espira,
no concede indignado a la alma mía
Amor, que no se harta de mi daño.
Rendido al desamor y a vuestra ira,
sufro desesperado con porfía
de mi dolor la fuerza y vuestro engaño.

SONETO VI

Cuidé yo de tus lazos y tu fuego,
mal grado de tu saña, Amor tirano
librarme , y fue mi pensamiento vano;
que tú no me sufriste algún sosiego.
Tenté de tus engaños (rudo y ciego)
escaparme , y huyendo en campo llano,
vine a caer (oh mísero) en tu mano;
que tarde se conmueve a tierno ruego.
Cuánto, decía entonces; fortunado
es, quien se te defiende, Señor fiero!
mas quien, fiero Señor, se te defiende?
Ay, que todo es esfuerzo imaginado;
que tu fuerza deshace el fuerte acero,
y tu ingenio al más cauto engaña y prende.

SONETO VII

Do el Mauritano Ponto fiero baña
de la soberbia Argel el fuerte muro,
el cielo con terror y horror oscuro
amenazó la muerte a toda España.
Bramaba el mar ardiendo en ira extraña,
bramando ardía airado el mar perjuro;
solo en tanto pavor domó seguro
César del hado adverso la impía saña.
El piélago y aliento embravecido
abatieron su ímpetu indignado;
y respiró el medroso Libio suelo.
Ve alegre, corazón nunca vencido;
que la victoria no te impide el Hado,
ni el viento, y mar cruel, mas todo el cielo.

SONETO IIX

Si en mano del Amor yo puse el freno
de esta mi voluntad, no bien sujeta,
de qué me espanto pues; que se prometa
traerme tan rendido y siempre ajeno?
Tarde llego al remedio; que el veneno
cruel destiempla el pecho con secreta
virtud. no es justo ya en edad perfecta
andar lleno de afán, de afrenta lleno.
Pueda abrir la razón la niebla oscura,
y ose romper por esta selva espesa;
que mil buenos deseos embaraza.
Dura resolución, mas bien segura;
que, quien teme el trabajo, y lento cesa,
el premio de la gloria en vano abraza.

ELEGIA I

En este bosque frío, que sostiene
mi cítara, en el Sauce levantada,
más pena de mi triste amor no suene.
Céfiro la aura blanda y sosegada
aparte de las cuerdas; que hería
con armonía dulce y regalada.
Que la serena Luz de la alma mía
cubre sus bellos rayos a mis ojos,
y del favor, que tuve, la alegría.
Vencen el sufrimiento mis enojos;
porque tengo en mis cuitas tierno pecho,
no usado a caminar por los abrojos.
Ya no espero mudanza al daño hecho;
que Amor, Fortuna, y mi luciente Estrella
me aprietan, puesto siempre en duro estrecho.
Cual del fuego se informa la centella;
procede mi dolor del amor mío,
y el luengo afán de mi mortal querella.
Sigo un error, y sigo un desvarío
por el confuso rastro de mi vida,
y, aunque alcanzo mi engaño, en él porfío.
Cómo podré esta suerte aborrecida
huir? cómo podrá el cansado cuello
sacudir esta carga desabrida?
Un blando hilo de un sutil cabello
en un lazo lo aflige apremiado,
sin que pueda quebrallo, o deshacello.
Si fuera con acero fabricado;
o en terribles cadenas gravemente
de hierro rudo y rígido labrado;
Según el corazón la pena siente,
poco era quebrantallo entre los brazos,
roto con fuerza airada y saña ardiente;
Y el esparcido peso, en mil pedazos
mostrara el indignado sentimiento,
enhiesto y libre el cuello de embarazos.
Mas ay, que da este áspero tormento
del amoroso yugo; que sostengo,
lugar, sin que se rompa, al movimiento.
Y cuando pienso (triste) que el bien tengo,
el cuello hallo atado al mismo instante;
y de nuevo a sufrir mis ansias vengo.
Ojos, rayos de Amor, fulgor crispante
de mi alma, abrasada en su veneno,
oíd esto; que dice un pobre amante.
Belleza inmensa, y puro Ardor sereno;
do Amor su flecha, el Polo sus estrellas,
tiempla, y baña de honor y gloria lleno;
La ilustre claridad de esas centellas
me inclina al fuego, y su vigor inflama
mi pecho en las celestes luces bellas.
Nunca tocado fui de ajena llama,
ni de semblante dulce fui vencido;
que el vuestro la beldad mayor desama.
Soporté mi mal siempre, no rendido,
subiendo, a do no llega otra ventura,
y no esperé el favor, jamás debido.
Ni ardiente Sol; ni fría noche oscura;
ni peligros; que turban la osadía,
me impidieron mirar vuestra luz pura.
Solo fue mi regalo y mi alegría,
con sujeción de la alma venerada,
cuanto pudo sufrir la suerte mía.
Qué cosa vos dijisteis, que admirada
de mí no fuese? qué memoria augusta
pudo ser con más honra celebrada?
Ahora, que en mi pena gloria justa
yo atendía por premio a mi firmeza;
que de vos no presumo cosa injusta,
En esta soledad de mi tristeza,
do me olvidáis, ausente, se dilata,
probando en mil contrastes mi flaqueza.
Ay cuánto de mis bienes desbarata
esta grave mudanza! cuánto siente
la alma , que en daño tal Amor maltrata!
Triste aquel, que sus lástimas consiente,
y ve herir su pecho rayos de ira,
y está siempre a su agravio obediente.
Como el que en alto y bravo mar suspira,
temiendo con pavor el furor crudo,
y mustio el cielo oscuro en torno mira;
El raudo soplo de Aquilón desnudo
el horror le presenta de la muerte;
cuyo golpe atraviesa el duro escudo;
Así yo, del desdén sañudo y fuerte
en el golfo de olvido enajenado,
temo el último trance de mi suerte.
El cielo, antes quieto y sosegado,
turbar veo, y trocarse en hielo frío
blando espirtu del Céfiro templado.
Crece con mi lamento el grande río,
y corre entre estas peñas espumoso,
llevando al sacro Océano el mal mío.
Un tiempo ledo en él y venturoso
canté la gloria ufana de mi llanto
con lira y verso humilde y piadoso.
Betis apareció con fresco manto
de verdes hojas, y escúchome atento;
y agradó a Galatea el vario canto.
Entonces con dichoso y noble aliento
crinó mi frente el árbol de victoria,
y di en mi patria a Amor primero asiento.
Mas para qué refiero yo la historia
de mis daños? pues hacen mis despojos
indignos de caber en su memoria.
Ay mis bellos, floridos, dulces Ojos,
no vos canse, si al fin saber deseo;
por qué vos placen tanto mis enojos?
Que el singular honor de mi trofeo
perdéis con tales hechos, y no debo
padecer la esperanza del deseo.
No soy en vuestro amor, mis Luces, nuevo;
que, dende que nací, me dio por pena
mi impío Rey el afán, que ausente llevo.
Puso a mi cuello preso una cadena,
para señal de aquella; que arrastrando
con mi vergüenza y confusión resuena.
No sabía su fuerza, aunque penando
andaba en esta prueba amarga mía,
mi futura pasión pronosticando;
Hasta que en el alegre y triste día
de mi bien y mi mal, crecer presente
vi mi ardor en la nieve vuestra fría.
Resplandeció en mis ojos dulcemente,
cual lúcido relámpago vibrado,
pura vislumbre de un vigor luciente.
El error descubrió y dolor pasado,
incierta y rudamente padecido;
que siento con más fuerza renovado.
El Soldado, en la guerra envejecido,
del trabajo y horror del duro Marte
descansa con el premio merecido.
Yo, abrazando de Amor el estandarte,
traigo roto el pavés; cortado el pecho;
atravesado de una y otra parte;
De espantosas heridas ya deshecho;
que abiertas con peligro y rigor fiero
me arrojaron corriendo al mismo estrecho.
Y, cual si mármol fuera, o fuera acero,
tal desdeñoso y áspero me trata
semblante blando y corazón severo.
Pues mi fatal Estrella me es ingrata,
lo que esperar se debe, de mi daño,
es no temer; porque el temor me mata.
Que más vale esforzarme en el engaño;
y no rendirme a un simple movimiento;
y juzgarme en la pena por extraño.
Que con esto, si puedo, mi tormento
será menos terrible; y si no basta,
al fin acabarase el sufrimiento
con la vida; que opuesta al mal contrasta.

SONETO IX

Grande fue, aunque infelice, tu osadía;
que por guiar, oh hijo de Clímene,
el carro; en que gobierna solo y tiene
Febo el vivo esplendor, que ilustra el día,
Del fiero rayo muerto en yerta vía,
Erídano en sus ondas te sostiene,
glorioso sepulcro; cual conviene
a tu alto corazón y a tu porfía.
Yo, que cuidé estrenar la pura lumbre,
y de mi Sol regir los cercos de oro,
dichoso Automedón, con diestra suerte;
Caí abierto el pecho de la cumbre,
y perdí, no la vida, el bien que lloro;
que en tal mal fuera bien hallar la muerte.

SONETO X

El corazón huido busco y llamo
él; do el rigor esfuerza el duro hielo,
entra, y sin miedo pisa estéril suelo,
yo, esquivando el dolor; mis males amo.
Las lágrimas y quejas, que derramo,
no vencen su porfía, y sin recelo
allí se pierde; y no osa alzar el vuelo,
y su obstinado error al fin desamo.
No porque tema ya peligro alguno;
que no doy más lugar a miedo cierto,
ni admito en tanto afán remedio vano.
Mas porque es poquedad ser importuno
a un lento pecho; y ser más precio muerto;
que esperar la salud de ingrata mano.

SONETO XI

Amor, si el fuego, en quien inunda el pecho;
que mal puede entibiar la fría nieve,
con tus alas avivas, muerto en breve
será tu ardor y el corazón deshecho.
Procuro, en esta llama satisfecho,
que sin cesar en mí su fuerza pruebe;
porque del mal mi alma el premio lleve,
causando el daño luengo algún provecho.
Este suave incendio me sustenta;
y consagra en honor de mi Luz pura
mis entrañas; que crecen apuradas.
Dichoso el corazón, a quien alienta
tal virtud; que engrandece con ventura
la gloria de mis penas renovadas.

SONETO XII

Podrá (y no yerro) nunca luz ardiente
tocar mi pecho, y nunca ser vencido
de oro podrá, en madejas esparcido,
con gloria de otra ilustre y bella frente.
Que vuestra luz, do yace Amor presente,
tiene y el rico cerco recogido
mi cuello y pecho preso y mal herido,
y dulcemente el yugo y fuego siente.
Nací yo destinado a vuestra llama,
Amor me dio valor para mi muerte;
y pago amando a vos la deuda nuestra.
Volando voy, do el ciego ardor me inflama;
cual va a su fuerza el cielo, y es mi suerte
en vuestro fuego arder, y helaros vuestra.

SONETO XIII

La llama crece, y arde; y crece luego
el dolor; que mi gloria y bien deshace.
el pecho exhala todo, y se rehace
cual Ticio, sin hallar algún sosiego.
No sé, do alienta Amor, do esfuerza el fuego.
ni de qué pena ya se satisface.
mal me quejo del daño, que me hace,
si es cruel, voluntario, ingrato y ciego.
Felice Meleagro, cuya muerte
gastó su ardiente hado; mas yo veo,
que renace mi vida en el tormento.
No huyo la aspereza de mi suerte.
aunque, si por la causa la deseo,
la temo por el fiero mal, que siento.

SONETO XIV

Regando enciendo todo, ardiendo baño
con triste humor, prolijo el campo abierto,
y mi afán canso y lloro sin concierto;
y el llanto con suspiros acompaño.
Esperanza y razón mi injusto daño;
causa; esta y aquella al fin desierto
me tienen de salud, y tan incierto,
que con el bien y con el mal me engaño.
Voy, como sombra pálida, y cuitoso
doy gemidos, y asombro el bosque oscuro;
que tarde en lasa y honda voz responde.
En tanta confusión, do estoy medroso,
una Luz se me ofrece y ardor puro
distante, pero cerca se me esconde.

ELEGIA II

Yo siempre culparé los ojos míos;
que, enemigos del ocio de mi vida,
siguieron de mi error los desvaríos.
Por ellos llama tal fue despedida
al corazón; que, ardiendo en las entrañas,
crece con nuevo ímpetu encendida.
Todo el valor de Amor y sus hazañas,
su bien, su mal, su gloria y su tormento
eran a mi memoria muy extrañas.
Mas cuando con un tierno sentimiento
en mi sus rayos descubrió mi Estrella;
y mis daños honró mi sufrimiento,
Conocí su poder y mi querella,
y el temor; que me aflige no apartado,
y no me dolió arder en su centella.
Dulce me era el dolor; caro el cuidado;
dichosa la membranza de mi pena;
ledo el tiempo lloroso de mi estado.
Aquel bello esplendor de luz serena
me miró blandamente de su alteza,
y la culpa admitió, que me condena.
El bien, que cabe en la mortal flaqueza,
(direlo? o no?) me dio; si se consiente,
que ose yo pensar tanta grandeza.
Porque sufre, que abrase mi doliente,
pecho su llama, y (suelto el torpe frío)
lo afine siempre en su vigor presente.
Mas este que me vale esfuerzo mío,
si muero en soledad; y si mis ojos
son causa del engaño, en qué porfío?
Tiranos de mi gloria y mis despojos,
que los lleváis, do esperan ser perdidos,
llorad, si por vos peno, mis enojos.
El uso y la virtud de mis sentidos
vos ocupasteis todos en mi muerte,
sin ser a mi remedio consentidos.
La vida vence al fin el riesgo fuerte;
y vos, como si hubiérades victoria,
este daño escogéis por mejor suerte.
Si visteis, y gozasteis de la gloria;
si ufanos abrazáis el bien primero,
perded ya con la vista la memoria.
Estoy tal, que otro bien de Amor no espero,
y vos no lo esperéis; pues tarde entiendo
en mi mal; que es a todos el postrero.
Aborrezco el lugar, do estoy muriendo,
ved, cuán corta firmeza es esta mía;
porque ante de mi Luz no expiro ardiendo.
Sandeces de amorosa fantasía
son estas, que me traen en dudanza
ausente, con temor, sin alegría.
Mis Ojos, poco debo a la esperanza,
si me duelo de vos, y temo, ajeno
de cuita, en mis dolores la mudanza.
Y aunque en mi soledad con ansia peno,
nunca veré al Amor tan mi enemigo;
que no juzgue mi afán por justo y bueno.
La Noche; que, me escucha, lo que digo,
y el Cielo de sus astros esparcido,
será de este mi crédito testigo.
Los ojos, que hube un tiempo aborrecido;
por ser principio al mal de mi deseo;
donde quedé a mis lástimas rendido,
Más dulces que la vida, que poseo
son, y a mi gloria vienen tan iguales;
que al mérito el dolor ceder no creo.
Y aunque lleve victoria de mis males,
la que el progreso rompe al curso humano,
serán en mí sus bienes inmortales.
Y porque jamás esto salga en vano,
ante mi Lumbre afirma el Amor puro;
que nunca en bien tan alto y soberano
otro felice amante vio seguro.

SONETO XV

Yerto y doblado Monte, y tú luciente
Río, de mi zampoña conocido,
cuando de los pastores el gemido
canté, y mi mal con cítara doliente;
Si en vuestra cima siempre y pura fuente
se escucha el son de mi dolor crecido;
y si por el camino, que han seguido
su afán otros llorando, voy presente;
Una Luz bella, es causa, y un honesto
semblante; que tentar en canto osara
la origen y orden firme de las cosas.
Del curso eterno es en sazón dispuesto,
todo, espero (la edad sino es avara)
mostrar, cuán varias son y cuán hermosas.

SONETO XVI. A Martin R. de Arellano

Dura por mí fue al Tajo tu partida,
dejando solo el Betis, Arellano;
y en llanto me obligó y dolor insano
tu ausencia, de mí siempre aborrecida.
Tú sabes, que esparció a mi triste vida
afán el cielo y cuita en larga mano;
y en mi mal dulce amigo eras y hermano,
y no hay quien me consuele ya en tu ida.
Hiriome fiera el pecho mi Luz bella;
y se escondió a mi vista, y con ardiente
fuego a la alma abrasó en su mal envuelta.
Y tú, que eras descanso a mi querella,
te vas en tanto; sin dejar presente
una incierta esperanza de tu vuelta.

SONETO XVII

Ardo, Amor, y no enciende el fuego al hielo,
y con el hielo no entorpezco al fuego.
contrasta el muerto hielo al vivo fuego.
todo soy vivo fuego y muerto hielo.
No tiene el frío polo tanto hielo,
ni ocupa el cerco eterio tanto fuego
tan igual es mi pena; que ni el fuego
me ofende más, ni menos daña el hielo.
Muero, y vivo, en la vida, y en la muerte,
y la muerte no acaba, ni la vida;
porque la vida crece con la muerte.
Tú, que puedes hacer la muerte vida;
por qué me tienes vivo en esta muerte?
por qué me tienes muerto en esta vida?

SONETO XIIX

Canso la vida, y siempre espero un día
de fingido placer. huyen los años,
y nacen de ellos mil sabrosos daños,
que esfuerzan el error de mi porfía.
Son, por do salir pienso a mi alegría,
tan inciertos los pasos, tan extraños;
que rematan el curso, en mis engaños,
y de ellos vuelvo a comenzar la vía.
Descubro en el principio otra esperanza,
si no mayor, igual a la pasada,
y en el mismo deseo persevero.
Mas torno sin cesar a la mudanza
de la suerte en mi daño conjurada,
y, esperando el fin cierto, desespero.

SONETO XIX

Estos ojos, no hartos de su llanto;
que atan estrecha suerte me han traído,
lloren, sin descansar, el bien perdido,
si lágrimas prolijas valen tanto.
Que cuando mi dolor subiere, cuanto
debe al mal y al amor, en lento olvido
solo, a la ira y al desdén rendido,
cual Cisne, expiraré en funesto canto.
Y este cielo, enseñado a mi lamento,
podrá llevar por este campo abierto
mi voz triste a la causa de mi daño.
Porque yo oso esperar, que mi tormento
(pues es venganza indigna contra un muerto)
o venza, o junto acabe con mi engaño.

SONETO XX

Si tiene a do reináis mi pura Estrella, lugar
la fe; en la pena, que consiento;
mostrad algún pequeño sentimiento,
y el premio vendrá a ser que espero de ella.
Pero si vos queréis, que pierda en ella
este bien; acabad con mi tormento;
que, a quien daña el valor del pensamiento,
no es justo, permitáis vivir con ella.
Y si estas obras de afición ausente
en vuestra voluntad tal vez la gloria
gozan; que se concede al venturoso.
Aquí do estoy, diré; que estoy presente;
y que más vale el mal de mi memoria,
que el bien, que causa ajeno amor dichoso.

SONETO XXI

Dulces Contentos míos, ya pasados,
que sostuve en error de mi esperanza;
lo que vuestro recuerdo más alcanza,
es dolor de mis días mal gastados.
Porque, envuelto en deseos y cuidados;
me consumo, llorando la mudanza;
y Amor, que reconoce su venganza,
mis daños me descubre, renovados.
Qué puedo yo, si ausente me condeno,
sino solo al olvido y niebla fría
esta memoria ingrata rendir muerta?
Mas ay, que tiene el corazón, ajeno
de bien; presente siempre la Luz mía,
y ofrece en cierto mal su gloria incierta.

CANCION I. AL S. DON IUAN De AUSTRIA

Cuando con resonante
rayo y furor del brazo impetuoso
a Encélado arrogante
Júpiter poderoso
despeñó airado en Etna cavernoso;
Y la vencida Tierra,
a su imperio rebelde, quebrantada,
desamparó la guerra
por la sangrienta espada
de Marte, aun con mil muertes no domada.
En el sereno polo
con la suave cítara presente
cantó el crinado Apolo,
entonces dulcemente,
y en oro y Lauro coronó su frente.
La Canora armonía
suspendía de Dioses el Senado;
y el cielo, que movía
su curso arrebatado,
el vuelo reprimía enajenado.
Halagaba el sonido
al piélago sañudo, al raudo viento
su fragor encogido
y con divino aliento
las Musas consonaban a su intento.
Cantaba la victoria
del ejército eterio y fortaleza;
que engrandeció su gloria,
el horror y aspereza
de la Titania estirpe y su fiereza.
De Palas Atenea
el Gorgóneo terror; la ardiente lanza;
del Rey de la onda Egea
la indómita pujanza;
y del Hercúleo brazo la venganza.
Mas del Bistonio Marte
hizo en grande alabanza luenga muestra,
cantando fuerza y arte
de aquella armada diestra;
que a la Flegrea hueste fue siniestra.
A ti, decía, escudo,
a ti, del cielo esfuerzo generoso,
poner temor no pudo
el escuadrón Sañoso,
con sierpes enroscadas espantoso.
Tú solo a Oromedonte
trajiste al hierro agudo de la muerte
junto al doblado monte;
y abrió con diestra suerte
el pecho de Peloro, tu asta fuerte.
Oh hijo esclarecido
de Juno, oh duro y no cansado pecho;
por quien cayó vencido,
y en peligroso estrecho.
Mimante pavoroso fue deshecho.
Tú cubierto de acero,
tú estrago de los hombres indignado,
con sangre hórrido y fiero,
rompes acelerado
del ancho muro el torreón alzado.
A ti libre ya debe
de recelo Saturnio, que el profano
linaje, que se atreve
alzar la osada mano;
sienta su bravo orgullo salir vano.
Mas aunque resplandezca
esta victoria tuya conocida
con gloria, que merezca
gozar eterna vida;
sin que llaga en tinieblas ofendida.
Vendrá tiempo en que se tenga
tu memoria el olvido, y la termine;
y la tierra sostenga
un valor tan insigne;
que ante él desmaye el tuyo, y se le incline.
Y el fértil Occidente,
cuyo inmenso mar cerca el orbe y baña,
descubrirá presente
con prez y honor de España
la lumbre singular de esta hazaña.
Que el cielo le concede
aquel ramo de César invencible;
que su valor herede;
para que al Turco horrible
derribe el corazón, y ardor terrible.
Vese el pérfido bando
en la fragosa, yerta, aérea cumbre;
que sube amenazando
la soberana lumbre,
fiado en su animosa muchedumbre.
Y allí, de miedo ajeno,
corre, cual suelta cabra, y se abalanza
con el fogoso trueno
de su cubierta estanza,
y sigue de sus odios la venganza.
Mas después que aparece
el Joven de Austria en la enriscada sierra,
frío miedo entorpece
al rebelde, y lo atierra
con espanto y con muerte la impía guerra.
Cual tempestad ondosa
con horrísono estruendo se levanta,
y la nave, medrosa
de rabia y furia tanta,
entre peñascos ásperos quebranta.
O cual del cerco estrecho
el flamígero rayo se desata
con luengo surco hecho,
y, rompe y desbarata,
cuanto al encuentro su ímpetu arrebata.
La Fama alzará luego,
y con las alas de oro la Vitoria
sobre el giro del fuego,
resonando su gloria
con puro lampo de inmortal memoria.
Y extenderá su nombre,
por do Céfiro espira en blando vuelo,
con ínclito renombre
al remoto Indio suelo,
y a do esparce el rigor helado el cielo.
Si Peloro tuviera
parte de su destreza y valentía,
él solo, te venciera,
Gradivo, aunque a porfía
tu esfuerzo acrecentaras y osadía.
Si este al cielo amparara
contra las duras fuerzas de Mimante,
ni el trance recelara
el vencedor Tonante;
ni sacudiera el brazo fulminante.
Traed cielos huyendo
este cansado tiempo espacioso;
que oprime deteniendo
el curso glorioso,
haced, que se adelante presuroso.
Así la lira suena,
y Jove el canto afirma, y se estremece
el Olimpo, y resuena
en torno, y resplandece,
y Mavorte dudoso se oscurece.

SONETO XXII

Alzo ligeras alas al deseo,
sigo el bello esplendor de mi alegría;
hállolo reluciente en la Osa fría,
y desespero el bien, que más deseo.
Suspenso en un incierto devaneo;
que mi esperanza cansa y mi porfía,
digo; porque, serena Lumbre mía
leda en estéril parte arder vos veo?
Llevar debía el Céfiro victoria,
siempre de vuestra llama esclarecido,
al Euro ufano, que con él contiende.
Mas oh, que el cielo causa mi gemido,
por honrar gente, indigna de memoria;
que el Sol con tibio rayo apena enciende.

SONETO XXIII

Amor con todo el fuego, que el humoso
Etna espira y las islas de Vulcano,
me abrasa el pecho; que asegura en vano
a su mortal ardor algún reposo.
Con la nieve, que, el Cáucaso nevoso
y el desnudo Rifeo hace cano,
mi alma enfría; y rompe el inhumano,
a la esperanza el paso temeroso.
Que en los ojos, do siempre el hielo y llama
suya en mi muerte acuerdan, fijo tiene
el ímpetu y furor de su braveza.
Y por vengarse más, la seca rama;
do estoy asido, sin quebrar sostiene,
probando en nuevas penas mi flaqueza.

SONETO XXIV

Un tiempo ave Caistra viví en fuego,
pero ya blanco Cisne en ondas vivo;
que solo de mi mal cuitoso escribo,
cuanto escribí de bien en mi sosiego.
Pensé, trocando grado, trocar luego
suerte, y fue vano error; que Amor esquivo
en uno y otro estado al fin cativo
me oprime y en igual desasosiego.
De mi pecho exhaló un Vesubio ardiente,
ahora, de mis ojos despedido,
corre un Istro nevoso desatado.
No esfuerza con la nieve la creciente,
antes con el ardor más encendido
va en abundoso curso dilatado.

SONETO XXV

Ningún remedio espero en mi tormento,
y de mejor fortuna desespero.
muriendo vivo, aunque viviendo muero,
ajeno y ocupado en pensamiento.
Temo el fiero dolor, y si contento
alguno tengo, temo el dolor fiero.
cansado mi pasión abrazo y quiero,
y el mal, que más rehúyo, más consiento.
Tan ufano estoy siempre en la tristeza;
que nunca ceso de alabar el día;
que fue ocasión de merecer mi daño.
No doy lugar al bien, y en mi estrecheza,
perdiendo vanamente la edad mía,
no sé hallarme libre de mi engaño.

SONETO XXVI

Venció mi duro pecho Amor tirano,
y los niervos cortó su aguda espada
de aquella ajena libertad amada;
que mísero suspiro y lloro en vano.
Él me vuelve y me trae por la mano,
a do mi afrenta y perdición le agrada.
mas de su afán la vida ya cansada
tornar procura al curso usado y llano.
Pero es flaca osadía, y, con la muerte
luchando, abrazo alegre el dulce engaño,
y me aventuro en el deseo y pierdo.
Que yo no puedo ser al fin tan fuerte
que contraste gran tiempo a tanto daño;
ni en tal error me vale ya ser cuerdo.

SONETO XXVII

Do vas? do vas cruel? do vas? refrena,
refrena el presuroso paso, en tanto
que de mi grave afán el luengo llanto
abre en prolijo curso honda vena.
Oye la voz de mil suspiros llena,
y de mi mal sufrido el triste canto;
que ser no podrás fiera y dura tanto
que no te mueva al fin mi acerba pena.
Vuelve a mí tu esplendor, vuelve tus ojos,
antes que oscuro quede en ciega niebla;
decía en sueño, o en ilusión perdido.
Volví, halleme solo y entre abrojos,
y en vez de luz cercado de tiniebla,
y en lágrimas ardientes convertido.

ELEGIA III

Quién me daría, Amor, una voz fuerte,
y espíritu en mis lástimas osado,
para cantar las cuitas de mi suerte?
Que el luengo error de mi primer cuidado
ocupada me tiene la memoria,
y todo mi sosiego enajenado.
Yo nací, para ver, cruel, tu gloria,
cual Tántalo, engañado, y al extremo
para llorar perdido mi victoria.
Sufro el dolor, que ya algún mal no temo;
si a tan estrecho paso reducido,
de ti desesperar es bien supremo.
Pero al freno me traes tan rendido;
que en mi furor enciendes la esperanza;
que me vuelva suspenso y confundido.
Nuevo mal al antiguo mal alcanza,
y tal es el pasado y el que viene;
que en su rigor no siento la mudanza.
Ni huir, ni esperar ya me conviene,
y huyo, espero, temo ya y confío,
y, lo que me desmaya, me sostiene.
Por qué este porfioso desvarío
no extirpas, Rey ingrato, y de mi pecho
no arrancas este indigno dolor mío?
Téngate ya mi daño satisfecho;
que poca es la venganza en el sujeto,
y matar al rendido no es derecho.
Seguí siempre en lo público y secreto
tu estandarte, y, al carro aherrojado,
tu valor celebré con tierno afecto.
Si no eres en las rocas engendrado
del alto, yerto Cáucaso espantoso,
y de la Armenia tigre alimentado,
Serás a mis tormentos piadoso;
que de la pena ya, que la alma siente,
no sé, gran tiempo ha, lo que es reposo.
El esplendor de Febo, y, la fulgente
escuadra de las lúcidas estrellas
recoge el hondo seno de Occidente;
Yo mezquino, constante en mis querellas,
jamás descanso doy al mustio canto,
y se envuelven mis lágrimas con ellas.
Que no acabe en tan duro mal me espanto,
y que crezca a los cercos de mis ojos
perpetua exhalación de ardiente llanto.
Si cuidas tú, que llevas más despojos
en mi pasión, o gloria más dichosa,
y por eso acrecientas mis enojos;
Yo te protesto, Amor, por la penosa
historia de la vida, que prosigo;
que la victoria alcanzas afrentosa.
Fortuna, que te sirva, oh mi enemigo,
quiere, su imperio temo, y temo el tuyo,
ya vasallo rebelde, infiel amigo.
En mi muerte, Tirano, te destruyo,
pues nací para amar, y solo quiero,
que se entienda, cuán poco de ti huyo.
Bien sé que en vano me lamento y muero,
por ablandar esa cruel dureza;
que sin provecho mitigar espero.
Cual revuelve la rueda con presteza
a Ixión; que se huye y va siguiendo,
tal me revuelve y tuerce tu fiereza.
Y cual el triste Sísifo subiendo
va el gran peñasco alzado a la alta cumbre,
siempre descanso alguno no admitiendo;
Tal de mi afán la grave pesadumbre
llevando lejos voy, do ausente veo,
triste sin alcanzar, mi pura Lumbre.
El nieto ilustre del insigne Alceo,
en mil grandes empresas glorioso,
se inclinó al duro yugo de Euristeo;
Yo, que no soy tan fuerte y valeroso,
y de tu fuego, Amor, estoy herido
por qué, estaré soberbio y animoso?
Mírame ante tus pies preso y rendido,
y suena en mi cerviz el hierro puesto,
humilde a tus cruezas ofrecido,
Perdona mi dolor; que ya dispuesto
estoy a sufrir sin quejas mi tormento,
y escoger por más gloria mi denuesto.
Aspire el deleitoso y vivo aliento
a mi encendido pecho; porque en llama
se tiemple el hielo, en que enfriarme siento.
Ya que mi muerte no se excusa, inflama
mi alma en el vigor de la Luz mía;
porque ensalce mi nombre eterna fama.
Que el helado rigor y nieve fría
de su olvido y desdén turba y detiene
a tu fuego el valor con osadía.
Si volver por los tuyos te conviene,
por mis ojos arroja en sus entrañas
el fuego; que abrasado al orbe tiene.
Que si yo veo, Amor, tales hazañas,
daré en justo rescate de tal pena
mi hierro, y el ardor, con que te ensañas.
Porque su libre cuello en la cadena
ver y encenderse el frío de su pecho,
es todo el bien; que tu poder ordena,
si tu poder se extiende a tan gran hecho.

SONETO XXIIX

Cuando pienso, cansado del tormento;
que con mi afrenta Amor herirme pudo
de una serena Luz con rayo agudo,
y que rendí el valor y entendimiento;
Vuelvo triste a mirar mi perdimiento,
mas tan solo me hallo y tan desnudo
de fuerza; que romper el débil nudo,
que me enlazó el deseo, nunca intento.
Seguir el mismo curso en el cerrado
laberinto, y sufrir ya más denuesto;
no debo, si en mí queda algún sentido.
Acabe el vano error de mi cuidado.
pero qué digo simple? yo protesto;
que hablo enajenado y ofendido.

SONETO XXIX

Si no es llorar, qué pueden ya mis ojos?
mi alma de lamento se mantiene.
con él crece el ardor, y se sostiene,
y la pluvia se alienta en sus despojos.
Un tiempo esperé premio a mis enojos,
mas tarde es ya; que mi pasión previene.
pero acabar en lágrimas conviene
a quien de flores nacen los abrojos.
En llanto me consumo, y cuando espero,
(grande y nuevo milagro) dar memoria
a mi nombre, resuelto en triste río;
Ocurre el fuego, en él me abraso y muero,
desvaneciendo en llama con más gloria.
justo, aunque grave bien al dolor mío.

SONETO XXX

Al sereno esplendor de luz ardiente,
de celestial zafiro a la belleza
la alma , volando en torno con presteza,
las alas rojas mueve dulcemente.
Amor, que de este cielo nunca ausente
respira, le descubre su grandeza,
y de gloria mil bienes y riqueza;
que sola ella los conoce y siente.
En este engaño siempre va, y se olvida
de quien cuidoso de su afán la llama,
y en conocido error cansa y porfía.
Porque espera tal vez allí, encendida
de aquellas puras luces en la llama,
hallar sepulcro igual a su osadía.

SONETO XXXI

Corre soberbio al mar del llanto mío,
Betis claro, sagrado honor de ríos;
y no acaben mis grandes desvaríos,
donde se acaba en él tu grande río.
Antes oigan mi afán y desvarío
entre el fuego y rigor de hielos fríos,
y se conduelan de los males míos
Libia ardiente y desnudo Islando frío.
Y el Indo; que primero ve la Aurora;
y el otro, que más tarde alumbra Apolo,
hagan memoria eterna de mis daños.
Y tú lamenta esta postrera hora;
en que muero de bien ausente y solo,
rico de pensamientos, pobre de años.

SONETO XXXII

No espero en mi dolor lo que deseo,
que tanto bien no cabe en mi mal fiero;
mas deseo ya solo, lo que espero;
acabar en mi ciego devaneo.
Tan cansado me tiene este deseo,
que del mísero efecto desespero,
y engañado en mi intento persevero;
el vano error, que sigo, al cabo veo.
Pero qué vale ver el mal presente,
si porfío y contrasto no espantado
a los asaltos bravos de amor crudo?
No temo, y oso todo libremente;
porque es al corazón desesperado
la dura obstinación Vulcanio escudo.

