Argumento de la fábula, por su hermano don Alonso Carrillo
De viva peña asientos ocupaban
la blanca Galatea y Scila hermosa,
bramando el Etna lo que apenas daban,
tiernas quejas oyó de voz llorosa.
Así pues, Galatea, celebraban
fieras lisonjas a su falsa esposa;
y así de un golpe el Cíclope tirano
llore en cristal mi Acis hizo en vano.
La fábula
De cuál era marfil, la blanca mano
o el peine que entre el oro discurría;
o si era el sol aquél que el océano
de sus hermosos rayos lo vestía,
o aquél que, altivo, del Titón anciano
la blanca esposa, pálido, seguía,
dudoso el Etna, aun detenia en su falda
abrazadas las perlas de esmeralda.
En sus fuegos terrible y temeroso,
sacó la negra frente, y admirado
en ver de Galatea el rostro hermoso,
acrecentó su fuego enamorado:
y estando atento, del volcán fogoso,
así escuchó, de humos coronado,
lamentarse la ninfa, de una suerte,
por larga vida y por temprana muerte.
"Con más galas mostraba el blanco día
en manos de la aurora su tesoro,
y más hermoso el rojo sol vertía
de su ligero carro aljófar y oro.
Resplandecientes ejes recebía
en su cerviz robusta el fuerte Toro,
y de Pirois y Etón la blanca pluma
el aire y luz hendió vertiendo espuma.
"Con apacible risa se extendía
un arroyo, de juncia coronado,
a quien el rubio sol nunca ofendía,
que exento dél estaba el fresco prado;
con cuello hojoso y verde, se oponía
a su color el sauce levantado,
y, burlando del sol, ufano, el viento
robaba a varias flores el aliento.
"Más que la blanca nieve intacta y pura,
una pequeña cueva se mostraba
—segunda a mi Acis bello en hermosura—
que la azul Anfitrite coronaba.
Persuadiónos su sitio y su frescura
y el destino cruel que me guiaba;
hizo el amor la viva piedra alfombra,
dosel la peña, y del dosel la sombra.
"Más lazos que aquel olmo levantado
recibe de su yedra, ¡oh Scila mía!,
con más que ciñe aqueste verde prado
de su corriente arroyo el agua fría,
mi cuello enlazó Acis, que, enredado,
esconderse en mí el triste parecía;
en dulce lucha y amoroso juego,
dieron al corazón las lenguas fuego."
Venció, en fin, la memoria, y coronados
de perlas Galatea entrambos ojos,
sobre los hilos de oro derramados,
de aljófar Scila vio varios despojos;
ablandó, cual discreta, sus cuidados,
venció con sus razones sus enojos.
Prosiguió Galatea el fatal cuento,
paróse el mar y suspendióse el viento.
"Los premios del amor nos incitaban,
la soledad y sombras persuadían,
y el ver cómo las vides se abrazaban
con los hermosos chopos y se asían;
también dos tortolillas nos mostraban,
en besos dulces, cuánto se querían:
todo era, en fin, amor, que amor triunfaba
hasta en la hierba que en el prado estaba.
"Tiemblo al decirte: igual a aquel que toca
álamo, bien que altivo, el alto cielo,
de una lóbrega cueva el ancha boca
pobló soberbio; estremecióse el suelo;
prestóle humilde asiento una alta roca,
zampoña pastoril, igual consuelo;
retumbó el monte, de sus silbos lleno;
lloró su propio mal, cantó el ajeno.
"El líquido cristal, que se abrazaba
y con lascivo juego se extendía,
temeroso a las voces que escuchaba,
esconderse en sí mismo pretendía.
Yo, triste, que de miedo le negaba
aliento al flaco pecho y lengua fría,
así escuché la causa de mi muerte
cantar mi rostro y lamentar su suerte":
"No la envidia del cielo, el prado hermoso,
ya por mejor color, ya por bordado
de hermosas flores, ni con cuello hojoso
el ciprés a las nubes encumbrado;
no del arroyo aquel color lustroso,
ya en aguas libre, ya en cristal atado,
ni juntos ciprés, prado, cristal frío,
igualan la beldad del dueño mío.
"No el indomable toro más airado,
ni con ancianos brazos extendida,
resiste a su pastor, ni al enojado
viento resiste más la encina herida;
no está más sordo el fiero mar turbado,
ni víbora cruel más ofendida,
que sorda está, que fiera está y airada,
en oyendo mi voz, mi prenda amada.
"Compite al blando viento su blandura
—de cisne blanca pluma— y en dudosa
suerte la iguala de la leche pura
la nata dulce y presunción hermosa;
en su beldad promete y su frescura
del hermoso jardín el lirio y rosa.
Y si mis quejas, ninfa hermosa, oyeras,
leche, pluma, jardín, flores vencieras.
"No al soberbio ladrido el temeroso
gamo, ligero tanto, iguala al viento
—que los deseos deja, presuroso,
atrás, corrido del lebrel exento—,
como, al mirarme, el prado del pie hermoso
no siente de mi dueño el blando asiento.
Mas ¿qué me espanto de que al viento igualas
si el amor y mi suerte te dan alas?
"Sosiega el rostro de la mar airado
con el divino tuyo, ninfa mía;
merezca, si lo puede un desdichado,
con sólo verte, un rato de alegría;
borde tu rostro un campo dilatado
de azul cristal, y gloríese este día
ser la primera vez que su ancho velo
sirve a mi hermoso sol de ser su cielo.
