A don Fernando de Toledo, duque de Alba

Si a la canora voz de mi instrumento
délfica inspiración le fue debida
cuando alumbró con su divino aliento
de inmortal ascensión, mortal caída,
eterno se promete ya contento
el alma de la lira que, ofrecida,
del árbol pende misterioso tanto
que los rayos de luz cubrió de llanto.
Vos, digno sucesor de tanto raro
nunca muerto ascendente, a cuya gloria
sublime voz levanta en metal claro
la que es alma feliz de la memoria,
para cuyos milagros guarda Paro
mármoles animados de la historia,
donde a más viva lumbre siempre vive
cuanto de Grecia y Roma se describe;
ved como ya no impugna, sino aclama
contra su ley el tiempo veneradas
hazañas que en las alas de la fama
vuelan hoy de su trompa eternizadas,
y que en luciente globo eterna llama
sus imágenes tienen decantadas,
no aún de bien digno plectro las vitorias
que dan materia y alma a las historias.
Rebelde al sucesor de Pedro envía
cielo ofendido, verberante mano,
rinde el cuello Navarra, en feliz día,
al Numa en paz, en guerra invicto Albano,
cuyo gran sucesor a Berbería
si la sangre dejó cuanta su mano
al líbico terreno dio primero:
¡Oh mancha esclarecida en terso acero!
De humanos troncos el mayor Fernando
vio impedida del Albis la corriente
a Tetis polo bélgico inundando
de rebeldes cadáveres dio puente;
ambas Hesperias le admiraron cuando
oponen Francia y Roma inútilmente
ésta ambición, aquélla mano armada
contra los hilos de su invicta espada.
De sus aceros fulminante fuego
segunda fue rüina de Cartago,
grillos de aplauso desatando luego
temor le intima a Portugal presago,
donde la gran metrópoli del Griego,
que de Doris corona el ancho lago,
las llaves de su muro le dio cuando
inclinó la cerviz al yugo blando.
La militar licencia reprimida,
el pueblo al cielo se afectó devoto
de culta religión su fe vestida
el templo visitando cumple el voto.
Mas entre gloria tanta la atrevida
falce osada movió nociva Cloto,
contiene hoy la porción, bronce no mudo,
que de Fernando estrella ser no pudo.
En voz de tronco ilustre se conserva
de estas reliquias la sublime parte,
donde la fe de España atenta observa
cuanto ya militar veneró el arte;
alumno de Belona y de Minerva,
primero nieto del segundo Marte,
hoy vuestro acero aun de la paz templado
temor induce al polo rebelado.
Oíd, Albano esclarecido, en cuanto
Palas os liga el yelmo, os presta el asta,
de quejosa deidad luciente llanto,
que en vano un dios al ciego dios contrasta,
veréis en tanto a Febo, en desdén tanto,
vestir corteza esquiva ninfa casta
en aquel árbol que reserva sólo
de las flechas de Júpiter Apolo.
Dejaba el gran planeta autor del día
del signo amante la erizada frente,
y la gémina luz también cedía
en alterna concordia al trono ardiente,
por modulantes números había
Filomela expresado voz doliente,
volante dividiendo su concento
ilusivos zafiros en el viento.
Tetis, depuesto el ceño embravecido,
bella se mira en su cristal jonio,
de la madre de Amor el florecido
árbol era tranquilo testimonio.
Abría Flora el seno colorido
a los hálitos dulces de favonio,
y al blando rayo de la luz febea
inclinaba sus urnas Amaltea.
Muerto Fitón, el vencedor triunfante,
pisando el Tempe, margen delicioso,
Osa y Olimpo coronó rayante
en su plácido trono luminoso;
émulos dos del mauritano Atlante
que con nevado cuello, o con frondoso,
el crucero sostiene y Polo helado
de las etéreas ursas habitado.
Fiestas pitias honor fueron perene
de su victoria, y con devoto juego
annuo el conmemorar quedó solene,
en dulce unión el admitido ruego;
cuantas Tesalia márgenes contiene
aras opimas son de culto fuego,
ardiente es gratitud al beneficio
holocaustos al nuevo sacrificio.
En la falda del monte que termina
candor más puro que de intacta nieve
por sagrada o feliz de la divina
única facultad, con ser de nueve
el de las musas coro vaticina,
en los que a su deidad números debe
cuanto inspira de Febo el humor puro
a los tiempos hurtando lo futuro.
Continente es de luz la excelsa parte
al gran coro de Euterpe dedicada,
délfico aliento inspira, aliento el arte
a claros vaticinios destinada;
tributa al nombre de las musas Marte,
de Palas su memoria es venerada
por cuyos dulces números la fama
las obras dignas de su trompa aclama.