ELEGIA IV

Si este inmortal dolor y sentimiento;
que me fuerza a penar sin esperanza,
no puedo desatar del pensamiento;
Si esta fortuna súbita y mudanza
a una prolija ausencia me condena,
por qué tengo en mi daño confianza?
Quien vio mi día, y vio mi Luz serena,
podrá juzgar, a cuanto mal me ofrezco
en noche de tiniebla y de horror llena.
Tormento nuevo en viejo mal padezco;
que quiere este impío Rey, que solo sienta,
lo que esperó ninguno, y no merezco.
Lidio en mi soledad, que me presenta
siempre el pasado bien y la ventura,
y la perdida gloria me atormenta.
Rayos de Amor, inmensa Hermosura,
que suspiro y deseo y busco ausente,
volved la claridad excelsa y pura.
Que, si veo los cercos y oro ardiente;
que vos ciñe y corona en rico velo,
descansaré del llanto y voz doliente.
Y en el herboso, fresco y fértil suelo,
que el padre y sacro Betis deleitoso
baña, agradable al alto y claro cielo;
Alzaré a vuestro nombre generoso,
cual fue en Pafo a Dione consagrado,
un templo insignemente suntuoso.
Do, quien el peligroso mar surcado
hubiere del Amor, ya salvo en puerto,
a las aras atento y humillado,
Los votos, que en el ancho golfo incierto
prometió, pagará, dejando escrita
la causa del peligro y temor cierto.
Mas voy, por do no sufre la infinita
fuerza de mi pasión y suerte indigna;
que alguna muestra de esperanza admita.
Y antes que pueda ver la luz divina
vuestra, aquel rigor último a la vida,
vendrá del mal, en que mi ardor me inclina.
Y en breve espacio fincará perdida
la esperanza desierta y el deseo,
triunfando de mi muerte aborrecida.
Nunca temí el dolor del mal, que veo;
que entró al descuido Amor blando y sereno,
para aquistar de mí el mayor trofeo.
En tal sazón ya sin remedio peno;
que, lo que menos duele, es el tormento.
tanto de mí me aparto y enajeno!
Quien abrir del mar ciego el alto asiento
en mi ligera nave verme pudo
con alegre bonanza y manso viento,
Y viese el cielo oscurecer desnudo
de luces; borrascoso el Ponto; el fiero
Noto con negro horror soplar sañudo;
Aunque su pecho armase duro acero;
en tan cruel mudanza y suerte mía,
donde solo y sin fuerzas desespero,
De humana compasión se vencería,
si puede un grave caso sucedido
turbar de mortal pecho la alegría.
Ya que estoy a mis lástimas rendido,
de mis hermosos ojos (triste) ausente,
en soledad y en confusión perdido;
A do torciere el paso, irá presente
el florido esplendor de la belleza;
que me tiene abrasado en fuego ardiente.
Por difíciles riscos y aspereza
en la nocturna sombra celebrada
será del canto mío su grandeza.
Adonde no se halle alguna entrada
de hombre, o fiera, mostrará el desierto
su figura en los árboles labrada.
Allí mi error y engaño y desconcierto
escrito, y en mi llanto lamentado,
será de mi dolor testigo cierto.
Aquel tierno semblante, venerado;
la bella luz; do el cielo gracias llueve,
la rica falda de oro ensortijado;
Y el suave color de rosa y nieve;
las perlas; por do Amor alegre envía
la voz al corazón y el daño aleve,
Presentes en mi triste compañía,
para temor de la alma, a la memoria
renovarán la ufana suerte mía.
Y del perdido bien de la victoria
darán las ocasiones; que huyeron,
en el progreso luengo de mi historia.
No sé, por do los hados inducieron
esta mi soledad en el extremo;
que en el principio nunca prometieron.
Vos, Ojos, de quien cuido solo y temo
morir penoso ausente, cuando fuere
de mi dolor el término supremo;
Húmedos en mi muerte a quien vos viere
vos descubrid, y vuestra faz llorosa
muestre, como mi mal vos duele y hiere.
Porque sea mi suerte más dichosa,
que en vida, en muerte, y el tormento mío
venza a la vuestra condición sañosa.
Porque en ausencia por el bien porfío;
si en presencia me niegan el derecho,
y me engaño en tan alto desvarío?
Destinado nací para este hecho;
y sujeto a belleza ingrata y dura,
siempre afligido y triste y roto el pecho.
La Aurora pareció con veste oscura,
présaga de mi afán, y el nuevo día
mudó el semblante ledo y luz segura.
Jamás gocé alguna hora de alegría;
que no fuese teñida de tristeza,
si merecí tal bien en mi osadía.
No culpo yo el rigor y la dureza
de mi luciente Estrella en tanto engaño,
mi obstinación sí culpo y mi firmeza.
Debía no huir mi desengaño;
mas consiento la pena, y no rehúso,
si abracé la ocasión, sufrir el daño.
Pero la ausencia así me descompuso
de toda la paciencia; que no hallo
en mí el lugar; que la razón dispuso.
Sufriendo peno y muero, y siempre callo;
pues me conozco al fin de Amor tirano
humilde y pobre y sin valor vasallo.
Yo sé, que un tierno pecho y soberano
del mezquino se acuita y condolece,
y procura su bien con larga mano.
Mas a quien la ventura desfallece,
y no vale esperanza, es bien la muerte;
pues en la vida mísera el mal crece.
Ya no mas buscaré, si el dolor fuerte
desmaya; porque estoy determinado
en seguimiento siempre de mi suerte.
Y de esta soledad acompañado,
con un deseo, en otro convertido,
de mis glorias iré desamparado.
Y cuando no pudiere haber olvido,
(que difícil será) no es ya tan largo
el tiempo, en los trabajos consumido;
Que no me halle luego el trance amargo,
y al cuerpo suelta la alma en vuelo presto,
cansada dejará el pesado cargo.
Y en sombra yacerán y oscuro puesto
mis dolores conmigo sepultados;
y cesarán del vago error molesto,
que ahora no reposan, mis cuidados.

SONETO XXXIII. Al Dotor Martin Martinez

Tú, que alegras el Tebro esclarecido,
y del Betis ondoso el curso ufano
dejas; y el precio antiguo Italiano
miras en el sepulcro del olvido;
Por ventura del yugo sacudido
la cerviz alzas libre, y del tirano
Amor en ti desmaya el furor vano?
o en fiero ardor espiras encendido?
Que yo en la Patria sin mi Luz me veo,
triste, preso, herido, solo, ausente,
y perseguido siempre de un cuidado.
Sin esperanza avivo mi deseo;
y apena de este río a la corriente
descubro el mal, que sufro no cansado.

SONETO XXXIV

Mi Luz, así en la vuestra bella frente
nunca ofenda las rosas hielo frío;
y así blando al ingrato Señor mío
vea en esas estrellas yo presente;
Que me digáis; humilde amante ausente
si en vuestro corazón hallo desvío?
si vuestro pecho tierno el desvarío
dulce, como en mi tiempo alegre, siente?
Porque por esa púrpura templada
en blanca y pura nieve, y por los ojos
suaves, do respira mi esperanza;
Que en la más luenga ausencia y apartada
no vos negó mi alma los despojos,
ni en mí temió el Amor jamás mudanza.

SONETO XXXV

Cuando cantar deseo la belleza
vuestra y serena luz, que humilde honoro;
el esplendor y puros rayos de oro,
do afinan los de Febo su riqueza;
Reconozco el valor y la grandeza,
en quien de eterno ardor celeste coro
ensalzó de sus bienes el tesoro,
y desigual me inclino a tanta alteza.
Dadme favor alguno en vuestra gloria,
de honesto amor oh llama generosa,
y de esta nuestra edad oh raro ejemplo;
Porque a la eternidad de la Memoria
por precio de beldad maravillosa
consagre vuestro nombre yo en su templo.

SONETO XXXVI

Llegue el dolor, si puede crecer tanto,
a desatar esta secreta llaga;
que no me deja reposar, y haga
ante quien temo el justo oficio el llanto.
Que cuando descubriere de ello, cuanto
mostrar se debe, a quien tan mal se paga
de mi mal, podrá ser, que se deshaga
la sombra del peligro y de mi espanto.
Si no, escondido en esta oscura niebla,
acabe a gusto ajeno; mas de suerte,
que falte del remedio la esperanza.
Porque quien siempre yace en la tiniebla,
no espere ver la luz, sino en la muerte;
que la gloria de amor tarde se alcanza.

SONETO XXXVII. Al Conde de Gelves

Señor, si este dolor del mal, que siento,
veo desvanecer en mi memoria;
y en olvido yacer la triste historia;
que fue dura ocasión a mi tormento,
De España con voz alta y noble aliento
cantaré los triunfos y victoria;
y daré entre su honor y eterna gloria
al valor vuestro insigne igual asiento.
Mas un dulce esplendor; un cerco y oro;
que en crespas hebras arde; una armonía
y gracia; que florece y orna el suelo;
Una belleza, a quien suspenso adoro,
impiden esta altiva empresa mía,
y en su furor me llevan hasta el cielo.

CANCION II. A d. Luis Ponce de Lean Duque de Arcos

Oh clara luz y honor del Occidente,
espíritu real, do puso el cielo
de su inmenso valor grandeza tanta;
en quien, cubierta de oro el vario velo,
con puro ardor de púrpura luciente
la gloria su riqueza esparce y planta;
si el molesto dolor, que me quebranta,
y me instiga a cantar la grave pena;
que aborrezco y procuro,
me dejase algún tanto ya seguro
del fuego, que en mi pecho ardiendo suena,
y del cruel rigor del hielo duro;
que me condena a doloroso llanto
y a perpetua cadena,
consagraría en honra vuestra el canto.
Mas yo siguiendo voy con paso incierto
en horror de la noche, en ciego día
por los riscos y cerros no tratados
lejos el fulgor bello y la Luz mía;
que me lleva a morir en temor cierto,
a donde solo entraron desdichados;
que esto es premio a mis penas y cuidados.
ya en la doblada imagen Espartana
la coronada frente
muestra la quinta vuelta el Sol caliente;
después que abierto el corazón con hierro
me trajo Amor al yugo obediente.
siempre sonó de allí mi lira triste,
el mi luengo destierro,
y el desdén, que en mi daño mi Luz viste.
La memoria; los hechos valerosos;
las columnas; del fiero armado Marte
los trofeos alzados; que en rocío
sangriento manan; la destreza y arte
de los ínclitos pechos generosos;
que bañó Betis, Tajo, y Duero frío,
a que aspiraba el rudo canto mío,
oscurecidos yacen en olvido.
solo es Amor mi canto,
los ojos bellos y oro puro canto.
tal me tiene el cruel preso y rendido,
y entregado a la fuerza de mi llanto!
recíbeme la noche y deja el día,
celebrando perdido
el sereno esplendor de la Luz mía.
Aquel, que el glorioso y rico Lauro
coronó con sus verdes hojas de oro;
que con suave y culta noble lira;
igual de Grecia y de Castalia al coro,
suspende el Indo piélago y el Mauro;
y con el canto al mismo Febo admira;
y osadamente levantarse aspira
con felice armonía a la memoria
y Romana alabanza,
del Itálico honor clara esperanza;
y de las almas grandes con victoria;
aquel vuestro valor dichoso alcanza
solo a esculpir en el eterio velo
con venturosa historia;
que no mi canto, ajeno de consuelo.
El peso inmenso y movimiento ardiente
sufre y sustenta apena el grande Atlante;
que siente grave, y la cerviz inclina;
yo, que no soy tan fuerte y tan constante,
temo caer con él y juntamente
mi deseo ilustrar con fama indigna;
y la muerte, que a Erídano destina
el ímpetu Paléneo acelerado,
en la corriente umbrosa;
que hubo del hecho el nombre, do en llorosa
honra el dudoso electro fue engendrado.
la suerte acerba suya y lastimosa,
aparta mi esperanza y mi deseo,
y el miserable hado
de quien perdió el caballo de Perseo.
Vuestro valor excelso; la grandeza
del ánimo; la gloria verdadera;
el alto y vigilante pensamiento
a Esmirna ya cansado y Mantua hubiera,
y del Cisne Dirceo aquella alteza
de no imitado vuelo y grave acento,
y de Olmeo al insigne ayuntamiento;
cuanto más una pobre, estéril vena,
aunque el oro abundoso,
que Hermo tuerce en sus ondas, y el dichoso
Tajo con su luciente y rica arena,
y del Hidaspes Medo el curso ondoso
sonasen de mi canto en la corriente
de vuestra gloria llena,
y la pluvia, que Rodas vio presente.
Querer cerrar en poco el bien, que el cielo
largo y felice ofrece al nombre vuestro,
será, como quien piensa y osa en vano
dinumerar del mar sagrado nuestro,
las ondas, o en el seco, ardiente suelo
las arenas; que mira el Africano,
o los astros del cerco soberano.
mejor es con silencio a vuestra fama
dar la gloria debida,
y venerar tanta virtud crecida;
que luce y resplandece en viva llama,
como estrella del Polo esclarecida.
que contra el Tiempo y todo el rigor crudo,
la lumbre, en que se inflama,
es de inmortal firmeza eterno escudo.

SONETO XXXIIX

Profundo y luengo, eterno y sacro Río;
que el ancho curso tuyo y grande frente
mezclas en el mar hondo de Occidente,
y en él junto el amargo llanto mío;
De mi deseo vano, en quien porfía;
de esperanza y remedio siempre ausente,
en esta soledad por tu corriente
hago ocasión a nuevo desvarío.
Tú, si del canto mío un tiempo oíste
el tierno son, aunque mayor que el Ebro,
y yo cuánto menor que el claro Orfeo!
Admite en estas ondas mi voz triste;
que serás en los males, que celebro,
solo mi Pimpla y mi Castalio Olmeo.

SONETO XXXIX

No puedo sufrir más el dolor fiero,
ni ya tolerar más el duro asalto
de vuestras bellas luces, antes falto
de paciencia y valor, en el postrero
Trance, arrojando el yugo, desespero;
y, por do voy huyendo, el suelo esmalto
de rotos lazos; y alzo osado en alto
el cuello, y verme libre alegre espero.
Mas qué vale mostrar estos despojos,
y la ufanía de alcanzar la palma
de un vano atrevimiento sin provecho?
El rayo, que salió de vuestros ojos,
puso su fuerza en abrasar mi alma,
dejando casi sin tocar el pecho.

SONETO XL

Cubre en oscuro cerco y sombra fría
del cielo puro el esplendor sereno
la noche triste, y lloro, de afán lleno,
perdido el bien, que tuve, y mi alegría.
Ningún alivio en la miseria mía
hallo; de ningún mal me siento ajeno.
cuanto en la confusión nublosa peno,
padezco en la purpúrea luz del día.
En otro yerto Cáucaso el cuidado
profundo mío, y mi mortal deseo
el pecho despedaza, que renueva.
Do nunca en mi tormento no cansado
pudiera el hijo ínclito de Alceo
mostrar de su valor segunda prueba.

SONETO XLI

Viví, cuando Amor quiso, en mi cuidado
ufano y sin temor; mas mi destino
no sufrió, que este bien fuese contino;
que no dura en amor un dulce estado.
Desierto de remedio y engañado,
cual mísero y errante peregrino,
por los montes voy solo sin camino,
de mí mismo y de Amor desamparado.
En medio del dolor en la memoria
tal vez consiento sombras de alegría;
que engañan dulcemente la esperanza.
Mas esto es la segur, que de mi gloria
corta lo extremo; que en la suerte mía
del bien nace en mis daños la venganza.

SONETO XLII

Cuando miro el fino oro al manso viento
en lucientes rieles esparcido;
o en hermosas lazadas recogido,
mil causas justas hallo a mi tormento.
Cuando la llama y luz de puro aliento
rutilar veo en torno; y que el vencido
pecho tiene en su fuego convertido,
mil causas justas hallo al mal, que siento.
Cuando escucho la angélica armonía;
y admiro el valor vuestro y gentileza,
mil causas hallo justas a serviros.
Mas cuando en la humildad contemplo mía;
y en vuestro dulce afecto y su nobleza,
no hallo causa justa a más suspiros.

ELEGIA V

Pues la luz, que escogí por cierta guía,
sombra oscura del cielo me defiende;
llora conmigo, Amor, la pena mía.
Ya sobre mi nubloso horror desciende,
y me aflige la suerte y rinde a llanto;
que el fuego, que me abrasa, airado enciende.
En lágrimas deshago el triste canto,
y en ellas ya debría estar deshecho
el duro corazón, que sufre tanto.
Qué áspera condición de fiero pecho
en tan siniestro caso me levanta,
y me tuerce a sufrir tan impío hecho?
Cómo explicar podré congoja tanta,
si faltan las palabras? si el efecto
triste el sentido mísero quebranta?
Qué podré ya temer? qué tierno afecto
habrá, que ablande en parte mi dureza,
pues vivo en tal dolor con mal secreto?
Quién me impide mirar la gran belleza;
el celestial semblante y armonía;
que deterraban toda mi tristeza?
Ya para mí se ha oscurecido el día;
y pues en las tinieblas me lamento,
llora conmigo, Amor, la pena mía.
El puro fuego, aquel divino aliento,
que en el blando y rendido pecho mío
mi Sol bello envió de su alto asiento;
Se altera con rigor en hielo frío,
y acaba de la vida ya suspensa
la parte; que estrenó mi desvarío.
Y la virtud de la alma y fuerza inmensa;
que me llevaba sin graveza al cielo,
entorpecida está de nieve intensa.
Ya no pretendo yo encumbrar el vuelo
a algún favor; que estoy desconfiado,
sin bien, oscuro y derribado al suelo.
Queda solo este bien a mi cuidado,
renovar con dolor esta memoria;
Amor, lloremos mi dichoso estado.
A do el favor antiguo? a do la gloria
de mi pasado tiempo y venturoso?
a do tantos despojos y victoria?
Collados altos; Bosque deleitoso;
Fuente abundosa y agradable Puesto;
testigos de mi bien y mi reposo,
A do las luces y el semblante honesto?
el oro en rico cerco recogido,
con bello error entorno, o descompuesto?
A do el coral lustroso y encendido;
y el color dulce de suave rosa,
tiernamente tal vez descolorido?
A do la blanca mano y generosa;
que el yugo puso blandamente al cuello,
y fue prenda a mi alma dolorosa?
A do el ardor luciente del cabello?
a do más que marfil y no tocada
nieve del pecho tierno el candor bello?
A do la perfección, nunca imitada,
de aquella imagen viva y hermosura,
con envidia de todas admirada?
Qué fuerza de astro, qué cruel ventura
puede apartarme el bien de mi deseo?
de mi grave temor quién me asegura?
En un mismo lugar estoy, y no veo
la Luz, que a la alma da virtud crecida,
y pierdo el bien; que siempre ver deseo.
Grande dolor, pero en cuitada vida
bien lo debe abrazar, quien la consiente,
y sufre sustentar esta caída.
Si donde el Sol se esconde de la gente;
o a do en rosado carro va la Aurora
con purpúreo celaje y blanca frente,
Fortuna, de mi daño causadora,
me llevase esta Luz serena y bella;
que humilde reconozco por Señora,
Aunque mil muertes me ofreciese en ella.
por la tiniebla y claridad del día
buscando iría mi fatal Estrella.
Y ahora una enemiga compañía
el paso, al bien abierto, me deshace;
llora conmigo, Amor, la pena mía.
En esta soledad me satisface
cuanto es triste, y a muchos insufrible,
y todo extraño desconcierto aplace.
Quién espera en Amor? si aborrecible
su bien y su mal es en su mudanza,
y, cuanto mas halaga, más terrible.
Si pudiese perderse la esperanza,
oh cuán breve sería el ciego engaño;
que nace de amorosa confianza!
Porque descubriría el desengaño,
presente al cielo, que mis cuitas mira,
la vanidad y causa de su daño.
Mísero, quien estima, y quien admira
simple tan frágil fuerza, y olvidado
de sí, su perdición busca y suspira.
Pues yo ausente, aún no estoy desesperado;
para que no desmaye el dolor crudo;
Amor, lloremos mi dichoso estado.
Mis quejas oiga el ímpetu sañudo
de Vulturno, y las lleve resonando,
do Hiperión esconde el rayo agudo;
Y traspase de allí al caliente bando,
y a la llena región de fría nieve,
mi cuidado y dolor multiplicando.
Mi daño alcance, quien surcando debe
abrir el hondo lago de Neptuno,
y quien, oh Marte, a tu furor se atreve.
Si se hallare desdichado alguno;
que tuvo bien, y lo perdió, este puede
consuelo en mí tener más oportuno.
Escrita mi infelice historia quede
en bronzo; y llore de mi gloria muerta
quejoso el mal; que a tanto bien sucede.
Si algún amante en esta parte incierta
llegare, lleno de mortal fatiga,
y con dolor herido y cuita cierta,
Señale en esta arena, y mustio diga;
aquí no entra, quien no es desdichado.
y aquí la suerte a todo afán obliga.
En tanto que se acerca el impío hado:
y nos escucha esta ribera fría,
lloremos, Ojos, mi dichoso estado.
Llore Betis los versos; que me oía,
y tú, que no te ofendes de mis males,
llora conmigo, Amor, la pena mía.
Las aves con sus cantos desiguales
acompañan la voz de mi lamento,
y de esta fuente rotos los cristales.
No es mi queja mayor que mi tormento;
que el corazón, que tengo, es bien bastante
para cualquier profundo sentimiento.
Mas este que padezco, va delante
a todos cuantos tiene el Amor fiero;
ni puede alguno ser su semejante.
Desconfío, aborrezco, amo, espero,
y llega a tal extremo el desconcierto;
que ya no sé, si quiero, o si no quiero.
Testigo es de mis males el desierto;
que me ve en su desnuda y roja arena
vencido del dolor y casi muerto.
Cándida Luna, que con luz serena
oyes atentamente el llanto mío;
has visto en otro amante otra igual pena?
Mírame en este solo y hondo río
lamentando mi mal con su ruido,
y me cubre del cielo el manto frío.
Repara el carro instable a mi gemido;
y pues Amor tocó tu exento pecho,
duélete de quien ama tan perdido.
Así el dormido Joven, satisfecho
del hermoso fulgor de tu luz pura,
amancille jamás tu alegre lecho.
Pues de nieblas la faz rompiste oscura,
para mirar el tiempo ufano y ledo;
cuando pude esperar en mi ventura,
En este mal, en que me vence el miedo,
ofrece algún remedio a tanto daño;
pues valerme en mis ansias nunca puedo.
Que en este mi infortunio y mal extraño
por ventura la suerte ofrecería
algún flaco reparo a tal engaño.
Mas pues Diana sigue su alta vía;
y acogida a mis lágrimas me niega,
llora conmigo, Amor, la pena mía.
Ya que mudanza a tanto mal no llega;
y, roto del mar negro en la onda fiera,
cruel fortuna a lástimas me entrega,
De este sonante río en la ribera
esperaré, si soy de tal bien digno,
que mi esquiva pasión conmigo muera.
Y seré en esta tierra triste indigno
ejemplo del dolor; que Amor presenta
al más dichoso amante y más mezquino.
Cubrirá mi sepulcro esta sedienta
arena; que el Sol hiere en luengo día,
y un verso; que declare así mi afrenta;
Dio ausencia y soledad, siendo su guía.
a un mísero amador injusta muerte;
Amor, que siempre fue en su compañía.
yace con él en una misma suerte.

SONETO XLIII

Qué espíritu encendido Amor envía
en este frío corazón esquivo,
que a la alba en calor grande el pecho avivo,
y ardo al aparecer del nuevo día.
Yo me inflamo, si a Febo se desvía
la sombra; y cuando de aquel puesto altivo
declina el Sol, me quemo en fuego vivo,
y abraso, cuando tuerce al mar la vía.
Centella soy, si el lubricán parece;
llama, cuando se ven las luces bellas,
y el blanco rostro a Delia se colora.
Fuego soy, cuando el orbe se adormece;
incendio al esconder de las estrellas,
y ceniza al volver de nueva Aurora.

SONETO XLIV

Lloro solo mi mal, y el hondo río
en sus turbadas ondas mezcla el llanto.
ya es tiempo, digo, Amor, en triste canto;
que el cierto fin termine el dolor mío.
Sigo ausente, sin bien tu desvarío,
y en tu vana esperanza me levanto;
y ahora desamparas todo, cuanto
de tu incierta promesa más confío.
Ya es tiempo; Amor, que el áspero tormento
acabe, o que en mi vida se deshaga
el desigual deseo y la osadía.
Que en tanto afán ya falta el sufrimiento,
y el golpe de esta siempre acerba llaga,
lo íntimo penetró de la alma mía.

SONETO XLV

Clara, suave Luz, alegre y bella,
que el zafiro y color del puro cielo
templáis de la esmeralda con el velo,
que resplandece en una y otra estrella;
Fulgor divino; lúcida Centella;
por quien libre mi alma, en alto vuelo
las alas rojas bate, y huye el suelo
ardiendo vuestro dulce fuego en ella;
Si yo no solo abraso el pecho mío,
mas tierra y giro aéreo; y en mi llama
doy principio inmortal de incendio eterno;
Por qué el rigor no puedo y vuestro frío
antiguo regalar? por qué no inflama
mi estío ardiente a vuestro helado invierno?

SONETO XLVI

Cuando de mi Luz bella el desdén siento,
y fenecer mi gloria en tibio olvido;
huyo señero y triste, aborrecido,
el áspero dolor de mi tormento.
Mis vanas esperanzas represento,
el poco bien, el mucho mal sufrido;
y ausente, despagado y ofendido
mi libertad llorada osado intento.
Pero si vos después rendido el cuello,
y vieredes colgados mis despojos;
dudad las duras armas de Amor ciego.
Que en las lucientes hebras del cabello
y alegre fucilar de dulces ojos
preso, me pierdo todo, y ardo en fuego.

SONETO XLVII

Vuelvo al ufano corazón el día;
en que mi Luz mostró su luz hermosa,
y relució suave y amorosa,
bella en mis ojos igualmente y pía;
Y acuérdome, que el Sol, que descendía,
paró al ardiente Flegón la espumosa
rienda, y con su tardanza espaciosa
sintió el ínfimo polo ausencia fría;
Entonces inflamado en dulce fuego,
mi gloria alabo y bien, y alegre digo;
cuál buena suerte alcanza a mi ventura?
No el cetro del Romano envidio y Griego;
porque imperio mayor tiene consigo,
quien ama soberana hermosura.

SONETO XLIIX

El color bello en el humor de Tiro
ardió, y la nieve vuestra en llama pura,
cuando, Estrella, vibrasteis con dulzura
los rayos, por quien mísero suspiro.
Vivo esplendor de lúcido zafiro,
sereno cielo; eterna hermosura,
pues merecí alcanzar esta ventura,
acoged blandamente mi suspiro.
Con él mi alma, en el celeste fuego
vuestro abrasada, viene, y se trasforma
en la belleza vuestra soberana.
Y en tanto gozo, en su mayor sosiego
su bien, en cuantas halla, alegre informa;
que en él solo menor la gloria gana.

ELEGIA VI. A la muerte de don Pedro de Çuñiga

Luego que el pecho me hirió el esquivo
y triste son del caso sucedido,
enfrió el corazón un hielo vivo.
Quise empero turbar a mi sentido,
y vencer a la fama con engaño;
que tanto mal no debe ser creído.
Mas el quejoso sentimiento extraño
en el común dolor, que se veía,
me descubrió, cuanto era grande el daño.
Cuán de otra suerte (ay mísero) fingía
el suceso y memoria de las cosas;
que en la pompa real se me ofrecía!
Mas oh mis esperanzas gloriosas
cuán mal surten! cuán mal divides, Muerte,
la unión de tantas gracias venturosas!
Qué corazón se ve tan duro y fuerte,
que no acabe en sus lágrimas deshecho?
que no estalle, estrechado de tal suerte?
Murió, ay dolor, y no rompió mi pecho?
qué mal, qué pena espera mi dureza
después de este cruel y acerbo hecho?
Qué señales daré de mi tristeza?
suspiros tristes y lloroso acento;
que condenen del hado la aspereza;
Y en exequias de eterno sentimiento
estos versos; que sean los despojos
del bien, que ya perdí, del mal, que siento.
Lágrimas quién dará para mis ojos?
suspiros quién al corazón doliente?
quién palabras, que espinen como abrojos?
Ya veo, ya conozco aquí presente
aquel semblante en viva Luz cubierto,
con pura claridad resplandeciente;
Y me culpa, su espíritu desierto
si lloro que en región de la alegría
está, desamparando el cuerpo muerto.
Grande causa de llanto es esta mía,
pues contemplo cuán alta confianza,
España, te robó un oscuro día.
Pero si vuelvo intento esta mudanza;
y veo, a quien suspiro, venerable,
donde el poder terreno tarde alcanza;
Envidia es, no congoja lamentable,
al que huye en la senda peligrosa
los trabajos del suelo miserable.
Quién llora, porque goce en paz dichosa,
lejos de estos Euripos de la vida,
la alma de quien amó más gloriosa?
Allí la ambición vana y sin medida,
odio y codicia y miedo y error ciego
su quietud no alteran escogida.
Mas la simpleza amable y el sosiego;
que en celestes espíritus presenta
de la inmortal belleza ardiente fuego.
Nuestra mísera vida a quién contenta?
quién desea luchar en las cadenas,
dónde la alma se cansa y atormenta?
Nuestras glorias de afán y dolor llenas,
sin bien, sin esperanza, sin consuelo
descubren con más cuita nuevas penas.
Nunca alzamos los ojos en el cielo,
opresos con la carga y peso humano;
que a la alma impide levantar el vuelo.
Revueltos en deseo y temor vano,
temblamos, enemigos de la gloria
de aquel felice asiento soberano.
A quien no ofende la cruel memoria,
do más ensancha Betis la alta frente;
y da al mar de sus ondas la victoria.
Hambre; peste; furor de Marte ardiente;
rigor del cielo nunca mitigado;
y ansioso temor del mal ausente.
Entonces (oh dolor) el impío hado
arrebató aquel Joven animoso,
con la cumbre de un monte quebrantado.
Quedó tendido el cuerpo generoso
sin vida en la desnuda tierra helada,
con el horror del golpe impetuoso.
No cala con tal furia acelerada
el rayo penetrante, despedido
de la nube con ímpetu rasgada.
Turbó sus ondas Betis con gemido;
y sus Ninfas lloraron a su amante,
y del León sonó el feroz rugido.
Jamás dolor a este semejante
sintieron las Riberas caudalosas;
que toca el hondo piélago de Atlante.
Crecieron las membranzas congojosas
con su muerte, y Hesperia fue testigo
del llanto y de las quejas lastimosas.
A ti, oh gran Pedro, a ti su estrecho amigo
lleva ahora también de nuestro río
lejos la suerte desigual consigo.
Quema el fogoso ardor del seco estío
la bella flor, y de la tierna planta
las hojas el nevoso invierno frío;
Mas Céfiro suave las levanta
hermosas con alegre y blando vuelo,
y Filomela en ellas dulce canta.
Nosotros, cuando rompe el mortal velo;
y fallece el vital y amado aliento,
jamás el pie imprimimos en el suelo.
Breve, dudosa vida con tormento,
cierto temor, deseos no acabados
son de nuestra miseria el fundamento.
Áspera y justa ley; que los cuidados
y amor desvanecido y ciego enfrena
de humanos corazones engañados.
Yo mismo aquel dolor, que me condena,
busco y mi perdición, y hago queja
del cielo; que mis ímpetus refrena.
Cuán pocas veces la pasión nos deja!
cuán presto la alegría queda muerta,
y, no siendo aún hallado, el bien se aleja!
Como desierta, oscura, vía incierta;
que se revuelve en sí, sin dar camino
a quien de ella saliendo apena acierta.
Así es la vida nuestra; que contino
seguimos ofuscados, sin que atienda
a remediarse el ánimo mezquino;
Hasta que allana el fin de la contienda
el yerto paso, y con tormento interno,
muestra al mortal rigor abierta senda.
Entonces de la tierra el amor tierno
y la gloria caduca a la alma ingrata
son congoja y temor de fuego eterno.
Las esperanzas todas desbarata
la muerte, y al que en vicio sepultado
yace, en pena inmortal aflige y trata.
Dichoso tú, que al cielo arrebatado,
alegre relucir ves las estrellas,
y yuso de tus pies el mar hinchado;
Y del viento los soplos, las centellas;
que ilustran esparcido el aire errante;
y nuestras voces oyes y querellas;
Y al Rey del alto Olimpo triunfante;
que la tierra gobierna, y pone freno
al mar; que no se extienda resonante;
De gloria y piedad celeste lleno,
ruegas por nuestras culpas por ventura,
de amor santo alargando el ancho seno.
Aunque la voz del llanto y veste oscura
no sufra de tu suerte la alegría;
que goza de la excelsa hermosura,
Permite, que tu muerte y pena mía
publique en cuanto la grandeza Hispana
dilata la pujante monarquía.
Afecto son de la rudeza humana
estos suspiros, que osan, y lamento
mostrar su afán y tu honra soberana.
Porque perpetuo siempre el sentimiento
con memoria será del bien perdido;
pues eras nuestra gloria y ornamento.
Yo al amor, que te debo, agradecido,
(si algo pueden mis versos) te prometo,
que no esconda tu nombre ingrato olvido.
Antes, por do el Tarteso va quieto
al vaso inmensurable de Nereo,
y acoge en su profundo al Sol secreto;
Do los abetos mira Febo Ideo;
que lleva del mar nuevo a la corriente
el Español, muriendo en su deseo;
Y do el límite rojo de Oriente
viste de pura luz la bella Aurora;
do rígida impresión Islanda siente;
Do el Indo bebe el Nilo, y se colora,
será con más estima venerado
no solo por tu ausencia de quien llora,
Mas de quien tu valor aventajado,
y oyere la excelencia de tu gloria;
porque, siempre de todos celebrado,
hará igual con el tiempo tu memoria.

SONETO XLIX

Hórrido Invierno, que la luz serena
y agradable color del puro cielo
cubres de oscura sombra y turbio velo
con la mojada faz de nieblas llena;
Vuelve a la fría gruta, y la cadena
del nevoso Aquilón; y entre aquel hielo;
que oprime con rigor el duro suelo,
las furias de tu ímpetu refrena.
Que en tanto que, en tu ira embravecido,
asaltas el divino Hispalio río;
que corre al sacro seno de Occidente;
Yo triste, en nube eterna del olvido,
culpa tuya, apartado del Sol mío,
no me enciendo en los rayos de su frente.

SONETO L

Cual dejando el Olimpo soberano,
por la columna ebúrnea y roja frente
las ondas y sortijas de luciente
oro mi Luz movió en semblante humano.
En ellas centellando Amor tirano,
me anudó el corazón con red ardiente;
y blando puso el yugo a mi doliente
cuello entonces la tierna y blanca mano.
Promesa fue este dulce acogimiento
para el bien de esperanza glorioso,
y fin del peso; que sufrí cansado.
Qué no podré esperar de mi tormento,
si en hebras, que el Sol mira envidioso,
me hallo estrechamente relazado?

SONETO LI

Oye tú solo, eterno y sacro Río,
el grave y mustio son de mi lamento;
y confuso en tu grande crecimiento
mezcla en el Ponto inmenso el llanto mío.
Los suspiros ardientes, que a ti envío,
antes que los derrame airado viento,
acoge en tu sonante movimiento;
porque se esconda en ti mi desvarío.
No sean más testigos de mi pena
los árboles, las peñas, que solían
responder, y quejarse a mi gemido.
Y en estas ondas altas y esta llena
corriente, que mis lágrimas porfían
vencer, vivan mi mal y amor crecido.

SONETO LII

Del fresco seno lúcido la Aurora
de tierno hielo perlas esparcía,
y con purpúrea frente alegre abría
el esplendor suave, que atesora;
El sereno confín de Euro y de Flora
con la rosada llama; que encendía
Delio aún no rojo bien, al nuevo día
esclarece y esmalta, orla y colora.
Cuando sale mi Luz, y en Oriente
desmaya el puro ardor, oh vos del cielo
vagas Lumbres, si tanto se consiente,
Digo con vuestra paz; que en mortal velo,
más que vos bella apareció y fulgente
mi Luz; que honora el rico Hesperio suelo.

SONETO LIII

Ardió en las llamas de Eta Alcides fiero;
que desdeñó el valor nunca vencido
de su inmortal espíritu encendido
quedar mortal, sujeto al común fuero.
Tal yo, que en la serena lumbre muero
de mi Estrella inflamado; aunque el perdido
dolor me trae mísero rendido,
eterno en su vigor vivir espero.
Mas cuanto desigual es nuestra suerte;
que el veneno acabó su fuerte pecho,
y del error nació su grande gloria.
Pero mi Luz no se preció en mi muerte,
y yo, en sus rayos vivo incendio hecho,
perpetua ofrezco al tiempo esta memoria.

SONETO LIV

Dichoso fue el ardor, dichoso el vuelo,
con que, desamparado de la vida,
dio Ícaro en su gloria esclarecida
nombre insigne al salado y hondo suelo.
Y quien despeñó el rayo dende el cielo
en la onda del Erídano encendida;
que llorosa lamenta y afligida
Lampecie en el hojoso y duro velo.
Pues de uno y otro eterna es la osadía
y el generoso intento; que a la muerte
negaron el valor de sus despojos.
Yo más dichoso en la alta empresa mía;
que en el Olimpo me encumbró mi suerte,
y ardí vivo en la luz de vuestros ojos.

CANCION III

Este lugar desierto,
y este silencio oscuro y escondido;
do el Sol no halla abierto
el paso al carro ardiente,
testigos de mi dulce bien perdido
son y del daño cierto,
memoria amarga de mi gloria ausente,
do cansa al pensamiento
el molesto dolor de mi tormento.
Aquí junto a las flores;
al pie de este alto Lauro coronado,
volaban los Amores
por la purpúrea frente;
que el cerco, en hebras de oro relazado,
con los varios colores
de las dichosas piedras de Oriente
a la aura descubría,
y al Amor mismo de su amor hería.
Volaban rociando
con la ambrosía el rosado, apuesto cuello,
y suspenso, mirando
su luz, yo ardía en fuego,
preso en sortijas bellas del cabello,
y vi mi muerte, cuando
vi en sus ojos opuesto el niño ciego;
y en su nevado pecho
quedó espíritu dulce el Amor hecho.
Perlas, que en rojo seno,
y del Niseo Hidaspes relucían
en el curso sereno,
muchas coronas juntas
formaban en las trenzas, que ceñían
el oro de ámbar lleno,
y esparciendo distantes ricas puntas
por la frente, ardió luego
mi alma presurosa en vivo fuego.
Cuál fue mi acerba pena,
viendo en su pura luz nacer mi muerte;
conoce, quien ordena,
que muera en tibio olvido
con esquivo cuidado de mi suerte.
cuán presto desordena
Amor, lo que desea un afligido;
que luego en la mudanza
corta el vuelo sin tiempo a la esperanza.
Pequeña fue mi gloria,
pero grande el afán y grande el daño;
que dejó en la memoria
de belleza deseo,
y dejó a la alma triste cierto engaño;
que en su mísera historia
vuelve y revuelve el simple devaneo;
y lleva por despojos
fuego en el corazón, llanto en los ojos.
Vago y sereno Río;
tú, que alegre aspirabas a mi canto,
alto Monte; y tu frío
Bosque; solo y oscuro,
cuántas veces oído habéis mi llanto?
cuántas el pesar mío
vuestro silencio perturbó seguro,
sin ver de aquella ingrata
menos desdén, o voluntad más grata?
Su nombre en la corteza
vuestra extendiendo, en llanto deshacía
mis ojos con terneza;
y en el lugar, donde ella
se reclinó, cuitoso me tendía;
y atento en su belleza,
hasta que daba luz la Idalia Estrella,
allí estaba llorando,
y en mis quejas al cielo importunando.
Pasó mi bien ligero,
cual niebla; que la esparce y rompe el viento.
quedome dolor fiero;
que nunca de mi parte,
y en su memoria desmayarme siento.
y siempre desespero,
que el tiempo en mí deshaga alguna parte.
y puesto en tal extremo,
ni el bien deseo ya, ni el daño temo.

