Hijo fue digno del autor del día
el peligroso y alto pensamiento
que pudo acreditar con su osadía,
si no feliz, famoso atrevimiento;
costosa emulación, nueva porfía
ceder mortal a no mortal intento,
culpa gloriosamente peregrina
que su fama adquirió con su rüina.
Terror puso en las sombras del Erebo
a negro rey, magnánimo ascendiente
que tuvo a Marte en conjunción y a Febo,
a luz menos benévola que ardiente;
horóscopo fatal, asunto nuevo,
genio nunca al temor retrocediente,
sobre los horizontes que alcanzaba
claros indicios de su origen daba.
En el archivo eterno del decoro
quedará la memoria celebrada
del que estrellas pisando en carro de oro
desenfrenó la luz con mano osada;
en cuya muerte del mejor tesoro
(aromática pompa) coronada
sacro Erídano viste su ribera
de los que Alcides álamos venera.
Esta empresa inmortal, causa del llanto
fértil en muerte del osado hermano,
es el claro sujeto de mi canto,
si mejor luz me diere mejor mano,
que sin este favor no puede tanto
el vuelo levantar ingenio humano,
sin que alterado mar de su locura
por el nombre le dé la sepultura.
En los montes de Arcadia y su ribera
entre náyades ninfas, nonacrinas,
Siringa ninfa en sus cristales era
más pura que las aguas cristalinas.
Ésta siempre siguió la ley severa
de la triforme luz, y las divinas
pisadas imitó del coro sacro
con aplauso debido al simulacro.
Más que las fieras que persigue, brava,
con su contrario al mismo hielo ofende;
del hombro suyo reluciente aljaba
de vivas flechas guarnecida pende;
blandiendo el asta en quien Amor templaba
más nobles armas su hemisferio enciende:
tal se mostró en defensa del troyano
Belona humana en el sangriento llano.
En reluciente forma isleño alado
timbre es sublime de su rostro bello,
mas cede de dos soles alumbrado
al nítido diáfano del cuello;
del licencioso viento, al viento dado,
vuela el oro sin orden del cabello,
despreciando preceptos en su frente
de aguja de cristal, de acero ardiente.
De los volantes coros la armonía
describe suspensión, milagros canta;
cuantas Flora fragrantés hijas cría
son tributo aromático a su planta,
fértil contacto a cuya fantasía
Ceres de la gran madre se levanta,
ávida de la lumbre más perfeta
que en la esfera de Amor formó cometa.
Al de las selvas dios se ofrece, cuando
cerdosa fiera busca en verde llano,
vengar al muerto joven deseando
a quien de amor la madre llora en vano.
Mas cede el duro acero, al rayo blando,
que hiere el corazón, rinde la mano.
¡Oh milagro de amor que llegó junto
de sólo el primer paso al postrer punto!
«Honor del bosque y dignidad del prado
—dice a la ninfa el fauno, temeroso—:
¿eres la madre del misterio alado
que tomó bella forma en reino undoso,
o la que ciego sigue el coronado
de diadema de luz en carro hermoso?
¿Dejaste de ser árbol de victoria
por mayor triunfo y más debida gloria?
Eres Cintia en mis selvas, eres bella
alma de Amor que, tutelar al Mayo,
si resplandeces sol, flagras estrella,
si lumbre enciendes, vivificas rayo;
nuevo norte feliz de mi querella,
remedio y causa del mejor desmayo,
que en el deliquio de su fuego mismo
contiene el amoroso parasismo.
Si mi consorcio acetas, yugo blando
te ofrece Arcadia en tálamo florido,
y en dignidad suprema el bosque honrando
al gran dios destas selvas por marido.»
Huye la ninfa cándida dejando
el lugar de su estampa enriquecido;
caprino pie en la seca arena informa
torpe carácter sobre bella forma.
Anhelante deidad favor invoca
en el inicuo trance a su luz pía,
diciendo: «A ti, Diana, sólo toca
defender con tu honor la causa mía.»
Mas el postrer acento ya la boca
a materia insensible reducía,
hecha ya verde cálamo la planta,
emulación de Dafne y de Atalanta.
Desta alterada forma sale arguta
ansia animada en no formado canto,
cual revoca de si cóncava gruta
que se arrojó supersticioso encanto.
Suspensión a la fístula tributa
—que admiró ninfa—, el que la inunda en llanto;
ella responde al susurrar del viento,
sin llanto, flébil, y sin voz, concento.
Endechas son en bosque armonioso
singultos, bien sentidos, mal formados
acentuando en cuerpo ya frondoso,
suspiros de dolor alimentados;
lo que al fauno sujeto fue amoroso
débil es caña, y son sus pies alados
inmóvil tronco; acentos sus gemidos
de afectos y de números vestidos.
De aquí formó Mercurio el instrumento
siete juntando cálamos en uno,
contra el que guarda el misterioso armento
con cien estrellas por quietud de Juno;
dulce fue, si letal, el blando acento
del albogue, que entonces oportuno
le fue con su letárgica armonía
emulación süave de Talía.
Cual suele vaporear dulce Iieo
cuando la acción vital turba y derriba,
néctar fue soporífero el leteo
del canto a quien vigilia cede viva;
escuro simulacro de Morfeo
cubrió de negro eclipse luz argiva,
ya sus cien ojos lumbres quedan muertas
al ver cerradas y a la muerte abiertas.
Asió al cediente monstruo del cabello
mano al castigo eterno destinada,
y del gran tronco dividiendo el cuello
tiñe en reflejo ardiente de la espada.
La intacta flor del fértil prado bello
del esparcido humor quedó manchada;
una mano fatal en sombra escura
dar pudo a cien estrellas sepultura.
A sueño yace eterno conducido
el que con ojos ciento no dormia;
meridial es el golpe que ha podido
su costodia quitar, su luz al día;
mas de celoso afecto conmovido
furor celeste el viento dividía;
orbe sin luz le halla, sus estrellas
extintas, ya postrado el polo dellas.
Cede a mayor efecto la constancia,
opaco yace el monte luminoso,
ya la nunca omitida vigilancia
cayó en el seno del común reposo;
del que dio luz a la mayor distancia
llega la sombra al reino tenebroso,
de cuya negra barca conducido
sulca los golfos del eterno olvido.
No la deidad quejosa se reprime,
antes, si llanto exhala, interna enojos,
viendo que a la gran madre el tronco oprime
que tantos animó lucientes ojos;
y en el bello pavón la diosa imprime,
sellados como en urna, los despojos.
Del vago adorno el pájaro bizarro
con nueva presunción conduce el carro.
Juno, más ofendida que vengada,
el agravio no olvida, antes, celosa,
de ponzoñoso estímulo tocada
dejó la vaca infelizmente hermosa.
La pacífica bestia, atormentada
de la mortal materia venenosa,
a fugitivo paso llega a donde
su origen claro el Nilo nos esconde.
Cediendo al fin en solitaria arena,
ni con formada voz ni con bramido,
imperceptible por los aires suena
flébil queja, dolor no interrumpido;
mueve justa piedad injusta pena
al que, si ya no amante, condolido,
de la diosa templó el celoso intento
con el nunca violado juramento.
Por las estigias aguas le ha jurado
el que vibra los rayos con su mano
—del violento furor, del fuego alado,
generosa fatiga de Vulcano—
de no violar del himeneo sagrado
el recíproco lazo soberano.
Acetada la voz, expreso el pacto,
pía seguridad nace del acto.
La primitiva le concede forma
alta pasión que le quitó la suya,
cuando piedad alterna se conforma
en que a su mismo ser se restituya.
Ninfa ya miembros cándidos informa,
viste deidad, porque de Amor se arguya
a cuanto se extendió el poder celoso
en un eterno pecho desdeñoso.
0 ya recato, o ya costumbre fuese,
tanto del nuevo ser se deleitaba
que siguió clara fuente donde viese
la perfecta materia que animaba;
claros ecos buscó donde se oyese,
aunque de miedo de bramar callaba.
Humana voz confirma humano acento,
cabello y no melena esparce al viento.
Ésta fue diosa, y de ella tuvo el mundo
al gran hijo, más claro que su abuelo,
gloriosa producción, semen fecundo,
rayo feliz de lo mejor del cielo.
Si primer no lugar, lugar segundo
joven menospreció, que en todo el suelo
Epafo sólo el preceder le impide
al hijo ilustre del que el tiempo mide.
Y la alta emulación, que no consiente
en balanzas iguales niveladas
(las que influyeron astros altamente)
acciones de ambicioso honor guiadas,
de la ardiente deidad al hijo ardiente
odio y quejas causó que, desatadas,
da a beber las espumas del quelidro
la venenosa invidia en poco vidro.
Hízose obstinación la diferencia
de los que en luz paterna compitieron;
infeliz, por muy clara, la ascendencia
no benévolos astros influyeron;
efectos de ira, rayos de violencia
de costoso discrimen procedieron
en que el hijo de flechas luminosas
tales articuló voces quejosas.