Éste, pues, Febo al hijo de la diosa,
que entre conchas nació, mira, vendado,
cuya mano si tronca alguna rosa,
mil con su planta restituye al prado.
Blanca se le figura mariposa
el tierno volador, el dios alado,
cuando como apacible, o como ciego,
en los rayos se interna de su fuego.
Suspenso advierte, cuando más le mira,
que de sus tiernos hombros uno agrava
con las diversas armas que su ira
soberbia oculta en la nociva aljaba.
Con menosprecio el gran planeta admira
en tiernos años la apariencia brava,
armado desestima al que desnudo
invicto Marte resistir no pudo.
«Nieto de la agua y de la espuma nieto
—le dice el Sol al hijo de la estrella
imagen, bien que ciega, del conceto
de la por contención diosa más bella—,
tu presunción enfrene tu sujeto,
reconoce tu infancia, porque en ella
armas te incumbe el ejercer pueriles
omitiendo a los dioses las viriles.
De la cuerda que vez el arco mío
rayos vibró contra Fitón, armado,
de la escamosa piel abriendo un río
de escura sangre al fiero monstruo alado,
tésalo horror es ya cadáver frío,
efecto sólo a mis arpones dado;
tú, pues, rapaz y ciego, no presumas
de tus flechas al viento dar más plumas.
Resérvase a tu mano por herida
en el árbol la fruta, y de las flores
ofrenda sea a tu deidad debida
a que aspirare olor, fragare amores.
No armada Palas, Flora colorida
robe al jardín de Chipre sus olores,
y en lascivos solaces o desdenes
dé floridas guirnaldas a tus sienes.
Ociosa juventud pague tributo
a tu vana ambición, dulces engaños
sean el galardón, sean el fruto,
que desengaña el tiempo en breves años.
Podrás mostrarte vencedor astuto
alimentando de no ajenos daños
a los que ciegos obstinados haces
con galardón de ofensas tus secuaces.
Fraude es tu aliento, y tu favor enredo,
tu fe mentira, leve tu constancia;
de tus seguridades nace el miedo,
y de ajenos errores tu jactancia;
lascivas armas sólo te concedo
mal impugnadas de la simple infancia
que a tus aras ofrece indigno culto
y en falaz ilusión engaño adulto.»
Arrebató su voz Amor, que en vano
dice: «Impugnas imperio establecido,
donde la fuerza de mi eterna mano
a punta de oro sentirás rendido.
Si del muerto Fitón estás ufano,
yo lo estoy de los dioses que he vencido;
cuantas contiene imágenes perfetas,
el cielo ya conocen mis saetas.
No pudo su valor Marte oponerme
porque mi fuerza en vano se resiste,
y en ciegos lazos amorosos duerme
cuando en celosa red preso le viste;
bien como Alcides, cuya diestra inerme
de no viril estambre el huso viste
entre meonias vírgenes, exceso
que le disculpa en mis cadenas preso.
El que glorioso vencedor tonante
de la tierra oprimió las fuerzas sumas,
cuando su brazo se ostentó vibrante
blandiendo flechas en ardientes plumas;
mentido toro y verdadero amante
no dividió de Tetis las espumas,
tú, pues, me pagarás tu atrevimiento.»
Dijo, y voló cortando el aire al viento.
Armas contrarias son de su oficina
aliento al ofendido y esperanza,
puntas de plomo y de oro el dios destina
en odio y en amor a su venganza.
Ofendidos discursos encamina
cuando con ojos de ira a ver alcanza
el de belleza superior sujeto
que según dé la fe de su conceto.
La aprehensión del vivo sentimiento
por fuego exhala, el fuego por suspiro,
cauteloso discurre, vuela atento
flechando el arco, amenazando el tiro,
cual suele cazador doloso armenio
al agua conducir en largo giro,
por cuya fraude alcanza a la volante
tropa, ardiente rigor, fuerza tonante,
tal Amor, ofendido y no vengado,
cela, si ya no olvida injuria inmensa,
de cuyos menosprecios provocado
sus iras alimenta de su ofensa.
Gran queja alienta no menor cuidado,
con su odio su agravio recompensa,
ciega dos veces, insta discursivo
flechando siempre el arco vengativo.
Cuando peneida ninfa sucesora
del líquido cristal, cuya corriente
más clara fuente tuvo por aurora
que la que es clara Aurora al Sol naciente,
nieve desnuda, emulación de Flora,
con vestigio fragante en dulce ambiente,
su contacto es pincel en arte dado
a colorir en vaga forma el prado.
Pródigo en parte de su nieve, el brazo
de la casta deidad émula muestra,
breve leño volante, fatal plazo
pone a las fieras que rindió su diestra.
Blandas sus hebras son el terso lazo
donde Amor prende y su poder se muestra,
sin que en aguja ardiente, metal duro,
pusiese ley undosa al oro puro.