ELEGIA VII

Si el grave mal, que el corazón me parte
y tiene siempre en áspero tormento,
sin darme de sosiego alguna parte;
Pusiese fin al mísero lamento;
que en mis ojos conoce lastimoso
solo en eterna pena propio asiento;
Podría yo vuestro dolor quejoso
consolar, como bien ejercitado,
Señor, en mi pasión y afán cuitoso.
Pero nunca permite Amor airado,
o que levante la cerviz cansada,
o en algo desocupe mi cuidado.
Por la prolija senda y no acabada
de mi dolor prosigo; y mi porfía.
en el mayor peligro es más osada.
En silencio de oscura noche fría,
me aflige el miedo triste del olvido,
ausente de la Luz de la alma mía.
Y en la sombra del aire desparcido
se me presenta la visión dichosa,
cierto descanso al ánimo afligido.
Mas veo mi serena Luz hermosa
cubrirse; porque en ella haber espero
sepulcro, cual perdida Mariposa.
Entonces me derriba el dolor fiero,
y mi llorosa faz fijando en ella,
como Cisne, que hiere el son postrero;
Digo; Luz de mi alma, pura Estrella,
si vos turba el osado intento mío,
y por eso celáis la imagen bella:
Ponedme, no en rigor de duro frío,
mas donde a la abrasada África enciende
el hórrido calor del seco estío.
Y allí veréis, que al corazón no ofende
su fuerza toda; que el sutil veneno,
que de vos lo penetra, lo defiende.
No me escondáis el resplandor sereno;
que siempre he de seguir vuestra belleza,
cual Clicie al Sol de ardientes rayos lleno.
Amo, mas con temor, vuestra grandeza,
para afinar ufano en vuestro fuego,
lo que esta en mí defiende vil corteza.
Que es mucha gloria mía, yo no niego:
pero por este paso en alto vuelo,
do sin vos no es posible, osando llego.
Y separada del umbroso velo,
como desea estar, mi alma pura
se halla, y mira leda el claro cielo.
Espero a vuestra sola hermosura
por bien tan excelente con memoria
del tiempo y su furor hacer segura.
No gravaré en columnas vuestra historia,
ni en las tablas con lumbres engañadas,
ni vos daré con sombras falsas gloria;
Mas en eternas cartas y sagradas,
con la virtud, que Febo Apolo inspira
de las Cirreas cumbres ensalzadas.
Y si, a do opreso Atlante no respira
con la pesada carga, y a do suena
turbado el alto Ganges, lleno de ira.
Y si, a do el hondo Argiro la ancha vena
derrama, y el Duina grande y frío
las tardas ondas con el hielo enfrena;
No pudiere alcanzar el canto mío,
honrará vuestra gloria y mis enojos,
cuanto Ebro y Tajo cerca y nuestro río.
Seré dichoso yo, el que los despojos
con pecho humilde y con rendida frente
osé entregar, mi Luz, a vuestros ojos.
Así le digo; y viendo el Oriente;
do el cielo y tierra tocan, esmaltado,
y que mi Luz se esconde en Occidente;
Al triste ministerio del cuidado
vuelvo, ofendido de mi pena intensa,
de vida sí, no de pasión, cansado.
En tal suerte con la alma al mal suspensa
me halla el canto vuestro; que florece,
y vuestro nombre ilustra en gloria inmensa.
Y al rudo ingenio oscuro mío ofrece
con eterno valor perpetua fama,
del ardor premio justo, que en vos crece.
Si do el deseo noble, que me inflama,
fuese mi voz, sería en honra vuestra
una siempre inmortal y viva llama.
Mas fortuna no sufre al fin siniestra,
que intente este gran bien, y así me deja
hacer solo esta corta y simple muestra.
El Tracio Amante, a cuya dulce queja,
el severo Plutón, enternecido,
rinde aquella, que en sombra se la aleja,
Cuando en el frío Ródope y tendido
yugo del alto y áspero Pangeo
llorando se acuitó y gimió perdido;
Y trajo al son del número Febeo
las peñas, fieras y árboles mezclados,
y el Coro; que bañó el florido Olmeo,
Con inmortales versos y sagrados
en la escondida niebla refería
los principios del mundo comenzados;
El Sol ardiente; Cintia blanca y fría;
los celestiales giros; y pureza
de la alta, inmensa luz, y la armonía.
Y arrebatado en la mayor grandeza
del tenebroso cerco reluciente,
cantó el candor profundo y su riqueza.
Mas porque al mortal ánimo doliente,
de sentir su belleza excelsa indigno,
turbaba aquel fulgor y ardor presente:
Con otro canto menos puro y digno,
pero sublime, y que rudeza humana
huye, y sigue difícil el camino;
Volvió a herir la lira soberana,
honrando a quien la bella Melpómene
con blandos ojos mira, y, la profana
Multitud despreciada, lo sostiene,
do alegre nunca verse el Héroe puede:
que el favor largo suyo jamás tiene.
A este solo el felice bien concede;
que libre, cuando llegue la impía muerte,
de su furor y olvido y sombra quede.
Aquel también, que mereció tal suerte,
que el sacro verso ensalce su alabanza;
no temerá el agudo hierro fuerte.
Tal, de las Musas gloria y esperanza,
dio a la inmortalidad el paso abierto,
quien celebró de Grecia la venganza.
Y el otro no menor, (y no es incierto,
lo que tu Fama, afirmas) que el Troyano
piadoso cantó, y al Daunio muerto.
Tal el suave espíritu Romano
huyó con Delia el lago Estigio lento,
y el blando, el terso y el gentil Toscano.
Por esta senda sube con aliento
el culto Laso prez y honor de España,
mezclado en el Pierio ayuntamiento.
Do, si al deseo mío Amor no engaña,
pienso en la cumbre veros venturoso;
que riega y la Castalia Linfa baña,
Si en medio el curso no perdéis dudoso
la vía llana a vos, y no ofendido
lleváis por ella el paso trabajoso.
El rico Tajo vuestro, conocido
será por vos, do extiende el curso el Indo,
y el collado de Cintra, esclarecido
con tal honra, será otro nuevo Pindo.

SONETO LV

Ya pues que no resiste mi esperanza
de esta ausencia mortal el golpe fiero,
y cuido, que será dolor postrero
este; que renació en vuestra mudanza;
Acabad con mis ansias la venganza;
que si de esta ocasión injusta muero,
libre, que en vida triste nunca espero,
sentiré en tanto afán tal vez bonanza.
Y si vos no sufrís, que mi tormento
ponga término al daño con la muerte;
porque jamás descanse de mi pena.
Diré contra mi mal; que más contento
estoy con la dureza de mi suerte;
pues, esto quiere en mí, quien me condena.

SONETO LVI

Voy siguiendo la fuerza de mi hado
por este campo estéril y escondido.
todo calla, y no cesa mi gemido;
y lloro ausente el bien, que vi engañado.
Crece el camino, y crece mi cuidado;
que nunca mi dolor pone en olvido.
el curso al fin acaba, aunque extendido;
pero no acaba el daño dilatado.
Qué aprovecha en un duro afán presente
rehuir, si se esculpe en la memoria
y frescas muestras siempre las señales?
Vuela Amor en mi alcance; y no consiente
en mi afrenta, que olvide aquella historia,
que descubrió la senda de mis males.

SONETO LVII

A do inclino los ojos, allí veo
de mi ingrata enemiga la belleza;
y en dulce sentimiento de terneza
cuitoso con mi pena devaneo.
Cuánto debo en mi mal a mi deseo;
que entibia mi dolor con tal destreza;
que, cuando más envuelto en mi tristeza,
descubro lo que busco y más deseo.
Si este engañoso velo de mi daño
no sustentara el pecho, acostumbrado
al perpetuo furor de mi tormento,
Ya fuera muerto. mas dañoso Engaño,
que me enlazas de nuevo en mi cuidado;
por qué me huyes más veloz que el viento?

SONETO LIIX

Nací yo por ventura destinado
al amoroso engaño, y ofrecido
en mi ofensa a desdén, a ingrato olvido,
sujeto siempre a miserable estado?
Rompa la aguda espada el implicado
nudo, pues de mi industria nunca ha sido
suelto por mi dolor; que en mal perdido
el más cruel remedio es acertado.
Cuelguen de este alto roble los despojos,
de mi penoso error, y la que incierto
me sostuvo Esperanza un tiempo, muera.
Que ya no doy lugar a bellos ojos,
ni a dulce risa y habla lisonjera,
y en él se escriba; Amor quedó aquí muerto.

SONETO LIX

Mi bien, que tardo fue a llegar, en vuelo
pasó, cual rota niebla por el viento;
y creció siempre horrible mi tormento,
después que me cercó el temor y el hielo.
Alzaba mi esperanza al alto cielo;
pero en el comenzado movimiento,
cayó muerta; y, llorando sin aliento,
me lastimo desierto en este suelo.
Donde, pagado solo de mi llanto,
huyo aun livianas muestras de alegría,
ausente, aborrecido y olvidado
Triste memoria indigna esfuerza el canto;
y, quejoso en la instante pena mía,
descanso, cuando gimo más cuitado.

SONETO LX

No espero más de Faetón luciente,
ni de la blanca Cintia noche, o día.
discurra Hiperión, por otra vía,
y Prosérpina ocupe el Oriente.
Porque los dulces rayos de la frente,
que el cielo de la Estrella ilustran mía,
son, mi Apolo y mi Delia, cierta guía
en la oscura tiniebla y luz presente.
En tanta gloria ofende mi flaqueza;
que tolerar no puedo, en ella atento,
cual águila, el ardor de su belleza.
Dichoso yo, si, como el gran deseo
de cegar en la causa del tormento,
Argos fuera tal vez, después Fineo.

ELEGIA IIX

Mi Luz, el esplendor de esa belleza
dio aliento al simple mío y débil canto,
y de Pieria me encumbró en la alteza.
Ni del pedido carro el miedo tanto,
ni el fuego me cortó el atrevimiento;
que Faetusa por mí acabase en llanto.
Llegó a mi solo bien el pensamiento;
que solo se debía a mi ventura
tal bien, tal esperanza y tal tormento.
Tanto puede el valor y hermosura
de vuestros ojos; que temer ya dudo,
que me cubra en olvido muerte oscura.
No alcanzara tal bien mi ingenio rudo,
si vuestro alegre espíritu amoroso
no armara al miedo el corazón desnudo.
Creció el ardor con ímpetu dichoso,
y abrasó en su virtud mi tibio pecho,
vuelto ligero todo y generoso.
El gran Toscano amante, que, deshecho
de amor, cantó su pena dulcemente;
y quien de Adria lo sigue en el estrecho;
Y aquel, por quien Sebeto alza la frente
con guirnaldas hermosas y corales;
do, Pausílipo al mar airado siente,
Y quien del rico Tajo los cristales,
mezcla no inferior al Arno frío,
tierno en encarecer sus propios males;
No igualan con la pena y dolor mío,
bien que suena menor al fin mi lira,
ni fue tal su famoso desvarío.
Mas pues mi alma mísera suspira
por vos, mis Ojos, donde muero y vivo,
flaqueza es mía, si a exceder no aspira.
En no acabado incendio yo me avivo,
y hallo efectos; que jamás pensados
pueden ser de otro pecho, a vos esquivo.
Estos pasos, que llevo tan contados;
el temor; el respeto; la esperanza;
los favores, sin tiempo enajenados,
En dudoso recelo y confianza,
me tienen trasportado, y mi porfía
sigue por toda parte su mudanza.
Si a donde el rojo Sol su luz desvía,
o a do hiere su fuerza ardiente arena,
me pudiese poner la suerte mía;
Entre el hielo desierto con mi pena
estaría contento, entre la llama,
sonando en mis pies presos la cadena.
Yo sé, con que vigor Amor inflama
sujetas voluntades, y que nieve
lento en amado corazón derrama.
Yo sé, que aunque de nuevo ingrato pruebe
su saña en mí, no olvidaré el cuidado,
ni el daño luengo, ni el descanso breve.
Que, solo a do estuviere y apartado,
la imagen de belleza soberana
ya sabe, que en mi pecho he trasformado.
Donde jamás entró beldad profana;
después que vi su luz, y a su deseo
quedó mi voluntad rendida y llana.
Y allí, cuando a Occidente el rayo Ideo
va, o la Aurora su límite esclarece,
con la más pura lumbre arder la veo.
Mi alma goza el bien, que Amor le ofrece,
y humilde envía nuevos los despojos;
y cuanto más vencida, tanto crece
en ella el fuego vuestro, bellos Ojos.

SONETO LXI

De la Luz, en que espira Amor herido,
al corazón altivo y desdeñoso
pasó, rompiendo, el rayo glorioso,
la sombra, en que dormía, del olvido.
Doliome entonces mucho, haber perdido
un punto, y vi en mi mal dolor dudoso;
gloria cierta; afán breve; bien dichoso;
y el deseo en sus votos ya vencido.
De hoy más amo y adoro cuantos daños,
celoso de mi suerte, Amor procura,
bienes viendo exhalar sus ojos bellos.
Eternos corran mis felices años;
y a mi alma, abrasada en llama pura,
siempre enlace la red de sus cabellos.

SONETO LXII

Si fuera esta la misma de belleza
luz; que mi dulce Rey pintó serena,
juzgando lo que siento de mi pena,
pensara en ella ver vuestra grandeza;
Mas tanta gloria y bien mortal flaqueza
no admite, y del deseo me condena;
que Amor no sufre, oh celestial Sirena,
ni sufre veros cerca vuestra alteza.
Y es justo, que si viera de otra suerte,
creciera con tal ímpetu mi llama;
que mis cenizas fueran los despojos.
Mas oh dichoso yo, si de tal muerte
acabara; que el fuego, que me inflama,
cual Fénix, me avivara en vuestros ojos.

SONETO LXIII

Tu gozas la luz bella en claro día,
dichoso Endimión, de tu Diana;
mi Luz yo veo con la luz temprana,
y deseando pierdo mi alegría.
Tú duermes blando sueño en noche fría,
hasta que sale la Alba roja y cana;
yo velo con herida nunca sana
la sombra siempre y luz sin la Luz mía.
En tu rosada frente y dulces ojos
Delia suspira; y tu robado aliento
de su pasado afán la aquista gloria;
Yo mi Luz sin dolor de mis enojos
veo con rayos de oro en alto asiento,
ingrata al que padece en su memoria.

SONETO LXIV

El suave esplendor de la belleza;
que alegre en vos espira dulcemente;
y la serena luz; do Amor presente
tiempla los puros rayos de terneza;
En el más claro asiento de la alteza
vos hacen entre tantas diferente;
que por vos glorioso el Occidente,
su nombre solo ensalza con grandeza.
Mas el valor; el noble entendimiento;
el espirtu; el intento generoso
asciende a la región de luz serena.
Y fuera del humano sentimiento,
de Envidia sin temor llamaros oso;
oh sola en nuestra edad bella Sirena.

SONETO LXV

Cuán bien, oscura Noche, al dolor mío
conformas, y resuenas a mi llanto,
murmurando con sordo y triste canto,
entre estas duras peñas alto Río.
Óyame este desnudo cielo frío,
(si tanto con mis quejas me levanto)
mas pues no espero bien en daño tanto;
vana es la queja y mal, en que porfío.
Rompa del corazón más tierna parte
mi gran pesar; acábese encubierto;
y a tal agravio falte la memoria.
Que no es justo, que en esta, u otra parte
se diga; que perdí, sin culpa muerto,
las debidas promesas de mi gloria.

CANCION IV

Amor, tú que en los tiernos, bellos ojos,
bañados dulcemente en pluvia de oro,
centellaste, las alas esparciendo,
y, mi pecho encendiendo,
nuevamente aquistaste los despojos;
tu hacha pido, y tu favor adoro,
para ensalzar la Luz de mi cuidado;
las trenzas; que aura mueve
por el marmóreo cuello; que la nieve
pura vence en blancura; y el rosado
color; que yace al fin con pena grave
en sombra desteñido
tiernamente de viola suave,
do me enredé otra vez preso y perdido;
y en la robada forma de belleza
cantaré tu valor y su grandeza.
Cual fucila en la sola noche oscura,
honor del cielo y astros el Lucero,
de ti Venus hermosa amor hermoso;
tal con ardor dichoso
de mi Luz el vigor y hermosura,
en el horror se descubrió primero;
y la niebla rompió, mostrando el día
en el nubloso manto,
y con el regalado y dulce llanto
enterneció el dolor a la alma mía.
rocío celestial, que en vario lustre
las nubes haces bellas,
cuando esparce sus rayos Febo ilustre,
no iguala en el color a sus centellas;
que en perlas, esmeraldas y zafiros
trajeron de mi pecho mil suspiros.
No mereció esta pluvia el suelo indigno,
aunque el repuesto sitio y escondido
enriquezca por ella alegre Flora;
que ya excede a la Aurora.
esta, de quien el cielo era bien digno,
herido destiló el Amor ufano,
y quien dejó las ondas de Citera
por el Asirio amante.
esta ocasión instante
de mi afán y mi muerte lastimera,
en fuego me abrasó, dando a mis males
nueva suerte de pena,
y origen a mis cuitas desiguales.
no habrá canto agradable de Sirena,
ni de Perseida Circe tal engaño;
que, cual mi Luz llorosa, cause daño.
Las hebras, esparcidas por el cuello,
cual oro, en hilos vuelto, y derramado
sobre el terso marfil; que el manso viento
toca ledo y contento,
cogidas unas van en lazo bello,
sin arte libres otras y cuidado.
cual juega errando incierta por la frente,
cual cubre un sutil velo.
así el dorado ardor y luz del cielo
aún no encelan las nubes de Occidente.
en unas hace Amor el yugo, y tiene
en otras fabricada
la red; en que mi amado error sostiene,
presa de ricas piedras y esmaltada.
de todas vida y muerte se me ofrece,
y siempre en el dolor mi suerte crece.
No he visto yo de púrpura encendida
desvanecer la gracia a nueva rosa;
que solo se descubra su blancura;
que así quede tan pura,
tan bella, tierna y de color perdida,
cuanto mi Luz turbada y lastimosa,
blanco alabastro el rostro parecía
blando y descolorido,
de pasión y de lástima ofendido;
que me robó el sosiego y alegría.
la Alba, cuando, enlazado al hombro, ciñe
el manto entretejido;
que la concha Sidonia en orlas tiñe,
se rinde a su semblante enternecido.
tal es Amor hermoso y Venus bella;
cual mi pura y luciente y clara Estrella.
La luz medrosa pues y esmaltes de oro,
sin orden apartados; la belleza
del rostro, blandamente desmayado,
si no fuera el cuidado;
que tengo, suyo, y el valor, que honoro,
me inclinara al poder de su grandeza.
y aunque de su señal
halló apuntada
mi frente, y preso el cuello
del glorioso cerco del cabello,
mi alma se sintió y paró alterada.
las alas sacudió, y ardió en el fuego;
que en sus centellas luce.
quedé, cual rudo amante, opreso y ciego.
crece la llama súbita, y reluce
en las entrañas mías, y conmigo
de mi mal en la ausencia soy testigo.
Bien creo yo, que puede una luz bella
arder en amoroso pecho y tierno,
y desatallo en la ceniza ardiente;
mas que pueda a mi ausente
pecho atraer la fuerza de mi Estrella,
y abrasar en un Etna, o Vesvio eterno,
estando triste, sin cuidado, ajena
del apuesto ornamento,
y llena de cuitoso sentimiento;
que mueve más a lástima, que apena;
y que en ella se admira aquella gloria
de eterna hermosura,
con el dolor, que siente en la memoria
y en la virtud, que resta en su figura,
esto es prez de belleza soberana;
que no debe alabar lengua profana.
Ya no procure Amor para mi daño
la dorada raíz; el vario nudo;
la luz; púrpura; nieve y el rocío,
pues no es al dolor mío
remedio alguno del tormento extraño
luz llorosa; oro suelto y el desnudo
color de no tocada y blanca nieve;
que en ellos estoy solo
atento, como Clicie al rojo Apolo.
y aunque ya mi temor en vano pruebe
sacarme de este fuego; que me enciende,
ni el Amor lo permite,
ni quiero de la llama, que me ofende,
huir, ni que el pavor mi afrenta evite.
porque yo sé, que gano con la muerte
presente nueva vida y alta suerte.
Tú, sacro Amor, que con doradas alas
atraviesas del Austro al Oriente,
y abres con tu fuerza el mar sonante;
y a Febo, al arrogante
Marte subiendo vences, y alto igualas
a Jove y sobrepujas; tú presente,
pues viste la Luz mía, dame aliento,
para extremar sus glorias;
tus engaños; tus fuerzas y vitorias;
mi firmeza; mi cuita y mi lamento.
yo no demando premio, ni deseo;
que bien sé, que no debo
esperar algún bien a mi deseo.
mas por el mal, que siempre humilde llevo,
te pido, no remedio, sino alguna
mudanza en el tenor de mi fortuna.
Tú esculpiste (admitiendo bien mis ojos
la belleza) en el pecho su semblanza;
y, en él resplandeciendo por las venas,
de su forma no ajenas,
cobro aliento y reparo a mis enojos;
y descubro a mis ansias esperanza.
de aquí nace el valor, que de la tierra
me alza a la inmensa alteza,
y hace, que aborrezca esta corteza;
que, lo mejor que es mío, dentro encierra.
y el puro ardor me vuelve en pura llama,
y en la sagrada cumbre
la vista hermosura más me llama
de la inmortal, celeste, impírea lumbre;
y todo el bien, Amor, de ti proviene,
y el ancho mundo en tu poder sostiene.

SONETO LXVI

Serena Luz, presente en quien espira
divino amor, que enciende y junto enfrena
pecho gentil; que en la mortal cadena
al alto Olimpo glorioso aspira;
Ricos Cercos y oro, do se mira
tesoro celestial de eterna vena;
armonía de angélica Sirena,
que entre las perlas y el coral respira;
Cuál nueva maravilla, cuál ejemplo
de la inmortal grandeza nos descubre
la sombra del hermoso y puro velo?
Que yo en esa belleza, que contemplo,
(aunque a mi flaca vista ofende y cubre)
la inmensa busco, y voy siguiendo al cielo.

SONETO LXVII

En sortijas y flores de oro ardiente,
de perlas y rubíes coronada,
con hermosas figuras enlazada
cercó mi Luz la bella y blanca frente.
Los olores, que siembra el Oriente,
y la ámbar; que en sus hebras fue sagrada,
se movieron con la aura sosegada,
cual en el manso mar el Sol luciente.
Espíritus de Amor en aquel fuego
armaron las saetas y cadena,
y ardió el cruel herido, y preso el cuello.
Yo, traspasado el pecho, quedé ciego.
mas fue mucho mayor mi acerba pena;
que en llama eterna me enredó el cabello.

SONETO LXIIX

Si intentas imitar mi Luz hermosa,
templar, oh grande artífice, procura
en el candor de nieve llama pura,
y confundir los lirios con la rosa.
Y será el color de ellos la amorosa
terneza; que florece con dulzura
suavemente en su gentil figura,
si la arte es para tanto poderosa.
Mezcla cínamo negro y Sirio nardo,
casia, incienso, en que cubre el rico nido,
vivo el Arabio Fénix en su muerte.
Que, si no te atraviesa el duro dardo
de su vista, dichoso y atrevido
dar podrás muestra alguna de esta suerte.

SONETO LXIX

Cual de oro era el cabello ensortijado,
y en mil varias lazadas dividido;
y cuanto en más figuras esparcido,
tanto de más centellas ilustrado.
Tal de lucientes hebras coronado,
Febo aparece en llamas encendido;
tal discurre en el Polo esclarecido
un ardiente cometa arrebatado.
Debajo el puro, propio y sutil velo
Amor, Gracia, Valor, y la belleza
templada en nieve y púrpura se vía.
Pensara, que se abrió esta vez el cielo,
y mostró su poder y su riqueza,
si no fuera la Luz de la alma mía.

SONETO LXX

En esta helada parte, do no envía
su agudo rayo el Sol a intensa nieve;
quiere Amor, que en ausencia el dolor lleve
siempre en sombra y horror, y en luz del día.
De estos ojos el llanto se desvía
jamás, y si descanso un tiempo breve;
con soledad llorosa pluvia llueve
de ellos contino a la alma triste mía.
No me rinde mi mal, que en el ya hecho
estoy a padecer; mas verme ausente
y en una vida muerta condenado.
Do el fuego me atormenta en vano el pecho,
do veo sin remedio el bien presente
para más confusión de mi cuidado.

SONETO LXXI

En vano error de dulce engaño espero,
y en la esperanza de mi bien porfío;
y aunque veo acabarme , el desvarío
me inclina del Amor, adonde muero.
Ojos, de mi deseo fin postrero;
sola ocasión al alto furor mío;
abrid la luz; romped el temor frío;
que me derriba opreso en dolor fiero.
Porque es mi pena tal, que tanta gloria
no cabe en ella; y pierdo el seso, cuando
al mal, que no merezco, osando llego.
Pues venzo mi pasión con la memoria,
y con la honra de saber, penando;
que a Troya no encendió tan bello fuego.

ELEGIA IX

Esta amorosa Luz serena y bella,
que en el usado curso a la alma mía
es eterno esplendor, y al cielo estrella;
Esta, que en sombra oscura, en claro día
con el inmenso ardor me abrasa el pecho,
quedando toda en sí nevada y fría;
De mi dolor, del grande agravio hecho
con su valor me paga, y aunque muero,
me hallo en mi tormento satisfecho.
Amor me trajo el mal, y en él espero
volver al bien perdido; y si esto niega,
el sentido acabó el dolor primero.
Surco el áspero mar en noche ciega,
siguiendo porfioso mi deseo;
que sin pavor al piélago se entrega.
Yo, que al fin naufragar al triste veo
entre las altas ondas; qué esperanza
buscar podré al temor, con que peleo?
No procuro a mi daño seguranza
en la fortuna mía, ni pretendo
mis cuitas mejorar en la mudanza.
Ni ya huyo, ni oso, ni defiendo
mi alma del peligro, ni me excuso
del mal; que en mi cercana muerte entiendo.
Todo para mi pena se dispuso,
y lo debo, pues di ocasión en ello;
su flecha cuando Amor al pecho puso.
Mi osado orgullo, y mi lozano cuello,
la razón y el gallardo pensamiento
quedaron enredados de un cabello.
No siente en el yusano, oscuro asiento,
los cien brazos y cuerpo relazado,
Egeón con sus nudos más tormento.
Las trenzas de oro crespo, ensortijado,
que, cual cometa ardiente, resplandecen,
esparcidas con arte, o sin cuidado;
De quien las tersas hebras se enriquecen
del radiante hijo de Latona,
y en color y belleza se engrandecen;
Juntas en ricos cercos y corona,
entre lucientes piedras anudadas,
do mi impío Rey alegre se corona;
En sus hermosas vueltas y sagradas
el corazón llevaron, y herido
halló el error y muerte en sus lazadas.
De allí quedé sujeto y sin sentido,
si no para dolor, y de alegría,
en cuanto amando viva, despedido.
Conmigo este mi afán y suerte mía
temprano acabará con pena indigna;
que no dura en dolor luenga porfía.
Pues consiente mi excelsa Luz divina,
que celebre la gloria de su nombre,
y al cuerpo humano el fuego suyo afina.
Hacer sublime espero su renombre,
y que en sus fines últimas la Aurora,
y el negro Melo y frío mar lo nombre.
Ensalce al verde Lauro en voz canora
el tierno, dulce y amador Toscano
la belleza y el bien, que humilde honora;
Que yo canto, aunque el duro Amor tirano
en mis entrañas fiero el odio incita,
el valor de mi Lumbre soberano.
Y si en mi pena y lástima infinita
se me concede espacio de reposo,
su memoria en el tiempo será escrita.
En tanto, a do alza Betis deleitoso
las verdes cañas y la ovosa frente
del puro vaso de cristal hermoso;
Y con llena, espumosa, alta corriente
entra, donde Neptuno la ancha y honda
ribera ocupa y ciñe de Occidente;
En la rica, dorada y fértil onda
haré los sacros juegos en su gloria;
y que el coro de Náyades responda.
Y al árbol generoso de victoria
rendirá el tierno Mirto, aunque mi canto
por sí no espera honrarse en tal memoria.
Cuantas veces reí del blando llanto
de Laso; cuyo igual no sufre España;
ni tiene a quien venere y precie tanto.
Cualquier dolor de amor, cualquier hazaña,
me pareció, y aquel temor fingido;
que ahora siento bien su fuerza extraña.
Amor, que no comporta un atrevido
y libertado pecho, el arco fiero
torció, y al desarmar dio un gran sonido.
Pasome el corazón, y con severo
imperio me usurpó el dichoso estado,
en que ufano cuidé vivir primero.
Quedé siempre cativo y sojuzgado
de tales dos estrellas; que en el cielo
a todas la beldad han despojado.
Y en la purpúrea red y rico velo
de la hermosa frente vi mi vida
presa, sin esperar algún consuelo.
Mas tal bien y tal honra vi ofrecida
a los trabajos míos; que contento
justamente la di por bien perdida.
De allí el soberbio y animoso intento
oscuro de mi canto quedar pudo;
que solo dio lugar a mi tormento;
Y aquel rayo de Júpiter sañudo;
y los fieros Gigantes derribados;
principio de mis versos grande y rudo;
Y el valor de Españoles, olvidados
fincaron; que pudieron en mi pena
más mis nuevos dolores y cuidados.
Entre armas y entre hierro mal resuena
cansado, el noble espíritu amoroso,
del mal; que su sosiego desordena.
Dichoso, quien en verso generoso
celebra las hazañas inmortales,
y el vigor y el esfuerzo valeroso.
O quien en las regiones celestiales
termina el vuelo, y de su cumbre mira
la vanidad y cosas de mortales.
Quien de una bella Luz arde y suspira;
quien se ve condenado al mal presente;
que de su pensamiento no retira,
No puede contemplar al Sol luciente,
ni admirar la virtud y el nombre ajeno;
que Amor tanto reposo no consiente.
Basta el dolor, en que muriendo peno,
si cabe esta memoria en el mal mío,
y de mi gloria ausente el tiempo bueno.
Mas yo temo, que yace en horror frío
(que el ánimo es présago de su daño)
del olvido, en que triste desconfío.
Fue siempre a mi deseo Amor extraño,
indució mi congoja y sentimiento,
y me encubrió la sombra de mi engaño.
Mas pues que desconhorto el pensamiento,
o siga olvido, o el desdén me hiera,
ya estoy hecho a cansar el sufrimiento.
Por do me lleva injusta suerte fiera,
irán conmigo solos mis enojos,
hasta el fin miserable, que me espera.
Y siempre volveré los mustios ojos,
donde quedó (y do yo quedar deseo)
mi gloria, mi fortuna y mis despojos.
Si de ellos levantare algún trofeo
mi Luz, espero ver, que por ventura
tierna se muestre y mansa a mi deseo.
No es de roca engendrada alpestre y dura,
es blanda y cortésmente piadosa,
y causa mi pasión mi desventura.
En color de suave y pura rosa,
dulces ojos y angélica armonía,
y noble trato y gracia deleitosa.
No reina crueldad, ni ser podría,
que en celestial belleza se hallase
deseo de la pena y muerte mía.
Si a los hondos estrechos me llevase
Amor del Indo Océano, o perdido
en la Africana arena me abrasase;
Firme siempre estaría, no rendido;
que en pecho, más que fino diamante,
está fijo el cuidado y esculpido.
Si puede ser, que Hiperión levante
primera luz de España, y que el corriente
Ganges no entre en el golfo resonante;
Esperar se podrá; que al pecho ardiente
oprima el frío intenso de la nieve,
o mitigue su fuego vehemente.
La pluvia, que en mi faz contino llueve,
regalar puede bien el duro hielo,
aunque apretar su fuerza Aquilón pruebe.
Gracias humilde hago al alto cielo;
que, ya que me perdí en mi daño cierto,
mostró en mi tiempo esta mi Estrella al suelo.
Amor, cuando el pesado cuerpo muerto
mi espíritu dejare, a mi Luz bella
presenta mi peligro descubierto.
Que una lágrima puede sola de ella
renovarme la gloria de la vida.
dichosa, si tal bien hallase en ella!
En tanto que mi suerte aborrecida
me aqueja, cantaré desamparado
mi presente fortuna y la perdida,
de todas esperanzas apartado.

SONETO LXXII. A Fernando Melendes de Cangas

Ya que nublosa sombra cubre y frío
la blanca frente de este monte alzado;
y del grave Aquilón aliento helado
retarda el lento curso al hondo río;
Siento de ingrata mano al pecho mío
nieve arrojada, y siento desmayado
mi fuego; y culpo mi deseo osado,
y de Amor el tirano señorío.
Que por un vano bien; que huye luego,
y me deja dolor eterno; pierdo
de libertad amada la nobleza.
Mas oh que acierta mal, quien anda ciego!
y el que cuida, Fernando, ser más cuerdo,
descubre en tal hazaña más flaqueza.

SONETO LXXIII

Canté quejas y afán de injusta pena;
que padecí cuitoso y ofendido,
a todas las desdichas ofrecido,
en que el Amor a un mísero condena.
Fue el premio en tibia voluntad ajena
dolor con esperanza, a do perdido
deseo me inclinó, y al fin vencido
traigo a fuerza arrastrando la cadena.
Tú, a quien rinden su gloria insignes ríos,
favorece, Tarteso padre, el canto;
que tierno y simple en honra tuya espira.
Que, si me dan lugar los males míos;
no solo oirás de Amor gemido y llanto,
más hazañas; que Marte airado inspira.

SONETO LXXIV

La Hidra de amoroso pensamiento,
que rota del acero siempre crece;
contienda áspera a la alma triste ofrece,
rendida a la impía fuerza del tormento.
Si del olvido justo y sentimiento
la aguda espada en ella se entorpece;
y con su daño fértil reverdece,
por un cuidado muerto alzando ciento;
Forzoso es el socorro al ya cansado
Alcides del trabajo; porque en fuego
con el desdén la acabe el duro hierro.
Mas recelo; que en Juno Amor trocado
la suba al cielo, y crezca en vano luego
con nueva confusión más grande el yerro.

SONETO LXXV

Pienso en mi pena atento, y mal presente
y procuro algún medio al daño instante.
pero soy en mi bien tan inconstante;
que vuelvo a la ocasión la incierta frente.
Cuando me aparto y cuido estar ausente,
menos de mi peligro estoy distante.
voy siempre con mis culpas adelante,
sin que de tantos yerros escarmiente.
Noble Vergüenza mía, que el perdido
valor sientes, por qué no abrasa el pecho,
y vence tu virtud mi desvarío?
Si del error y sombra del olvido
me sacas, diré en honra de este hecho;
que solo debo a ti poder ser mío.

SONETO LXXVI

De mi blanca Sirena la luz pura
de tierna y bella nieve se vestía,
y entre aquel frío dulce Amor traía
llamas, en que mi alma ardiendo apura.
Al son suave, lleno de dulzura
mi preso corazón con gloria mía
deja el cuerpo, y las alas de alegría,
a perderse en sus ojos, apresura.
Cuando el hielo se rompe, y encendido
reluce, y el color de ardiente rosa,
y el pecho afina en su beldad serena.
Y yo, con tanto bien enriquecido,
me renuevo con vida gloriosa
en la inmensa virtud de mi Sirena.

SONETO LXXVII

Voy por esta desierta, estéril tierra,
de antiguos pensamientos molestado,
sin el bello esplendor del Sol rosado;
que de sus puras luces me destierra;
El paso a la esperanza se me cierra;
de una ardua cumbre a un cerro voy enriscado,
con los ojos volviendo al apartado
lugar, solo principio de mi guerra.
Tanto bien representa la memoria,
y tanto mal encuentra la presencia;
que me desmaya el corazón vencido.
Oh crueles despojos de mi gloria,
desconfianza, olvido, celo, ausencia,
por qué estrecháis a un mísero rendido?