Con el que informó el padre, cuya mano
modera rayos, rayos de oro extiende,
mortal asunto, pensamiento humano
en ambiciosa paridad contiende:
«¿Esplendor puede haber que no sea vano
con el que vivifica cuando esplende?
¿testificar no ves de polo a polo
quién de vida y de luz es autor solo?»
Sus voces interrumpe voz esquiva,
y el ofendido ináquides responde:
«Más ignorante presunción que altiva,
Faetón, a tus palabras corresponde.
¿Sabes que me dio forma la luz viva
del que sobre la luz habita, donde
brazo vibra inmortal el rayo ardiente
del cielo vengador gloriosamente?
Que este, pues, dios mi eterno padre sea,
padre de Apolo, mira los altares,
que no hay mármol ni bronce que no vea
esta verdad en más remotos lares.
El ser tú hijo de la luz febea
con mejor testimonio es bien que aclares:
¿juzgas que basta para darte padre
la incierta fe de tu ambiciosa madre?»
Huye corrido el hijo de Climene
(ansia inmortal de pena poderosa)
y del veneno que en el alma tiene
ambición alimenta generosa.
Oráculo materno a buscar viene
con afrenta segura y fe dudosa
cuando a esparcirse el rosicler comienza
elocuencia fue muda la vergüenza:
«Madre, o me desengaña, o me quieta
—dice a Climene el joven más osado—,
¿dime, soy hijo del mayor planeta
que conduce áureo carro al mar salado
y del que con distante y recta meta
trópicos y equinoccios ha formado?
Mi afrenta advierte y tu piedad elija
más que aplauso falaz verdad prolija.»
Ella al dolor cediente en pena tanta,
vuelta al padre común levanta el cuello;
pegósele la voz a la garganta
erizadas las hebras del cabello;
mas, entrándose en sí, cobrando cuanta
suspensión dio a la afrenta, el rayo bello
del sol eclipsa —esto diciendo—, y bebe
las mismas perlas que su cielo llueve:
«Corpóreo ser ha dado a tu semblante,
formando tu materia en sus despojos,
el que, depuesto el carro rutilante,
duerme en la mar entre corales rojos;
el deifico señor, el dios amante,
no percibida luz de humanos ojos,
el que sólo conduce a nuestra esfera
estío, otoño, invierno y primavera.
Si lo que callo desto y lo que digo,
incrédulo Faetón, dudas agora,
daréte al común padre por testigo
que la región habita del aurora.
Deja el materno nido, ya enemigo,
que el Euro blando que en sus campos mora
dará satisfacción a tus deseos
donde el sol nace en reinos nabateos.»
Dijo, y el joven temerario aceta
verificar la duda que le ofende,
cuyo norte es mental aquella meta
que el camino al honor abrir pretende;
y como vuela rápido cometa
que al supurarse su materia extiende,
y, exhalación corusca de centellas,
instantáneo carácter forma dellas,
tal en dudosa fe partió Faetonte
al trópico que abrevia nuestro día.
Huye las ursas y el nevado monte
que tiene su provincia siempre fría;
fijos los polos vio en el horizonte,
pisó la equinoccial derecha vía
llegando por la zona sólo ardiente
al atrio sacro del señor de Oriente.
El gran palacio del señor de Délo,
en asiento fulgente colocado,
en rectángulo cuadro está en el cielo
de líneas espirales coronado;
feliz labor en ático desvelo
émulo fue del jónico cuidado;
del superior metal arde la puerta
a la meta de Alcides descubierta.
Los ámbitos que informan el tablero,
distinta proporción en peso grave,
del sitio circulando el grueso entero
hacen que el eje en sus convexos trabe.
Paralelos describen el crucero
en simétrica planta, cuya nave
en serie igual contiene desiguales
brillantes frontispicios arcuales.
Nítido el muro desvenó el argento,
y las estatuas del metal más fino
muestran en el clarísimo ornamento
digna labor de artífice divino;
en plana forma luce el pavimento
que a su materia sólida convino:
no hay remoto lugar, ni oculta parte
donde no ostente su grandeza el arte.
Tributo es de Pactólo el rubio techo,
licencioso reflejo de luz pura,
en lata división, y forma a trecho
el orden que venera la escultura;
diseño grande en nuevas líneas hecho
manifiesta en primor de arquitectura
divididos del año sus efectos,
superados del arte sus conceptos.
Entre una y otra dórica coluna,
por eterno arquitecto repartida,
la blanca Cintia se percibe en una
forma del rubio hermano dividida;
sigue la formación y no hay ninguna
parte inferior sin traza compartida;
de pesante metal máquinas graves
sustentan las cornisas y arquitrabes.
Forman nuevo esplendor, si no elemento,
de rayos que en sus círculos se giran,
carbunclos en cristal por ornamento
que a ser el fuego elemental aspiran;
y, sustentando el áureo firmamento,
animan las estatuas y respiran
erigiendo con círculos rotantes
relojes, astrolabios y cuadrantes.
Los follajes supremos son menores,
mas los reflejos que a la vista ofrecen
forman en perspectiva resplandores
que no se dejan ver y se parecen;
friso de oro los une, y, superiores,
tanto en honor del arte resplandecen
que Cupidos desnudos y lascivos
en ardiente festón parecen vivos.
Corona las lucientes proporciones
de apolíneo metal flamante cielo,
donde los esculpidos medallones
son milagro fabril del escarpelo;
uniforme comparte formaciones
por la circunferencia el paralelo,
y los últimos puntos giran dentro
a terminar sus líneas en su centro.
Esta que informa cúpula su cima
luz distribuía al medio globo entero,
y la figura que sobre ella anima
de incógnito metal orna el crucero.
Pomposa majestad aquí sublima
este lugar que es último y primero,
donde en ardiente pompa perfecciona
cándido cetro y nítida corona.
No es lo menos ilustre del palacio
que en nichos que informó metal sonoro
el rubí ardiente, el pálido topacio,
lucida afrenta están haciendo al oro,
de oblicua proporción distinto espacio,
cuanto de signos terno en alto coro
a la luz forma curso y la divide
y traspasar sus límites le impide.
El animal de Coicos que ligero
abrió el seno de Tetis inconstante,
norte después al que surcó primero
las ondas atrevido navegante,
raptor lascivo es, en forma fiero,
mentido nadador y dios amante.
Hijas luego de Leda dos estrellas
en amar se conforman y en ser bellas.
De Cancro retrocede el gran planeta,
y antes que torne, al austro encaminado,
última estampa línea, erige meta,
de luz rayante en trópico formado,
al que la clava de Hércules sujeta,
líbico rey de rayos coronado,
Erígone, logrando sus fatigas,
estrellas dora tantas como espigas.
Igual nivela siempre su hermosura
el ponderado símbolo de Astrea;
de leroz signo luego mal segura
cede a monstruo mayor la luz febea;
de su arco la cuerda flecha dura
Quirón biforme, y pródiga Amaltea
opuesto forma trópico, y en éste
rayos ostenta el Egipán celeste.
Derramando el tributo de Nereo,
su casa guarda el celestial Neptuno,
y, vertiendo su líquido trofeo,
vecino es a los peces oportuno;
viaje claro al término febeo
paralelos describe, y cada uno
tiende sobre el zafir luciente velo
de la color con que nos miente el cielo.
Ninguna arquitectura es diferente,
ni dista su labor de la primera;
lo dibujado sí, que variamente
artífice sutil muda y altera,
como freno del mar la arena algente
de muralla le sirve en su ribera,
en el término mismo que la puso
el que lugar y centro lo dispuso.
El gran rector del húmido elemento
de marítimas ovas coronado,
cortando a Tetis el instable argento,
discurre undoso, volador no alado;
nadantes aves de cerúleo asiento
itineran el piélago salado,
y coros de nereidas asistentes
bello le hacen círculo obedientes.
Neptuno en concha argéntea predomina
los verdes golfos cuyos senos ara,
sigue el rubro timón turba nerina
cuando de espumas viste el agua clara;
de los ganchosos ramos de su mina
nunca Tetis se vio menos avara,
émulo nacar del mejor diamante,
su proa la región surca inconstante.
Fraterna unión del coro panopeo
selva de ninfas aparente enseña,
donde impugnado vio mayor deseo
gran cíclope de ninfa zahareña;
bellas náuticas hijas de Nereo
dosel gozan opaco de una peña,
Eco en si quiebra última ajeno acento
en voz quejosa articulando el viento.
Por culpa ajena en lazos de diamante
yace, a más duro escollo vinculado,
el imán que desnudo vio el amante
al marino suplicio destinado,
cuando el denuedo argólico volante,
caló de amor y de sí mismo armado,
y en digno vencimiento indigna gloria
tanta premió beldad, tanta victoria.
Sobre brillante argento dibujada,
de la materia el arte no vencida,
mentida forma, si deidad alada,
volante fue raptor del garzón de Ida.
Ninfa, después laurel, aun no alcanzada,
muestra el que rayos llora en su huida,
escultura que ser ejemplo quiso,
y en fugitiva culpa estable aviso.
