Tragicomedia de Calisto y Melibea

nuevamente revista y emendada, con adición de los argumentos de cada un auto en principio. la cual contiene, demás de su agradable y dulce estilo, muchas sentencias filosofales y avisos muy necessarios para mancebos, mostrándoles los engaños que están encerrados en sirvientes y alcahuetas

El auctor a un su amigo

Suelen los que de sus tierras absentes se hallan considerar de qué cosa aquel lugar donde parten mayor inopia o falta padezca, para con la tal servir a los conterráneos de quien en algún tiempo beneficio recebido tienen. Y viendo que legítima obligación a investigar lo semejante me compelía para pagar las muchas merçedes de vuestra libre liberalidad recebidas, assaz vezes retraído en mi cámara, acostado sobre mi propia mano, echando mis sentidos por ventores y mi juizio a bolar, me venía a la memoria no solo la necessidad que nuestra común patria tiene de la presente obra por la muchedumbre de galanes y enamorados mancebos que possee, pero aun en particular vuestra misma persona, cuya juventud de amor ser presa se me representa haver visto y dél cruelmente lastimada a causa de le faltar defensivas armas para resistir sus fuegos, las cuales hallé esculpidas en estos papeles, no fabricadas en las grandes herrerías de Milán, mas en los claros ingenios de doctos varones castellanos formadas. Y como mirasse su primor, sotil artificio, su fuerte y claro metal, su modo y manera de lavor, su estilo elegante, jamás en nuestra castellana lengua visto ni oído, leílo tres o cuatro vezes, y tantas cuantas más lo leía, tanta mas necessidad me ponía de releerlo y tanto más me agradava y en su processo nuevas sentencias sentía. Vi no sólo ser dulçe en su principal historia o fición toda junta, pero aun de algunas sus particularidades salían deleitables fontezicas de filosofía, de otros agradables donaires, de otros avisos y consejos contra lisonjeros y malos sirvientes y falsas mujeres hechizeras.

Vi que no tenía su firma del autor, el cual, según algunos dizen, fue Juan de Mena y, según otros, Rodrigo Cota. Pero, quienquier que fuesse, es digno de recordable memoria por la sotil invención, por la gran copia de sentencias entrexeridas que so color de donaires tiene. Gran filósofo era. Y pues él, con temor de detractores y nocibles lenguas más aparejadas a reprehender que a saber inventar, quiso celar y encubrir su nombre, no me culpéis si en el fin baxo que lo pongo no expressare el mío, mayormente que, siendo jurista yo, aunque obra discreta, es ajena de mi facultad. Y quien lo supiesse diría que no por recreación de mi principal estudio, del cual yo más me precio, como es la verdad, lo hiziesse; antes, distraído de los derechos, en esta nueva lavor me entremetiesse. Pero aunque no acierten, sería pago de mi osadía. Assimesmo pensarían que no quinze días de unas vacaciones, mientra mis socios en sus tierras, en acabarlo me detuviesse, como es lo cierto, pero aun más tiempo y menos acepto. Para desculpa de lo cual todo, no sólo a vos, pero a cuantos lo leyeren, ofrezco los siguientes metros. Y porque conoscáis donde comiençan mis mal doladas razones, acordé que todo lo del antiguo autor fuesse sin división en un auto o cena incluso hasta el segundo auto, donde dize: “Hermanos míos” y etcetera. Vale.

El autor, escusándose de su yerro en esta obra que escrivió, contra sí arguye y compara

El silencio escuda y suele encubrir
La falta de ingenio y torpeza de lenguas;
Blasón, que es contrario, publica sus menguas
A quien mucho habla sin mucho sentir.
Como hormiga que dexa de ir
Holgando por tierra con la provisión,
Jactose con alas de su perdición,
LLeváronla en alto, no sabe dónde ir.
Prosigue
El aire gozando ajeno y estraño,
Rapiña es ya hecho de aves que buelan,
Fuertes más que ella por cevo la llievan,
En las nuevas alas estava su daño.
Razón es que aplique a mi pluma este engaño,
No despreciando a los que me arguyen;
Assí que a mí mesmo mis alas destruyen,
Nublosas y flacas, nascidas de ogaño.
Prosigue
Donde esta gozar pensava volando,
O yo de escrevir cobrar más honor,
Del uno y del otro nasció disfavor:
Ella es comida y a mí están cortando.
Reproches, revistas y tachas callando
Obstara a los daños de invidia y murmuros;
Insisto remando, y los puertos seguros
Atrás quedan todos ya cuanto más ando.
Prosigue
Si bien queréis ver mi limpio motivo
A cuál se andereça de aquestos estremos,
Con cuál participa, quién rige sus remos,
Apollo, Diana o Cupido altivo,
Buscad bien el fin de aquesto que escrivo
O del principio leed su argumento;
Leeldo, veréis que, aunque dulce cuento,
Amantes, que os muestra salir de cativo.
Comparación
Como el doliente que píldora amarga
O la recela o no puede tragar,
Métenla dentro de dulce manjar,
Engáñase el gusto, la salud se alarga.
Desta manera mi pluma se embarga,
Imponiendo dichos lascivos, rientes,
Atrae los oídos de penadas gentes,
De grado escarmientan y arrojan su carga.
Buelve a su propósito
Estando cercado de dubdas y antojos,
Compuse tal fin quel principio desata;
Acordé dorar con oro de lata
Lo más fino tíbar que vi con mis ojos,
Y encima de rosas sembrar mil abrojos.
Suplico, pues, suplan discretos mi falta;
Teman grosseros y en obra tan alta
O vean y callen, o no den enojos.
Prosigue dando razones porqué se movió a acabar esta obra
Yo vi en Salamanca la obra presente;
Movime a acabarla por estas razones:
Es la primera, que estó en vacaciones,
La otra, inventarla persona prudente;
Y es la final ver ya la más gente
Buelta y mezclada en vicios de amor.
Estos amantes les pornán temor
A fiar de alcahueta ni falso sirviente.
Y assí que esta obra en el proceder
Fue tanto breve cuanto muy sotil;
Vi que portava sentencias dos mil,
En forro de gracias, lavor de plazer.
No hizo Dédalo, cierto a mi ver,
Alguna más prima entretalladura,
Si fin diera en esta su propria escriptura
Catón o Mena con su gran saber.
Jamás yo no vide en lengua romana,
Después que me acuerdo, ni nadie la vido,
Obra de estilo tan alto y sobido
En tusca ni griega ni en castellana.
No trae sentencia de donde no mana
Loable a su autor y eterna memoria,
Al cual Jesucristo resciba en su gloria
Por su passión santa que a todos nos sana.
Amonesta a los que aman que sirvan a Dios y dexen las vanas cogitaciones y vicios de amor
Vos, los que amáis, tomad este enxemplo,
Este fino arnés con que os defendáis;
Bolved ya las riendas porque no os perdáis,
Load siempre a Dios visitando su templo.
Andad sobre aviso, no seáis de exemplo
De muertos y bivos y propios culpados;
Estando en el mundo yazéis sepultados;
Muy gran dolor siento cuando esto contemplo.
Fin
¡Oh damas, matronas, mancebos, casados,
Notad bien la vida que aquestos hizieron,
Tened por espejo su fin cual huvieron,
A otro que amores dad vuestros cuidados!
Limpiad ya los ojos, los ciegos errados,
Virtudes sembrando con casto bivir;
A todo correr devéis de huir
No os lance Cupido sus tiros dorados.

[Prólogo]

Todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla dize aquel gran sabio Eráclito en este modo: Omnia secundum litem fiunt. Sentencia a mi ver digna de perpetua y recordable memoria. Y como sea cierto que toda palabra del hombre esciente esté preñada, desta se puede dezir que de muy hinchada y llena quiere rebentar, echando de sí tan crecidos ramos y hojas, que del menor pimpollo se sacaría harto fruto entre personas discretas. Pero como mi pobre saber no baste a más de roer sus secas cortezas de los dichos de aquellos que por claror de sus ingenios merescieron ser aprovados, con lo poco que de allí alcançare satisfaré al propósito deste breve prólogo. Hallé esta sentencia corroborada por aquel gran orador y poeta laureado Francisco Petrarcha, diziendo: Sine lite atque ofensione nil genuit natura parens. ‘Sin lid y ofensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo’. Dize mas adelante: Sic est enim, et sic propemodum vniuersa testantur. Rapide stelle obuiant firmamento, contraria inuicem elementa confligunt, terre tremunt, maria fluctuant, aer quatitur, crepant flamme, bellum immortale venti gerunt, tempora temporibus concertant, secum singula nobiscum omnia. Que quiere dezir: “En verdad assí es, y assí todas las cosas desto dan testimonio: las estrellas se encuentran en el arrebatado firmamento del cielo, los adversos elementos unos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean las mares, el aire se sacude, suenan las llamas, los vientos entre sí traen perpetua guerra, los tiempos con tiempos contienden y litigan entre sí, uno a uno y todos contra nosotros”.

El verano vemos que nos aquexa con calor demasiado, el invierno con frío y aspereza. Assí que esto que nos paresce revolución temporal, esto con que nos sostenemos, esto con que nos criamos y bevimos, si comiença a ensobervecerse más de lo acostumbrado, no es sino guerra. Y cuánto se ha de temer manifiéstase por los grandes terremotos y torvellinos, por los naufragios y encendios, assí celestiales como terrenales, por la fuerça de los aguaduchos, por aquel bramar de truenos, por aquel temeroso ímpetu de rayos, aquellos cursos y recursos de las nuves, de cuyos abiertos movimientos, para saber la secreta causa de que proceden, no es menor la dissención de los filósofos en las escuelas que de las ondas en la mar. Pues entre los animales ningún género carece de guerra: pesces, fieras, aves, serpientes; de lo cual todo una especie a otra persigue: el león al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre, y, si no pareciesse conseja de tras el fuego, yo llegaría más al cabo esta cuenta. El elefante, animal tan poderoso y fuerte, se espanta y huye de la vista de un suziuelo ratón, y aun de solo oírle toma gran temor. Entre las serpientes, el vajarisco crió la natura tan ponçoñoso y conquistador de todas las otras, que con su silvo las asombra y con su venida las ahuyenta y disparze, con su vista las mata. La bívora, reptilia o serpiente enconada, al tiempo del concebir, por la boca de la hembra metida la cabeça del macho, y ella con el gran dulçor apriétale tanto que le mata y, quedando preñada, el primer hijo rompe las ijares de la madre, por do todos salen y ella muerta queda; él cuasi como vengador de la paterna muerte. ¿Qué mayor lid, qué mayor conquista ni guerra que engendrar en su cuerpo quien coma sus entrañas? Pues no menos dissensiones naturales creemos haver en los pescados, pues es cosa cierta gozar la mar de tantas formas de pesces cuantas la tierra y el aire cría de aves y animalias, y muchas más. Aristóteles y Plinio cuentan maravillas de un pequeño pece llamado echeneis, cuánto sea apta su propriedad para diversos géneros de lides; especialmente tiene una, que si allega a una nao o carraca la detiene, que no se puede menear aunque vaya muy rezio por las aguas; de lo cual haze Lucano mención diziendo: Non pupim retinens, Euro tendente rudentes, in mediis echeneis aquis, “No falta allí el pece dicho echeneis, que detiene las fustas cuando el viento Euro estiende las cuerdas en medio de la mar”. ¡Oh natural contienda, digna de admiración, poder más un pequeño pece que un gran navío con toda la fuerça de los vientos! Pues si discurrimos por las aves y por sus menudas enemistades, bien afirmaremos ser todas las cosas criadas a manera de contienda; las más biven de rapiña, como halcones y águilas y gavilanes; hasta los grosseros milanos insultan dentro en nuestras moradas los domésticos pollos y debaxo las alas de sus madres los vienen a caçar. De una ave llamada rocho, que naçe en el Índico, mar de oriente, se dize ser de grandeza jamás oída y que lleva sobre su pico fasta las nuves no solo un hombre o diez, pero un navío cargado de todas sus xarcias y gente. E como los míseros navegantes estén assí suspensos en el aire, con el meneo de su buelo caen y reciben crueles muertes. Pues ¿qué diremos entre los hombres a quien todo lo sobre dicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus enemistades, sus embidias, sus acelaramientos y movimientos y descontentamientos? ¿Aquel mudar de trajes, aquel derribar y renovar edificios y otros muchos afectos diversos y variedades que desta nuestra flaca humanidad nos provienen?

Y pues es antigua querella y visitada de largos tiempos, no quiero maravillarme si esta presente obra ha seído instrumento de lid o contienda a sus lectores para ponerlos en diferencias, dando cada uno sentencia sobre ella a sabor de su voluntad. Unos dezían que era prolixa, otros breve, otros agradable, otros escura, de manera que cortarla a medida de tantas y tan diferentes condiciones a solo Dios pertenesce. Mayormente, pues ella con todas las otras cosas que al mundo son van debaxo de la vandera desta notable sentencia: “Que aun la mesma vida de los hombres, si bien lo miramos, desde la primera edad hasta que blanquean las canas, es batalla”. Los niños con los juegos, los moços con las letras, los mançebos con los deleites, los viejos con mil especias de enfermedades pelean; y estos papeles con todas las edades. La primera los borra y rompe, la segunda no los sabe bien leer, la tercera, que es la alegre juventud y mancebía, discorda. Unos les roen los huessos que no tienen virtud, que es la historia toda junta, no aprovechándose de las particularidades, haziéndola cuenta de camino; otros pican los donaires y refranes comunes, loándolos con toda atención, dexando passar por alto lo que haze más al caso y utilidad suya. Pero aquellos para cuyo verdadero plazer es todo, desechan el cuento de la historia para contar, coligen la suma para su provecho, ríen lo donoso, las sentencias y dichos de filósofos guardan en su memoria para trasponer en lugares convenibles a sus autos y propósitos. Assí que cuando diez personas se juntaren a oír esta Comedia en quien quepa esta diferencia de condiciones, como suele acaescer, ¿quién negará que haya contienda en cosa que de tantas maneras se entienda? Que aun los impressores han dado sus punturas, poniendo rúbricas o sumarios al principio de cada auto, narrando en breve lo que dentro contenía; una cosa bien escusada según lo que los antiguos escriptores usaron. Otros han litigado sobre el nombre, diziendo que no se avía de llamar comedia, pues acabava en tristeza, sino que se llamasse tragedia. El primer auctor quiso darle denominación del principio, que fue plazer, y llamola comedia. Yo, viendo estas discordias, entre estos estremos partí agora por medio la porfía y llamela tragicomedia. Assí que viendo estas conquistas, estos díssonos y varios juizios, miré a donde la mayor parte acostava y hallé que querían que se alargasse en el processo de su deleite destos amantes; sobre lo cual fui muy importunado, de manera que acordé, aunque contra mi voluntad, meter segunda vez la pluma en tan estraña lavor y tan ajena de mi facultad, hurtando algunos ratos a mi principal estudio, con otras horas destinadas para recreación, puesto que no han de faltar nuevos detractores a la nueva adición.

Síguese la comedia o tragicomedia de Calisto y Melibea

compuesta en reprehensión de los locos enamorados que, vencidos en su desordenado apetito, a sus amigas llaman y dizen ser su dios. Assimismo hecho en aviso de los engaños de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes.

Argumento

Calisto fue de noble linage, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança, dotado de muchas gracias, de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, mujer moça muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero estado, una sola heredera a su padre Pleberio y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido el casto propósito della, entreveniendo Celestina, mala y astuta mujer, con dos servientes del vencido Calisto, engañados y por esta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleite, vinieron los amantes y los que les ministraron en amargo y desastrado fin. Para comienço de lo cual dispuso el adversa fortuna lugar oportuno donde a la presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea.

Argumento del primer auto desta comedia

Entrando Calisto en una huerta en pos de un falcón suyo, halló ahí a Melibea, de cuyo amor preso començole de hablar. De la cual rigurosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con un criado suyo llamado Sempronio, el cual, después de muchas razones, le endereçó a una vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado una enamorada, llamada Elicia, la cual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo llamado Crito, al cual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno, el cual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la cual mucho le dize de los hechos y conoscimiento de su madre, induziéndole a amor y concordia de Sempronio.
Pármeno. Calisto. Melibea. Sempronio. Celestina. Elicia. Crito.
Calisto

En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

Melibea

¿En qué, Calisto?

Calisto

En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotasse y fazer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcançasse, y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin duda, incomparablemente es mayor tal gualardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que, por este lugar alcançar, yo tengo a Dios ofrescido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡oh triste!, que en esto diferimos, que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventurança y yo, misto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu absencia me ha de causar.

Melibea

¿Por gran premio tienes este, Calisto?

Calisto

Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diesse en el cielo la silla sobre sus santos, no lo ternía por tanta felicidad.

Melibea

Pues aun más igual galardón te daré yo si perseveras.

Calisto

¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra havéis oído!

Melibea

Más desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual meresce tu loco atrevimiento, y el intento de tus palabras, Calisto, ha seído de hombre de tal ingenio como tú, mas no para se perder en la virtud de tal mujer como yo. ¡Vete, vete de ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en coraçón humano conmigo en ilícito amor comunicar su deleite.

Calisto

Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

Calisto

¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

Sempronio

Aquí estoy, señor, curando destos cavallos.

Calisto

Pues, ¿cómo sales de la sala?

Sempronio

Abatiose el girifalte y vine a le endereçar en el alcándara.

Calisto

¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebato perezcas o perpetuo intolerable tormento consigas, el cual en grado incomparablemente a la penosa y desastrada muerte que espero traspassa! ¡Anda, anda, malvado, abre la cámara y endereça la cama!

Sempronio

Señor, luego. Hecho es.

Calisto

Cierra la ventana y dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella que desseada a los afligidos viene! ¡Oh si viniéssedes agora Erasístrato, médico, sentiríades mi mal! ¡Oh, piedad de Seleuco, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!

Sempronio

¿Qué cosa es?

Calisto

¡Vete de ahí! No me hables; si no, quiçá ante del tiempo de mi raviosa muerte mis manos causarán tu arrebatado fin.

Sempronio

Iré, pues solo quieres padescer tu mal.

Calisto

¡Ve con el diablo!

Sempronio

No creo, según pienso, ir conmigo el que contigo queda. ¡Oh desventura! ¡Oh súbito mal! ¿Cuál fue tan contrario acontescimiento que assí tan presto robó el alegría deste hombre y, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré allá? Si le dexo, matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese, no me curo. Más vale que muera aquel a quien es enojosa la vida que no yo, que huelgo con ella. Aunque por ál no desseasse bivir sino por ver mi Elicia, me devría guardar de peligros. Pero si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Assaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar un poco desbrave, madure, que oído he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras porque más se enconan. Esté un poco; dexemos llorar al que dolor tiene, que las ‘lágrimas y sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido’. E aun si delante me tiene, más commigo se encenderá, que el sol más arde donde puede reverberar. La vista a quien objeto no se antepone, cansa, y cuando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir un poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré, que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Aunque ‘malo es esperar salud en muerte ajena’. E quiçá me engaña el diablo y, si muere, matarme han, y ‘iran allá la soga y el calderón’. Por otra parte, dizen los sabios que es grande descanso a los afligidos tener con quien puedan sus cuitas llorar, y que la llaga interior más empece. Pues en estos extremos en que estoy perplexo, lo más sano es entrar y sofrirle y consolarle, porque si possible es sanar sin arte ni aparejo, más ligero es guarescer por arte y por cura.

Calisto

¡Sempronio!

Sempronio

Señor.

Calisto

Dame acá el laúd.

Sempronio

Señor, vesle aquí.

Calisto
¿Cuál dolor puede ser tal
que se iguale con mi mal?
Sempronio

Destemplado está esse laúd.

Calisto

¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel que consigo está tan discorde, aquel en quien la voluntad a la razón no obedece, quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a una causa? Pero tañe y canta la más triste canción que sepas.

Sempronio
Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía;
gritos dan niños y viejos
y él de nada se dolía.
Calisto

Mayor es mi fuego y menor la piedad de quien yo agora digo.

Sempronio
(Ap.)

No me engaño yo, que loco está este mi amo.

Calisto

¿Qué estás murmurando, Sempronio?

Sempronio

No digo nada.

Calisto

Di lo que dizes, no temas.

Sempronio

Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un bivo que el que quemó tal ciudad y tanta multitud de gente?

Calisto

¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día passa, y mayor la que mata un ánima que la que quemó cient mil cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo pintado a lo bivo, como de la sombra a lo real, tanta diferencia hay del fuego que dizes al que me quema. Por cierto, si el de purgatorio es tal, más querría que mi espíritu fuese con los de los brutos animales que por medio de aquel ir a la gloria de los santos.

Sempronio
(Ap.)

Algo es lo que digo. A más ha de ir este hecho. No basta loco, sino hereje.

Calisto

¡No te digo que fables alto cuando hablares! ¿Que dizes?

Sempronio

Digo que nunca Dios quiera tal, que es especie de heregía lo que agora dixiste.

Calisto

¿Por qué?

Sempronio

Porque lo que dizes contradize la crestiana religión.

Calisto

¿Qué a mí?

Sempronio

¿Tú no eres cristiano?

Calisto

¿Yo? Melibeo só y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.

Sempronio
(Ap.)

Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. —

(Alto)

No es más menester, bien sé de qué pie coxqueas; yo te sanaré.

Calisto

Increíble cosa prometes.

Sempronio

Antes fácil, que el comienço de la salud es conocer hombre la dolencia del enfermo.

Calisto

¿Cuál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

Sempronio
(Ap.)

¡Ha, ha, ha! ¿Este es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congoxas? Como si solamente el amor contra él assestara sus tiros. ¡Oh soberano Dios, cuán altos son tus misterios! ¡Cuánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite pusiste por maravilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen, pungidos y esgarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la mujer dexar el padre y la madre; agora no solo aquello, mas a ti y a tu ley desamparan, como agora Calisto, del cual no me maravillo, pues los sabios, los santos, los profetas, por él te olvidaron.

Calisto

¡Sempronio!

Sempronio

Señor.

Calisto

No me dexes.

Sempronio
(Ap.)

De otro temple está esta gaita.

Calisto

¿Qué te parece de mi mal?

Sempronio

Que amas a Melibea.

Calisto

¿Y no otra cosa?

Sempronio

Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar cativa.

Calisto

Poco sabes de firmeza.

Sempronio

La perseverancia en el mal no es constancia, mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiéredes.

Calisto

Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

Sempronio

‘Haz tú lo que bien digo y no lo que mal fago’.

Calisto

¿Qué me repruevas?

Sempronio

Que sometes la dignidad del hombre a la imperfeción de la flaca mujer.

Calisto

¿Mujer? ¡Oh grossero! ¡Dios, Dios!

Sempronio

¿Y assí lo crees, o burlas?

Calisto

¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso, y no creo que hay otro soberano en el cielo, aunque entre nosotros mora.

Sempronio
(Ap.)

¡Ha, ha, ha! ¿Oístes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?

Calisto

¿De qué te ries?

Sempronio

Ríome que no pensava que havía peor invención de pecado que en Sodoma.

Calisto

¿Cómo?

Sempronio

Porque aquéllos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos, y tú con el que confiessas ser Dios.

Calisto

¡Maldito seas!, que hecho me has reír, lo que no pensé ogaño.

Sempronio

¿Pues qué, toda tu vida havías de llorar?

Calisto

Sí.

Sempronio

¿Por qué?

Calisto

Porque amo a aquella ante quien tan indigno me hallo que no la espero alcançar.

Sempronio
(Ap.)

¡Oh pusilánimo! ¡Oh fi de puta! ¡Qué Nembrot, qué Magno Alexandre, los cuales no sólo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

Calisto

No te oí bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

Sempronio

Dixe que tú, que tienes más coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar una mujer, muchas de las cuales, en grandes estados constituidas, se sometieron a los pechos y resollos de viles azemileros, y otras a brutos animales. ¿No has leído de Pasife con el toro, de Minerva con el can?

Calisto

No lo creo, hablillas son.

Sempronio

Lo de tu abuela con el ximio ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

Calisto

¡Maldito sea este necio, y qué porradas dize!

Sempronio

¿Escoziote? Lee los historiales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles y malos exemplos, y de las caídas que llevaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mujeres y el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca y verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles; mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos y moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho y lo que dellas dixere, no te contezca error de tomarlo en común, que muchas hovo y hay santas, virtuosas y notables, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías, que todo lo que piensan osan sin deliberar, sus dissimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su rebolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su sobervia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria y suziedad, su miedo, su atrevimiento, sus hechizerías, sus embaimientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería? Considera qué sesito está debaxo de aquellas grandes y delgadas tocas, qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas y autorizantes ropas. ¡Qué imperfeción, qué alvañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho: “Arma del diablo, cabeça de pecado, destruición de paraíso”. ¿No has rezado en la festividad de sant Juan, do dize: “Esta es la mujer, antigua malicia que a Adam echó de los deleites de paraíso. Esta el linaje humano metió en el infierno. A esta menospreció Helías profeta”, etc.?

Calisto

Di, pues, esse Adam, esse Salomón, esse David, esse Aristóteles, esse Virgilio, essos que dizes ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy más que ellos?

Sempronio

A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes qué hazen? Cosas que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor encomiençan el ofrecimiento que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros, denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga. Ensáñanse presto, apazíguanse luego. Quieren que adevinen lo que quieren. ¡Oh qué plaga, oh qué enojo, oh qué fastío es conferir con ellas más de aquel breve tiempo que aparejadas son a deleite!

Calisto

¿Vees? Mientra más me dizes y más inconvenientes me pones, más la quiero. No sé qué se es.

Sempronio

No es este juizio para moços, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

Calisto

¿Y tú qué sabes? ¿Quién te mostró esto?

Sempronio

¿Quién? Ellas, que desque se descubren, así pierden la vergüença, que todo esto y aun más a los hombres manifiestan. Ponte, pues, en la medida de honra; piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento que ponerse en más alto lugar que deve.

Calisto

Pues ¿quién yo para esso?

Sempronio

¿Quién? Lo primero eres hombre y de claro ingenio, y más, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuvo. Conviene a saber: hermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza; y allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal cuantidad, que los bienes que tienes de dentro con los de fuera resplandescen; porque sin los bienes de fuera, de los cuales la fortuna es señora, a ninguno acaesce en esta vida ser bienaventurado. Y más, a constellación de todos eres amado.

Calisto

Pero no de Melibea. Y en todo lo que me has gloriado, Sempronio, sin porporción ni comparación se aventaja Melibea. ¿Miras la nobleza y antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandecientes virtudes, la altitud y inefable gracia, la soberana hermosura, de la cual te ruego me dexes hablar un poco, porque haya algún refrigerio? E lo que te dixere será de lo descubierto, que si de lo oculto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

Sempronio
(Ap.)

¿Qué mentiras y qué locuras dirá agora este cativo de mi amo?

Calisto

¿Cómo es esso?

Sempronio

Dixe que digas, que muy gran placer havré de lo oír.—

(Ap.)

¡Assí te medre Dios como me será agradable esse sermón!

Calisto

¿Qué?

Sempronio

Que assí me medre Dios como me será gracioso de oír.

Calisto

Pues porque hayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

Sempronio
(Ap.)

Duelos tenemos. Esto es tras lo que yo andava. De passarse havrá ya esta importunidad.

Calisto

Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado que hilan en Aravia? Más lindos son y no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.

Sempronio
(Ap.)

¡Mas en asnos!

Calisto

¿Qué dizes?

Sempronio

Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.

Calisto

¡Veed qué torpe y qué comparación!

Sempronio
(Ap.)

¿Tú cuerdo?

Calisto

Los ojos verdes rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alçadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labrios colorados y grossezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el hombre cuando las mira. La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieve; la color mezclada, cual ella la escogió para sí.

Sempronio
(Ap.)

En sus treze está este nescio.

Calisto

Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas, los dedos luengos, las uñas en ellos largas y coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción que veer yo no pude, no sin dubda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres deesas.

Sempronio

¿Has dicho?

Calisto

Cuan brevemente pude.

Sempronio

Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno.

Calisto

¿En qué?

Sempronio

¿En qué? Ella es imperfecta, por el cual defecto dessea y apetece a ti y a otro menor que tú. ¿No has leído el filósofo do dize: “Assí como la materia apetece a la forma, así la mujer al varón”?

Calisto

¡Oh triste! ¿Y cuándo veré yo esso entre mí y Melibea?

Sempronio

Possible es. Y aún que la aborrezcas cuanto agora la amas podrá ser, alcançándola y viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

Calisto

¿Con qué ojos?

Sempronio

Con ojos claros.

Calisto

Y agora ¿con qué la veo?

Sempronio

Con ojos de alinde, con que lo poco paresce mucho y lo pequeño grande. Y porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

Calisto

¡Oh, Dios te dé lo que desseas! ¡Qué glorioso me es oírte!, aunque no espero que lo has de hazer.

Sempronio

Antes lo haré cierto.

Calisto

Dios te consuele. El jubón de brocado que ayer vestí, Sempronio, vístetelo tú.

Sempronio
(Ap.)

¡Prospérete Dios por este y por muchos más que me darás! De la burla yo me llevo lo mejor. Con todo, si destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. Bueno ando. Házelo esto que me dio mi amo, que sin merced impossible es obrarse bien ninguna cosa.

Calisto

No seas agora negligente.

Sempronio

No lo seas tú, que impossible es hazer siervo diligente el amo perezoso.

Calisto

¿Cómo has pensado de hazer esta piedad?

Sempronio

Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad una vieja barbuda que se dize Celestina, hechizera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que passan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá y provocará a luxuria si quiere.

Calisto

¿Podríale yo fablar?

Sempronio

Yo te la traeré hasta acá. Por esso aparéjate; seile gracioso, seile franco. Estudia, mientra voy yo a le dezir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

Calisto

¿Y tardas?

Sempronio

Ya voy. Quede Dios contigo.

Calisto

Y contigo vaya.

—¡Oh todo poderoso, perdurable Dios!, tú que guías los perdidos y los reyes orientales por el estrella precedente a Belén truxiste y en su patria los reduxiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que convierta mi pena y tristeza en gozo, y yo, indigno, merezca venir en el desseado fin.

Celestina

¡Albricias, albricias, Elicia! ¡Sempronio, Sempronio!

Elicia

¡Ce, ce, ce!

Celestina

¿Por qué?

Elicia

Porque está aquí Crito.

Celestina

Mételo en la camarilla de las escobas, presto. Dile que viene tu primo y mi familiar.

Elicia

¡Crito, retráete ahí! ¡Mi primo viene, perdida soy!

Crito

Plázeme, no te congoxes.

Sempronio

Madre bendita, ¡qué desseo traigo! Gracias a Dios que te me dexó ver.

Celestina

Hijo mío, rey mío, turbado me has. No te puedo hablar. Torna y dame otro abraço. ¿Y tres días podiste estar sin vernos? ¡Elicia, Elicia, cátale aquí!

Elicia

¿A quién, madre?

Celestina

A Sempronio.

Elicia

¡Ay, triste, qué saltos me da el coraçón! ¿Y qué es dél?

Celestina

Vesle aquí, vesle. Yo me le abraçaré, que no tú.

Elicia

¡Ay, maldito seas, traidor! ¡Postema y landre te mate y a manos de tus enemigos mueras, y por crímines dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas! ¡Ay, ay!

Sempronio

¡Hi, hi, hi! ¿Qué has, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

Elicia

Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste que en ti tiene su esperança y el fin de todo su bien!

Sempronio

Calla, señora mía. ¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego que está en mi coraçón? Do yo vo, conmigo vas, conmigo estás. No te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padescido. Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

Elicia

¿Quién? Un mi enamorado.

Sempronio

Pues créolo.

Elicia

¡Alahé, verdad es! Sube allá y verlo has.

Sempronio

Voy.

Celestina

¡Anda acá, dexa essa loca, que es liviana y, turbada de tu absencia sácasla agora de seso, dirá mil locuras! Ven y hablemos, no dexemos passar el tiempo en balde.

Sempronio

¿Pues quién está arriba?

Celestina

¿Quiéreslo saber?

Sempronio

Quiero.

Celestina

Una moça que me encomendó un fraile.

Sempronio

¿Qué fraile?

Celestina

No lo procures.

Sempronio

Por mi vida, madre, ¿qué fraile?

Celestina

¿Porfías? El ministro, el gordo.

Sempronio

¡Oh desaventurada, y qué carga espera!

Celestina

Todo lo llevamos. Pocas mataduras has tu visto en la barriga.

Sempronio

Mataduras no, mas petreras sí.

Celestina

¡Ay, burlador!

Sempronio

Dexa si soy burlador y muéstramela.

Elicia

¡Ha, don malvado! ¿Verla quieres? ¡Los ojos se te salten, que no basta a ti una ni otra! ¡Anda, véela y dexa a mí para siempre!

Sempronio

¡Calla, Dios mío! ¿Y enójaste? Que ni quiero ver a ella ni a mujer nascida. A mi madre quiero hablar. Y quédate a Dios.

Elicia

¡Anda, anda, vete, desconoscido, y está otros tres años que no me buelvas a ver!

Sempronio

Madre mía, bien ternás confiança y creerás que no te burlo. Toma el manto y vamos, que por el camino sabrás lo que, si aquí me tardasse en dezir, empidiría tu provecho y el mío.

Celestina

Vamos. Elicia, quédate a Dios. Cierra la puerta. ¡A Dios, paredes!

Sempronio

¡Oh, madre mía! Todas cosas dexadas aparte, solamente sey atenta y imagina en lo que te dixere y no derrames tu pensamiento en muchas partes, que quien junto en diversos lugares le pone, en ninguno lo tiene, sino por caso determina lo cierto. Quiero que sepas de mí lo que no has oído, y es que jamás pude, después que mi fe contigo puse, dessear bien de que no te cupiesse parte.

Celestina

Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad desta pecadora de vieja. Pero di, no te detengas, que la amistad que entre ti y mí se afirma no ha menester preámbulos ni correlarios ni aparejos para ganar voluntad. Abrevia y ven al hecho, que vanamente se dize por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.

Sempronio

Assí es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti y de mí tiene necessidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprovechemos, que conoscer el tiempo y usar el hombre de la oportunidad haze los hombres prósperos.

Celestina

Bien has dicho, al cabo estoy. Basta para mí mescer el ojo. Digo que me alegro destas nuevas como los cirugianos de los descalabrados; y como aquellos dañan en los principios las llagas y encarescen el prometimiento de la salud, assí entiendo yo hazer a Calisto; alargarle he la certinidad del remedio, porque, como dizen: “El esperança luenga aflige el coraçón”. Y cuanto él la perdiere, tanto gela promete. Bien me entiendes.

Sempronio

Callemos, que a la puerta estamos y, como dizen: ‘Las paredes han oídos’.