CANCION V. A d. Leonor de Milan Condesa de Gelves

Esparce en estas flores
pura nieve y rocío
blanca y serena luz de nueva Aurora,
y con varios colores
estrene el bosque frío
los esmaltes de Céfiro y de Flora;
pues la excelsa Heliodora
descubre su belleza,
do con ledo semblante
Betis corre pujante,
y del Ponto acrecienta la grandeza;
y vos, Astros hermosos,
mirad la última Hesperia venturosa.
Rojo Sol, que el luciente
cerco de tu corona
sacas del hondo piélago, mirando
del Ganges la corriente,
el Darien, la Sona,
y del divino Nilo el fértil bando;
si tú llegares, cuando
esta cándida Estrella
alza al celeste velo,
dando alegría al suelo,
de los floridos ojos la luz bella,
de aquellos rayos ciego,
arderás, en tus llamas hecho fuego.
Luna, que resplandeces
sola, fría, argentada
en el callado cielo tenebroso;
y tu sombra enriqueces
en la hacha inflamada
de Titán con vigor maravilloso;
si el Lucero hermoso,
do el tierno Amor se apura;
mirares, encendida
en llama esclarecida,
con más claro esplendor y hermosura,
volarás por la cumbre,
y la tierra ornarás de eterna lumbre.
Junta a inmensa belleza ya está la cortesía,
y suma honestidad y humilde trato
con valor y grandeza,
en el dichoso día
que el cielo largo la volvió más grato.
vivo y puro retrato
de inmortal hermosura,
rayo de amor sagrado
que a su consorte amado
consigo junto en fuego eterno apura;
y si parte le ofende,
es que el velo mortal su bien comprende.
El sacro rey de ríos,
que nuestros campos baña,
al bello aparecer de este Lucero
cubrió los vados fríos
al pie de la montaña,
do vio su Febo fulgurar primero,
del oro, que el Ibero
en las cavernas hondas
halla, y con flores puras
compuso en mil figuras,
y con perlas el curso de las ondas;
y rutilando el cielo,
suave olor en torno esparció el suelo.
Las gracias amorosas
con las Ninfas un coro
tejieron en el claro, undoso seno;
y de purpúreas rosas
envueltas en el oro
con ámbar oloroso y flores lleno,
dulce despojo ameno
del revestido prado,
las guirnaldas mezclaron,
y alegres coronaron
los lazos del cabello ensortijado;
que, cual de las estrellas,
por el aire volaron sus centellas.
El alto monte verde,
que de Palas es gloria,
sintiendo en sí los pies de su señora,
su tristeza ya pierde,
y le da la victoria
aquel, do Prometeo gime y llora;
y aquel, do la sonora
lira de Tracia espira;
y el Olimpo, que sube
y vence la aérea nube;
y Atlante, que del peso aún no respira;
pues su cumbre sostiene
la belleza, que el cielo en tierra tiene.
Yo entretejer quisiera
su nombre esclarecido
entre la blanca Luna y Sol rosado;
y su gloria pusiera
en el peplo extendido,
que en otra edad Atenas vio estimado;
cuando el tiempo llegado
Minerva es celebrada.
dichoso el año y día;
y quien ve el año y día.
herido yace allí con asta airada
el áspero Tifeo,
que muerto pierde todo su deseo.
Mas pues que la rudeza
de este mi indigno canto,
que un deseo produce simple y llano,
no puede a su belleza
dar nombre y gloria, cuanto
se debe al valor suyo soberano
y mi intento es en vano;
Cisnes, que la corriente
de Betis vais cortando,
el cuello levantado,
do el Indo rompe el mar, llevad presente
su nombre y canto mío,
do el Bálteo seno hiela el cielo frío.
Di humilde a esta luz pura;
sufra vuestra belleza
mi rústica simpleza.

SONETO LXXIIX

Pura, bella, suave Estrella mía,
que, sin temor de oscuridad profana,
vestís de luz serena la mañana,
y la tierra encendéis desnuda y fría;
Pues vos, a quien mi alma triste envía
mil suspiros, movéis la soberana
vuestra empresa cual ínclita Diana
contra Venus y Amor con osadía;
Yo seré, como aquel, que su belleza
con hierro amancilló; y el casto hecho
lo mostró con más gloria y hermosura.
Pero si Luna sois, tendré en la alteza
Latmia del cazador el tierno pecho
y no del, que honró Arcadia, la figura.

SONETO LXXIX

Fértil, riente, ledo y fresco Prado,
tú Monte, y Bosque húmedo y hermoso,
el uno y otro siempre venturoso,
que de las bellas plantas fue tocado;
Betis, con puras ondas ensalzado,
y con ricas olivas abundoso,
cuanto eres más felice y glorioso,
pues quedas de mi Aglaya acompañado.
Tendréis perpetua y dulce primavera,
y del Elisio campo tiernas flores,
si vos viere el fulgor de la Luz mía.
Ni estéril soplo, ni rigor vos hiera;
antes Venus, las Gracias, los Amores
vos miren y en vos reine la Alegría.

SONETO LXXX

A vuestro grave y muerto hielo frío,
temiendo el Niño ciego su aspereza,
opuso con inútil rustiqueza
el leve y vivo, ardiente fuego mío.
Su nieve muestra y llama el fuego y frío;
y reluchando esfuerzan su grandeza.
el fuego al frío ablanda la dureza,
y dispone veloz, cual suelto río.
Quedó Amor del asalto glorioso;
y vos y yo contentos nos hallamos,
pero todo mi bien turbose luego.
Que por un triste caso y lastimoso
con mi afrenta y dolor ambos quedamos.
con mayor frío vos, yo con más fuego.

SONETO LXXXI. Por la Condesa de Gelves

Quién osa desnudar la bella frente
del fulgente esplendor y luz del cielo?
quién veda el ornamento y gloria al suelo
de las crespas lazadas de oro ardiente?
Impío Febo esta lástima consiente
con envidia sacrílega y con celo;
después que ve cubrir de oscuro velo
la llama de sus hebras reluciente.
Con dura mano arranca los despojos,
y atiende a mejorar cuanto perdía,
y altivo de sus rayos se corona;
Porque ya puedan ver mortales ojos
con luz serena siempre un claro día
en sus lúcidas trenzas y corona.

ELEGIA X

Qué señales presentes de tristeza
me roban la esperanza de alegría,
y me rinden sujeto a su dureza?
Qué noche de dolor me cierra el día?
y qué niebla del cielo oscurecida
destiñe el fulgor puro a la Luz mía?
Oh mísero quien sufre en triste vida
los asaltos de Amor, y ya no siente
remedio a su fortuna aborrecida.
No veré yo mi Luz resplandeciente,
que esclarezca en mis ojos, y el hermoso
ardor y crespos lazos de la frente?
Aún no es grave este mal, que si penoso
esperase después mudar ventura,
y ver aquel semblante generoso;
No vendría a tener por desventura
la soledad; que muerta en quien bien ama,
pierde en él su rigor la muerte oscura.
Y tornaría aquella ardiente llama
con la vista a abrasarme en la presencia
del fuego, en que mi alma ausente inflama.
Temo empero, que en esta luenga ausencia
me desampare solo en el camino,
y desfallezca al mal con la paciencia.
El cielo, que entre el cerco cristalino
de sus astros intenta sostenella,
claro día podrá tener contino.
Será, si esparce mi luciente Estrella
su esplendor y su fuerza al frío suelo,
más dichosa la tierra y siempre bella;
Más hermoso el purpúreo, abierto cielo,
pero yo más mezquino y desdichado,
y entregado a perpetuo desconsuelo.
Qué corazón tendré en mi mal, cuitado?
qué dureza habrá en mí, si yo no muero
de terrible dolor atravesado?
Tú Ánimo, présago lastimero
de mi infelice suerte, el cuerpo al punto
desnuda del sutil vigor ligero.
Que, como en el amor le fuiste junto,
justo es, que en tal estrecho no te alejes
de aquel divino y celestial trasunto.
Y, antes que el peso inútil veloz dejes,
lleva del muerto amante la memoria;
aunque tardando con razón te quejes.
Sienta el mísero cuerpo alguna gloria,
(si puede sentir bien helado y frío)
y tu goza felice tu victoria.
Mas oh dolor, oh extraño desvarío,
quién me ofreció este mal de triste muerte?
de qué nace este vil recelo mío?
Es de alta y soberana, eterna suerte
esta mi sola Lumbre de belleza,
y el hado; opuesto a ella, es poco fuerte.
Tan rara perfección, tanta grandeza
no sufre, como yo, mortal mudanza,
es luego eterno su valor y alteza?
Pero en el golfo airado sin bonanza,
donde se halla nunca algún sosiego;
y falta en el peligro la esperanza,
Se cansa y se fatiga el vital fuego,
y desea arribar al rico asiento;
do segura desprecie el furor ciego.
Esto es lo que recelo descontento;
y porque el corazón jamás rendido,
se desmaya, y se muere el sufrimiento.
Siempre cuidado tal cayó en olvido,
que si el temor, que tengo, me hiriera,
hallara Amor el paso defendido.
Si la pasión de la alma consintiera,
venciera esta aflicción, que me atormenta,
y descansado de este afán viviera.
Mas amo, y busco, y hallo al fin mi afrenta,
y sigo el ancho paso de mi daño;
por donde la ocasión me lo presenta.
Nueva Pena y Temor; Furor extraño;
y vos, en quien mi rostro se humedece,
Lágrimas; Esperanza; Error y Engaño,
Porque el usado brío en mi fallece,
pues en esta sospecha no estoy cierto?
por qué el frío mis venas entorpece?
Si es porque muera ausente, ya estoy muerto;
después que mis dos luces me dejaron
con soledad penando en el desierto.
Todas las esperanzas me faltaron,
y contra la fortuna de mi vida
Amor y el cielo airados conspiraron.
Ella será temprano mal perdida;
que en tan terrible mal muy poco puede
la fuerza, que en sí tiene enflaquecida.
Si Amor este deseo me concede;
que, faltando primero del aliento
libre de este pesar y afrenta quede;
Daré por bueno yo mi apartamiento,
y, triste sepultado en este ajeno
campo, descansaré de mi tormento.
Que mi Lucero el esplendor sereno
difundirá a mi túmulo dichoso,
de eterna y nueva lumbre siempre lleno.
Y entonces, con el vuelo glorioso,
ilustrando la sombra de Occidente,
al cielo se alzará victorioso.
Saturno frío, el impío Marte ardiente
tendrán de sus clarísimas centellas
virtud y luz más pura y excelente,
y el coro de las cándidas estrellas.

SONETO LXXXII

Un tiempo, aunque fue breve, osé atrevido,
por ventura atendiendo la victoria,
quejar y de mi afán mostrar la historia
a quien me trae en ciego error perdido.
Ahora, o con más lastima ofendido
o cierto de la falta de mi gloria,
no hago de mis males más memoria;
que si yacieran solos en olvido.
Pero el silencio al fin no puede tanto;
que en soledad no rompa, y, lo que impide
su vista, escribo del dolor forzado.
Comienza el día, y doy principio al canto
y llanto; que en la noche Amor despide,
y llanto y canto avivan mi cuidado.

SONETO LXXXIII

Inmenso ardor de eterna hermosura
en vuestra dulce faz se me aparece;
y en mis entrañas arde, y siempre crece
con inmortal incendio virtud pura.
Con alteza y valor vuestra figura
sin igual en mi alma resplandece;
y pues ufana sufre, bien merece
algún corto favor de su ventura.
No puede ser mayor vuestra belleza;
y no es ya justo, que ceguéis mis ojos,
su flaca luz gastando en tanto fuego.
Que si al pecho mostráis vuestra grandeza;
muriendo en llama, no daré despojos,
los que pudiera dar, viviendo ciego.

SONETO LXXXIV

Mi pura Luz si olvida el fértil suelo,
que Betis enriquece en Occidente;
y abre las frías nubes con ardiente
rayo, esparciendo en torno el rico velo;
El asiento más digno será el cielo
al sacro esplendor suyo reluciente;
y de allí con las llamas de su frente
romperá el rigor duro al torpe hielo.
O, ya que aun no se debe a la belleza
sin el riesgo de ausencia, será el grado
propio el pecho, do yace obedecida.
Que a tal valor del mundo la grandeza,
o la alma , en sus centellas encendida,
es de esta excelsa Luz lugar sagrado.

SONETO LXXXV

Nunca mi mal terrible sentiría,
ni descansar querría de mi pena;
si cuidase tal vez, que mi serena
Luz alegre y suave me sería.
Mas no sufre la indigna suerte mía
esta gloria, y de sí la aparta ajena;
y a rendir la esperanza me condena;
porque osé, y di lugar a esta osadía.
Haga el cielo, que pierda en menor daño
la memoria de aquel atrevimiento;
que tuve en ver mi afán no aborrecido;
Cuándo agradó a mi Bien, que en dulce engaño
sufriese ufano y ledo el mal, que siento.
mas qué vale, a quien muere en tibio olvido?

SONETO LXXXVI. A C. M. de Figueroa

Cuando mi pecho ardió en su dulce fuego,
osé cantar, Mosquera, el mal que siento;
y diome al tierno canto ufano aliento
el Sol, en cuyo ardor estuve ciego.
Osé mostrar mi llanto en blando ruego
a quien a Amor desprecia y su tormento;
y el humilde quejar de mi lamento
me dio osadía, y dio esperanza luego.
Ahora, que la Luz yo pierdo ausente,
y crece, mi dolor con su belleza;
(notad el grande error de mi porfía)
Lloro el pasado bien y el mal presente;
y, puesto en soledad de mi tristeza,
la esperanza me falta y la osadía.

CANCION VI

Cantemos al Señor, que en la llanura
venció del ancho mar al Trace fiero.
tú Dios de las batallas, tú eres diestra,
salud y gloria nuestra.
tú rompiste las fuerzas y la dura
frente de Faraón, feroz guerrero.
sus escogidos Príncipes cubrieron,
los abismos del mar, y descendieron,
cual piedra, en el profundo, y tu ira luego
los tragó, como arista seca el fuego.
El soberbio Tirano, confiado
en el grande aparato de sus naves;
que de los nuestros la cerviz cativa
y las manos aviva
al ministerio injusto de su estado,
derribó con los brazos suyos graves
los cedros más excelsos de la cima,
y el árbol; que más yerto se sublima,
bebiendo ajenas aguas, y atrevido
pisando el bando nuestro y defendido.
Temblaron los pequeños, confundidos
del impío furor suyo, alzó la frente
contra ti, Señor Dios, y con semblante
y con pecho arrogante,
y los armados brazos extendidos
movió el airado cuello aquel potente.
cercó su corazón de ardiente saña
contra las dos Hesperias, que el mar baña;
porque en ti confiadas le resisten,
y de armas de tu fe y amor se visten.
Dijo aquel insolente y desdeñoso;
no conocen mis iras estas tierras,
y de mis padres los ilustres hechos?
o valieron sus pechos
contra ellos con el Húngaro medroso,
y de Dalmacia y Rodas en las guerras?
quién las pudo librar? quién de sus manos
pudo salvarlos de Austria y los Germanos?
podrá su Dios, podrá por suerte ahora
guardallas de mi diestra vencedora?
Su Roma, temerosa y humillada,
los cánticos en lágrimas convierte.
ella y sus hijos tristes mi ira esperan,
cuando vencidos mueran.
Francia está con discordia quebrantada,
y, en España amenaza horrible muerte,
quien honra de la Luna las banderas.
y aquellas en la guerra gente fieras
ocupadas están en su defensa,
y aunque no, quién hacer me puede ofensa?
Los poderosos pueblos me obedecen,
y el cuello con su daño al yugo inclinan;
y me dan, por salvarse, ya la mano,
y su valor es vano;
que sus luces cayendo se oscurecen.
sus fuertes a la muerte ya caminan;
sus vírgenes están en cautiverio;
su gloria ha vuelto al cetro de mi imperio.
del Nilo a Éufrates fértil y Istro frío,
cuanto el Sol alto mira, todo es mío.
Tú Señor, que no sufres, que tu gloria
usurpe, quien su fuerza osado estima,
prevaleciendo en vanidad y en ira;
este soberbio mira;
que tus aras afea en su victoria.
no dejes, que los tuyos así oprima;
y en sus cuerpos, cruel, las fieras cebe;
y en su esparcida sangre el odio pruebe.
que, hecho ya su oprobrio, dice; dónde
el Dios de estos está? de quién se esconde?
Por la debida gloria de tu nombre;
por la justa venganza de tu gente;
por aquel de los míseros gemido,
vuelve el brazo tendido
contra este, que aborrece ya ser hombre;
y las honras, que celas tú, consiente;
y tres y cuatro veces el castigo
esfuerza con rigor a tu enemigo;
y, la injuria a tu nombre cometida,
sea el hierro, contrario de su vida.
Levantó la cabeza el poderoso;
que tanto odio te tiene, en nuestro estrago
juntó el consejo; y contra nos pensaron,
los que en él se hallaron.
venid, dijeron; y en el mar ondoso
hagamos de su sangre un grande lago;
deshagamos a estos de la gente;
y en nombre de su CRISTO juntamente;
y, dividiendo de ellos los despojos,
hártense en muerte suya nuestros ojos.
Vinieron de Asia y portentosa Egito;
los Árabes y leves Africanos;
y los que, Grecia, junta mal con ellos,
con los erguidos cuellos,
con gran poder y número infinito;
y prometer osaron con sus manos
encender nuestros fines; y dar muerte
a nuestra juventud con hierro fuerte;
nuestros niños prender y las doncellas;
y la gloria manchar y la luz de ellas.
Ocuparon del piélago los senos,
puesta en silencio y en temor la tierra,
y cesaron los nuestros valerosos,
y callaron dudosos;
hasta que, al fiero ardor de Sarracenos,
el Señor eligiendo nueva guerra,
se opuso el Joven de Austria generoso
con el claro Español y belicoso;
que Dios no sufre ya, en Babel cativa
que su Sion querida siempre viva.
Cual León a la presa apercebido,
sin recelo los impíos esperaban
a los que, tú Señor, eras escudo;
que el corazón desnudo
de pavor, y de fe y amor vestido,
con celestial aliento confiaban.
sus manos a la guerra compusiste,
y sus brazos fortísimos pusiste,
como el arco acerado, y con la espada
vibraste en su favor la diestra armada.
Turbáronse los grandes, los robustos
rindiéronse temblando y desmayaron.
y tú entregaste, Dios, como la rueda,
como la arista queda
al ímpetu del viento a estos injustos;
que mil huyendo de uno se pasmaron.
cual fuego abrasa selvas, cuya llama
en las espesas cumbres se derrama;
tal en tu ira y tempestad seguiste,
y su faz de ignominia convertiste.
Quebrantaste al cruel dragón, cortando
las alas de su cuerpo temerosas,
y sus brazos terribles no vencidos;
que con hondos gemidos
se retira a su cueva, do silbando
tiembla con sus culebras venenosas,
lleno de miedo torpe sus entrañas,
de tu León temiendo las hazañas;
que, saliendo de España, dio un rugido
que lo dejó asombrado y aturdido.
Hoy se vieron los ojos humillados
del sublime varón y su grandeza,
y tú solo, Señor, fuiste exaltado;
que tu día es llegado,
Señor de los ejércitos armados,
sobre la alta cerviz y su dureza,
sobre derechos cedros y extendidos,
sobre empinados montes y crecidos;
sobre torres y muros, y las naves
de Tiro; que a los tuyos fueron graves.
Babilonia y Egito amedrentada
temerá el fuego y la asta violenta,
y el humo subirá a la luz del cielo;
y faltos de consuelo,
con rostro oscuro y soledad turbada
tus enemigos llorarán su afrenta.
mas tu Grecia, concorde a la esperanza
Egicia, y gloria de su confianza,
triste, que a ella pareces, no temiendo
a Dios, y a tu remedio no atendiendo.
Por qué, ingrata, tus hijas adornaste
en adulterio infame a una impía gente;
que deseaba profanar tus frutos;
y con ojos enjutos
sus odiosos pasos imitaste,
su aborrecida vida y mal presente?
Dios vengará sus iras en tu muerte;
que llega a tu cerviz con diestra fuerte
la aguda espada suya, quién, cuitada,
reprimirá su mano desatada?
Mas tú fuerza del mar, tú excelsa Tiro,
que en tus naves estabas gloriosa;
y el término espantabas de la tierra;
y, si hacías guerra,
de temor la cubrías con suspiro,
como acabaste, fiera y orgullosa?
quién pensó a tu cabeza daño tanto?
Dios, para convertir tu gloria en llanto;
y derribar tus ínclitos y fuertes,
te hizo perecer con tantas muertes.
Llorad Naves del mar, que es destruida
vuestra vana soberbia y pensamiento.
quién ya tendrá de ti lástima alguna;
tú, que sigues la Luna,
Asia adúltera, en vicios sumergida?
quién mostrará un liviano sentimiento?
quién rogará por ti? que a Dios enciende
tu ira, y la arrogancia, que te ofende.
y tus viejos delitos y mudanza
han vuelto contra ti a pedir venganza.
Los que vieren tus brazos quebrantados,
y de tus pinos ir el mar desnudo;
que sus ondas turbaron y llanura, viendo tu muerte oscura,
dirán, de tus estragos espantados;
quién contra la espantosa tanto pudo?
el Señor, que mostró su fuerte mano.
por la fe de su Príncipe Cristiano,
y por el nombre Santo de su gloria
a su España concede esta victoria.
Bendita, Señor, sea tu grandeza;
que después de los daños padecidos,
después de nuestras culpas y castigo,
rompiste al enemigo
de la antigua soberbia la dureza.
adórente, Señor tus escogidos;
confiese, cuanto cerca el ancho cielo,
tu nombre, oh nuestro Dios, nuestro consuelo;
y la cerviz rebelde, condenada,
perezca en bravas llamas abrasada.

SONETO LXXXVII. Por la Vitoria de Lepanto

Hondo Ponto, que bramas atronado
con tumulto y terror, del turbio seno
saca el rostro, de torpe miedo lleno;
mira tu campo arder ensangrentado,
Y junto en este cerco y encontrado
todo el Cristiano esfuerzo y Sarraceno;
y, cubierto de humo, y fuego y trueno,
huir temblando el impío quebrantado.
Con profundo murmurio la victoria
mayor celebra; que jamás vio el cielo,
y más dudosa y singular hazaña;
Y di, que solo mereció la gloria;
que tanto nombre da a tu sacro suelo,
el Joven de Austria y el valor de España.

SONETO LXXXIIX

Si trasformar pudiese mi figura,
como el Ideo Júpiter solía;
en blanco Cisne vuelto ya sería,
mirando de mi Leda la luz pura;
Y sin algún temor de muerte oscura
en honra suya el canto ensalzaría;
su frente y bellos ojos tocaría,
ensandeciendo ufano en tal ventura.
Mas en luciente pluvia convertido,
perdería el electro la fineza;
si el velo esparce, suelto en rayos de oro.
Pero, siendo en la falda recogido,
y junto al esplendor de la belleza,
tendría el precio del mayor tesoro.

SONETO LXXXIX

Mi bello Sol, si voy de vos ausente
a parte extraña, do el dolor me ofende,
y el fuego; que mi alma presa enciende,
en dulce ardor contino está presente;
Aunque el color purpúreo de Oriente,
do el Sol menor de vuestra luz desciende,
vea cerca; y do el manto oscuro tiende
el apartado extremo de Occidente,
Conmigo irá el Amor igual en parte
con la mitad de la alma; que me alienta;
que el resto vive en vuestra faz, que adora,
Y dividido en una y otra parte,
presente con el bien; que me sustenta,
siempre veré resplandecer mi Aurora.

SONETO XC

Aquí, do me persiguen mis cuidados,
solo, sin mi Luz bella, y ofendido,
en noche de dolor siempre escondido
lamento mis deseos engañados.
Vuelvo a ver mis contentos ya pasados,
para mayor afán; que el bien perdido
más duele al que se ve en confuso olvido,
y contra sí sus males conjurados.
Cuanto intento alentar mi acerba pena;
y cuanto fundo en esperanza y tengo,
todo gasta y destruye mi tormento.
Vos, que, rota de Amor la impía cadena,
respiráis del trabajo; que sostengo,
dadme esfuerzo en tan grave sentimiento.

ELEGIA XI

Yo cuidé; dulce Bien de la alma mía,
que primero con muerte al cuerpo ausente
desamparara en tierra sola y fría;
Y que el rigor pudiera del presente
dolor humedecer en vuestros ojos
la pura claridad y luz ardiente;
Que apartado, y rendido a mil enojos,
alentar las congojas de mi vida,
acrecentando al mal nuevos despojos.
Mas vivo ya en ausencia aborrecida,
y no muero en la sombra del olvido;
donde fincó mi gloria oscurecida.
Si esto sufro, qué afán no habré sufrido?
qué puede ya imprimir el sentimiento
en este corazón endurecido?
Mayor es que el dolor el sufrimiento,
y tal es el dolor; que debe el pecho
justamente acabarse al mal, que siento.
De heladas rocas ásperas fui hecho,
y me crio la fiera Tigre Hircana;
pues no estoy de mis lástimas deshecho.
En esta parte estéril y profana,
do la noche con tela tenebrosa
vence a la luz de Febo soberana;
Vuestra inmensa belleza y generosa
conmigo veo atento, y considero
las molestias de ausencia lastimosa.
Alguna vez me tiene el dolor fiero
tan opreso en sus ansias y cansado;
que a mi despecho temo y desespero.
Betis, de mi lamento acrecentado
vuelve mis tristes lágrimas, sonando
en el veloz océano mezclado.
Y creo, que do la Alba el rojo bando,
con las flores purpura, y la luz nueva
abre el Sol, los colores matizando,
Es mi mal conocido; que la prueba,
que Amor extrema en mi, señal que sea,
quiere, a do sus desdichas todas lleva.
Si mi alma procura y ver desea
vuestra serena faz, arde en su fuego,
sin que en ella su gloria y su bien vea.
Porque el dulce Tirano, que en mi ciego
pecho está siempre, ofrece a la memoria
mi pérdida y dolor presente luego.
La muerte, si viniere; será gloria;
pero a tan duro corazón no quiere
dar alguna esperanza de victoria.
Un contino temor me aflige y hiere;
que ya, si no me mata el mal de ausencia,
no habrá por qué mi muerte Amor espere.
Porque yo, que vivía en la presencia
venturoso, deseo, estando ajeno
y ausente, poner fin a mi dolencia.
Mi alma, en el fulgor bello y sereno
presa de vuestra frente, me tendría
siempre de vuestra luz ufano y lleno.
Y con el precio igual a mi osadía,
gozara merecer; que, por vos muerto,
consagré a vuestro honor la vida mía.
Y a quien de bien alguno estaba incierto,
que mayor gloria diera su fortuna;
si, solo y sepultado en el desierto,
Mereciera gozar de sola una
lágrima de esos bellos, tiernos ojos;
lo que esperar no pude en suerte alguna.
Dichosos más que flores los abrojos;
que, de esa rica pluvia rociados,
honraran la ocasión de mis enojos.
No sepulcros de mármoles labrados,
reliquias de memoria gloriosa,
fueran, cual fuera el mío, celebrados.
Mas oh mi eterno Sol y Luz hermosa,
que ni bañado de ese llanto puro,
ni estoy muerto en mi ausencia dolorosa.
Antes, como rendido ya, y seguro
en las penas de amor, me veo ausente,
sin temer el dolor acerbo y duro.
A un tibio y lento pecho vuelve ardiente
el uso del amor, y quien bien ama,
esperando su gloria, el mal no siente.
Mi pecho, que arde y en su afán se inflama,
si en su tormento ingrato desfallece,
otro aliento no siente, que su llama.
Pero en sola esta llama aviva y crece,
y solo espira en la ligera fuerza
de aquel movible ardor que no perece.
El temor amoroso, que se esfuerza
en mi alma, sujeta al mal instante,
a perder la esperanza y bien me fuerza.
El mesurado trato y el semblante;
la bella luz, en quien Amor espira;
el oro, en crespas ondas rutilante;
Si un tierno amante gime ya y suspira;
que en otro tiempo alegre con ventura
gozó mirar presente, y ya no mira;
Y desierto en la noche siempre oscura
lamenta con dolor solo y perdido;
que no merece ver su hermosura;
Cúlpenle, si la vida aborrecido
desea, y si esperar más bien pretende;
por no perder ya más, que lo perdido.
De tal causa mi lástima desciende;
que aun vitupero en tanto mal mi suerte,
si algún pequeño espacio no me ofende.
Por el paso que voy a ver mi muerte,
tanta envidia merezco; que no siento
en alguno dolor de mi mal fuerte.
Después que vi, y gocé de mi tormento;
y conocí el valor de esa belleza;
y de mi libertad y pensamiento;
Mis entrañas cercó vuestra grandeza;
y ocupó vuestro nombre mi memoria;
y Amor hizo en mí asiento de firmeza.
Sin vos estuve ajeno de mi gloria,
y quedé, siempre amando, a amar forzado;
llevando de esta fuerza la victoria.
Siempre vive en mi alma venerado
vuestro valor y gracia y cortesía,
de quien se halla rico mi cuidado.
Pero si ahora lejos de alegría
padezco, a vuestros ojos yo lo debo;
que prometieron bien a mi porfía.
Vuestra beldad merece el mal, que llevo;
que no es bien, que asegure la esperanza,
pues a tan alta empresa al fin me atrevo.
Si el Amor prometiera confianza
sin temor de peligro y desventura;
y no trocara el bien con la mudanza;
Ofendiera el agravio esa luz pura;
porque, es deuda de pena y de tormento,
osar tanto, ofrecido a la ventura.
Mas a la ausencia, en que morir me siento,
no hallo causa alguna, y solo espero
acabar con la vida el sufrimiento.
En esta soledad padezco y muero,
y en la razón mis penas entretengo;
para dar nueva fuerza al dolor fiero.
Tal vez, que suspendido, acaso tengo
el ímpetu de males, me levanto,
a do sin esperanza me sostengo.
Allí rompo las venas de mi llanto,
y de la pluvia exhala el fuego ardiente;
que en ceniza convierte el mortal manto.
Etna, que el duro hielo y frío siente
en sus coronas altas ensalzado,
y con el blanco velo reluciente;
Cuando del impío Encélado abrasado
es con serpientes ásperas herido;
y se revuelve de uno y otro lado;
El fuego, en nube espesa reducido
de ardientes globos y furor humoso,
arroja con horrísono estampido.
El estruendo de peñas tempestuoso
con alto horror resuena en torno y brama,
y tiembla todo el monte cavernoso.
Mi pecho, que de fuera es nieve, y llama
dentro, cuando el Amor lo mueve y hiere;
gime y sonando el bravo ardor derrama.
Rebosan mil incendios, cuando quiere
feroz, que a la alma abrase su crudeza;
sin jamás condolerse de quien muere.
El rayo, que sepulta con fiereza
al terrible Gigante; que del cielo
pensó regir soberbio la grandeza,
No iguala al que en eterno desconsuelo
me deja atravesado, sin la culpa,
que él tuvo en el terrestre patrio suelo.
Sola una cosa habrá, con que me culpa
Amor, que es en ausencia tener vida,
mas el deseo mío me disculpa.
Aunque apartado siempre en mi perdida
soledad, tan hermosa y estimada
vos hallo; que doy la honra merecida.
Con el mismo respeto venerada
estáis, y con el mismo sentimiento
y tierno afecto humilde siempre amada.
Ya veo vuestros ojos y consiento
por los míos la pena; que proviene.
ya temo el rostro airado y descontento.
Ya el temor con ligeras alas viene,
y me deja sin luz de bien incierto,
y preso la tristeza el pecho tiene.
Ya veo con mi gloria el cielo abierto;
que vos contemplo alegre y piadosa;
y honráis con vuestras plantas el desierto.
Consuelo son de ausencia congojosa
estas muestras de vana fantasía,
aunque es cierta mi pena lastimosa.
La esquiva soledad y mi porfía,
la tristeza y temor de mi cuidado
me dividen de vos, oh alma mía.
Muera pues, quien de vos está apartado,
acábese en la vida la memoria;
que a un prolijo dolor desesperado
mal puede venir bien, que le dé gloria.

SONETO XCI

Oh cara perdición; oh dulce engaño;
suave mal, sabroso descontento;
amado error del tierno pensamiento;
luz, que nunca descubre el desengaño;
Puerta, por la cual entra el bien y el daño;
descanso y grave pena del tormento;
vida del mal; vigor del sufrimiento;
de confusión revuelta cerco extraño;
Vario mar de tormenta y de bonanza;
segura playa y peligroso puerto;
sereno, instable, oscuro y claro cielo;
Por qué como me diste confianza
de osar perderme, ya que estoy desierto
de bien, no pones a mi afán consuelo?

SONETO XCII

Solo y medroso ya, del daño cierto;
que en la guerra de Amor temido había,
tarde con mejor suerte al fin huía
seguro en tempestad tan grande al puerto.
Mas de un golpe en el medio curso incierto,
cuando con más descuido proseguía,
Amor, que en vuestros ojos me atendía;
de un golpe atravesó, cruel, mi pecho abierto.
Y antes, que yo pudiera de mi pena
alabar la ventura, envidioso
huyó con vos, y me olvidó perdido;
Cual huye el Parto, do el Éufratres suena,
y revuelve el caballo presuroso,
dejando al fiero contendor herido.

SONETO XCIII

En esta soledad, que el sol ardiente
y rehúyen sus rayos estoy puesto;
a todo mal de ingrato Amor dispuesto,
triste, y sin mi Luz bella, y siempre ausente.
Finjo y cuido tal vez estar presente
alegre en el dichoso y fresco puesto,
y en la gloria me pierdo; que el molesto
dolor de la alma aparta este accidente.
Nunca silencio y soledad oscura
pueden dar a quien ama tal contento,
si no se cambiase la alegría.
Poco en memoria el bien de amor me dura,
que aun en este ocioso apartamiento
no se afirma en segura fantasía.

SONETO XCIV

Flaca Esperanza en todas mis porfías;
Deseo vano en desigual tormento,
y, inútil fruto del afán que siento,
lágrimas sin descanso, y ansias mías;
Sufrid, que una hora alegre en tantos días
tristes merezca un triste descontento;
y que pueda sentir tal vez contento
la gloria de fingidas alegrías.
No es justo no, que siempre quebrantado
me oprima el mal; y me deshaga el pecho
nueva pena de antiguo desvarío.
Mas oh que temo tanto el dulce estado,
que (como perdí al bien todo derecho)
abrazo ufano el grave dolor mío.

SONETO XCV

Huyo la blanda voz y el tierno canto;
que en celeste armonía espira y suena,
de esta, de España luz, gentil Sirena,
mas vuelvo al fin sujeto al dulce encanto.
Bien sé, que este placer acaba en llanto;
que esto es imagen cierta de mi pena,
y Amor injusto siempre me condena;
porque sirvo, y padezco y sufro tanto.
Ulises, que pudiste venturoso
surcar, seguro y sin temor del daño,
el golfo de la bella Leucosia;
Cuánto fueras más grande y valeroso,
si tentaras perderte en este engaño,
oyendo a la inmortal Sirena mía.

CANCION VII

Ya bien podrás hartar de tu crudeza,
Amor, en mi herido pecho el hierro;
y tu rabia ensañar en mis entrañas.
mas no podrás hacer, que mi dureza
dude ya mayor mal; ni en mi destierro
que la venza el temor de tus hazañas.
son tales tus extrañas
leyes y condición; que ya no espero
remedio, ni lo quiero.
antes ufano abrazo el daño todo
de esta mi perdición; que el dolor fiero
no da lugar al bien en algún modo.
véngate en mí, Cruel, que estoy desierto,
en pena vivo siempre, en gloria muerto.
No deja respirar el golpe crudo
al triste corazón, ni deja al llanto;
que quiebre su furor, antes los ojos
secos, y el rostro de pasión desnudo
fingen ledo semblante. pero cuanto
procuran encerrar de sus enojos,
son míseros despojos
de obstinación confusa y clara afrenta.
quién habrá, que consienta
tanto mal, y lo esconda en ciego olvido,
sin que memoria alguna de él se sienta?
mas oh cuánto es mejor, que esté perdido
en silencio; pues cabe tal cuidado
solo en mi corazón desesperado.
Es, cuanto pienso, lástima, es tormento.
el bien me cansa, aflige la alegría;
que sin envidia en otra gente veo.
temo el favor; procuro el descontento;
reposo en la mudanza esquiva mía;
y tan ajeno estoy de buen deseo;
que olvidarme deseo
de todo, lo que fue mi bien y gloria.
qué presta la memoria,
de perdidos contentos en un triste?
qué pequeño triunfo, qué victoria
tan corta, Amor, en acabarme hubiste?
hubiste, Amor, victoria de tal suerte;
que estoy, vencido al fin, más duro y fuerte.
Los ojos abro, solo a ver mi daño,
y holgarme con él sin confianza;
pues desamparo ya sin ella el miedo.
y valgo tanto ya en el desengaño;
que, aunque me siento extraño de esperanza,
como volver a ella nunca puedo,
cobro tanto denuedo;
que, si tal vez me acuerdo, que la tuve,
y con ella sostuve
los males, que me dio tu mano fiera,
cuando en más bien con más favor estuve;
aborrezco los días y primera
ocasión; que me trajo al desvarío,
y alabo esta ventura del mal mío.
El rayo de los tiernos ojos bellos;
el color dulce y pura faz serena;
que mi soberbia frente quebrantaron,
el rico y terso lazo de cabellos;
que prendieron mi alma en su cadena;
y mil trofeos de ella levantaron;
y en tu templo colgaron
mis despojos, Amor, ya poca parte
serán, para estimarte.
osado pecho tengo y generoso;
que se atreve a mostrarse, sin dudarte,
contrario de tu nombre poderoso.
bien puedes revolver en guerra luego
contra mí el aire, el mar, la tierra, el fuego.
Si, en cuantos, impío, ofendes, hay alguno;
que se espante de ver mi atrevimiento;
y tenga de mi pérdida recelo;
crea; que mi dolor me fue importuno;
y que un desesperado pensamiento
se obliga mal a recibir consuelo.
pero yo qué recelo?
que contra ti, oh cruel, oh mi enemigo
pocas injurias digo.
y pues llego en el daño a tanto extremo;
que estoy solo en estrecho sin amigo,
esfuérzome en el mal, y no lo temo;
que no rehúye alguna desventura,
quien tiene tan perdida la ventura.