Del arco ya Eurídice concedida
al incrédulo esposo estaba, cuando,
por volverla a mirar, la ve perdida,
acentos numerosos acordando;
pero después, en selva ensordecida,
a femenil dureza el pecho blando
cede y el son canoro a quien tributo
le pagó el reino del eterno luto.
Por campo undoso el robador de Europa
el apacible peso conducía,
viscosa el mar, el viento alada tropa
de invidiosos secuaces le ofrecía;
sin norte no, bien que a bajel sin popa
con ardiente fanal Amor es guía,
cuyo triunfo feliz en la ribera
sobre florido tálamo le espera.
En su polo luciente Casiopea,
del rigor de las ninfas preservada,
por despojos de Alcides piel nemea
con ella en áureo nicho está informada;
inalterable en su candor Astrea
vive a región más pura trasladada,
cuando la corrompida edad del hierro
enorme dio materia a su destierro.
E! hijo de Liríope la fuente
del líquido cristal menos inflama
que a la amorosa ninfa que le siente
no menos sordo, cuanto más le llama;
si no espejo, venganza transparente
amor propio la dio, que propia llama
Fénix es que renueva y tiene viva
con aviso ejemplar su culpa esquiva.
El gran pastor que vio desnuda en Ida
de tres deidades competida gloria
a Venus áurea prenda dio, vencida
de su cabello, en premio de victoria;
quejosa Juno, Palas ofendida,
quisieron demolir de la memoria,
como del muro, el claro perjuicio
que a sus beldades intimó el juicio.
Obras eternas informando, en una
parte dibuja descripción brillante,
del que nació gigante y en la cuna
a tres dragones se mostró gigante,
cuyo natal, alivio a la fortuna,
presago fue del fatigado Atlante
cuando, a peso mayor capaz, ostenta
la cerviz del león que orbes sustenta.
Fluido el oro en mansa parte Leda,
no percibe el sentido si le mueve
este al engaño cándido de Leda,
el rubio dio metal que a Dánae llueve;
blanco globo de Juno en láctea rueda
la plata exúbero, cendró la nieve,
ardiente es la materia que no brilla
en no menor que eterna maravilla.
En verde selva, en bosque luminoso,
de cándida pared resalta el verde
venéreo mirto, cuyo honor frondoso
entre solares rayos no se pierde.
El árbol que respeta el venenoso
diente, porque a su tronco nunca muerde,
besa las plantas de la planta sólo
regada con las lágrimas de Apolo.
El triunfo dedicado a su decoro,
premio del vencedor, vuela Atalanta,
bien que los globos encantados de oro
remoras son tenaces a su planta;
nunca pudo el jardín del sabio moro
cultivar frutos de codicia tanta
mejor que el joven que intimó, felices,
freno a! desdén, a la ambición raíces.
Robó de su candor los alhelíes
de ambición venatoria el accidente,
cuando el humor los trasladó rubíes
de la mina que abrió celoso diente;
entre cuyas centellas carmesíes,
no perdonada del arpón ardiente,
del hijo bella madre en perlas lava
mal herida beldad de deidad brava.
Negra tormenta en el luciente muro
las hondas exprimían de Aqueronte,
percebido a su lumbre el reino obscuro
el brazo ardiente ministro de Bronte;
la calígine densa, el aire impuro,
sulfúrea exhalación de Flegetonte
fabril le deberá esplendor eterno
el de la blanca espuma obscuro [yjerno.
Iris inalterable el arco tiende
coronando diáfanos cristales
uniforme en color, no cual se extiende
lampos pacificando celestiales;
a cuya luz el arte se aprehende,
que animó piedras y formó metales,
donde líneas pudieron los buriles
admirar duros y morder sutiles.
La fulminada gente en otra parte
suplicios dignos de la culpa halla,
que blandió lanza y tremoló estandarte
contra el Olimpo en desigual batalla.
En ardiente deidad esplende Marte
luz de su diestra, rayos de su malla,
y el sudor de Vulcano en flechas vibra
el que sus cursos a los orbes libra.
Bella, aunque varia, está la varia diosa
que con mano incapaz su rueda rige,
nunca neutral y siempre peligrosa,
a veces condenando lo que elige;
sublima derribados, poderosa,
estatuas postra que ella misma erige,
muda con los efectos el semblante
y sólo en sus mudanzas es constante.
Al que menos merece más estima,
y desestima más al que merece,
indignos pechos su inconstancia anima,
culpas aplaude, aplausos desvanece;
ingrata ofende, desigual lastima,
cumple sin prometer, falta si ofrece;
licenciosa pasión, cuya porfía
aborta monstruos y prodigios cría.
Razón es voluntad, fuerza su intento,
los preceptos observa que no arguye,
hurta al valor el premio y al talento
y lo que no fue deuda restituye;
sabe hiiir del que la sigue atento,
y sabiendo alcanzar al que la huye
sólo cierta en su misma incertidumbre
hace naturaleza esta costumbre.
Del error juvenil parcial amiga
desprecia la deidad del tiempo cano;
y la rueda fatal con que castiga
asida tiene a la derecha mano;
del mérito ejemplar se desobliga,
con ella la razón se alega en vano,
la ley impugna, la verdad desmiente,
y sabe no aprobar lo que consiente.
Reina de casos, diosa de accidentes,
tabla del tiempo en que su agravio escribe,
que en hacer de culpados inocentes
aplausos halla y vanidad concibe.
Juzga como pasados los presentes,
y al tribunal de la razón inhibe,
que en la libre región de su albedrío
la razón obedece el desvarío.
Culpa y disculpa en la mayor porfía
voluntarioso error, pasión exenta,
en cuya injusta afrenta y demasía
sólo es satisfacción la misma afrenta;
enigma de ambición y tiranía,
cuenta varia sin orden, cuya cuenta
los méritos premiando con enojos,
absuelve culpas y disculpa antojos.
Entre los cuatro vientos la formaron
sobre el vagante reino de Neptuno,
y con tal inconstancia la animaron
que la mueve y la altera cada uno;
de virtud atributos dibujaron
postrados a sus pies, y no hay ninguno
que ofendido no llore el escarmiento
del tribunal de aquesta diosa exento.
Luego, en soberbio carro, un tierno infante,
cuyo el cielo poder teme y admira,
de alas vestido en arco de diamante
ciego no yerra, aunque vendado tira;
con licenciosa flecha penetrante
acredita las fuerzas de su ira;
cayados, cetros, armas y tiaras
ofrecen holocaustos a sus aras.
En el volante reino predomina
que por leve región le huye en vano;
la escama entre las olas y la espina
rinde tributo al inmortal tirano.
Humana potestad, ni ley divina
de las flechas se exenta de su mano:
deshace imperios y escuadrones rompe
y el orden de los hados interrompe.
Milagros de la madre Citerea
oficiosa de amor arte consuma,
y nerina beldad concha eritrea
rige con velas de su ociosa pluma.
Entre Tetis pintada y Galatea
la blanca hija de la blanca espuma
supedita su reino y deja el verla
con palor al coral, roja la perla.
Sobre el timón en brazos de Cupido
hija de Tetis a su margen llega,
el duro escollo deja condolido
que Polifemo con su llanto riega.
El promontorio asiente, conmovido,
y al trámite de Cipria, que navega,
no hay marina deidad sin don palustre
para honorar la pasajera ilustre.
En voluble región lúbrico seno,
tranquila la que nace en su ribera,
pinta a Neptuno el negro dios sereno
y al Amor por fanal de su venera;
sigue a ninfa del mar Tritón obsceno,
undosa potestad huye ligera;
Venus los remos de cristal suspende
y el fin lascivo de la fuga atiende.
El soberbio lugar Faetón advierte
que sobre el ecuator mira al ocaso;
el brillante esplendor no le divierte
puesta la mente en más difícil caso.
Penetra heroico pecho, alcázar fuerte,
constante fe introduce osado paso,
cuando el mayor lucero ya queria
los rayos desatar, soltar el día.
El atrio pisó apenas, cuando siente
que imperceptible luz su vista hiere,
entorpece el mirar, baja la frente,
termina la aprehensión o la difiere.
Paso, si confiado, reverente
al paterno sagrario le prefiere,
al rayo interponiendo atenta mano
de las especies que resiste en vano.
Sus ancillas, las Horas, el vestido
claro ministran con oficio atento,
a cuyo objeto aplican el sentido
haciendo emulación y envidia al viento;
de átomos volantes del olvido
constan madres aladas; del momento
dan alma al tiempo y tiempo al desengaño,
meta al día, plazo al mes, materia al año.
Tiene a la diestra mano una doncella
el padre de la luz poco distante,
a cuyo foco en siempre verde huella
respira el aura suavidad fragranté;
pródiga de esperanzas nació bella
más que de ricos frutos abundante,
los prados la tributan esmeraldas,
Pomona flores, Flora sus guirnaldas.
Coros pintados de lascivas aves
del blanco cuello de la ninfa penden,
y leves por sujeto, quejas graves,
en concento acordado no suspenden.