Celestina

Llama.

Sempronio

Tha, tha, tha.

Calisto

¡Pármeno!

Pármeno

Señor.

Calisto

¿No oyes, maldito sordo?

Pármeno

¿Qué es, señor?

Calisto

A la puerta llaman, corre.

Pármeno

¿Quién es?

Sempronio

Abre a mí y a esta dueña.

Pármeno

Señor, Sempronio y una puta vieja alcoholada davan aquellas porradas.

Calisto

¡Calla, calla, malvado, que es mi tía! ¡Corre, corre, abre!

(Ap.)

Siempre lo vi, que ‘por fuir hombre de un peligro, cae en otro mayor’. Por encubrir yo este hecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, caí en indignación d’esta, que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

Pármeno

¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿Y tú piensas que es vituperio en las orejas d’ésta el nombre que la llamé? No lo creas, que assí se glorifica en le oír como tú cuando dizen: “Diestro cavallero es Calisto”. Y demás desto, es nombrada y por tal título conoscida. Si entre cient mujeres va y alguno dize: “¡Puta vieja!”, sin ningún empacho luego buelve la cabeça y responde con alegre cara. En los combites, en las fiestas, en las bodas, en las confradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: “¡Puta vieja!”; las ranas de los charcos, otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dizen sus martillos; carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de estruendo forma en el aire su nombre. Cántanla los carpinteros, los peinadores, texedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas, con ella passan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas que son hazen, a do quiera que ella está, el tal nombre representa. ¡Oh qué ‘encomendador de huevos assados’ era su marido! ¿Qué quieres más?, sino que si una piedra topa con otra, luego suena “Puta vieja”.

Calisto

¿Y tú cómo lo sabes? ¿Y la conosces?

Pármeno

Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, mujer pobre, morava en su vezindad, la cual, rogada por esta Celestina, me dio a ella por sirviente; aunque ella no me conoce por lo poco que la serví y por la mudança que la edad ha hecho.

Calisto

¿De qué la servías?

Pármeno

Señor, iva a la plaça y traíale de comer y acompañávala; suplía en aquellos menesteres que mi tierna fuerça bastava. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía la nueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tinié esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios. Conviene a saber: labrandera, perfumera, maestra de hazer afeites y de hazer virgos, alcahueta y un poquito hechizera. Era el primero oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas moças destas sirvientes entravan en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino, y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar; y aun otros hurtillos de más cualidad allí se encubrían. Assaz era amiga de estudiantes y despenseros y moços de abades; a estos vendía ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuravan en esfuerço de la restitución que ella los prometía. Subió su hecho a más, que por medio de aquéllas comunicava con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito. E aquestas, en tiempo honesto, como estaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alva y otras secretas devociones, muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas, hombres descalços, contritos y reboçados, desatacados, que entravan allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía! Hazíase física de niños; tomava estambre de unas casas, dávalo a hilar en otras, por achaque de entrar en todas. Las unas: “Madre, acá”, las otras: “Madre, acullá”, “Cata la vieja, “Ya viene el ama”, de todas muy conoscida. Con todos estos afanes, nunca passava día sin missa ni bísperas ni dexava monasterios de frailes ni de monjas sin vesitar; esto porque allí hazía ella sus alleluyas y conciertos. Y en su casa hazía perfumes, falsava estoraques, menjuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mil faciones. Hacía solimán, afeite cozido, argentadas bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimientes, alvalinos y otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de corteça de espantalobos, de teraguncía, de hieles, de agraz, de mosto, destilladas y açucaradas. Adelgazava los cueros con çumos de limones, con turvino, con tuétano de ciervo y de garça y otras confaciones. Sacava aguas para oler de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselvia y clavellinas, mosquetadas y almizcladas, polvorizadas con vino. Hacía lexías para enruviar de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marruvios, con salitre, con alumbre y milifolia y otras diversas cosas. E los untos y mantecas que tenía es hastío de dezir: de vaca, de osso, de cavallos y de camellos, de culebra y de conejo, de vallena, de garça, de alcaraván y de gamo y de gato montés y de texón, de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla de las yervas y raízes que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y de mostaza, espliego y laurel blanco, bistorta rosa y gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oro y hojatinta. Los azeites que sacava para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuí, de alfócigos, de piñones, de granillo, de açofeifas, de neguilla, de altramuces, de arvejas y de carillas y de yerva paxarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que guardava para aquel rascuño que tiene por las narizes. Esto de los virgos, unos hazía de bexiga y otros curava de punto. Tenía en un tabladillo, en una caxuela pintada, unas agujas delgadas de pellijeros y hilos de seda encerados, y colgadas allí raízes de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacavallo. Hazía con esto maravillas, que cuando vino por aquí el embaxador francés, tres vezes vendió por virgen una criada que tenía.

Calisto

¡Assí pudiera ciento!

Pármeno

Sí, ¡santo Dios! Y remediava por caridad muchas huérfanas y erradas que se encomendavan a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien. Tenía huessos de coraçón de ciervo, lengua de bívora, cabeças de codornizes, sesos de asno, tela de cavallo, mantillo de niño, hava morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de texo, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres, y a unos demandava el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos; a otros pintava en la palma letras con açafrán; a otros con bermellón; a otros dava unos coraçones de cera llenos de agujas quebradas y otras cosas en barro y en plomo fechas, muy espantables al ver. Pintava figuras, dezía palabras en tierra. ¿Quién te podrá dezir lo que esta vieja hazía? Y todo era burla y mentira.

Calisto

Bien está, Pármeno. Déxalo para más oportunidad. Assaz soy de ti avisado; téngotelo en gracia. No nos detengamos, que la necessidad desecha la tardança. Oye, aquella viene rogada, espera más que debe; vamos, no se indigne. Yo temo, y el temor reduze la memoria y a la providencia despierta. ¡Sus!, vamos, proveamos. Pero ruégote, Pármeno, la embidia de Sempronio, que en esto me sirve y complaze, no ponga impedimiento en el remedio de mi vida, que si para él hovo jubón, para ti no faltará sayo; ni pienses que tengo en menos tu consejo y aviso que su trabajo y obra. Como lo espíritual sepa yo que precede a lo corporal, y puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por esso son pensadas y curadas pero no amigas dellos, en tal diferencia serás commigo en respecto de Sempronio; y so secreto sello, postpuesto el dominio, por tal amigo a ti me concedo.

Pármeno

Quéxome, señor, de la dubda de mi fidelidad y servicio por los prometimientos y amonestaciones tuyas. ¿Cuándo me viste, señor, embidiar o por ningún interesse ni resabio tu provecho estorcer?

Calisto

No te escandalizes, que sin dubda tus costumbres y gentil criança en mis ojos ante todos los que me sirven están. Mas como en caso tan arduo, do todo mi bien y vida pende, es necessario proveer, proveo a los contescimientos, como quiera que creo que tus buenas costumbres sobre buen natural florescen, como el buen natural sea principio del artificio. E no más, sino vamos a ver la salud.

Celestina
(Bajo)

Passos oigo. Acá descienden. Haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha y déxame hablar lo que a ti y a mí conviene.

Sempronio
(Bajo)

Habla.

Celestina
(Alto)

No me congoxes ni me importunes, que sobrecargar el cuidado es aguijar al animal congoxoso. ¿Assí sientes la pena de tu amo Calisto, que parece que tú eres él y él tú, y que los tormentos son en un mismo subjecto? Pues cree que yo no vine acá por dexar este pleito indeciso o morir en la demanda.

Calisto

¡Pármeno, detente! ¡Ce!, escucha qué hablan estos; veamos en qué bivimos. ¡Oh notable mujer! ¡Oh bienes mundanos, indignos de ser posseídos de tan alto coraçón! ¡Oh fiel y verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? ¿Oíste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dizes, rincón de mi secreto y consejo y alma mía?

Pármeno

Protestando mi inocencia en la primera sospecha y cumpliendo con la fidelidad porque te me concediste, hablaré. Óyeme, y el afeto no te ensorde ni la esperança del deleite te ciegue. Tiémplate y no te apressures, que ‘muchos con cobdicia de dar en el fiel, yerran el blanco’. Aunque soy moço, cosas he visto assaz, y el seso y la vista de las muchas cosas demuestran la esperiencia. De verte o de oírte descender por la escalera parlan lo que estos fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu desseo.

Sempronio
(Bajo)

Celestina, ruinmente suena lo que Pármeno dize.

Celestina
(Bajo)

Calla, que para la mi santiguada, ‘do vino el asno verná el albarda’. Déxame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos; y de lo que hoviéremos démosle parte, que los bienes, si no son communicados, no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manso y benigno a picar el pan en el puño, y ‘seremos dos a dos y’, como dizen, ‘tres al mohíno’.

Calisto

¡Sempronio!

Sempronio

¿Señor?

Calisto

¿Qué hazes, llave de mi vida? ¡Abre! ¡Oh, Pármeno, ya la veo! Sano soy, bivo soy. ¿Miras qué reverenda persona, qué acatamiento? Por la mayor parte, por la filosomía es conocida la virtud interior. ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh virtud envejescida! ¡Oh gloriosa esperança de mi desseado fin! ¡Oh fin de mi deleitosa esperança! ¡Oh salud de mi passión, reparo de mi tormento, regeneración mía, bivificación de mi vida, resurreción de mi muerte! Desseo llegar a ti, cobdicio besar essas manos llenas de remedio. La indignidad de mi persona lo embarga. Dende aquí adoro la tierra que huellas y en reverencia tuya la beso.

Celestina
(Ap.)

Sempronio, ¿de aquellas bivo yo? ¡Los huessos que yo roí piensa este necio de tu amo de darme a comer! Pues ál le sueño, ‘al freír lo verá’. Dile que ‘cierre la boca y comience abrir la bolsa’, que de las obras dubdo, cuánto más de las palabras. ¡‘Xo, que te estriego’! ¡‘Asna coxa, más avías de madrugar’!

Pármeno
(Ap.)

¡Guay de ‘orejas que tal oyen’! ‘Perdido es quien tras perdido anda’. ¡Oh Calisto, desaventurado, abatido, ciego! ¡Y en tierra está adorando a la más antigua y puta vieja que fregaron sus espaldas en todos los burdeles! ¡Deshecho es, vencido es, caído es! No es capaz de ninguna redención ni consejo ni esfuerço.

Calisto

¿Qué dize la madre? Parésceme que pensava que le ofrescía palabras por escusar galardón.

Sempronio

Assí lo sentí.

Calisto

Pues ven commigo; trae las llaves, que yo sanaré su dubda.

Sempronio

Bien harás. Y luego vamos, que no se deve dexar crescer la yerva entre los panes ni las sospechas en los coraçones de los amigos, sino limpiarla luego con el escardilla de las buenas obras.

Calisto

Astuto hablas. Vamos y no tardemos.

Celestina

Plázeme, Pármeno, que havemos havido oportunidad para que conozcas el amor mío contigo y la parte que en mí, immérito, tienes. E digo inmérito por lo que te he oído dezir de que no hago caso, porque virtud nos amonesta sufrir las tentaciones y no dar mal por mal. Y especial cuando somos tentados por moços y no bien instrutos en lo mundano, en que con necia lealtad pierdan a sí y a sus amos, como agora tú a Calisto. Bien te oí, y no pienses que el oír con los otros exteriores sesos mi vejez haya perdido, que no sólo lo que veo oyo y conozco, mas aun lo intrínsico con los intellectuales ojos penetro. Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quexoso. Y no lo juzgues por esso por flaco, que el amor impervio todas las cosas vence. Y sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas: la primera, que es forçoso el hombre amar a la mujer y la mujer al hombre; la segunda, que el que verdaderamente ama es necessario que se turbe con la dulçura del soberano deleite, que por el Hazedor de las cosas fue puesto porque el linaje de los hombres se perpetuasse, sin lo cual perescería. E no solo en la humana especie, mas en los pesces, en las bestias, en las aves, en las reptilias; y en lo vegetativo, algunas plantas han este respecto, si sin interposición de otra cosa en poca distancia de tierra están puestas, en que hay determinación de hervolarios y agricultores ser machos y hembras. ¿Qué dirás a esto, Pármeno? ¡Neciuelo, loquito, angelico, perlica, simplezico! ¿Lobitos en tal gestico? Llégate acá, putico, que no sabes nada del mundo ni de sus deleites. Mas, ¡ravia mala me mate si te llego a mí, aunque vieja! Que la boz tienes ronca, las barbas te apuntan; mal sosegadilla deves tener la punta de la barriga.

Pármeno

¡Como cola de alacrán!

Celestina

Y aun peor, que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses.

Pármeno

¡Hi, hi, hi!

Celestina

¿Ríeste, landrezilla, fijo?

Pármeno

Calla madre, no me culpes ni me tengas, aunque moço, por insipiente. Amo a Calisto porque le devo fidelidad por criança, por beneficios, por ser dél honrado y bien tractado, que es la mayor cadena que el amor del servidor al servicio del señor prende, cuanto lo contrario aparta. Véole perdido, y no hay cosa peor que ir tras desseo sin esperança de buen fin, y especial pensando remediar su hecho tan arduo y difícil con vanos consejos y necias razones de aquel bruto Sempronio, que es pensar ‘sacar aradores a pala de açadón’. No lo puedo sufrir; dígolo y lloro.

Celestina

Pármeno, ¿tú no vees que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar?

Pármeno

Por esso lloro, que si con llorar fuesse possible traer a mi amo el remedio, tan grande sería el plazer de la tal esperança, que de gozo no podría llorar. Pero assí, perdida ya toda la esperança, pierdo el alegría y lloro.

Celestina

Llorarás sin provecho por lo que llorando estorvar no podrás, ni sanarlo presumas. ¿A otros no ha acontescido esto, Pármeno?

Pármeno

Sí, pero a mi amo no le querría doliente.

Celestina

No lo es, mas aunque fuesse doliente, podría sanar.

Pármeno

No curo de lo que dizes, porque en los bienes mejor es el acto que la potencia, y en los males mejor la potencia que el acto. Assí que mejor es ser sano que poderlo ser, y mejor es poder ser doliente que ser enfermo por acto. Y, por tanto, es mejor tener la potencia en el mal que el acto.

Celestina

¡Oh malvado, como que no se te entiende! ¿Tú no sientes su enfermedad? ¿Qué has dicho fasta agora? ¿De qué te quexas? Pues burla o di por verdad lo falso y cree lo que quisieres, que él es enfermo por acto, y el poder ser sano es en mano desta flaca vieja.

Pármeno

¡Mas desta flaca puta vieja!

Celestina

¡Putos días bivas, vellaquillo! ¿Y cómo te atreves?

Pármeno

Como te conozco.

Celestina

¿Quién eres tú?

Pármeno

¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto, tu compadre; que estuve contigo un poco tiempo, que te me dio mi madre cuando moravas a la cuesta del río, cerca de las tenerías.

Celestina

¡Jesú, Jesú, Jesú! ¿Y tú eres Pármeno, hijo de la Claudina?

Pármeno

¡Alahé, yo!

Celestina

¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo! ¿Por qué me persigues, Parmenico? ¡Él es, él es, por los santos de Dios! Allégate a mí, ven acá, que mil açotes y puñadas te di en este mundo y otros tantos besos. ¿Acuérdaste cuando dormías a mis pies, loquito?

Pármeno

Sí, en buena fe, y algunas vezes, aunque era niño, me subías a la cabecera y me apretavas contigo. Y porque olías a vieja, me huía de ti.

Celestina

¡Mala landre te mate! ¡Y cómo lo dize el desvergonçado! Dexadas burlas y passatiempos, oye agora, mi fijo, y escucha, que aunque a un fin soy llamada, a otro soy venida, y maguera que contigo me haya hecho de nuevas, tú eres la causa. Hijo, bien sabes cómo tu madre, que Dios haya, te me dio biviendo tu padre, el cual, como de mí te fuiste, con otra ansia no murió sino con la incertidumbre de tu vida y persona; por la cual absencia, algunos años de su vejez sufrió angustiosa y cuidadosa vida. Y al tiempo que della passó, embió por mí y en su secreto te me encargó y me dixo, sin otro testigo sino aquel que es testigo de todas las obras y pensamientos y los coraçones y entrañas escudriña, al cual puso entre él y mí que te buscasse y allegasse y abrigasse; y cuando de complida edad fuesses, tal que en tu bivir supiesses tener manera y forma, te descubriesse adónde dexó encerrada tal copia de oro y plata que basta más que la renta de tu amo Calisto. Y porque gelo prometí, y con mi promessa llevó descanso, y la fe es de guardar más que a los bivos a los muertos que no pueden hazer por sí, en pesquisa y siguimiento tuyo yo he gastado assaz tiempo y cuantías hasta agora, que ha plazido a Aquel que todos los cuitados tiene y remedia las justas peticiones y las piadosas obras endereça, que te hallasse aquí, donde solos ha tres días que sé que moras. Sin dubda dolor he sentido porque has por tantas partes vagado y peregrinado, que ni has havido provecho ni ganado debdo ni amistad, que como Séneca dize: “Los peregrinos tienen muchas posadas y pocas amistades, porque en breve tiempo con ninguno pueden firmar amistad; y el que está en muchos cabos, no está en ninguno; ni puede aprovechar el manjar a los cuerpos que en comiendo se lança; ni hay cosa que más la sanidad impida que la diversidad y mudança y variación de los manjares; y nunca la llaga viene a cicatrizar, en la cual muchas melezinas se tientan; ni convalesce la planta que muchas vezes es traspuesta; y no hay cosa tan provechosa que en llegando aproveche”. Por tanto, mi hijo, dexa los ímpetus de la juventud y tórnate con la dotrina de tus mayores a la razón. Reposa en alguna parte y ¿dónde mejor que en mi voluntad, en mi ánimo, en mi consejo, a quien tus padres te remetieron? Y yo, assí como verdadera madre tuya, te digo, so las malediciones que tus padres te pusieron si me fuesses inobediente, que por el presente sufras y sirvas a este tu amo que procuraste, fasta en ello aver otro consejo mío; pero no con necia lealtad, proponiendo firmeza sobre lo movible, como son estos señores deste tiempo. E tú gana amigos, que es cosa durable; ten con ellos constancia; no bivas en flores. Dexa los vanos prometimientos de los señores, los cuales deshechan la sustancia de sus servientes con huecos y vanos prometimientos. Como la sanguijuela saca la sangre, desagradecen, injurian, olvidan servicios, niegan galardón. ¡Guay de quien en palacio envejece!, como se escrive de la probática piscina, que de ciento que entravan sanava uno. Estos señores deste tiempo más aman a sí que a los suyos, y no yerran. Los suyos igualmente lo deven fazer. Perdidas son las mercedes, las manificencias, los actos nobles. Cada uno destos cativan y mezquinamente procuran su interesse con los suyos; pues aquellos no deven menos hazer, como sean en facultades menores, sino bivir a su ley. Dígolo, fijo Pármeno, porque este tu amo, como dizen, me parece rompenescios; de todos se quiere servir sin merced. Mira bien, créeme. En su casa cobra amigos, que es el mayor precio mundano; que con él no pienses tener amistad, como por la diferencia de los estados o condiciones pocas vezes contezca. Caso es ofrecido, como sabes, en que todos medremos y tú, por el presente, te remedies. Que lo ál que te he dicho, guardado te está a su tiempo. E mucho te aprovecharás siendo amigo de Sempronio.

Pármeno

Celestina, todo tremo en oírte. No sé qué haga; perplexo estó. Por una parte, téngote por madre; por otra, a Calisto por amo. Riqueza desseo, pero ‘quien torpemente sube a lo alto, más aína cae que subió’. No querría bienes mal ganados.

Celestina

Yo sí. ‘A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo’.

Pármeno

Pues yo con ellos no biviría contento; y tengo por honesta cosa la pobreza alegre. Y aun más te digo, que no los que poco tienen son pobres, mas los que mucho dessean. Y por esto, aunque más digas, no te creo en esta parte. Querría passar la vida sin embidia, los yermos y aspereza sin temor, el sueño sin sobresalto, las injurias con repuesta, las fuerças sin denuesto, las premias con resistencia.

Celestina

¡Oh, hijo!, bien dizen que la prudencia no puede ser sino en los viejos, y tú mucho moço eres.

Pármeno

Mucho segura es la mansa pobreza.

Celestina

Mas di, como mayor, que ‘la fortuna ayuda a los osados’. Y demás desto ¿quién es que tenga bienes en la república que escoja bivir sin amigos? Pues, loado Dios, bienes tienes. ¿Y no sabes que has menester amigos para los conservar? Y no pienses que tu privança con este señor te haze seguro, que cuanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura. Y por tanto, en los infortunios el remedio es a los amigos. E ¿adónde puedes ganar mejor este deudo, que donde las tres maneras de amistad concurren? Conviene a saber: por bien y provecho y deleite. Por bien: mira la voluntad de Sempronio conforme a la tuya y la gran similitud que tú y él en la virtud tenéis. Por provecho: en la mano está si sois concordes. Por deleite: semejable es, como seáis en edad dispuestos para todo linaje de plazer, en que más los moços que los viejos se juntan, assí como para jugar, para vestir, para burlar, para comer y bever, para negociar amores juntos de compañía. ¡Oh si quisiesses, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.

Pármeno

¿De Areúsa?

Celestina

De Areúsa.

Pármeno

¿De Areúsa, fija de Eliso?

Celestina

De Areúsa, fija de Eliso.

Pármeno

¿Cierto?

Celestina

Cierto.

Pármeno

Maravillosa cosa es.

Celestina

¿Pero bien te paresce?

Pármeno

No cosa mejor.

Celestina

Pues tu buena dicha quiere, aquí está quien te la dará.

Pármeno

Mi fe, madre, no creo a nadie.

Celestina

Estremo es creer a todos y yerro no creer a ninguno.

Pármeno

Digo que te creo, pero no me atrevo. Déxame.

Celestina

¡Oh mezquino! De enfermo coraçón es no poder sufrir el bien. ‘Da Dios havas a quien no tiene quixadas’. ¡Oh simple!, dirás que adonde hay mayor entendimiento ay menor fortuna, y donde más discreción allí es menor la fortuna; dichas son.

Pármeno

¡O Celestina!, oído he a mis mayores que un exemplo de luxuria o avaricia mucho mal haze; y que con aquéllos deve hombre conversar que le hagan mejor; y aquéllos dexar a quien él mejores piensa hazer. Y sempronio en su enxemplo no me hará mejor, ni yo a él sanaré su vicio. E puesto que yo a lo que dizes me incline, sólo yo querría saberlo, porque a lo menos por el enxemplo fuesse oculto el pecado. E si hombre vencido del deleite va contra la virtud, no se atreva a la honestedad.

Celestina

Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre possessión sin compañía. No te retrayas ni amargues, que la natura huye lo triste y apetece lo delectable. El deleite es con los amigos en las cosas sensuales, y especial en recontar las cosas de amores y comunicarlas: “Esto hize”, “Esto otro me dixo”, “Tal donaire passamos”, “De tal manera la tomé”, “Assí la besé”, “Assí me mordió”, “Assí la abracé”, “Assí se allegó”; “¡Oh qué habla!”, “¡Oh qué gracia!”, “¡Oh qué juegos!”, “¡Oh qué besos!”; “Vamos allá”, “Bolvamos acá”; “Ande la música”, “Pintemos los motes!, “Canten canciones, invenciones y justemos”; “¿Qué cimera sacaremos o qué letra?”; “Ya va a la missa”, “Mañana saldrá”, “Rondemos su calle”, “Mira su carta”, “Vamos de noche”, “Tenme el escala”, “Aguarda a la puerta”; “¿Cómo te fue?”, “Cata el cornudo, sola la dexa”; “Dale otra buelta, tornemos allá”. E para esto, Pármeno, ¿hay deleite sin compañía? ¡Alahé, alahé, ‘la que las sabe las tañe’! Este es el deleite, que lo ál mejor lo hazen los asnos en el prado.

Pármeno

No querría, madre, me combidasses a consejo con amonestación de deleite, como hizieron los que, caresciendo de razonable fundamiento, opinando hizieron sectas embueltas en dulce veneno para captar y tomar las voluntades de los flacos, y con polvos de sabroso afecto cegaron los ojos de la razón.

Celestina

¿Qué es razón, loco? ¿Qué es afecto, asnillo? La discreción, que no tienes, lo determina. Y de la discreción, mayor es la prudencia. Y la prudencia no puede ser sin esperimiento. Y la esperiencia no puede ser más que en los viejos. Y los ancianos somos llamados padres. Y los buenos padres bien aconsejan a sus fijos; y especial yo a ti, cuya vida y honra más que la mía desseo. ¿Y cuándo me pagarás tú esto? Nunca, pues a los padres y a los maestros no puede ser hecho servicio igualmente.

Pármeno

Todo me recelo, madre, de recebir dudoso consejo.

Celestina

¿No quieres? Pues dezírte he lo que dize el Sabio: “Al varón que con dura cerviz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le verná y sanidad ninguna le consiguirá”. E assí, Pármeno, me despido de ti y deste negocio.

Pármeno
(Ap.)

Ensañada está mi madre. Dubda tengo en su consejo. Yerro es no creer y culpa creerlo todo. Mas humano es confiar, mayormente en esta que interesse promete, a do provecho no puede allende de amor conseguir. Oído he que deve hombre a sus mayores creer. ¿Esta qué me aconseja? Paz con Sempronio. La paz no se deve negar, que bienaventurados son los pacíficos, que hijos de Dios serán llamados. Amor no se deve rehuír. Caridad a los hermanos. Interesse pocos le apartan. Pues quiérola complazer y oír.

(Alto)

Madre, no se deve ensañar el maestro de la ignorancia del discípulo, si no raras vezes por la sciencia, que es de su natural comunicable, y en pocos lugares se podría infundir. Por esso, perdóname, háblame, que no sólo quiero oírte y creerte, mas en singular merced recebir tu consejo. Y no me lo agradescas, pues el loor y las gracias de la acción más al dante que no al recibiente se deven dar. Por esso manda, que a tu mandado mi consentimiento se humilla.

Celestina

‘De los hombres es errar y bestial es la porfia’. Por ende, gózome, Pármeno, que hayas limpiado las turbias telas de tus ojos y respondido al reconoscimiento, discreción y ingenio sotil de tu padre, cuya persona, agora representada en mi memoria, enternece los ojos piadosos, por do tan abundantes lágrimas vees derramar. Algunas vezes, duros propósitos como tú defendía, pero luego tornava a lo cierto. En Dios y en mi ánima, que en veer agora lo que has porfiado y cómo a la verdad eres reduzido, no parece sino que bivo le tengo delante. ¡Oh qué persona! ¡Oh qué hartura! ¡Oh qué cara tan venerable! Pero callemos, que se acerca Calisto y tu nuevo amigo Sempronio, con quien tu conformidad para más oportunidad dexo; que dos en un coraçón biviendo son más poderosos de hazer y de entender.

Calisto

Dubda traigo, madre, según mis infortunios, de hallarte biva. Pero más es maravilla, según el desseo, de cómo llego bivo. Recibe la dádiva pobre de aquel que con ella la vida te ofrece.

Celestina

Como en el oro muy fino labrado por la mano del sotil artífice la obra sobrepuja a la materia, assí se avantaja a tu magnifico dar la gracia y forma de tu dulce liberalidad. Y sin dubda, la presta dádiva su efeto ha doblado, porque la que tarda el prometimiento muestra negar y arrepentirse del don prometido.

Pármeno
(Ap.)

¿Qué le dio, Sempronio?

Sempronio
(Ap.)

Cient monedas en oro.

Pármeno
(Ap.)

¡Hi, hi, hi!

Sempronio
(Ap.)

¿Fabló contigo la madre?

Pármeno
(Ap.)

Calla, que sí.

Sempronio
(Ap.)

Pues, ¿cómo estamos?

Pármeno
(Ap.)

Como quisieres, aunque estó espantado.

Sempronio
(Ap.)

Pues calla, que yo te haré espantar dos tanto.

Pármeno
(Ap.)

¡Oh, Dios!, no hay pestilencia mas eficaz que el enemigo de casa para empecer.

Calisto

Ve agora, madre, y consuela tu casa; y después ven, consuela la mía y luego.

Celestina

Quede Dios contigo.

Calisto

Y él te me guarde.

Argumento del segundo auto

Partida Celestina de Calisto para su casa, queda Calisto hablando con Sempronio, criado suyo, al cual, como quien en alguna esperança puesto está, todo aguijar le paresce tardança, embía de sí a Sempronio a solicitar a Celestina para el concebido negocio. Quedan entretanto Calisto y Pármeno juntos razonando.
Calisto. Pármeno. Sempronio.
Calisto

Hermanos míos, cient monedas di a la madre. ¿Fize bien?

Sempronio

¡Ay, si heziste bien! Allende de remediar tu vida, ganaste muy gran honra. ¿E para qué es la fortuna favorable y próspera sino para servir a la honra, que es el mayor de los mundanos bienes? Que esta es premio y galardón de la virtud, e por esso la damos a Dios, porque no tenemos mayor cosa que le dar; la mayor parte de la cual consiste en la liberalidad y franqueza. A esta los duros tesoros comunicables la escurecen y pierden, y la magnificencia y liberalidad la ganan y subliman. ¿Qué aprovecha tener lo que se niega aprovechar? Sin dubda te digo que es mejor el uso de las riquezas que la possessión dellas. ¡Oh qué glorioso es el dar! ¡Oh qué miserable es el recebir! Cuanto es mejor el acto que la possessión, tanto es más noble el dante que el recibiente. Entre los elementos, el fuego, por ser más activo, es más noble y en las esferas puesto en más noble lugar. E dizen algunos que la nobleza es una alabança que proviene de los merescimientos y antigüedad de los padres. Yo digo que la agena luz nunca te hará claro si la propria no tienes. E, por tanto, no te estimes en la claridad de tu padre, que tan magnífico fue, sino en la tuya. E assí se gana la honra, que es el mayor bien de los que son fuera de hombre. De lo cual no el malo, mas el bueno, como tú, es digno que tenga perfecta virtud. Y aun más te digo, que la virtud perfecta no pone que sea hecho condigno honor. Por ende, goza de haver seído assí, magnífico y liberal. Y de mi consejo, tórnate a la cámera y reposa, pues que tu negocio en tales manos está depositado. De donde ten por cierto, pues el comienço lleva bueno, el fin será muy mejor. Y vamos luego, porque sobre este negocio quiero hablar contigo más largo.

Calisto

Sempronio, no me parece buen consejo quedar yo acompañado y que vaya sola aquella que busca el remedio de mi mal. Mejor será que vayas con ella y la aquexes, pues sabes que de su diligencia pende mi salud, de su tardança mi pena, de su olvido mi desesperança. Sabido eres, fiel te siento, por buen criado te tengo; haz de manera que en solo verte ella a ti, juzgue la pena que a mí queda y fuego que me atormenta, cuyo ardor me causó no poder mostrarle la tercia parte desta mi secreta enfermedad, según tiene mi lengua y sentido ocupados y consumidos. Tú, como hombre libre de tal passión, hablarla has a rienda suelta.

Sempronio

Señor, querría ir por complir tu mandado; querría quedar por aliviar tu cuidado. Tu temor me aquexa, tu soledad me detiene. Quiero tomar consejo con la obediencia, que es ir y dar priessa a la vieja. Mas ¿cómo iré?, que en viéndote solo dizes desvaríos de hombre sin seso, sospirando, gemiendo, mal trobando, holgando con lo escuro, desseando soledad, buscando nuevos modos de pensativo tormento. Donde, si perseveras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre no te acompaña quien te allegue plazeres, diga donaires, tanga canciones alegres, cante romances, cuente historias, pinte motes, finja cuentos, juegue a naipes, arme mates. Finalmente, que sepa buscar todo género de dulce passatiempo para no dexar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desvíos que recebiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.

Calisto

¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¿Cuánto es dulce a los tristes quexar su passión? ¿Cuánto descanso traen consigo los quebrantados sospiros? ¿Cuánto relievan y diminuyen los lagrimosos gemidos el dolor? Cuantos escrivieron consuelos no dizen otra cosa.

Sempronio

Lee más adelante; buelve la hoja; hallarás que dizen que fiar en lo temporal y buscar materia de tristeza que es igual género de locura. Y aquel Macías, ídolo de los amantes, del olvido porque le olvidava se quexa. En el contemplar está la pena de amor, en el olvidar el descanso. Huye de tirar coces al aguijón. Finge alegría y consuelo y serlo ha, que muchas vezes la opinión trae las cosas donde quiere, no para que mude la verdad, pero para moderar nuestro sentido y regir nuestro juizio.

Calisto

Sempronio amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno y quedará conmigo. Y de aquí adelante sey como sueles, leal, que ‘en el servicio del criado está el galardón del señor’.

Pármeno

Aquí estoy, señor.

Calisto

Yo no, pues no te veía. No te partas della, Sempronio, ni me olvides a mí; y ve con Dios. Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que hoy ha passado? Mi pena es grande, Melibea alta, Celestina sabia y buena maestra destos negocios. No podemos errar. Tú me la has aprovado con toda tu enemistad. Yo te creo, que tanta es la fuerça de la verdad que las lenguas de los enemigos trae a su mandar. Assí que, pues ella es tal, más quiero dar a esta cient monedas que a otra cinco.

Pármeno
(Ap.)

¿Ya las lloras? Duelos tenemos. En casa se havrán de ayunar estas franquezas.

Calisto

Pues pido tu parecer, seyme agradable, Pármeno; no abaxes la cabeça al responder. Mas como la embidia es triste, la tristeza sin lengua, puede más contigo su voluntad que mi temor. ¿Qué dixiste, enojoso?

Pármeno

Digo, señor, que irían mejor empleadas tus franquezas en presentes y servicios a Melibea, que no dar dineros a aquella que yo me conozco; y lo que peor es, hazerte su cativo.

Calisto

¿Cómo, loco, su cativo?

Pármeno

Porque ‘a quien dizes el secreto das tu libertad’.

Calisto

Algo dize el necio. Pero quiero que sepas que cuando hay mucha distancia del que ruega al rogado, o por gravedad de obediencia o por señorío de estado o esquivedad de género, como entre esta mi señora y mí, es necessario intercessor o medianero que suba de mano en mano mi mensaje hasta los oídos de aquella a quien yo segunda vez hablar tengo por impossible. Y pues que assí es, dime si lo hecho apruevas.

Pármeno
(Ap.)

¡Apruévelo el diablo!

Calisto

¿Qué dizes?

Pármeno

Digo, señor, que ‘nunca yerro vino desacompañado’; y que ‘un inconveniente es causa y puerta de muchos’.

Calisto

El dicho yo le apruevo, el propósito no entiendo.