"Exento del invierno y del verano,
parte del monte el alabastro puro
puebla, competidor de aquesa mano,
del tiempo envidia, cual tu pecho duro;
desiguales labores forma ufano,
de que serás su dueño ya seguro,
y piensa competir, altivo, al cielo,
pues lo tiene de ser al sol del suelo.
"Dan sombra al Etna, más que el alto ceño
ya de soberbias rocas o encumbrados
tejos y lauros, tuyos, dulce dueño,
si dellos ser gustases, mis ganados;
el campo esconden cuando en blando sueño
están, de pacer hartos, desatados;
número y cuenta excede su grandeza,
que el contarlo lo tengo por pobreza.
"Envidia del oriente y de la aurora,
de pámpanos hermosos coronado,
los apacibles olmos bello dora
el racimo, a sus ramos abrazado;
de rojo y gualda, la copiosa Flora
el manzano te ofrece, matizado,
y por despojos de tu mano hermosa,
guarda el blanco jazmín y abierta rosa.
"Las cobardes castañas, ofendidas
de la tardanza de tu blanca mano,
segunda vez se esconden de corridas
en su amarillo erizo; el verde llano
vuelve a guardar las flores producidas,
con que un tiempo pensó impedir, ufano
—mas mi dicha cruel no lo consiente—,
de olor el aire y de beldad su frente.
"El manso silguerillo, que, alentado,
bañándose en el agua, caluroso,
compite al ruiseñor el delicado
acento, en tono, por mi mal, lloroso,
nenias canta a mi muerte; que, si amado
el árbol por su canto y más dichoso,
al escuchar su voz, mi bien, süave,
dudaras cuál es flor o cuál es ave.
"No fue naturaleza tan avara,
antes franca conmigo, de sus bienes;
ni es tan rústica, no, mi frente y cara,
ni son tan feas mis valientes sienes.
Testigo me es el agua hermosa y clara
del odio injusto que a mi rostro tienes,
pues corre murmurando después ella
de que no me quisieses, ninfa bella.
"Mira qué grande soy: no está en el cielo
Júpiter —que decís arroja, airado,
rayos al mundo— tal, ni el ancho suelo
tal le pintó cuando le ve enojado.
Sirve a mis hombros de espacioso velo
el áspero cabello derramado,
¿y quién no estar al hombre bien confiesa
el vello grueso y duro y barba espesa?
"Ciñe mi larga frente un ojo; el cielo,
como el hermoso sol, lo alumbra solo;
suegro te doy a aquel que el ancho suelo
abraza altivo de uno al otro polo;
tu rey es y señor; si gustas, vélo,
más que la hermana del hermoso Apolo.
Mira que quien no teme el rayo airado
tiembla a tu blanco pie, mi dueño amado.
"Sufriera tu desdén, triste, sufriera
mis dolores y penas inmortales;
si compañía en otros tristes viera,
pasáralas; mas ¿quién tan desiguales?
¡Que así tu esquiva mano, que así quiera
la causa ser de mis perpetuos males!
¡Ay, yedra ingrata, a muro ajeno asida!
¡Y, ay, paciencia, más larga que mi vida!
"Arda en tus ojos él, arda en tu pecho;
que él sentirá de aqueste brazo airado
la furia que gobierna a su despecho,
lo que un cíclope puede desdeñado.
Por estos campos quedará deshecho
el tierno cuerpo de tu dueño amado,
y gustarás, en fin, que así lo quieres,
ver siempre parte dél por donde fueres."
"En vano el fiero, con terrible acento,
amenazas y amores lamentaba,
y su terrible voz el manso viento,
mas no en vano, sereno, dilataba;
cuando, dejando el espacioso asiento,
los arrogantes pasos gobernaba
con un soberbio pino que traía;
temblaba el Etna donde el pie ponía.
"Cual el valiente toro que ha perdido
de la vacada el reino, que, enojado,
espanta el bosque con feroz bramido,
desafía al contrario, confiado
en que algún duro roble habrá vencido
el duro imperio de su cuerno airado,
así el cruel, de amor y enojo ciego,
llenó frente y narices de humo y fuego.
"Volvió la vista do a mis ojos daba
plata en el cuello y en las hebras oro
aquel que mis entrañas abrazaba,
aquel que era mi gloria y mi tesoro;
vio que en mi cuello mi Acis se enlazaba
—¡ay, causa justa de mi amargo lloro!—;
encontróse el amor y enojo, y pudo
—¿quién duda?— armado más que no un desnudo.
"Venció el enojo, en fin, venció, y, airado,
dando una gruesa peña al brazo exento,
temblando el Etna al grito levantado,
y sacándola ardiente de su asiento:
—'Será la vez postrera que abrazado
mire mi bien, mi mal’, dijo; y el viento
la voz trujo y la piedra, y en un punto
me vi en la mar y vi mi bien difunto.
"Lo que los hados permitir quisieron,
de mi divino amante los despojos
en esta clara fuente los volvieron,
que cada día aumenta mis enojos.
Aquéste el lugar fue donde le vieron
para no verle más mis tristes ojos,
y ésta, la fuente hermosa y cristal frío,
amarga siempre por el llanto mío."
- Rechtsinhaber*in
- Antonio Rojas Castro
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- TextGrid Repository (2024). Fábulas mitológicas del Siglo de Oro. Fábula de Acis y Galatea. Fábula de Acis y Galatea. Fábulas Mitológicas del Siglo de Oro. Antonio Rojas Castro. https://hdl.handle.net/21.11113/0000-0013-BE47-6