Rígido tribunal, voces süaves
de ciego alado dios mover pretenden;
compasivo recógelas Favonio,
de obscuro imperio claro testimonio.
Corona rubia Ceres el Estío,
que es del rayo solar vecino adusto;
poco tributo al mar conduce el río
en la sazón que guarda el nombre Augusto;
Tetis depone el ceño y pierde el brío,
y mercadante undívago, a su gusto,
las velas suelta, y sin cuidado alguno
ara el cerúleo campo de Neptuno.
De la madre común recoge el fruto,
premio final de pródigas fatigas,
en árida sazón cobrando astuto
el rubio honor de fértiles espigas;
de Ceres atesora el gran tributo
en rica parva, donde las hormigas
robo cometen providente al grano
que avaro agricultor impugna en vano.
Poco distante un viejo está sediento,
de tez sanguínea y barba no peinada,
a ministerios sórdidos atento,
de pámpanos la frente coronada.
Copia abundante, al cuerpo soñoliento,
la vid le ofrece culta que, lograda,
por holocaustos le presenta opimos
dulces uvas en fértiles racimos.
Plácido sí, mas apacible ofende,
como al vecino ardiente sigue luego;
a los rayos del sol su rostro enciende
capaz de alteración en su sosiego.
Promedia las sazones y pretende
el arbitrio común de yelo y fuego,
bien que con sed rígidamente austera
adusta el campo, enjuga la ribera.
Viejo en seco palor, de canas lleno,
el ánimo oprimiendo más valiente,
de natural color eclipsa ajeno
al gran planeta la serena frente;
a cuyos rayos de oro, opaco seno
hace su oposición por accidente,
émulo de la luz la tierra oprime
que en grillos de cristal atada gime.
Pone a los montes cándida corona,
severamente airado con la tierra;
duerme en sus lechos rígidos Belona
y en sus grutas a Tetis hace guerra,
cuyo flato mortal Eolo inficiona
cuando sus espeluncas desencierra;
ceden las verdes hojas a sus furias
no perdonando al tronco sus injurias.
Déstos es padre el venerable ingrato,
desconocido siempre y siempre amado,
susto del viento, sombra del recato,
o futuro mirándole o pasado;
desalienta el engaño, arriba al trato,
de sus alas él mismo no alcanzado;
con la fuerza menor de sus misterios
muda provincias y deshace imperios.
Estatuas muerde y mármoles digiere,
émulo de soberbios edificios;
alado vencedor colosos hiere,
cuyas rüinas son sus sacrificios;
sabe acortar lo mismo que difiere,
formando engaños verifica indicios;
de la tersa verdad padre celante
en incesable ser, leve y constante.
Interpreta la ley, la ley altera,
fuerza tiene invencible su flaqueza;
sobre los cetros su deidad impera,
termina y da principio a la nobleza;
verídicos anales en su esfera
archivan el valor y la bajeza;
desigualmente pone igual su brazo
límite al fin y términos al plazo.
Con fuerza inútilmente resistida
tiene dominio en varios accidentes;
pondera estimación que él mismo olvida,
atropella y levanta inconvenientes.
Las filatrices de la humana vida,
al rigor de su término obedientes
hilo Láquesis apta vitalicio
que Atropos corta en más crüento oficio.
Un libro en hojas de diamante puro
el obstinado viejo siempre muerde,
donde imprimió el honor con sincel duro
la gloria que por muerte no se pierde.
Minerva en él, con esplendor seguro,
el vencedor laurel conserva verde
que mereció magnánimo y constante
el digno aplauso del valor triunfante.
De mal talante las hazañas mira
que con voz inmortal el mundo aclama;
el denodado esfuerzo no le admira,
que todo lo produce y lo derrama;
los efectos de obsequio le dan ira,
no le ofende el valor sino la fama,
que sólo a su deidad pone ceniza
lo que sobre su imperio se eterniza.
Con plumas de sus alas la memoria
su esencia anima y deja encomendada
al clarísimo archivo de la historia
donde vive de olvido reservada;
émula allí del sol arde la gloria,
no de luz material, sino formada
del sudor generoso, a quien en vano
osa el diente roer del tiempo cano.
La eternidad que, estábil y constante,
del viejo alado el vago curso enfrena,
en grillos de densísimo diamante
los años y los siglos encadena;
ésta, de la inmortal virtud amante,
funda su templo en la región serena,
donde penden por triunfos de su suerte
alas del tiempo y armas de la muerte.
Apolo en venerando patrocinio
forma en tristerno coro alta corona,
estableciendo el ínclito dominio
de las felices aguas de Helicona;
y el soberano honor del vaticinio
con inmortal aliento perficiona;
y por lo que con sus números conserva
es tributario Marte de Minerva.
Los renombres latinos, cuyo ejemplo
norte será glorioso a los futuros
alumnos de la fama, los contemplo
del segundo morir siempre seguros;
cuyo claro esplendor consagra templo,
y libra de sus émulos oscuros
al valor en quien vive la venganza
que el asunto inmortal del tiempo alcanza.
Batallas, triunfos, mares descubiertos,
pechos soberbios, ánimos altivos,
que en sepulcros llorados como muertos
para nunca morir quedaron vivos;
ánimos generosos y despiertos,
cuyos claros trabajos excesivos
los inmortales nombres colocaron
donde tiempo y olvido no alcanzaron.
Este aplauso, y la luz que predomina
siempre invencible en generoso pecho,
o el hado inevitable que encamina
a lo que ha establecido por derecho
conducen al gran joven que camina
tras la esperanza del dudoso hecho.
Y ante el padre postrado la primera
voz del pecho expresó de esta manera:
«Si tu mente percibe y si previene
futuro evento, evento sucedido
por ti, señor, si en tu memoria tiene
clara preservación de oscuro olvido,
el único soy hijo de Climene
de tu esencia inefable producido,
si la verdad materna no me falta,
del trono ardiente en la deidad más alta.»
El autor de la luz al esforzado
Faetón, nueva prestándole templanza,
supuesto le responde, derivado
de eterna lumbre en reino sin mudanza:
«Osa que, felizmente confiado,
no frustrará mi amor tu confianza.
¿Qué causa no menor pudo que tanta
contra el curso solar mover tu planta?»
Arrebató la voz, y el impaciente
hijo le dice al padre que modera
con el eterno rayo y con la mente
los variados cursos de la esfera:
«Si tu luz es común, ¿por qué consiente
que obscuro viva y más obscuro muera
no me dando seña! donde se vea
que soy un rayo de la luz febea?
No quieras ya dejar, gran padre, inulta
la culpa que a mi ser y al tuyo ofende
del que malignamente dificulta
lo que de mi ascendencia comprehende;
de cuya duda el deshonor resulta
que el más terso esplendor manchar pretende.
Muévate a piedad, muévate cuanto
mi afrenta exageró materno llanto.
Meta de honor, y fatigable aliento,
norte fueron mental de mi porfía;
alas vistió de rabia el pensamiento
que ofendida razón tuvo por guía.
Pisé los atrios de tu firmamento
y el áurea cuna del nasciente día,
pasión que penetrara por los muros
de los imperios de Plutón obscuros.
Prenda conceda al fatigado pecho
de mi verdad tu cándida pureza,
así de Tetis el instable lecho
deponga al acogerte su fiereza,
y así, en su primer forma satisfecho,
deje tu amor la que vistió corteza,
cediente al tuyo el temerario fuego
del que al herir es lince y al ver ciego.»
Dijo, y Apolo le replica tierno:
«Climene, madre tuya, no te miente,
prole desciendes de mi seno eterno,
origen inmortal muestra tu frente».
Y aditándole el nítido gobierno,
que distingue las horas a la gente,
con protesto inmortal de fe pura,
esto a Faetón su padre le asegura:
«Porque deseches el injusto miedo
que con prolijas dudas te importuna,
cuanto quieras pedirme te concedo:
dispon tú mismo el hado a tu fortuna.
Con inviolable fe ligado quedo
por el averno imperio y la laguna
que ya es prenda verídica en el cielo
por lo que, ninfa, mereció su celo».
De la alta voz del juramento ufano
a su padre Faetón, autor del día
ser le pide una vez, y el soberano
carro de luz que eterna luz le guía.
Responde Apolo en el ceder humano:
«Parece a temeraria fantasía,
y declarar no quieras, fulminado,
ser de luciente esencia derribado.
Oponte a la invasión de tu destino
que tanto de tus límites se parte;
mortal cediendo al superior camino
de eterna luz necesitado y arte;
confía humano y no como divino
en soberanas obras quieras parle.
¿Mano a riendas poner quieres ajenas
cuando tú mismo a ti te desenfrenas?
Raudo el furor de los caballos mira,
de imperceptible movimiento horrendo;
línea de luz que paralelos gira,
nuevo curso diario disponiendo;
advierte al tramontar cuando su ira
el mayor continente estremeciendo
globos, tronos de luz, rotantes baña
de reino undoso en líquida campaña.