Pármeno

Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar; la entrada causa de la ver y hablar; la habla engendró amor; el amor parió tu pena; la pena causará perder tu cuerpo y el alma y hazienda. Y lo que más dello siento es venir en manos de aquella trotaconventos, después de tres vezes emplumada.

Calisto

¡Assí, Pármeno, di mas desso, que me agrada! Pues mejor me parece cuanto más la desalabas. Cumpla conmigo y emplúmenla la cuarta. Dessentido eres; sin pena hablas; no te duele donde a mí, Pármeno.

Pármeno

Señor, más quiero que airado me reprehendas porque te dó enojo, que arrepentido me condenes porque no te di consejo, pues perdiste el nombre de libre cuando cativaste tu voluntad.

Calisto
(Ap.)

¡Palos querrá este vellaco!

(Alto)

Di, mal criado, ¿por qué dizes mal de lo que yo adoro? ¿Y tú que sabes de honra? Dime, ¿qué es amor? ¿En qué consiste buena criança, que te me vendes por discreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura es creerse esciente? Si tú sintiesses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga que la cruel frecha de Cupido me ha causado. Cuanto remedio Sempronio acarrea con sus pies, tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras, fingiéndote fiel. Eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la embidia, que por disfamar la vieja a tuerto o a derecho pones en mis amores desconfiança, sabiendo que esta mi pena y flutuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, caresce de consejo; y si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada; yo quíselo todo, y ansí me padesco el trabajo de su absencia y tu presencia. ‘Valiera más solo que mal acompañado’.

Pármeno

Señor, ‘flaca es la fidelidad que temor de pena la convierte en lisonja’, mayormente con señor a quien dolor y afición priva y tiene ageno de su natural juizio. Quitarse ha el velo de la ceguedad. Passarán estos momentáneos fuegos, conoscerás mis agras palabras ser mejores para matar este fuerte cancre que las blandas de Sempronio que lo cevan, atizan tu fuego, abivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas que tenga que gastar hasta ponerte en la sepultura.

Calisto

¡Calla, calla, perdido! Estó yo penando y tu filosofando. No te espero más. Saquen un cavallo, límpienle mucho, aprieten bien la cincha, porque si passare por casa de mi señora y mi dios.

Pármeno

¡Moços! ¿No hay moço en casa? Yo me lo havré de hazer, que a peor vernemos desta vez que ser moços de espuelas. ¡Andar! ¡Passe! ‘Mal me quieren mis comadres’ etc. ¿Relincháis, don cavallo? ¿No basta un celoso en casa o barruntas a Melibea?

Calisto

¿Viene esse cavallo? ¿Qué hazes, Pármeno?

Pármeno

Señor, vesle aquí, que no está Sosia en casa.

Calisto

Pues ten esse estribo. Abre más essa puerta. Y si viniere Sempronio con aquella señora, di que esperen, que presto será mi buelta.

Pármeno

¡Mas nunca sea! ¡Allá irás con el diablo! A estos locos dezildes lo que les cumple, no os podrán ver. Por mi ánima, que si agora le diessen una lançada en el calcañar, que saliessen más sesos que de la cabeça. ¡Pues anda, que a mi cargo que Celestina y Sempronio te espulguen! ¡Oh desdichado de mí!, por ser leal padezco mal. Otros se ganan por malos, yo me pierdo por bueno. El mundo es tal; quiero ‘irme al hilo de la gente’, pues a los traidores llaman discretos; a los fieles, nescios. Si creyera a Celestina con sus seis dozenas de años a cuestas, no me maltratara Calisto. Mas esto me porná escarmiento de aquí adelante con él, que si dixiere “Comamos”, yo también; si quisiere derrocar la casa, aprovarlo; si quemar su hazienda, ir por huego. Destruya, rompa, quiebre, dañe, dé a alcahuetas lo suyo, que mi parte me cabrá, pues dizen: ‘a río buelto, ganancia de pescadores’. ‘Nunca más perro a molino’.

Argumento del tercero auto

Sempronio vase a casa de Celestina, a la cual reprehende por la tardança. Pónense a buscar qué manera tomen en el negocio de Calisto con Melibea. En fin sobreviene Elicia. Vase Celestina a casa de Pleberio. Queda sempronio y Elicia en casa.
Sempronio. Celestina. Elicia
Sempronio

¡Qué espacio lleva la barbuda! ¡Menos sosiego traían sus pies a la venida! ‘A dineros pagados braços quebrados’.

— ¡Ce!, señora Celestina, poco has aguijado.

Celestina

¿A qué vienes, hijo?

Sempronio

Este nuestro enfermo no sabe qué pedir; de sus manos no se contenta, no se le cueze el pan. Teme tu negligencia; maldize su avaricia y cortedad porque te dio tan poco dinero.

Celestina

No es cosa más propia del que ama que la impaciencia. Toda tardança le es tormento, ninguna dilación les agrada. En un momento querrían poner en efecto sus cogitaciones; antes las querrían ver concluidas que empeçadas; mayormente estos novicios amantes, que contra cualquier señuelo buelan sin deliberación, sin pensar el daño que el cevo de su desseo trae mezclado en su exercicio y negociación para sus personas y sirvientes.

Sempronio

¿Qué dizes de sirvientes? Paresce por tu razón que nos puede venir a nosotros daño deste negocio y quemarnos con las centellas que resultan deste fuego de Calisto.

(Ap.)

¡Aun al diablo daría yo sus amores! Al primer desconcierto que vea en este negocio no como más su pan. Más vale perder lo servido que la vida por cobrallo. El tiempo me dira qué haga, que primero que caiga del todo dará señal, como casa que se acuesta.

(Alto)

Si te pareçe, madre, guardemos nuestras personas de peligro, hágase lo que se hiziere. ‘Si la oviere, ogaño; si no, a otro año…’; si no, nunca, que no hay cosa tan difícil de sufrir en sus principios que el tiempo no la ablande y haga comportable. Ninguna llaga tanto se sintió que por luengo tiempo no afloxasse su tormento, ni plazer tan alegre fue que no le amengüe su antigüedad. El mal y el bien, la prosperidad y adversidad, la gloria y pena, todo pierde con el tiempo la fuerça de su acelerado principio. Pues los casos de admiración y venidos con gran deseo, tan presto como passados, olvidados. Cada día vemos novedades y las oímos, y las passamos y dexamos atrás; diminúyelas el tiempo; házelas contingibles. ¿Qué tánto te maravillarías si dixiesen: “La tierra tembló”, o otra semejante cosa, que no olvidases luego? Así como: “Helado está el río”, “El ciego vee”, “Ya muerto es tu padre”, “Un rayo cayó”, “Ganada es Granada y el rey entra hoy”, “El turco es vencido”, “Eclipse hay mañana”, “La puente es llevada”, “Aquel es ya obispo”, “A Pedro robaron”, “Ynés se ahorcó”. ¿Qué me dirás, sino que a tres días passados o a la segunda vista no hay quien dello se maraville? Todo es assí, todo passa desta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues assí será este amor de mi amo: cuanto más fuere andando, tanto más diminuyendo, que la costumbre luenga amansa los dolores, afloxa y deshaze los deleites, desmengua las maravillas. Procuremos provecho mientra pendiere la contienda. Y si a pie enxuto le pudiéremos remediar, lo mejor, mejor es; y si no, poco a poco le soldaremos el reproche o menosprecio de Melibea contra él. Donde no, más vale que pene el amo que no que peligre el moço.

Celestina

Bien has dicho. Contigo estoy. Agradado me has. No podemos errar. Pero todavía, hijo, es necessario que el buen procurador ponga de su casa algún trabajo, algunas fingidas razones, algunos sofísticos actos; ir y venir a juizio, aunque resciba malas palabras del juez, siquiera por los presentes que lo vieren no digan que se gana holgando el salario. Y assí verná cada uno a él con su pleito y a Celestina con sus amores.

Sempronio

Haz a tu voluntad, que no será éste el primero negocio que has tomado a cargo.

Celestina

¿El primero, hijo? Pocas vírgines, a Dios gracias, has tú visto en esta ciudad que hayan abierto tienda a vender, de quien yo no haya sido corredora de su primer hilado. En nasciendo la mochacha, la hago escrivir en mi registro, y esto para que yo sepa cuántas se me salen de la red. ¿Qué pensavas, Sempronio? ¿Havíame de mantener del viento? ¿Heredé otra herencia? ¿Tengo otra casa o viña? ¿Conóscesme otra hazienda más deste oficio? ¿De qué como y bevo? ¿De qué visto y calço? En esta ciudad nascida, en ella criada, manteniendo honra, como todo el mundo sabe, ¿conoscida, pues, no soy? Quien no supiere mi nombre y mi casa, tenle por estranjero.

Sempronio

Dime, madre, ¿qué passaste con mi compañero Pármeno cuando subí con Calisto por el dinero?

Celestina

‘Díxele el sueño y la soltura’, y cómo ganaría más con nuestra compañía que con las lisonjas que dize a su amo; cómo biviría siempre pobre y baldonado si no mudava el consejo; que no se hiziesse sancto a tal perra vieja como yo. Acordele quién era su madre porque no menospreciasse mi oficio, porque queriendo de mí dezir mal, tropeçasse primero en ella.

Sempronio

¿Tantos días ha que le conosces, madre?

Celestina

Aquí está Celestina que le vido nacer y le ayudó a criar. Su madre y yo, uña y carne. Della aprendí todo lo mejor que sé de mi oficio. Juntas comíemos, juntas dormíemos, juntas havíamos nuestros solazes, nuestros plazeres, nuestros consejos y conciertos. En casa y fuera, como dos hermanas. Nunca blanca gané en que no toviesse su mitad. Pero no bivía yo engañada, si mi fortuna quisiera que ella me durara. ¡Oh muerte, muerte, a cuántos privas de agradable compañía, a cuántos desconsuela tu enojosa visitación! ¡Por uno que comes con tiempo, cortas mil en agraz! Que seyendo ella biva, no fueran estos mis passos desacompañados. Buen siglo haya, que leal amiga y buena compañera me fue, que jamás me dexó hazer cosa en mi cabo, estando ella presente. Si yo traía el pan, ella la carne; si yo ponía la mesa, ella los manteles. No loca, no fantástica, ni presumptuosa como las de agora. En mi ánima, descubierta se iva hasta el cabo de la ciudad con su jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de “Señora Claudina”; y aosadas que otra conoscía peor el vino y cualquier mercaduría. Cuando pensava que no era llegada, era de buelta. Allá la combidavan, según el amor todos le tenían, que jamás bolvía sin ocho o diez gostaduras, un açumbre en el jarro y otro en el cuerpo. Ansí le fiavan dos o tres arrobas en vezes, como sobre una taça de plata. Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones avía. Si ívamos por la calle, dondequiera que hoviéssemos sed, entrávamos en la primera taverna, luego mandava echar medio açumbre para mojar la boca. Mas, a mi cargo, que no le quitaron la toca por ello, sino cuanto la rayavan en su taja; y andar adelante. Si tal fuesse agora su hijo, a mi cargo que tu amo quedasse sin pluma y nosotros sin quexa. Pero yo le haré de mi hierro, si bivo. Yo lo contaré en el número de los míos.

Sempronio

¿Cómo has pensado hazerlo, que es un traidor?

Celestina

‘A esse tal, dos alevosos’. Harele aver a Areúsa; será de los nuestros; darnos ha lugar a tender las redes sin embaraço por aquellas doblas de Calisto.

Sempronio

¿Pues crees que podrás alcançar algo de Melibea? ¿Hay algún buen ramo?

Celestina

No hay çurujano que a la primera cura juzgue la herida. Lo que yo al presente veo te diré: Melibea es hermosa, Calisto loco y franco; ni a él penará gastar ni a mí andar. Bulla moneda y dure el pleito lo que durare. ‘Todo lo puede el dinero’: las peñas quebranta, los ríos passa en seco, no hay lugar tan alto que un asno cargado de oro no lo suba. Su desatino y ardor basta para perder a sí y ganar a nosotros. Esto he sentido, esto he calado, esto sé dél y della, esto es lo que nos ha de aprovechar. A casa voy de Pleberio. Quédate a Dios, que aunque esté brava Melibea, no es esta, si a Dios ha plazido, la primera a quien yo he hecho perder el cacarear. Coxquillosicas son todas, mas después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar. Por ellas queda el campo: muertas sí, cansadas no. Si de noche caminan, nunca querrían que amaneciesse; maldizen los gallos porque anuncian el día y el relox porque da tan apriessa. Requieren las Cabrillas y el Norte, haziéndose estrelleras; ya cuando veen salir el luzero del alva, quiéreseles salir el alma. Su claridad les escuresce el coraçón. Camino es, hijo, que nunca me harté de andar, nunca me vi cansada. Y aun assí, vieja como soy, sabe Dios mi buen desseo; cuánto más estas que hierven sin fuego. Catívanse del primer abraço, ruegan a quien rogó, penan por el penado, házense siervas de quien eran señoras, dexan el mando y son mandadas, rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades, a los cherriaderos quicios de las puertas hazen con azeites usar su oficio sin ruido. No te sabré dezir lo mucho que obra en ellas aquel dulçor que les queda de los primeros besos de quien aman. Son enemigas del medio, contino están posadas en los estremos.

Sempronio

No te entiendo essos términos, madre.

Celestina

Digo que la mujer o ama mucho a aquel de quien es requerida o le tiene grande odio. Assí que si al querer despiden, no pueden tener las riendas al desamor. E con esto que sé cierto, voy más consolada a casa de Melibea que si en la mano la toviesse, porque sé que aunque al presente la ruegue, al fin me ha de rogar; aunque al principio me amenaze, al cabo me ha de halagar. Aquí llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera, con otros aparejos que commigo siempre traigo, para tener causa de entrar donde mucho no só conoscida la primera vez, assí como gorgueras, garvines, franjas, rodeos, tenazuelas, alcohol, alvayalde y solimán, agujas y alfileres; que ‘tal hay que tal quiere’; porque donde me tomare la boz, me halle apercebida para les echar cevo o requerir de la primera vista.

Sempronio

Madre, mira bien lo que hazes, porque ‘cuando el principio se yerra, no puede seguirse buen fin’. Piensa en su padre, que es noble y esforçado; su madre, celosa y brava; tú, la misma sospecha. Melibea es única a ellos; faltándoles ella, fáltales todo el bien. En pensallo tiemblo. ‘No vayas por lana y vengas sin pluma’.

Celestina

¿Sin pluma, hijo?

Sempronio

O emplumada, madre, que es peor.

Celestina

¡Alahé, en mal hora! ¡A ti he yo menester para compañero, aun si quisieses avisar a Celestina en su oficio! Pues cuando tú nasciste, ya comía yo pan con corteza. ¡‘Para adalid eres tú bueno, cargado de agüeros y recelo’!

Sempronio

No te maravilles, madre, de mi temor, pues es común condición humana que lo que mucho se dessea jamás se piensa ver concluido, mayormente que en este caso temo tu pena y mía. Desseo provecho; querría que este negocio hoviesse buen fin, no porque saliesse mi amo de pena, mas por salir yo de lazería. Y assí miro más inconvenientes con mi poca esperiencia que no tú como maestra vieja.

Elicia

¡Santiguarme quiero, Sempronio! ¡Quiero ‘hazer una raya en el agua’! ¿Qué novedad es esta, venir hoy acá dos vezes?

Celestina

¡Calla, bova! Déxale, que otro pensamiento traemos en que más nos va. Dime, ¿está desocupada la casa? ¿Fuesse la moça que esperava al ministro?

Elicia

Y aun después vino otra y se fue.

Celestina

¿Sí, que no en balde?

Elicia

No, en buena fe, ni Dios lo quiera, que aunque vino tarde, ‘mas vale a quien Dios ayuda’, etc..

Celestina

Pues sube presto al sobrado alto de la solana y baxa acá el pote del azeite serpentino que hallarás colgado del pedaço de la soga que traxe del campo la otra noche cuando llovía y hazía escuro. Y abre el arca de los lizos, y hazia la mano derecha hallarás un papel escrito con sangre de murciégalo, debaxo de aquel ala de drago a que sacamos ayer las uñas. Mira no derrames el agua de mayo que me traxieron a confacionar.

Elicia

Madre, no está donde dizes. Jamás te acuerdas a cosa que guardas.

Celestina

No me castigues, por Dios, a mi vejez. No me maltrates, Elicia. No enfinjas porque está aquí Sempronio ni te ensobervezcas, que más me quiere a mí por consejera que a ti por amiga, aunque tú le ames mucho. Entra en la cámara de los ungüentos y en la pelleja del gato negro, donde te mandé meter los ojos de la loba, le hallarás. Y daca la sangre del cabrón y unas poquitas de las barvas que tú le cortaste.

Elicia

Toma, madre, veslo aquí. Yo me voy con Sempronio arriba.

Celestina

Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada, capitán sobervio de los condemnados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que los hirvientes étnicos montes manan, governador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino de Éstige y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos, mantenedor de las bolantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerça destas bermejas letras, por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen, por la áspera ponçoña de las bívoras de que este azeite fue hecho, con el cual unto este hilado, vengas sin tardança a obedescer mi voluntad y en ello te embuelvas, y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre. Y con ello de tal manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto más su coraçón se ablande a conceder mi petición, y se le abras y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis passos y mensaje. Y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo hazes con presto movimiento, ternasme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro. Assí, confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya embuelto.

Argumento del cuarto auto

Celestina, andando por el camino, habla consigo misma hasta llegar a la puerta de Pleberio, onde halló a Lucrecia, criada de Pleberio. Pónese con ella en razones. Sentidas por Alisa, madre de Melibea, y sabido que es Celestina, fázela entrar en casa. Viene un mensajero a llamar a Alisa. Vase. Queda Celestina en casa con Melibea y le descubre la causa de su venida.
Lucrecia. Celestina. Alisa. Melibea
Celestina

Agora que voy sola, quiero mirar bien lo que ha Sempronio temido deste mi camino, porque aquellas cosas que bien no son pensadas, aunque algunas vezes hayan buen fin, comúnmente crían desvariados efectos. Assí que la mucha especulación nunca carece de buen fruto. Que, aunque yo he dissimulado con él, podría ser que si me sintiessen en estos passos de parte de Melibea, que no pagasse con pena que menor fuesse que la vida; o muy amenguada quedasse, cuando matar no me quisiessen, manteándome o açotándome cruelmente. Pues, ¡amargas cient monedas serían estas! ¡Ay, cuitada de mí, en qué lazo me he metido, que por me mostrar solícita y esforçada pongo mi persona al tablero! ¿Qué faré, cuitada, mezquina de mí, que ni el salir afuera es provechoso ni la perseverancia caresce de peligro? Pues, ¿iré o tornarme he? ¡Oh dubdosa y dura perplexidad! No sé cuál escoja por más sano. En el osar, manifiesto peligro; en la covardía, denostada perdida. ¿‘A dónde irá el buey que no are’? ‘Cada camino descubre sus dañosos y hondos barrancos’. Si con el hurto só tomada, nunca de muerta o encoroçada falto a bien librar. Si no voy, ¿qué dirá Sempronio? ¿Que todas estas eran mis fuerças, saber y esfuerço, ardid y ofrescimiento, astucia y solicitud? Y su amo Calisto ¿qué dira, qué hará, qué pensará, sino que hay nuevo engaño en mis pisadas e que yo he descubierto la celada por haver más provecho desta otra parte, como sofística prevaricadora? O, si no se le ofrece pensamiento tan odioso, dará bozes como loco, dirame en mi cara denuestos raviosos, proporná mil inconvenientes que mi deliberación presta le puso, diziendo: “Tú, puta vieja, ¿por qué acrescentaste mis passiones con tus promessas? ¡Alcahueta falsa, para todo el mundo tienes pies, para mí lengua; para todos obra, para mí palabras; para todos remedio, para mí pena; para todos esfuerço, para mí te faltó; para todos luz, para mí tiniebla! Pues, vieja traidora, ¿por qué te me ofreciste? Que tu ofrecimiento me puso esperança, la esperança dilató mi muerte, sostuvo mi bivir, púsome título de hombre alegre. Pues no haviendo efecto, ni tú carecerás de pena, ni yo de triste desesperación”. Pues, triste yo, mal acá, mal acullá; pena en ambas partes. Cuando a los estremos falta el medio, arrimarse el hombre al más sano es discreción. Más quiero ofender a Pleberio que enojar a Calisto. Ir quiero, que mayor es la vergüença de quedar por covarde que la pena cumpliendo como osada lo que prometí, pues jamás al esfuerço desayuda la fortuna. Ya veo su puerta. En mayores afrentas me he visto. ¡Esfuerça, esfuerça, Celestina, no desmayes, que ‘nunca faltan rogadores’ para mitigar las penas! Todos los agüeros se adereçan favorables o yo no sé nada desta arte. Cuatro hombres que he topado, a los tres llaman Juanes, y los dos son cornudos. La primera palabra que oí por la calle fue de achaque de amores. Nunca he tropeçado como otras vezes; las piedras parece que se apartan y me fazen lugar que passe. Ni me estorvan las haldas ni siento cansancio en andar. Todos me saludan. Ni perro me ha ladrado ni ave negra he visto, tordo ni cuervo ni otras noturnas. E lo mejor de todo es que veo a Lucrecia a la puerta de Melibea. Prima es de Elicia, no me será contraria.

Lucrecia

¿Quién es esta vieja que viene haldeando?

Celestina

Paz sea en esta casa.

Lucrecia

Celestina, madre, seas bienvenida. ¿Cuál dios te traxo por aquestos barrios no acostumbrados?

Celestina

Hija, mi amor, desseo de todos vosotros; traerte encomiendas de Elicia y aun ver a tus señoras, vieja y moça, que después que me mudé al otro barrio no han sido de mí visitadas.

Lucrecia

¿A esso solo saliste de tu casa? Maravíllome de ti, que no es essa tu costumbre ni sueles dar passo sin provecho.

Celestina

¿Más provecho quieres, bova, que cumplir hombre sus desseos? Y también, como a las viejas nunca nos fallecen necessidades, mayormente a mí que tengo de mantener hijas ajenas, ando a vender un poco hilado.

Lucrecia

Algo es lo que yo digo. En mi seso estoy, que nunca ‘metes aguja sin sacar reja’. Pero mi señora, la vieja, urdió una tela; tiene necessidad dello, tú de venderlo. Entra y espera aquí, que no os desaveniréis.

Alisa

¿Con quién fablas, Lucrecia?

Lucrecia

Señora, con aquella vieja de la cuchillada que solía bivir aquí en las tenerías, a la cuesta del río.

Alisa

Agora la conozco menos. Si tú me das entender lo incógnito por lo menos conocido, es ‘coger agua en cesto’.

Lucrecia

¡Jesú, señora, ‘más conoscida es esta vieja que la ruda’! No sé cómo no tienes memoria de la que empicotaron por hechizera, que vendía las moças a los abades y descasava mil casados.

Alisa

¿Qué oficio tiene? Quiçá por aquí la conoceré mejor.

Lucrecia

Señora, perfuma tocas, haze solimán y otros treinta oficios; conoce mucho en yervas, cura niños, y aun algunos la llaman la vieja lapidaria.

Alisa

Todo esso dicho no me la da a conocer. Dime su nombre, si le sabes.

Lucrecia

¿Sí lo sé, señora? No hay niño ni viejo en toda la ciudad que no le sepa, ¿havíale yo de ignorar?

Alisa

Pues, ¿por qué no le dizes?

Lucrecia

He vergüença.

Alisa

¡Anda, bova, dile, no me indignes con tu tardança!

Lucrecia

Celestina, hablado con reverencia, es su nombre.

Alisa

¡Hi, hi, hi! ¡Mala landre te mate si de risa puedo estar, viendo el desamor que deves de tener a essa vieja, que su nombre has vergüença nombrar! Ya me voy recordando della; una buena pieça. No me digas más. Algo me verná a pedir. Di que suba.

Lucrecia

Sube, tía.

Celestina

Señora buena, la gracia de Dios sea contigo y con la noble hija. Mis passiones y enfermedades han impedido mi visitar tu casa como era razón. Mas Dios conoce mis limpias entrañas, mi verdadero amor, que la distancia de las moradas no despega el querer de los coraçones. Assí que lo que mucho desseé, la necessidad me lo ha hecho complir. Con mis fortunas adversas otras, me sobrevino mengua de dinero; no supe mejor remedio que vender un poco de filado que para unas toquillas tenía allegado. Supe de tu criada que tenías dello necessidad. Aunque pobre, y no de la merced de Dios, vesle aquí, si dello y de mí te quieres servir.

Alisa

Vezina honrada, tu razón y ofrecimiento me mueven a compassión, y tanto que quisiera cierto más hallarme en tiempo de poder complir tu falta que menguar tu tela. Lo dicho te agradezco. Si el hilado es tal, serte ha bien pagado.

Celestina

¿Tal, señora? Tal sea mi vida y mi vejez y la de quien parte quisiere de mi jura. Delgado como el pelo de la cabeça, igual rezio como cuerdas de vihuela, blanco como el copo de la nieve, hilado todo por estos pulgares, aspado y adereçado. Veslo aquí en madexitas. Tres monedas me davan ayer por la onça, assí goze desta alma pecadora.

Alisa

Hija Melibea, quédese esta mujer honrada contigo, que ya me parece que es tarde para ir a visitar a mi hermana, su mujer de Cremes, que desde ayer no la he visto. Y también que viene su paje a llamarme, que se le arrezió desde un rato acá el mal.

Celestina
(Ap.)

Por aquí anda el diablo aparejando oportunidad, arreziando el mal a la otra. ¡Ea, buen amigo, tener rezio! Agora es mi tiempo o nunca. No la dexes. Llévamela de aquí a quien digo.

Alisa

¿Qué dizes, amiga?

Celestina

Señora, que maldito sea el diablo y mi pecado, porque en tal tiempo hovo de crecer el mal de tu hermana, que no havrá para nuestro negocio oportunidad. ¿Y qué mal es el suyo?

Alisa

Dolor de costado y tal que, según del moço supe que quedava, temo no sea mortal. Ruega tú, vezina, por amor mío, en tus devociones por su salud a Dios.

Celestina

Yo te prometo, señora, en yendo de aquí me vaya por essos monesterios, donde tengo frailes devotos míos, y les dé el mismo cargo que tú me das. E demás desto, ante que me desayune, dé cuatro bueltas a mis cuentas.

Alisa

Pues, Melibea, contenta a la vezina en todo lo que razón fuere darle por el hilado. Y tú, madre, perdóname, que otro día se verná en que más nos veamos.

Celestina

Señora, ‘el perdón sobraría donde el yerro falta’. De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios la dexe gozar su noble juventud y florida moçedad, que es el tiempo en que más plazeres y mayores deleites se alcançarán. Que, a la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de renzillas, congoxa continua, llaga incurable, manzilla de lo passado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vezina de la muerte, choça sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que con poca carga se doblega.

Melibea

¿Por qué dizes, madre, tanto mal de lo que todo el mundo con tanta eficacia gozar y ver dessean?

Celestina

Dessean harto mal para sí, dessean harto trabajo, dessean llegar allá porque llegando biven, y el bivir es dulce y biviendo envejecen. Assí que el niño dessea ser moço y el moço viejo, y el viejo más, aunque con dolor, todo por bivir; porque como dizen: ‘biva la gallina con su pepita’. Pero ¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su renzilla, su pesadumbre, aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y frezca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver puestos los ojos a la sombra, aquel hondimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel careçer de fuerça, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues, ¡ay, ay, señora, si lo dicho viene acompañado de pobreza! Allí verás callar todos los otros trabajos cuando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí peor hábito que de hambre.

Melibea

Bien conozco que ‘hablas de la feria según te va en ella’. Así que otra canción dirán los ricos.

Celestina

Señora hija, ‘a cada cabo hay tres leguas de mal quebranto’. A los ricos se les va la gloria y descanso por otros albañares de assechanças que no se parecen, ladrillados por encima con lisonjas. ‘Aquel es rico que está bien con Dios’. Más segura cosa es ser menospreciado que temido; mejor sueño duerme el pobre que no el que tiene de guardar con solicitud lo que con trabajo ganó y con dolor ha de dexar. Mi amigo no será simulado y el del rico sí. Yo soy querida por mi persona, el rico por su hazienda. Nunca oye verdad; todos le hablan lisonjas a sabor de su paladar; todos le han embidia. Apenas hallarás un rico que no confiese que le sería mejor estar en mediano estado o en honesta pobreza. Las riquezas no hazen rico, mas ocupado; no hazen señor, mas mayordomo. Más son los posseídos de las riquezas que no los que las posseen. A muchos traxo la muerte, a todos quita el plazer y a las buenas costumbres ninguna cosa es más contraria. ¿No oíste dezir: “Dormieron su sueño los varones de las riquezas y ninguna cosa hallaron en sus manos”? Cada rico tiene una dozena de hijos y nietos que no rezan otra oración, no otra petición, sino rogar a Dios que le saque de medio dellos. No veen la hora que tener a él so la tierra y lo suyo entre sus manos, y darle a poca costa su morada para siempre.

Melibea

Madre, gran pena ternás por la edad que perdiste. ¿Querrías bolver a la primera?

Celestina

Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quisiese bolver de comienço la jornada para tornar otra vez a aquel lugar. Que todas aquellas cosas cuya possessión no es agradable, más vale posseellas que esperallas, porque más cerca está el fin de ellas cuanto más andando del comienço. No hay cosa más dulce ni graciosa al muy cansado quel mesón. Assí que, aunque la mocedad sea alegre, el verdadero viejo no la dessea, porque el que de razón y seso carece, cuasi otra cosa no ama sino lo que perdió.

Melibea

Siquiera por bivir más, es bueno dessear lo que digo.

Celestina

‘Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero’. Ninguno es tan viejo que no pueda bivir un año, ni tan moço que hoy no pudiesse morir. Assí que en esto poca ventaja nos lleváis.

Melibea

Espantada me tienes con lo que has fablado. Indicio me dan tus razones que te haya visto otro tiempo. Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías cabe el río?

Celestina

Hasta que Dios quiera.

Melibea

Vieja te has parado. Bien dizen que ‘los días no van en balde’. Assí goze de mí, no te conociera sino por esta señaleja de la cara. Figúraseme que eres hermosa; otra pareces; muy mudada estás.

Lucrecia
(Ap.)

¡Hi, hi, hi! ¡Mudada está el diablo! ¡Fermosa era con aquel su ‘Dios os salve’ que traviessa la media cara!

Melibea

¿Qué fablas, loca? ¿Qué es lo que dizes? ¿De qué te ríes?

Lucrecia

De como no conoscías a la madre.

Celestina

Señora, ten tú el tiempo que no ande, terné yo mi forma que no se mude. ¿No has leído que dizen: “Verná el día que en el espejo no te conozcas”? Pero también yo encanecí temprano y parezco de doblada edad. Que ansí goze desta alma pecadora y tú desse cuerpo gracioso, que de cuatro hijas que parió mi madre, yo fui la menor. Mira como no soy vieja como me juzgan.

Melibea

Celestina amiga, yo he folgado mucho en verte y conoçerte. También hasme dado plazer con tus razones. Toma tu dinero y vete con Dios, que me paresce que no deves haver comido.

Celestina

¡Oh angélica ymagen! ¡Oh perla preciosa, y cómo te lo dizes! Gozo me toma en verte hablar. ¿Y no sabes que por la divina boca fue dicho contra aquel infernal tentador que “no de solo pan biviremos”? Pues assí es, que no el solo comer mantiene, mayormente a mí, que me suelo estar uno y dos días negociando encomiendas ajenas ayuna, salvo hazer por los buenos, morir por ellos. Esto tuve siempre, querer más trabajar sirviendo a otros que holgar contentando a mí. Pues si tú me das licencia, direte la necessitada causa de mi venida, que es otra que la que hasta agora has oído. Y tal que todos perderíamos en me tornar en balde sin que la sepas.

Melibea

Di, madre, todas tus necessidades, que si yo las pudiere remediar, de muy buen grado lo haré por el passado conoscimiento y vezindad, que pone obligación a los buenos.

Celestina

¿Mías, señora? Antes ajenas, como tengo dicho, que las mías de mi puerta adentro me las passo sin que las sienta la tierra, comiendo cuando puedo, beviendo cuando lo tengo, que con mi pobreza jamás me faltó, a Dios gracias, una blanca para pan y un cuarto para vino después que embiudé, que antes no tenía yo cuidado de lo buscar, que sobrado estava un cuero en mi casa, y uno lleno y otro vazío. Jamás me acosté sin comer una tostada en vino y dos dozenas de sorvos, por amor de la madre, tras cada sopa. Agora, como todo cuelga de mí, en un jarrillo mal pegado me lo traen, que no caben dos açumbres. Seis vezes al día tengo de salir, por mi pecado, con mis canas a cuestas, a le henchir a la taverna. Mas no muera yo de muerte hasta que me vea con un cuero o tinagica de mis puertas adentro; que en mi ánima no hay otra provisión. Que, como dizen, ‘pan y vino anda camino, que no moço garrido’. Assí que ‘donde no hay varón, todo bien fallesce’. ‘Con mal está el huso cuando la barva no anda de suso’. Ha venido esto, señora, por lo que dezía de las ajenas necessidades y no mías.

Melibea

Pide lo que querrás, sea para quien fuere.

Celestina

Donzella graciosa y de alto linaje, tu suave habla y alegre gesto, junto con el aparejo de liberalidad que muestras con esta pobre vieja, me dan osadía a te lo dezir. Yo dexo un enfermo a la muerte, que con sola una palabra de tu noble boca salida que lleve metida en mi seno, tiene por fe que sanará, según la mucha devoción tiene en tu gentileza.

Melibea

Vieja honrada, no te entiendo si más no declaras tu demanda. Por una parte me alteras y provocas a enojo, por otra me mueves a compassión. No te sabría bolver repuesta conveniente según lo poco que he sentido de tu habla. Que yo soy dichosa si de mi palabra hay necessidad para salud de algún cristiano. Porque hazer beneficio es semejar a Dios, y más que el que haze beneficio le rescibe cuando es a persona que le mereçe. Y el que puede sanar al que padece, no lo haziendo, le mata. Assí que no cesses tu petición por empacho ni temor.

