Cuenta Apuleyo que mientras él mudado
fue en asno, los ladrones que servía
una hermosa virgen han robado
el día que sus bodas atendía;
a la cual, por hacer menos pesado
su infortunio, una vieja así decía,
mientras que con palabras la consuela
contándole de Psique esta novela:
—“Tres hijas tuvo un rey, tiernas doncellas
de hermosura extraña y delicada;
la beldad de las dos, si bien son bellas,
como cosa mortal era alabada;
mas la de la menor era ya entre ellas
por Venus de las gentes adoradas.
Venus la muestra al hijo y con gran furia
le demanda venganza de esta injuria.
Ya las mayores dos casadas siendo,
cada cual con un rey vive contenta
y en el matrimonial yugo viviendo
parece que mayor descanso sienta.
Sola quedaba Psique, que plañiendo
con su padre se está muy descontenta,
porque por su beldad maravillosa
ninguno osa pedirla por esposa.
El padre, que buscar desea partido,
al dios que está en Milesio sacrifica.
—“En el yermo más solo y ascondido
dejalda sola” —en su respuesta explica—
“llevadla como a muerta, que marido
mortal no debe haber —le certifica—,
mas un dios volador, desnudo y ciego,
que el mundo abrasa con ponzoña y fuego”.
Los padres con el pueblo y con gran llanto
y con fúnebre pompa, extraña, oscura,
la llevan al lugar que el ídol santo
le dijo destinado a su ventura.
Con cera y triste son, con bajo canto,
con luto, cual se va a la sepultura,
juntos del monte a la más alta parte,
la dejan sola y cada cual se parte.
Zéfiro sopla y como vela en nave
hinche el vestido a Psique y blandamente
en alto la levanta y con süave
sueño la deja cerca de una fuente
y una casa real do —mientra el grave
caso la admira— así decir se siente:
—“Psique, todo esto es tuyo, está sin pena,
vente a bañar, después vendrás a cena”.
Las invisibles siervas obedesce
Psique y de los vestidos se despoja,
y en el baño (que allí luego aparesce)
de la cabeza al pie se baña y moja.
Un vaso preciosísimo se ofresce
con mil varios olores en que escoja
y, después de lavada y de él untarse,
entra en un rico lecho a recrearse.
Levantada después Psique y vestida,
a mesa de tres pies se pone a cena,
donde (puesto que fue muy bien servida)
por no ver quién la sirve, lo cree apena.
Amor le estaba cerca, que herida
siente el alma, por ella en cuita y pena;
de instrumentos un son también se oía
y de voces muy dulce melodía.
Cuando pensó dormir, tornada al lecho,
en el sueño metida alto y profundo,
sin armas llega Amor, de amores hecho
prisión y hecho el cuerpo sin segundo.
Vencido sobre aquel hermoso pecho
se rinde el vencedor de todo el mundo,
tomándola primero por su esposa,
¡Oh felice, oh gentil copia amorosa!
Levantada, pues, Psique al nuevo día,
después que el volador dios desparece,
sin ver ninguna, mil damas oía
que a su servicio cada cual se ofrece.
Ella se lava y peina y repartía
el cabello en mitad, como paresce
y estando así, entre sí dice gozosa:
—“¿Quién como yo en el mundo hay hoy dichosa?”.
Las hermanas, el caso oído habiendo,
al padre vuelven con angustia y lloro
y de aquel monte, al fin, Amor queriendo,
Zéfiro las levanta y trae al coro
de Psique, que con gozo recibiendo
las hermanas, les da muy gran tesoro.
Después por no enojar a Amor, al viento
manda las vuelva al monte en un momento.
Las crüeles hermanas, invidiosas
de tal prosperidad, sin reposarse,
habiendo con maneras cautelosas
pensado cómo a Psique han de mostrarse,
volviendo a verla, entre mil otras cosas,
le aconsejan que quiera asigurarse
matando al invisible y fiero esposo,
el cual es un dragón muy venenoso.
Vesla aquí con cuchillo y lumbre ardiente
sobre el dormido Amor, con saña rea;
mas viendo su beldad clara, eminente,
deja de ejecutar obra tan fea.
Una Flecha tocando, el ardor siente
y a mirar vuelve el hijo de la dea.
La lucerna lo quema y, despertando,
huye v ella de un pie lo ase llorando.
Mas no pudiendo ya más sustenerse,
en tierra con dolor cae y se queja;
de allí cuanto el mirar puede extenderse
mira el airado Amor que se le aleja.
Desesperada, al fin deja caerse
de un gran río, el cual salva la deja
de la otra parte. Allí, mientra recela,
el dios Pan con palabras la consuela.
A los reinos llegó de sus hermanas,
a las cuales el caso extraño cuenta;
finge que con injurias muy villanas
Amor la echó de sí con grande afrenta.
Ellas crédulas son como inhumanas
y cada cual, de tanto bien hambrienta,
lanzándose del monte cual primero,
con su muerte pagó el pecado fiero.
Venus sobre delfines recreando
entre tanto se está en el oceano,
cuando una palomilla que volando
del cielo baja en el salado llano
dícele: —“Deja, oh diosa, el ir holgando
por el mar, que tu hijo está mal sano;
de una gota de aceite y fuego ardiente
quemado, llora del dolor que siente”.
Visto Venus a Amor con villanía
le riñe, con semblante airado y fiero:
—“¿Tú amas —dice— a la enemiga mía,
a quien debías llevar al fin postrero?”.