La blanca mano que animada nieve
afrentar puede albores matutinos,
fatal del ciego dios término breve,
en rosado candor forma caminos.
Este pues sol de amor, amor le mueve
por esfera sublime, y los divinos
rayos incluyen en sus dos estrellas
cuanta contienen lumbre las más bellas.
Ciñe en dos arcos iris luz febea
y en sanguino clavel, gémino muro,
los milagros desvela que eritrea
concha concibe en el candor más puro.
Si Flora espira néctar, néctar sea
el hálito que Amor logra seguro
de más dulces panales los rubores
cuando liba la púrpura a las flores.
Del bosque honor y de las selvas gloria,
si Delia no lasciva, Venus brava,
nueva deidad el arte venatoria
con ambicioso efeto ejercitaba.
Triunfo de castidad es su victoria,
y las almas despojos de su aljaba,
cuando en oro sus trémulas saetas
a sublime región forman cometas.
Esta del alba en el candor primero
los ritos observando de Dïana
da a beber a rayos de su acero
húmido rosicler, líquida grana,
con el rendido corzo que, ligero,
dilatando su fin con fuga vana,
de aladas armas ve alcanzar su vuelo
solicitadas de su mismo anhelo.
La que sin plumas en la selva es ave,
en su velocidad sólo animosa,
cuanto más lo procura menos sabe
de la mano ausentarse poderosa.
Cintia del bosque ufanamente grave
—que si no tiene altar tiene el ser diosa—,
sólo milagros suyos canta Grecia,
deidades aprisiona, aras desprecia.
Marte no la topó cuando, celoso,
vistiendo cerdas fiero espumó diente
en la venganza del rival hermoso
que a sangre dio y a lágrimas torrente;
cuyo afecto sensible en envidioso
trocara Venus, si lascivamente
intimar viera a Dafne licenciosas
las armas del donaire peligrosas.
Desnudo pecho de beldad armado
del bosque penetró el apartamiento,
cuya planta —Narciso enamorado—
quiso prender con ya lascivo aliento;
mil otras veces echa abril del prado,
cansada de emular corriendo al viento
logrando de dos soles un estío,
en perlas el sudor le dejó al río.
En lazos de oro Amor guarda el sucinto
bruñido pie que él mismo cela en vano,
albo clavel de nieve y sangre tinto,
vivo incendio de yelo al fresco llano;
del fragante quedando laberinto
las blancas flores en la blanca mano,
a candor más venusto trasladadas
y en su gloria mayor como afrentadas.
Esta del sacro coro de Febea
observa pura el inviolable rito,
celante despreciando nupcial tea,
afecto casto a su deidad prescrito.
Mas el undoso padre que desea
feliz propagación, llanto infinito
derramó de sus urnas tantos días
que del líquido humor las vio vacías.
Ella, más obstinada, no por esto
reprimió el acto de su fin devoto,
antes de no violar su presupuesto
a luz hace triforme intenso voto.
Cuanto al Olimpo este acto fue molesto
a los lares de Grecia no fue ignoto,
celícolas que a Dafne conocieron
su tálamo en connubio apetecieron.
Aquí la esquiva a viril sexo ingrata
logra las ondas del paterno río,
que de un grupo de peñas se desata
en raudo curso por el bosque umbrío.
Las torcidas culebras, que de plata
procedientes derriba el seno frío,
llevan de Tetis al instable fluto
dulce guerra en su líquido tributo.
La fresca yerba deste fresco prado,
que alimenta sus líquidos cristales,
piedra parece en verde humor cuajado
de minas, hoy tributo, occidentales.
Nunca el reino de Venus matizado
dibujó Flora de colores tales
sirviéndola azucenas y claveles,
en tabla de esmeraldas, de pinceles.
De tenaz yedra su abrazada roca
inquïetos cristales precipita,
y entre mucha beldad, linfa no poca,
a orillas matizadas se limita;
donde el alterno labio undoso toca,
dulce aspira el acanto en infinita
pompa, por cuyo sacro apartamiento
viste escamas de flor, sierpe de argento.
Ceres inunda, sin sudor alguno,
próvidas mieses de su rubio grano,
sin que hiera a la tierra el importuno
arado corvo en oficiosa mano.
Tesoros de Pomona y de Vertumno
blando ofrecen tributo al verde llano,
a cuya felicísima ribera
vinculó su beldad la Primavera.
Una eminencia ciñe de esmeralda
los no vecinos términos del prado,
donde pomposa a Júpiter guirnalda
tronco suyo vivaz le ha reservado.
Derriba a la montaña amena falda,
donde favonio tepido inspirado
dulce recuerda, susurrando apenas
dormidas clavellinas y azucenas.