Celestina

El temor perdí mirando, señora, tu beldad, que no puedo creer que en balde pintasse Dios unos gestos más perfetos que otros, más dotados de gracias, más hermosas faciones, sino para hazerlos almazén de virtudes, de misericordia, de compassión, ministros de sus mercedes y dádivas, como a ti. Y pues como todos seamos humanos, nacidos para morir, sea cierto que no se puede dezir nacido el que para sí solo nasció. Porque sería semejante a los brutos animales, en los cuales aun hay algunos piadosos, como se dize del unicornio, que se humilla a cualquiera donzella. El perro, con todo su ímpetu y braveza, cuando viene a morder, si se echan en el suelo no haze mal, esto de piedad. Pues las aves, ninguna cosa el gallo come que no participe y llame las gallinas a comer dello. El pelícano rompe el pecho por dar a sus hijos a comer de sus entrañas; las cigüeñas mantienen otro tanto tiempo a sus padres viejos en el nido, cuanto ellos le dieron cevo siendo pollitos. Pues tal conoscimiento dio la natura a los animales y aves, ¿por qué los hombres havemos de ser más crueles? ¿Por qué no daremos parte de nuestras gracias y personas a los próximos? Mayormente cuando están embueltos en secretas enfermedades, y tales que donde está la melezina, salió la causa de la enfermedad.

Melibea

Por Dios, que sin más dilatar me digas quién es esse doliente que de mal tan perplexo se siente, que su passión y remedio salen de una misma fuente.

Celestina

Bien ternás, señora, noticia en esta cibdad de un cavallero mancebo, gentilhombre, de clara sangre, que llaman Calisto.

Melibea

¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más, no passes adelante. ¿Esse es el doliente por quien has hecho tantas premissas en tu demanda, por quien has venido a buscar la muerte para ti, por quien has dado tan dañosos passos? ¡Desvergonçada barbuda!, ¿qué siente esse perdido que con tanta passión vienes? De locura será su mal. ¿Qué te parece? Si me hallaras sin sospecha desse loco, ¡con qué palabras me entravas! No se dize en vano que el más empecible miembro del mal hombre o mujer es la lengua. ¡Quemada seas, alcahueta falsa, hechizera, enemiga de honestedad, causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú, quítamela, Lucrecia, de delante que me fino, que no me ha dexado gota de sangre en el cuerpo! Bien se lo mereçe esto y más quien a estas tales da oídos. Por cierto, si no mirasse a mi honestidad y por no publicar su osadía desse atrevido, yo te fiziera, malvada, que tu razón y vida acabaran en un tiempo.

Celestina
(Ap.)

En hora mala acá vine si me falta mi conjuro. ¡Ea, pues bien sé a quién digo! ¡Ce, hermano, que se va todo a perder!

Melibea

¿Aún hablas entre dientes delante mí para acrescentar mi enojo y doblar tu pena? ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco? ¿Dexar a mí triste por alegrar a él y llevar tú el provecho de mi perdición, el galardón de mi yerro? ¿Perder y destruir la casa y honra de mi padre por ganar la de una vieja maldita como tú? ¿Piensas que no tengo sentidas tus pisadas y entendido tu dañado mensaje? Pues yo te certifico que las albricias que de aquí saques no sean sino estorvarte de más ofender a Dios, dando fin a tus días. Respóndeme traidora, ¿cómo osaste tanto fazer?

Celestina

Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa; mi inocencia me da osadía; tu presencia me turba en verla airada. Y lo que más siento y me pena es rescebir enojo sin razón ninguna. Por Dios, señora, que me dexes concluir mi dicho, que ni él quedará culpado ni yo condenada. Y verás cómo es todo más servicio de Dios que passos deshonestos; más para dar salud al enfermo que para dañar la fama al médico. Si pensara, señora, que tan de ligero avías de conjeturar de lo passado nocibles sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a hablar en cosa que a Calisto ni a otro hombre tocasse.

Melibea

¡Jesú, no oiga yo mentar más esse loco saltaparedes, fantasma de noche, luengo como ciguñal, figura de paramento mal pintado, si no aquí me caeré muerta! Este es el que el otro día me vido y començó a desvariar comigo en razones, haziendo mucho del galán. Dirasle, buena vieja, que si pensó que ya era todo suyo y quedava por él el campo, porque holgué más de consentir sus necedades que castigar su yerro, quise más dexarle por loco que publicar su atrevimiento, pues avísale que se aparte deste propósito y serle ha sano, si no podrá ser que no haya comprado tan cara habla en su vida. Pues sabe que no es vencido sino el que se cree serlo, y yo quedé bien segura y él ufano. De los locos es estimar a todos los otros de su calidad. Y tú tornate con su mesma razón, que respuesta de mí otra no havrás ni la esperes, que por demás es ruego a quien no puede haver misericordia. Y da gracias a Dios, pues tan libre vas desta feria. Bien me havían dicho quién tú eras y avisado de tus propriedades, aunque agora no te conoscía.

Celestina
(Ap.)

Más fuerte estava Troya, y aun otras más bravas he yo amansado. Ninguna tempestad mucho dura.

Melibea

¿Qué dizes, enemiga? Habla que te pueda oír. ¿Tienes desculpa alguna para satisfazer mi enojo y escusar tu yerro y osadía?

Celestina

Mientra biviere tu ira, más dañará mi descargo, que estás muy rigurosa, y no me maravillo, que la sangre nueva poca calor ha menester para hervir.

Melibea

¿Poca calor? Poca la puedes llamar, pues quedaste tú biva y yo quexosa sobre tan gran atrevimiento. ¿Qué palabra podías tú querer para esse tal hombre que a mí bien me estuviesse? Responde, pues dizes que no has concluido, y quiçá pagarás lo passado.

Celestina

Una oración, señora, que le dixeron que sabías de Sancta Polonia para el dolor de las muelas. Assimesmo tu cordón, que es fama que ha tocado las reliquias que hay en Roma y Hierusalem. Aquel cavallero que dixe, pena y muere dellas. Ésta fue mi venida. Pero, pues en mi dicha estava tu airada respuesta, padézcase él su dolor en pago de buscar tan desdichada mensajera. Que pues en tu mucha virtud me faltó piedad, también me faltará agua si a la mar me embiara. Pero ya sabes que el deleite de la vengança dura un momento y el de la misericordia para siempre.

Melibea

Si esso querías, ¿por qué luego no me lo espresaste? ¿Por qué me lo dixiste por tales palabras?

Celestina

Señora, porque mi limpio motivo me hizo creer que, aunque en otras cualesquier lo propusiera, no se havía de sospechar mal. Que si faltó el devido preámbulo, fue porque la verdad no es necessario abundar de muchas colores. Compassión de su dolor, confiança de tu magnificencia, ahogaron en mi boca al principio la espressión de la causa. Y pues conosces, señora, que el dolor turba, la turbación desmanda y altera la lengua, la cual havía de estar siempre atada con el seso, por Dios que no me culpes. E si él otro yerro ha hecho, no redunde en mi daño, pues no tengo otra culpa sino ser mensajera del culpado. No ‘quiebre la soga por lo más delgado’; no semejes la telaraña, que no muestra su fuerça sino contra los flacos animales. No ‘paguen justos por pecadores’. Imita la divina justicia, que dixo: “El ánima que pecare, aquella misma muera”; a la humana, que jamás condena al padre por el delicto del hijo, ni al hijo por el del padre. Ni es, señora, razón que su atrevimiento acarree mi perdición, aunque, según su merescimiento, no ternía en mucho que fuesse él el delincuente y yo la condenada. Que no es otro mi oficio sino servir a los semejantes. Desto bivo y desto me arreo. Nunca fue mi voluntad enojar a unos por agradar a otros, aunque hayan dicho a tu merced en mi absencia otra cosa. Al fin, señora, a la firme verdad el viento del vulgo no la empece. Una sola soy en este limpio trato. En toda la ciudad pocos tengo descontentos; con todos cumplo los que algo me mandan, como si toviesse veinte pies y otras tantas manos.

Melibea

No me maravillo, que un solo maestro de vicios dizen que basta para corromper un gran pueblo. Por cierto, tantos y tales loores me han dicho de tus falsas mañas que no sé si crea que pedías oración.

Celestina

Nunca yo la reze, y si la rezare, no sea oída, ni otra cosa de mí se saque, aunque mil tormentos me diessen.

Melibea

Mi passada alteración me impide a reír de tu desculpa, que bien sé que ni juramento ni tormento te hará dezir verdad, que no es en tu mano.

Celestina

Eres mi señora, téngote de callar; hete yo de servir, hasme tú de mandar. Tu mala palabra será bíspera de una saya.

Melibea

Bien la has merescido.

Celestina

Si no la he ganado con la lengua, no la he perdido con la intención.

Melibea

Tanto afirmas tu ignorancia, que me hazes creerlo que puede ser. Quiero, pues, en tu dubdosa desculpa tener la sentencia en peso y no disponer de tu demanda al sabor de ligera interpretación. No tengas en mucho ni te maravilles de mi passado sentimiento, porque concurrieron dos cosas en tu habla que cualquiera dellas era bastante para me sacar de seso: nombrarme esse tu cavallero, que commigo se atrevió a hablar, y también pedirme palabra sin más causa, que no se podía sospechar sino daño para mi honra. Pero, pues todo viene de buena parte, de lo passado haya perdón; que en alguna manera es aliviado mi coraçón, viendo que es obra pía y santa sanar los apassionados y enfermos.

Celestina

¡Y tal enfermo, señora! Por Dios, si bien lo conosciesses, no le juzgasses por el que has dicho y mostrado con tu ira. En Dios y en mi alma, no tiene hiel; gracias, dos mil; en franqueza, Alexandre; en esfuerço, Héctor; gesto, de un rey, gracioso, alegre, jamás reina en él tristeza. De noble sangre, como sabes; gran justador. Pues verlo armado, un Sant Jorge. Fuerça y esfuerço no tuvo Hércules tanta. La presencia y faciones, disposición, desemboltura, otra lengua havía menester para las contar. Todo junto semeja ángel del cielo. Por fe tengo que no era tan hermoso aquel gentil Narciso que se enamoró de su propia figura cuando se vido en las aguas de la fuente. Agora, señora, tiénele derribado una sola muela, que jamás cessa de quexar.

Melibea

¿Y qué tanto tiempo ha?

Celestina

Podrá ser, señora, de veinte y tres años, que aquí está Celestina que lo vido nacer y lo tomó a los pies de su madre.

Melibea

Ni te pregunto esso ni tengo necessidad de saber su edad, sino qué tanto ha que tiene el mal.

Celestina

Señora, ocho días, que parece que ha un año en su flaqueza. Y el mayor remedio que tiene es tomar una vihuela, y tañe tantas canciones y tan lastimeras que no creo que fueron otras las que compuso aquel emperador y gran músico Adriano de la partida del ánima, por sufrir sin desmayo la ya vezina muerte. Que, aunque yo sé poco de música, paresce que haze aquella vihuela hablar. Pues si acaso canta, de mejor gana se paran las aves a le oír que no aquel Anfión, de quien se dize que movía los árboles y piedras con su canto. Siendo este nacido, no alabaran a Orfeo. Mira, señora, si una pobre vieja como yo, si se hallará dichosa en dar la vida a quien tales gracias tiene. Ninguna mujer lo vee que no alabe a Dios que assí lo pintó; pues si le habla acaso, no es más señora de sí de lo que él ordena. E pues tanta razón tengo, juzga, señora, por bueno mi propósito, mis passos saludables y vazíos de sospecha.

Melibea

¡Oh cuánto me pesa con la falta de mi paciencia, porque siendo él ignorante y tú inocente havéis padescido las alteraciones de mi airada lengua! Pero la mucha razón me relieva de culpa, la cual tu habla sospechosa causó. En pago de tu buen sufrimiento, quiero complir tu demanda y darte luego mi cordón. E porque para escrevir la oración no havrá tiempo sin que venga mi madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente.

Lucrecia
(Ap.)

¡Ya, ya, perdida es mi ama! Secretamente quiere que venga Celestina. Fraude hay. ¡Más le querrá dar que lo dicho!

Melibea

¿Qué dizes, Lucrecia?

Lucrecia

Señora, que baste lo dicho, que es tarde.

Melibea

Pues, madre, no le des parte de lo que passó a esse cavallero, porque no me tenga por cruel o arrebatada o deshonesta.

Lucrecia
(Ap.)

No miento yo, que mal va este hecho.

Celestina

Mucho me maravillo, señora Melibea, de la dubda que tienes de mi secreto. No temas, que todo lo sé sufrir y encubrir, que bien veo que tu mucha sospecha echó, como suele, mis razones a la más triste parte. Yo voy con tu cordón tan alegre que se me figura que está diziéndole allá su coraçón la merced que nos hiziste, y que lo tengo de hallar aliviado.

Melibea

Más haré por tu doliente, si menester fuere, en pago de lo sufrido.

Celestina
(Ap.)

Más será menester y más harás, y aunque no se te agradesca.

Melibea

¿Qué dizes, madre, de agradescer?

Celestina

Digo, señora, que todos lo agradescemos y serviremos y todos quedamos obligados, que la paga más cierta es cuando más la tienen de complir.

Lucrecia
(Ap.)

¡Trastrócame essas palabras!

Celestina
(Ap. a Lucrecia)

Hija Lucrecia, ¡ce! Irás a casa y darte he una lexía con que pares essos cabellos más que el oro. No lo digas a tu señora y aun darte he unos polvos para quitarte esse olor de la boca, que te huele un poco, que en el reino no lo sabe hazer otro sino yo; y no hay cosa que peor en la mujer parezca.

Lucrecia
(Ap. a Celestina)

Oh, Dios te dé buena vejez, que más necessidad tenía de todo esso que de comer!

Celestina
(Ap. a Lucrecia)

Pues, ¿por qué murmuras contra mí, loquilla? Calla, que no sabes si me avrás menester en cosa de más importancia. No provoques a ira a tu señora más de lo que ella ha estado. Déxame ir en paz.

Melibea

¿Qué le dizes, madre?

Celestina

Señora, acá nos entendemos.

Melibea

Dímelo, que me enojo cuando, yo presente, se habla cosa de que no haya parte.

Celestina

Señora, que te acuerde la oración para que la mandes escribir; e que aprenda de mí a tener mesura en el tiempo de tu ira. En la cual yo usé lo que se dize: “Que del airado es de apartar por poco tiempo, del enemigo por mucho”. Pues tú, señora, tenías ira con lo que sospechaste de mis palabras, no enemistad. Porque aunque fueran las que tú pensavas, en sí no eran malas, que cada día hay hombres penados por mujeres y mujeres por hombres, y esto obra la natura, e la natura ordenola Dios, y Dios no hizo cosa mala. E assí quedava mi demanda, comoquiera que fuesse, en sí loable, pues de tal tronco procede, y yo libre de pena. Más razones destas te diría, sino porque la prolixidad es enojosa al que oye y dañosa al que habla.

Melibea

En todo has tenido buen tiento, assí en el poco hablar en mi enojo como con el mucho sufrir.

Celestina

Señora, sofrite con temor porque te airaste con razón, porque, con la ira morando, poder no es sino rayo. E por esto passé tu rigurosa habla hasta que su almazén oviesse gastado.

Melibea

En cargo te es esse cavallero.

Celestina

Señora, más meresce; y si algo con mi ruego para él he alcançado, con la tardança lo he dañado. Yo me parto para él, si licencia me das.

Melibea

Mientras más aína la ovieras pedido, más de grado la hovieras recaudado. Ve con Dios, que ni tu mensaje me ha traído provecho ni de tu ida me puede venir daño.

Argumento del quinto auto

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle hablando consigo misma entre dientes. Llegada a su casa, halló a Sempronio que la aguardava. Ambos van hablando hasta llegar a casa de Calisto y, vistos por Pármeno, cuéntalo a Calisto, su amo, el cual le mandó abrir la puerta.
Calisto. Pármeno Sempronio. Celestina
Celestina

¡Oh rigurosos trances! ¡Oh cuerda osadía! ¡Oh gran sufrimiento! Y qué tan cercana estuve de la muerte, si mi mucha astucia no rigera con el tiempo las velas de la petición. ¡Oh amenazas de donzella brava! ¡Oh airada donzella! ¡Oh diablo, a quien yo conjuré, cómo cumpliste tu palabra en todo lo que te pedí! En cargo te soy. Assí amansaste la cruel hembra con tu poder y diste tan oportuno lugar a mi habla cuanto quise con la absencia de su madre. ¡Oh vieja Celestina! ¿Vas alegre? Sábete que ‘la meitad está hecha cuando tienen buen principio las cosas’. ¡Oh serpentino azeite, o blanco hilado, cómo os aparejastes todos en mi favor, o yo rompiera todos mis atamientos hechos y por hazer, ni creyera en yervas ni piedras ni en palabras! Pues, alégrate vieja, que más sacarás deste pleito que de quinze virgos que renovaras. ¡Oh malditas haldas, prolixas y largas, cómo me estorváis de allegar a donde han de reposar mis nuevas! ¡Oh buena fortuna, cómo ayudas a los osados y a los temidos eres contraria! Nunca huyendo, huye la muerte al covarde. ¡Oh cuántas erraran en lo que yo he acertado! ¿Qué hizieran en tan fuerte estrecho estas nuevas maestras de mi oficio, sino responder algo a Melibea, por donde se perdiera cuanto yo con buen callar he ganado? Por esto dizen: ‘quien las sabe, las tañe’; y que ‘es más cierto médico el experimentado que el letrado’; y ‘la esperiencia y escarmiento haze los hombres arteros’; y la vieja, como yo, que alce sus haldas al passar del vado como maestra. ¡Ay cordón, cordón, yo te haré traer por fuerça, si bivo, a la que no quiso darme su buena habla de grado!

Sempronio

O yo no veo bien o aquélla es Celestina. ¡Válala el diablo, haldear que trae! Parlando viene entre dientes.

Celestina

¿De qué te santiguas, Sempronio? Creo que en verme.

Sempronio

Yo te lo diré: la raleza de las cosas es madre de la admiración; la admiración concebida en los ojos desciende al ánimo por ellos; el ánimo es forçado descubrillo por estas exteriores señales. ¿Quién jamás te vido por la calle, abaxada la cabeça, puestos los ojos en el suelo, y no mirar a ninguno como agora? ¿Quién te vido hablar entre dientes por las calles y venir aguijando como quien va a ganar beneficio? Cata que todo esto novedad es para se maravillar quien te conoce. Pero esto dexado, dime, por Dios, ¿con qué vienes? Dime si tenemos hijo o hija, que desde que dio la una te espero aquí y no he sentido mejor señal que tu tardança.

Celestina

Hijo, essa regla de bovos no es siempre cierta, que otra hora me pudiera más tardar y dexar allá las narizes; y otras dos, y narizes y lengua. Y assí que mientra más tardasse, más caro me costasse.

Sempronio

Por amor mío, madre, no passes de aquí sin me lo contar.

Celestina

Sempronio, amigo, ni yo me podría parar ni el lugar es aparejado. Vente commigo delante Calisto, oirás maravillas, que será desflorar mi embaxada communicándola con muchos. De mi boca quiero que sepa lo que se ha hecho, que aunque hayas de haver alguna partezilla del provecho, quiero yo todas las gracias del trabajo.

Sempronio

¿Partezilla, Celestina? Mal me parece esso que dizes.

Celestina

Calla, loquillo, que parte o partezilla, cuanto tú quisieres te daré. Todo lo mío es tuyo. Gozémonoss y aprovechémonos, que sobre el partir nunca reñiremos. E también sabes tú cuánta más necessidad tienen los viejos que los moços, mayormente tú que vas a mesa puesta.

Sempronio

Otras cosas he menester más que de comer.

Celestina

¿Qué, hijo? ¿Una dozena de agujetas y un torce para el bonete, y un arco para andarte de casa en casa tirando a páxaros y aojando páxaras a las ventanas? Mochachas digo, bovo, de las que no saben bolar, que bien me entiendes. Que no hay mejor alcahuete para ellas que un arco, que se puede entrar cada uno hecho moxtrenco, como dizen: ‘en achaque de trama’, etc. Mas, ¡ay, Sempronio, de quien tiene de mantener honra y se va haziendo vieja como yo!

Sempronio
(Ap.)

¡Oh, lisonjera vieja! ¡Oh vieja llena de mal! ¡Oh cobdiciosa y avarienta garganta! También quiere a mí engañar como a mi amo por ser rica. Pues, mala medra tiene. No le arriendo la ganancia, que ‘quien con modo torpe sube en alto, más presto cae que sube’. ¡Oh qué mala cosa es de conoscer el hombre! Bien dizen que ninguna mercadería ni animal es tan difícil. ¡Mala vieja falsa es esta! El diablo me metió con ella. Más seguro me fuera huir desta venenosa bívora que tomalla. Mía fue la culpa. Pero gane harto, que por bien o mal no negará la promessa.

Celestina

¿Qué dizes, Sempronio? ¿Con quién hablas? ¿Viénesme royendo las haldas? ¿Por qué no aguijas?

Sempronio

Lo que vengo diziendo, madre Celestina, es que no me maravillo que seas mudable, que sigas el camino de las muchas. Dicho me havías que diferirías este negocio. Agora vas sin seso por dezir a Calisto cuanto passa. ¿No sabes que ‘aquello es en algo tenido que es por tiempo desseado’, y que cada día que él penasse era doblarnos el provecho?

Celestina

‘El propósito muda el sabio, el nescio persevera’. ‘A nuevo negocio, nuevo consejo’ se requiere. No pensé yo, hijo Sempronio, que assí me respondiera mi buena fortuna. De los discretos mensajeros es hazer lo que el tiempo quiere. Assí que la calidad de lo hecho no puede encubrir tiempo dissimulado. Y más, que yo sé que tu amo, según lo que dél sentí, es liberal y algo antojadizo. Más dará en un día de buenas nuevas que en ciento que ande penado y yo yendo y viniendo. Que los acelerados y súpitos plazeres crían alteración, la mucha alteración estorva el deliberar. Pues, ¿en qué podrá parar el bien sino en bien, y el alto mensaje sino en luengas albricias? Calla, bovo, dexa hazer a tu vieja.

Sempronio

Pues dime lo que passó con aquella gentil donzella. Dime alguna palabra de su boca, que, por Dios, assí peno por sabella como mi amo penaría.

Celestina

¡Calla, loco! ¿Altérasete la complissión? Yo lo veo en ti que ‘querrías más estar al sabor que al olor’ deste negocio. Andemos presto, que estará loco tu amo con mi mucha tardança.

Sempronio

Y aun sin ella se lo está.

Pármeno

¡Señor, señor!

Calisto

¿Qué quieres, loco?

Pármeno

A Sempronio y a Celestina veo venir cerca de casa, haziendo paradillas de rato en rato, y cuando están quedos hazen rayas en el suelo con el espada. No sé qué sea.

Calisto

¡Oh desvariado negligente! ¿Veslos venir? ¿No puedes baxar corriendo a abrir la puerta? ¡Oh alto Dios! ¡Oh soberana deidad! ¿Con qué vienen? ¿Qué nuevas traen? Que tan grande ha sido su tardança, que ya más esperava su venida que el fin de mi remedio. ¡Oh mis tristes oídos, aparejaos a lo que os viniere, que en su boca de Celestina está agora aposentado el alivio o pena de mi coraçón! ¡Oh si en sueños se passasse este poco tiempo, hasta ver el principio y fin de su habla! Agora tengo por cierto que es más penoso al delincuente esperar la cruda y capital sentencia que el acto de la ya sabida muerte! ¡Oh espacioso Pármeno, manos de muerto! Quita ya essa enojosa aldava, entrará essa honrada dueña, en cuya lengua está mi vida.

Celestina

¿Oyes, Sempronio? De otro temple anda nuestro amo. Bien difieren estas razones a las que oímos a Pármeno y a él la primera venida. De mal en bien me parece que va. No hay palabra de las que dize que no vale a la vieja Celestina más que una saya.

Sempronio

Pues mira que entrando hagas que no vees a Calisto y hables algo bueno.

Celestina

Calla, Sempronio, que aunque haya aventurado mi vida, más merece Calisto y su ruego y tuyo; y más mercedes espero yo dél.

Argumento del sesto auto

Entrada Celestina en casa de Calisto con grande afición y desseo, Calisto le pregunta de lo que le ha acontescido con Melibea. Mientra ellos están hablando, Pármeno, oyendo fablar a Celestina de su parte contra Sempronio, a cada razón le pone un mote, reprehendiéndolo Sempronio. En fin la vieja Celestina le descubre todo lo negociado y un cordón de Melibea. E despedida de Calisto, vase para su casa y con ella Pármeno.
Calisto. Celestina. Pármeno. Sempronio
Calisto

¿Qué dizes, señora y madre mía?

Celestina

¡Oh mi señor Calisto! ¿Y aquí estás? ¡Oh mi nuevo amador de la muy fermosa Melibea, y con mucha razón! ¿Con que pagarás a la vieja, que hoy ha puesto su vida al tablero por tu servicio? ¿Cuál mujer jamás se vido en tan estrecha afrenta como yo, que en tornallo a pensar se menguan y vazían todas las venas de mi cuerpo de sangre? Mi vida diera por menor precio que agora daría este manto raído y viejo.

Pármeno
(Ap.)

Tú dirás lo tuyo. ‘Entre col y col, lechuga’. Sobido has un escalón. Más adelante te espero a la saya. Todo para ti y no nada de que puedas dar parte. Pelechar quiere la vieja. Tú me sacarás a mí verdadero y a mi amo loco. No le pierdas palabra, Sempronio, y verás como no quiere pedir dinero porque es divisible.

Sempronio
(Ap.)

Calla, hombre desesperado, que te matará Calisto si te oye.

Calisto

Madre mía, o abrevia tu razón, o toma esta espada y mátame.

Pármeno
(Ap.)

Temblando está el diablo como azogado; no se puede tener en sus pies; su lengua le querría prestar para que fablasse presto. No es mucha su vida; luto havremos de medrar destos amores.

Celestina

¿Espada, señor, o qué? Espada mala mate a tus enemigos y a quien mal te quiere, que yo la vida te quiero dar con buena esperança que traigo de aquella que tú más amas.

Calisto

¿Buena esperança, señora?

Celestina

Buena se puede dezir, pues queda abierta puerta para mi tornada. Y antes me recibirá a mí con esta saya rota, que a otra con seda y brocado.

Pármeno
(Ap.)

Sempronio, cóseme esta boca, que no lo puedo sufrir. Encaxado ha la saya.

Sempronio
(Ap.)

¡Callarás, pardios, o te echaré dende con el diablo! Que si anda rodeando su vestido haze bien, pues tiene dello necessidad, que ‘el abad de do canta, de allí viste’.

Pármeno
(Ap.)

Y aun viste como canta. Y esta puta vieja querría en un día, por tres passos, desechar todo el pelo malo cuanto en cincuenta años no ha podido medrar.

Sempronio
(Ap.)

¿Todo esso es lo que te castigó y el conoscimiento que os teníades y lo que te crió?

Pármeno
(Ap.)

Bien sofriré yo más que pida y pele; pero no todo para su provecho.

Sempronio
(Ap.)

No tiene otra tacha sino ser cobdiciosa. Pero déxala barde sus paredes, que después bardará las nuestras, o en mal punto nos conoció.

Calisto

Dime, por Dios, señora, ¿qué hazía? ¿Cómo entraste? ¿Qué tenía vestido? ¿A qué parte de casa estava? ¿Qué cara te mostró al principio?

Celestina

Aquella cara, señor, que suelen los bravos toros mostrar contra los que lançan las agudas frechas en el cosso; la que los monteses puercos contra los sabuesos que mucho los aquexan.

Calisto

¿Y a éssas llamas señales de salud? Pues ¿cuáles serían mortales? No, por cierto, la misma muerte, que aquélla alivio sería en tal caso deste mi tormento, que es mayor y duele más.

Sempronio
(Ap.)

¿Estos son los fuegos passados de mi amo? ¿Qué es esto? ¿No ternía este hombre sofrimiento para oír lo que siempre ha desseado?

Pármeno
(Ap.)

¿Y que calle yo, Sempronio? Pues si nuestro amo te oye, tan bien te castigará a ti como a mí.

Sempronio
(Ap.)

¡Oh, mal huego te abrase, que tú hablas en daño de todos y yo a ninguno ofendo! ¡Oh intolerable pestilencia y mortal te consuma, rixoso, embidioso, maldito! ¿Toda esta es la amistad que con Celestina y comigo havías concertado? ¡Vete de aquí a la mala ventura!

Calisto

Si no quieres, reina y señora mía, que desespere y vaya mi ánima condenada a perpetua pena oyendo essas cosas, certifícame brevemente si hovo buen fin tu demanda gloriosa y la cruda y rigurosa muestra de aquel gesto angélico y matador, pues todo esso más es señal de odio que de amor.

Celestina

La mayor gloria que al secreto oficio del abeja se da, a la cual los discretos deven imitar, es que todas las cosas por ella tocadas convierte en mejor de lo que son. Desta manera me he havido con las çahareñas razones y esquivas de Melibea. Todo su rigor traigo convertido en miel, su ira en mansedumbre, su aceleramiento en sossiego. Pues, ¿a qué piensas que iva allá la vieja Celestina, a quien tú, demás de tu merecimiento, magníficamente galardonaste, sino ablandar su saña, a sofrir su accidente, a ser escudo de tu absencia, a recebir en mi manto los golpes, los desvíos, los menosprecios, desdenes, que muestran aquéllas en los principios de sus requerimientos de amor, para que sea después en más tenida su dádiva? Que a quien más quieren, peor hablan. Y si assí no fuesse, ninguna diferencia havría entre las públicas que aman a las escondidas donzellas, si todas dixiessen “sí” a la entrada de su primer requerimiento, en viendo que de alguno eran amadas. Las cuales, aunque están abrasadas y encendidas de bivos fuegos de amor, por su honestidad muestran un frío esterior, un sossegado vulto, un aplazible desvío, un costante ánimo y casto propósito, unas palabras agras que la propia lengua se maravilla del gran sofrimiento suyo, que la hazen forçosamente confessar el contrario de lo que sienten. Assí que para que tú descanses y tengas reposo, mientra te contare por estenso el processo de mi habla y la causa que tuve para entrar, sabe que el fin de su razón fue muy bueno.

Calisto

Agora, señora, que me has dado seguro para que ose esperar todos los rigores de la respuesta, di cuanto mandares y como quisieres, que yo estaré atento. Ya me reposa el coraçón, ya descansa mi pensamiento, ya reciben las venas y recobran su perdida sangre, ya he perdido temor, ya tengo alegría. Subamos, si mandas, arriba. En mi cámara me dirás por estenso lo que aquí he sabido en suma.

Celestina

Subamos, señor.

Pármeno
(Ap.)

¡Oh sancta María, y qué rodeos busca este loco por huir de nosotros para poder llorar a su plazer con Celestina de gozo, y por descubrirle mil secretos de su liviano y desvariado apetito, por preguntar y responder seis vezes cada cosa sin que esté presente quien le pueda dezir que es prolixo! ¡Pues, mándote yo, desatinado, que tras ti vamos!

Calisto

Mira, señora, qué fablar trae Pármeno, cómo se viene santiguando de oír lo que has hecho de tu gran diligencia. Espantado está. Por mi fe, señora Celestina, otra vez se santigua. Sube, sube, sube y assiéntate, señora, que de rodillas quiero escuchar tu suave respuesta. Y dime luego, la causa de tu entrada ¿qué fue?

Celestina

Vender un poco de hilado, con que tengo caçadas más de treinta de su estado, si a Dios ha plazido, en este mundo, y algunas mayores.

Calisto

Esso será de cuerpo, madre, pero no de gentileza, no de estado, no de gracia y discreción, no de linaje, no de presunción con merescimiento, no en virtud, no en habla.

Pármeno
(Ap.)

¡Ya escurre eslavones el perdido, ya se desconciertan sus badajadas! ‘Nunca da menos de doze’; siempre está hecho ‘relox de mediodía’. ¡Cuenta, cuenta, Sempronio, que estás desbavado oyéndole a él locuras y a ella mentiras!

Sempronio
(Ap.)

¡Oh maldiziente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del mundo las aguzan, hecho serpiente que huye la boz del encantador? Que solo por ser de amores estas razones, aunque mentiras, las havías de escuchar con gana.

Celestina

Oye, señor Calisto, y verás tu dicha y mi solicitud qué obraron, que en començando yo a vender y poner en precio mi hilado, fue su madre de Melibea llamada para que fuesse a visitar una hermana suya enferma. Y como le fue necessario absentarse, dexó en su lugar a Melibea para…

Calisto

¡Oh gozo sin par! ¡Oh singular oportunidad! ¡Oh oportuno tiempo! ¡Oh quién estuviera allí debaxo de tu manto escuchando qué hablaría sola aquella en quien Dios tan estremadas gracias puso!

Celestina

¿Debaxo de mi manto, dizes? ¡Ay mezquina, que fueras visto por treinta agujeros que tiene, si Dios no le mejora!

Pármeno
(Ap.)

Sálgome fuera, Sempronio. Ya no digo nada. Escúchatelo tú todo. Si este perdido de mi amo no midiesse con el pensamiento cuántos passos hay de aquí a casa de Melibea y contemplasse en su gesto y considerasse cómo estaría aviniendo el hilado, todo el sentido puesto y ocupado en ella, él vería que mis consejos le eran más saludables que estos engaños de Celestina.

Calisto

¿Qué es esto, moços? Estó yo escuchando atento, que me va la vida, vosotros susurráis, como soléis, por hazerme mala obra y enojo. Por mi amor, que calléis; morirés de plazer con esta señora, según su buena diligencia. Di, señora, ¿qué heziste cuando te viste sola?

Celestina

Recebí, señor, tanta alteración de plazer, que cualquiera que me viera me lo conociera en el rostro.

Calisto

Agora la rescibo yo, cuánto más quien ante sí contemplava tal imagen. Enmudecerías con la novedad incogitada.

Celestina

Antes me dio más osadía a hablar lo que quise verme sola con ella. Abrí mis entrañas, díxele mi embaxada: cómo penavas tanto por una palabra de su boca salida en favor tuyo para sanar un tan gran dolor. E como ella estuviesse suspensa, mirándome espantada del nuevo mensaje, escuchando hasta ver quién podía ser el que assí por necessidad de su palabra penava o a quién pudiesse sanar su lengua, en nombrando tu nombre, atajó mis palabras, diose en la frente una gran palmada, como quien cosa de grande espanto oviesse oído, diziendo que cessasse mi habla y me quitasse delante si no querría hazer a sus servidores verdugos de mi postrimería, agravando mi osadía, llamándome hechizera, alcahueta, vieja falsa, barbuda, malhechora, y otros muchos inominiosos nombres, con cuyos títulos asombran a los niños de cuna. E empós desto, mil amortescimientos y desmayos, mil milagros y espantos, turbado el sentido, bulliendo fuertemente los miembros todos a una parte y a otra, herida de aquella dorada frecha que del sonido de tu nombre le tocó, retorciendo el cuerpo, las manos enclavijadas como quien se despereza, que parecía que las despedaçava, mirando con los ojos a todas partes, coceando con los pies el suelo duro. E yo a todo esto arrinconada, encogida, callando, muy gozosa con su ferocidad. Mientra más vasqueava, más yo me alegrava, porque más cerca estava el rendirse y su caída. Pero entre tanto que gastava aquel espumajoso almazén su ira, yo no dexava mis pensamientos estar vagos ni ociosos, de manera que tove tiempo para salvar lo dicho.