Los hálitos del austro la subida
de orbe emprenden convexo, donde luego
fuerza inmortal les hace reprimida,
con ser hijos del viento, espirar fuego.
Pondera el Gaditano la caída
que altera de las ondas el sosiego,
a cuyo ingreso el que en el golfo bulle
entre lechos algosos se zabulle.
Temor no, providente advertimiento,
te debe el pecho reducir severo,
que presago dolor en triste acento
me vocifera ya tu mal postrero.
Siente la oposición del firmamento,
y entre horrores lucientes Ouirón fiero
que, de sus flechas trémulas no parco,
temeridad alada infunde al arco.
¿La luz sobrada, el resplandor ardiente
del carro, de quien soy eterno auriga,
pides Faetón, y temerariamente,
usurparte el honor de mi fatiga?
El diáfano mira continente,
sólo estrecho confín a la cuadriga,
cuyo vuelo inmortal pudo sin plumas
espumar rayos, radiar espumas.
Percibe pues del movimiento rato
la dura oposición y el verdadero
peligro en que desprecias el recato,
que último en ti será y en mí primero.
No seas hijo al común padre ingrato,
que si trabuca el carro en punto fiero
harás efecto con que al cielo estorbes
el ponderado oficio de sus orbes.
Alas deshechas mira, cuyo vuelo
ardiente impone nombre a seno frío,
escalar presumiendo el alto cielo
poca cera con mucho desvarío;
incrédulo al temor, asiente al celo
y a la razón del tierno afecto mío:
¿has de tomar, Faetón, de un padre viejo
el peligroso carro y no el consejo?
¿Tú contra el firmamento has de oponerte
y, conductor de luz desalumbrado,
escurecer con atrevida muerte
cuanto tu genitor tiene ilustrado?
Limita los peligros de la suerte,
no anticipes los términos del hado,
no quieras en costosos desengaños
esperanzas frustrar y colmar daños.
Faetón, no solamente como osado,
mas como temerario el carro pides,
precipicio que habrás solicitado
si con tus fuerzas el osar no mides,
obra inmortal, peligro no arribado
de cuanto fatigó soberbio Alcides.
¿Y quieres tú escalando etéreos muros
trópicos abrasar, pisar coluros?
Cuanto produce el mar, la tierra cría
a tu intento rendido no contiende;
cuanto el Arabia culto al cielo envía
hoy de tu arbitrio y voluntad depende.
Deponga el ciego error tu fantasía,
pues el sobrado osar al cielo ofende,
y cese la ambición que sólo intenta
de efimeral aplauso eterna afrenta»
Dijo, y el corazón más generoso
con sed de gloria los efectos sigue;
designio ya infeliz más que animoso
con ambición de eterno honor prosigue;
no hay término de espanto peligroso
que el afecto resuelto le mitigue:
conductor del gran carro a nuestra esfera
quiere ser una vez, aunque postrera.
Sintiendo el peligroso desatino
del temerario más que osado intento,
en esta parte humano, autor divino
de luz, le pesa ya del juramento:
«Pues el hado —diciendo— y el camino
no quieres evitar del fin violento,
por útiles advierte mis precetos
de amor paterno y de razón efetos.
Si no impugna tu mente, ya obstinada,
aviso eterno en la difícil senda,
templa la fuga a la cuadriga alada,
menos usa el azote y más la rienda;
la parte superior huye elevada,
cuya altura es peligro sin enmienda,
sólo a promediar tu curso atento
evitarás de Tetis el aliento.
Del carácter diáfano no excedas,
templa y no des al auro trono prisa,
que el trámite estampado de las ruedas
luciente es norte que a tu curso avisa;
asunto licencioso no concedas
al desviar, y mente no indecisa
sino resuelta lleve en su constancia
dones de fe, timón de tolerancia.
La fortuna después del resto cure
tu carro a salvamento conduciendo,
y de mis vaticinios te asegure
infaustos nuncios de tu fin horrendo.»
Mas ya el tiempo llegó en que se aventure
alto principio al caso disponiendo.
¡Tú sentiste también, tardo Boote,
mover auriga nuevo osado azote!
Entre flechas de luz, afecto blando,
el asustado amor paterno asiente;
corusco le entregó diadema cuando
las riendas le fió del trono ardiente.
Mas ya el fraterno albor solicitando
la esposa de Titón sacó la frente;
perlas esparce y con invidia dellas
huyeron afrentadas las estrellas.
Las negras hijas de la sombra fría
a incierta luz apresurando el paso
reconociendo la dudosa vía
juntas se encaminaron al ocaso.
Y Etón, fuego espirante, en quien veía
padre presago el inmortal fracaso,
supeditando el nítido terreno
tasca feroz el espumoso freno.
El temerario nielo de Latona
formaba su luciente paralelo
los orbes ilustrando de la zona
del Austral polo en el zafir del cielo;
de rubias hebras inmortal corona
al tenebroso horror cortaba el velo,
la campaña alegrando el valle y monte
de su mal no advertido el horizonte.
Incauto volador deja su nido
llamando entre crepúsculos al día,
y sobre verde ramo florecido
despide la dulcísima armonía.
Ya el pacífico armento conducido
del atento pastor el silbo oía,
y a nueva luz que su hemisferio aclara
oficioso cultor los campos ara.
Mueve nadante pez algoso asiento,
sale Tritón del caracol marino;
próvido marinero esparce al viento
en cuadra forma el bien contexto lino;
azota el remo al líquido elemento,
gobierna ya el timón y gime el pino;
y el confuso rumor de la cadena
es un teatro de la eterna pena.
En el oficio de mayor cautela,
que de sangre alimenta su porfía,
se recoge al cuartel la centinela,
haciendo noche de la luz del día;
orden observa de aparente vela
la familia de Marte, que dormía,
divididas siguiendo las hileras
a paso denodado sus banderas.
Las campañas de Ceres adornaban
los honores de Palas verdaderos,
y en sus distintas órdenes guardaban
la división astados y flecheros;
armentos belicosos incitaban
en roncos ecos, en talantes fieros,
al son ardiente y al pavor canoro
que a Marte incita en el metal sonoro.
A venal rienda listo caminante
de volador no alado da la mano.
De los nocturnos hurtos el amante,
(puede ser que engañado), vuelva ufano.
Tú también lo estarás, mundo ignorante,
atendiendo la faz del sol en vano,
cuyo carro, hoy fatal, de fuego envía
sierpes en los crepúsculos del día.
Inadvertido error pisa, contento,
orbe convexo en globo cristalino;
desprecia la región pura del viento,
pisa en su esfera el superior camino;
cual suele por su líquido elemento
la gran hija del reino neptunino,
bella madre de Amor, surcar ingrata
en tronos de cristal campos de plata,
el atrevido joven coronando
iba de luz la superior esfera,
rayos vertiendo, ufanamente, cuando
toma ligada unión fuga ligera,
ya los vientos cornípedes vibrando,
castigo resonante en la carrera,
por líneas de turbada fantasía
ciego conduce ya la luz del día.
Y en vez de gobernar con lento freno
lo que apenas el Euro alado alcanza,
brazo atrevido de noticia ajeno
las dos aves azota de la lanza.
Cual suele despedir su rayo el trueno
cuando el humor exhala su venganza,
tal la cuadriga en precipicio ardiente
le bebe al Noto el hálito en su frente.
A la esperanza ya la puerta cierra,
metas inarribables ha pisado;
ciego, en golfos de luz, surcando yerra
piélago ajeno, error desalumbrado.
Su rüina fatal siente la tierra,
el celestial asunto variado.
¡Oh de mortales miserable suerte,
incierta vida y no dudosa muerte!
Cual nave que sin peso gobernada,
combatida en el mar, del viento infido,
ve contra el cielo a Tetis conspirada
en golfo incierto el norte ya perdido,
tal va la lumbre eterna mal guiada
del joven en su daño presumido.
Los ya volantes, animados truenos
ni sienten mano, ni obedecen frenos.
Arduas regiones los caballos hienden,
del curso propio divididos, cuando
al viento siguen que alcanzar pretenden
el ardiente elemento respirando;
y en su mismo furor tanto se encienden
que, el orden de los trópicos quebrando,
zona pisaron, donde efecto nuevo
fue perpendicular tu carro, Febo.
Baten las alas, curso más terrible
sobre las ursas impelidos mueven,
y donde el polo hallan inmovible
el mismo fuego que respiran beben.
Deponen el furor inaccesible,
a pasar adelante no se atreven;
lumbres polares en su fijo asiento
el tardo apresuraron movimiento.
El perezoso monstruo que a ninguno
fue formidable en su lugar sombrío
del sobrado calor silba importuno,
sintiéndose abrasar el pecho frío.
Opuesto a la invasión de luz Neptuno,
retrocediente el carro a su albedrío,
bebida no dejó sino tocada
el gran prodigio, la región salada.
El presumido astrólogo que mira
que la délfica luz su carro altera,
cuando por líneas tan diversas gira
paralelos distantes de su esfera,
cielo presiente airado, fatal ira,
viendo, a su horror y confusión primera
vuelto el fuego, la tierra, el agua, el viento,
nuevo formando caos, nuevo portento.