Si Tajo no su vena en tiria grana
rosadas parias da al tranquilo asiento
—donde violar no pueda planta humana,
a vaga selva el sacro apartamiento—,
reservando estos lares a Dïana,
pastor errante no conduce armento,
logrados en sus límites seguros
puros claveles y cristales puros.
Gloria de la región más apacible,
Clicie, que al sol ofrece sus olores,
en su trono preside, aunque flegible,
a la vaga familia de las flores;
bien que en luz abreviada imperceptible
cuantas iris vaguísimas colores
contiene, informa el lirio miniado
clima de alterna injuria no violado.
Inadvertido amante, hoy flor esquiva,
bebe fragrancia en más segura fuente,
y de su aliento vivo, en forma viva,
espíritus anima dulcemente;
alientos aromáticos lasciva
tributa roja exhalación ardiente,
visten lascivo Amor lascivas flores
trasuntos süavísimos de amores.
Logra la planta de la Cipria diosa
adúlteros abrazos con las vides,
que en recíprocos ñudos ambiciosa
simboliza de amor obscenas lides;
donde pompa ostentando está frondosa
el verde ya electivo honor de Alcides
vistiendo en flores márgenes lascivos
vivos narcisos y jacintos vivos.
Ave funesta o ponzoñosa planta
sobre este contienente no se cría,
ni aura vieron más pura o beldad tanta
los dilatados términos del día.
Alma deidad, de siempre deidad santa,
sol sin ocaso oriente es de alegría,
cándida aurora a verdes horizontes,
luz de la selva y diosa de los montes.
El casi militar furor depuesto
descansa el arco, ya la cuerda afloja,
cuyo ejercicio de la diosa honesto
jazmines destiló de nieve roja.
Compasivo ciprés, no ya funesto,
breve prestó descanso a su congoja,
cuando en espejo de cristal corriente
le traslada dos soles una fuente.
Huye de sí la ninfa, el cristal blando
que oficiosa buscó deja advertida,
mas bello ya peligro recelando
que el que a Narciso forma dio florida,
arco y aljaba vuelve al hombro cuando
ocasión y materia presumida
fueron sus ojos, al que en ellos mira,
acreditar su fe, vengar su ira.
Neutro mediaba el nuevo paralelo
en carro ardiente el gran rubí del día
al hemisferio, y coronado el cielo
ya de los rayos délficos ardía;
cuando el bosque a la luz frondoso velo
corrió, que en verdes nubes escondía,
déjase Dafne ver, efecto luego
prueba de hielo ardiente, helado fuego.
Apenas el umbral, ya no seguro,
de antro umbroso dejó pie confïado,
que de dos soles rayo alterno puro
recíprocos eclipses le ha intimado
en peligro presente, en mal futuro,
presago el padre de la luz violado
de su esencia el poder mira en los ojos,
templo animado ya de sus despojos.
Tal vez osado, y muchas temeroso,
suspende el dios su luz, Dafne su planta,
hizo su efecto el arco riguroso,
vengó ya tanta ofensa beldad tanta.
Oro atractivo, plomo desdeñoso
una cuerda despide, Amor levanta
las victoriosas alas, cuyas plumas
la sal originó de las espumas.
Venciste ya, tirano dios alado,
orne tus templos el honor triunfante,
de mejor luz, de nuevo sol tocado
cede a tu brazo Febo radïante;
nunca dio tu desdén solicitado
igual efecto al arco de diamante,
lágrimas ya concibe el pecho tierno
del que rayos esparce en trono eterno.
¡Oh, tú, sacra Melpómene, tú Clío
concede a humana voz divino acento,
suelte Castalia de su gracia un río
donde beba mi fe inmortal aliento!
De Apolo es el sujeto, el canto mío
la victoria de Amor, cuyo argumento
hará que en dulce son mi plectro enfrene
los líquidos cristales de Hipocrene.
Y tú, claro motor de luz alterna,
presta a mi lira inalterable día,
pues tu mente vatídica gobierna
los felices progresos de Talía.
Que si pudo mover la sombra eterna
de un amante la voz, debe la mía
en virtud del sujeto esclarecido
violar las leyes del común olvido.
Ni en sus báratros Aqueronte solo
intermina al flagelo de su llanto,
mas hoy por nuevo mar a ignoto polo
vuele en las alas de la fama el canto;
siendo auxiliar y el auxiliado Apolo
pueda mi pluma levantarse tanto
sin temer que hoy su vuelo temerario
imponga nuevo nombre a seno Icario.
Deja Febo el del Sol trono luciente,
de radiante esplendor piélago vasto,
cela en forma mortal no afecto ardiente,
corusca si deidad, eterno fasto.
Fuego de ajena luz su fuego siente
no en gélido palor planeta casto,
tal en su eclipse opaco vio desmayo
por el efecto del fraterno rayo.