Calisto

Esso me di, señora madre, que yo he rebuelto en mi juizio mientra te escucho y no he hallado desculpa que buena fuesse ni conviniente con que lo dicho se cubriesse ni colorasse, sin quedar terrible sospecha de tu demanda. Porque conozca tu mucho saber, que en todo me pareces más que mujer, que como su respuesta tú prenosticaste, proveíste con tiempo tu réplica. ¿Qué más hazía aquella tusca Adeleta, cuya fama, siendo tú biva, se perdiera, la cual tres días ante de su fin prenunció la muerte de su viejo marido y de dos hijos que tenía? Ya creo lo que se dize, que el género flaco de las hembras es más apto para las prestas cautelas que el de los varones.

Celestina

¿Qué, señor? Dixe que tu pena era mal de muelas. E que la palabra que della quería era una oración que ella sabía muy devota para ellas.

Calisto

¡Oh maravillosa astucia! ¡Oh singular mujer en su oficio! ¡Oh cautelosa hembra! ¡Oh melezina presta! ¡Oh discreta en mensajes! ¿Cuál humano seso bastara a pensar tan alta manera de remedio? De cierto creo, si nuestra edad alcançara aquellos passados Eneas y Dido, no trabajara tanto Venus para atraer a su hijo el amor de Elisa, haziendo tomar a Cupido ascánica forma para la engañar; antes, por evitar prolixidad, pusiera a ti por medianera. Agora doy por bien empleada mi muerte puesta en tales manos, y creeré que si mi desseo no oviere efecto cual querría, que no se pudo obrar más, según natura, en mi salud. ¿Qué os parece, moços? ¿Qué más se pudiera pensar? ¿Hay tal mujer nascida en el mundo?

Celestina

Señor, no atajes mis razones. Déxame dezir, que se va haziendo noche. Ya sabes que: “Quien mal haze, aborrece la claridad”, y yendo a mi casa podré aver algún mal encuentro.

Calisto

¿Qué, qué? Sí, que hachas y pajes hay que te acompañen.

Pármeno
(Ap.)

¡Sí, sí, porque no fuercen a la niña, tu irás con ella, Sempronio, que ha temor de los grillos que cantan con lo escuro!

Calisto

¿Dizes algo, hijo Pármeno?

Pármeno

Señor, que yo y Sempronio será bueno que la acompañemos hasta su casa, que haze mucho escuro.

Calisto

Bien dicho es; después será. Procede en tu habla y dime ¿qué más passaste? ¿Qué te respondió a la demanda de la oración?

Celestina

Que la daría de su grado.

Calisto

¿De su grado? ¡Dios mío, qué alto don!

Celestina

Pues más le pedí.

Calisto

¿Qué, mi vieja honrada?

Celestina

Un cordón que ella trae contino ceñido, diziendo que era provechoso para tu mal porque havía tocado muchas reliquias.

Calisto

Pues ¿qué dixo?

Celestina

Dame albricias, dezírtelo he.

Calisto

¡Oh por Dios!, toma toda esta casa y cuanto en ella hay y dímelo, o pide lo que querrás.

Celestina

Por un manto que tú des a la vieja, te dará en tus manos el mesmo que en su cuerpo ella traía.

Calisto

¿Qué dizes de manto? Manto y saya, y cuanto yo tengo.

Celestina

Manto he menester, y este terné yo en harto. No te alargues más; no pongas sospechosa dubda en mi pedir, que dizen que ofrecer mucho al que poco pide es especie de negar.

Calisto

Corre, Pármeno, llama a mi sastre y corte luego un manto y una saya de aquel contray que se sacó para frisado.

Pármeno
(Ap.)

¡Assí, assí, a la vieja todo porque venga cargada de mentiras como abeja, y a mí que me arrastren! Tras esto anda ella hoy todo el día con sus rodeos.

Calisto

¡De qué gana va el diablo! No hay cierto tan mal servido hombre como yo, manteniendo moços adevinos, reçongadores, enemigos de mi bien. ¿Qué vas, vellaco, rezando? ¿Embidioso, qué dizes, que no te entiendo? Ve donde te mando, presto, y no me enojes, que harto basta mi pena para me acabar. Que también avrá para ti sayo en aquella pieça.

Pármeno

No digo, señor, otra cosa sino que es tarde para que venga el sastre.

Calisto

¿No digo yo que adevinas? Pues quédese para mañana. Y tú, señora, por amor mío te sufras, que ‘no se pierde lo que se dilata’. Y mándame mostrar aquel santo cordón que tales miembros fue digno de ceñir. Gozarán mis ojos con todos los otros sentidos, pues juntos han sido apassionados; gozará mi lastimado coraçón, aquel que nunca recibió momento de plazer después que aquella señora conoció. Todos los sentidos le llagaron, todos acorrieron a él con sus esportillas de trabajo; cada uno le lastimó cuanto más pudo: los ojos en vella, los oídos en oílla, las manos en tocalla.

Celestina

¿Que la has tocado, dizes? Mucho me espantas.

Calisto

Entre sueños, digo.

Celestina

¿Entre sueños?

Calisto

Entre sueños la veo tantas noches, que temo no me acontezca como a Alcibíades, que soñó que se veía embuelto en el manto de su amiga y otro día matáronle, y no ovo quien lo alçasse de la calle ni cubriesse, sino ella con su manto. Pero en vida o en muerte, alegre me sería vestir su vestidura.

Celestina

Asaz tienes pena, pues cuando los otros reposan en sus camas, preparas tú el trabajo para sufrir otro día. Esfuérçate, señor, que no hizo Dios a quien desmamparasse. Da espacio a tu desseo. Toma este cordón, que, si yo no me muero, yo te daré a su ama.

Calisto

¡Oh nuevo huésped! ¡Oh bienaventurado cordón, que tanto poder y merecimiento toviste de ceñir aquel cuerpo que yo no soy digno de servir! ¡Oh ñudos de mi passión, vosotros enlazastes mis desseos! Dezidme si os fallastes presentes en la desconsolada respuesta de aquella a quien vosotros servís y yo adoro, y por más que trabajo noches y días, no me vale ni aprovecha.

Celestina

Refrán viejo es: ‘Quien menos procura, alcança más bien’. Pero yo te haré, procurando, conseguir lo que siendo negligente no havrías. Consuélate, señor, que ‘en una hora no se ganó Çamora’, pero no por esso desconfiaron los combatientes.

Calisto

¡Oh, desdichado!, que las ciudades están con piedras cercadas, y a piedras, piedras las vencen. Pero esta mi señora tiene el coraçón de azero. No hay metal que con él pueda; no hay tiro que le melle. Pues poned escalas en su muro, unos ojos tiene con que echa saetas, una lengua llena de reproches y desvíos; el assiento tiene en parte que media legua no le pueden poner cerco.

Celestina

Calla, señor, que el buen atrevimiento de un solo hombre ganó a Troya. No desconfíes, que una mujer puede ganar a otra. Poco has tratado mi casa; no sabes bien lo que yo puedo.

Calisto

Cuanto dixeres, señora, te quiero creer, pues tal joya como esta me truxiste. ¡Oh mi gloria y ceñidero de aquella angélica cintura, yo te veo y no lo creo! ¡Oh cordón, cordón!, ¿fuísteme tú enemigo? Dilo cierto. Si lo fuiste, yo te perdono, que de los buenos es propio las culpas perdonar. No lo creo, que si fueras contrario no vinieras tan presto a mi poder, salvo si vienes a desculparte. Conjúrote me respondas por la virtud del gran poder que aquella señora sobre mí tiene.

Celestina

Cessa ya, señor, esse devanear, que me tienes cansada de escucharte y al cordón roto de tratarlo.

Calisto

¡Oh, mezquino de mí, que assaz bien me fuera del cielo otorgado que de mis braços fueras hecho y texido, y no de seda como eres, porque ellos gozaran cada día de rodear y ceñir con devida reverencia aquellos miembros que tú, sin sentir ni gozar de la gloria, siempre tienes abraçados! ¡Oh qué secretos avrás visto de aquella excelente imagen!

Celestina

Más verás tú y con más sentido, si no lo pierdes fablando lo que hablas.

Calisto

Calla, señora, que él y yo nos entendemos. ¡Oh mis ojos, acordaos cómo fuistes causa y puerta por donde fue mi coraçón llagado, y que aquel es visto hazer el daño que da la causa! Acordaos que sois debdores de la salud; remirad la melezina que os viene hasta casa.

Sempronio

Señor, por holgar con el cordón no querrás gozar de Melibea.

Calisto

¿Qué, loco, desvariado, atajasolazes? ¿Cómo es esso?

Sempronio

Que mucho hablando matas a ti y a los que te oyen. E assí que perderás la vida o el seso. Cualquier que falte basta para quedarte a escuras. Abrevia tus razones, darás lugar a las de Celestina.

Calisto

¿Enójote, madre, con mi luenga razón, o está borracho este moço?

Celestina

Aunque no lo esté, deves, señor, cessar tu razón, dar fin a tus luengas querellas, tratar al cordón como cordón, porque sepas fazer diferencia de fabla cuando con Melibea te veas. No haga tu lengua iguales la persona y el vestido.

Calisto

¡Oh mi señora, mi madre, mi consoladora, déxame gozar con este mensajero de mi gloria! ¡Oh lengua mía!, ¿por qué te impides en otras razones, dexando de adorar presente la excellencia de quien por ventura jamás verás en tu poder! ¡Oh mis manos, con qué atrevimiento, con cuán poco acatamiento tenéis y tratáis la triaca de mi llaga! Ya no podrán empecer las yervas que aquel crudo caxquillo traía embueltas en su aguda punta. Seguro soy, pues quien dio la ferida, la cura. ¡Oh tú, señora, alegría de las viejas mujeres, gozo de las moças, descanso de los fatigados como yo, no me hagas más penado con tu temor que me haze mi vergüença! Suelta la rienda a mi contemplación, déxame salir por las calles con esta joya, porque los que me vieren sepan que no hay más bienandante hombre que yo.

Sempronio

No afistoles tu llaga cargándola de más desseo. No es, señor, el solo cordón del que pende tu remedio.

Calisto

Bien lo conozco, pero no tengo sofrimiento para me abstener de adorar tan alta empresa.

Celestina

¿Empresa? Aquélla es empresa que de grado es dada; pero ya sabes que lo hizo por amor de Dios para guarescer tus muelas, no por el tuyo para cerrar tus llagas. Pero si yo bivo, ella bolverá la hoja.

Calisto

¿Y la oración?

Celestina

No se me dio por agora.

Calisto

¿Qué fue la causa?

Celestina

La brevedad del tiempo. Pero quedó que si tu pena no afloxasse, que tornasse mañana por ella.

Calisto

¿Afloxar? Entonce afloxará mi pena cuando su crueldad.

Celestina

Asaz, señor. Basta lo dicho y hecho. Obligada queda, según lo que mostró, a todo lo que para esta enfermedad yo quisiere pedir según su poder. Mira, señor, si esto basta para la primera vista. Yo me voy. Cumple, señor, que si salieres mañana lleves reboçado un paño, porque, si della fueres visto, no acuse de falsa mi petición.

Calisto

Y aun cuatro por tu servicio. Pero dime, por Dios, ¿passó mas?, que muero por oír palabras de aquella dulce boca. ¿Cómo fueste tan osada que, sin la conocer, te mostraste tan familiar en tu entrada y demanda?

Celestina

¿Sin la conoscer? Cuatro años fueron mis vezinas. Tractava con ellas, hablava y reía de día y de noche. Mejor me conosce su madre que a sus mismas manos, aunque Melibea se ha hecho grande mujer, discreta, gentil.

Pármeno
(Ap.)

¡Ea! Mira, Sempronio, qué te digo al oído.

Sempronio
(Ap.)

Dime, ¿qué dizes?

Pármeno
(Ap.)

Aquel atento escuchar de Celestina da materia de alargar en su razón a nuestro amo. Llégate a ella, dale del pie, fagámosle de señas que no espere más, sino que se vaya; que no hay tan loco hombre nacido que solo mucho hable.

Calisto

¿Gentil dizes, señora, que es Melibea? Paresce que lo dizes burlando. ¿Hay nascida su par en el mundo? ¿Crió Dios otro mejor cuerpo? ¿Puédense pintar tales faciones, dechado de hermosura? Si hoy fuera biva Helena, por quien tanta muerte hovo de griegos y troyanos, o la hermosa Policena, todas obedecerían a esta señora por quien yo peno. Si ella se hallara presente en aquel debate de la mançana con las tres diosas, nunca sobrenombre de discordia le pusieran, porque sin contrariar ninguna todas concedieran y vinieran conformes en que la llevara Melibea. Assí que se llamará mançana de concordia. Pues cuantas hoy son nacidas que della tengan noticia, se maldizen, querellan a Dios porque no se acordó dellas cuando a esta mi señora hizo; consumen sus vidas, comen sus carnes con embidia, danles siempre crudos martirios, pensando con artificio igualar con la perfición que sin trabajo dotó a ella natura; dellas pelan sus cejas con tenazicas y pegones y a cordelejos; dellas buscan las doradas yervas, raízes, ramas y flores para hazer lexías con que sus cabellos semejassen a los della, las caras martillando, envistiéndolas en diversos matizes, con ungüentos y unturas, aguas fuertes, posturas blancas y coloradas, que por evitar prolixidad no las cuento. Pues la que todo esto halló hecho, mira si merece de un triste hombre como yo ser servida…

Celestina
(Ap.)

Bien te entiendo, Sempronio. Déxale, que él caerá de su asno; ya acaba.

Calisto

…en la que toda la natura se remiró por la hazer perfecta, que las gracias que en todas repartió las juntó en ella. Allí hizieron alarde cuanto más acabadas pudieron allegarse, porque conociessen los que la viessen cuánta era la grandeza de su pintor. Sólo una poca de agua clara con un ebúrneo peine basta para exceder a las nacidas en gentileza. Estas son sus armas, con estas mata y vence, con estas me cativó, con estas me tiene ligado y puesto en dura cadena.

Celestina

Calla y no te fatigues, que más aguda es la lima que yo tengo que fuerte essa cadena que te atormenta. Yo la cortaré con ella porque tú quedes suelto. Por ende, dame licencia, que es muy tarde, y déxame llevar el cordón porque, como sabes, tengo dél necessidad.

Calisto

¡Oh desconsolado de mí! La fortuna adversa me sigue junta, que contigo o con el cordón, o con entrambos, quisiera yo estar acompañado esta noche luenga y escura. Pero, pues no hay bien complido en esta penosa vida, venga entera la soledad. ¡Moços! ¡Moços!

Pármeno

Señor.

Calisto

Acompañá a esta señora hasta su casa; y vaya con ella tanto plazer y alegría cuanta comigo queda tristeza y soledad.

Celestina

Quede, señor, Dios contigo. Mañana será mi buelta, donde mi manto y la respuesta vernán a un punto, pues hoy no hovo tiempo.Y súfrete, señor, y piensa en otras cosas.

Calisto

Esso no, que es heregía olvidar aquella por quien la vida me aplaze.

Argumento del sétimo auto

Celestina habla con Pármeno, induziéndole a concordia y amistad de Sempronio. Tráele Pármeno a memoria la promessa que le hiziera de le hazer aver a Areúsa, que él mucho amava. Vanse a casa de Areúsa; queda ahí la noche Pármeno. Celestina va para su casa; llama a la puerta. Elicia le viene a abrir, increpándole su tardança.
Pármeno. Celestina. Areúsa. Elicia.
Celestina

Pármeno, hijo, después de las passadas razones, no he havido oportuno tiempo para te dezir y mostrar el mucho amor que te tengo, y assimismo cómo de mi boca todo el mundo ha oído hasta agora en absencia bien de ti. La razón no es menester repetirla, porque yo te tenía por hijo a lo menos cuasi adotivo, y assí que tú imitaras al natural, y tú dasme el pago en mi presencia, paresciéndote mal cuanto digo, susurrando y murmurando contra mí en presencia de Calisto. Bien pensava yo que después que concediste en mi buen consejo, que no havías de tornarte atrás. Todavía me parece que te quedan reliquias vanas, hablando por antojo más que por razón. Desechas el provecho por contentar la lengua. Óyeme, si no me has oído, y mira que soy vieja y el buen consejo mora en los viejos, e de los mancebos es proprio el deleite. Bien creo que de tu yerro sola la edad tiene culpa. Espero en Dios que serás mejor para mí de aquí adelante y mudarás el ruin propósito con la tierna edad que, como dizen, “Múdanse costumbres con la mudança del cabello y variación”. Digo, hijo, cresciendo y viendo cosas nuevas cada día, porque la mocedad en solo lo presente se impide y ocupa a mirar, más la madura edad no dexa presente ni passado ni porvenir. Si tú tovieras memoria, hijo Pármeno, del passado amor que te tuve, la primera posada que tomaste, venido nuevamente en esta ciudad, havía de ser la mía; pero los moços curáis poco de los viejos, regisvos a sabor de paladar, nunca pensáis que tenéis ni havéis de tener necessidad dellos, nunca pensáis en enfermedades, nunca pensáis que os puede esta florezilla de juventud faltar. Pues mira, amigo, que para tales necessidades como estas, buen acorro es una vieja conocida, amiga, madre y más que madre; buen mesón para descansar sano, buen hospital para sanar enfermo, buena bolsa para necessidad, buena arca para guardar dinero en prosperidad, buen fuego de invierno rodeado de assadores, buena sombra de verano, buena taverna para comer y bever. ¿Qué dirás, loquillo, a todo esto? Bien sé que estás confuso por lo que hoy has fablado. Pues no quiero más de ti, que Dios no pide más del pecador de arrepentirse y enmendarse. Mira a Sempronio, yo le hize hombre de Dios en ayuso. Querría que fuéssedes como hermanos, porque estando bien con él, con tu amo y con todo el mundo lo estarías. Mira que es bienquisto, diligente, palanciano, buen servidor, gracioso; quiere tu amistad; crecería vuestro provecho dándoos el uno al otro la mano. E pues sabe que es menester que ames si quieres ser amado, que ‘no se toman truchas’, etc. Ni te lo deve Sempronio de fuero. Simpleza es no querer amar y esperar ser amado; locura es pagar el amistad con odio.

Pármeno

Madre, mi segundo yerro te confiesso, y con perdón de lo passado quiero que ordenes lo por venir. Pero con Sempronio me parece que es impossible sostenerse mi amistad; él es desvariado, yo mal sufrido. Concertadme essos amigos.

Celestina

Pues no era essa tu condición.

Pármeno

A la mi fe, mientra más fui cresciendo, más la primera paciencia me olvidava. No soy el que solía. Y assimismo Sempronio no hay ni tiene en qué me aproveche.

Celestina

El cierto amigo en la cosa incierta se conosce, en las adversidades se prueva; entonces se allega y con más desseo visita la casa que la fortuna próspera desamparó. ¿Qué te diré, hijo, de las virtudes del buen amigo? No hay cosa más amada ni más rara; ninguna carga rehúsa. Vosotros sois iguales; la paridad de las costumbres y la semejança de los coraçones es la que más la sostiene. Cata, hijo mío, que si algo tienes, guardado se te está. Sabe tú ganar más, que aquello ganado lo hallaste. Buen siglo haya aquel padre que lo trabajó. No se te puede dar hasta que bivas más reposado y vengas en edad complida.

Pármeno

¿A qué llamas reposado, tía?

Celestina

Hijo, a bivir por ti, a no andar por casas ajenas, lo cual siempre andarás mientra no te supieres aprovechar de tu servicio. Que de lástima que ove de verte roto, pedí hoy manto, como viste, a Calisto; no por mi manto, pero porque estando el sastre en casa y tú delante sin sayo, te le diesse. Assí que no por mi provecho, como yo sentí que dixiste, mas por el tuyo, que si esperas al ordinario galardón destos galanes, es tal que lo que en diez años sacarás, atarás en la manga. Goza tu mocedad, el buen día, la buena noche, el buen comer y bever; cuando pudieres haverlo, no lo dexes; piérdase lo que se perdiere. No llores tú la hazienda que tu amo heredó, que esto te llevarás deste mundo, pues no le tenemos más de por nuestra vida. ¡Oh hijo mío Pármeno!, —que bien te puedo dezir fijo pues tanto tiempo te crié—, toma mi consejo, pues sale con limpio desseo de verte en alguna honra. ¡Oh cuán dichosa me hallaría en que tú y Sempronio estuviéssedes muy conformes, muy amigos, hermanos en todo, viéndoos venir a mi pobre casa a holgar, a verme y aun a desenojaros con sendas mochachas!

Pármeno

¿Mochachas, madre mía?

Celestina

¡Alahé!, mochachas digo, que viejas harto me soy yo; cual se la tiene Sempronio, y aun sin haver tanta razón ni tenerle tanta afición como a ti, que de las entrañas me sale cuanto te digo.

Pármeno

Señora, no bives engañada.

Celestina

Y aunque lo biva, no me pena mucho, que también lo hago por amor de Dios y por verte solo en tierra agena, y más por aquellos huessos de quien te me encomendó, que tú serás hombre y vernás en conocimiento verdadero y dirás: “La vieja Celestina bien me consejava”.

Pármeno

Y aun agora lo siento, aunque soy moço, que aunque hoy vías que aquello dezía, no era porque me pareciesse mal lo que tú fazías, pero porque vía que le consejava yo lo cierto y me dava malas gracias. Pero de aquí adelante demos trás él. Haz de las tuyas, que yo callaré; que ya tropecé en no te creer cerca deste negocio con él.

Celestina

Cerca deste y de otros tropeçarás y caerás mientra no tomares mis consejos, que son de amiga verdadera.

Pármeno

Agora doy por bien empleado el tiempo que siendo niño te serví, pues tanto fruto trae para la mayor edad. Y rogaré a Dios por el alma de mi padre, que tal tutriz me dexó, y de mi madre, que a tal mujer me encomendó.

Celestina

No me la nombres, hijo, por Dios, que se me hinchen los ojos de agua. ¿Y tuve yo en este mundo otra tal amiga, otra tal compañera, tal aliviadora de mis trabajos y fatigas? ¿Quién suplía mis faltas? ¡Quién sabía mis secretos? ¿A quién descubría mi coraçón? ¿Quién era todo mi bien y descanso, sino tu madre, más que mi hermana y comadre? ¡Oh qué graciosa era! ¡Oh qué desembuelta, limpia, varonil! Tan sin pena ni temor se andava a media noche de cimenterio en cimenterio, buscando aparejos para nuestro oficio, como de día. Ni dexava cristianos ni moros ni judíos, cuyos enterramientos no visitava; de día los acechava, de noche los desenterrava. Assí se holgava con la noche escura como tú con el día claro. Dezía que aquélla era capa de pecadores. Pues, ¿maña no tenía con todas las otras gracias? Una cosa te diré, porque veas qué madre perdiste, aunque era para callar, pero contigo todo passa. Siete dientes quitó a un ahorcado con unas tenazicas de pelar cejas, mientra yo le descalçé los çapatos. Pues entrar en un cerco, mejor que yo y con más esfuerço, aunque yo tenía harta buena fama más que agora; que por mis pecados, todo se olvidó con su muerte. ¿Qué más quieres, sino que los mesmos diablos la havían miedo? Atemorizados y espantados los tenía con las crudas bozes que les dava. Assí era dellos conocida como tú en tu casa; tumbando venían unos sobre otros a su llamado; no le osavan dezir mentira, según la fuerça con que los apremiava. Después que la perdí, jamás les oí verdad.

Pármeno
(Ap.)

No la medre Dios más a esta vieja, que ella me da plazer con estos loores de sus palabras.

Celestina

¿Qué dizes, mi honrado Pármeno, mi hijo y más que hijo?

Pármeno

Digo que, ¿cómo tenía essa ventaja mi madre, pues las palabras que ella y tú dezíades eran todas unas?

Celestina

¿Cómo? ¿Y desso te maravillas? ¿No sabes que dize el refrán que ‘mucho va de Pedro a Pedro’? Aquella gracia de mi comadre no la alcançávamos todas. ¿No has visto en los oficios unos buenos y otros mejores? Assí era tu madre, que Dios haya, la prima de nuestro oficio, y por tal era de todo el mundo conocida y querida, assí de cavalleros como de clérigos, casados, viejos, moços y niños. Pues moças y donzellas, assí rogavan a Dios por su vida como de sus mismos padres. Con todos tenía que hazer, con todos hablava. Si salíamos por la calle, cuantos topávamos eran sus ahijados, que fue su principal oficio partera diez y seis años. Assí que, aunque tú no sabías sus secretos por la tierna edad que avías, agora es razón que los sepas, pues ella es finada y tú hombre.

Pármeno

Dime, señora, cuando la justicia te mandó prender estando yo en tu casa, ¿teníades mucho conocimiento?

Celestina

¿Si teníamos, me dizes como por burla? Juntas lo hezimos, juntas nos sintieron, juntas nos prendieron y acusaron, juntas nos dieron la pena essa vez, que creo que fue la primera. Pero muy pequeño eras tú; yo me espanto cómo te acuerdas, que es la cosa que más olvidada está en la ciudad. Cosas son que passan por el mundo. Cada día verás quien peque y pague, si sales a esse mercado.

Pármeno

Verdad es, pero del pecado lo peor es la perseverancia, que assí como el primer movimiento no es en mano del hombre, assí el primero yerro, do dizen: ‘Que quien yerra y se emienda’, etc.

Celestina
(Ap.)

Lastimásteme, don loquillo. ¿A las verdades nos andamos? Pues espera, que yo te tocaré donde te duela.

Pármeno

¿Qué dizes, madre?

Celestina

Hijo, digo que sin aquella prendieron cuatro vezes a tu madre, que Dios haya, sola; y aun la una le levantaron que era bruxa, porque la hallaron de noche con unas candelillas cogiendo tierra de una encruzijada, y la tovieron medio día en una escalera en la plaça puesta, uno como rocadero pintado en la cabeça. Pero no fue nada; algo han de sufrir los hombres en este triste mundo para sustentar sus vidas y honras. E mira en cuán poco lo tuvo con su buen seso, que ni por esso dexó dende en adelante de usar mejor su oficio. Esto ha venido por lo que dezías del perseverar en lo que una vez se yerra. En todo tenía gracia, que en Dios y en mi consciencia, aún en aquella escalera estava y parescía que a todos los de baxo no tenía en una blanca, según su meneo y presencia. Assí que los que algo son como ella y saben y valen, son los que más presto yerran. Verás quién fue Virgilio y qué tanto supo, mas ya havrás oído cómo estovo en un cesto colgado de una torre mirándolo toda Roma. Pero por esso no dexó de ser honrado ni perdió el nombre de Virgilio.

Pármeno

Verdad es lo que dizes, pero esso no fue por justicia.

Celestina

¡Calla, bovo!, poco sabes de achaque de iglesia, y cuándo es mejor por mano de justicia que de otra manera. Sabíalo mejor el cura, que Dios haya, que viniéndola a consolar dixo que la Santa Escriptura tenía que: “Bienaventurados eran los que padescían persecución por la justicia y que aquéllos posseerían el reino de los cielos”. Mira si es mucho passar algo en este mundo por gozar de la gloria del otro.Y más, que según todos dezían, a tuerto y sin razón y con falsos testigos y rezios tormentos la hizieron aquella vez confessar lo que no era. Pero con su buen esfuerço, y como el coraçón abezado a sufrir haze las cosas más leves de lo que son, todo lo tuvo en nada; que mil vezes le oía dezir: “‘Si me quebré el pie, fue por mi bien’, porque soy más conocida que antes”. Assí que todo esto passó tu buena madre acá; devemos creer que le dará Dios buen pago allí, si es verdad lo que nuestro cura nos dixo. Y con esto me consuelo. Pues seime tú como ella, amigo verdadero, y trabaja por ser bueno, pues tienes a quien parezcas; que lo que tu padre te dexó, a buen seguro lo tienes.

Pármeno

Agora dexemos los muertos y las herencias, hablemos en los presentes negocios, que nos va más que en traer los passados a la memoria. Bien se te acordará no ha mucho que me prometiste que me harías haver a Areúsa, cuando en mi casa te dixe cómo moría por sus amores.

Celestina

Sí, te lo prometí; no lo he olvidado. Ni creas que he perdido con los años la memoria, que más de tres xaques ha recebido de mí sobre ello en tu absencia. Ya creo que estará bien madura. Vamos de camino por casa, que no se podrá escapar de mate, que esto es lo menos que yo por ti tengo de hazer.

Pármeno

Yo ya desconfiava de la poder alcançar, porque jamás podía acabar con ella que me esperasse a poderle dezir una palabra. E como dizen, ‘mala señal es de amor huir y bolver la cara’, sentía en mí gran desfuzia desto.

Celestina

No tengo en mucho tu desconfiança, no me conosciendo ni sabiendo, como agora, que tienes tan de tu mano la maestra destas lavores. Pues agora verás cuánto por mi causa vales, cuánto con las tales puedo, cuánto sé en casos de amor. Anda passo, ves aquí su puerta. Entremos quedo, no nos sientan sus vezinas. Atiende y espera debaxo desta escalera. Subiré yo a ver qué se podrá hazer sobre lo hablado, y por ventura haremos más que tú ni yo traemos pensado.

Areúsa

¿Quién anda ahí? ¿Quién sube a tal hora en mi cámara?

Celestina

Quien no te quiere mal, por cierto; quien nunca da passo que no piense en tu provecho; quien tiene más memoria de ti que de sí misma. Una enamorada tuya, aunque vieja.

Areúsa
(Ap.)

¡Válala el diablo a esta vieja con qué viene, como estantigua a tal hora!

(Alto)

Tía, señora, ¿qué buena venida es esta tan tarde? Ya me desnudava para acostar.

Celestina

¿Con las gallinas, hija? ¡Assí se hará la hazienda! ¡Andar, passe! Otro es el que ha de llorar las necessidades, que no tú. ‘Yerva pasce quien lo cumple’. Tal vida quien quiera se la querría.

Areúsa

¡Jesú! Quiérome tornar a vestir, que he frío.

Celestina

No harás, por mi vida, sino éntrate en la cama, que desde allí hablaremos.

Areúsa

Assí goze de mí, pues que lo he bien menester, que me siento mala hoy todo el día. Assí que necessidad más que vicio me hizo tomar con tiempo las sávanas por faldetas.

Celestina

Pues no estés assentada; acuéstate y métete debaxo de la ropa, que pareces serena. ¡Ay, cómo huele toda la ropa en bulléndote! Aosadas, que está todo a punto. Siempre me pagué de tus cosas y hechos, y de tu limpieza y atavío. ¡Fresca que estás, bendígate Dios! ¡Qué sávanas y colcha, qué almohadas y qué blancura! Tal sea mi vejez cual todo me parece. Perla de oro, verás si te quiere bien quien te visita a tales horas. Déxame mirarte toda a mi voluntad, que me huelgo.

Areúsa

Passo, madre, no llegues a mí, que me hazes coxquillas y provócasme a reír, y la risa acresciéntame el dolor.

Celestina

¿Qué dolor, mis amores? ¿Búrlaste, por mi vida, comigo?

Areúsa

Mal gozo vea de mí si burlo, sino que ha cuatro horas que muero de la madre, que la tengo sobida en los pechos, que me quiere sacar deste mundo, que no soy tan viciosa como piensas.

Celestina

Pues dame lugar. Tentaré, que aún algo sé yo deste mal, por mi pecado, que cada una se tiene su madre y çoçobras della.

Areúsa

Más arriba la siento, sobre el estómago.

Celestina

¡Bendígate Dios y señor sant Miguel Ángel, y qué gorda y fresca que estás! ¡Qué pechos y qué gentileza! Por hermosa te tenía hasta agora, viendo lo que todos podían ver, pero agora te digo que no hay en la ciudad tres cuerpos tales como el tuyo, en cuanto yo conozco. No parece que hayas quinze años. ¡Oh quién fuera hombre y tanta parte alcançara de ti para gozar tal vista! Por Dios, pecado ganas en no dar parte destas gracias a todos los que bien te quieren; que no te las dio Dios para que pasassen en balde por el frescor de tu juventud debaxo de seis doblezes de paño y lienço. Cata que no seas avarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza, pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No seas ‘el perro del hortolano’. Y pues tú no puedes de ti propria gozar, goze quien puede, que no creas que en balde fuiste criada, que ‘cuando nasce ella, nasce él’, y cuando él, ella. Ninguna cosa hay criada al mundo superflua ni que con acordada razón no proveyesse della natura. Mira que es pecado fatigar y dar pena a los hombres, podiéndolos remediar.

Areúsa

¿Alábame, agora, madre? Y no me quiere ninguno. Dame algún remedio para mi mal y no estés burlando de mí.

Celestina

Deste tan común dolor todas somos, mal pecado, maestras. Lo que he visto a muchas hazer, y lo que a mí siempre aprovecha, te diré. Porque como las calidades de las personas son diversas, assí las melezinas hazen diversas sus operaciones y diferentes. Todo olor fuerte es bueno, assí como poleo, ruda, axiensos, humo de plumas de perdiz, de romero, de moxquete, de encienso. Recebido con mucha diligencia aprovecha y afloxa el dolor y buelve poco a poco la madre a su lugar. Pero otra cosa hallava yo siempre mejor que todas, y esta no te quiero dezir, pues tan santa te me hazes.

Areúsa

¿Qué, por mi vida, madre? ¡Vesme penada y encúbresme la salud!

Celestina

Anda, que bien me entiendes; no te hagas bova.

Areúsa

¡Ya, ya, mala landre me mate si te entendía! Pero, ¿qué quieres que haga? Sabes que se partió ayer aquel mi amigo con su capitán a la guerra. ¿Havía de fazerle ruindad?

Celestina

Verás, ¡y qué daño y qué gran ruindad!

Areúsa

Por cierto, sí sería, que me da todo lo que he menester. Tiéneme honrada, favorésceme y trátame como si fuesse su señora.

Celestina

Pero aunque todo esso sea, mientra no parieres, nunca te faltará este mal de agora, de lo cual él deve ser causa. E si no crees en dolor, cree en color, y verás lo que viene de su sola compañía.

Areúsa

No es sino mi mala dicha; maldición mala que mis padres me echaron, que no está ya por provar todo esso. Pero dexemos esso, que es tarde, y dime a qué fue tu buena venida.