Mientras ardiendo y no alumbrando el cielo,
perdido corazón y no cobarde
las alas tiende, desplegando el vuelo
al daño, de que ya se advierte tarde;
divididos delinean contra el suelo
el yugo abriendo que en sus cuellos arde,
los que, oprimidos, tanto contrastaron
que los contextos áureos desataron.
Desuniendo el timón, bien que no roto,
siente auriga mortal, mortal efeto,
y en el mayor peligro ofrece voto
al claro padre en íntimo secreto;
mas como a sordo mar suele el piloto
tarde invocar contra el fatal decreto,
tal Faetón pide al ínclito lucero
favor en vano en el temor postrero.
La desorden de luz en lato vuelo,
de la carrera etérea variada,
no sólo al viento, al mar, y a todo el suelo
hace ofensa inmortal con mano osada;
mas ardiendo la máquina del cielo
el efecto sintió Belona airada,
y en horrenda deidad diosa funesta
yelmo, arnés, carros y coraje apresta.
El mensajero eterno, inconfidente,
al fuego pies alados no le fía.
llora ofendido, quéjase impaciente
al claro abuelo del que forma el día.
Rayos viste de horror deidad valiente,
a quien celosa red cauta envolvía
en amorosos lazos con aquélla
que en Chipre es reina y en el cielo estrella
Del tonante también airada esposa,
y en celícola unión el soberano
concilio, de la llama rigurosa
quejas esparce por el cielo en vano.
Opacamente Cintia lagrimosa,
viéndose sobre el carro del hermano,
destrenzando las nítidas madejas
llora perlas, fragancia exhala en quejas.
El primer elemento, que mantiene
sitio supremo sobre el aire blando,
límites vierte y centro no contiene
en su materia misma exuberando.
Vital aliento el aura ya no tiene
los cóncavos inanes ocupando,
cedientes al ignífero portento
los archivos diáfanos del viento.
El encendido carro bajó tanto
contra el árido globo de la tierra
que enjugó el mismo fuego el mismo llanto
que ya en su centro la gran madre encierra;
llama confusa, peligroso espanto
por los humanos indistinto yerra;
líquido humor exhala el verde prado
al fiero efecto del planeta airado.
Cauto el villano huye la vecina
llama inmortal de su cabaña adusta;
el coposo sagrado de la encina,
que planta ardió, ceniza es ya combusta;
queja postrera de fatal rüina
al cielo apela de sentencia injusta;
otra hoz esperó el fecundo trigo
cual voladora llama en su castigo.
Bellas tésalas ninfas navegando
las que contraria sed aguas devora,
dulces sirenas de su margen cuando
desnuda plata sus arenas dora,
las delicadas hebras, cuyo blando
lazo afrenta y prisión fueron de Flora,
cortan y exponen a mayor fiereza
por no verlas arder en su cabeza.
Cualquier osado pecho está cobarde
para impugnar el celestial decreto;
de inevitable mal no hay quien se guarde,
al cielo airado todo está sujeto.
El cuerpo mixto de los orbes arde
cediendo su materia al nuevo efeto,
de cuya llama en prodigioso espanto
contra Aquiles sus rayos guardó el Janto.
Ninfa del bosque, y semicapro astuto,
busca, para encorvarse, su ribera,
Doris, sedienta, el líquido tributo
a las undosas márgenes no espera;
vacuo cadáver el Danubio enjuto
vierte los peces de su margen fuera
que viendo sin humor la fértil vena,
última obstinación, muerde su arena.
Dulces endechas vierte en voz süave
el pez alado que a Meandro honora
y con velas de pluma es blanca nave
que al morir canta y en sus ondas mora.
En incendio común, única el ave
ya sus cenizas no conoce agora
ni las puede juntar, y en este ultraje
última teme ser de su linaje.
Rinde el soberbio más su fortaleza
v el más veloz su curso ya suspende;
líbica hircana y la mayor fiereza
al airado elemento el cuello tiende;
fatal cediendo a la común flaqueza
el mayor animal no se defiende,
cuya cerviz suspenso tuvo al Ganges
muros moviendo a debelar falanges.
El árbol de su honor destitüido
humo respira, y del agravio injusto
ceniza exhala el tronco dividido
del poderoso humor seco y adusto;
el álamo de Alcides escogido,
el mirto sacro v el laurel más justo
temen que el dios airado se le acuerde
de la que siguió ninfa y lloró verde.
El funesto ciprés, la sacra oliva,
corona de su monte el mayor pino,
con la del rayo exenta planta esquiva,
del victorioso honor símbolo dino,
ceden vencidos de la llama viva
a la segur fatal de su destino,
sin defenderse en la montaña el bronco
fundamento apoyado con su tronco.
Menos se opone e) árbol que es más fuerte,
ceniza es ya la más coposa haya,
fértil exhalación prodigio vierte
el seno religioso de Cambaya;
inanimada a conservarse advierte
expuesta roca en solitaria playa,
siendo en supuración de flores bellas
átomos de fragrancia sus centellas.
De nubes coronado el Apenino
nuevo furor elemental le enciende;
siempre de triunfos fértil el Quirino
soberbias llamas por su falda tiende;
cediente a nueva forma saxo Alpino
liquida el ser y su materia extiende
llamas; lágrimas son con que Pirene
del hijo se lamenta de Climene.
Primero peligró la mayor cumbre
del que por años y por nieves cano
de miembros fue eminente pesadumbre
y monte ya eminente es africano;
cuyo flamante exceso en viva lumbre
cala sediento al arenoso llano,
donde el carro y la lámpara febea
aborto fue de la montaña Etnea.
Las aguas se sorbió del gran lavacro
que hizo soberana su corriente
claro Jordán, que, para siempre sacro
gloria es su margen, gracia su torrente.
Del Erebo flamante simulacro
todo a su potestad lo ve cediente,
urna no, huesa enjuta a escama tanta
del Nilo es ya la séptima garganta.
Eufrates en Armenia, en Siria Oronte,
el que baña los reinos del Aurora,
arden, y con el raudo Termodonte
el que con labio alterno el margen dora.
Reconcentróse en el paterno monte
el que su origen claro esconde agora;
hijo de clara fuente no hay ninguno
que tribute cristales a Neptuno.
Bien que en común, particular arsura
tiñe la gente, seca la campaña,
que en cuanto al Nigris su corriente dura
no lava undoso, sino undoso baña;
bebióle su cristal la llama pura,
sed implacable que el tributo engaña
a Tetis que en sus márgenes espera
el clarísimo honor de su ribera.
Despojos de ceniza en orbe exhausto,
sombra caliginosa, caos impuro,
materias corrompidas, globo infausto,
cadáver son informe en tomo oscuro;
y cual termina en humo el holocausto
sórdido por sujeto en lugar puro,
tal en mustio dolor de llama injusta
yacer se vio la común madre adusta.
Bebió su mismo humor sedienta fuente
a viscosos negado hijos del río,
la tiberina rápida corriente
se expone adversa en cóncavo vacío,
de inconstante región el seno ardiente
su afrenta advierte en desigual bajío;
Tetis exhausta en íntima caverna
ondas no ya reliquias sólo interna.
Arde en su centro el líquido elemento,
y el gran rector de la cerúlea gente,
al no esperado y rápido portento
sumergió el carro, zabulló el tridente,
que no sufriendo el trémulo pavento
del nuevo ardor que entre las llamas siente
suelta rendido en la invasión horrenda
a escamoso caballo algosa rienda.
Muertas son muchas, vivas restan pocas
aves, ya no de Tetis, naufragantes;
su viscoso livor pierden las focas
de los volubles polos habitantes.
Licuefactas están las duras rocas,
perdiendo el ser y el nombre de constantes;
ya no ven a Neptuno las sirenas
escupir ondas ni azotar arenas.
Palemón, Mellcerta, Panopea,
deidades de las ondas cristalinas,
moviendo están contra la luz febea
fuerza inútil de escamas y de espinas.
Tu justicia clamando en vano Astrea
en ya seca región voces nerinas,
que no extingue la sed del gran portento
cuanto contiene el mar salado argento.
Ya lascivo Tritón no sigue leve
blanca napea que en amor le iguala;
moribundo delfín las ovas mueve
y entre conchas enjutas se resbala;
sedienta Tetis ya las algas bebe
y sus entrañas en vapor exhala;
y exhausto de sus líquidos cristales
perlas vomita el mar, vierte corales.
Eolo en las cavernas donde impera
al portento rendido poderoso
de Bóreas no concita la severa
temida fuerza en el imperio undoso;
reluciente invasión que de su esfera,
vertida con impulso luminoso,
hace guerra en sus cóncavos asientos
al proceloso albergue de los vientos.
Por donde no contigua halló la tierra
luz se introduce en el imperio oscuro,
sórdido teme rey y el antro cierra
de los lucientes rayos no seguro;
y por ciegas cavernas negra guerra
brama ofendida voz de pecho impuro,
a cuyo sordo horror, en ronco grito
ladró el Trifauce y borbolló Cocito.