Con quien hielo es ya y el orbe enciende,
luz de rayo inmortal ya es luz rendida,
la recatada sangre que aprehende
su afecto al corazón pide acogida.
Mas bien inútilmente la pretende,
que esta animada parte prevenida
la tiene peligroso arpón volante
del ciego lince, del rapaz gigante.
Tal que es huir la fuerza del violento
tiro de Amor como oponerse al hado,
fuerza cobrando su rigor y aliento
con vanas resistencias impugnado.
Venció, pues, la eficacia del tormento,
con su materia ardiente efecto helado
de temor hizo en luz eterna el ciego
que sabe arder el hielo, helar el fuego.
Surgiente del cristal, donde limita
a breve espacio mucho sol peneo,
la vencedora planta a Dafne quita
cauteloso sentir, paso febeo.
Mas el rendido dios, que solicita
con fe inmortal el inmortal deseo,
ya disculpa el osar, no la tardanza,
que alas puso de cera a su esperanza.
Acércase al peligro y como vuela
en torno de la luz cándida alada,
y Fénix breve por su muerte anhela
de lasciva ambición solicitada,
tal vez no sabe huir, o no recela
apetecida lumbre no impugnada
del que rendido entrega sus despojos
a los violentos rayos de unos ojos.
Estaba Dafne al tronco de un frondoso
venéreo mirto el cuerpo reclinado,
viva fragrancia exhala el delicioso
de sus miembros sutiles cristal blando.
Lazo vivo de Amor, peligro hermoso
fue a la vista el dulce objeto, cuando
rayos mueve de luz, la luz vencida
de eclipse, no de luz mejor nacida.
Nuevo sintiendo alivio en pena nueva
de dulce suspensión pendiente estriba,
cobarde sufre, temerario prueba
la eficacia impugnar la fuerza viva.
No el aire susurrante el gusto ceba
cuando al clavel la superficie liba,
con afecto mayor que el dios rendido
al tenaz ñudo, al oro prevenido.
Fuego de amor helado, yelo ardiente
entre golfos de luz se anima y arde,
si quiere osar respeto continente
su movimiento enfrena ya cobarde;
de cuanto determina se arrepiente,
impugna el luego, contradice el tarde,
al impulso cediendo vengativo
de bello imán, de estímulo atrevido.
Pierde el temor y el vital sitio alado
vuela ya con las alas de la flecha,
que el arco ciego del rapaz vendado
al mayor corazón tiró derecha.
Interrumpe el silencio y confïado
en voz dudosa a nuevas ansias hecha
el que es de vaticinios clara fuente
conoce apenas ya su mal presente.
«Ninfa» (quiso decir), mas no advertida
de áspid vecino más ligera planta
volar pudo sin alas impelida
de afectos castos en repulsa tanta,
como quien de la voz nueva ofendida
de su frondoso lecho se levanta:
Fénix le pareció, Fénix volante
la fugitiva estrella al sol amante.
Suspenso del rigor del bien que huye
con la imaginación sólo la alcanza,
cuando en más eficaz pasión concluye
si no cobra volante la tardanza
de su enajenación se restituye:
plumas viste el deseo a su esperanza,
desalentado al viento le parece
que aun apenas su aliento le obedece.
Al aire esparce el aire el sutil velo
que milagros ebúrneos descubría,
etérea luz cometa fue del suelo,
rayos su vista, aliento su porfía;
dulce favonio con lascivo vuelo
entre la nieve fugitiva ardía,
cuando de Febo el ansia es impaciente
volcán de amor, exhalación ardiente.
Vela es de oro el cabello que ligera
nave conduce bella en mar undoso,
austro la fuga tímida acelera
con impulsos de amante y de celoso.
El tierno dios la sigue que modera
los suspiros al pecho congojoso
por no encender el aire con su aliento,
por no ayudar con esa parte al viento.
Vala siguiendo y della más se aleja
cuanto más ambicioso se adelanta:
de amor afecto, afecto es ya de queja
en desdén fugitivo a pena tanta;
fragante rastro de su fuga deja
carácter aún no impreso de su planta
al contacto feliz en fértil vena
cuantas le debe flores el arena.
No el animal, cuando sin alas vuela
por senda en verde bosque conocida,
del rigor subsecuente se recela
por peligro dentado de su vida,
como la virgen tímida que anhela
de sus puros intentos impelida,
cuando en la fuga que comete insana,
si plomo le da Amor, alas Dïana.
El curso suspendió la luz divina,
y tierno afecto en interior cuidado
teme que pueda intempestiva espina
de su sangre el jazmín ver esmaltado,
purpureando el alba clavellina
abrojo alguno en su venganza armado,
expuesta viendo a la montaña ruda
la nieve de su pie correr desnuda.