Celestina

Ya sabes lo que de Pármeno te hove dicho. Quexáseme que aun verle no le quieres. No sé por qué, sino porque sabes que le quiero yo bien y le tengo por hijo. Pues, por cierto, de otra manera miro yo tus cosas, que hasta tus vezinas me parecen bien y se me alegra el coraçón cada vez que las veo, porque sé que hablan contigo.

Areúsa

No bives, tía señora, engañada.

Celestina

No lo sé. A las obras creo, que las palabras de balde las venden dondequiera. Pero el amor nunca se paga sino con puro amor, y las obras con obras. Ya sabes el deudo que ay entre ti y Elicia, la cual tiene Sempronio en mi casa. Pármeno y él son compañeros; sirven a este señor que tú conoces y por quien tanto favor podrás tener. No niegues lo que tan poco hazer te cuesta. Vosotras, parientas; ellos, compañeros. Mira cómo viene mejor medido que lo queremos. Aquí viene comigo; verás si quieres que suba.

Areúsa

¡Amarga de mí? ¿Y si nos ha oído?

Celestina

No, que abaxo queda. Quiérole hazer subir. Reciba tanta gracia que lo conozcas y hables y muestres buena cara. Y si tal te paresciere, goze él de ti y tú dél, que aunque él gane mucho, tú no pierdes nada.

Areúsa

Bien tengo, señora, conoscimiento cómo todas tus razones, estas y las passadas, se endereçan en mi provecho. Pero ¿cómo quieres que haga tal cosa? Que tengo a quien dar cuenta, como has oído y, si soy sentida, matarme ha. Tengo vezinas embidiosas, luego lo dirán. Assí que, aunque no haya más mal de perderle, será más que ganaré en agradar al que me mandas.

Celestina

Esso que temes yo lo proveí primero, que muy passo entramos.

Areúsa

No lo digo por esta noche, sino por otras muchas.

Celestina

¿Cómo, y dessas eres? ¿Dessa manera te tratas? Nunca tú harás casa con sobrado. ¿Absente le has miedo? ¿Qué harías si estoviese en la ciudad? En dicha me cabe que jamás cesso de dar consejos a bovos y todavía hay quien yerre. Pero no me maravillo, que es grande el mundo y pocos los esperimentados. ¡Ay, ay, hija, si viesses el saber de tu prima, y qué tanto le ha aprovechado mi criança y consejos, y qué gran maestra está! Y aun que no se halla ella mal con mis castigos, que uno en la cama y otro en la puerta y otro que sospira por ella en su casa se precia de tener. Y con todos cumple y a todos muestra buena cara; y todos piensan que son muy queridos; y cada uno piensa que no hay otro y que él solo es privado, y él solo es el que le da lo que ha menester. ¿Y tú temes que con dos que tengas las tablas de la cama lo han de descobrir? ¿De una sola gotera te mantienes? No te sobrarán muchos manjares. No quiero arrendar tus excamochos. Nunca uno me agradó, nunca en uno puse toda mi afición; más pueden dos y más cuatro, y más dan y más tienen y más hay en qué escoger. No hay cosa mas perdida, hija, que ‘el mur que no sabe sino un horado’; si aquél le tapan, no avrá donde se esconda del gato. Quien no tiene sino un ojo, mira a cuánto peligro anda. ‘Una ánima sola ni canta ni llora’. ‘Un solo acto no haze hábito’. Un fraile solo pocas vezes lo encontrarás por la calle. ‘Una perdiz sola por maravilla buela’. ‘Un manjar solo continuo, presto pone hastío’. ‘Una golondrina no haze verano’. Un testigo solo no es entera fe. Quien sola una ropa tiene, presto la envejece. ¿Qué quieres, hija, deste número de uno? Más inconvenientes te diré dél que años tengo acuestas. Ten siquiera dos, que es compañía loable, como tienes dos orejas, dos pies y dos manos, dos sávanas en la cama, como dos camisas para remudar. E si mas quisieres, mejor te irá, que ‘mientra más moros, más ganancia’. Que ‘honra sin provecho, no es sino como anillo en el dedo’. E pues entrambos no caben en un saco, acoge la ganancia.

— Sube, hijo Pármeno.

Areúsa

¡No suba, landre me mate, que me fino de empacho! Que no le conozco; siempre hove vergüença dél.

Celestina

Aquí estoy yo que te la quitaré y cobriré y hablaré por entrambos, que otro tan empachado es él.

Pármeno

Señora, Dios salve tu graciosa presencia.

Areúsa

Gentilhombre, buena sea tu venida.

Celestina

¡Allégate acá, asno! ¿A dónde te vas allá assentar al rincón? No seas empachado, que ‘al hombre vergonçoso el diablo lo traxo a palacio’. Oídme entrambos lo que digo. Ya sabes tú, Pármeno amigo, lo que te prometí; y tú, hija mía, lo que te tengo rogado. Dexada aparte la dificultad con que me lo has concedido, pocas razones son necessarias, porque el tiempo no lo padesce. Él ha siempre bivido penado por ti; pues viendo su pena, sé que no le querrás matar. Y aun conozco que él te paresce tal que no será malo para quedarse acá esta noche en casa.

Areúsa

¡Por mi vida, madre, que tal no se haga! ¡Jesú, no me lo mandes!

Pármeno
(Bajo a Celestina)

¡Madre mía, por amor de Dios, que no salga yo de aquí sin buen concierto, que me ha muerto de amores su vista! Ofrécele cuanto mi padre te dexó para mí. Dile que le daré cuanto tengo. ¡Ea, díselo, que me paresce que no me quiere mirar!

Areúsa

¿Qué te dize esse señor a la oreja? ¿Piensa que tengo de hazer nada de lo que pides?

Celestina

No dize, hija, sino que se huelga mucho con tu amistad, porque eres persona tan honrada en quien cualquier beneficio cabrá bien. ¡Llégate acá, negligente, vergonçoso, que quiero ver para cuánto eres ante que me vaya! ¡Retóçala en esta cama!

Areúsa

No será tan descortés que entre en lo vedado sin licencia.

Celestina

¿En cortesías y licencias estás? No espero más aquí. Yo fiadora que tú amanezcas sin dolor y él sin color. Mas como es un putillo, gallillo, barviponiente, entiendo qu’en tres noches no se le demude la cresta. Destos me mandavan a mí comer en mi tiempo los médicos de mi tierra cuando tenía mejores dientes.

Areúsa

¡Ay, señor mío, no me trates de tal manera! Ten mesura, por cortesía; mira las canas de aquella vieja honrada que están presentes. Quítate allá, que no soy de aquellas que piensas; no soy de las que públicamente están a vender sus cuerpos por dinero. Assí goze de mí, de casa me salga si fasta que Celestina, mi tía, sea ida a mi ropa tocas.

Celestina

¿Qué es esto, Areúsa? ¿Qué son estas estrañezas y esquivedad, estas novedades y retraimiento? Paresce, hija, que no sé yo qué cosa es esto, que nunca vi estar un hombre con una mujer juntos, y que jamás passé por ello ni gozé de lo que gozas, y que no sé lo que passan y lo que dizen y hazen. ¡Guay de quien tal oye como yo! Pues avísote de tanto que fui errada como tú y tuve amigos, pero nunca el viejo ni la vieja echava de mi lado, ni su consejo en público ni en mis secretos. Para la muerte, que a Dios devo, más quisiera una gran bofetada en mitad de mi cara. Paresce que ayer nascí según tu encubrimiento; por hazer a ti honesta, me hazes a mí necia y vergonçosa, y de poco secreto y sin esperiencia, y me amenguas en mi oficio por alçar a ti en el tuyo. Pues ‘de cossario a cossario no se pierden sino los barriles’. Más te alabo yo detrás que tú te estimas delante.

Areúsa

Madre, si erré, haya perdón. Y llégate más acá y él haga lo que quisiere, que más quiero tener a ti contenta que no a mí. Antes me quebraré un ojo que enojarte.

Celestina

No tengo ya enojo, pero dígotelo para adelante. Quedaos a Dios, que voyme solo porque me hazéis dentera con vuestro besar y retoçar, que aún el sabor en las enzías me quedó, no lo perdí con las muelas.

Areúsa

Dios vaya contigo.

Pármeno

Madre, ¿mandas que te acompañe?

Celestina

Sería ‘quitar a un santo por poner en otro’. Acompáñeos Dios, que yo vieja soy; no he temor que me fuerçen en la calle.

Elicia

El perro ladra. ¿Si viene este diablo de vieja?

Celestina

Tha, tha, tha.

Elicia

¿Quién es? ¿Quién llama?

Celestina

Báxame a abrir, hija.

Elicia

¿Estas son tus venidas? ¿Andar de noche es tu plazer? ¿Por qué lo hazes? ¿Qué larga estada fue esta, madre? ¿Nunca sales para bolver a casa? Por costumbre lo tienes, cumpliendo con uno dexas ciento descontentos; que has seído hoy buscada del padre de la desposada que llevaste el día de Pascua al racionero, que la quiere casar de aquí a tres días y es menester que la remedies, pues que se lo prometiste, para que no sienta su marido la falta de la virginidad.

Celestina

No me acuerdo, hija, por quién dizes.

Elicia

¿Cómo no te acuerdas? Desacordada eres, cierto. ¡Oh cómo caduca la memoria! Pues, por cierto, tú me dixiste, cuando la llevavas, que la havías renovado siete vezes.

Celestina

No te maravilles, hija, que quien en muchas partes derrama su memoria, en ninguna la puede tener. Pero dime si tornará.

Elicia

¡Mira si tornará! Tiénete dado una manilla de oro en prendas de tu trabajo ¿y no havía de venir?

Celestina

¿La de la manilla es? Ya sé por quién dizes. ¿Por qué tú no tomavas el aparejo y començavas a hazer algo? Pues en aquellas tales te havías de abezar y de provar de cuantas vezes me lo has visto fazer; si no, ahí te estarás toda tu vida, fecha bestia sin oficio ni renta. E cuando seas de mi edad, llorarás la folgura de agora, que ‘la moçedad ociosa acarrea la vejez arrepentida y trabajosa’. Hazíalo yo mejor cuando tu abuela, que Dios haya, me mostrava este oficio, que a cabo de un año sabía más que ella.

Elicia

No me maravillo, que muchas vezes, como dizen, ‘al maestre sobrepuja el buen discípulo’. E no va esto sino en la gana con que se aprende; ninguna sciencia es bien empleada en el que no le tiene afición. Yo le tengo a este oficio odio, tú mueres tras ello.

Celestina

Tú te lo dirás todo. Pobre vejez quieres. ¿Piensas que nunca has de salir de mi lado?

Elicia

Por Dios, dexemos enojo y ‘al tiempo el consejo’. Hayamos mucho plazer. Mientra hoy toviéremos de comer, no pensemos en mañana. También se muere el que mucho allega como el que pobremente bive; y el doctor como el pastor; y el papa como el sacristán; y el señor como el siervo; y el de alto linaje como el baxo; e tú con oficio como yo sin ninguno. No havemos de bivir para siempre. Gozemos y holguemos, que la vejez pocos la veen, y de los que la veen ninguno murió de hambre. No quiero en este mundo sino día y victo y parte en paraíso. Aunque los ricos tienen mejor aparejo para ganar la gloria que quien poco tiene, no hay ninguno contento, no hay quien diga harto tengo, no hay ninguno que no trocasse mi plazer por sus dineros. Dexemos cuidados agenos y acostémonos, que es hora, que más me engordará un buen sueño sin temor que cuanto tesoro hay en Venecia.

Argumento del otavo auto

La mañana viene. Despierta Pármeno. Despedido de Areúsa, va para casa de Calisto, su señor. Halló a la puerta a Sempronio; conciertan su amistad. Van juntos a la cámara de Calisto; hállanle hablando consigo mismo. Levantado, va a la iglesia.
Sempronio. Pármeno. Areúsa. Calisto.
Pármeno

¿Amanece o qué es esto, que tanta claridad está en esta cámara?

Areúsa

¡Qué amanecer! Duerme, señor, que aún agora nos acostamos. No he yo pegado bien los ojos, ¿ya havía de ser de día? Abre, por Dios, essa ventana de tu cabecera y verlo has.

Pármeno

En mi seso estó yo, señora, que es de día claro en ver entrar luz entre las puertas. ¡Oh traidor de mí, en qué gran falta he caído con mi amo! De mucha pena soy digno. ¡Oh qué tarde que es!

Areúsa

¿Tarde?

Pármeno

Y muy tarde.

Areúsa

Pues así goze de mi ánima, no se me ha quitado el mal de la madre. No sé cómo pueda ser.

Pármeno

Pues, ¿qué quieres, mi vida?

Areúsa

Que hablemos en mi mal.

Pármeno

Señora mía, si lo hablado no basta, lo que más es necessario me perdona, porque es ya mediodía. Si voy más tarde, no seré bien recebido de mi amo. Yo verné mañana y cuantas vezes después mandares; que por esso ‘hizo Dios un día tras otro’, porque lo que el uno no bastasse, se cumpliesse en otro. Y aun porque más nos veamos, resciba de ti esta gracia, que te vayas hoy a las doze del día a comer con nosotros a su casa de Celestina.

Areúsa

Que me plaze de buen grado. Ve con Dios. Junta tras ti la puerta.

Pármeno

A Dios te quedes.

—¡Oh plazer singular, oh singular alegría! ¿Cuál hombre es ni ha sido más bienaventurado que yo? ¿Cuál más dichoso y bienandante, que un tan excelente don sea por mi posseído y cuan presto pedido, tan presto alcançado? Por cierto, si las traiciones desta vieja con mi coraçón yo pudiesse sufrir, de rodillas havía de andar a la complazer. ¿Con qué pagaré yo esto? ¡Oh alto Dios!, ¿a quién contaría yo este gozo? ¿A quién descubriría tan gran secreto? ¿A quién daré parte de mi gloria? Bien me dezía la vieja que de ninguna prosperidad es buena la possessión sin compañía. El plazer no comunicado no es plazer. ¿Quién sentiría esta mi dicha como yo la siento? A Sempronio veo a la puerta de casa. Mucho ha madrugado. Trabajo tengo con mi amo si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado; pero como agora no anda en su seso, no me maravillo que haya pervertido su costumbre.

Sempronio

Pármeno, hermano, si yo supiesse aquella tierra donde se gana el sueldo dormiendo, mucho faría por ir allá, que no daría ventaja a ninguno; tanto ganaría como otro cualquiera. ¿Y cómo, folgazán, descuidado, fueste para no tornar? No sé qué crea de tu tardança, sino que quedaste a escalentar la vieja esta noche o a rascarle los pies como cuando chiquito.

Pármeno

¡Oh Sempronio, amigo y más que hermano! ¡Por Dios, no corrompas mi plazer, no mescles tu ira con mi sofrimiento, no rebuelvas tu descontentamiento con mi descanso, no agües con tan turvia agua el claro licuor del pensamiento que traigo, no enturvies con tus embidiosos castigos y odiosas reprehensiones mi plazer! Recíbeme con alegría y contarte he maravillas de mi buena andança passada.

Sempronio

Dilo, dilo. ¿Es algo de Melibea? ¿Hasla visto?

Pármeno

¡Qué de Melibea! Es de otra que yo más quiero y aun tal que, si no estoy engañado, puede bivir con ella en gracia y hermosura. Sí, que no se encerró el mundo y todas sus gracias en ella.

Sempronio

¿Qué es esto, desvariado? Reírme querría, sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? El mundo se va a perder. Calisto a Melibea, yo a Elicia; tú, de embidia, has buscado con quien perder esse poco de seso que tienes.

Pármeno

Luego, ¿locura es amar? ¿Y yo soy loco y sin seso? Pues ‘si la locura fuesse dolores, en cada casa avría bozes’.

Sempronio

Según tu opinión, sí eres, que yo te he oído dar consejos vanos a Calisto y contradezir a Celestina en cuanto habla. Y por impedir mi provecho y el suyo, huelgas de no gozar tu parte. Pues a las manos me has venido donde te podré dañar, y lo haré.

Pármeno

No es, Sempronio, verdadera fuerça ni poderío dañar y empecer, mas aprovechar y guarecer, y muy mayor quererlo fazer. Yo siempre te tuve por hermano. No se cumpla, por Dios, en ti lo que se dize, ‘que pequeña causa desparte conformes amigos’. Muy mal me tratas. No sé donde nazce este rencor. No me indignes, Sempronio, con tan lastimeras razones. Cata que es muy rara la paciencia que agudo baldón no penetre y traspasse.

Sempronio

No digo mal en esto, sino que se ‘eche otra sardina’ para el moço de cavallos, pues tú tienes amiga.

Pármeno

Estás enojado; quiérote sufrir, aunque más mal me trates, pues dizen que “ninguna humana passión es perpetua ni durable”.

Sempronio

Más maltratas tú a Calisto, aconsejando a él lo que para ti huyes, diziendo que se aparte de amar a Melibea, ‘hecho tablilla de mesón, que para sí no tiene abrigo y dalo a todos’. ¡Oh Pármeno, agora podrás ver cuán fácil cosa es reprehender vida ajena y cuán duro guardar cada cual la suya! No digo más, pues tú eres testigo; y de aquí adelante veremos cómo te has, pues ‘ya tienes tu escudilla’ como cada cual. Si tú mi amigo fueras, en la necessidad que de ti tuve me havías de favorecer y ayudar a Celestina en mi provecho, que no hincar un clavo de malicia a cada palabra. Sabe que, como la hez de la taverna despide a los borrachos, assí la adversidad o necessidad al fingido amigo, luego se descubre el falso metal dorado por encima.

Pármeno

Oído lo havía dezir y por esperiencia lo veo, nunca venir plazer sin contraria çoçobra en esta triste vida. A los alegres serenos y claros soles, ñublados escuros y pluvias vemos suceder; a los solazes y plazeres, dolores y muertes los ocupan; a las risas y deleites, llantos y lloros y passiones mortales los siguen; finalmente, a mucho descanso y sossiego, mucho pesar y tristeza. ¿Quién pudiera tan alegre venir como yo agora? ¿Quién tan triste recebimiento padescer? ¿Quién verse, como yo me vi, con tanta gloria alcançada con mi querida Areúsa? ¿Quién caer della, siendo tan maltratado tan presto como yo de ti? Que no me has dado lugar a poderte dezir cuánto soy tuyo, cuánto te he de favorescer en todo, cuánto soy arrepiso de lo passado, cuántos consejos y castigos buenos he rescebido de Celestina en tu favor y provecho y de todos; cómo, pues este juego de nuestro amo y Melibea está entre las manos, podemos agora medrar o nunca.

Sempronio

Bien me agradan tus palabras, si tales toviéssedes las obras, a las cuales espero para averte de creer. Pero, por Dios, me digas qué es esso que dexiste de Areúsa. Paresce que conoces tu a Areúsa, su prima de Elicia.

Pármeno

Pues, ¿qué es todo el plazer que traigo, sino haverla alcançado?

Sempronio

¡Cómo se lo dize el bovo! De risa no puede hablar. ¿A qué llamas haverla alcançado? ¿Estava a alguna ventana o qué es esso?

Pármeno

A ponerla en dubda si queda preñada o no.

Sempronio

¡Espantado me tienes! Mucho puede el continuo trabajo; ‘una continua gotera horada una piedra’.

Pármeno

¡Verás que tan continuo, que ayer lo pensé, ya la tengo por mía!

Sempronio

La vieja anda por ahí.

Pármeno

¿En qué lo vees?

Sempronio

Que ella me avía dicho que te quería mucho y que te la haría haver. Dichoso fuiste; ‘no feziste sino llegar y recabdar’. Por esto dizen: ‘Más vale a quien Dios ayuda que quien mucho madruga’. Pero tal padrino toviste.

Pármeno

Di madrina, que es más cierto. Assí que ‘quien a buen árbol se arrima…’ ‘Tarde fui, pero temprano recabdé’. ¡Oh hermano, qué te contaría de sus gracias de aquella mujer, de su habla y hermosura de cuerpo! Pero quede para más oportunidad.

Sempronio

¿Puede ser sino prima de Elicia? No me dirás tanto, cuanto estotra no tenga más. Todo te lo creo. Pero, ¿qué te cuesta? ¿Hasle dado algo?

Pármeno

No, cierto. Mas aunque hoviera, era bien empleado. De todo bien es capaz. En tanto son las tales tenidas cuanto caras son compradas; tanto valen cuanto cuestan. ‘Nunca mucho costó poco’, sino a mí esta señora. A comer la combidé para casa de Celestina y, si te plaze, vamos todos allá.

Sempronio

¿Quién, hermano?

Pármeno

Tú y ella; y allá está la vieja y Elicia. Havremos plazer.

Sempronio

¡Oh Dios, y cómo me has alegrado! Franco eres, nunca te faltaré. Como te tengo por hombre, como creo que Dios te ha de hazer bien, todo el enojo que de tus passadas hablas tenía se me ha tornado en amor. No dubdo ya tu confederación con nosotros ser la que deve. Abraçarte quiero; seamos como hermanos. ‘Vaya el diablo para ruin’. Sea lo passado cuestión de ‘sant Juan y assí paz para todo el año’. Que las iras de los amigos siempre suelen ser reintegración del amor. Comamos y holguemos, que nuestro amo ayunará por todos.

Pármeno

¿Y qué haze el desesperado?

Sempronio

Allí está tendido en el estrado cabe la cama, donde le dexaste anoche, que ni ha dormido ni está despierto. Si allá entro, ronca; si me salgo, canta o devanea. No le tomo tiento si con aquello pena o descansa.

Pármeno

¿Qué dizes? ¿Y nunca me ha llamado ni ha tenido memoria de mí?

Sempronio

No se acuerda de sí, ¿acordarse ha de ti?

Pármeno

Aun hasta en esto me ha corrido buen tiempo. Pues assí es, mientra recuerda, quiero embiar la comida que la aderecen.

Sempronio

¿Qué has pensado embiar para que aquellas loquillas te tengan por hombre complido, bien criado y franco?

Pármeno

‘En casa llena, presto se adereça cena’. De lo que hay en la despensa basta pero no caer en falta: pan blanco, vino de Morviedro, un pernil de tocino y más seis pares de pollos que traxieron estotro día los renteros de nuestro amo —que si los pidiere, harele creer que los ha comido—; y las tórtolas que mandó para hoy guardar diré que hedían; tú serás testigo. Ternemos manera como a él no haga mal lo que dellas comiere y nuestra mesa esté como es razón. E allá hablaremos más largamente en su daño y nuestro provecho con la vieja cerca destos amores.

Sempronio

¡Mas dolores!, que por fe tengo que de muerto o loco no escapará esta vez. Pues que assí es, despacha. Subamos a ver qué haze.

Calisto
En gran peligro me veo,
en mi muerte no hay tardança,
pues que me pide el desseo
lo que me niega esperança.
Pármeno
(Ap.)

Escucha, escucha, Sempronio, trobando está nuestro amo.

Sempronio
(Ap.)

¡Oh hi de puta el trobador, el gran Antípater Sidonio, el gran poeta Ovidio, los cuales de improviso se les venían las razones metrificadas a la boca! ¡Sí, sí, dessos es! ¡Trobará el diablo! Está devaneando entre sueños.

Calisto
Coraçón bien se te emplea
que penes y bivas triste,
pues tan presto te venciste
del amor de Melibea.
Pármeno
(Ap.)

¿No digo yo que troba?

Calisto

¿Quién habla en la sala, moços?

Pármeno

Señor.

Calisto

¿Es muy noche? ¿Es hora de acostar?

Pármeno

Mas ya es, señor, tarde para levantar.

Calisto

¿Qué dizes, loco? ¿Toda la noche es passada?

Pármeno

Y aun harta parte del día.

Calisto

Di, Sempronio, ¿miente este desvariado, que me haze creer que es de día?

Sempronio

Olvida, señor, un poco a Melibea y verás la claridad; que con la mucha hervor que en su gesto contemplas, no puedes ver de encandelado, como perdiz con la calderuela.

Calisto

Agora lo creo, que tañen a missa. Daca mis ropas; iré a la Madalena. Rogaré a Dios que aderece a Celestina y ponga en coraçón a Melibea mi remedio, o dé fin en breve a mis tristes días.

Sempronio

No te fatigues tanto, no lo quieras todo en una hora, que no es de discretos dessear con grande eficacia lo que se puede tristemente acabar. Si tú pides que se concluya en un día lo que en un año sería harto, no es mucha tu vida.

Calisto

¿Quieres dezir que soy como ‘el moço del escudero gallego’?

Sempronio

No mande Dios que tal cosa yo diga, que eres mi señor. Y demás desto, sé que como me galardonas el buen consejo, me castigarías lo mal hablado; aunque dizen que no es igual la alabança del servicio o buena habla que la reprehensión y pena de lo mal hecho o hablado.

Calisto

No sé quién te abezó tanta filosofía, Sempronio.

Sempronio

Señor, no es todo blanco aquello que de negro no tiene semejança, ‘ni es todo oro cuanto amarillo reluze’. Tus acelerados desseos, no medidos por razón, hazen parescer claros mis consejos. Quisieras tú ayer que te traxieran a la primera habla amanojada y embuelta en su cordón a Melibea, como si ovieras embiado por otra cualquiera mercaduría a la plaça, en que no hoviera más trabajo de llegar y pagalla. Da, señor, alivio al coraçón, que en poco espacio de tiempo no cabe gran bienaventurança. ‘Un solo golpe no derriba un roble’. Apercíbete con sufrimiento, porque la prudencia es cosa loable y el apercibimiento resiste el fuerte combate.

Calisto

Bien has dicho, si la cualidad de mi mal lo consintiesse.

Sempronio

¿Para qué, señor, es el seso, si la voluntad priva a la razón?

Calisto

¡Oh loco, loco! ‘Dize el sano al doliente: “Dios te dé salud”’. No quiero consejo ni esperarte más razones, que más abivas y enciendes las llamas que me consumen. Yo me voy solo a missa y no tornaré a casa hasta que me llaméis, pidiéndome albricias de mi gozo con la buena venida de Celestina; ni comeré hasta entonce, aunque primero sean los cavallos de Febo apascentados en aquellos verdes prados que suelen, cuando han dado fin a su jornada.

Sempronio

Dexa, señor, essos rodeos. Dexa essas poesías, que no es habla conveniente la que a todos no es común, la que todos no participan, la que pocos entienden. Di: “Aunque se ponga el sol”, y sabrán todos lo que dizes. Y come alguna conserva con que tanto espacio de tiempo te sostengas.

Calisto

Sempronio, mi fiel criado, mi buen consejero, mi leal servidor, sea como a ti te parece, porque cierto tengo, según tu limpieza de servicio, quieres tanto mi vida como la tuya.

Sempronio
(Ap.)

¿Créeslo tú, Pármeno? Bien sé que no lo jurarías. Acuérdate, si fueres por conserva, apañes un pote para aquella gentezilla que nos va más; y ‘a buen entendedor…’ En la bragueta cabrá.

Calisto

¿Qué dizes, Sempronio?

Sempronio

Dixe, señor, a Pármeno que fuesse por una tajada de diacitrón.

Pármeno

Hela aquí, señor.

Calisto

Daca.

Sempronio
(Ap.)

¡Verás qué engullir haze el diablo! Entero lo quiere tragar por más apriessa hazer.

Calisto

El alma me ha tornado. Quedaos con Dios, hijos. Esperad la vieja y id por buenas albricias.

Pármeno
(Ap.)

¡Allá irás con el diablo tú y malos años! ¡Y en tal hora comiesses el diacitrón como Apuleyo el veneno que le convertió en asno!

Argumento del noveno auto

Sempronio y Pármeno van a casa de Celestina entre sí hablando. Llegados allá, hallan a Elicia y Areúsa. Pónense a comer, y entre comer riñe Elicia con Sempronio; levántase de la mesa; tórnanla a apaziguar. Estando ellos todos entre sí razonando, viene Lucrecia, criada de Melibea, a llamar a Celestina que vaya a estar con Melibea.
Sempronio. Pármeno. Elicia. Celestina. Areúsa. Lucrecia.
Sempronio

Baxa, Pármeno, nuestras capas y espadas, si te parece, que es hora que vamos a comer.

Pármeno

Vamos presto; ya creo que se quexarán de nuestra tardança. No por esta calle, sino por esta otra, porque nos entremos por la iglesia y veremos si oviere acabado Celestina sus devociones. Llevarla hemos de camino.

Sempronio

¡A donosa hora ha de estar rezando!

Pármeno

No se puede dezir sin tiempo hecho lo que en todo tiempo se puede hazer.

Sempronio

Verdad es, pero mal conoces a Celestina. Cuando ella tiene que hazer, no se acuerda de Dios ni cura de santitades. Cuando hay que roer en casa, sanos están los santos; cuando va a la iglesia con sus cuentas en la mano, no sobra el comer en casa. Aunque ella te crió, mejor conozco yo sus propriedades que tú. Lo que en sus cuentas reza es los virgos que tiene a cargo y cuántos enamorados hay en la ciudad, y cuántas moças tiene encomendadas, y qué despenseros le dan ración y cuál mejor y cómo les llaman por nombre, porque cuando los encontrare no hable como estraña, y qué canónigo es más moço y franco. Cuando menea los labios es fingir mentiras, ordenar cautelas para haver dinero: “Por aquí le entraré”; “Esto me responderá”; “Esto replicaré”. Assí bive esta que nosotros mucho honramos.

Pármeno

Más que esso sé yo; sino porque te enojaste estotro día no quiero hablar, cuando lo dixe a Calisto.

Sempronio

Aunque lo sepamos para nuestro provecho, no lo publiquemos para nuestro daño. Saberlo nuestro amo es echalla por quien es y no curar della. Dexándola, verná forçado otra, de cuyo trabajo no esperemos parte como d’ésta, que de grado o por fuerça nos dará de lo que le diere.

Pármeno

Bien has dicho. Calla, que está abierta la puerta. En casa está. Llama antes que entres, que por ventura están rebueltas y no querrán ser assí vistas.

Sempronio

Entra, no cures, que todos somos de casa. Ya ponen la mesa.

Celestina

¡Oh mis enamorados, mis perlas de oro, tal me venga el año cual me parece vuestra venida!

Pármeno
(Ap.)

¡Qué palabras tiene la noble! Bien ves, hermano, estos halagos fingidos.

Sempronio
(Ap.)

Déxala, que desso bive; que no sé quién diablos le mostró tanta ruindad.

Pármeno
(Ap.)

La necessidad y pobreza, la hambre, que no hay mejor maestra en el mundo, no hay mejor despertadora y abivadora de ingenios. ¿Quién mostró a las picaças y papagayos imitar nuestra propria habla con sus harpadas lenguas nuestro órgano y boz, sino esta?

Celestina

¡Mochachas, mochachas! ¡Bovas, andad acá baxo presto, que están aquí dos hombres que me quieren forçar!

Elicia

¡Mas nunca acá vinieran! ¡Y mucho combidar con tiempo, que ha tres horas que está aquí mi prima! Este perezoso de Sempronio havrá sido causa de la tardança, que no ha ojos por do verme.

Sempronio

Calla, mi señora, mi vida, mis amores, que ‘quien a otro sirve no es libre’. Assí que subjeción me relieva de culpa. No hayamos enojo. Assentémosnos a comer.

Elicia

¡Assí, para ‘assentar’ a comer muy diligente, ‘a mesa puesta’ con tus manos lavadas y poca vergüença!

Sempronio

Después reñiremos; comamos agora. Assiéntate, madre Celestina, tú primero.

Celestina

Assentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos, a Dios gracias. ¡Tanto nos diessen del paraíso cuando allá vamos! Poneos en orden, cada uno cabe la suya. Yo, que estoy sola, porné cabo mí este jarro y taça, que no es más mi vida de cuanto con ella hablo. Después que me fui haziendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar, porque ‘quien la miel trata, siempre se le pega della’. Pues de noche en invierno no hay tal escalentador de cama, que con dos jarrillos destos que beva cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche. Desto aforro todos mis vestidos cuando viene la Navidad; esto me calienta la sangre, esto me sostiene contino en un ser, esto me haze andar siempre alegre, esto me para fresca. Desto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año, que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días. Esto quita la tristeza del coraçón más que el oro ni el coral, esto da esfuerço al moço y al viejo fuerça; pone color al descolorido, coraje al covarde, al floxo diligencia; conforta los celebros, saca el frío del estómago, quita el hedor del anélito, haze potentes los fríos, haze sufrir los afanes de las labranças a los cansados segadores, haze sudar toda agua mala, sana el romadizo y las muelas sostiene sin heder en la mar, lo cual no haze el agua. Más propriedades te diría dello que todos tenéis cabellos. Assí que no sé quién no se goze en mentarlo. No tiene sino una tacha, que lo bueno vale caro y lo malo haze daño. Assí que con ‘lo que sana el hígado enferma la bolsa’. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para esso poco que bevo: una sola dozena de vezes a cada comida; no me harán passar de allí, salvo si no soy combidada, como agora.

Pármeno

Madre, pues tres vezes dizen que es lo bueno y honesto todos los que escrivieron.

Celestina

Hijo, estará corrupta la letra: por “treze”, “tres”.

Sempronio

Tía señora, a todos nos sabe bien comiendo y hablando, porque después no havrá tiempo para entender en los amores deste perdido de nuestro amo y de aquella graciosa y gentil Melibea.

Elicia

¡Apártateme allá, dessabrido, enojoso! ¡Mal provecho te haga lo que comes, tal comida me has dado! ¡Por mi alma, revessar quiero cuanto tengo en el cuerpo de asco de oírte llamar a aquélla “gentil”! ¡Mirá quién “gentil”! ¡Jesú, Jesú, y qué hastío y enojo es ver tu poca vergüença! ¿A quién “gentil”? ¡Mal me haga Dios si ella lo es ni tiene parte dello, sino que ‘hay ojos que de lagañas se agradan’! Santiguarme quiero de tu necedad y poco conoscimiento. ¡Oh quién estoviesse de gana para disputar contigo su hermosura y gentileza! ¿Gentil, gentil es Melibea? ¡Entonces lo es, entonces acertarán cuando andan a pares los diez mandamientos! Aquella hermosura por una moneda se compra de la tienda. Por cierto, que conosco yo, en la calle donde ella bive, cuatro donzellas en quien Dios más repartió su gracia que no en Melibea, que si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos que trae. Poneldos a un palo, también diréis que es “gentil”. Por mi vida, que no lo digo por alabarme, mas creo que soy tan hermosa como vuestra Melibea.