El ministerio oscuro, la oficina
del ciego reino el claro efecto,
vierte sulfúreo llanto Proserpina,
llamas el terno vomitó de Alecto;
turba infernal y sórdida bocina
convoca el caos al gran Plutón sujeto,
y por la luz o por la voz que oyeron
los Cíclopes los golpes suspendieron.
De Escila alumnos Escirón y Tifeo,
Procrustes, Polifemo, Fitón pasma;
de veneno arma, esfinge, a Briareo,
y el Cerbero rabioso interna el arma;
estigia furia al fétido Leteo
horrendas sombras, hórrida fantasma
Carón conduce y llamas la Quimera
vomita a las hermanas de Meguera.
Cavilosos Diomedes, lestrigones
que la región habitan condenada;
ermitas furias, hidras y filones,
gente a dolor eterno destinada,
venenosas serpientes y gorgones,
exhalando la rabia atormentada,
forman confusamente conmovidos
frémitos, ululatos y alaridos.
La compaña rabiosa de Tiestes,
obscenas lamias, sórdidos titanes,
furiosamente dragonlinas vestes
de llamas rompen ofendidos manes;
y aunque impugnar los átomos celestes
prueban inútilmente leviatanes,
de ponzoñosa fuerza armado Atreo
despertó al soporífero Morfeo.
Estrépito y furor por la caverna,
silva de esfinges ya, brama de arpías,
arde con nueva sed la furia interna,
sobrando obstinación a sus porfías.
Y el rey de las tinieblas, que ansia eterna
en regiones vertió siempre sombrías,
viendo la luz en su región opaca
la flamígera voz del pecho saca:
«¿No se contenta el enemigo cielo
de vernos en tinieblas encerrados,
pisado centro del profundo suelo
en eterna región de condenados,
sino que quiere el que idolatra Délo
ciega luz conducir a mis estados,
donde si mis penates alumbrare
por ajeno tendré cuanto mirare?
Al eterno decreto contraviene,
no guarda división, ni observa fuero,
pues de la luz derecho exento tiene
el bajel del mortífero barquero;
defensa natural siempre conviene,
brazo mueva inmortal Cíclope fiero,
muestre ofendido el implacable infierno
eterna obstinación, desdén eterno.
Viertan obstinación los reinos atros,
donde nunca el suplicio vio penuria;
la negra advocación de mis báratros
vomite ofensas, exhalando furia;
flamígeros ostente sus teatros
el tenebroso reino de la injuria;
betún ardiente con sulfúreo vuelo
queme la tierra y deje opaco el cielo.
Como a rebeldes trata el firmamento
los que en el reino de tinieblas mira,
ejercitando el áspero tormento
que provoca a las armas de la ira;
y a su ambicioso fin el cielo atento
a deshacer el reino nuestro aspira,
donde soberbio induce por trofeo
rayos de luz que nunca vio el Leteo.
¿Gente mortal que a nuestro ser no iguala
antes a mis flagelos ya se humilla,
poniendo al cielo monstruosa escala
quitar no quiso a Júpiter la silla?
Y pues por Etna Estéropes exhala
la ardiente de su brazo maravilla,
atrabiliosa furia en vez de llanto
las fauces regurgiten del espanto.
Aclare su poder la negra diestra
que entre tinieblas hórridas habita;
el fin será de la venganza vuestra
de inmutable aprehensión meta prescrita;
y ya que la región contiene nuestra
si lumbre alada no, lumbre crinita,
obstinada desate su violencia,
rompa del centro a la circunferencia.
Sienta ya el aire en su región herido
de opuestos rayos el impulso alterno;
luego de afrentas propias impelido
las iras califica del infierno;
sus armas concitando, el ofendido,
ardiente imperio del suplicio eterno
no se limite al centro de la tierra:
haga al Olimpo en el Olimpo guerra.»
Dijo, y a la alta voz ladró el Cerbero,
y las fieras hermanas, conmovidas,
mesando están con riguroso acero
las viperinas hebras retorcidas;
bramó discordemente el coro fiero
y en mestísimo son fueron oídas
en luego eterno atormentadas voces,
martirios nuevos de ánimos atroces.
El gran Fabro de llamas coronado
con aplauso feliz el triunfo asiente,
contra los elementos dilatado
de centellas su ignífero accidente;
punto fatal y plazo destinado,
en que el efecto de su rayo ardiente
pueda, moviendo al firmamento guerra,
sorberse el mar y liquidar la tierra.
Horas sesenta sin ocaso el día,
y el día sin luz el duro caos informa;
comunicada luz no recibía
Delia opaca en menguante o llena forma.
Arde ya todo, y lo que ardido había
en globos de ceniza se transforma,
cuando, ofendida del luciente hijo,
árida madre al gran tonante dijo:
«Padre del cielo, si a la eterna altura
llega piedad, si alcanza justo ruego
mis adustas reliquias asegura
el portento infeliz cesando luego.
No exhale ya sulfúrea llama impura
de accidente mortal rápido fuego,
contenga el orbe su materia dentro
reducidas sus fuerzas a su centro.
Guardado el continente de su esfera,
dese a la luz benéfico ejercicio,
quede extinto el furor que el cielo altera
de mi seno fructífero el oficio;
que no tendrá, si el fuego persevera,
gente el mundo, ni el cielo sacrificio,
antes verás, si ya a auxiliar faltares,
desnudos de holocaustos tus altares.
Si castigo se debe a los mortales,
¿por qué padece el impecable armento
—las fieras siendo en el suplicio iguales
con los que la región aran del viento—
y yo que, franca, expongo a tus umbrales
la aroma en sacrificio el y aliento,
cuyo vapor penetra al cielo inmenso
fragrancias exhalando en humo denso?
Cuanto el Arabia a tu deidad envía
sufragio puro, culto reverente,
con religioso afecto observa pía
la común madre de la mortal gente;
mi seno el elemento ya no cría
que de Ceres es alma su torrente
en asunto vital, y por su largo
ámbito nace dulce y muere amargo.
Tú, fértil diosa que los frutos mides,
defiende el reino tuyo que se pierde.
Alma madre de Amor, ¿por qué no impides
la adusta afrenta de tu mirto verde?
¿Y que olvidado, más que fuerte Alcides,
del álamo sagrado no se acuerde?
¿Cuándo Apolo el honor de Marte oprime,
por más que Dafne en sus cortezas gime?
El vivo resplandor, la llama ardiente,
si no se enfrena ya, cesará cuando
sorbido tenga el rígido torrente
del undoso elemento el seno blando;
horror volante que obstinadamente
las infernales armas dilatando,
ya celeste volcán llamas vomita,
cruento oficio de región precita.
¿Qué cometa enemigo es el que ha sido
causa sin ocasión de quejas tantas,
o qué pecho mortal tiene ofendido
del cielo las deidades sacrosantas?
Si culpa los humanos han tenido,
¿por qué padecen insensibles plantas,
superando la pena a la malicia
y a error particular común justicia?
Cuando de Proteo ya escamoso armento
le bebió a Tetis plata mal segura,
cuanto armado de plumas elemento
cortó sublime en la región más pura;
y a cuanto como madre di alimento,
agora doy adusta sepultura;
seno que fértil fue llamas espira
hecho a común ceniza negra pira.
No es afecto materno ya el que siente,
sino pia afección, común tormento,
a mis ojos negando llama ardiente
la exhalación del húmido elemento;
y pues el que animó benigno ambiente,
flato es de Atropos ya letal aliento,
piedad será la tuya, si restaura
al agua el ser y el ser vital al aura.
Las que Ceres cubrió vistosas cumbres
con el de espigas inundante llano,
hasta las eminentes pesadumbres
que suplicios ostentan de tu mano,
fueron no son opuesto a eternas lumbres
húmido radical de ellas en vano,
que en vano pone a prodigiosa fragua
su aliento el aire y su materia el agua.
Ya del portento el prodigioso exceso
la serie desunir pudo constante
de los etéreos cárdines que el peso
soltaron de los globos de diamante;
de los ardientes trópicos opreso
sacude la cerviz el viejo Atlante;
cuanta mole contiene el firmamento,
en sí misma librada pende al viento.
El reino de la luz al accidente
nuevo en sus polos ya no está seguro,
cuando discurre la materia ardiente
del eje puesto hasta el helado Arturo;
de llamas el furor incontinente
orbes inunda con su fuego impuro,
y con ojos de estrellas cielo airado
el primer caos informe ve formado.»
Cesó la diosa. El Padre, condolido,
del nieto consintió a la fatal hora,
el corazón tocando que ha podido
tantas costarle perlas al aurora.
Cayendo muere el joven presumido,
flecha es eterna, eterna vengadora.
Eridano piadoso le recibe
y urna en su blando seno le apercibe.
Tembló la tierra que sufrir no pudo
la fuerza del efecto fulminante;
esparció su ceniza el ya no rudo
tronco cediente a la deidad tonante;
embrazó Marte su luciente escudo,
ceden los hombros del mayor gigante,
materias desunidas no informaron,
pero reliquias y en su ser temblaron.