Por esto corregió la fuerza pura
con que a la ninfa cándida seguía,
mas no suspende el vuelo la hermosura
cuyo desdén alienta su porfía.
El metal tosco de la flecha dura
más incesables alas la ofrecía,
desdén que, si la fuga no limita,
ansia de un dios amante solicita.
Cobró el aliento con mayor instancia
lo que la intermisión había perdido,
dulce la vista, dulce la fragrancia
distribuyen su gloria a su sentido.
Odio y amor midieron su distancia
en ninfa amada, en dios aborrecido,
viéndole ya más cerca Dafne bella
exhalarse quisiera como estrella.
Menos distante articulado aliento
en voz exprime: «¡Oh fugitiva diosa!
Febo le sigue, enfrena el movimiento,
causa ya con tu efecto rigurosa;
ni de mi fuego incites, siendo viento,
la llama que en mi pecho poderosa
tu fuga alienta, en cuyos rayos arde
dado a prisión mi corazón cobarde.
¿Por qué ya ingrato curso no suspendes
napea esquiva o esquivez alada?
Si eres deidad de hielo, ¿cómo enciendes?
Si animas fuego, ¿cómo vas helada?
Al candor puro de tu planta ofendes,
cuya beldad desnuda reservada
ni por ligera está ni por divina,
de duro pedernal, de aguda espina.
Tu desdeñoso aliento porfïado
huyendo va de un dios y dios amante
que lleva el corazón atravesado
con punta ardiente de metal pesante.
Ceda el rigor, que al ánimo obstinado
no se le debe nombre de constante,
mis ansias permitiendo que te diga
dulcísima ocasión de mi fatiga.
Que en fin he de alcanzarte, aunque más vea
de tu rigor vencido el mesmo viento,
ora Tetis te esconda en eritrea
concha escamosa del salado argento,
ora en los reinos de Cocito sea
alivio tu beldad a su tormento,
ora estrella te fijes en el polo,
rayos tus rayos han de ser de Apolo.»
No en símbolo de paz cándida alada
tímida suelta el presuroso vuelo
cuando sus plumas dejan engañada
la que prueba sus hijos en el cielo,
como la bella trémula alcanzada
del claro dios, cuyo abrasado anhelo
al fuego hoy tanto de su fuego excede
que el húmido elemento adustar puede.
«Casta deidad —con fe dijo inmovible
Dafne— ya que no en voz, en pensamiento
protege mi inocencia en el terrible
obstinado rigor de un dios violento,
sujeto me concede en insensible
forma, violado nunca el puro intento,
antes ser planta elijo inanimada
que ninfa de tu coro profanada.
Deme la común madre sepultura
primero que tu ofensa se permita;
tome en mi triste cuerpo formadura
donde Neptuno a margen se limita;
auxiliar sombra me arrebate obscura,
o flecha ardiente con su luz crinita
resuelva esta materia defendida
por ti, ¡Oh Cintia!, mi ofensa y no mi vida.»
En temor justo, en ansia deprecante
hizo, si no su voz, su pena efeto,
tal que la misma planta que volante
a nieve dio vital claro sujeto
con la tierra abrazada en un instante
quedó inmóvil raíz de árbol perfeto,
y el diáfano cuerpo a ser empieza
vestido agreste, sólida corteza.
Los brazos que en heridas lisonjeras
de dulces fueron muertes dulces tramas,
como en zonas de Amor que en sus esferas
flechas ardieron y flecharon llamas,
en venganza de humanos y de fieras,
son ya de estéril planta verdes ramas,
verde desconfianza, verde luto
que ofrece a fértil llanto seco fruto.
Ya del oro las nítidas culebras
minas de rayos, rayos de congojas,
lo terso redujeron de sus hebras
a opaca sombra de sucintas hojas.
Bien que triunfante Amor, ¿por qué no quiebras
arco y aljaba, pues de luz despojas
estrellas cuyo eclipse pudo nuevo
tantas costarle lágrimas a Febo?
Ofendidos de un sol los dos esconde
fatal ocaso, a cuyas lumbres bellas
opaco el tronco ya no corresponde,
negra señal que en él no viven ellas;
bien que lampos al cielo prestan donde
son en polo de honor fijas estrellas
que pueden entre imágenes perfetas
alumbrar luces y afrentar planetas.
La deidad subsecuente que, volante,
del trágico milagro se embaraza,
el corazón de Dafne aún palpitante
en el ya tronco verdadero abraza,
con infelice amplejo el dios amante
en los ramos inmóviles se enlaza:
¡Oh inútiles abrazos a sus llamas
sólo al viento flexibles secas ramas!
Faltó la voz al sentimiento vivo,
pero no la razón al sentimiento,
sujeto mira agreste árbol esquivo
y en verde eclipse luz sin movimiento.