SONETO XCVI

Cual rociada Aurora en blanco velo
descubre el candor nuevo al claro día;
cual sagrado lucero, del Sol guía,
sus rayos abre ufano al puro cielo;
Cual Venus a honrar parte el fértil suelo
de Cipro, y va en hermosa compañía
con ella Amor, las Gracias y Alegría,
que Céfiro las lleva en blando vuelo;
Tal salisteis, mi Luz serena y bella,
al día y cielo y suelo dando gloria
y aquistasteis de todos los despojos,
Tendió a aquel punto Amor su red, y en ella
sus alas quemó preso; y la victoria
rindió de la alma mía a vuestros ojos.

SONETO XCVII

Sol, que con alas de oro vas luciente,
y al Euro tu primero ardor colora;
mostrando al blanco cerco de la Aurora
la fogosa corona y roja frente;
Cuando el ondoso claustro de Occidente
entrares, donde reina alegre Flora;
si la Luz, que este ausente amante adora,
vieres, lleva esta triste voz doliente.
Después que vos dejé, mis bellos ojos,
y en puras perlas Hebras enlazadas,
la noche oscureció al sereno día.
El bien me falta, y sobran los enojos;
y en horas de tristeza mal contadas
ningún lugar me queda de alegría.

SONETO XCIIX

Tiempo fue de dolor, el que yo tuve
sujeto a dura voluntad ajena.
Tiempo fue, en que perdí mi grande pena;
mas en perder más fiero mal sostuve.
Tiempo fue de mi afrenta aquel, do estuve
atado y sin valor en la cadena.
Tiempo fue, en que cerré a la luz serena
los ojos, y en error perdido anduve.
Tiempo es ya, que no duerman en su engaño,
mis sentidos; ya es tiempo; que deshaga
la razón mi porfía y devaneo.
Que ya no es justo conocer el daño,
y abrazar la ocasión; aunque en la llaga
siempre abierta respire mi deseo.

SONETO XCIX

Ya que la grande fe del amor mío,
y el eterno dolor de mi tormento
no pueden descubrir un sentimiento
liviano en vuestro ingrato pecho frío;
Mostrad con más desdén mayor desvío;
porque con el afán, que triste siento,
o acabe en triste muerte el descontento,
o huya este confuso desvarío.
Antes, pues más no sufre el mal presente,
volved, fiera Enemiga de mi gloria,
la dulce libertad, que yo tenía.
Porque de vos ya pierdo osadamente
sin esperanza alguna la memoria.
mas ay cómo me engaña esta osadía.

SONETO C

Bien puede el vano error y la porfía
de mi ardiente deseo desfrenado
llevarme en su furor arrebatado,
y oscurecerme el cielo en claro día;
Que al fin la Luz serena, que me guía,
la vista abre de nuevo a mi cuidado;
y de improviso horror todo ocupado,
repugno a la perdida suerte mía.
Respiro ya del importuno peso;
y, aunque no arrojo el yugo sacudido,
no me oprime la fuerza del tormento.
Ni libre canto ya, ni lloro preso;
ni sano, de mi llaga, ni herido,
dudoso estoy en confuso sentimiento.

SONETO CI

Ya comienza a mudar su faz el cielo
sereno de mis días no turbado;
ya tornan a estrecharme mis cuidados;
y Amor en fuego vuelve el tibio hielo.
Incauto en tantos daños alzo el vuelo
de atrevidos deseos no cansados;
que van, en lo que siguen, tan cebados;
que pierden al peligro ya el recelo.
Ufano intento, débil esperanza
y pocas fuerzas hacen, que fallezca
en medio del camino la osadía.
Cuando trocare el caso esta mudanza;
será, para que siempre en mal padezca,
quien yerra, y persevera en su porfía.

ELEGIA XII

Las quejas, y suspiro y llanto luengo
de mi pasado daño, en tanto extremo
descubran la pasión, del mal que tengo.
Presente está el cruel dolor; que temo,
y conmigo no finca la esperanza;
que de mi triste afán fue el bien supremo.
Miserables efectos de mudanza,
que roban de mi dulce primavera
las flores con perpetua mal andanza.
Perdida bien en otro tiempo fuera
la vida, cuando lleno de alegría
mi muerte más plañida ser pudiera.
Pero en esta mezquina suerte mía
qué consuelo tendré, si en tal estado,
mi niebla oscureció a la luz del día?
Si yo me hubiera tanto recelado
de peligros de amor, con más paciencia
sufriera este dolor necesitado.
Mas quien favorecido en la presencia
estuvo siempre; no esperó, a su gloria
que nuciera la fuerza de la ausencia.
Antiguas ocasiones y memoria,
y mis nuevos trabajos representan
la esperada promesa de victoria.
Los bienes y los males más me afrentan;
cuando inquiero razón, para librarme
de los lazos de Amor, que me atormentan.
Pueden mis pensamientos animarme;
para mostrar ausente sufrimiento,
no osando en el peligro conhortarme.
No se debe a mi grave sentimiento
ya compasión alguna, antes conviene
un extraño linaje de tormento.
En tanto mal no sé, por qué sostiene
mi espíritu la vida, ni si es justo,
que en mísero temor se canse y pene.
Amor me lleva ausente por su gusto;
para extremar en mí toda crudeza,
y obedezco por fuerza el mando injusto.
Si mi pecho constante con dureza
se vio, sin confianza y osadía
conocerá su ímpetu y braveza.
No doy lugar al bien, en que me vía;
después que, puesto solo en el desierto,
mi niebla oscureció a la luz del día.
Cuanto al dolor terrible ya estoy muerto;
pero en la honra de sufrir tan vivo,
que a su rigor opongo el pecho abierto.
Quien me juzgó otro tiempo muy esquivo,
no me culpe, si estoy sin fuerza alguna;
que con el mal perdí el intento altivo.
Cúlpeme, si abrazare esta importuna
cuita en el corto espacio de mi vida,
si otra vez esperare en tal fortuna.
Yo tengo la esperanza aborrecida,
y tengo amor, y sé que no me engaño;
pero no sé, en qué parte en mí se anida.
No siente, quien no sabe, que es el daño
de amor desesperado, cual el mío,
revuelto en el horror del desengaño.
No espero, y amo; y huyo ya, y porfío;
y si busco pretexto a mi ventura,
es inútil, pues temo y desconfío.
No se vio, cual la mía, desventura;
mas, mirando a la causa, do procede;
bien debida al furor de tal locura.
El temor de no ver tanto en mí puede;
que derriba mis vanos fundamentos,
y ver mi adversa suerte no concede.
Cuidé tener seguros mis intentos,
cuando en mar sosegado navegaba
con próspera bonanza y frescos vientos.
Mas ensañose tempestad tan brava;
que las crespadas ondas de alegría
en altos montes de agua levantaba.
Corrió fortuna allí la nave mía:
y, sin que me valiera confianza,
mi niebla oscureció a la luz del día.
Ya tarde puedo yo aguardar mudanza;
si no espero remedio, ni lo pido,
ni me asegura Amor más esperanza.
Tan mísero me veo y confundido,
y rendido a la pena; que imposible
será, cual yo, hallar otro perdido.
El afán, que padezco, es insufrible;
mas por aquella Luz, do Amor florece,
cuanto es más grave, me es más aplacible.
Favor de la ventura no merece,
quien por temor del mal del bien rehúye;
y al peligro su vida nunca ofrece.
El suceso en mil casos varios huye,
cuando se pesa más y considera,
y toda la esperanza se destruye.
A la entrada difícil y carrera
del amoroso y ciego laberinto
no aprovechó temer mi suerte fiera.
Amor halló mi pecho en el procinto
tan gallardo y soberbio; que no pudo
ser más bravo el que rige a Delo y Cinto.
Mas vibrando sañoso el rayo crudo.
temblome el corazón, y desmayado
dejé caer medroso el fuerte escudo.
Allí, cuando yo fui desamparado,
fuera justa la muerte por castigo;
pues perdí mi temor y mi cuidado.
Confío yo mi vida a mi enemigo;
muéstrole la ocasión para mi pena,
y laméntome de él, como de amigo?
Ya no daré razón tan cierta y buena,
que me excuse de afrenta en mi porfía;
ni habrá ya a quien admire mi cadena.
En soledad estoy sin alegría,
y me asombra el dolor; porque en una hora
mi niebla oscureció a la luz del día.
Gime conmigo el Sol, conmigo llora
el Héspero, y la Noche se lamenta,
y conmigo te quejas, roja Aurora.
Quién es tan olvidado, que consienta,
y procure lugar para su muerte;
tomando la ocasión, que se presenta?
No recelo el dolor del trance fuerte,
sino que estoy ausente; y que, si muero,
no puede haber memoria de mi suerte.
Si fuera piedra yo, si duro acero,
comportara mis ansias; mas (cuitado)
no tengo en tanto mal el pecho fiero.
El ánimo en mis llamas abrasado,
después de roto el nudo, alzará el vuelo
al trono, donde está sacrificado;
Yo quedaré desierto en este suelo,
premio digno a mi lástima penosa,
y lo espera, quien ve mi desconsuelo.
Tú, si bañare tu ribera ondosa,
Tartesio Río, mi sepulcro; suena,
hiriendo triste en él con voz quejosa.
Pues no se condolece de mi pena
un pecho ingrato, y sin amor, lloroso
sus iras impías y mi mal resuena.
Podrá ser, que, en la muerte venturoso,
alcance claro nombre y escogido
de constante amador y no dichoso.
Pero ya que me veo al fin partido,
de mis bellas estrellas desterrado,
do no puedo, ni espero ser oído;
Y que, a molesta ausencia condenado,
relucho, contrastando al dolor mío,
protesto; que en mi mal no soy culpado;
No para atender bien; que en pecho frío
no cabe compasión de mal extraño,
ni admite Amor tan áspero desvío.
Mas para no dar fuerzas al engaño,
por donde me conduce solo, ausente,
con que pueda culparme en tanto daño.
Y pues Amor mis lástimas consiente,
no quiero yo vedar a mi memoria
cosas; con que mi pena se acreciente.
Los favores, que fueron rica historia
y dichosos despojos de alegría;
los perdidos contentos de mi gloria
Sean triste desdicha y suerte mía,
pues en seguro y llano y ledo estado
mi niebla oscureció a la luz del día.
Mas porque no se ofenda el bien pasado;
aunque es agravio injusto al pensamiento,
quiero el dolor por él sufrir doblado.
Pero tengo tan tierno el sentimiento;
que me enflaquece, y temo la caída;
que mal se pierde tanto laxamiento.
El riesgo no me turba de la vida;
que abandono el temor con el deseo,
y la esperanza yace confundida.
Bien puedo ya decir; que no deseo,
mas dudo la memoria; que persigue
mi alma, a do mis bienes, triste, veo.
Amor qué bien, o qué valor consigue,
trocando a cada paso mi tristeza?
qué gloria de mal nuevo se le sigue?
Si yo me viera rico y en grandeza;
si estuviera rebelde y no vencido;
si pudiera perder en mi pobreza,
Mostrara en mí la fuerza de su olvido;
vengara su desdén; su airado pecho;
y trajera contino perseguido.
Mas a quien olvidado ya y deshecho
está de su furor; a quien no siente;
a quien llegar no puede a más estrecho,
Para qué lo maltrata? que ni ausente,
ni preso y desdeñado, ni sujeto
tengo más que sentir, que me atormente.
Si algún bien esperara, yo prometo,
que de grado escogiera este importuno
dolor; que no permite estar secreto.
Mis males cuento todos de uno en uno,
hallo poca razón, y no me atrevo
a consolar mi ofensa con alguno.
Confórtome con esto; que no debo
mas a mi bien; que no haya merecido;
y que en estos mis males no soy nuevo.
Y así triste y lloroso me despido
de la alma ; que me da el postrero aliento,
si del cielo no soy favorecido.
La voluntad rendida le presento
otra vez, y consagro los despojos
de este mal y cuitoso apartamiento.
Que no es mucho, que guarde mis enojos
con las ricas memorias de alegría;
pues voy solo y ausente de sus ojos.
Pero si la infelice suerte mía
la mueve tiernamente a mi cuidado,
huirá mi niebla de la luz del día.
Y, siendo de sus rayos inflamado,
aquí, do estoy ausente en dolor fiero,
renovaré la gloria al mal pasado.
Después de tanta sombra el Sol espero;
que el día ilustrará a la noche oscura,
y en aquel dulce bien de amor primero
los ojos fijaré en mi Lumbre pura.

SONETO CII

En la oscura tiniebla del olvido,
y fría sombra, do tu luz no alcanza,
Amor, me tiene opreso sin mudanza
este fiero desdén aborrecido.
Porque de su aspereza perseguido,
hecho mísero ejemplo de venganza,
del todo desampare la esperanza
de volver al favor y al bien perdido.
Tú, que sabes mi fe; y que ves mi llanto,
rompe las densas nieblas con tu fuego,
y tórname a la dulce suerte mía.
Mas oh si oyese yo tal vez el canto
de mi ingrata cruel; saldría luego
a la pura región de la alegría.

SONETO CIII

Ya siento el dulce espíritu de la aura;
que mansamente murmurando aspira;
ya veo el puesto, a donde Amor me tira,
y a do su muerta llama el fuego instaura.
Cuál amador de Cintia, o Delia, o Laura
temió más el desdén, la ardiente ira;
que yo la Luz; que tiernamente mira
mi mal, y de la pena me restaura.
Como al que espantó el rayo con el trueno
y lumbre; que aún le queda en la memoria
el alto estruendo del terror pasado.
Tal yo, que estuve triste y siempre lleno
de males, huyo en muestras de mi gloria,
temiendo, el bien, que no esperé, engañado.

SONETO CIV

Tú, que con la robusta y ancha frente
y grandes hombros sustentaste alzado,
Rey Africano, el polo apresurado,
y cerco de los astros reluciente;
Y tú, que cuando Atlante temblar siente
la inmensa carga, sin doblar cansado
y yerto cuello tuyo, levantado
sufriste tanto peso osadamente;
Aunque en valor no igual ni en la grandeza,
no vos envidio yo; porque el sereno
cielo y estrellas, donde Amor se cría;
Y donde reina eterna la belleza,
sostuve glorioso y de bien lleno,
cuanto sufrió la corta suerte mía.

SONETO CV

Amor en mí se muestra ardiente fuego,
y en las entrañas de mi Luz es nieve.
fuego no hay , que ella no torne nieve,
ni nieve, que no mude yo en mi fuego.
La fría zona abraso con mi fuego,
la Tórrida mi Luz convierte en nieve.
pero no puedo yo encender su nieve,
ni ella entibiar la fuerza de mi fuego.
Contrastan igualmente hielo y llama;
que fuera de otra suerte el mundo hielo,
o su máquina toda viva llama.
Mas fuera; que resuelto ya en el hielo,
o el corazón desvanecido en llama,
ni temiera mi llama, ni su hielo.

SONETO CVI

Hurtadas glorias de esperanza incierta;
vanos efectos; días mal gastados
dieron triste principio a mis cuidados,
y ocasión a mis lástimas abierta.
De mi favor y mi alegría cierta
los pasos fueron súbito cortados;
y fueron mis dolores renovados
con la memoria de mi gloria muerta.
Ahora queda inútil esperanza;
frío; calor; temor; suspiro y llanto;
y solo Amor, en mi engañada suerte.
No deseo tornar en confianza;
que no hay corazón, que sufra tanto;
ni aun bien, que me defienda de la muerte.

SONETO CVII

Solo de unos honestos, dulces ojos
tengo lleno mi alto pensamiento;
solo de una belleza cuido y siento;
que da justa ocasión a mis enojos.
Solo me prende un lazo; que en manojos
de oro esparce el Amor al manso viento;
solo de una grandeza mi tormento
procede; que enriquece mis despojos.
No escucho otra voz, ni amo, y no me acuerdo
de otra gracia jamás, ni espero y veo
otro valor igual en mortal velo.
Si no fuese saber, que ausente pierdo
la gloria, que se debe a mi deseo,
nunca más bien de Amor me diese el cielo.

SONETO CIIX

Llevarme puede bien la suerte mía
al destemplado cerco y fuego ardiente
de la abrasada Libia, o donde siente
prolija sombra Tile noche y día.
Que en la niebla tendré la luz del día,
templanza en el calor, aunque esté ausente
de vos, mi Bien; y niegue el inclemente
Amor, dulce esperanza a mi porfía.
Y no podrá mi áspero tormento,
y el inmenso dolor, que temo tanto,
turbarme un solo punto de mi gloria;
Que en medio de mi grave sentimiento,
de mi hielo y mi llama alegre canto
de mi dichoso afán la rica historia.

SONETO CIX

Aquí yo vi el luciente y puro velo
por los hermosos hombros esparcido;
que se puso en mi cuello, y sacudido
a la aura el oro retocó en su vuelo.
Cual baja el bello Amor del alto cielo,
con crispante esplendor esclarecido;
tal mi Luz pareció con encendido
vigor; que hace ilustre y rico el suelo.
Mis ojos, que gozaron esta gloria,
son dichosos, y guardan la alegría
para el dolor; que la alma presa siente.
O que dulce holganza a la memoria,
dulce bien y regalo de aquel día;
que siempre alabo en soledad ausente.

SONETO CX. A don Pedro Tello

En tanto que en el fiero, hórrido seno
de la antigua Cartago el estandarte
de España honráis, y al Sarraceno Marte
el pecho de temor mostráis ajeno;
Yo aquí, do el rico Betis, de honor lleno,
el fértil curso ufano en vueltas parte;
dando de mí al Amor la mejor parte,
de mi incierta esperanza me enajeno.
Mi Luz bella y sus lazos y oro canto;
y aunque el valor insigne vuestro admiro,
de Lauro a vos no envidio la corona.
Que a mayor premio el ánimo levanto,
si mi divina Luz; por quien suspiro,
de sus hermosas hebras me corona.

SONETO CXI

Pensoso vuelvo a la alma del pasado
tiempo el dolor, que tuve, y el presente,
ya que razón alguna no consiente;
que en dulce error padezca enajenado.
El cuello ya levanto deslazado;
que la señal del yugo impresa siente.
cuál tuyo, oh impío Amor grave accidente,
digo, podrá mudar mi ufano estado?
Yo sé bien, cuánto duele una esperanza;
que huye, y un temor; que crece en pena,
y cuán vano es el fin de mi deseo.
Mas deshaces, Cruel, mi confianza
simple; que a tus engaños me condena,
y voy alegre al mal, que temo y veo.

SONETO I

Las armas fieras cante, el triste hado
del soberbio Ilión, ceniza hecho;
el impío orgullo; el temerario pecho,
con saeta celeste atravesado;
El mar, nunca primero navegado,
y duras peñas del concurso estrecho;
de Centauros el ímpetu deshecho,
o Egeón con cien brazos indignado;
Quien en la Aonia selva ornó su frente,
habitador de la Cirrea cumbre;
para vencer la muerte con memoria.
Que yo solo (si Amor tal bien consiente)
mi pura Estrella, canto vuestra lumbre;
que me afina en las llamas de su gloria.

SONETO II

Por qué abrasas en nuevo encendimiento,
impío, ingrato Señor, mi ciego pecho?
que ya, casi olvidado del mal hecho,
en soledad vivía del tormento.
Cuando más descuidado y más contento,
revuelves a meterme en tal estrecho,
oblígasme, cruel, que a mi despecho,
procure contrastar tu fiero intento.
Las armas en el templo ya colgadas,
visto, y el acerado escudo embrazo,
y en mi venganza salgo a la batalla.
Mas ay, que ni las flechas que templadas
en la luz de mi Estrella están ni al brazo
tuyo, resiste bien segura malla.

SONETO III

Quién rompe mi reposo? quién desata
el dulce sueño al corazón cansado?
quién despierta el temor de mi cuidado?
quién mi sosiego amado desbarata?
La fuerza de mi afán, que me maltrata,
turbando mi descanso; y tan pagado
estoy del mal; que, en él enajenado,
de lo más el sentido se recata.
Fuera yo a mi pasión no agradecido,
si no buscara extremos en la pena;
como en la presunción de mi osadía.
El bien de mi dolor tan bien sufrido
es, pensar que, cuan fiero me condena,
tanto es mayor con él la gloria mía.

SONETO IV

Ojos, en quien mi espíritu respira
tal vez, ardiendo en lúcidas centellas;
ojos no, mas purísimas estrellas;
rayos, que el Sol menor celoso mira;
Rico puesto, a do solo Amor espira,
dichoso, en las eternas luces bellas;
y sus llamas afina, y tiempla en ellas
siempre fiero y cruel la aguda vira;
No alcanza nombre alguno a la belleza
vuestra, y así no digo cuanto siento;
que tanto bien no cabe en voz humana.
Baste, que para osar a vuestra alteza,
vos llame; oh dulce causa a mi tormento,
ojos de mi Sirena soberana.

SONETO V

Céfiro renovó en mi tierno pecho
floridas ramas de esperanza cierta,
a mansa pluvia, a sol templado abierta,
y todo se mostraba en mi provecho.
Cuando de hielo un crudo soplo hecho,
de aquella parte de calor desierta,
abate en tierra mi esperanza muerta,
y el trabajo en un punto fue deshecho.
Quedó en el mismo puesto el hielo frío,
que con el fuego en mi dolor contiende;
y vence alguna vez, otra es vencido.
De allí siempre temí en el pecho mío
la nieve, que aunque el fuego me defiende,
medroso estoy del daño recibido.

SONETO VI

Salen mil pensamientos al encuentro,
cuando estoy mas ajeno, y pueden tanto;
que apena de mis males me levanto,
y doy en el peligro siempre dentro.
Sin recelo mi afrenta sigo, y entro,
osando (oh ciego error) para más llanto.
alcanzo aunque me esfuerzo a valer cuanto
a las mudanzas debo, en que me encuentro.
El esquivo dolor no es el que hace
la guerra, que padezco, de mi daño;
que el mal no espanta a quien lo tiene en uso.
El bien, que espero y temo, me deshace;
que yo sé bien por el ausente engaño
juzgar de este presente el fin confuso.

ELEGIA I

Bien debes esconder, sereno Cielo,
tus luces, y tejer de oscuro manto
en torno luengamente el ancho velo;
Y España deshacerse en mustio llanto,
y volver en un triste sentimiento
siempre la dulce voz, y alegre canto;
Y Betis remover del hondo asiento
negras ondas, creciendo el mar hinchado
el curso de su mísero lamento;
Pues oh dolor, tarde temido, el hado
pudo airado robar la luz hermosa
al suelo eternamente despojado.
Perpetua sombra y niebla tenebrosa
desconhorte los pechos, espantados
de dureza tan áspera y llorosa.
Acábense con este los cuidados;
las congojas antiguas; y el gemido
por todos los sucesos desdichados.
El Sol de hermosura esclarecido,
rayo de la divina hermosura
yace en fría tiniebla oscurecido.
Quien pudo ver la luz suave y pura,
clarísima Heliodora, de tus ojos,
nunca esperó tan grande desventura.
Las ricas hebras, lúcidos manojos
de oro terso, sutil, y ensortijado,
son ya de muerte míseros despojos.
Vese el dulce color amortiguado,
y sin vigor la bella y blanca frente;
y queda el cuello apuesto derribado.
El blando trato; el corazón clemente;
la gracia generosa y cortesía;
la fe y modestia y la virtud presente
Entrega un desdichado, y cruel día
en duros brazos de la muerte fiera,
cuando menos al miedo se debía.
Esta engañosa vida lisonjera,
desierta y en confuso error perdida,
después de tanto mal qué bien espera?
Con esta triste y última partida
es dulce vida ya la amarga muerte,
y amarga muerte ya la dulce vida.
Ningún caso tan áspero, o tan fuerte
estrago, y ningún ímpetu sañoso
del Cielo; que contrasta nuestra suerte,
Puede; aunque, quebrantando proceloso,
arranque gruesos muros bien trabados,
y se confunda el orbe temeroso,
Rendir los corazones levantados;
que el valor glorioso los alienta,
entre peligros mil nunca turbados.
Mas esta, que enemiga se presenta,
y deshace cruel con impía mano
la verde flor, indigna de esta afrenta;
Al más excelso pecho, y sobrehumano
desnuda de la usada fortaleza;
que contra su rigor se opone en vano.
Terrible mal, pero común tristeza;
que desbarata la ambición profana,
freno de vanas pompas y grandeza.
Contra esta furia, rígida tirana
solo finca un reparo no ofendido;
que es la ardiente virtud y soberana.
Rompa el Cielo, en mil rayos encendido,
y con pavor horrísono cayendo,
se despedace en hórrido estampido;
Tal es, que este furor y horror tremendo,
y cuanto conspirare por su daño,
rendido ante ella quedará gimiendo.
Bien puede al hombre ciego y de ella extraño,
enflaquecer, y su memoria injusta
acabar del olvido en lento engaño;
Mas nunca podrá haber victoria justa
de quien se aparta, y singular contino
sigue y alcanza al bien con gloria Augusta.
Dichoso, aquel espíritu divino;
que la alta frente descubrió seguro,
sin temer el común peligro indigno;
Y al estrellado claustro y ardor puro
encumbró el fácil vuelo en paz, purgado
de corteza mortal y error oscuro.
Si amor de la virtud jamás cansado;
si piedad; si corazón honesto;
si sufrimiento, apenas enseñado;
Y si ánimo humillado, y bien dispuesto;
si trabajos de inmenso sentimiento;
si a santas obras pecho firme y puesto,
Pueden de este apartado, y grave asiento
colocarte, oh sin par bella Heliodora,
en los giros de eterno movimiento;
Tú serás en el Cielo nueva Aurora,
antes luciente Sol; que muestre al día
la riqueza y valor, que en ti atesora.
Y cuando la desnuda noche fría
oscurezca el fulgor, serás Lucero;
que descubra en su horror serena vía.
Y viendo el color tuyo verdadero,
variado en la púrpura y la nieve,
y el oro, que igual nunca vio el Ibero;
Dirá; quien te mirare, si osar debe
en tanto mal; ingrato a tu belleza,
el impío hado a tanto bien se atreve.
Tú jamás descansaste en la estrecheza;
que tu alma ofendía, y padeciste
dolor, y siempre afanes y tristeza.
Ni quiso el claro Olimpo, ni pudiste
ya esperar más trabajos, y dejaste
alegre al Cielo todo, a España triste.
Contigo arrebatado nos llevaste
el deseo de amor honesto y santo,
con el que en nuestros pechos inflamaste.
Yo canté tu valor, y ahora canto
el premio merecido de tu gloria,
aunque a la voz impide el tierno llanto.
Mas en mí no desmaya la memoria
de tu virtud, de quien el tibio Olvido
desespere ganar jamás victoria;
Y veo, que es el llanto mal perdido;
porque descansas libre ya, y segura,
y la ocasión de mi dolor olvido.
No podía tu inmensa hermosura;
tu valor; tu divino entendimiento
contento sosegar en sombra oscura;
Y desdeñando, el duro ligamento
deslazaste; y en leve vuelo suelta
pisas el cerco eterio y firme asiento.
Si puedes renovarte alguna vuelta
la memoria del suelo despreciado,
en dichosa alegría y bien envuelta;
Da esfuerzo a este mi espíritu cuitado;
para sufrir la acerba y luenga pena,
de esta vida la lástima y cuidado.
Que ya de la esperanza se enajena,
ya su intento engañado y error siente;
y en tormento molesto se condena.
Que en tu honra inclinado el Occidente;
el frío Ebro; el Tajo caudalosos
venerará este día humildemente.
Y Betis, que contigo fue dichoso,
pero ya desdichado que te pierde,
y triste, y sin el ancho curso ondoso;
En medio de su fértil campo verde
hará, que el coro todo se levante
de Ninfas; que con dulce voz concuerde;
Y metiendo en el piélago de Atlante
la frente por su abierto y hondo seno
con ímpetu extendido resonante;
Dará ocasión; que el mar de peñas lleno,
alce el canto en tu gloria, rodeando
sus bandas, de otra alguna voz ajeno;
Hasta que el claro son multiplicando,
entre, volviendo el paso, en el Egeo,
en el último Euxino reparando.
Yo, si el Cielo, presente a mi deseo,
no corta el hilo frágil de esta vida,
y al canto aspira espíritu Febeo;
Espero, tu memoria esclarecida
hacer insigne ejemplo de la Fama,
prenda solo a mis lágrimas debida,
Y quien oír pudiere de tu llama
viva el puro esplendor, y la belleza;
que, por cuanto el Sol cerca, se derrama;
Culpará de sus hados la dureza;
que le negó admirar en este suelo
la luz excelsa de ínclita grandeza.
Alma dichosa, tú, que el alto Cielo
enriqueces alegre, y gloriosa
te cubres de purpúreo y sutil velo;
Vuelve a mirar a España lastimosa
en tu partida; que de bien y ajena,
yace en terreno afecto congojosa.
Esta triste ribera, de afán llena,
que vio desparecer su blanca Aurora;
con mustio verso murmurando suena.
La sublime y bellísima Heliodora,
roto el cansado y grave peso frío,
abrasada en la eterna luz; que adora,
es tutela del sacro, Hesperio Río.

CANCION I. A don Alonso Perez de Guzman Duque de Medina

Príncipe excelso, a quien el hondo seno
por su luciente curso y extendido
el sacro, padre Océano, inclinado
ofrece, de respeto humilde lleno,
en el corriente estrecho celebrado
el tributo debido;
si del Dirceo Cisne esclarecido
la voz grande y sonora el alto canto,
y de Cirra el aliento en mí inspirara;
yo nunca las hazañas ensalzara
de aquel que causó en Troya último llanto;
ni el que ofendido tanto
de la sañosa Juno, limpió en guerra
de fieras y tiranos la ancha tierra.
Antes pensara, alzando osado el vuelo
por la inmensa región de vuestra gloria;
sin perder el dichoso atrevimiento,
entre los puros astros que orna el Cielo,
con cercos de lumbroso movimiento,
vuestra insigne memoria entrelazar, negando la victoria
del claro nombre al Tiempo desdeñoso.
mas aunque el valor vuestro, y su grandeza
no admiten de mis versos la rudeza;
y de Ícaro el suceso peligroso
me vuelva temeroso,
y el riesgo, a que me obligo, atento veo;
no puedo contrastar a mi deseo.
Si el noble, liberal, y cortés hecho,
y piedad del ánimo excelente
no sufrió; que la sangre generosa
(aunque contraria con discorde pecho)
de la estirpe real, y gloriosa
casa vuestra en la ardiente
Libia acabase presa indignamente,
premio tenéis ya de esta cortesía;
que toda cuanto es grande, admira España
la honra singular de esta hazaña;
y, vencida la Envidia, se desvía
de su antigua porfía;
y a su pesar conoce en tanta muestra;
que solo pudo ser tal obra vuestra.
Vos; que, cual Sol, que luce entre las nieblas;
resplandecéis en esta edad oscura,
a renovar la bella edad pasada,
cuando venciendo alegre las tinieblas,
fue la sola Virtud más estimada;
pues ya por vos procura
subir a su grandeza y lumbre pura,
y del olvido ingrato, en quien se esconde
vuestro favor invoca, y vuestra mano
pide; y osa elevar el vuelo ufano
a su difícil yerta cumbre donde
el premio igual responde,
no la desamparéis; que en vos espera
vibrar su llama, y descubrir entera.
No esperéis, en el mármol esculpido,
o en el sujeto bronzo bien labrado;
que figurado vuestro nombre espire;
que en breve espacio yace oscurecido,
aunque el ingenio junto y arte inspire
de Fidia aventajado;
que este es mortal trabajo limitado.
porque el divino coro de Helicona,
intento a vuestra gloria, el árbol verde;
que su esplendor florido nunca pierde,
teje en hojas de roble, y lo corona
de una inmortal corona;
para ceñir en torno de oro ardiente
con siempre eterno nombre vuestra frente.
Nunca la luz jamás, y la grandeza,
que de amable virtud el fuego inflama;
y el brío generoso; el alto pecho;
después de la fatal, común tristeza,
cuando al valor se niega su derecho
centellará en la llama,
do la memoria más vos busca y llama;
si la sagrada Musa, agradecida,
no deshace la sombra del Olvido.
es vano intento, es ciego error perdido,
cuidar que pueda alguno alcanzar vida,
a su nombre debida;
si este favor pujante no proviene,
de aquella ínclita voz de Melpómene.
Cuántos famosos Príncipes encubre,
cuántos heroicos pechos encerrados
tiene el silencio oscuro en negro velo?
el Tiempo vencedor esconde, y cubre
todo cuanto valor ilustró al suelo.
de aquellos, que admirados,
y fueron de los hombres venerados;
aun rastro de su gloria no se alcanza.
vos, de tanta engañada muchedumbre
distinto vos veréis en alta cumbre,
con pocos alcanzando esta alabanza;
no engañéis la esperanza;
que de vos nos promete y hace cierta
la natural virtud que está encubierta.
Seguid, Señor, y osad los grandes hechos,
no menos en la paz que en dura guerra,
de los vuestros clarísimos mayores,
cuyo valor sublime, cuyos pechos
quebrantaron los bárbaros furores;
que nuestra rica tierra,
por donde el Africano mar la cierra,
anegaron en sangre; y la abrasada,
arenosa Numidia, helada y fría,
roto su orgullo todo y su porfía
vencida, en tristes lágrimas bañada
se les rindió humillada;
y Atlante con horror temió presente,
gimiendo el postrer hado, amargamente.
Del más preciado nombre y glorioso,
que España, de las gentes domadora,
puede alabarse, sois felice lumbre.
grande honor, gran cuidado trabajoso,
para pedir las puntas de su cumbre;
porque la roja Aurora;
y la lista; que intenso ardor colora;
y la que en hielo torpe se condena;
y las partes del orbe más extrañas
conocen el fulgor de sus hazañas;
que su valor en todas crece y suena
con luz de gloria llena.
vos, a igualar sus hechos obligado,
solo seréis de todos admirado.

SONETO VII

Si puede celebrar mi rudo canto
la luz de vuestro ingenio y la nobleza,
tendrá perpetua gloria con grandeza
de fama en el dorado y rico manto.
Pero si de mi mal no me levanto,
y Amor me ocupa todo en la belleza
sola y grave ocasión de mi tristeza,
por quien suspiro, y me deshago en llanto;
Será, en cuanto sostenga la alma mía
el duro peso, sin temor de olvido
siempre vuestro valor de mi estimado.
Porque el sosiego y trato y cortesía
a vos todo me tienen ofrecido,
oh ilustre honor del nombre Maldonado.

SONETO IIX

Tal vez abrasa con vapor fogoso,
tal vez enfría con horror helado,
de la Africana fuente desatado
el cristal en el mismo trato ondoso.
Cuando el cielo en la sombra está medroso,
hierve en ardor su curso destemplado,
y cuando yace el Sol más inflamado,
corre un invierno de rigor nevoso.
Son tales los milagros que en mi pecho,
sujeto y condenado a tu crudeza,
haces, fiero tirano y Señor mío;
Que estoy en el calor un hielo hecho,
y un fuego de inmortal naturaleza
en la fuerza y vigor del mayor frío.

SONETO IX

Esconde, tardo Bágrada, en tu seno
la fiera armada de tu osada gente;
y, arrancando los cuernos de la frente,
pierde el orgullo, ya de esfuerzo ajeno;
Que a todo el ancho ponto pone freno,
vengando con la aguda espada ardiente
los insultos, que sufre el Occidente,
el domador del Cita y Sarraceno.
Verás la tierra presa, el mar sangriento,
y al nombre de Bazán temblar medroso
el corazón más bravo y arrogante;
Y atado en hierro el cuello descontento,
rendirse al brazo suyo poderoso
cuanto abrazan el Nilo y grande Atlante.