Areúsa

Pues no la has tú visto como yo, hermana mía. ¡Dios me lo demande si en ayunas la topasses, si aquel día pudiesses comer de asco! Todo el año se está encerrada con mudas de mil suziedades. Por una vez que haya de salir donde pueda ser vista, enviste su cara con hiel y miel, con uvas tostadas y higos passados y con otras cosas, que por reverencia de la mesa dexo de dezir. Las riquezas las hazen a estas hermosas y ser alabadas, que no las gracias de su cuerpo. Que, assí goze de mí, unas tetas tiene para ser donzella como si tres vezes oviesse parido; no parecen sino dos grandes calabaças. El vientre no se le he visto, pero juzgando por lo otro, creo que lo tiene tan floxo como vieja de cincuenta años. No sé qué se ha visto Calisto, porque dexa de amar a otras que más ligeramente podría haver y con quien más él holgasse, sino que el gusto dañado muchas vezes juzga por dulce lo amargo.

Sempronio

Hermana, parésceme aquí que ‘cada bohonero alaba sus agujas’; que el contrario desso se suena por la ciudad.

Areúsa

Ninguna cosa es más lexos de la verdad que la vulgar opinión. Nunca alegre bivirás si por voluntad de muchos te riges. Porque estas son conclusiones verdaderas, que cualquier cosa que el vulgo piensa es vanidad; lo que habla, falsedad; lo que reprueva es bondad; lo que aprueva, maldad. E pues este es su más cierto uso y costumbre, no juzgues la bondad y hermosura de Melibea por esso ser la que afirmas.

Sempronio

Señora, el vulgo parlero no perdona las tachas de sus señores. Y assí yo creo que si alguna toviesse Melibea, ya sería descubierta de los que con ella más que nosotros tratan. E aunque lo que dizes concediesse, Calisto es cavallero, Melibea hijadalgo. Assí que los nascidos por linaje escogidos, búscanse unos a otros. Por ende, no es de maravillar que ame antes a esta que a otra.

Areúsa

‘Ruin sea quien por ruin se tiene’. ‘Las obras hazen linaje’, que al fin ‘todos somos hijos de Adam y Eva’. Procure de ser cada uno bueno por sí y no vaya a buscar en la nobleza de sus passados la virtud.

Celestina

Hijos, por mi vida, que cessen essas razones de enojo. Y tú, Elicia, que te tornes a la mesa y dexes essos enojos.

Elicia

¿Con tal que mala pro me hiziesse, con tal que rebentasse en comiéndolo? ¿Havía yo de comer con esse malvado, que en mi cara me ha porfiado que es más gentil su andrajo de Melibea que yo?

Sempronio

Calla, mi vida, que tú la comparaste. Toda comparación es odiosa. Tú tienes la culpa y no yo.

Areúsa

Ven, hermana, a comer; no hagas agora esse plazer a estos locos porfiados; si no, levantarme he yo de la mesa.

Elicia

Necessidad de complazerte me haze contentar a esse enemigo mío y usar de virtudes con todos.

Sempronio

¡He, he, he!

Elicia

¿De qué te ríes? ¡De mal cáncer sea comida essa boca desgraciada y enojosa!

Celestina

No le respondas, hijo; si no, nunca acabaremos. Entendamos en lo que haze a nuestro caso. Dezime, ¿cómo quedó Calisto? ¿Cómo le dexastes? ¿Cómo os podistes entrambos descabullir dél?

Pármeno

Allá fue a la maldición, echando fuego, desesperado, perdido, medio loco, a missa a la Magdalena a rogar a Dios que te dé gracia que puedas bien roer los huessos destos pollos, y protestando de no bolver a casa hasta oír que eres venida con Melibea en tu arremango. Tu saya y manto, y aun mi sayo, cierto está; lo otro vaya y venga. El cuándo lo dará, no lo sé.

Celestina

Sea cuando fuere. ‘Buenas son mangas passada la Pascua’. Todo ‘aquello alegra que con poco trabajo se gana’, mayormente viniendo de parte donde tan poca mella haze, de hombre tan rico que con los salvados de su casa podría yo salir de lazería, según lo mucho le sobra. No les duele a los tales lo que gastan y, según la causa porque lo dan, no lo sienten con el embevescimiento del amor; no les pena, no veen, no oyen. Lo cual yo juzgo por otros que he conocido menos apassionados y metidos en este fuego de amor que a Calisto veo, que ni comen ni beven, ni ríen ni lloran, ni duermen ni velan, ni hablan ni callan, ni penan ni descansan, ni están contentos ni se quexan, según la perplexidad de aquella dulce y fiera llaga de sus coraçones. E si alguna cosa d’estas la natural necessidad les fuerça a hazer, están en el acto tan olvidados que comiendo se olvida la mano de llevar la vianda a la boca. Pues si con ellos hablan, jamás conveniente respuesta buelven. Allí tienen los cuerpos con sus amigas, los coraçones y sentidos. Mucha fuerça tiene el amor; no sólo la tierra, mas aun las mares traspassa, según su poder. Igual mando tiene en todo género de hombres; todas las dificultades quiebra. Anxiosa cosa es, temerosa y solícita. Todas las cosas mira enderredor. Assí que, si vosotros buenos enamorados havéis sido, juzgaréis yo dezir verdad.

Sempronio

Señora, en todo concedo con tu razón, que aquí está quien me causó algún tiempo andar fecho otro Calisto, perdido el sentido, cansado el cuerpo, la cabeça vana, los días mal dormiendo, las noches todas velando, dando alvoradas, haziendo momos, saltando paredes, poniendo cada día la vida al tablero, esperando toros, corriendo cavallos, tirando barra, echando lança, cansando amigos, quebrando espadas, haziendo escalas, vistiendo armas y otros mil autos de enamorado: haziendo coplas, pintando motes, sacando invenciones. Pero todo lo doy por bien empleado, pues tal joya gané.

Elicia

¡Mucho piensas que me tienes ganada! Pues hágote cierto que no has buelto la cabeça cuando está en casa otro que más quiero, más gracioso que tú, y aun que no ande buscando cómo me dar enojo. ¡A cabo de un año que me vienes a ver, ‘tarde y con mal’!

Celestina

Hijo, déxala dezir, que devanea. Mientra más de esso la oyeres, más se confirma en tu amor. Todo es porque havéis aquí alabado a Melibea; no sabe en otra cosa en qué os lo pagar sino en dezir esso. Y creo que no vee la hora que aver comido para lo que yo me sé. Pues essotra, su prima, yo la conozco. Gozad vuestras frescas mocedades, que ‘quien tiempo tiene y mejor le espera, tiempo viene que se arrepiente’, como yo hago agora por algunas horas que dexé perder cuando moça, cuando me preciava, cuando me querían. Que ya, ¡mal pecado!, caducado he, nadie no me quiere, que sabe Dios mi buen desseo. Besaos y abraçaos, que a mí no me queda otra cosa sino gozarme de vello. Mientra a la mesa estáis, de la cinta arriba todo se perdona; cuando seáis aparte, ‘no quiero poner tassa, pues que el rey no la pone’. Que yo sé por las mochachas que nunca de importunos os acusen. Y la vieja Celestina maxcará de dentera con sus botas enzías las migajas de los manteles. ¡Bendigaos Dios! ¡Cómo lo reís y holgáis, putillos, loquillos, traviessos! ¿En esto havía de parar el ñublado de las cuestioncillas que havéis tenido? ¡Mirá, no derribéis la mesa!

Elicia

Madre, a la puerta llaman, el solaz es derramado.

Celestina

Mira, hija, quién es. Por ventura será quien lo acreciente y allegue.

Elicia

O la boz me engaña o es mi prima Lucrecia.

Celestina

Ábrele y entre ella, y buenos años, que aun a ella algo se le entiende desto que aquí hablamos, aunque su mucho encerramiento le impide el gozo de su mocedad.

Areúsa

Assí goze de mí que es verdad, que estas que sirven a señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien puedan hablar tú por tú, con quien digan: “¿Qué cenaste?”, “¿Estás preñada?”, “¿Cuántas gallinas crías?”,“Llévame a merendar a tu casa”, “Muéstrame tu enamorado”, “¿Cuánto ha que no te vido?”, “¿Cómo te va con él?”, “¿Quién son tus vezinas?”, y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y sobervio es “señora” contino en la boca. Por esto me bivo sobre mí desde que me sé conoscer, que jamás me precié de llamarme de otrie sino mía, mayormente destas señoras que agora se usan. Gástase con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota, de las que ellas desechan, pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, contino sojuzgadas, que fablar delante ellas no osan. E cuando veen cerca el tiempo de la obligación de casallas, levántanles un caramillo: que se echan con el moço o con el hijo, o pídenles celos del marido, o que meten hombres en casa, o que hurtó la taça o perdió el anillo. Danle un ciento de açotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeça, diziendo: “¡Allá irás ladrona!”; “¡Puta, no destruirás mi casa y honra!”. Assí que ‘esperan galardón, sacan baldón’; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Estos son sus premios, estos son sus beneficios y pagos. Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca dellas, sino: “¡Puta acá!”, “¡Puta acullá!”, “¿A dó vas, tiñosa?”, “¿Qué feziste, vellaca?”, “¿Por qué comiste esto, golosa?”, “¿Cómo fregaste la sartén, puerca?”, “¿Por qué no limpiaste el manto, suzia?”, “¿Cómo dixiste esto, necia?”, “¿Quién perdió el plato, desaliñada?”, “¿Cómo faltó el paño de manos, ladrona?”, “A tu rufián le havrás dado”; “¡Ven acá, mala mujer!, ¿la gallina havada no paresce?, pues búscala presto, si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré!” E tras esto, mil chapinazos y pellizcos, palos y açotes. No hay quien las sepa contentar, no quien puede sofrirlas. Su plazer es dar bozes, su gloria es reñir. De lo mejor hecho menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más bivir en mi pequeña casa esenta y señora que no en sus ricos palacios sojuzgada y cativa.

Celestina

En tu seso has estado. Bien sabes lo que hazes, que los sabios dizen que vale más una migaja de pan con paz que toda la casa llena de viandas con renzilla. Mas agora cesse esta razón, que entra Lucrecia.

Lucrecia

Buena pro os haga, tía y la compañía. Dios bendiga tanta gente y tan honrada.

Celestina

¿Tanta, hija? ¿Por mucha has esta? Bien parece que no me conosciste en mi prosperidad, hoy ha veinte años. ¡Ay, ‘quién me vido y quién me vee agora, no sé cómo no quiebra su coraçon de dolor’! Yo vi, mi amor, a esta mesa, donde agora están tus primas assentadas, nueve moças de tus días, que la mayor no passava de deziocho años y ninguna havía menor de catorze. Mundo es, passe, ande su rueda, rodee sus alcaduces, unos llenos, otros vazíos. Ley es de fortuna que ninguna cosa en un ser mucho tiempo permanesce; su orden es mudanças. No puedo dezir sin lágrimas la mucha honra que entonces tenía, aunque por mis pecados y mala dicha, poco a poco, a venido en diminución. Como declinavan ya mis días, assí se deminuía y menguava mi provecho. Proverbio es antiguo que ‘cuanto al mundo es o crece o descrece’. Todo tiene sus límites, todo tiene sus grados. Mi honra llegó a la cumbre, según quien yo era; de necessidad es que desmengüe y se abaxe. Cerca ando de mi fin. En esto veo que me queda poca vida. Pero bien sé que sobí para decender, florescí para secarme, gozé para entristescerme, nascí para bivir, biví para crecer, crecí para envejecer, envejecí para morirme. E pues esto antes de agora me consta, sofriré con menos pena mi mal, aunque del todo no pueda despedir el sentimiento, como sea de carne sentible formada.

Lucrecia

Trabajo tenías, madre, con tantas ‘moças, que es ganado muy penoso de guardar’.

Celestina

¿Trabajo, mi amor? Antes descanso y alivio. Todas me obedescían, todas me honravan, de todas era acatada, ninguna salía de mi querer. Lo que yo dezía era lo bueno; a cada cual dava su cobro. No escogían más de lo que yo les mandava: coxo o tuerto o manco, aquel avían por sano quien más dinero me dava. Mío era el provecho, suyo el afán. Pues, ¿servidores no tenía por su causa dellas? Cavalleros viejos y moços, abades de todas dignidades, desde obispos hasta sacristanes; en entrando por la iglesia, vía derrocar bonetes en mi honor como si yo fuera una duquesa. El que menos havía de negociar comigo, por más ruin se tenía. De media legua que me viessen, dexavan las horas. Uno a uno, dos a dos venían a donde yo estava a ver si mandava algo, a preguntarme cada uno por la suya. En viéndome entrar se turbavan, que no hazían ni dezían cosa a derechas. Unos me llamavan “Señora”, otros “Tía”, otros “Enamorada”, otros “Vieja honrada”. Allí se concertavan sus venidas a mi casa, allí las idas a la suya, allí se me ofrescían dineros, allí promessas, allí otras dádivas, besando el cabo de mi manto, y aun algunos en la cara por me tener más contenta. Agora hame traído la fortuna a tal estado que me digas “Buena pro hagan las çapatas”.

Sempronio

Espantados nos tienes con tales cosas como nos cuentas de essa religiosa gente y benditas coronas. ¡Sí, que no serían todos!

Celestina

No, hijo, ni Dios lo mande que yo tal cosa levante, que muchos viejos devotos havía con quien yo poco medrava, y aun que no me podían ver, pero creo que de embidia de los otros que me fablavan. Como la clerezía era grande, havía de todos: unos muy castos, otros que tenían cargo de mantener a las de mi oficio, y aun todavía creo que no faltan. Y embiavan sus escuderos y moços a que me acompañassen y, apenas era llegada a mi casa, cuando entravan por mi puerta muchos pollos y gallinas, ansarones, anadones, perdizes, tórtolas, perniles de tocino, tortas de trigo, lechones; cada cual como lo recebía de aquellos diezmos de Dios, ansí lo venía luego a registrar para que comiesse yo y aquellas sus devotas. Pues, ¿vino no me sobrava? De lo mejor que se bevía en la ciudad, venido de diversas partes: de Monviedro, de Luque, de Toro, de Madrigal, de Sant Martín e de otros muchos lugares, y tantos que, aunque tengo la diferencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en la memoria, que harto es que una vieja como yo en oliendo cualquiera vino diga de dónde es. Pues otros curas sin renta, no era ofrecido el bodigo cuando en besando el feligrés la estola, era del primer boleo en mi casa. Espessos, como ‘piedras a tablado’, entravan muchachos cargados de provisiones por mi puerta. ¡No sé cómo puedo bivir, cayendo de tal estado!

Areúsa

Por Dios, pues somos venidas a haver plazer, no llores, madre, ni te fatigues, que Dios remediará todo.

Celestina

Harto tengo, hija, que llorar, acordándome de tan alegre tiempo y tal vida como yo tenía, y cuán servida era de todo el mundo, que jamás hovo fruta nueva de que yo primero no gozasse que otros supiessen si era nacida; en mi casa se havía de hallar si para alguna preñada se buscasse.

Sempronio

Madre, ningún provecho trae la memoria del buen tiempo si cobrar no se puede. Antes tristeza, como a ti agora, que nos has sacado el plazer dentre las manos. Álcese la mesa, irnos hemos a holgar. Y tú darás respuesta a esta donzella que aquí es venida.

Celestina

Hija Lucrecia, dexadas essas razones, querría que me dixiesses a qué fue agora tu buena venida.

Lucrecia

Por cierto, ya se me h avía olvidado mi principal demanda y mensaje con la memoria de esse tan alegre tiempo como has contado. Y assí me estuviera un año sin comer escuchándote y pensando en aquella vida buena que aquellas moças gozarían, que me parece y semeja que estó yo agora en ella. Mi venida, señora, es lo que tú sabrás: pedirte el ceñidero. Y demás desto, te ruega mi señora sea de ti visitada y muy presto, porque se siente muy fatigada de desmayos y de dolor del coraçón.

Celestina

Hija, destos dolorcillos tales ‘más es el ruido que las nuezes’. Maravillada estoy, sentirse del coraçón mujer tan moça.

Lucrecia
(Ap.)

¡Assí te arrastren, traidora! ¿Tú no sabes qué es? Haze la vieja falsa sus hechizos y vase; después fázese de nuevas.

Celestina

¿Qué dizes, hija?

Lucrecia

Madre, que vamos presto y me des el cordón.

Celestina

Vamos, que yo le llevo.

Argumento del décimo auto

Mientra andan Celestina y Lucrecia por el camino, está hablando Melibea consigo misma. Llegan a la puerta. Entra Lucrecia primero; haze entrar a Celestina. Melibea, después de muchas razones, descubre a Celestina arder en amor de Calisto. Veen venir a Alisa, madre de Melibea, despídense de en uno. Pregunta Alisa a Melibea, su hija, de los negocios de Celestina. Defendiole su mucha conversación.
Melibea. Celestina. Lucrecia. Alisa.
Melibea

¡Oh lastimada de mí, oh mal proveída donzella! ¿Y no me fuera mejor conceder su petición y demanda ayer a Celestina, cuando de parte de aquel señor, cuya vista me cativó, me fue rogado, y contentarle a él y sanar a mí, que no venir por fuerça a descobrir mi llaga cuando no me sea agradescido, cuando ya, desconfiando de mi buena respuesta, haya puesto sus ojos en amor de otra? ¡Cuánta más ventaja toviera mi prometimiento rogado que mi ofrescimiento forçoso! ¡Oh mi fiel criada Lucrecia!, ¿qué dirás de mí? ¿Qué pensarás de mi seso cuando me veas publicar lo que a ti jamás he querido descobrir? ¿Cómo te espantarás del rompimiento de mi honestidad y vergüença, que siempre como encerrada donzella acostumbré tener? No sé si avrás barruntado de dónde proceda mi dolor. ¡Oh si ya viniesses con aquella medianera de mi salud! ¡O soberano Dios! A ti, que todos los atribulados llaman, los apassionados piden remedio, los llagados medicina; a ti, que los cielos, mar y tierra, con los infernales centros obedescen; a ti, el cual todas las cosas a los hombres sojuzgaste, humilmente suplico des a mi herido coraçón sufrimiento y paciencia con que mi terrible passión pueda dissimular; no se desdore aquella hoja de castidad que tengo assentada sobre este amoroso desseo, publicando ser otro mi dolor que no el que me atormenta. Pero, ¿cómo lo podré hazer, lastimándome tan cruelmente el ponçoñoso bocado que la vista de su presencia de aquel cavallero me dio? ¡Oh género femíneo, encogido y fragile! ¿Por qué no fue también a las hembras concedido poder descobrir su congoxoso y ardiente amor como a los varones? Que ni Calisto biviera quexoso ni yo penada.

Lucrecia

Tía, detente un poquito cabe esta puerta. Entraré a ver con quién está fablando mi señora. Entra, entra, que consigo lo ha.

Melibea

Lucrecia, echa essa antipuerta. ¡Oh vieja sabia y honrada, tú seas bienvenida! ¿Qué te parece cómo ha quesido mi dicha y la fortuna ha rodeado que yo tuviesse de tu saber necessidad, para que tan presto me hoviesses de pagar en la misma moneda el beneficio que por ti me fue demandado para esse gentil hombre que curavas con la virtud de mi cordón?

Celestina

¿Qué es, señora, tu mal, que assí muestra las señas de su tormento en las coloradas colores de tu gesto?

Melibea

Madre mía, que me comen este coraçón serpientes dentro de mi cuerpo.

Celestina
(Ap.)

Bien está, assí lo quería yo. Tú me pagarás, doña loca, la sobra de tu ira.

Melibea

¿Qué dizes? ¿Has sentido en verme alguna causa donde mi mal proceda?

Celestina

Mo me has, señora, declarado la calidad del mal, ¿quieres que adevine la causa? Lo que yo digo es que rescibo mucha pena de ver triste tu graciosa presencia.

Melibea

Vieja honrada, alégramela tú, que grandes nuevas me han dado de tu saber.

Celestina

Señora, el sabidor solo Dios es. Pero como para salud y remedio de las enfermedades fueron reputadas las gracias en las gentes de hallar las melezinas, dellas por esperiencia, dellas por arte, dellas por natural instinto, alguna partezilla alcançó a esta pobre vieja, de la cual al presente podrás ser servida.

Melibea

¡Oh qué gracioso y agradable me es oírte! Saludable es al enfermo la alegre cara del que le visita. Paréceme que veo mi coraçón entre tus manos hecho pedaços, el cual, si tú quisiesses, con muy poco trabajo juntarías con la virtud de tu lengua, no de otra manera que cuando vio en sueños aquel grande Alexandre, rey de Macedonia, en la boca del dragón la saludable raíz con que sanó a su criado Tolomeo del bocado de la bívora. Pues, por amor de Dios, te despojes para más diligente entender en mi mal y me des algún remedio.

Celestina

‘Gran parte de la salud es dessearla’, por lo cual creo menos peligroso ser tu dolor. Pero para yo dar mediante Dios congrua y saludable melezina, es necessario saber de ti tres cosas. La primera, ¿a qué parte de tu cuerpo más declina y aquexa el sentimiento? Otra, si es nuevamente por ti sentido, porque más presto se curan las tiernas enfermedades en sus principios que cuando han hecho curso en la perseveración de su oficio. Mejor se doman los animales en su primera edad que cuando es su cuero endurecido para venir mansos a la melena. Mejor crecen las plantas que tiernas y nuevas se trasponen que las que frutificando ya se mudan. Muy mejor se despide el nuevo pecado que aquel que por costumbre antigua cometemos cada día. La tercera, si procedió de algún cruel pensamiento que assentó en aquel lugar. Y esto sabido, verás obrar mi cura. Por ende, cumple que ‘al médico como al confessor se hable toda verdad abiertamente’.

Melibea

Amiga Celestina, mujer bien sabia y maestra grande, mucho has abierto el camino por donde mi mal te pueda especificar. Por cierto, tú lo pides como mujer bien esperta en curar tales enfermedades. Mi mal es de coraçón, la isquierda teta es su aposentamiento, tiende sus rayos a todas partes. Lo segundo, es nuevamente nascido en mi cuerpo, que no pensé jamás que podría dolor privar el seso como este haze; túrbame la cara, quítame el comer, no puedo dormir, ningún género de risa querría ver. La causa o pensamiento, que es la final cosa por ti preguntada de mi mal, esta no sabré dezirte, porque ni muerte de deudo ni pérdida de temporales bienes, ni sobresalto de visión ni sueño desvariado, ni otra cosa puedo sentir que fuesse, salvo alteración que tú me causaste con la demanda que sospeché de parte de aquel cavallero Calisto cuando me pediste la oración.

Celestina

¡Cómo, señora! ¿Tan mal hombre es aquel, tan mal nombre es el suyo, que en sólo ser nombrado trae consigo ponçoña su sonido? No creas que sea essa la causa de tu sentimiento, antes otra que yo barrunto. Y pues que ansí es, si tú licencia me das, yo, señora, te la diré.

Melibea

¿Cómo, Celestina? ¿Qué es esse nuevo salario que pides? ¿De licencia tienes tú necessidad para me dar la salud? ¿Cuál médico jamás pidió tal seguro para curar al paciente? Di, di, que siempre la tienes de mí, tal que mi honra no dañes con tus palabras.

Celestina

Véote, señora, por una parte quexar el dolor, por otra temer la melezina. Tu temor me pone miedo, el miedo silencio, el silencio tregua entre tu llaga y mi melezina; assí que será causa que ni tu dolor cesse ni mi venida aproveche.

Melibea

Cuanto más dilatas la cura, tanto más me acrescientas y multiplicas la pena y passión. O tus melezinas son de polvos de infamia y licor de corrupción, confacionadas con otro más crudo dolor que el que de parte del paciente se siente, o no es ninguno tu saber; porque si lo uno o lo otro no te impidiesse, cualquier remedio otro dirías sin temor, pues te pido lo muestres, quedando libre mi honra.

Celestina

Señora, no tengas por nuevo ser más fuerte de sofrir al herido la ardiente trementina y los ásperos puntos que lastiman lo llagado, doblan la passión, que no la primera lisión que dio sobre sano. Pues si tú quieres ser sana y que te descubra la punta de mi sotil aguja sin temor, haz para tus manos y pies una ligadura de sosiego, para tus ojos una cubertura de piedad, para tu lengua un freno de silencio, para tus oídos unos algodones de sofrimiento y paciencia, y verás obrar a la antigua maestra destas llagas.

Melibea

¡Oh cómo me muero con tu dilatar! Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres, que no podrá ser tu remedio tan áspero que iguale con mi pena y tormento. Agora toque en mi honra, agora dañe mi fama, agora lastime mi cuerpo, aunque sea romper mis carnes para sacar mi dolorido coraçón, te doy mi fe ser segura; y si siento alivio, bien galardonada.

Lucrecia
(Ap.)

El seso tiene perdido mi señora. Gran mal es este. Cativado la ha esta hechizera.

Celestina
(Ap.)

¡Nunca me ha de faltar un diablo acá y acullá! Escapome Dios de Pármeno, tópome con Lucrecia.

Melibea

¿Qué dizes, amada maestra? ¿Qué te hablava essa moça?

Celestina

No le oí nada. Pero diga lo que dixere, sabe que no hay cosa más contraria en las grandes curas delante los animosos çurujanos que los flacos coraçones, los cuales con su gran lástima, con sus dolorosas hablas, con sus sentibles meneos ponen temor al enfermo, fazen que desconfie de la salud y al médico enojan y turban; y la turbación altera la mano, rige sin orden la aguja. Por donde se puede conocer claro que es muy necessario para tu salud que no esté persona delante; y assí que la deves mandar salir. Y tú, hija Lucrecia, perdona.

Melibea

¡Salte fuera presto!

Lucrecia
(Ap.)

Ya, ya, todo es perdido.

(Alto)

Ya me salgo, señora.

Celestina

Tan bien me da osadía tu gran pena como ver que con tu sospecha has ya tragado alguna parte de mi cura. Pero todavía es necessario traer más clara melezina y más saludable descanso de casa de aquel cavallero Calisto.

Melibea

¡Calla, por Dios, madre, no traigan de su casa cosa para mi provecho ni le nombres aquí!

Celestina

Sufre, señora, con paciencia, que es el primer punto y principal; no se quiebre, si no, todo nuestro trabajo es perdido. Tu llaga es grande, tiene necessidad de áspera cura. E lo duro con duro se ablanda más eficazmente. Y dizen los sabios que la cura del lastimero médico dexa mayor señal, y que nunca peligro sin peligro se vence. Temperancia, que pocas vezes lo molesto sin molestia se cura; e un clavo con otro se expele y un dolor con otro. No concibas odio ni desamor, ni consientas a tu lengua dezir mal de persona tan virtuosa como Calisto, que si conocido fuesse…

Melibea

¡Oh por Dios, que me matas! ¿Y no tengo dicho que no me alabes esse hombre ni me le nombres en bueno ni en malo?

Celestina

Señora, este es otro y segundo punto, el cual si tú con tu mal sofrimiento no consientes, poco aprovechará mi venida; y si, como prometiste lo sufres, tú quedarás sana y sin deuda, y Calisto sin quexa y pagado. Primero te avisé de mi cura y desta invisible aguja que, sin llegar a ti, sientes en solo mentarla en mi boca.

Melibea

Tantas vezes me nombrarás esse tu cavallero, que ni mi promessa baste ni la fe que te di a sufrir tus dichos. ¿De qué ha de quedar pagado? ¿Qué le devo yo a él? ¿Qué le soy en cargo? ¿Qué ha fecho por mí? ¿Qué necessario es él aquí para el propósito de mi mal? Más agradable me sería que rasgasses mis carnes y sacasses mi coraçón, que no traer essas palabras aquí.

Celestina

Sin te romper las vestiduras se lançó en tu pecho el amor. No rasgaré yo tus carnes para la curar.

Melibea

¿Cómo dizes que llaman a este mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo?

Celestina

Amor dulce.

Melibea

Esso me declara qué es, que en sólo oírlo me alegro.

Celestina

Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.

Melibea

¡Ay, mezquina de mí! Que si verdad es tu relación, dubdosa será mi salud, porque según la contrariedad que essos nombres entre sí muestran, lo que al uno fuere provechoso acarreará al otro más passión.

Celestina

No desconfíe, señora, tu noble juventud de salud; que ‘cuando el alto Dios da la llaga, tras ella embía el remedio’. Mayormente que sé yo al mundo nacida una flor que de todo esto te delibre.

Melibea

¿Cómo se llama?

Celestina

No te lo oso dezir.

Melibea

Di, no temas.

Celestina

Calisto. ¡O por Dios, señora Melibea!, ¿qué poco esfuerço es este? ¡Qué descaezcimiento! ¡Oh mezquina yo! Alça la cabeça. ¡Oh malaventurada vieja, en esto han de parar mis passos! Si muere, matarme han; aunque biva, seré sentida, que ya no podrá sofrir de no publicar su mal y mi cura. ¡Señora mía Melibea! ¿Ángel mío, qué has sentido? ¿Qué es de tu habla graciosa? ¿Qué es de tu color alegre? ¡Abre tus claros ojos! ¡Lucrecia, Lucrecia, entra presto acá, verás amortescida a tu señora entre mis manos! ¡Baxa presto por un jarro de agua!

Melibea

Passo, passo, que yo me esforçaré. No escandalizes la casa.

Celestina

¡Oh cuitada de mí! No te descaezcas, señora, háblame como sueles.

Melibea

Y muy mejor. Calla, no me fatigues.

Celestina

Pues ¿qué me mandas que haga, perla preciosa? ¿Qué ha sido este tu sentimiento? Creo que se van quebrando mis puntos.

Melibea

Quebrose mi honestidad, quebrose mi empacho, afloxó mi mucha vergüença. Y como muy naturales, como muy domésticos, no pudieron tan livianamente despedirse de mi cara que no llevassen consigo su color por algún poco de espacio, mi fuerça, mi lengua y gran parte de mi sentido. ¡Oh pues ya, mi nueva maestra, mi fiel secretaria, lo que tú tan abiertamente conoces, en vano trabajo por te lo encubrir! Muchos y muchos días son passados que esse noble cavallero me habló en amor; tanto me fue entonces su habla enojosa cuanto, después que tú me le tornaste a nombrar, alegre. Cerrado han tus puntos mi llaga; venida soy en tu querer. En mi cordón le llevaste embuelta la possessión de mi libertad. Su dolor de muelas era mi mayor tormento; su pena era la mayor mía. Alabo y loo tu buen sufrimiento, tu cuerda osadía, tu liberal trabajo, tus solícitos y fieles passos, tu agradable habla, tu buen saber, tu demasiada solicitud, tu provechosa importunidad. Mucho te deve esse señor y más yo, que jamás pudieron mis reproches afloxar tu esfuerço y perseverar, confiando en tu mucha astucia. Antes, como fiel servidora, cuando más denostada, más diligente; cuando más disfavor, más esfuerço; cuando peor respuesta, mejor cara; cuando yo más airada, tú más humilde. Pospuesto todo temor, has sacado de mi pecho lo que jamás a ti ni a otro pensé descobrir.

Celestina

Amiga y señora mía, no te maravilles, porque estos fines con efeto me dan osadía a sufrir los ásperos y escrupulosos desvíos de las encerradas donzellas como tú. Verdad es que ante que me determinasse, assí por el camino como en tu casa, estuve en grandes dubdas si te descubriría mi petición. Visto el gran poder de tu padre, temía; mirando la gentileza de Calisto, osava; vista tu discreción, me recelava; mirando tu virtud y humanidad, me esforçava. En lo uno hablava el miedo, en lo otro la seguridad. Y pues assí, señora, has quesido descobrir la gran merced que nos has hecho, declara tu voluntad, echa tus secretos en mi regaço, pon en mis manos el concierto deste concierto. Yo daré forma cómo tu desseo y el de Calisto sean en breve complidos.

Melibea

¡Oh mi Calisto y mi señor, mi dulce y suave alegría! Si tu coraçón siente lo que agora el mío, maravillada estoy cómo la absencia te consiente bivir. ¡Oh mi madre y mi señora, haz de manera cómo luego le pueda ver, si mi vida quieres!

Celestina

Ver y hablar.

Melibea

¿Hablar? Es impossible.

Celestina

Ninguna cosa a los hombres que quieren hazerla es impossible.

Melibea

Dime cómo.

Celestina

Yo lo tengo pensado y te lo diré: por entre las puertas de tu casa.

Melibea

¿Cuándo?

Celestina

Esta noche.

Melibea

Gloriosa me serás si lo ordenas. Di, ¿a qué hora?

Celestina

A las doze.

Melibea

Pues ve, mi señora, mi leal amiga, y habla con aquel señor y que venga muy passo. Y de allí se dará concierto según su voluntad a la hora que has ordenado.

Celestina

A Dios, que viene hazia acá tu madre.

Melibea

Amiga Lucrecia, mi leal criada y fiel secretaria, ya has visto cómo no ha sido más en mi mano. Cativome el amor de aquel cavallero. Ruégote, por Dios, se cubra con secreto sello, porque yo goze de tan suave amor. Tú serás de mí tenida en aquel grado que mereçe tu fiel servicio.

Lucrecia

Señora, mucho antes de agora tengo sentida tu llaga y calado tu desseo. Hame fuertemente dolido tu perdición. Cuanto más tú me querías encobrir y celar el fuego que te quemava, tanto más sus llamas se manifestavan en la color de tu cara, en el poco sossiego del coraçón, en el meneo de tus miembros, en comer sin gana, en el no dormir. Assí que contino se te caían como de entre las manos señales muy claras de pena. Pero como en los tiempos que la voluntad reina en los señores, o desmedido apetito, cumple a los servidores obedecer con diligencia corporal y no con artificiales consejos de lengua; sufría con pena, callava con temor, encobría con fieldad, de manera que fuera mejor el áspero consejo que la blanda lisonja. Pero, pues ya no tiene tu merced otro medio sino morir o amar, mucha razón es que se escoja por mejor aquello que en sí lo es.

Alisa

¿En qué andas acá, vezina, cada día?

Celestina

Señora, faltó ayer un poco de hilado al peso y vínelo a complir, porque di mi palabra. Y traído, voyme. Quede Dios contigo.

Alisa

Y contigo vaya.

—Hija Melibea, ¿qué quería la vieja?

Melibea

Venderme un poquito de solimán.

Alisa

Esso creo yo más que lo que la vieja ruin dixo. Pensó que recibiría yo pena dello y mintiome. Guárdate, hija, della, que es gran traidora, que ‘el sotil ladrón siempre rodea las ricas moradas’. Sabe esta con sus traiciones, con sus falsas mercadurías, mudar los propósitos castos. Daña la fama; a tres vezes que entra en una casa engendra sospecha.

Lucrecia
(Ap.)

Tarde acuerda nuestra ama.

Alisa

Por amor mío, hija, que si acá tornare sin verla yo, que no hayas por bien su venida ni la rescibas con plazer. Halle en ti honestidad en tu respuesta y jamás bolverá, que la verdadera virtud más se teme que espada.

Melibea

¿D'essas es? ¡Nunca más! Bien huelgo, señora, de ser avisada, por saber de quién me tengo de guardar.