Como en la exhalación de nube opaca
previene el lampo al formidable trueno,
cuando la luz etérea parte saca
y busca el aire en su región sereno,
que porción menos densa, en parte flaca,
aborta el fuego del preñado seno,
y en cándido faro) celeste trompa
ígnea compele a que impelida rompa,
tal va cayendo del mayor planeta
teñido el hijo en el humor sangriento,
y condolida la mortal saeta
errar quisiera el golpe y el intento.
Admiraron los orbes el cometa
que ni tierra exhaló ni formó el viento,
costísimo prodigio, pero bello,
bello rostro alumbró con su cabello.
Tranquilo le cogió de la ribera
al osado Faetón el cristal blando;
uno y otro elemento se modera
dos contrarios sujetos abrazando.
Respeta el Nilo, el Ganges hoy venera
al que, su clara margen coronando
de luz, le debe al inito misterio
el tener de la aguas el imperio.
Caíste ya, Faetón, cediste al hado.
Rayos de fama en llamas inmortales
antorchas son del túmulo sagrado
que acompañan con luz tus funerales.
Y el valor alumbrando, no arribado,
te sirven hoy los orbes de fanales,
tu fama a mejor luz restitüida,
por honor inmortal dio mortal vida.
Los hijos de su aliento fugitivo
por trámites diversos se esparcieron,
el céfiro buscaron genitivo
los que en el seno a Tetis no cayeron;
de la tonante mano el eco altivo
el etéreo ligamen desunieron;
roto ya el carro en formidable lampo
eje y timón recoge adusto campo.
Trópicos variados y coluros
arden los más remotos horizontes,
claros por occidente los escuros
tristes avernos impios Aquerontes.
Faltando a Tetis en undosos muros
montes de agua y piélagos de montes
es arenoso banco el Ponto Euxino
y selva en que el abeto alumbra al pino.
En nubes los vapores concitaba
más vengado tonante que ofendido,
por ver si con sus hálitos templaba
el efecto de llamas extendido,
mas ya a la blanca Tetis le faltaba
eficaz alimento presumido,
para extinguir las llamas de Vulcano
hecho el undoso reino estéril llano.
Al doloroso trance prevenido
larde llegó mestísima Climene,
dolor también fraterno conmovido
surcando propio mar de llanto viene;
y apenas el mancebo humedecido
del mármol siempre undoso que lo tiene,
rubias le ofrece lágrimas el coro
que arroja el ámbar y que invidia el oro.
Materno afecto unido el sacro pío,
más compasivo y menos tolerante,
Climene suelta el lagrimoso río
que sacrificio vino a ser fragante;
el golpe inunda de la flecha impío,
que pasó el corazón de madre amante,
y estas quejas al cielo encomendadas
ella las dice y son de Amor dictadas.
«Tú que asistes en coro soberano
genitor claro de la luz febea,
más justo fuera con piadosa mano
al cielo trasplantar tu ilustre idea
que entregar a las llamas de Vulcano
al tierno joven, y al rigor de Astrea.
Sobra tuvo de honor, pero no falta,
pecho que osó emprender cosa tan alta.
¿Qué rigurosa fuerza de destino
a la meta inmortal de tu carrera
cortó los pasos y cerró el camino
que a nueva luz formaba, nueva esfera?
Para ser infeliz naciste dino
de los rayos de gloria verdadera,
donde pudo eclipsarse mejor día
tu atrevimiento y la desdicha mía.
Flecha fatal vistió de sombra obscura
el generoso espíritu y ardiente,
cuyo aliento mortal pisó la pura
región de eterna luz resplandeciente;
mas no segunda al alto osar ventura,
hijo, precipitaste infelizmente,
donde incesables pagarán mis ojos
su líquido tributo a tus despojos.
Hecho ceniza ya el cabello veo
que esparció al viento el nítido tesoro,
y en seca llama el inmortal trofeo
de la afrenta mayor que tuvo el oro;
cielo poco propicio al gran deseo,
si no tu muerte, acreditó mi lloro,
viendo la luz de honor que fue más pura
el eclipse fatal de sombra oscura.
Venganza injusta, adulterado celo,
dieron materia y causa de castigo
al común padre y al tonante abuelo,
abuelo no, tonante y enemigo;
y si recato fue del alto vuelo
preservador auxilio, brazo amigo
debido afecto de piedad mostrara
si entre gémina luz te colocara.
Será tu nombre ejemplo lastimoso,
más infeliz que el infeliz osado
que volando entre nubes, animoso,
quedó en cerúleos globos sepultado.
Tú pudiste, en el padre luminoso
y en el abuelo claro confiado,
no sólo acreditar tu pensamiento,
sino honrar nueva estrella el firmamento.
Tú, clarísimo padre, nunca enjuto,
a anochecer tus márgenes empieza;
sea de hoy más tu líquido tributo
urna de llanto, aplauso de tristeza.
Coro de blancas náyades con luto,
interno en verdes troncos, la fiereza
de la flecha mortal deje grabada,
porque crezca la fama encomendada.
Carácter lastimoso informe en breve
túmulo, si en él cabe dolor tanto,
el inmaturo fin que a piedad mueve
a los impíos baratíos del espanto;
y a la clara región de Tetis lleve
la causa del llorar, quien lleva el llanto;
undosa Glauco ponga la corona
al que murió pisando ardiente zona.
Alma inmortal, esencia no alterada,
esencia no alterada, aunque ofendida,
sombra de su prisión ya desatada
y a la región de Tetes conducida,
si por esto tuvieres olvidada
la viva ofensa de tu muerta vida,
vuelve los ojos al dolor materno,
incesable sufragio en llanto tierno.
Esta es la tea nupcial que preparaba
a tálamo feliz, amor primero,
con flecha fulminar de eterna aljaba
de osado joven corazón sincero.»
Cesó, no el llanto, y Febe que lloraba
con fraterno dolor el trance fiero.
sólo en el corazón de rayo abierto
distingue madre viva, de hijo muerto.
Faetusa, dolorida y destrenzada,
las afrentas del oro suelta al viento,
y, de Lampecie triste acompañada,
flébil dolor esparce, amargo acento,
claro humor que en materia adulterada,
en la margen del Po tomando asiento,
inalterable haciendo su existencia
pudo mudar la forma y no la esencia,
cuyas tiernas reliquias esparcidas
Amor las viste y culto las acoge,
y, derramadas sí, mas no perdidas,
aromático seno las recoge,
donde gloriosamente reducidas
fruto, si amargo, fértil hoy descoge,
sujeto que debido a mejor plectro
fertilidad sudando llora electro.
Inmóviles las plantas se fijaron
vueltos en ramas sus ebúrneos cuellos,
cuyos miembros cortezas informaron
transformados en hojas los cabellos.
Y álamos siempre verdes coronaron
al Pado rey, quedando troncos bellos
a quien protege Alcides, y, felices,
cándido aroma exhalen sus raíces.
Fértilísimas lágrimas sabeas,
cuyo precioso ser, no adulterado,
dríades las veneran y napeas,
con fin atento y próspero cuidado,
fueron allí dos urnas amal teas,
de que vertió la copia humor sagrado,
cuantas contiene en su feliz Arabia,
feliz por esto, y por guardarlas, sabia.
Canora, al bien ardido, voz le debe
el que será su cándido registro,
plumas vistiendo de animada nieve
en los undosos senos de Caístro.
Agua, si tierra no, le será leve,
y Cigno, ya no rey, sino ministro
hoy fúnebre al hermano fulminado
sufragio es puro, sacrificio alado.
Eclipsada la luz del cielo, vino
al mundo si, mas que llorase. ¡Oh, cuánto
afectos puros de ánimo divino
no los puede aprehender humano canto!
Y pues la eterna esencia del camino
frágilmente mortal difiere tanto,
eterno plectro en cítara sonante
su inmortal llanto en claros himnos cante.
Eridaneidas, náyades, Nereo,
coro gentil de ninfas se juntaron,
hespérides llorosas que trofeo
de metal duro en sitio blando alzaron.
Y el pomposo dolor del Mausoleo
con epitafios cultos adornaron
urna, cuyos carácteres describen
muertos aplausos, lástimas que viven:
Cayó Faetón de la mayor altura,
conductor claro de la luz paterna;
a sobrado valor, faltó ventura,
mas no faltó a su muerte vida eterna.
Sufragios de dolor y sepultura
bella naya del Po le ofrece tierna.
Tú enfrena el pie y el llanto, fugitivo,
si muerto admiras al que lloras vivo.

Rechtsinhaber*in
Antonio Rojas Castro

Zitationsvorschlag für dieses Objekt
TextGrid Repository (2024). Fábulas mitológicas del Siglo de Oro. Fábula de Faetón. Fábula de Faetón. Fábulas Mitológicas del Siglo de Oro. Antonio Rojas Castro. https://hdl.handle.net/21.11113/0000-0013-BE41-C