SONETO X

Ausente pienso en mi dolor conmigo,
si alguna vez estuve tan contento,
que no diese al cuitoso sentimiento
el lugar, que se debe al más amigo;
Y hallo al fin en este mal, que sigo,
que nunca una hora libre de tormento
pude alcanzar; que al cabo el pensamiento
es mi mayor contrario y enemigo.
Bien que pruebo traer a la memoria
sombras de un bien, que descubrí tan vano;
que se despareció luego a mis ojos.
Mas esto no me puede causar gloria,
antes da siempre a mi dolor la mano;
para que no se acaben mis enojos.

SONETO XI

Vos, celebrando al son de noble Lira
(insigne Soto) vuestra dulce pena,
del Dauro la ribera tenéis llena,
y el bosque verde; vuestro nombre admira;
Yo aquí, do Amor en mi dolor conspira,
solo en esta desierta, ardiente arena
mis ojos rompo triste en honda vena,
y el grande Betis con mi mal suspira.
Dichoso vos, que en luz de inmortal fuego
de vuestra Fénix renováis la gloria;
que no podrá cubrir niebla de olvido.
Yo mísero, sin bien, herido y ciego
avivo de mis males la memoria
desesperado y nunca arrepentido.

ELEGIA II

Qué honor vos pudo dar, bella Enemiga;
rendir mi pecho, que con tal cuidado
buscasteis la ocasión de mi fatiga?
Si yo nací sujeto y obligado
a perderme en las ondas del mar fiero,
cual navegante mísero, engañado;
Por qué con dulce canto y lisonjero
suspenso, me llevasteis compelido
al dolor grave, en que lloroso muero?
Bien conocía yo, aymé perdido,
de vuestro corazón el falso engaño,
y el áspero rigor de vuestro olvido.
Huía, temeroso de mi daño,
la luz de vuestros ojos y belleza;
como si del Amor naciera extraño.
No me valió vestirme de dureza
contra las crudas flechas del tirano;
que solo se contenta en mi tristeza.
Porque viendo, que el golpe de su mano
no abría bien el corazón constante,
y que su intento sucedía en vano;
Y que el arco de duro diamante
perdía su vigor, vuelto indignado
contra mi presunción tan arrogante,
Se puso en vuestros ojos, regalado,
blando, lleno de tierna cortesía,
suave y dulcemente lastimado.
Con esto mi firmeza y mi porfía
rota, quedó vencida, y entregada
a vuestra voluntad siempre la mía.
Mostrasteis vos alegre, y agradada
tanto del grave afán, que por vos siento,
de rigor y desdén tan apartada;
Que os di mi libertad, y el pensamiento
ocupé solo en vos, y fue mi gloria
merecer en virtud de mi tormento.
Ahora, que soberbia en la victoria
vos descubrís, a mi pasión esquiva,
a mi nombre negáis vuestra memoria.
En vuestro pecho no sufrís que viva
de tanto amor una pequeña parte,
sin deslazar mi ánima cativa.
Este es el mal, que me deshace y parte
el corazón mezquino, y con crudeza
a mil varios peligros lo reparte.
Si ofende al valor vuestro y su grandeza,
que ose tanto fiar de mi cuidado;
que adore mi humildad vuestra belleza,
No merezco por ello ser culpado;
porque conozco bien, cuán poco alcanza
al cielo alto mi vuelo desmayado.
Pero vos alentasteis mi esperanza,
y vuestra luz me dio merecimiento,
para abrazar tan alta confianza.
La honra de mi noble pensamiento,
mi fe y amor, a sola vos debido,
son dignos de más grato acogimiento.
Memorias tristes de mi bien perdido
me siguen siempre, y me molestan tanto;
que deseo acaballas en olvido.
Deshecho todo en miserable llanto,
hago testigos este prado y fuente
del mal, que sufro ausente en mustio canto.
Solo un cuidado tengo, que contente
el corazón cuitado en tanta pena;
que descanso ninguno me consiente,
Y es, que al fin quedo en esta suerte ajena
alegre de haber muerto a vuestra mano,
antes que despedace esta cadena.
Mas yo qué digo? a quién me quejo en vano?
a un bello rostro y corazón de fiera,
tierno en vista y en obras inhumano.
Mejor será, que antes que yo muera
en este error, huya mi suerte dura,
y, lo que la Razón me ofrece, quiera.
Esta Luz soberana y hermosura,
que tanto hacer pueden en mi daño,
se cubran para mí de sombra oscura.
Otra extraña región y cielo extraño
me conviene buscar; porque perezca
en la ausencia la causa de mi engaño.
Do nunca a la memoria se me ofrezca
el dulce nombre, iré, y a do conmigo
siempre ocasión de justo desdén crezca.
Mas qué valdrá? que nunca mi enemigo
se aparta de mi pecho, y me presenta
mi pura Estrella en mi favor consigo.
A vos, mi Bien, así jamás consienta
el cielo, que la luz de esa belleza
del tiempo la común ofensa sienta;
Pido, que no sufráis, que mi firmeza
acabe; sin que sea agradecida,
conforme al merecer de esa grandeza.
Por ventura será cosa debida
a vuestro gran valor, ser vos llamada
ingrata, desleal, desconocida?
La dulce Venus, madre regalada
del tierno Amor, estaba lastimosa,
y en fatiga contina congojada;
Porque su hijo, cuya poderosa
diestra rinde herido y humillado,
cuanto cerca del Sol la luz fogosa;
Aunque bello, y en ella figurado,
cual parto de su inmensa hermosura,
divinamente puro y acabado;
No crecía en grandeza y compostura
igual a la belleza, y que vivía
mucho tiempo sujeto a tal ventura;
Doliéndose del daño, no sabía,
qué remedio tuviese una extrañeza,
nunca vista jamás hasta aquel día.
Al fin del triste caso la graveza
la llevó a consultar por más seguro
de las secretas cosas la certeza.
Témis, que revelaba lo futuro,
viendo su confusión, le dice; olvida
Venus este temor del hado oscuro.
Este tu Amor en esa edad florida
Si no crece, aunque solo es engendrado,
es por oculta causa y escondida.
Puede solo nacer y ser criado,
y no crecer. si quieres tú, que crezca;
pare otro hijo, Contramor llamado;
Con tal suerte, que el uno favorezca
mirando al otro hermano en crecimiento,
cobrando cuerpo; que al igual florezca.
Pero si uno falta, a un movimiento
ambos acabarán forzosamente,
y este es decreto de infalible asiento.
Volvió Venus alegre, y juntamente
al regalo del dulce, amado Marte,
y, cuanto dijo Témis, vio presente.
Amor luego creció, mirando aparte
a su hermano, y de sí con gran porfía
el uno daba al otro mejor parte.
El uno y otro en igualdad crecía,
hermoso en la figura y la grandeza;
que a Citerea admiración ponía.
Señora, si al amor, que a vuestra alteza
tengo, fallece amor, agradecido
en parte alguna a mi mayor firmeza;
No digo; que por mí será perdido;
que mi fe tal error nunca ha pensado,
mas es Amor tan tierno y tan sentido;
que temo, que se acabe mal mi grado.

SONETO XII

Amor, en un incendio no acabado
ardí del fuego tuyo, en la florida
sazón y alegre de mi dulce vida,
todo en tu viva imagen trasformado.
Y ahora (oh vano error) en este estado,
no con llama en cenizas escondida,
mas descubierta, clara y encendida,
pierdo en ti lo mejor de mi cuidado.
No más, baste, cruel, ya en tantos años
rendido a ver al yugo el cuello yerto,
y haber visto en el fin tu desvarío.
Abra la luz la niebla a tus engaños,
antes que el lazo rompa el tiempo, y muerto
sea el fuego del tardo hielo mío.

SONETO XIII

Pongan en tu sepulcro, oh flor de España,
la Virtud militar y la Vitoria
grandes ciudades presas en memoria,
y todo el noble mar, que a Grecia baña.
Tú solo, tú con singular hazaña
ganaste vencedor tan alta gloria;
que las voces se cansan de la historia;
que tus ínclitos hechos acompaña.
El furor de Otomano quebrantado
será justo despojo, que esculpido
en lengua de la fama alce tu nombre
Con tal blasón; valor nunca domado,
ingenio y arte hacen, que vencido
no pueda ser del tiempo un mortal hombre.

SONETO XIV

El triste afán del corazón doliente
con la memoria de mis males llena
voy repitiendo solo por tu arena,
sacro rey de las aguas de Occidente.
Las ondas acreciento a tu corriente,
socorriendo a tu curso con la vena
de mis ojos llorosa, y junto suena
el suspiro; que esfuerza a la creciente.
Al fin gasto el humor, y cesa el viento,
y exhala el fuego con incendio tanto,
que de húmedo te hace ardiente río.
En vano intentas a este encendimiento
resistir; pues no pudo el grave llanto,
quebrantar su furor, del dolor mío.

SONETO XV

Como en la cumbre excelsa de Mimante,
do en eterna prisión arde, y procura
alzar la frente airada, y guerra oscura
mover de nuevo al cielo el gran gigante;
Se nota de las nubes; que delante
vuelan y encima, en hórrida figura
la calidad de tempestad futura,
que amenaza con áspero semblante;
Así de mis suspiros y tristeza,
del grave llanto y grande sentimiento
se muestra el mal; que encierra el duro pecho.
Por eso no vos canse mi flaqueza,
bella Estrella de Amor; que mi tormento
no cabe bien en vaso tan estrecho.

SONETO XVI

Fiero dolor, que el corazón cuitado
tanto afliges y cansas; dolor fiero,
que por templar mi mal con honra, quiero
llamar solo dolor desesperado;
Pues al extremo ha tu rigor llegado,
y del Amor ningún remedio espero;
acaba ya mi vida, o, pues no muero,
acábese contigo mi cuidado.
Porque si del furor de mi tormento
puedo alentar, ya nunca más victoria
daré de mí al autor de tu crudeza.
Y el horror de la pena y mal, que siento,
quedará siempre vivo en mi memoria;
para huir contino tu dureza.

SONETO XVII

Preso en la red Amor dorada y pura,
y ardiendo en vivos rayos de belleza,
mueve el sutil pincel, y con destreza
su fuerza en vuestra luz mostrar procura.
La arte a su fin llegó; la hermosura
al intento excedió en extrema alteza.
en ella infunde el mismo su grandeza,
y espíritu se hace en su figura.
Su llama en él enciende a quien la mira,
y en la virtud, que haya, soberana
lleva la alma abrasada en alto vuelo.
Y con la gloria eterna; que la inspira,
goza, excelsa y bellísima Diana,
el sereno esplendor del alto Cielo.

SONETO XIIX

Esta sola, desierta, ardiente arena;
fatal sepulcro al último Occidente;
de armas rotas de muerta y presa gente,
y de sangrientos ríos está llena.
Infamia y honra en un error condena
al corazón cobarde, y al valiente,
el premio es desigual; que el uno siente
perpetua gloria, el otro eterna pena.
Con un súbito estrago y espantoso,
y confuso desorden acabando,
cedió el valor Heroico al Africano.
Grave crimen del vulgo temeroso;
que pues murió, muriera peleando,
do murió todo el Reino Lusitano.

SONETO XIX

Fernando, yo surqué con viento lleno
del dulce Amor el grande mar abierto;
y libre de temor, sin buscar puerto
atravesé de un seno en otro seno.
En medio el curso se turbó el sereno
Cielo, y revuelto todo el Ponto incierto
rompe mi flaca nave, y ya desierto,
de salud en las ondas voy ajeno.
Si en esta tempestad es tal mi suerte;
que escape de peligro; nunca el fiero
tirano llevará de mí victoria.
Mas antes que en olvido cubra Muerte
mi nombre humilde, celebrar espero
del Español belígero la gloria.

SONETO XX

Si no sufría ya la adversa suerte,
que más viviera el Reino Lusitano,
ardiera en guerra fiera, y Marte insano
moviera del contrario el brazo fuerte.
Cuánta Saña y furor la furia vierte,
hierro, fuego, enemigo, de impía mano
armara, y no entregara al Africano
los cobardes despojos en su muerte.
No es vergüenza morir, y la victoria
y vida, el honor no, rendir osado
al ímpetu de Libia violenta.
Fuera sin culpa mísero con gloria;
honrárase en la queja de su hado,
y faltara a sus lágrimas la afrenta.

SONETO XXI

Soberbio Tajo, que en la gran corriente
entrabas de Neptuno impetuoso,
por qué con tardo paso y temeroso
vas humilde abatiendo tu creciente?
Si el fiero Luco osado alza la frente
domador de tu ejército famoso,
no debes tú por eso estar medroso;
ni el furor Libio recelar presente.
Que en tu favor el Ebro grande, el Duero,
y el sacro ondoso Betis a porfía
el valor juntarán la fuerza y arte.
Luego verás al Númida guerrero
perder roto el orgullo y la osadía,
y cativo humillado venerarte.

CANCION II. Por la Pérdida del Rey Don Sebastian

Voz de dolor, y canto de gemido,
y espíritu de miedo, envuelto en ira,
hagan principio acerbo a la memoria
de aquel día fatal aborrecido;
que Lusitania mísera suspira,
desnuda de valor, falta de gloria.
y la llorosa historia
asombre con horror funesto y triste,
dende el Áfrico Atlante y seno ardiente,
hasta do el mar de otro color se viste;
y do el límite rojo de Oriente,
y todas sus vencidas gentes fieras
ven tremolar de CRISTO las banderas.
Ay de los que pasaron, confiados
en sus caballos, y en la muchedumbre
de sus carros, en ti, Libia desierta;
y, en su vigor y fuerzas engañados,
no alzaron su esperanza a aquella cumbre
de eterna luz; mas con soberbia cierta
se ofrecieron la incierta
victoria, y sin volver a Dios sus ojos,
con yerto cuello y corazón ufano
solo atendieron siempre a los despojos;
y el Santo de Israel abrió su mano,
y los dejó; y cayó en despeñadero,
el carro, y el caballo y caballero.
Vino el día cruel, el día lleno
de indignación, de ira y furor, que puso
en soledad, y en un profundo llanto
de gente, y de placer el Reino ajeno.
el Cielo no alumbró, quedó confuso
el nuevo Sol, présago de mal tanto.
y con terrible espanto
el Señor visitó sobre sus males,
para humillar los fuertes arrogantes;
y levantó los bárbaros no iguales,
que con osados pechos y constantes
no busquen oro; mas con hierro airado
la ofensa venguen y el error culpado.
Los impíos y robustos, indignados
las ardientes espadas desnudaron
sobre la claridad y hermosura
de tu gloria y valor, y no cansados
en tu muerte, tu honor todo afearon,
mezquina Lusitania sin ventura.
y con frente segura
rompieron sin temor con fiero estrago
tus armadas escuadras y braveza.
la arena se tornó sangriento lago,
la llanura con muertos aspereza.
cayó en unos vigor, cayó denuedo,
mas en otros desmayo y torpe miedo.
Son estos por ventura los famosos,
los fuertes, los belígeros varones,
que conturbaron con furor la tierra?
que sacudieron reinos poderosos?
que domaron las hórridas naciones?
que, pusieron desierto en cruda guerra,
cuanto el mar Indo encierra;
y soberbias ciudades destruyeron?
do el corazón seguro y la osadía?
cómo así se acabaron, y perdieron
tanto heroico valor en solo un día;
y lejos de su patria derribados,
no fueron justamente sepultados?
Tales ya fueron estos, cual hermoso
cedro del alto Líbano, vestido
de ramos, hojas, con excelsa alteza;
las aguas lo criaron poderoso,
sobre empinados árboles crecido,
y se multiplicaron en grandeza
sus ramos con belleza;
y, extendiendo su sombra, se anidaron
las aves, que sustenta el grande cielo;
y en sus hojas las fieras engendraron,
y hizo a mucha gente umbroso velo.
no igualó en celsitud y en hermosura
jamás árbol alguno a su figura.
Pero elevóse con su verde cima,
y sublimó la presunción su pecho,
desvanecido todo y confiado;
haciendo de su alteza solo estima.
por eso Dios lo derribó deshecho,
a los impíos y ajenos entregado,
por la raíz cortado.
que opreso de los montes arrojados,
sin ramos y sin hojas, y desnudo,
huyeron de él los hombres espantados;
que su sombra tuvieron por escudo.
en su ruina y ramos, cuantas fueron
las aves y las fieras se pusieron.
Tú, infanda Libia, en cuya seca arena
murió el vencido Reino Lusitano,
y se acabó su generosa gloria;
no estés alegre y de ufanía llena;
porque tu temerosa y flaca mano
hubo sin esperanza tal victoria,
indigna de memoria;
que si el justo dolor mueve a venganza
alguna vez el Español coraje,
despedazada con aguda lanza,
compensarás muriendo el hecho ultraje;
y Luco amedrentado, al mar inmenso
pagará de Africana sangre el censo.

SONETO XXII

Ya que en vano contrasto al dolor fiero,
y faltándome el bien, crece el tormento,
y la esperanza sin algún aliento
me olvida, y de remedio desespero;
Este desierto puesto solo quiero;
pues lo aquejó mil veces mi lamento;
que al triste cuerpo, siempre descontento,
sea el sepulcro de su mal postrero.
Si tuvo en vos, Francisco, Amor tirano
tal vez imperio, a lástima movido
este verso cortad en mi memoria;
Uno aquí yace, que amó firme en vano;
y cuando esperó bien, aborrecido
la vida lo dejó; y huyó su gloria.

SONETO XXIII

Fría Ceniza de mi ardiente fuego;
y rotas hebras del mal firme nudo;
que me enlazó; de cuitas ya desnudo
vos miro alegre, y libre en mi sosiego.
No es este el tiempo no, en que anduve ciego;
ni la ocasión; que así perderme pudo;
que contra el mal embraza el fuerte escudo
razón; y el feudo antiguo ya vos niego.
La luz pura, en mi oscura niebla abierta,
me descubre el error, que proseguía;
y lleva osando por el paso estrecho.
Muerto el deseo, y la esperanza muerta,
y sin fuerza vosotros, qué porfía
vos mueve a molestar mi duro pecho?

SONETO XXIV

Cuando rendía la arrogante frente
el ya vencido Reino Lusitano,
y de Filipo el brazo soberano
ponía el freno estrecho al Occidente;
Con fiero influjo, con señal ardiente,
que dio sospecha y dio temor no en vano,
el Cielo se llevó con dura mano
la luz más pura de Austria y excelente.
Mas de estrelladas hebras coronada
esculpió entre los astros su belleza,
do alegre mira el rico Hesperio suelo.
Cuánto puedes Virtud, que arrebatada
de esta humildad a la inmortal grandeza,
eres amor, y eres honor del Cielo!

SONETO XXV

Donde el dolor me inclina, vuelvo el paso
tan cansado y perdido; que no tengo
para arribar fuerza, y nunca vengo
a conceder holganza al cuerpo laso.
El mal me sigue de uno en otro paso,
perpetuo y grave, tal, que lo sostengo
solo por entender, que en mí me vengo
de cuanta pena por Amor yo paso.
Si en este afán, que ha de acabarse tarde,
osara esperar bien, fuera descanso
dulce y regalo mi mortal congoja.
Mas ya remedio no vendrá; que guarde
el corazón caído; y más me canso,
cuando el trabajo; intenso en algo afloja.

SONETO XXVI

Alma bella, que en este oscuro velo
cubriste un tiempo tu vigor luciente,
y en hondo y ciego olvido grave mente
fuiste escondida, sin alzar el vuelo;
Ya, despreciando este lugar, do el cielo
te encerró y apuró con fuerza ardiente;
y roto el mortal nudo, vas presente
a eterna paz, dejando en guerra el suelo.
Vuelve tu luz a mí, y del centro tira
al ancho cerco de inmortal belleza,
como vapor terrestre levantado
Este espíritu opreso; que suspira
en vano, por huir de esta estrecheza;
que impide estar contigo descansado.

SONETO XXVII

En noche sola voy con sombra oscuro,
sin bien, perdido, ajeno de reposo,
con débil paso y corazón medroso
buscando del Amor lugar seguro.
Siento al lado del arco el golpe duro,
y, de mayor peligro receloso,
vuelvo sujeto a mi dolor penoso;
y en mal antiguo nuevo mal procuro.
El yerto, hórrido risco, despeñado,
y la montaña áspera parece
llana senda al Deseo; que me lleva.
Culpa no es de él, que siempre va engañado,
mas la Razón; que ve, por qué se ofrece
al conocido error, que nunca aprueba?

SONETO XXVIII

Osé, y temí, mas pudo la osadía
tanto, que desprecie el temor cobarde.
subí, a do el fuego mas me enciende y arde.
cuanto más la esperanza se desvía.
Gasté en error la edad florida mía;
ahora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser, que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.
Tal vez pruebo (mas qué me vale?) alzarme
del grave peso; que mi cuello oprime,
aunque falta a la poca fuerza el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo, que se estime
tan mal de quien también rindió su pecho.

SONETO XXIX

Después que Mitridates rindió al hado
el fiero pecho; y Asia sacudida
cayó rota; y la Tierra, al fin vencida,
vio el mar de los Piratas despojado;
Lo que no pudo el Medo; el Parto osado;
ni virtud de Sertorio esclarecida,
una vil, flaca diestra la temida
cabeza, oh gran Pompeyo, te ha cortado.
Y el cuerpo, mal cubierto de la arena,
triste ultraje, y cruel, de humana gloria,
desierto yace, oh cuánto en ti la dura
Suerte discorde se mostró y ajena;
pues falleciendo tierra a tu victoria,
la tierra falleció a tu sepultura?

SONETO XXX

Ya que el sujeto Reino Lusitano
inclina al yugo la cerviz paciente;
y todo el grande esfuerzo de Occidente
tenéis, sacro Señor, en vuestra mano;
Volved contra el suelo hórrido Africano
el firme pecho y vuestra osada gente;
que su poder, su corazón valiente,
que tanto fue, será ante el vuestro en vano.
CHRISTO os da la pujanza de este imperio,
para que la Fe nuestra se adelante,
por do su santo nombre es ofendido.
Quién contra vos, quién contra el Reino Hesperio
bastará alzar la frente, que al instante
no se derribe a vuestros pies rendido?

SONETO XXXI

Yo, que el temor al piélago Adriano
quité, y de Etolia en el famoso estrecho
quebré el orgullo, y sin valor deshecho
dejé primero el ímpetu Otomano;
En este peligroso golfo insano,
do Francia llora rota el crudo hecho;
osando en tu valor, con fuerte pecho,
pongo fin al imperio Lusitano.
Alargue el mar su derramado seno,
que en todo él pienso ser victoriosa,
siguiendo en cualquier trance tu bandera.
España así con esplendor sereno
dijo al grande Bazán, en la dudosa
conquista de la presa ya Tercera.

ELEGIA III

Cuál fiero ardor, cuál encendida llama,
que duramente me consume el pecho,
por estas venas mías se derrama?
Abrasado ya estoy, ya estoy deshecho,
cese, Amor, el rigor de mi tormento;
basten los males; que en mi alma has hecho.
Este dolor; que nuevo siempre siento;
esta llaga mortal, contino abierta;
este grave y perpetuo sentimiento;
Esta corta esperanza y siempre incierta;
este vano deseo peligroso;
esta, fin de mis penas, muerte cierta
Tal me tienen confuso y temeroso,
y sin valor perdido, y quebrantado;
que ni aun huir de mis pasiones oso.
No es amor; es furor jamás cansado;
rabia es; que despedaza mis entrañas,
este eterno dolor de mi cuidado.
Qué gran victoria, Amor, y qué hazañas,
atravesar un corazón rendido,
un corazón; que dulcemente engañas.
Ya que me tienes preso, y tan herido,
que en mi pecho no hallas lugar sano,
no me acabes, cruel, en duro olvido.
Mi fe, y mi pensamiento soberano;
de mi grande osadía la nobleza,
no sufren, que me dejes de la mano.
Nací, para inflamarme en la pureza
de aquellas vivas luces; que al sagrado
Cielo ilustran con rayos de belleza.
Y de sus flechas todo traspasado,
por gloria estimo mi quejosa pena;
mi dolor por descanso regalado.
Tal es la dulce luz, que me condena
al tormento, y tal es por suerte mía
de mi Enemiga la beldad serena.
Mas, aunque sin igual fue mi osadía,
y el mal, que sufro, por tu fuego juro;
que contrastar no puedo a mi porfía.
Y cuanto en él mi corazón apuro
y afino, tanto más crece el deseo,
y un temor; con que nunca me aseguro.
Quién me daría, Amor, que el bien; que veo,
gozase solo, y libre de recelo,
en aquella verdad, con que lo creo;
Que nunca mi ofensor, medroso celo,
que tan grave me aflige y desbarata,
podría derribarme por el suelo.
Ay cuánto tu crudeza me maltrata!
ay cuánto puede en mí tu diestra airada,
que contino me aviva, y siempre mata!
Bella Señora, si mi voz cansada
alcanza tanto bien, que no os ofende,
oídla blandamente sosegada.
Luz de eterna belleza, en quien me enciende,
y gasta Amor, y en un lloroso río
vuelto, contra sus llamas me defiende;
Si os puede enternecer el dolor mío,
comiencen a ablandaros mis enojos;
no deis ya más lugar a más desvío.
No me neguéis esos divinos ojos,
que todo en vos me han ya trasfigurado,
llevándose consigo mis despojos.
Si ausente estoy de vos, muero cuitado,
y vivo alegre, solo cuando os miro.
mas ay cuán poco duro en este estado!
Que cuando a verme en vos presente aspiro,
mi enemiga fortuna no consiente;
que falte causa al mal, por quien suspiro;
y así estoy ante vos solo y ausente.

CANCION III

Con dulce lira el amoroso canto
en alabanza de los bellos ojos,
causa de mi error luengo y desvarío,
probé, y aunque robaron los despojos
de mi gloria el dolor y el grave llanto;
que acrecentó las ondas a este río,
oyendo el canto mío
Febo y el coro eterno de Helicona,
de mirto delicado y oloroso
en honra de mi intento cuidadoso
tejiendo de sus manos la corona
dijeron enlazándome la frente;
que cantase de Amor la fuerza ardiente.
Yo entonces, en mis males ofendido,
puse en olvido al belicoso Marte,
y los fieros gigantes fulminados;
y celebré en la Hesperia alguna parte
del dulce tiempo en mi dolor perdido;
aunque en los años en amor gastados
mis penosos cuidados
el espacio mejor todo ocuparon,
y dende allí huyó de mi memoria
de los Iberos ínclitos la gloria;
y cuántos hechos grandes acabaron
en tierra y mar, en uno y otro polo,
igualando en el curso al mismo Apolo.
Y justo fue, que entre el furor del hierro
el flaco son de esta mi humilde lira
perdiese (si la tuvo) su osadía.
mi débil canto a débil gloria aspira.
el desdén, pena acerba, y mi destierro
puede llorar la triste musa mía,
y la antigua porfía
de mi dolor. quien a Mavorte crudo,
de adamantina túnica cubierto,
cuando en la áspera Tracia al campo abierto
mueve teñido en sangre el duro escudo,
podrá escribir; si al fin le falta el vuelo,
y se despeña dende el alto Cielo?
Bien veo, oh gloria generosa, y lumbre
de la invencible y bien dichosa España;
que en vano el canto levantar intento;
y que es más temeraria esta hazaña,
que la de aquel, que en la celeste cumbre
pensó regir del carro el movimiento.
desfallece mi aliento,
cuando presumo alzar vuestra grandeza,
y aquellos altos soberanos pechos
de los mayores vuestros, cuyos hechos
exceden toda humana fortaleza.
no cabe no en la inculta musa mía
tanto valor y heroica valentía.
Mas un deseo, que a alabaros mueve
y compele mi ánimo, no deja
que tenga en mi lugar el temor vano.
y aunque Amor forme toda justa queja,
que en honra ajena yo las voces pruebe
de la lira ofrecida de su mano;
tanto entiendo, que gano
en celebrar el nombre glorioso
de vuestro León claro y excelente;
que olvido sin temor su flecha ardiente,
y con furor divino y venturoso
subir de un giro en otro presto espero
al orbe, do reside Marte fiero.
Ya con no usado vuelo me sublimo
con fuertes alas por el grande campo
del líquido sereno, y confiado
en el instable globo el paso estampo,
y ya en el cerco lúcido el pie imprimo,
y en el sanguino, do feroz armado
Marte nunca aplacado
vibra la asta cruel, y arroja fuego,
sin miedo entro; do veo tan extrañas
de los abuelos vuestros las hazañas;
que cuando a dalles justa estima llego,
veo, que mi osadía en vano emprende,
lo que su luz clarísima defiende.
Qué espíritu tan alto y generoso
no dudará cantar el brazo fuerte,
y el corazón indómito, que pudo
con singular valor y diestra suerte
romper en tierna edad al espantoso
Moro, y después de vil temor desnudo
ser de tantos escudo
en el asedio de la presa Alhama;
por quien Genil temblando volvió el paso
lloroso, ensangrentado, triste y laso,
oyendo del divino Héroe la fama;
que al bárbaro feroz y su denuedo
hizo siempre cubrir de frío miedo?
Pirámides sublimes levantadas,
ostentación de la soberbia humana,
grandes colosos de elevada cumbre
el tiempo domador huyendo allana,
mas las obras insignes y extremadas,
ardiendo con fulgor de eterna lumbre
entre la muchedumbre
de tantos, que oscurece el torpe olvido
sobran la inmensidad de luengos años,
la Muerte, Envidia, Tiempo y sus engaños
con su esplendor venciendo esclarecido;
y os obligan, mostrando el vivo ejemplo,
que lo sigáis al glorioso templo.
Vuestro valor, vuestro ánimo prudente,
en una y otra suerte siempre entero,
el amor de virtud firme y constante
no sufre, que su ímpetu ligero
el tiempo contra vos muestre inclemente,
ni que el fatal olvido se adelante.
antes piden, que cante
en honra vuestra aquel suave Orfeo;
que revocó del reino inexorable
su esposa, y que de vos contino hable
con grave lira el escritor Dirceo.
y vuele vuestra luz hasta la Aurora
dende los fines de Favonio y Flora.
Quisiera yo, que fuera tal mi canto,
que mereciera la grandeza vuestra;
y me inspirara Clío y Melpómene,
mas pobre vena y temerosa diestra
no me dejan alzar el vuelo tanto
que lo menor, que en vos yo siento suene.
quien lo poco, que tiene,
ofrece, no merece alguna culpa;
y en una empresa tan dudosa y alta
quien se atreviere; si hiciere falta,
haber osado vale por disculpa.
y pues vuestro valor es soberano,
no os merece ensalzar ingenio humano.
Mas cual fuere, acoged mi simple musa,
que yo (si no me engaña mi esperanza)
pienso en la eternidad de la memoria
esculpir vuestro nombre y alabanza;
y hacer, la futura edad confusa
que envidie a la que goza vuestra gloria.
no estrenará victoria
ira del Cielo, fuego, hierro airado,
ni envejecido curso sin reposo;
ni el tiempo no cansado y presuroso
del canto a vuestro nombre consagrado;
antes por la desierta Libia ardiente
torcerá el gran Danubio su corriente.

SONETO XXXII

Osé subir con poco diestra suerte
al florido Helicón, y donde baña
el cristal de Hipocrene la campaña,
y Castalia sus puras ondas vierte;
Para alabar el pecho osado y fuerte,
los grandes hechos; que honran nuestra España,
mas no se debe a mí tan gran hazaña,
no es vencedor mi canto de la muerte.
Por no entregarme al ocio descuidado,
Antonio, escribo, y mi serena Estrella
voy con mis rudos versos ofuscando.
Mas, si en sus vivos rayos inflamado,
me veo, vos veréis en gloria de ella
honrando a España ir vuestro Fernando.

SONETO XXXIII

Dejad ya de seguir el paso incierto
del militar honor, y aquel cuidado
de igualar al abuelo celebrado;
y en paz tomad, Señor, seguro puerto.
Ya vuestro Sol va al Occidente cierto,
de dolencia y afán y años cargado,
qué esperáis? romped ya el embarazado
camino, y escoged el más abierto.
Harta gloria habéis dado a nuestra España
con el valor y la real largueza;
que sin igual en vos conoce el suelo.
Creed, que no será menor hazaña
vivir con vos de hoy más, y dar al Cielo
parte de vuestras obras y grandeza.

SONETO XXXIV

Aunque el dolor, que la alma triste oprime,
no deja respirar al buen deseo,
si tal vez descargado el peso veo,
y el duro afán, que menos me lastime;
Podrá ser por ventura, que se estime
mi canto igual con el del Tracio Orfeo;
y que el sacro furor del gran Timbreo
en la celeste cumbre me sublime.
Entonces, cuando ya vencida incline
la envidia, entre los pocos que sostiene,
mostrará vuestro nombre la memoria.
Y allí el valor y el corazón insigne
vuestro honrarán las Musas de Hipocrene,
del Hesperio León oh excelsa gloria.

SONETO XXXV

Cese tu fuego, Amor, cese ya, en tanto
que, respirando de su ardor injusto,
pruebo a sentir este pequeño gusto
de ver mi rostro humedecido en llanto.
Que nunca el alto Etna con espanto
los grandes miembros y el rebelde busto
del impío; que cayó con rayo justo,
puede encender, ni nunca encendió tanto.
No amortiguan mis lágrimas tu fuego,
antes avivan su furor creciendo,
aunque venzan del Nilo la corriente.
Si suelto en agua rompo el nudo luego,
que más te agrada desatallo ardiendo?
es menos mal lo que es más diferente?

SONETO XXXVI

Sigo por un desierto no tratado,
sin luz, sin guía, en confusión perdido,
el vano error, que solo me ha traído
a la miseria del más triste estado.
Cuanto me alargo más, voy más errado,
y a mayores peligros ofrecido.
dejar atrás el mal me es defendido;
que el paso del remedio está cerrado.
En ira enciende el daño manifiesto
al corazón caído, y cobra aliento,
contra la instante tempestad osando.
O venceré tanto rigor molesto,
o en los concursos de su movimiento
moriré, con mis males acabando.

SONETO XXXVII

Dulces Halagos; tierno Sentimiento;
regalos blandos y de furor extraño,
que a un rudo pecho, y del Amor extraño
ocasión siempre fuiste del tormento;
Qué dura fuerza y grande movimiento
vos deshizo y abrió el cubierto daño?
Por qué no me consuela el desengaño,
ya que me ofende ver mi perdimiento?
No me disteis herida tan liviana,
que en lo íntimo de la alma no tocase;
yaciendo en ella eternamente abierta.
Faltasteis; porque nunca yo alcanzase
del bien, que tuve, en esperanza vana,
de alegría segura una hora cierta.

ELEGIA IV

No bañes en el mar sagrado y cano,
tu estrellada corona, Noche oscura;
antes de oír este amador ufano.
Y tú abriendo la húmeda hondura,
alza las verdes hebras de la frente,
de Náyades lozana hermosura.
Aquí, do el grande Betis ve presente
la armada vencedora; que el Egeo
con sangre coloró de Turca gente,
Quiero decir la gloria, en que me veo;
pero no cause envidia este bien mío
a quien aun no merece mi deseo.
Sosiega el curso tuyo insigne Río,
oye mi gloria; pues también oíste
mis quejas en tu ondoso asiento frío.
Tú amaste, y como yo, también supiste
del mal dolerte; y celebrar la gloria
de los pequeños bienes que tuviste.
Corta será en mi bien la alegre historia
de mi favor; que corta es la alegría,
que tiene algún lugar en mi memoria.
Cuando en el claro Cielo se desvía
del Sol luciente el alto carro apena,
y casi igual espacio muestra el día;
Con voz, que entre las perlas blanda suena,
teñida en puro ardor de fresca rosa,
de honesto miedo y tierno y de amor llena,
Me dijo así la bella desdeñosa;
que me negaba un tiempo la esperanza,
sorda y dura a mi lástima llorosa,
Si por firmeza y dulce amar se alcanza
premio de Amor, tener yo espero y debo
de los males; que sufro, más holganza.
Mil veces, por no ser ingrata, pruebo
vencer tu mucho amor, mas nunca puedo
que es mi pecho a sentillo rudo y nuevo.
Si en sufrir más me vences, yo te excedo
en pura fe y afectos de terneza;
vive, y confía osado amante y ledo.
No sé, si oí, si fui de su belleza
arrebatado; si perdí el sentido;
sé, que allí se perdió mi fortaleza.
Turbado dije al fin; por no haber sido
este sublime bien de mí esperado,
pienso, que debe ser (si es bien) fingido.
Señora, bien sabéis; que mi cuidado
todo se ocupa en vos; que yo no siento,
ni pienso, sino en verme más penado.
Mayor es que el humano mi tormento,
y al mayor mal igual esfuerzo tengo,
igual con el trabajo el sufrimiento.
Las que por vos padezco, y que sostengo,
penas, me dan valor, y siempre crece,
mi fe, cuanto en mis males me entretengo.
No quiero concederos; que merece
mi mal tal bien; que vos probéis el daño;
más ama, quien más sufre y más padece.
No es mi pecho tan rudo, o tan extraño;
que no sienta en el dulce afán primero;
si, en esto que dijisteis, cabe engaño.
Armado un corazón de fuerte acero
tengo para sufrir, y está más fuerte,
cuanto más el asalto es bravo y fiero.
Diome el Cielo la causa de esta suerte,
y yo la procuré, y hallé el camino,
para poder honrarme con mi muerte.
Lo que más entre nos pasó, no es digno,
Noche, de oír el Austro presuroso,
ni el viento, de tus lechos más vecino.
Mete en el ancho piélago espumoso
tus luengas trenzas negras y semblante;
que en tanto, que tú yaces en reposo,
podrá Amor darme gloria semejante.