Desdén quisiera verla fugitivo
y fatigar siguiéndola su aliento,
antes que ver de tantas ansias dueño
un insensible tronco, un fijo leño.
¡Oh, Amor, adónde llega tu venganza!
¡Cuánto rigor tu obstinación contiene!
que por mayor desdicha un bien alcanza
quien desespera dél cuando le tiene.
Símbolo de firmeza su mudanza
nuevos misterios flébiles previene
en la gloria que llora por perdida
más alcanzada y menos poseída.
Vela perdida y tiénela alcanzada
al nuevo ya dolor cediente, en cuanto
llora de amor solicitud frustrada,
tan ofendida fe, de rigor tanto.
El desdén fiero crece cultivada
esquiva planta con amargo llanto;
nudos son secos, bien que en verdes lazos
en los frondosos ramos sus abrazos.
Afecto siente el árbol animado
donde eternas amor ansias imprime;
puro honor, cuyo intento aún no alterado
en los brazos de un dios amante gime.
En lágrimas de rayos desatado
suelta el afecto en voz que el pecho oprime:
«Sorda —le dice— ninfa, a quejas mías
materia y fin sinfín de mis porfías,
donde en vano piedad llorando invoco,
cuando más lejos de lo que poseo
tu desdén con mis lágrimas provoco.
¿Posible es que te miro y no te veo?
¿Posible es que me faltes y te toco?
Inútil queda el inmortal deseo:
¡Oh dolor verdadero! ¡oh nuevo engaño
que en el mentido bien consista el daño!
¿Adónde están los rayos de tus ojos
que dieron luz recíproca a tu cuello?
Lazos las hebras de oro son de enojos
hecho ya verdes hojas tu cabello.
Los animados dos milagros rojos,
que velos fueron del candor más bello
en el seno de Tetis concebido,
todo está a un seco tronco reducido.
Despareció tu lumbre en un momento,
que lampo fue de rápido cometa,
cuyo vuelo instantáneo por el viento
de un corazón rendido fue saeta.
Nuevo eclipse fatal, nuevo tormento,
cuyo eterno desdén, de ansia no aceta,
en tronco inanimado te transforma,
menos dura en esencia y más por forma;
menos dura en esencia y reverdeces
presa con estos lazos infelices,
y con mi llanto cultivada creces
a ofensivo desdén dando raíces,
para mis tristes ojos anocheces,
pues el amor más puro contradices
siempre quedando en tu corteza escritos
sordos efectos de amorosos gritos.
Planta animada, esquiva, aún perseveras,
ejemplos fueron manteniendo en cuanto
caracteres mis ansias verdaderas
en tu corteza imprimen de amor tanto
desatando mis ojos dos riberas
que cultivan mi ofensa con su llanto,
cuando mi queja en tu postrer mudanza
le sigue Dafne, y laurel te alcanza;
donde en las nuevas hojas tus cabellos
como los vi animados los contemplo,
siendo en los lazos para siempre dellos
con nudos de dolor atado ejemplo;
de los ramos que lazos fueron bellos
penderá ya como en votivo templo
este milagro, y de infeliz amante
rendido el arco y lira no sonante.
Ya del canoro plectro no se acuerde
la voz que un tiempo el aire suspendía,
suelte aún llanto la vena un dios que pierde
luz que pudo eclipsar tanta luz mia,
que seco fruto en tronco siempre verde
mi fe castiga ya como porfía,
cuando todas mis artes aclamadas
lloran de tu desdén menospreciadas.
Árbol esquivo, cuya luz serena
honor vistiendo castidad espira,
comunica tus glorias a mi pena
si es ya de intermisión capaz tu ira,
que no sólo serás de agreste vena
sino materia de sonante lira,
donde voz, aunque flébil del avaro
tiempo, tu nombre usurpe en metal claro.»
Más el afecto tierno le dictara
cuando el torrente de sus ojos tanto
los rayos liquidando de su cara
amargo vierte humor en triste llanto.
La virtud inmortal le desampara,
promiscuos vivo afecto, muerto espanto,
cuando de Febo el ansia es impaciente
volcán de Amor, exhalación ardiente.
Lágrimas entre rayos exhalando
pierde la fuerza del mejor sentido,
con los tenaces ñudos apretando
el desdén que incapaz será de olvido.
Dureza que imprimió el afecto blando
en el sujeto que alcanzó perdido,
de amor quedando el desdeñoso exceso
con vigor vivo en su corteza impreso.
Corre del dios amante en vena ardiente
si no líquido rayo, fuego undoso,
cuando el afecto suyo vehemente
a sacarle de sí fue poderoso,
mas la parte deidad prevaleciente
así le restituye del dudoso
estado ciego y del letargo fuerte
porque anime el dolor y el mal despierte.