Después con amenazas le decía:
—“El arco y alas y saetas quiero”.
Vesla allá que con Juno y Ceres anda
quejando de esto y su favor demanda.
Con sus palomas Venus sube al cielo,
pide a Mercurio, a Júpiter, y habido,
le ruega que corriendo el mundo a vuelo
el destierro de Psique sea sabido.
Él la pregona y dice en su libelo
que la hermosa Venus ha ofrecido
siete besos a aquel que se la entrega
y la muerte a cualquier que se la niega.
Psique, buscando en tanto a su marido,
al templo de la diosa Ceres viene,
la cual halla que había recogido
todo cuanto a coger el pan conviene.
Duélese Ceres de ella y con gemido
gran pasión de su destierro tiene,
mas por no ir contra Venus la desecha
de sí y ni la defiende, ni aprovecha.
Vase al templo de Juno y de rodillas
le cuenta la ocasión de sus enojos,
esmaltando con perlas las mejillas
que derramando van los bellos ojos.
Juno tiene piedad de sus mancillas,
mas no pone remedio a sus cordojos;
antes por no enojar a Venus bella,
despide de sí presto a la doncella.
Mas Psique, que el marido anda buscando,
a la amorosa estancia al fin arriva,
donde por los cabellos arrastrando
la ponen en presencia de la diva.
Mira cómo la están aquí azotando
Tristeza airada y la Congoja esquiva.
Venus, que el corazón tiene encendido
todo en furor, se rasca en el oído.
Después, varias semillas ayuntando,
que aparte cada cual a Psique manda
y mientra está la mísera cenando
Amor cumple por ella esta demanda.
Venus se maravilla y va pensando
que impidiendo el Amor sus obras anda.
Un pan le da a la fin de su fatiga
y a nuevo mal la triste Psique obliga.
—"Pasa el río y verás en la sombrosa
selva ovejas con lana de oro fino;
de ella me trae —dice— presurosa”.
Psique quiso ahogarse en el camino,
mas una caña, de su mal piadosa,
la instruye y dice —por querer divino—
mientra el ganado duerme que recoja
la lana que en las matas se despoja.
Venus la envía al infierno, a Proserpina,
que le traiga de afeite una bujeta.
Psique, pensando que al morir camina,
por menos mal la muerte se ha ya eleta.
A echarse de una torre se destina,
mas las piedras estorban que cometa
tal error y hablándole le muestran
una ciudad y para allá la adiestran.
Ya por el leñador pasa grosero,
sin que a cargar le ayuda, aunque lo pida.
En tanto, ya de Estige al lago fiero
llegó y en la gran barca es ya metida.
Del pasaje a Carón paga un dinero
y otro guarda que pague a la salida.
Ves el viejo que ruega y la conjura
que lo embarque, mas Psique no se cura.
Después que pasa la laguna muerta
y las malvadas tres rastrilladeras,
llega al honrado can sobre la puerta
que con tres bocas guarda, crudas, fieras.
De dos panes que trae, el uno acierta
a dar al monstruo y guarda muy de veras
el otro para darle a la tornada,
como lúe de la torre amaestrada.
Adormentado el can, tanto camina
por la casa infernal toda ahumada
que hallando a la bella Proserpina
de Venus le recuenta la embajada.
Ni a reposarse ni a sentar se inclina,
ni a comer ni a otra cosa, aunque rogada,
mas la bujeta espera con gran pena,
que luego se la da, cerrada y llena.
Dando a Cérbero Psique el pan segundo
y el dinero a Carón ya se tornaba,
mas diole un ansia, la mayor del mundo,
por abrir la bujeta que llevaba.
Abierta, entró en un sueño muy profundo.
Amor de una finiestra la miraba,
con una flecha la despierta y mueve
que a Venus vaya y la bujeta lleve.
De allí volando al cielo, al gran Tonante
ruega —porque de Amor obrar se siente-—
que por mujer le dé a Psique, su amante.
El lo besa y abraza dulcemente.
El águila de Júpiter volante
tiene en el pico el fuego fiero ardiente;
Mercurio en el celeste territorio
todos los dioses llama a consistorio.
Júpiter a los dioses dice y prueba
que es bien que sea de Amor Psique la esposa.
Mercurio abaja y presto al cielo lleva
a Psique, con tal nueva muy gozosa;
la cual por diosa Júpiter aprueba,
hecha inmortal y luego los desposa,
haciendo que el licor de ambrosia sienta,
de que Venus se aplaca y se contenta.
Bodas hacen espléndidas, reales,
con fiesta, pompa, fasto y gran riqueza;
y el dios perseguidor de los mortales
hace olvidar a Psique su tristeza.
Las deas y los dioses inmortales
admirados están de su belleza;
mientra a la mesa son, esparcen flores
las Horas, con mil suertes de colores.
De allí, los dos amantes deseosos
a restaurar se van de sus tormentos
al rico lecho, a donde muy gozosos
despiden los pasados pensamientos.
No seáis, pues, amantes invidiosos,
ni presumáis más que ellos de contentos,
que entre ellos nació la mayor parte
del Gozo que en el mundo se reparte”.

Rechtsinhaber*in
Antonio Rojas Castro

Zitationsvorschlag für dieses Objekt
TextGrid Repository (2024). Fábulas mitológicas del Siglo de Oro. La Psique. La Psique. Fábulas Mitológicas del Siglo de Oro. Antonio Rojas Castro. https://hdl.handle.net/21.11113/0000-0013-BE80-4