SONETO XXXIIX

Al triste humor, que mísero destilo,
cómo no falto? cómo crece tanto
en medio de la vena de mi llanto
de ardientes ondas este eterno Nilo?
La llama esfuerza mi lloroso hilo,
las lágrimas mi fuego; porque cuanto
templallos pruebo, en mi dolor levanto
de su concurso un mal mezclado estilo.
No inundó mayor pluvia el duro suelo
de la ancha tierra, ni Etna de su cumbre
exhaló mayor llama sin sosiego.
Deucalión, y quien pensó del Cielo
regir incauto la perpetua lumbre,
más agua aquí hallaran y más fuego.

SONETO XXXIX

Yo cuidé, cuando en duro hielo el justo
desdén refriar pudo el fuego ardiente
del corazón, y con osada frente
se opuso contra Amor fiero y robusto;
Que no bastara a derribarme el gusto,
ni a torcerme el intento otro accidente;
que ya me conocía diferente,
y libre de un tirano tan injusto.
Mas al primer sonido del asalto
desamparo la fuerza, y el escudo
rindo y armas temblando antes del hecho.
Bien sé que, en lo que debo a la honra, falto;
mas el temor, que de ella está desnudo,
y otra fuerza mayor vencen mi pecho.

SONETO XL

Cuitado yo, de cuál furor perdido
olvido el sentimiento mejor mío?
al peligroso error y desvarío
por do voy? A do vuelo aborrecido?
El orgullo del Austro embravecido,
el Cielo oscuro y solo, y horror frío
no me ponen temor, que al fin porfío
y venzo la razón con el sentido.
No cierro yo los ojos a mi daño;
que quien me tiene opreso no consiente,
que merezca en mi mal hallar disculpa.
Delito es voluntario, no es engaño,
pero si es; que en voluntad doliente
siempre Amor da ocasión a nueva culpa.

SONETO XLI

Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de intensa nieve el pecho mío;
porque el rayo de Amor no al lento frío
rompiese el rigor duro en vivo aliento.
Procuré no rendirme al mal; que siento,
y fue todo mi esfuerzo desvarío.
mi libertad perdí y mi usado brío,
cobré un dolor perpetuo, en mi tormento.
La llama al hielo destempló en tal suerte;
que, gastándose humor, quedó ardor hecho,
y es inexhausto fuego, cuanto espiro.
No puede este mi incendio darme muerte;
que, cuanto de su fuerza más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.

ELEGIA V

En tanto que el furor del seco estío
arde, y deja de sombra ya desierto
cuanto de Betis parte el hondo río;
Vos en sosiego, y en seguro puerto
vivís, Luz de Cabrera, descansado,
de los peligros de este mar incierto.
No os turba el corazón grave cuidado,
ni la molesta y desigual tristeza,
ni un trabajo con otro encadenado.
De la ambición el fasto, y la grandeza
no os cansa; que sabéis cuán poco dura
en cosas tan caducas la firmeza.
Lo que el vulgo confuso ama, y procura,
huís, y en las tinieblas veis la lumbre
que la virtud descubre en su faz pura.
Subiendo su alta, y su difícil cumbre;
miráis abajo tanto error, y engaño
de la ignorante y ciega muchedumbre.
Y apartando del cierto bien el daño
mostráis no haber gastado vanamente
el tiempo, causador del desengaño.
Y cuando el ocio algún lugar consiente,
con vuestra bella esposa recogido;
vuestro pasado amor hacéis presente.
Y en su dulce memoria entretenido,
referís con señales de alegría
cuando por ella os visteis más perdido.
Y satisfecho bendecís el día,
que posesor vos hizo en ledo estado
del bien, que en esperanza os ofendía.
Mas yo mísero amante, enajenado
de mí, siempre rendido, y temeroso;
en frágil tabla corto el mar turbado.
Solo, sin esperanza, sospechoso,
seguido de un perpetuo descontento,
nunca en mi mal admito algún reposo.
Cuando quise perderme en mi tormento,
fuera acabar la vida mejor suerte;
que abrazar un eterno sentimiento.
Mas mi hado no quiere, que yo acierte
a huir los peligros, y me obliga
a padecer viviendo inmortal muerte.
Yo vi, no sé, si será bien, que diga,
o si calle mi mal; yo vi mezquino
mi dulce y hermosísima enemiga.
Ya otras veces la vi, y perdí contino,
temiendo mi dolor, aquella gloria
debida solo a espíritu divino.
Mas esta vez que comenzó la historia
prolija, y no acabada de mi pena,
su imagen pintó Amor en mi memoria.
Aunque la mortal suerte no es tan llena
de bien; que alcance el nombre soberano,
de esta mi pura y celestial Sirena.
Mi pecho, que sufrió de Amor tirano
los más bravos asaltos, y dureza,
y mereció mas honra que hombre humano;
Cuando atento notó la gran belleza,
las luces, donde Amor solo respira,
y del color suave la pureza.
Cual mariposa, que a perderse aspira
en la llama, corriendo con engaño
al dulce fucilar, que en ella mira;
Tal se arrojó, más cierto de mi daño,
a consumirme en este sacro fuego,
y aunque veo mi mal, en él me engaño.
Mas oh Deseo mío vano y ciego,
por qué me haces renovar memorias;
que no me sufren consentir sosiego?
Amor, en tus despojos y victorias
cuenta esta mía; y cuenta juntamente
esta gloria mayor entre tus glorias.
Si yo pensaba descansar ausente,
y libre de mis males acabados,
el breve curso de esta edad presente;
Ya estoy con nuevas penas y cuidados
sujeto, derribado, y tan rendido;
que soy solo entre amantes desdichados.
Pero cuánto es mejor ser yo perdido,
y lamentar por ella; qué contento
ser de alguna jamás favorecido?
Amor, inspira en mí el divino aliento.
para dejar perpetuo en letras de oro
su valor, mi firmeza, y mi tormento.
Que en cuanto baña, y cerca el seno Moro;
y el Indo riega, y el Danubio frío,
el nombre eterno irá, que siempre honoro.
Y el caudaloso y rico Betis mío
de verde sauz la frente coronado,
humillará a su voz el grande río.
Y cuando por ventura mi cuidado
pudiere relajar de tanta pena;
que me fatiga el corazón cansado,
Diré; dulce y bellísima Sirena,
cuya suave voz, y tierno canto
con celeste armonía espira, y suena;
Si puede mi tormento valer tanto;
que satisfaga en parte mi osadía,
yo a padecer me obligo siempre en llanto.
Pero sufrid, que piense la alma mía,
por haberse ofrecido a vuestra alteza;
que merece perderse en su porfía.
No condenéis ingrata su firmeza
en sombra del olvido, y desdeñosa
su vuelo no turbéis con aspereza.
Sed, pues tan bella sois, sed piadosa;
porque bien debe ser favorecido,
quien en tan alta empresa espera, y osa.
Y en honra de mis males busco y pido
solo una corta muestra de esperanza,
de ser perpetuamente más perdido.
Que en mi fortuna injusta la bonanza
no procuro, ni atiendo, y solo quiero;
que mi pasión no alivie la mudanza.
Otras cosas diría, mas el fiero
dolor me aqueja tanto; que cuitado
de todo mi remedio desespero.
Vos, que sabéis, cuán mal este cuidado
puede arrancarse de un vencido pecho,
con inmortales nudos enlazado;
Vivid, de vuestro estado satisfecho,
con la bella Isabela dulcemente
en yugo honesto con blandura estrecho.
Yo, pues mi dura suerte no consiente;
que pueda descansar de mi querella,
solo, sin esperanza, firme, ausente,
seguiré siempre mi cruel estrella.

SONETO XLII

Hacer no puede ausencia; que presente
no vos tenga mi Estrella; que en la hora
que se viste de púrpura la Aurora,
en su rosada falda estáis luciente.
Cuando Febo esclarece el Oriente,
en su espléndida imagen vos colora;
y en sus rayos florecen a deshora
con puro ardor las hebras y la frente.
Cuando, honor de los astros, el Lucero
ilustra el orbe, entre los brazos veo
de Venus encenderse esa belleza.
Allí vos hablo, allí suspiro y muero.
mas vos, dulce enemiga a mi deseo,
despreciáis el dolor en mi tristeza.

SONETO XLIII

Huyo apriesa medroso el horror frío,
y la aspereza y aterido invierno;
y espero de Favonio el soplo tierno
contra su fuerza y contra el seco estío.
Mas, Herrera, en el grave estado mío
me ofende el prevenir, y al fin discierno
Céfiro breve, y Aquilón eterno;
y siempre en un error por mal porfía.
Al cabo habrá de ser, que el destemplado
estío acabe en fuego, o en tanta nieve
rígida bruma el pecho endurecido.
Vos, que en sosiego, si de amor cansado
estáis, o si pasión presente os mueve;
tened dolor de verme tan perdido.

SONETO XLIV

Al fin yaces, oh del valor Latino
última gloria, por tu fuerte mano;
tentado habiendo reducir en vano
la libertad al orbe, de ella indigno.
La virtud te guió, perdió el destino;
pero pudo tu esfuerzo soberano
mostrar, que fuiste capitán Romano,
y solo sucesor de Bruto digno.
O si ajena ambición no te moviera
a desnudar el hierro, o ya desnudo,
siguiera tu hazaña la ventura;
Que ninguno tu igual en Roma hubiera.
mas trájote en desprecio el hado crudo
del grave seso y la virtud segura.

SONETO XLV

Tú, que del sacro imperio de Occidente,
Francia, fuiste cabeza, y del Cristiano,
valor, mísera ya, el orgullo insano
pierde, y humilla al fin la yerta frente.
No tientes del Ibero pecho ardiente,
siguiendo el odio ciego de un tirano,
mas el poder y esfuerzo soberano;
que a injusta empresa el Cielo es inclemente.
A do huyó el deseo, que tenías
de imitar piadosa las hazañas
del grande Carlo y fuerte Godofredo?
Mas oh mezquina en impío error porfías;
y enciendes fiera el fuego en tus entrañas;
y corres a tu muerte ya sin miedo.

SONETO XLVI

Esta rota y cansada pesadumbre,
osada muestra de soberbios pechos;
estos quebrados arcos y deshechos,
y abierto cerco de espantosa cumbre;
Descubren a la ruda muchedumbre
su error ciego, y sus términos estrechos;
y solo yo en mis grandes males hechos
nunca sé abrir los ojos a la lumbre.
Pienso, que mi esperanza ha fabricado
edificio más firme; y aunque veo
que se derriba, sigo al fin mi engaño.
De qué sirve el juicio a un obstinado,
que la razón oprime en el deseo?
de ver su error, y padecer más daño.

CANCION IV

Si alguna vez mi pena
cantaste tiernamente, Lira mía,
y en la desierta arena
de este campo extendido
dende la oscura noche al claro día
rompiste mi gemido;
ahora olvida el llanto,
y vuelve al desusado y alto canto.
No celebro los hechos
del duro Marte; y sin temor osados
los valerosos pechos,
la siempre insigne gloria,
de aquellos Españoles no domados;
que para la memoria,
que canto, me da aliento
Febo a la voz, y vida al pensamiento.
Escriba otro la guerra,
y en Turca sangre el ancho mar cuajado,
y en la abrasada tierra
el conflicto terrible;
y el Lusitano orgullo quebrantado
con estrago increíble;
que no menor corona
teje a mi frente el coro de Helicona.
A la grandeza vuestra
no ofenda el rudo son de osada lira;
que en lo poco que muestra, glorioso Fernando,
aunque desnuda, y sin destreza espira,
el curso refrenando
el sacro Hesperio Río
mil veces se detuvo al canto mío.
El linaje y grandeza;
y ser de tantos reyes descendiente,
la pura gentileza;
y el ingenio dichoso,
que entre todos vos hacen excelente,
y el pecho generoso
en esa edad florida
de vos prometen una heroica vida.
No basta no el imperio;
ni traer las cervices humilladas
presas en cautiverio
con vencedora mano;
ni que de las banderas ensalzadas
el Cita y Africano
con medroso semblante,
y el Indo y Persa sin valor se espante.
Que quien al miedo obliga
y rinde el corazón, y desfallece
de la virtud amiga;
y va por el camino,
do la profana multitud perece,
sujeto al yugo indigno
pierde la gloria y nombre,
pues siendo más, se hace menos hombre.
Los Héroes famosos
los niervos al deleite derribaron,
que ni en los engañosos
gustos, ni en lisonjeras
voces de las Sirenas peligraron;
antes las ondas fieras
atravesando fueron,
por do ningunos escapar pudieron.
Seguid, Señor, la llama
de la virtud; que en vos sus fuerzas prueba;
que si bien vos inflama
de su amor en el fuego,
viendo su bella luz, con fuerza nueva,
sin admitir sosiego;
buscaréis en el suelo
la que consigo os alzará en el Cielo.
No os desvanezca el pecho
la soberbia ignorante y engañada,
ni lo mostréis estrecho;
que para aventajaros
entre las sombras de esta edad culpada,
debéis siempre esforzaros.
que solo aquello es vuestro
que a vos debéis y a vuestro brazo diestro.
Aquel, que libre tiene
de engaño el corazón, y solo estima
lo que a virtud conviene;
y sobre cuanto precia
el vulgo incierto, su intención sublima,
y el miedo menosprecia;
y sabe mejorarse,
solo Señor merece, y Rey llamarse.
Qué no son diferentes
en la terrena masa los mortales;
pero en ser excelentes
en valor y hazañas?
se hacen unos de otros desiguales.
estas glorias extrañas;
en los que resplandecen,
si ellos no las esfuerzan, se entorpecen.
Por el camino cierto
de las divinas Musas vais seguro;
do el Cielo os muestra abierto
el bien, a otros secreto,
con guía tal; que en el peligro oscuro
de perturbado afecto
venciendo el duro asalto,
subiréis de la gloria en lo más alto.
Y porque las tinieblas,
fatal estorbo a la grandeza humana,
no escondan en sus nieblas
el valor admirable,
haré; que en vuestra gloria soberana
siempre Talía hable;
y que la bella Flora,
y los Reinos la canten de la Aurora.

SONETO XLVII

Bárbara Tierra, que en tu frío seno
cubres los grandes cuerpos derribados
de aquellos Españoles; que domados
dejaron de terror el orbe lleno;
Mira en los altos troncos el ajeno
trofeo, y gime viendo allí colgados
los despojos, jamás nunca esperados
en tanto honor del impío Sarraceno.
Y tú Mar, que manchaste tu corriente
con generosa sangre, suena airado;
y decid ambos tristes de esta suerte;
Heroicas almas, gloria de Occidente,
id dichosas; que ya el acerbo hado
lloró España, honró el mundo vuestra muerte.

SONETO XLIIX

Rompió la proa en dura roca abierta
mi frágil nave; que con viento lleno
veloz cortaba el piélago sereno,
y apena escapo de la muerte cierta.
Afirme el pie yo en tierra, que la incierta
onda no me tendrá en su instable seno;
ni la vana esperanza podrá ajeno
traerme, de mis glorias, ya desierta.
Si la sombra del daño padecido
puede mover, Filipo, vuestro pecho,
huid surcar del ponto la llanura;
Y creed, que ninguno de Cupido
seguro navegó el profundo estrecho;
que no perdiese al cabo la ventura.

SONETO XLIX

De este tan grave peso, que cansado
sufro, Fernando, y sin valor contrasto,
procuro alzar el cuello, mas no basto;
que al fin doy con la carga desmayado.
De mil flaquezas mías afrentado,
me enciendo en ira, y la paciencia gasto;
pero nunca león hambriento al pasto
va, como yo al error de mi cuidado.
Mas aunque oprima en mí mi mejor parte,
ved si estoy ya de Amor aborrecido,
oso al fin, y me opongo a mi deseo.
Y en estos trances de dudoso Marte
será de mí, si soy varón, vencido
otro, mayor que el Africano Anteo.

SONETO L

Despoja la hermosa y verde frente
de los árboles altos el turbado
Otoño, y, dando paso al viento helado,
queda lugar a la aura de Occidente.
Las plantas, que ofendió, con el presente
espíritu de Céfiro templado
cobran honra y color; y esparce el prado
olor de bellas flores dulcemente.
Mas oh triste; que nunca mi esperanza.
después que la abatió desnuda el hielo,
torna avivar para su bien perdido.
Cruda suerte de amor, dura mudanza,
firme a mi mal, que el variar del cielo
tiene contra su fuerza suspendido!

SONETO LI

Esperé un tiempo, y fue esperanza vana,
librar de esta congoja el pensamiento,
subiendo de Castalia al alto asiento,
do no puede alcanzar Musa profana;
Para cantar la honra soberana
(ved cuán grande es, Girón, mi atrevimiento)
de quien con inmortal merecimiento
contrasta el hado, y su furor allana.
Que bien sé, que es mayor la insigne gloria
de quien Melas bañó, y el Mincio frío,
que de quien lloró en Tebro sus enojos.
Mas qué haré, si toda mi memoria
ocupa Amor, tirano Señor mío?
qué? si me fuerzan de mi Luz los ojos.

SONETO LII

Error fue disponer el tierno pecho,
usado en el dolor de Amor esquivo,
a nueva libertad; que al fin cativo
vuelvo, no sé si diga, a mi despecho.
Pudo traerme el crudo a tal estrecho,
que abrió en la fuerza de un semblante altivo
la vena, que encendió en un fuego vivo
al corazón, ya en vano un hielo hecho.
Mas qué mucho? no vemos inflamarse
un pedernal herido, y encontrado
un hierro en otro despedir centellas?
Cómo puede mi pecho no abrasarse
al golpe del Amor, si está tocado
siempre en el fuego de mis dos estrellas?

SONETO LIII

Así perturbe pluvia nunca, o viento
tus bellas ondas, sacro Hesperio Río,
y a tu nombre se incline el Ebro frío,
y el Tebro, el Nilo, el Istro violento;
Si a piedad te mueve mi tormento;
do siempre muero, y sin temor porfío,
ausente entre mil males del bien mío,
sin que pueda aun valerme el pensamiento;
En estos troncos guarda mi cuidado,
y en estas peñas mi gemido y pena
tus Naides suenen con lloroso canto;
Que nadie habrá, que, habiendo aquí aportado,
lea mi mal, y con la faz serena
pase, y no bañe el rostro en tierno llanto.

SONETO LIV

Pierdo, tu culpa, Amor, pierdo engañado,
siguiendo tu esperanza prometida,
el más florido tiempo de mi vida,
sin nombre, en ciego olvido sepultado.
Ya no más, baste haber siempre ocupado
el pensamiento y la razón perdida
en tu gloria, y mi infamia aborrecida;
que quien muda la edad, trueca el cuidado.
Yo he visto a los pies puesto un duro hierro,
y torcello la mano del cativo,
y desatarse de aquel nudo fuerte.
Mas oh que ni el desdén, ni mi destierro
pueden borrar del corazón esquivo,
lo que nunca podrá gastar la muerte.

SONETO LV

La fría falda y cumbre de Pirene,
que parte al Franco y al osado Ibero,
cuando hiela desierto Aquilón fiero,
tanta copia de nieve no sostiene,
Cuanto hielo en mi pecho el temor tiene,
cuando aparta sus rayos mi Lucero;
y, retraído su esplendor primero,
de avivarme en su bella luz se abstiene.
Libia arenosa, aunque el ardor presente,
del Sol te abrasa, si del hielo mío
el rigor sientes, perderás la fama.
Que mayor fuego me encendió este ausente
corazón; mas en mí ya acaba el frío
el vigor, y deshace de su llama.

ELEGIA VI

A la pequeña luz del breve día,
y al grande cerco de la sombra oscura
veo llegar la corta vida mía.
La flor de mis primeros años pura
siento perder su fuerza en todo, y siento
otro deseo, que mi bien procura.
Voluntad diferente y pensamiento
reina dentro en mi pecho, que deshace
el no seguro y flaco fundamento.
Lo que más me agradó, no satisface
al ofendido gusto; y solo admito,
lo que sola razón intenta y hace.
Del ancho mar el término infinito,
la inmensa tierra, que su curso enfrena,
al bien que estimo, son lugar finito.
Lo que la gloria vana alcanza apena,
por quien se cansa la ambición profana,
y en mil graves peligros se condena;
La virtud menosprecia soberana,
y contenta de sí, no para en cosa
de las que admira la grandeza humana.
Yo lejos por la senda trabajosa
sigo entre las tinieblas a su lumbre,
abrasado en su llama gloriosa.
Y si no rompe, antes que a la cumbre
suba el hilo mortal, hallarme espero
libre de esta confusa muchedumbre.
Porque ya veo apresurar ligero,
y volar, como rayo acelerado,
del tiempo el desengaño verdadero.
Huyen, como saeta, que el armado
arco arroja, los días no parando,
envidiosos del no firme estado.
Va el tiempo siempre avaro derribando
nuestra esperanza, y llévase consigo
las cosas todas del terreno bando.
Esta caduca vida, por quien sigo
lo que en su gusto conformar no debe,
y soy de mí por ella mi enemigo;
Sombra es desnuda, humo, polvo, nieve,
que el Sol ardiente gasta con el viento
en un espacio muy liviano y breve.
Es estrecha prisión, do el pensamiento
repara, y ve en la niebla una luz clara
de la razón, que oprime al sentimiento.
Y, como quien mi libertad prepara,
siento, que de mi sueño entorpecido
me llama, y de esta suerte se declara;
O mísero, oh anegado en el olvido,
oh en Cimeria tiniebla sepultado,
recuerda de ese sueño adormecido.
Estás en ciego error enajenado,
que contigo se cría y envejece;
y no das fin a tu mortal cuidado?
Por ventura, mezquino, te parece
que el Sol no toca el medio de su alteza,
y la cercana noche te oscurece.
En tanto que está verde esta corteza
frágil, y no la cubre torpe hielo,
y blanca nieve llena de graveza;
Vuelve por ti, refrena el presto vuelo;
y coge al tiempo la mal suelta rienda;
no te condene de ignorancia el velo.
Porque si vas por esta abierta senda,
serás uno en la errada y ciega gente,
do nunca el fuego de virtud te encienda.
Cuanto Febo de Aurora al Occidente,
y ciñe dende el Austro hasta Arturo,
perece sin virtud indignamente.
Aquel dichoso espíritu, seguro
de estos asaltos vivirá contino,
que fuere en obras y en palabras puro.
Fuerza es de la virtud, y no destino
romper el hielo y desatar el frío
con vivo fuego de favor divino.
Desampara tu osado desvarío,
no des más ocasión a tanto engaño;
que la edad huye, cual corriente río.
Serán de tu fatiga premio extraño
dolor confuso, vergonzosa afrenta,
tristes despojos de tu eterno daño.
Si esto no te congoja y descontenta,
que puede dar congoja y descontento,
a quién del suelo levantar se intenta?
Tú te acabas en mísero tormento,
pensando vanamente ser dichoso,
y contigo tu incierto fundamento.
Arranca de tu pecho desdeñoso
la impía raíz, que cría tu esperanza
falsa en loco deseo y engañoso.
Y no es otra tu gloria y confianza,
sino perder y aborrecer (cuitado)
a ti por quien descansa en la mudanza.
Este sano consejo y acertado
la venda de los ojos me descubre,
y me hace mirar con más cuidado.
Viéndome en el error, y que se encubre
la luz, que me guiaba, en el desierto,
un frío miedo el corazón me cubre.
Mas yo no puedo de mi engaño cierto
librarme; porque el fuego espira ardiente,
que al mal me tiene vivo, y al bien muerto.
Y cuando espero con la luz presente
sacalla del incendio, con dulzura
extraña la alma presa se resiente.
Al resplandor de la belleza pura
corre encendida con tan alta gloria,
que ni otro bien, ni otro placer procura.
Porque Amor me refiere a la memoria
de mi dulce pasión el triste día,
que le dio nueva causa a su victoria.
Yo ya de mil peligros recogía
el corazón cansado con reposo,
y conmigo indignado así decía;
Después de este trabajo congojoso
razón será, que en agradable estado
viva algún tiempo alegre y no medroso.
Qué fuerza del Amor, qué brazo airado
penetrará mi pecho endurecido
con un hielo perpetuo y obstinado?
No sufra el cielo ya, que más perdido
ser pueda yo en tan luengo desvarío;
baste el tiempo en engaños despendido.
El grave yugo y duro peso frío,
que oprime a la alma , y entorpece el vuelo
al generoso pensamiento mío.
Descienda roto y sacudido al suelo;
que la cerviz ya siento deslazada,
ya niego el feudo a Amor, ya me rebelo.
Será el prado, y la selva de mi amada,
y cantaré, como canté, la guerra
de la gente de Flegra conjurada.
Y levantando la alma de la tierra,
subiré a las regiones celestiales;
do todo el bien y quietud se cierra.
La vanidad de míseros mortales
miraré, despreciando su grandeza,
causa de siempre miserables males.
En estos pensamientos y nobleza
pasar contento y ledo yo pensaba
de esta edad corta y breve la estrecheza;
Que aún ya de la cruel tormenta y brava
no estaba enjuto mi húmedo vestido
ni apena el pie en la tierra yo afirmaba.
Cuando Amor, que me trae perseguido,
en tempestad más áspera pretende
que yo peligre en confusión perdido;
Con tal belleza el corazón me ofende,
que no puede huir su nueva pena,
ni del mal, que padece, se defiende.
Un furor bello, que con luz serena
me representa una inmortal figura,
en perpetuo tormento me condena.
De la suave faz la nieve pura,
la limpia, alegre, y mesurada frente,
do mostrarse la púrpura procura,
Y apena osa, y al fin osadamente
quiere mostrarse; fueron en mi daño
causa de este pestífero accidente.
Cual yo quedase, hecho de mí extraño,
sábelo Amor, que en la miseria mía
me da ocasión para mayor engaño.
Suspiro y lloro cuanto es luengo el día;
y nunca cesan el suspiro y llanto
cuanto es luenga la noche oscura y fría.
La dulce voz de aquel su dulce canto
mi alma tiene toda suspendida;
mas no es canto la voz, es fuerte encanto,
Que tras su viva fuerza y encendida
me lleva compelido sin provecho,
para perder en tal dolor la vida.
Duro jaspe cercó su tierno pecho,
do Amor despunta con trabajo vano
las flechas todas del carcaj deshecho.
El rostro, do escribió Amor de su mano,
dichoso quien por mí pena y suspira,
si cabe tanto bien en pecho humano;
de este miedo y peligro me retira,
y hace, que levante el pensamiento
a la grandeza, que en su lumbre mira.
A todos pone espanto mi tormento,
y a quién no espantará el dolor, que paso?
y, lo menos descubro, en lo que siento.
Yo voy siguiendo de uno en otro paso
a mi bella Enemiga presurosa,
y la pienso alcanzar con tardo paso.
Cuando la pura Aurora y luminosa
muestra la blanca mano al nuevo día,
veo la de mi Estrella más hermosa.
Mas cuanto mi fortuna me desvía
de su grandeza, tanto más osado
por ella sigo la esperanza mía.
Tus viras en mi pecho traspasado
ya no caben, Amor, porque está lleno
de tantas, como en él has arrojado.
En la luz bella y resplandor sereno
estabas de sus ojos escondido,
y me penetró de ellos el veneno.
De allí arrojaste en ímpetu encendido
flechas de mi Enemiga, y tu victoria
de ellos nació, y fui de ellos yo herido.
Amor, tu bien les debes esta gloria;
que, si no fuera por la fuerza de ellos,
en mí ya se perdía tu memoria.
Tal es la nieve de los ojos bellos,
tal es el fuego de la luz serena;
que hielo y ardo a un mismo punto en ellos.
Del frío Euxino a la encendida arena,
que el Sol requema en África abrasada,
no se ve, cual lamía, otra igual pena.
Pero podrá dichosa ser llamada
por quien me causa esta pasión interna,
con envidia de todos admirada.
Así fuese yo el cielo, que gobierna
en cerco las figuras enclavadas,
para siempre mirar su luz eterna;
Así sus puras luces y sagradas
volviese siempre a mis vencidos ojos,
y me abrasase en llamas regaladas;
Como todas mis ansias, mis enojos
serían bien y gloria, y mi tormento
descanso en el ardor de mis despojos.
Mal podré yo decir mi sentimiento,
si el dolor no me deja de la mano;
si vence su rigor al sufrimiento.
Grande esperanza en un deseo vano
es la molesta causa de mi pena,
y un ciego error de dulce Amor tirano.
No me espanto, que esté mi Estrella ajena
de amor, pues he el amor todo ocupado,
y de él solo mi ánima está llena;
Que en el todo se ha toda trasformado;
y así amo solo, y ella sola amada
es, no amando un amor tan extremado.
Tal vez suele poner la faz rosada
de aquel color, que suele al tierno día
mostrar la fresca Aurora rociada;
Y le digo, Señora dulce mía,
si pura fe, debida a vuestra alteza,
merece algún perdón de su osadía;
Vuestro excelso valor, y gran belleza
no se ofendan en ver, que oso y espero
premio, que se compare a su grandeza.
Tanto peno por vos, tanto vos quiero,
y tanto di; que puedo ya atrevido
decir, que por vos vivo, y por vos muero.
Así digo; y en esto embebecido
con dulce engaño desamparo el puerto,
y me abandono por el mar tendido.
Sopla el fiero Aquilón, de bien desierto,
las ondas alza y vuelve un torbellino,
y el cielo en negra sombra está cubierto.
No puedo, ay oh dolor, ay oh mezquino,
remediar el peligro, que recela
el corazón en su dolor indigno.
Bien fuera tiempo de coger la vela
con presta mano, y revolver a tierra
la proa, que cortando el ponto vuela.
Mas yo, para morir en esta guerra,
nací inclinado; y sigo el furor mío,
por donde del sosiego me destierra.
El que de este amoroso desvarío
vive libre, si puedo ser culpado,
por volver a este mal con tanto brío,
sepa, que debo más a mi cuidado.

SONETO LVI

Este dolor, que nace en mí y se cría,
si tal vez, desdeñoso de él, me atrevo
a dalle muerte; con furor de nuevo
torna a crecer sin miedo en su porfía.
Poca defensa hace la alma mía,
que en el último extremo ya no pruebo
poner el pecho al trance, como debo,
más cansado, que ajeno de osadía.
Vos, que me veis, Ribera, quebrantado,
no me culpéis; que el mal, que así recelo,
combate con gran ímpetu conmigo;
Cual fiero Anteo, siendo derribado,
que, tocando la dura faz del suelo,
más feroz revolvía al enemigo.

SONETO LVII

Tú, que vengando con la armada mano
el ya perdido honor del Occidente,
teñiste del Ionio la corriente
con la vertida sangre de Otomano;
Y volviendo, en el piélago Africano
venciste el Reino antiguo y Tiria gente,
y del Francés y Escoto el pecho ardiente
rompiste y la pujanza del Germano;
Y de rendir cansado el mar y tierra,
descansas ya en la paz del alto Cielo;
que la tierra era poca a tanta gloria;
Ahora que amenaza cruda guerra
el impío Cita, y tiembla todo el suelo,
ven, o envía a los tuyos la victoria.

SONETO LIIX

Aquí, do estoy ausente y escondido,
lloro mi mal, pero es el dolor tanto;
que en mis ojos desmaya el triste llanto,
y fallece en silencio mi gemido.
Por esta oscura soledad perdido
huyo, y voy alejándome, mas cuanto
me aparto, el mal me sigue, y pone espanto;
y no me vence en tanto afán sufrido.
Duro Pecho; Porfía no cansada;
rebelde Condición; que osa y contrasta
a tan grande mudanza y desventura,
Llevadme por la senda acostumbrada
de mi error al peligro; que ya basta
ver el fin, sin tentar nueva ventura.

SONETO LIX

Rayo de guerra, grande honor de Marte,
fatal ruina al Bárbaro Africano,
que en la temida España del Romano
imperio levantaste el estandarte;
Si la voz de la Fama, en esa parte,
do estás, puede llegar al reino vano,
teme con el vencido Italiano
del osado Español la fuerza y arte.
Otro, mayor que tú, en el yugo indigno
lo puso, y un gran Leiva la victoria
de Italia conquirió en sangrienta guerra.
Y al fin un nuevo César, que al Latino
en clemencia y valor ganó la gloria;
y añadió mar al mar, tierra a la tierra.

CANCION V. Al Santo Rey Don Fernando

INCLINEN a tu nombre, oh Luz de España,
ardiente rayo del divino Marte,
Camilo, y el belígero Africano,
y el vencedor de Francia y de Alemaña
la frente armada de valor y de arte;
pues tú con grave seso y fuerte mano
por el pueblo Cristiano
contra el ímpetu bárbaro sañudo
pusiste osado el generoso pecho.
cayó el furor ante tus pies desnudo,
y el impío orgullo Vándalo deshecho,
con la fulmínea espada traspasado,
rindió la acerba vida al fiero hado.
De ti temblaron todas las riberas,
todas las ondas, cuantas juntamente
las columnas del grande Briareo
miran: y al tremolar de tus banderas
torció el Nilo medroso la corriente;
y el monte Libio, a quien mostró Perseo
el rostro Meduseo,
las cimas altas humilló rendido
con más pavor, que cuando los Gigantes,
y el áspero Tifeo fue vencido.
prostráronse los bravos y arrogantes,
temiendo con espanto y con flaqueza
el vigor de tu excelsa fortaleza.
Pero en tantos triunfos y vitorias,
la que más te sublima y esclarece,
de CHRISTO oh excelso Capitán, Fernando,
y remata la cumbre de tus glorias,
con que a la eternidad tu nombre ofrece;
es, que peligros mil sobrepujando,
volviste al sacro bando,
y a la Cristiana religión trajiste
esta insigne Ciudad y generosa;
que en cuanto Febo Apolo de luz viste,
y ciñe la grande orla espaciosa
del mar cerúleo, no se ve otra alguna
de más nobleza y de mayor fortuna.
Cubrió el sagrado Betis de florida
púrpura y blandas esmeraldas llena
y tiernas perlas la ribera ondosa,
y al Cielo alzó la barba revestida
de verde musgo; y removió en la arena
el movible cristal de la sombrosa
gruta, y la faz honrosa
de juncos, cañas y coral ornada,
tendió los cuernos húmedos, creciendo
la abundosa corriente dilatada,
su imperio en el Océano extendiendo;
que al cerco de la tierra en vario lustre
de soberbia corona hace ilustre.
Tú después que tu espíritu divino,
de los mortales nudos desatado,
subió ligero a la celeste alteza,
con justo culto, aunque en lugar, no digno
a tu inmenso valor, fuiste encerrado;
hasta que ahora la real grandeza
con heroica largueza
en este sacro templo y alta cumbre
trasfiere tus despojos venerados.
do toda esta devota muchedumbre,
y sublimes varones, humillados
honran tu Santo nombre glorioso,
tu religión, tu esfuerzo belicoso.
Salve oh defensa nuestra, tú, que tanto
domaste las cervices Agarenas,
y la fe verdadera acrecentaste.
tú cubriste a Ismael de miedo y llanto
y en su sangre ahogaste las arenas;
que en las campañas Béticas hollaste.
tú solo nos mostraste
entre el rigor de Marte violento,
entre el peso y molestias del gobierno
juntas en bien trabado ligamento
justicia, piedad, valor eterno ;
y cómo puede, despreciando el suelo,
un Príncipe guerrero alzarse al Cielo.

SONETO LX

Subo, con tan gran peso quebrantado,
por esta alta, empinada, aguda sierra;
que aún no llego a la cumbre, cuando yerra
el pie, y trabuco al fondo despeñado.
Del golpe y de la carga maltratado,
me alzo apena, y a mi antigua guerra
vuelvo. mas qué me vale? que la tierra
misma me falta al curso acostumbrado.
Pero aunque en el peligro desfallezco,
no desamparo el paso; que antes torno
mil veces a cansarme en este engaño.
Crece el temor, y en la porfía crezco;
y sin cesar, cual rueda vuelve en torno;
así revuelvo a despeñarme al daño.