Vuelve a soltar el dios su voz atada
a los números claros de Talía,
«Dafne —diciendo— de aspereza armada
si ninfa no ya, planta serás mia.
Y por casto milagro venerada
del uno al otro término del día,
donde porque tu luz jamás se asombre
voces serán mis rayos de tu nombre.
Y bien que en ellos vivirán fatales
con impresión eterna mis congojas,
símbolos han de ser sólo triunfales
del tronco tuyo las ilustres hojas
que terrestres batallas y navales,
espadas de enemiga sangre rojas,
en tus coronas a Belona amigas
el premio librarán de sus fatigas.
El aliento inmortal que vaticina
y de los astros la influencia observa,
la noticia de hierbas peregrina
dominio que a Esculapio se reserva,
los preclaros asuntos y doctrina
que fiaron los cielos a Minerva,
la luz de singular Filosofía
tuya será de hoy más, pues arte es mía.
El de las musas aclamado coro,
que las cumbres ilustra de Helicona,
por números que animen trastes de oro
aspirará el honor de tu corona,
tributarias quedando a tu decoro
las claras sienes de que siendo zona
tus hojas darán símbolos de gloria
a las vivaces lenguas de la historia.
Goza, pues, mi inquietud y tu sosiego
frondosa cárcel ya de mi albedrío,
al llanto deberás con que te riego
exento honor de siempre rayo impío,
que no debe ofender ajeno fuego
a quien ha resistido el fuego mío,
ciega luz de rendida luz amante
del rigor te reserva fulminante.»
Dijo, y el tronco inmóvil complacencia
en sus ya verdes ostentó despojos,
concediendo, inclinados, reverencia,
si no remedio a délficos enojos;
con furor grande y no menor violencia
se desataron inmortales ojos
mares de amor en cuyo amargo puerto
le obstó ser inmortal el quedar muerto.
Con arco Cintia y con aljaba en tanto,
beldad divina y no semblante humano,
el ejercicio suyo omite, en cuanto
de este prodigio ostenta el verde llano;
y condolida del amargo llanto
la blanca diosa de su rubio hermano,
con otras ninfas el suceso nuevo
en el tronco miró y admiró en Febo:
«Padre común, tu llanto ya se enfrene
—dice Dïana al hijo del tonante—
porque a deidad de luz no le conviene
al Olimpo mostrarse ciego amante.
Éntrate en ti, que harto lugar ya tiene
dado el letargo a la pasión errante,
cuya flaqueza impide el fuego ardiente
que alumbra y vivifica juntamente.
¿Quieres que el manto de la sombra fría
dilate contra ti su velo oscuro
reduciendo los límites del día
a cárcel negra, a tenebroso muro?
Modere la razón ciega porfía
sin que eclipse esta afrenta el honor puro,
donde siempre será culpa más atra
quien adorado es dios ser idolatra.
Baste ya por trofeo a la que esquiva
virgen, amor eterno ha desdeñado,
que a sacro tronco ninfa fugitiva
deje su nombre en verde honor grabado.
Y en los archivos de la selva viva
sol de frondosa luz nunca eclipsado
aclamando de hoy más mi casto coro
su pureza inmortal en plectros de oro.
Y en cuanto de sus urnas se desata
claro Peneo en líquida huida,
y por fragrantes márgenes dilata
de su undoso esplendor pompa florida,
besos al tronco le dará de plata
alterno labio con orla colorida,
para que siempre verdes tus amores
fruto de honor le den, culto de flores
donde como a deidad gloriosamente
en obsequio feliz queda ofrecido
que al árbol ciña la sagrada frente
majestad uniforme, honor debido,
en diadema que deje floresciente
a sol puesto esplendor establecido,
votivos ya a su gloria los despojos
que mi venablo y arco hicieron rojos.
Tú, en cuanto lumbre al hemisferio dieres,
vestirás con tus rayos esta planta,
y cuando en los Antípodas ardieres
mi luz tendrá, si ya mi luz no es tanta,
el resplandor aonio, de quien eres
gran protector, por métrica garganta
de casta Dafne articulando el nombre
que en tu amor eternice su renombre.»
Dijo, y de Apolo el nítido tesoro
líquido es rayo en doloroso oficio,
cuando por orden del etéreo coro
del árbol le arrancó brazo propicio.
Restituido al trono eterno de oro
dio al mundo su benéfico ejercicio
su luz informa varios horizontes
distinguiendo los valles de los montes.

Rechtsinhaber*in
Antonio Rojas Castro

Zitationsvorschlag für dieses Objekt
TextGrid Repository (2024). Fábulas mitológicas del Siglo de Oro. Fábula de Apolo y Dafne. Fábula de Apolo y Dafne. Fábulas Mitológicas del Siglo de Oro. Antonio Rojas Castro. https://hdl.handle.net/21.11113/0000-0013-BE6E-B