SONETO LXI

Adónde está el placer, que yo sentía
en pensar que de vos era querido?
adónde el bien, que tuve me ha huido,
cuando más mi esperanza prometía?
Cuán presto gustáis ver, Señora mía,
deshecho el lazo en vos, de amor tejido;
aunque a vuestro desgrado más torcido
lo siente mi cerviz en su porfía.
Excusé siempre, y recelé dudando
vuestra altiva exención, mas en mi daño
no me pude valer de mi cordura;
Que Amor vos tuvo, y dísteisme burlando
dulces promesas, arras del engaño;
que da fin no debido a mi ventura.

SONETO LXII

Tú, que en la tierna flor de edad luciente,
Jerónimo moriste, y apartado
de los tuyos, el piélago sagrado
honraste con tu cuerpo eternamente;
Recibe, no de mármol excelente
digno sepulcro, del mortal cuidado
breve gloria, do al fin yace olvidado,
más lágrimas de triste amor ardiente.
Recibe esta memoria de mi pena;
que te será perpetua por ventura,
pequeña prenda del amor estrecho.
Tú gozas de la pura luz serena,
tú tienes todo el mar por sepultura,
y siempre eterno vives en mi pecho.

ELEGIA VII

Bien puedo, injusto Amor, pues ya no tengo
fuerza, con que levante mi esperanza,
quejarme de las penas, que sostengo.
No temo ya, ni siento la mudanza;
que en la sombra de un bien me dio mil daños,
nacidos de una vana confianza.
Luenga experiencia en estos cortos años
de tantos males trueca a mi deseo
el curso, enderezado a sus engaños.
Pienso mil veces, y ninguna creo,
que he de llegar a tiempo, en que descanse
del grave afán, en que morir me veo.
Mas porque tu furor tal vez se amanse,
no tienes condición, que se conduela
de ver, que yo de padecer no canse.
Tendí al prospero Céfiro la vela
de mi ligera nave en mar abierto,
donde el peligro en vano se recela.
El Cielo; el viento; el golfo siempre incierto
cambiaron tantas veces mi ventura;
que nunca tuve un breve estado cierto.
Anduve ciego, viendo la luz pura,
y, para no esperar algún sosiego,
abrí los ojos en la sombra oscura.
La fría nieve me abrasó en tu fuego;
la llama, que busqué, me hizo hielo;
el desdén me valió, no el tierno ruego.
Subí, sin procurallo, hasta el Cielo;
que se perdió en tal hecho mi osadía.
cuando me aventuré, me vi en el suelo.
No estoy ya en tiempo, donde a la alegría
dé algún lugar, ni puedo a mi cuidado
sacar del vano error de su porfía.
Do está la gloria de mi bien pasado,
que, como en sueño, vi tal vez delante?
a do el favor a un punto arrebatado?
Mísera vida de un mezquino amante,
siempre en cualquier sazón necesitada
del bien que huye, y pierde en un instante.
Mal puedo hallar fin a la intricada
senda, por donde solo voy medroso,
si no la tuerzo, o rompo en la jornada.
Tan alcanzado estoy y menesteroso,
que desespero de salud, y pienso,
que vale osar en hecho tan dudoso.
Mas oh cuán mal en este error dispenso
las cosas; que contienen mi remedio!
con cuánto engaño voy al mal suspenso!
Tiénesme puesto, Amor, un duro asedio;
yo no sé, si me rindo, o me defiendo;
ni sé hallar a tanto daño un medio.
Nuevo fuego no es este, en que me enciendo;
pero es nuevo el dolor; que me deshace,
tan ciega la ocasión, que no la entiendo.
La soledad abrazo, y no me aplace
el trato de la gente, en el olvido
el cuidado mil cosas muda, y hace.
En árboles y peñas esculpido
el nombre de la causa de mi pena
honro con mis suspiros y gemido.
Tal vez pruebo, rompiendo en triste vena
primero el llanto, con la voz quejosa
decir mi mal, mas el temor me enfrena.
Pienso, y siempre me engaño en cualquier cosa;
que encuentra con el vago pensamiento
la atrevida esperanza y temerosa.
Dísteme fuerza, Amor, dísteme aliento,
para emprender una tan gran hazaña;
y me olvidaste en el seguido intento.
No tiene el alto mar, cuando se ensaña
igual furor, ni el ímpetu fragoso
del rayo tanto estraga, y tanto daña;
Cuánto en un tierno pecho y amoroso
se embravece tu furia; cuando siente
firme valor y corazón brioso.
Qué me valió hallarme diferente
en tu gloria, que huye, y conocerme
mayor en tu vencida y presa gente?
Ni tu podías más ya sostenerme,
ni yo en tan grande bien pude, mezquino,
aunque más me esforzaba, contenerme.
Yo siempre fui de tanta gloria indigno,
y también de este fiero mal; que paso.
ni tú, ni yo acertamos el camino.
Una ocasión y otra a un mismo paso
se me presentan; que perdí, y conmigo
me culpo, y avergüenzo en este paso.
Tú solo puedes ser, Amor, testigo
de aquellos días dulces de mi gloria,
y cuán ufano me hallé contigo.
No te refiero yo mi alegre historia
con presunción, antes la traigo a cuenta
para más confusión de mi memoria.
No es tanto el grave mal, que me atormenta
que no merezca más, pues viendo abierto
el Cielo al bien, me hallo en esta afrenta.
Austro Cruel, que en breve espacio has muerto
la bella flor, en cuyo olor vivía,
y me dejaste de salud desierto;
Siempre te hiera nieve; y sombra fría
te cerque; y a tu soplo falte el vuelo,
impío ofensor de la ventura mía.
Yo, me vi en tiempo, libre de recelo,
que aun el bien me dañaba, ahora veo,
que el más mísero soy, que tiene el suelo.
Desespero, y no mengua mi deseo;
y en igual peso están villano miedo,
osadía, cordura y devaneo.
Estos cuidados, que olvidar no puedo,
me desafían a sangrienta guerra;
porque esperan vencerme o tarde, o cedo.
El hijo de Agenor la dura tierra
labra, y le ofende el fruto belicoso;
que en armadas escuadras desencierra;
A mí de mi trabajo sin reposo
nace de cuitas una hueste entera;
que me trae afligido y temeroso.
Del lago Argivo la serpiente fiera
no se multiplicó con tal espanto,
como en crecer mi daño persevera.
Para mayor caída me levanto
del mal tal vez, y luego desfallezco,
y me acuso de haber osado tanto.
El tormento, que sufro, no encarezco;
que pasar mal no es hecho de alabanza,
mas descanso en decir cómo padezco.
Horas, que tuve un tiempo de holganza,
cuando pensaba, que era agradecida
mi pena, tomad ya de mí venganza.
Yo soy, yo el que pensé en tan dulce vida
no mudar algún punto de mi suerte,
yo soy, yo, el que la tengo ya perdida.
El corazón en fuego se convierte,
en lágrimas los ojos, y ninguno
puede tanto; que venza por más fuerte.
A ti me vuelvo, amigo no oportuno,
antes cruel contrario, antes tirano;
robador de mis glorias importuno.
Tú me traes a una y otra mano
sujeto al freno, y voy a mi despecho
por fragoso camino y por lo llano.
Condición tuya es rendir el pecho
feroz, oso decir; que ya te olvidas
de ella, con quien me pone en tanto estrecho.
Tu arco y flechas dónde están temidas?
do está la ardiente hacha abrasadora
de tantas almas, a tu ley rendidas?
Eres tú aquel, que al padre de la Aurora,
vencedor de la fiera temerosa,
quebró el orgullo, y sojuzgó a deshora?
Aquella diestra y fuerza poderosa;
que derriba los pechos arrogantes,
do está ocupada, o dónde está ociosa?
Puedes vencer los ásperos Gigantes,
los grandes Reyes abatir, trocando
a un punto sus intentos inconstantes;
Y no te ofendes ver ahora, cuando
más tu valor mostrabas; que perdiste
las honras, que ganaste triunfando?
Mísero Amor, tan poco (di) pudiste,
que un tierno pecho, a tanta furia opuesto,
sin temor te desprecia, y te resiste?
Ya conozco el engaño manifiesto,
en que viví; ninguna fuerza tienes,
jamás a quien te huye eres molesto.
Solo en mi triste corazón te vienes
a mostrar tu poder, no más, oh crudo;
que ni quiero tus males, ni tus bienes.
Ves este pecho de valor desnudo,
abierto, traspasado, a tantas flechas
hará de tu desdén un fuerte escudo.
Aunque pesadas vengan y derechas,
puede tanto el agravio de mi ofensa,
que sin efecto volverán deshechas.
No sé, cuitado, si hacer defensa
será mas daño; que tu dura fuerza
la siento cada hora más intensa.
Quién puede haber tan bravo, quién que tuerza
un ímpetu tan grande, y que deshaga
tu furor, cuando más furor lo esfuerza?
Tan dulce es el dolor de esta mi llaga;
que en sentirme quejoso soy ingrato;
porque en mi pena el mal es mucha paga.
Atrevido deseo sin recato,
memoria, que del bien ya tuve, ufana,
mueven mi lengua al triste mal, que trato,
Engaño es este de esperanza vana,
que piensa en sus mudanzas mejorarse,
instable siempre, y sin valor liviana.
No pueden las raíces arrancarse,
que en lo hondo del pecho están trabadas;
donde pueden del tiempo asegurarse.
No esperen pues tus penas nunca usadas,
ni espere, Amor, la voluntad de aquella,
que las tiene en mi daño concertadas,
Hacer, que de ellas yo me aparte, y de ella
me olvide un punto; porque el vivo fuego,
que nace de su luz serena y bella,
cual siempre, me traerá vencido y ciego.

SONETO LXIII

Reina del grande Océano dichosa,
sin quien a España falta la grandeza,
a quien Valor, Ingenio, y la Nobleza
hacen más estimada y generosa;
Cuál diré, que tú seas, Luz hermosa
de Europa? tierra no; que tu riqueza
y gloria no se cierra en su estrecheza,
Cielo sí; de virtud maravillosa.
Oye, y se espanta, y no te cree el que mira
tu poder y abundancia; de tal modo
con la presencia ve menor la fama.
No Ciudad, eres orbe. en ti se admira
junto, cuanto en las otras se derrama,
parte de España, mas mejor que el todo.

SONETO LXIV

No siento ya del modo, que sentía
del dulce Amor los hechos, ni el contento,
que en el tierno dolor de mi tormento
y en mi sola tristeza descubría.
Porque esto (que perpetuo yo fingía)
no alcanza mi doliente sentimiento;
y no se puede (ay hado violento)
guardar bien tanto en la memoria mía.
Pierdo triste el sentido con la pena,
que tengo en verme en tal estado puesto,
lleno de confusión, de bien desierto.
Del cuello flojo arrastra la cadena
a mi despecho, y voy al fin dispuesto,
para sufrir de grado el daño cierto.

SONETO LXV

Vos, que ajeno del mal, en que rendido
fuiste al duro Amor, alzáis la frente,
y libre ya de su dolor presente,
Señor, vivís alegre y no ofendido;
No penséis, que del todo sacudido
habéis el yugo a la cerviz doliente,
ni estéis ufano; porque el fuego ardiente
en la muerta ceniza está escondido.
Que no tal vez la lumbre de esperanza
descubrirá camino, cuando luego
volveréis, como yo, al error pasado;
Mas si vuestro valor tal suerte alcanza,
que no deis más lugar al furor ciego,
seréis de mí, más que varón llamado.

SONETO LXVI

Si de nuestra amistad el nudo estrecho
por desdén, o liviano movimiento,
que culpa no conozco en mí, ni siento,
queréis, que sea sin razón deshecho;
Aunque no me saldrá del firme pecho
del justo amor el gran merecimiento,
y he de llevar contino, descontento
la injusta pena de este injusto hecho;
Romped los lazos ya de esta cadena,
que suelto a mi pesar; si al cabo os place
poner fin triste a nuestro dulce trato.
Yo vuestra culpa sufriré y mi pena;
pues tarde sé, que en esto satisface
a tanta voluntad un pecho ingrato.

SONETO LXVII

Temor me impide, esfuerza la esperanza,
y cuanto me entorpece, Alfonso, el hielo;
tanto el ardor me alienta, y alza el vuelo,
y llega, do el deseo apena alcanza.
Fijo la vista, sin temer mudanza,
en la luz bella de mi eterno Cielo,
y oso traer una centella al suelo;
que abrasará con él mi confianza.
Si fue con pena inmensa la osadía,
que robó el fuego a la celeste rueda,
terror y ejemplo a humano atrevimiento;
Podré alabarme en la fortuna mía;
que aunque mi grande afán al suyo exceda,
deseo, que no acabe mi tormento.

SONETO LXIIX

Soto, no es justo, que tu canto suene,
y honre solo al humilde Dauro frío;
más digno es de él el sacro Betis mío;
que el nombre tuyo en tanta estima tiene.
Las venas de Castalia y de Pirene
rebosarán por ti en su ondoso río;
y vendrá a conocelle señorío,
quien fue sepulcro al hijo de Climene.
Aquí es la rica Arabia, y el dichoso
nido, en que tu inmortal fénix enciende
el fuego; que en ti afina su belleza.
Ven al florido asiento y oloroso,
huye el desierto, do su luz se ofende,
y de tu excelso ingenio la grandeza.

SONETO LXIX

El Frigio nudo deslazar procura
el grande vencedor del Oriente;
y en vano cansa, aunque mil modos tiente
contra aquella difícil ligadura.
Con arte no, con fuerza se aventura.
al fin, y rompe con la espada ardiente
toda su confusión; y juntamente
cumple, o burla del hado la ventura.
Yo, que mal puedo con industria alguna
desatar este lazo; que mi cuello
oprime, y de valor muestra desnudo;
Hacer debo lo mismo en mi fortuna,
mas puedo mal, que no es cortar un nudo,
Fernando, quebrantar este cabello.

ELEGIA IIX

De aquel error, en que viví engañado,
salgo a la pura luz, y me levanto
tal vez del peso, que sufrí cansado.
Pudo mi desconcierto crecer tanto,
que anduve de mí mismo aborrecido,
sujeto siempre a la miseria y llanto.
Ya vuelvo en mí, y contemplo, cuán perdido
rendí el lozano corazón sin miedo
a los dañados gustos del sentido.
Mas sé, que, aunque me esfuerzo, apena puedo
abrazar la razón; porque el engaño
no se me aparta de la vista un dedo.
Y no me vale, aunque en mi bien me engaño,
pensar quién soy, ni deducir del Cielo
la clara origen contra un dulce daño.
Cuán mal se limpian del corpóreo velo
las manchas, y cuán tarde se desata
de su pasión quien anda en este suelo!
Mil buenos pensamientos desbarata
la ocasión, a deleites ofrecida,
cuando menos el hombre se recata.
Mas estos son peñascos de la vida,
do se rompe la nave en mar ondoso,
si no va con destreza bien regida.
Quién es tan temerario y desdeñoso,
que se entregue a la muerte en esperanza
del caso siempre incierto y peligroso?
Quien quisiera hartarse en la venganza
de mis males hallara a su deseo
colmada la medida sin mudanza;
Si, conociendo yo mi devaneo,
no diera al vano gusto de la mano,
y alzara de la tierra al fiero Anteo.
Grande trabajo es, aunque no es vano,
querer mudar una costumbre larga;
grande es, pero es el premio soberano.
Traje en los hombros esta grave carga
sin reposar, como otro nuevo Atlante,
en quien de todo el Cielo el peso carga.
No soy después del daño tan constante,
que no tiemble en pensar lo que sufría,
y de mi obstinación que no me espante.
Ahora voy por una llana vía
a la seguridad del bien, que sigo,
do será no acertar desdicha mía.
Considero apartado yo conmigo
del rojo Sol la inmensa ligereza,
y en cuanto infunde su calor amigo;
La tibia, instable Luna, la grandeza
del ancho mar; su vario movimiento;
el sitio de la tierra y su firmeza.
Juzgo, cuánto es el gusto y el contento
de gozar la belleza diferente,
que en sí contiene este terrestre asiento.
Y cuán dulce es vivir alegremente
espacios luengos de una edad dichosa,
y contemplar tan alto bien presente;
Do en esta vista y luz maravillosa
el ánimo encendido ensalce el vuelo
a la profunda claridad hermosa;
Y allí se afine de aquel torpe velo,
que en sí lo trajo opreso; y no le impida
la gruesa niebla y el error del suelo.
Cuánta miseria es perder la vida
en la purpúrea flor de la edad pura,
sin gozar de la luz del Sol crecida!
Cuán vana eres humana hermosura!
cuán presto se consume y se deshace
la gracia y el donaire y apostura!
La bella virgen, cuya vista aplace,
y regala al sentido, en tiempo breve
al mismo, que agradó, no satisface.
No así tan presto aparta el viento leve,
y disipa las nieblas, y el ardiente
Sol desata el rigor de helada nieve;
Como a la tierna edad la flor luciente
huye, y los años vuelan, y perece
el valor y belleza juntamente.
Cuán breve, y cuán caduca resplandece
nuestra gloria! cuán súbito, en el punto
que deleita a los ojos, desparece!
Mas oh si ser pudiese, que este punto
de breve vida alegres en sosiego
gozásemos sin miedo y dolor junto.
Cual, de ambición y de avaricia ciego,
surca el piélago inmenso peregrino,
y ve del Sol más tarde el claro fuego.
Cual, ardiendo en furor de Marte indigno,
arma el osado pecho en duro hierro
contra el estrecho deudo y el vecino.
Cual, de sí mismo puesto en un destierro,
niega su voluntad por otra ajena,
y sigue inferior el mayor yerro.
Lisonjeros halagos, dulce pena,
buscado mal del desvarío humano
traen de gusto la esperanza llena.
Ningún monte, o desierto, ningún llano,
a do pueda llegar gente atrevida,
nos librará del ciego error profano.
Ira, miedo, codicia aborrecida
nos cercan, y huir no es de provecho,
que las llevamos siempre en la huida.
Incierto y congojoso tiene el pecho,
quien espera, no goza ni sosiega,
si sus vanos contentos no ha deshecho.
Quien sabe en qué se goza, y nunca entrega
la fortuna dichosa al brazo ajeno,
de la virtud a la alta cumbre llega.
Estos deleites que seguí sin freno,
que al fin tan caro cuestan, me trajeron
siempre de confusión y temor lleno.
Ni fueron firmes, ni fieles fueron,
dañáronme huyendo; y si hubo alguno,
que no, huyó con cuantos me huyeron.
Seguro gozo puede ser ninguno,
ninguno puede ser perpetuo, en cuanto
la tierra cría, y cerca el gran Neptuno.
Sola Virtud, tú sola puedes tanto,
que el gozo dar perpetuo, y bien seguro
puedes, si en amor tuyo me levanto.
Lugar puede hallarse tan oscuro,
do se esconda algún tiempo el error cierto,
mas sale a fuerza al cabo al aire puro.
La vergüenza del propio desconcierto,
el miedo, vengador de nuestras penas,
nos muestran nuestra falta en descubierto.
El delito y las culpas son ajenas
de nuestra condición, pero nacimos
con flaquezas de mil miserias llenas;
Y tan mal nuestros bienes conocimos,
y dimos tanta mano al torpe gusto,
que solos sus regalos admitimos.
Do está el deseo ya del honor justo?
do el amor verdadero de la gloria?
do contra el vicio el corazón robusto?
Gran hazaña es gozar de la victoria
del bravo contendor, y los despojos
guardar para blasón de la memoria;
Pero es mucho mayor ante los ojos,
que miran bien, por la no usada senda
caminando entre peñas y entre abrojos
Sobrepujar en áspera contienda
sus contrarios, y verse en la ardua cumbre,
do no alcance el nublado, ni lo ofenda.
Mas quién podrá subir sin viva lumbre?
quién sin favor que aliente su flaqueza,
y la alce de esta grave pesadumbre?
Si yo pudiese bien en tu belleza
fijar mis ojos, Musa soberana,
y contemplar cercano tu grandeza;
Del ciego error y multitud profana,
que se entorpece en la tiniebla oscura,
no seguiría la opinión liviana.
Antes con libertad libre y segura,
abrasado en tu amor, ocuparía
la vida en admirar tu hermosura.
Y aquí, do el Betis desigual varía
el curso, y vuelve y trueca la creciente;
un apartado puesto escogería.
Do la ambición de tanta errada gente,
los deseos injustos, la esperanza,
dulce engaño del ánimo doliente;
En este estado, libre de mudanza,
no podrían turbarme del sosiego,
que en la discreta soledad se alcanza.
Rompa los senos otro del mar ciego
con prestas alas de su osada nave,
do no se aventuró Romano, o Griego;
Llegue, do el sacro Océano se trabe
con el piélago Austral, y no cansado
cerque el golfo, que el hielo torna grave;
Que bien puede alabarse confiado
de haber visto, tratado y conocido,
y mil varios peligros allanado;
Pero no habrá gozado, ni entendido
los bienes, que el silencio en el desierto
da a un corazón modesto y bien regido,
fuera de todo humano desconcierto.

SONETO LXX

Mira del sacro Amor oh bella esposa
este luciente espejo, que Uranía
te ofrece, el cual de la inmortal Sofía
es don; que muestra su virtud hermosa.
Afija en él la vista generosa,
su concierto percibe y armonía;
y, conociendo tu valor, desvía
los ojos de esta niebla tenebrosa.
Porque si bien estimas tu grandeza,
no te podrá teñir el claro velo
humo, o sombra de error y de mancilla.
Antes, ardiendo en fuego de pureza,
alzarás con tu fuerza el noble vuelo;
que merezcas la eterna y alta silla.

SONETO LXXI

No bastó el daño al fin y estrago fiero
del fuerte muro y del Sidonio techo;
y el cuello haber al yugo estrecho
de quien domó al Tesin y al grande Ibero;
Si no a un infame Dárdano extranjero,
(a quien oh Roma padre tuyo has hecho)
decir; que di rendida el limpio pecho,
y pagué al limpio Amor injusto fuero.
Tanto pudo la envidia? pudo tanto
la Musa de Virgilio mentirosa;
que osó manchar mi nombre esclarecido?
Mas la verdad, mayor que su alto canto,
dirá; que menos casta y generosa
Lucrecia fue, que la Fenisa Dido.

SONETO LXXII

Podrá imitar la singular destreza
del Pintor el semblante generoso,
y el rayo de esas luces amoroso;
si tanto cabe en la mortal bajeza.
Mas cómo imitará tanta grandeza,
tantos bienes; que el alto y poderoso
Olimpo os dio, si al que es en ver dichoso,
ciega la luz de esa inmortal belleza?
No puede merecer la suerte humana
bien de tanto valor; porque encogiera
en este corto espacio todo el Cielo.
Baje Amor, oh Francisca soberana,
y descubra esa imagen verdadera;
para que nunca envidie al Cielo el suelo.

CANCION VI

Bien puedo en este oscuro y solo puesto,
pues el silencio ocupa este desierto,
romper la voz y quejas de mi llanto.
sufrí la fuerza del dolor molesto,
cuando en el mal cabía algún concierto;
ya ni esfuerzo, ni seso valen tanto;
que le resistan, cuanto
pensé y osé esperar. mas oh perdido,
cuán bien merezco verme en tal estado.
de qué sirve injuriar al afligido;
que la pena que siento,
es harta confusión de mi cuidado?
esconda al fin el triste apartamiento
de este cerrado bosque mi lamento.
Vos, que por luenga edad tenéis en uso,
árboles altos, de escuchar atentos
quejas de otros amantes desdichados;
oíd tristes mi llanto y mal confuso;
que nunca pena igual a mis tormentos,
ni cuidado se vio, cual mis cuidados.
en pasos bien contados
perdí el camino, no en la sombra oscura;
que fuera a mi dolor algún consuelo,
hallar disculpa, mas la lumbre pura
siguiendo atentamente,
erré, por donde me guiaba el Cielo.
pensando a la Ocasión tener la frente,
perdí todo mi bien, halleme ausente.
Procuré quebrantar mi esquiva suerte,
poniendo el pecho osado a todo trance;
que el dolor dio licencia a mi osadía.
creció el furor de males, y en alcance
no vino de ellos, no, la dura Muerte;
que pusiera remedio a mi porfía.
triste y acerbo día,
que siempre estará vivo en mi memoria.
mas do me lleva mi pasión ajeno?
desesperado Bien y muerta Gloria,
vos oh, vos me trajisteis,
adonde sin remedio en vano peno,
y, como si debieran ser, me disteis,
sin un alegre día, tantos tristes.
Ahora veo tarde el desengaño,
mas llega a tiempo que aprovecha poco;
que pierde en mi fortuna el bien su efecto.
aunque pensar contar parte del daño,
o descubrir de este dolor, que toco,
será imposible, pero en este aprieto
alguna vez prometo
romper por el camino mas espeso
para salir del mal, y es error mío;
porque me lleva con el mismo exceso,
por la revuelta senda,
donde me cansa el ciego desvarío;
y desespero el bien, y a suelta rienda
voy, adonde no habrá quien me defienda.
Segura es la fortuna al miserable;
porque de mayor daño falta el miedo.
yo en última miseria estoy, y temo,
si ya no mayor mal, mal variable.
no es mucho que lo tema, pues no puedo
asegurarme. oh mi dolor supremo,
sácame de este extremo;
entrégame a los brazos de la muerte;
pues no sé quien mi afrenta satisfaga.
y es de linaje tal y de tal suerte,
que es mejor no tocalla,
no pudiendo sanar esta mi llaga.
triste quien solo y sin vigor se halla
herido y sin escudo en la batalla.
Bien sé, que mi pasión secreta entiende
solo quien conoció mi pensamiento;
y que esta queja otro ninguno alcanza.
mas, como quien ventura ya no atiende,
no oso mostrar mi grande sufrimiento,
y confuso en mis ansias y mudanza,
tomo de mí venganza.
qué no pudiera al fin mover mi llanto,
si otro con menor causa mover pudo
el negro lago y sombras del espanto?
oyose su recuesta.
náufrago, temo el piélago sañudo.
pero no era sazón de quejas esta
en ocasión tan grave y tan molesta.
Quiero hablar más claro, y la vergüenza,
que tengo de mí solo, no concede
que pueda respirar el dolor fiero.
crece el mal siempre, y siempre en él comienza
la esperanza del bien. ninguno puede
no engañarse en su daño lisonjero;
si sigue al mal primero
el bien, que se conforma a su deseo.
descubriome la usanza de mis males
por el pasado engaño, este que veo;
que me tuvo dudoso,
en cuanto descubría sus señales.
y quedé tan cobarde y sospechoso;
que ni aun mirar de lejos el bien oso.

SONETO LXXIII

Si para que yo sienta cuánto fuego
abrasa vuestro pecho, a la luz pura
y a los rayos de eterna hermosura
queréis, que llegue deslumbrado luego;
No me digáis; que mire con sosiego
su resplandor y su gentil figura;
mas que huya su ardor; si, la ventura
puede librarme, ya encendido y ciego.
Qué maravilla es, que en viva llama
os consumáis, teniendo el Sol presente,
y siendo vos a su calor de cera?
Conoce el mal ajeno, quien bien ama;
y mi pasión en su presencia siente
la fuerza de la vuestra más entera.

SONETO LXXIV

Fue gloria de mi alto pensamiento
osar y ver vuestra beldad serena;
y de firmeza arder mi alma llena,
desesperando el fin de su tormento.
Si como mereció mi atrevimiento
la honra y el valor de tanta pena,
consintiera el cruel, que me enajena,
no ofenderos el bien del mal que siento;
Pensara merecer con la fe mía
nombre de vuestro, mas a tanta alteza
la humilde, mortal suerte no conviene.
Mas ya que no vos canse mi osadía,
no pretendo consuelo a mi tristeza;
sino que consintáis, que por vos pene.

SONETO LXXV

Pues cubre al orbe en asombrado velo
la negra oscuridad, y las estrellas
miran, errando en torno en formas bellas
dudosas el desierto y hondo suelo;
Tú noche, a quien mis lástimas revelo,
y al gemido respondes triste de ellas;
oye mi mal, atiende a mis querellas,
así a ti sola sirva el vago Cielo.
Que no quiero, que el día vea el llanto
de estos ojos mezquinos; que en tal pena
no conviene la luz al dolor mío.
Escucha tú, que del color el manto
de mi ventura tienes, oh serena
Noche, mi queja en tu silencio y frío.

SONETO LXXVI

Estos, que al impío Turco en cruda guerra,
al Moro, al Anglo, y al Escoto airado,
y vencen al Tudesco, y al dudado
Francés, y al Belga en su cercada tierra;
Y los estrechos, que el mar hondo encierra,
sobran, pasando por lugar vedado
con valor, cual vio nunca el estrellado
Cielo; que tantas cosas mira, y cierra;
Bien muestran en la gloria de sus hechos,
que son tus hijos, oh felice España,
honra del alto imperio de Occidente.
Alabe Roma los famosos pechos
de los suyos; que nunca (y no me engaña
el amor) fue a esta igual su osada gente.

ELEGIA IX

Si el presente dolor de vuestra pena
sufre escuchar de la pasión, que siento,
esta mi Musa de dulzura ajena;
Estad, Señor, un breve espacio atento
a las llorosas lástimas, que canto
solo, puesto en olvido y descontento.
Que, si yo puedo declarar bien, cuanto,
estrago hace Amor en mis entrañas,
no será en vano mi quejoso llanto.
Mas cómo las cruezas y hazañas
del fiero usurpador de la alma mía
decir podré, y sus vueltas siempre extrañas?
Seguro, alegre, en quietud vivía
con libertad y corazón ufano,
mostrando contra Amor grande osadía.
Pensaba, mas al fin pensaba en vano,
que contra la dureza de mi pecho
no pudiera el rigor de este tirano.
No me valió; que al cabo a mi despecho
rendí a su yugo el quebrantado cuello,
y fue mi orgullo sin valor deshecho.
Un sutil hilo pudo de un cabello,
más bello que la luz del Sol dorado,
traerme preso sin jamás rompello;
Y unos ojuelos de color mezclado,
que prometen mil bienes, sin dar uno,
tomaron el imperio en mi cuidado.
Vilos, y me perdí, mas oh importuno
remedio, que no viéndolos me pierdo
del mayor mal, que tuvo amante alguno.
El seso pierdo, cuando estoy más cuerdo.
pero amor es furor. quien no está loco,
dirá; que hablo sin algún acuerdo.
Las cosas, que de amor apunto y toco,
no alcanza esa profana y ruda gente;
vos sí, que de su mal no sabéis poco.
Yo voy por un camino diferente
en los males que tengo, y nunca espero
sanar de este dolor, que la alma siente.
Al bien medroso, al mal osado y fiero,
y estoy de gloria y ufanía lleno,
cuando en la fuerza del tormento muero.
Si puedo alguna vez hallarme ajeno
de mi pasión, ocupo la memoria;
en cuán poco merezco, lo que peno.
No cabe en mí, pensar que tanta gloria
se debe a mi dolor; ni que se entienda
de mi afán la dichosa y rica historia.
No hallo ya razón, que me defienda
de perdición; pues corro tras mi engaño,
y me despeño sin cobrar la rienda.
De un día en otro voy al fin del año,
desvanecido y lleno de esperanza,
sin abrazar el claro desengaño.
Pienso y entiendo, que hacer mudanza
podrá valerme, mas la cruda vira
de Amor o cerca, o lejos todo alcanza.
Mil veces contra mí me pongo en ira,
y culpo mi temor y mi flaqueza;
que del honrado intento me retira.
Mas quién tiene tan grande fortaleza?
quién ve libre del mal aquel semblante
y pura flor de angélica belleza?
No soy peña, ni duro diamante;
tal furor tierno vive en estos ojos,
que de su luz se enciende en un instante.
Son pequeños, no alcanzan mis enojos
a merecer la gloria del mal mío,
ni verse juntos entre sus despojos.
Nevoso invierno y abrasado estío
destruyen mi esperanza de tal suerte,
que me acaba el calor, y mata el frío.
Mas, que otro pudo ser, mi pecho es fuerte;
pues no fallece en tal dolor, sufriendo
los extremos efectos de la muerte.
Cual suele Febo aparecer, trayendo
la luz, y los colores a las cosas,
cuando del sacro mar sale luciendo;
Tales sus dos estrellas gloriosas
dan a mi alma claridad divina;
que me enciende en mil llamas amorosas.
Y cual se muestra el Cielo, si declina
la luz, y con la sombra tenebrosa
el horror de la noche se avecina;
Tal yo, sin su beldad maravillosa,
estoy confuso y lleno de recelo,
desierto y triste en soledad penosa.
Las ricas hebras del dorado velo
vencen a las que cercan a Ariana
en el eterno resplandor del Cielo.
Cuánto me engaña esta esperanza vana
en contar de mi afán la triste historia,
y el desdén de mi Estrella soberana!
No sufre mi fortuna tanta gloria,
que espere merecer alguna parte
de mi dolor lugar en su memoria.
El fiero estruendo del sangriento Marte,
de que tiembla medroso el Lusitano,
atónito de tanto esfuerzo y arte;
Incita este mi canto humilde y llano
en su alabanza, pero apena puedo
juntar las Musas al furor insano.
Otro, que tenga espíritu y denuedo,
podrá cantar igual a tan gran hecho;
que yo en decir mis males estoy ledo.
El dolor, que padece vuestro pecho,
permita, y la serena luz ardiente,
y el oro, que os enlaza en nudo estrecho;
Que yo, oh sublime gloria de Occidente,
ose mostrar en este rudo canto
lo que el deseo publicar consiente.
Que si, como pretendo, yo levanto
la voz, el Indo extremo, el Lapon frío,
y aquel, que el alto Febo abrasa tanto;
Y quien habita el Amazonio río
honrarán vuestro nombre generoso,
admirados de oír el canto mío.
Cuándo será aquel día, en que el hermoso
rayo de Amor y celestial Lucero
hiera este campo y río venturoso?
Betis, que al grande Océano ligero
con curso ufano contrastar porfías,
sin espantarte su semblante fiero;
Con creciente mayor, que la que envías,
rebosa, y salgan del ondoso seno
tus Ninfas a ayudar las voces mías.
Descubra el Cielo el resplandor sereno;
y virtud nueva infunda a tu ribera,
y al campo de mis flores siempre lleno.
La luz de hermosura verdadera,
por quien suspira el venturoso amante,
por quien en esperanza desespera;
De rosas, con faz pura, semejante
a la bella y divina cazadora,
se te muestra, y ya casi está delante.
Pinta pues variando, orna y colora
de perlas y esmeraldas tus cristales,
y tus arenas enriquece y dora;
Y ciñe con mil ramos de corales
la venerable frente, a cuya alteza
son los más grandes ríos desiguales;
Y ofrece humildemente a su belleza
los nobles dones, que abundante cría
de tu fértil corriente la riqueza.
Venid, diciendo, ya Señora mía,
merezca ya por vos aquesta tierra
el bien, que mereció esa tierra fría.
En esta parte el largo Cielo encierra
(tanto puede alcanzar la suerte humana)
cuanto aparta de otras y destierra.
Sola vuestra grandeza soberana
le falta, para ser siempre dichosa,
venid pues, oh clarísima Diana.
Este prado y ribera venturosa,
este bosque, esta selva y esta fuente
vos llama y vos suspira deseosa.
Ceñid vuestra serena y limpia frente
de este florido cerco entrelazado
de los ricos esmaltes de Oriente.
Humilde don, mas debe ser preciado;
que yo doy solo a vos estos despojos,
a pagar mayor censo condenado.
Ya son eternas flores los abrojos,
y el frío invierno vuelto ya en verano
con la cercana luz de vuestros ojos.
En medio de este abierto y fértil llano
alzará de mis Ninfas todo el coro
un templo a vuestro nombre soberano.
Y con guirnaldas en las hebras de oro
tejerán vueltas, y traerán consigo
las que en sus ondas cría el seno Moro.
Y todas juntas cantarán conmigo
del sagrado himeneo en alabanza;
de que el Cielo ha querido ser testigo.
Venid, oh gloria nuestra y esperanza;
deshaga vuestra vista el sentimiento
de quien tanto se ofende en la tardanza.
Mas dónde me arrebata el pensamiento?
do en tan alta grandeza me levanto
con vano y temerario atrevimiento?
Vos tenéis, gran Marqués, de esto, que canto,
la culpa, y me hicisteis atrevido;
que yo de mí no pienso, ni oso tanto.
Mi ruda Musa solo en mi gemido
se ocupa y en memoria de los daños,
que a tan mísero estado me han traído.
Sabrosa perdición, dulces engaños,
siempre temido mal, eterna pena,
que sufrí triste de mis tiernos años,
Gloria de mis desdichas dieron llena
al simple canto, a cuya rustiqueza
abrió el Amor una profunda vena.
Mas para celebrar la gran belleza,
de la inmortal Diana y su luz pura,
y del mucho amor vuestro la grandeza,
ni puedo, ni merezco tal ventura.

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Zitationsvorschlag für diese Edition
TextGrid Repository (2025). de Herrera, Fernando. Versos (1619). Corpus poético de Fernando de Herrera. https://hdl.handle.net/21.11113/4bmk1.0