Argumento del onzeno auto

Despedida Celestina de Melibea, va por la calle sola hablando. Vee a Sempronio y a Pármeno que van a la Magdalena por su señor. Sempronio habla con Calisto. Sobreviene Celestina. Van a casa de Calisto. Declárale Celestina su mensaje y negocio recaudado con Melibea. Mientra ellos en estas razones están, Pármeno y Sempronio entre sí hablan. Despídese Celestina de Calisto. Va para su casa; llama a la puerta; Elicia le viene abrir. Cenan y vanse a dormir.
Calisto. Celestina. Pármeno. Sempronio. Elicia.
Celestina

¡Ay, Dios, si llegasse a mi casa con mi mucha alegría a cuestas! A Pármeno y a Sempronio veo ir a la Magdalena. Tras ellos me voy; y si ahí no estoviere Calisto, passaremos a su casa a pedirle albricias de su gran gozo.

Sempronio

Señor, mira que tu estada es dar a todo el mundo que dezir. Por Dios, que huigas de ser traído en lenguas, que al muy devoto llaman hipócrita. ¿Qué dirán, sino que andas royendo los santos? Si passión tienes, súfrela en tu casa, no te sienta la tierra, no descubras tu pena a los estraños, pues ‘está en manos el pandero, que lo sabrá bien tañer’.

Calisto

¿En qué manos?

Sempronio

De Celestina.

Celestina

¿Qué, nombráis a Celestina? ¿Qué dezís desta esclava de Calisto? Toda la calle del Arcediano vengo a más andar tras vosotros por alcançaros, y jamás he podido con mis luengas haldas.

Calisto

¡Oh joya del mundo, acorro de mis passiones, espejo de mi vista! El coraçón se me alegra en ver essa honrada presencia, essa noble senetud. Dime, ¿con qué vienes? ¿Qué nuevas traes?, que te veo alegre y no sé en qué está mi vida.

Celestina

En mi lengua.

Calisto

¿Qué dizes, gloria y descanso mío? Declárame más lo dicho.

Celestina

Salgamos, señor, de la iglesia, y de aquí a la casa te contaré algo con que te alegres de verdad.

Pármeno
(Ap.)

Buena viene la vieja, hermano. Recabdado deve de haver.

Sempronio
(Ap.)

Escucha.

Celestina

Todo este día, señor, he trabajado en tu negocio y he dexado perder otros en que harto me iva. Muchos tengo quexosos por tener a ti contento. Más he dexado de ganar que piensas, pero todo vaya en buena hora, pues tan buen recaudo traigo. E óyeme, que en pocas palabras te lo diré, que soy corta de razón. A Melibea dexo a tu servicio.

Calisto

¿Qué es esto que oigo?

Celestina

Que es más tuya que de sí misma; más está a tu mandado y querer que de su padre Pleberio.

Calisto

Habla cortés, madre. No digas tal cosa, que dirán estos moços que estás loca. Melibea es mi señora, Melibea es mi dios, Melibea es mi vida; yo su cativo, yo su siervo.

Sempronio

Con tu desconfiança, señor, con tu poco preciarte, con tenerte en poco, hablas essas cosas con que atajas su razón. A todo el mundo turbas diziendo desconciertos. ¿De qué te santiguas? Dale algo por su trabajo; harás mejor, que esso esperan essas palabras.

Calisto

Bien has dicho. Madre mía, yo sé cierto que jamás igualará tu trabajo mi liviano galardón. En lugar de manto y saya, porque no se dé parte a oficiales, toma esta cadenilla. Ponla al cuello y procede en tu razón y mi alegría.

Pármeno
(Ap.)

¿Cadenilla la llama? ¿No lo oyes, Sempronio? No estima el gasto. Pues yo te certifico no diesse mi parte por medio marco de oro, por mal que la vieja la reparta.

Sempronio
(Ap.)

Oírte ha nuestro amo. Ternemos en él que amansar y en ti que sanar, según está hinchado de tu mucho murmurar. Por mi amor, hermano, que oigas y calles, que por esso te dio Dios dos oídos y una lengua sola.

Pármeno
(Ap.)

¡Oirá el diablo! Está colgado de la boca de la vieja, sordo y mudo y ciego, hecho personaje sin son, que aunque le diéssemos higas, diría que alçávamos las manos a Dios, rogando por buen fin de sus amores.

Sempronio
(Ap.)

Calla, oye, escucha bien a Celestina. En mi alma, todo lo merece y más que le diesse. Mucho dize.

Celestina

Señor Calisto, para tan flaca vieja como yo, de mucha franqueza usaste. Pero como todo don o dádiva se juzgue grande o chica respecto del que lo da, no quiero traer a consecuencia mi poco merescer ante quien sobra en cualidad y en cuantidad, mas medirse ha con tu magnificencia, ante quien no es nada. En pago de la cual te restituyo tu salud, que iva perdida; tu coraçón, que faltava; tu seso, que se alterava. Melibea pena por ti más que tú por ella. Melibea te ama y dessea ver. Melibea piensa más horas en tu persona que en la suya. Melibea se llama tuya y esto tiene por título de libertad. Y con esto amansa el fuego que más que a ti la quema.

Calisto

Moços, ¿estó yo aquí? Moços, ¿oigo yo esto? Moços, mirad si estoy despierto. ¿Es de día o de noche? ¡Oh señor Dios, Padre celestial, ruégote que esto no sea sueño! Despierto, pues, estoy. Si burlas, señora, de mí por me pagar en palabras, no temas, di verdad, que para lo que tú de mí has rescebido, más merescen tus passos.

Celestina

Nunca el coraçón lastimado de desseo toma la buena nueva por cierta ni la mala por dudosa. Pero si burlo o si no, verlo has yendo esta noche, según el concierto dexo con ella, a su casa, en dando el relox doze, a le hablar por entre las puertas; de cuya boca sabrás más por entero mi solicitud y su desseo, y el amor que te tiene y quién lo ha causado.

Calisto

¡Ya, ya! ¿Tal cosa espero? ¿Tal cosa es possible haver de passar por mí? Muerto soy de aquí allá. No soy capaz de tanta gloria, no merecedor de tan gran merced, no digno de hablar con tal señora de su voluntad y grado.

Celestina

Siempre lo oí dezir, que es más difícil de sufrir la próspera fortuna que la adversa, que la una no tiene sossiego y la otra tiene consuelo. ¿Cómo, señor Calisto, y no mirarías quién tú eres? ¿Y no mirarías el tiempo que has gastado en su servicio? ¿Y no mirarías a quién has puesto entremedias? Y assimismo, que hasta agora siempre has estado dubdoso de la alcançar y tenías sufrimiento, agora que te certifico el fin de tu penar, ¿quieres poner fin a tu vida? ¡Mira, mira, que está Celestina de tu parte! Y que aunque todo te faltasse lo que en un enamorado se requiere, te vendería por el más acabado galán del mundo; que te haría llanas las peñas para andar, que te haría las más crescidas aguas corrientes passar sin mojarte. Mal conoces a quien das tu dinero.

Calisto

¡Cata, señora, qué me dizes! ¿Que verná de su grado?

Celestina

Y aun de rodillas.

Sempronio

No sea ruido hechizo, que nos quieren tomar a manos a todos. Cata, madre, que assí se suelen ‘dar las çaraças’ en pan embueltas, porque no las sienta el gusto.

Pármeno

Nunca te oí dezir mejor cosa. Mucha sospecha me pone el presto conceder de aquella señora y venir tan aína en todo su querer de Celestina, engañando nuestra voluntad con sus palabras dulces y prestas por hurtar por otra parte, como hazen los de Egipto cuando el signo nos catan en la mano. Pues alahé, madre, con dulces palabras están muchas injurias vengadas. El falso boizuelo con su blando cencerrar trae las perdizes a la red; el canto de la serena engaña los simples marineros con su dulçor; assí esta con su mansedumbre y concessión presta querrá tomar una manada de nosotros a su salvo. Purgará su inocencia con la honra de Calisto y con nuestra muerte. Assí como ‘corderica mansa que mama su madre y la ajena’, ella con su segurar tomará la vengança de Calisto en todos nosotros, de manera que, con la mucha gente que tiene, podrá caçar a padres y hijos en una nidada, y tú estarte has rascando a tu fuego, diziendo: “A salvo está el que repica”.

Calisto

¡Callad, locos, vellacos, sospechosos! Paresce que dais a entender que los ángeles sepan hazer mal. Sí, que Melibea ángel dissimulado es, que bive entre nosotros.

Sempronio
(Ap.)

¡Todavía te buelves a tus heregías! Escúchale, Pármeno, no te pene nada, que si fuere trato doble, él lo pagará, que nosotros buenos pies tenemos.

Celestina

Señor, tú estás en lo cierto; vosotros cargados de sospechas vanas. Yo he hecho todo lo que a mí era a cargo. Alegre te dexo. Dios te libre y aderece. Pártome muy contenta. Si fuere menester para esto o para más, allí estoy muy aparejada a tu servicio.

Pármeno
(Ap.)

¡Hi, hi, hi!

Sempronio
(Ap.)

¿De qué te ríes, por tu vida?

Pármeno
(Ap.)

De la priessa que la vieja tiene por irse; no vee la hora que haver despegado la cadena de casa. No puede creer que la tenga en su poder ni que se la han dado de verdad. No se halla digna de tal don, tan poco como Calisto de Melibea.

Sempronio
(Ap.)

¿Qué quieres que haga una puta vieja alcahueta, que sabe y entiende lo que nosotros callamos, y suele hazer siete virgos por dos monedas, después de verse cargada de oro, sino ponerse en salvo con la possessión, con temor no se la tornen a tomar después que ha complido de su parte aquello para que era menester? ¡Pues, guárdese del diablo, que sobre el partir no le saquemos el alma!

Calisto

Dios vaya contigo, madre. Yo quiero dormir y reposar un rato para satisfazer a las passadas noches y complir con la por venir.

Celestina

¡Tha, tha, tha, tha!

Elicia

¿Quién llama?

Celestina

Abre, hija Elicia.

Elicia

¿Cómo vienes tan tarde? No lo deves hazer, que eres vieja. Tropeçarás donde caigas y mueras.

Celestina

No temo esso, que de día me aviso por dó venga de noche, que jamás me subo por poyo ni calçada, sino por medio de la calle. Porque, como dizen: ‘No da passo seguro quien corre por el muro’, e que ‘Aquél va mas sano que anda por llano’. Más quiero ensuziar mis çapatos con el lodo que ensangrentar las tocas y los cantos. Pero no te duele a ti en esse lugar.

Elicia

Pues, ¿qué me ha de doler?

Celestina

Que se fue la compañía que te dexé y quedaste sola.

Elicia

Son passadas cuatro horas después y ¿havíaseme de acordar desso?

Celestina

Cuanto más presto te dexaron, más con razón lo sentiste. Pero dexemos su ida y mi tardança; entendamos en cenar y dormir.

Argumento del dozeno auto

Llegando la medianoche, Calisto, Sempronio y Pármeno, armados, van para casa de Melibea. Lucrecia y Melibea están cabe la puerta, aguardando a Calisto. Viene Calisto; háblale primero Lucrecia. Llama a Melibea. Apártase Lucrecia. Háblanse por entre las puertas Melibea y Calisto. Pármeno y Sempronio en su cabo departen. Oyen gentes por la calle. Apercíbense para huir. Despídese Calisto de Melibea, dexando concertada la tornada para la noche siguiente. Pleberio, al son del ruido que havía en la calle, despierta. Llama a su mujer Alisa. Preguntan a Melibea quién da patadas en su cámara. Responde Melibea a su padre fingiendo que tenía sed. Calisto con sus criados va para su casa hablando. Échase a dormir. Pármeno y Sempronio van a casa de Celestina; demandan su parte de la ganancia. Dissimula Celestina. Vienen a reñir. Échanle mano a Celestina. Mátanla. Da bozes Elicia. Viene la justicia y prende a ambos.
Calisto. Lucrecia. Melibea. Sempronio. Pármeno. Pleberio. Alisa. Celestina. Elicia.
Calisto

Moços, ¿qué hora da el relox?

Sempronio

Las diez.

Calisto

¡Oh cómo me descontenta el olvido en los moços! De mi mucho acuerdo en esta noche y tu descuidar y olvido se haría una razonable memoria y cuidado. ¿Cómo, desatinado, sabiendo cuánto me va en ser diez o onze, me respondías a tiento lo que más aína se te vino a la boca? ¡Oh, cuitado de mí!, si por caso me hoviera dormido y colgara mi pregunta de la respuesta de Sempronio para hazerme de onze diez, y assí de doze onze, saliera Melibea, yo no fuera ido, tornárase; de manera que ni mi mal hoviera fin ni mi desseo execución. No se dize en balde que ‘mal ajeno de pelo cuelga’.

Sempronio

‘Tanto yerro me parece, sabiendo, preguntar, como ignorando, responder’. Mejor sería, señor, que se gastasse esta hora que queda en adereçar armas que en buscar cuestiones.

Calisto

Bien me dize este necio. No quiero en tal tiempo recebir enojo, no quiero pensar en lo que pudiera venir, sino en lo que fue; no en el daño que resultara de su negligencia, sino en el provecho que verná de mi solicitud. Quiero dar espacio a la ira, que o se me quitará o se me ablandará. Descuelga, Pármeno, mis coraças y armaos vosotros, y assí iremos a buen recaudo, porque, como dizen, ‘el hombre apercebido, medio combatido’.

Pármeno

Helas aquí, señor.

Calisto

Ayúdame aquí a vestirlas. Mira tú, Sempronio, si parece alguno por la calle.

Sempronio

Señor, ninguna gente parece y, aunque la hoviesse, la mucha escuridad privaría el viso y conoscimiento a los que nos encontrassen.

Calisto

Pues andemos por esta calle, aunque se rodee alguna cosa, porque más encubiertos vamos. Las doze da[n] ya; buena hora es.

Pármeno

Cerca estamos.

Calisto

A buen tiempo llegamos. Párate tú, Pármeno, a ver si es venida aquella señora por entre las puertas.

Pármeno

¿Yo, señor? Nunca Dios mande que sea en dañar lo que no concerté. Mejor será que tu presencia sea su primer encuentro, porque, viéndome a mí, no se turbe de ver que de tantos es sabido lo que tan ocultamente querría fazer y con tanto temor haze; o porque quiçá pensará que la burlaste.

Calisto

¡Oh qué bien has dicho! La vida me has dado con tu sotil aviso, pues no era más menester para me llevar muerto a casa que bolverse ella por mi mala providencia. Yo me llego allá, quedaos vosotros en esse lugar.

Pármeno

¿Qué te paresce, Sempronio, cómo el necio de nuestro amo pensava tomarme por broquel para el encuentro del primer peligro? ¿Qué sé yo quién está tras las puertas cerradas? ¿Qué sé yo si hay alguna traición? ¿Qué sé yo si Melibea anda porque le pague nuestro amo su mucho atrevimiento desta manera? E más aun, no somos muy ciertos dezir verdad la vieja. No sepas hablar, Pármeno, sacarte han el alma sin saber quién. No seas lisonjero, como tu amo quiere, y jamás ‘llorarás duelos ajenos’. No tomes en lo que te cumple el consejo de Celestina y hallarte has a escuras. Andate ahí con tus consejos y amonestaciones fieles, darte han de palos. No buelvas la hoja y quedarte has a buenas noches. Quiero hazer cuenta que hoy me nací, pues de tal peligro me escapé.

Sempronio

¡Passo, passo, Pármeno! No saltes ni fagas esse bollicio de plazer, que darás causa que seas sentido.

Pármeno

Calla, hermano, que no me hallo de alegría. ¡Cómo le hize creer que por lo que a él cumplía dexava de ir, y era por mi seguridad! ¿Quién supiera assí rodear su provecho como yo? Muchas cosas me verás hazer, si estás daquí adelante atento, que no lo sientan todas personas, assí con Calisto como con cuantos en este negocio suyo se entremetieren. Porque soy cierto que esta donzella ha de ser para él ‘cevo de anzuelo o carne de buitrera’, que suelen pagar bien el escote los que a comerla vienen.

Sempronio

Anda, no te penen a ti essas sospechas, aunque salgan verdaderas. Apercíbete, a la primera boz que oyeres, ‘tomar calças de Villadiego’.

Pármeno

Leído has donde yo. En un coraçón estamos. Calças traigo y aun borzeguíes de essos ligeros, que tú dizes, para mejor huir que otro. Plázeme que me has, hermano, avisado de lo que yo no hiziera de vergüença de ti, que nuestro amo, si es sentido, no temo que escapará de manos desta gente de Pleberio, para podernos después demandar cómo lo fezimos y incusarnos el huir.

Sempronio

¡Oh, Pármeno amigo, cuán alegre y provechosa es la conformidad en los compañeros! Aunque por otra cosa no nos fuera buena Celestina, era harta utilidad la que por su causa nos ha venido.

Pármeno

Ninguno podrá negar lo que por sí se muestra. Manifiesto es que, con vergüença el uno del otro, por no ser odiosamente acusado de covarde, esperáramos aquí la muerte con nuestro amo, no siendo más de él merecedor della.

Sempronio

Salido deve haver Melibea. Escucha, que hablan quedito.

Pármeno

¡Oh cómo temo que no sea ella, sino alguna que finja su boz!

Sempronio

¡Dios nos libre de traidores! No nos hayan tomado la calle por do tenemos de fuir, que de otra cosa no tengo temor.

Calisto
(Ap.)

Esse bullicio más de una persona lo haze. Quiero hablar, sea quien fuere.

(Alto)

¡Ce, señora mía!

Lucrecia
(Ap.)

La boz de Calisto es esta. Quiero llegar.

(Alto)

¿Quién habla? ¿Quién está fuera?

Calisto

Aquel que viene a complir tu mandado.

Lucrecia
(Bajo)

¿Por qué no llegas, señora? Llega sin temor acá, que aquel cavallero está aquí.

Melibea
(Bajo)

¡Loca, habla passo! Mira bien si es él.

Lucrecia
(Bajo)

Allégate, señora, que sí es, que yo le conosco en la boz.

Calisto
(Ap.)

Cierto, soy burlado. No era Melibea la que me fabló. ¡Bullicio oigo, perdido soy! Pues biva o muera, que no he de ir de aquí.

Melibea
(Bajo)

Vete, Lucrecia, a acostar un poco.

(Alto)

¡Ce, señor! ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te mandó ahí venir?

Calisto

Es la que tiene merecimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente servir yo no merezco. No tema tu merced de se descobrir a este cativo de su gentileza, que el dulçe sonido de tu habla jamás de mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señora Melibea. Yo soy tu siervo Calisto.

Melibea

La sobrada osadía de tus mensajes me ha forçado a haverte de hablar, señor Calisto, que haviendo havido de mí la passada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor de lo que entonces te mostré. Desvía estos vanos y locos pensamientos de ti, porque mi honra y persona estén sin detrimento de mala sospecha seguras. A esto fue aquí mi venida, a dar concierto en tu despedida y mi reposo. No quieras poner mi fama en la balança de las lenguas maldizientes.

Calisto

A los coraçones aparejados con apercibimiento rezio contra las adversidades, ninguna puede venir que passe de claro en claro la fuerça de su muro. Pero el triste que, desarmado y sin proveer los engaños y celadas, se vino a meter por las puertas de tu seguridad, cualquiera cosa que en contrario vea es razón que me atormente y passe rompiendo todos los almazenes en que la dulçe nueva estava aposentada. ¡Oh malaventurado Calisto! ¡Oh cuán burlado has sido de tus sirvientes! ¡Oh engañosa mujer Celestina, dexárasme acabar de morir y no tornaras a bivificar mi esperança para que tuviesse más que gastar el fuego que ya me aquexa! ¿Por qué falsaste la palabra desta mi señora? ¿Por qué has assí dado con tu lengua causa a mi desesperación? ¿A qué me mandaste aquí venir para que me fuesse mostrado el disfavor, el entredicho, la desconfiança, el odio, por la mesma boca desta que tiene las llaves de mi perdición y gloria? ¡Oh, enemiga!, ¿y tú no me dexiste que esta mi señora me era favorable? ¿No me dexiste que de su grado mandava venir este su cativo al presente lugar, no para me desterrar nuevamente de su presencia, pero para alçar el destierro ya, por otro su mandamiento puesto ante de agora? ¿En quién hallaré yo fe? ¿Adónde hay verdad? ¿Quién carece de engaño o dónde no moran falsarios? ¿Quién es claro enemigo? ¿Quién es verdadero amigo? ¿Dónde no se fabrican traiciones? ¿Quién osó darme tan cruda esperança de perdición?

Melibea

Cessen, señor mío, tus verdaderas querellas, que ni mi coraçón basta para las sufrir ni mis ojos para lo dissimular. Tú lloras de tristeza, juzgándome cruel; yo lloro de plazer, viéndote tan fiel. ¡Oh mi señor y mi bien todo, cuánto más alegre me fuera poder ver tu faz que oír tu boz! Pero pues no se puede al presente más hazer, toma la firma y sello de las razones que te embié scritas en la lengua de aquella solícita mensajera. Todo lo que te dixo confirmo, todo lo he por bueno. Limpia, señor, tus ojos. Ordena de mí a tu voluntad.

Calisto

¡Oh, señora mía, esperança de mi gloria, descanso y alivio de mi pena, alegría de mi coraçón! ¿Qué lengua será bastante para te dar iguales gracias a la sobrada y incomparable merçed que en este punto, de tanta congoxa para mí, me has quesido fazer en querer que un tan flaco y indigno hombre pueda gozar de tu suavíssimo amor? Del cual, aunque muy desseoso, siempre me juzgava indigno mirando tu grandeza, considerando tu estado, remirando tu perfeción, contemplando tu gentileza, acatando mi poco merescer y tu alto merecimiento, tus estremadas gracias, tus loadas y manifiestas virtudes. Pues, ¡oh alto Dios, cómo te podré ser ingrato, que tan milagrosamente has obrado comigo tus singulares maravillas! ¡Oh cuántos días antes de agora passados me fue venido esse pensamiento a mi coraçón, y por impossible lo rechaçava de mi memoria, hasta que ya los rayos ilustrantes de tu muy claro gesto dieron luz en mis ojos, encendieron mi coraçón, despertaron mi lengua, estendieron mi merecer, acortaron mi covardía, destorcieron mi encogimiento, doblaron mis fuerças, desadormecieron mis pies y manos; finalmente me dieron tal osadía, que me han traído con su mucho poder a este sublimado estado en que agora me veo, oyendo de grado tu suave boz, la cual, si ante de agora no conosciesse y no sintiesse tus saludables olores, no podría creer que careciessen de engaño tus palabras! Pero como soy cierto de tu limpieza de sangre y hechos, me estoy remirando si soy yo Calisto, a quien tanto bien se haze.

Melibea

Señor Calisto, tu mucho merecer, tus estremadas gracias, tu alto nacimiento han obrado que, después que de ti hove entera noticia, ningún momento de mi coraçón te partiesses. Y aunque muchos días he pugnado por lo dissimular, no he podido tanto que, en tornándome aquella mujer tu dulce nombre a la memoria, no descubriesse mi desseo e viniesse a este lugar y tiempo, donde te suplico ordenes y dispongas de mi persona según querrás. Las puertas impiden nuestro gozo, las cuales yo maldigo y sus fuertes cerrojos y mis flacas fuerças, que ni tú estarías quexoso ni yo descontenta.

Calisto

¿Cómo, señora mía? ¿Y mandas que consienta a un palo impedir nuestro gozo? Nunca yo pensé que demás de tu voluntad lo podiera cosa estorvar. ¡Oh molestas y enojosas puertas, ruego a Dios que tal fuego os abrase como a mí da guerra, que con la tercia parte seríades en un punto quemadas! Pues, por Dios, señora mía, permite que llame a mis criados para que las quiebren.

Pármeno
(Ap.)

¿No oyes, no oyes, Sempronio? A buscarnos quiere venir para que nos den mal año. No me agrada cosa esta venida. En mal punto creo que se empeçaron estos amores. Yo no espero más aquí.

Sempronio
(Ap.)

¡Calla, calla! Escucha, que ella no consiente que vamos allá.

Melibea

¿Quieres, amor mío, perderme a mí y dañar mi fama? No sueltes las riendas a la voluntad. La esperança es cierta, el tiempo breve cuanto tú ordenares. E pues tú sientes tu pena senzilla, yo la de entrambos; tú solo dolor, yo el tuyo y el mío; conténtate con venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto, que si agora quebrasses las crueles puertas, aunque al presente no fuéssemos sentidos, amanescería en casa de mi padre terrible sospecha de mi yerro. E pues sabes que tanto mayor es el yerro cuanto mayor es el que yerra,en un punto será por la ciudad publicado.

Sempronio
(Ap.)

En hora mala acá esta noche venimos. Aquí nos ha de amanescer, según del espacio que nuestro amo lo toma. Que aunque más la dicha nos ayude, nos han en tanto tiempo de sentir de su casa o vezinos.

Pármeno
(Ap.)

Ya ha dos horas que te requiero que nos vamos, que no faltará un achaque.

Calisto

¡Oh, mi señora y mi bien todo! ¿Porqué llamas yerro a aquello que por los santos de Dios me fue concedido? Rezando hoy ante el altar de la Magdalena, me vino con tu mensaje alegre aquella solícita mujer.

Pármeno

¡Desvariar, Calisto, desvariar! ¡Por fe tengo, hermano, que no es cristiano! Lo que la vieja traidora con sus pestíferos hechizos ha rodeado y hecho, dize que los santos de Dios se lo han concedido y impetrado. E con esta confiança quiere quebrar las puertas. Y no havrá dado el primer golpe cuando sea sentido y tomado por los criados de su padre que duermen cerca.

Sempronio

Ya no temas, Pármeno, que harto desviados estamos. En sintiendo bollicio, el buen huir nos ha de valer. Déxale hazer, que si mal hiziere, él lo pagará.

Pármeno

Bien hablas. En mi coraçón estás. Assí se haga. Huigamos la muerte, que somos moços. Que ‘no querer morir ni matar no es covardía, sino buen natural’. Estos escuderos de Pleberio son locos, no desean tanto comer ni dormir como cuestiones y ruidos. Pues más locura sería esperar pelea con enemigo que no ama tanto la vitoria y vencimiento como la contina guerra y contienda. ¡Oh si me viesses, hermano, cómo estoy, plazer havrías! A medio lado, abiertas las piernas, el pie izquierdo adelante puesto en fuida, las faldas en la cinta, la adarga arrollada y so el sobaco, porque no me empache. Que, por Dios, que creo huyesse como un gamo, según el temor tengo de estar aquí.

Sempronio

Mejor estoy yo, que tengo liado el broquel y el espada con las correas, porque no se caigan al correr, y el caxquete en la capilla.

Pármeno

¿Y las piedras que traías en ella?

Sempronio

Todas las vertí por ir más liviano, que harto tengo que llevar en estas coraças que me heziste vestir por tu importunidad, que bien las rehusava de traer, porque me parescían para huir muy pesadas. ¡Escucha, escucha! ¿Oyes, Pármeno? ¡A malas andan! ¡Muertos somos! ¡Bota presto! Echa hazia casa de Celestina, no nos atajen por nuestra casa.

Pármeno

¡Huye, huye, que corres poco! ¡Oh pecador de mí, si nos han de alcançar, dexa broquel y todo!

Sempronio

¿Si han muerto ya a nuestro amo?

Pármeno

No sé. No me digas nada. Corre y calla, que el menor cuidado mío es esse.

Sempronio

¡Ce, ce, Pármeno! Torna, torna callando, que no es sino la gente del alguazil que passava haziendo estruendo por la otra calle.

Pármeno

Míralo bien, no te fíes en los ojos, que se antoja muchas vezes uno por otro. No me avían dexado gota de sangre; tragada tenía ya la muerte, que me parecía que me ivan dando en estas espaldas golpes. En mi vida me acuerdo aver tan gran temor ni verme en tal afrenta, aunque he andado por casas ajenas harto tiempo y en lugares de harto trabajo, que nueve años serví a los frailes de Guadalupe, que mil vezes nos apuñeávamos yo y otros. Pero nunca como esta vez hove miedo de morir.

Sempronio

¿Y yo no serví al cura de Sant Miguel, y al mesonero de la plaça y a Mollejar el ortelano? Y también yo tenía mis cuestiones con los que tiravan piedras a los páxaros que assentavan en un álamo grande que tenía, porque dañavan la ortaliza. Pero guárdete Dios de verte con armas, que aquél es el verdadero temor. No en balde dizen: ‘Cargado de hierro y cargado de miedo’. ¡Buelve, buelve, que el alguazil es, cierto!

Melibea

Señor Calisto, ¿qué es esto que en la calle suena? Parescen bozes de gente que van en huida. Por Dios, mírate que estás a peligro.

Calisto

Señora, no temas, que a buen seguro vengo. Los míos deven de ser, que son unos locos y desarman a cuantos passan, y huiríales alguno.

Melibea

¿Son muchos los que traéis?

Calisto

No, sino dos. Pero aunque sean seis sus contrarios, no recebirán mucha pena para les quitar sus armas y hazerlos huir según su esfuerço. Escogidos son, señora, que ‘no vengo a lumbre de pajas’. Si no fuesse por lo que a tu honra toca, pedaços harían estas puertas. E si sentidos fuéssemos, a ti y a mí librarían de toda la gente de tu padre.

Melibea

¡O por Dios, no se cometa tal cosa! Pero mucho plazer tengo que de tan fiel gente andes acompañado. Bien empleado es el pan que tan esforçados servientes comen. Por mi amor, señor, pues tal gracia la natura les quiso dar, sean de ti bien tratados y galardonados, porque en todo te guarden secreto. E cuando sus osadías y atrevimientos les corrigieres, a bueltas del castigo mezcla favor, porque los ánimos esforçados no sean con encogimiento diminutos y irritados en el osar a sus tiempos.

Pármeno

¡Ce, ce! ¡Señor, señor, quítate presto dende, que viene mucha gente con hachas y serás visto y conocido, que no hay donde te metas!

Calisto

¡O, mezquino yo, y cómo es forçado, señora, partirme de ti! Por cierto, temor de la muerte no obrara tanto como el de tu honra. Pues que ansí es, los ángeles queden con tu presencia. Mi venida será, como ordenaste, por el huerto.

Melibea

Assí sea. Y vaya Dios contigo.

Pleberio

Señora mujer, ¿duermes?

Alisa

Señor, no.

Pleberio

¿No oyes bullicio en el retraimiento de tu hija?

Alisa

Sí oi[g]o. ¡Melibea, Melibea!

Pleberio

No te oye. Yo la llamaré más rezio. ¡Hija mía Melibea!

Melibea

Señor.

Pleberio

¿Quién da patadas y haze bullicio en tu cámara?

Melibea

Señor, Lucrecia es, que salió por un jarro de agua para mí, que havía sed.

Pleberio

Duerme, hija, que pensé que era otra cosa.

Lucrecia
(Ap.)

Poco estruendo los despertó. Con pavor hablavan.

Melibea
(Ap.)

No hay tan manso animal que con amor o temor de sus hijos no asperee. Pues, ¿que harían si mi cierta salida supiessen?

Calisto

Cerrad essa puerta, hijos. Y tú, Pármeno, sube una vela arriba.

Sempronio

Deves, señor, reposar y dormir esso que queda d’aquí al día.

Calisto

Plázeme, que bien lo he menester. ¿Qué te parece, Pármeno, de la vieja que tú me desalabavas, qué obra ha salido de sus manos? ¿Qué fuera fecho sin ella?

Pármeno

Ni yo sentía tu gran pena ni conoscía la gentileza y merescimiento de Melibea, y assí no tengo culpa. Conoscía a Celestina y sus mañas; avisávate como a mi señor. Pero ya me parece que es otra; todas las ha mudado.

Calisto

¿Y cómo mudado?

Pármeno

Tanto que, si no lo hoviesse visto, no lo creería. Mas assí bivas tú como es verdad.

Calisto

Pues ¿havéis oído lo que con aquella mi señora he passado? ¿Qué hazíades? ¿Teníades temor?

Sempronio

¿Temor, señor, o qué? Por cierto, todo el mundo no nos le hiziera tener. ¡Hallado havías los temerosos! Allí estuvimos esperándote muy aparejados y nuestras armas muy a mano.

Calisto

¿Havéis dormido algun rato?

Sempronio

¿Dormir, señor? ¡Dormilones son los moços! Nunca me assenté ni aun junté, por Dios, los pies, mirando a todas partes, para en sentiendo poder saltar presto y hazer todo lo que mis fuerças me ayudaran. Pues Pármeno, aunque parecía que no te servía hasta aquí de buena gana, assí se holgó cuando vido los de las hachas como lobo cuando siente polvo de ganado, pensando poder quitárselas, hasta que vido que eran muchos.

Calisto

No te maravilles, que procede de su natural ser osado. Y, aunque no fuesse por mí, hazíalo porque no pueden los tales vinir contra su uso. Que aunque muda el pelo la raposa, su natural no despoja. Por cierto, yo dixe a mi señora Melibea lo que en vosotros hay, y cuán seguras tenía mis espaldas con vuestra ayuda y guarda. Hijos, en mucho cargo os soy. Rogad a Dios por salud, que yo os galardonaré más complidamente vuestro buen servicio. Yd con Dios a reposar.

Pármeno

¿Adónde iremos, Sempronio, a la cama a dormir o a la cozina a almorzar?

Sempronio

Ve tú donde quisieres, que antes que venga el día quiero yo ir a Celestina a cobrar mi parte de la cadena, que es una puta vieja; no le quiero dar tiempo en que fabrique alguna ruindad con que nos excluya.

Pármeno

Bien dizes; olvidado lo havía. Vamos entrambos, y si en esso se pone, espantémosla de manera que le pese, que ‘sobre dinero no hay amistad’.

Sempronio
(Bajo)

¡Ce, ce! Calla, que duerme cabe esta ventanilla.

(Alto)

¡Tha, tha! Señora Celestina, ábrenos.

Celestina

¿Quién llama?

Sempronio

Abre, que son tus hijos.

Celestina

No tengo yo hijos que anden a tal hora.

Sempronio

Ábrenos a Pármeno y a Sempronio, que nos venimos acá a almorzar contigo.

Celestina

¡Oh, locos traviessos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora, que ya amanece? ¿Qué havéis hecho? ¿Qué os ha pasado? ¿Dispidiose la esperança de Calisto o bive todavía con ella, o cómo queda?

Sempronio

¿Cómo, madre? Si por nosotros no fuera, ya anduviera su alma buscando posada para siempre. Que si estimarse pudiese a lo que de allí nos queda obligado, no sería su hazienda bastante a complir la deuda, si verdad es lo que dizen que la vida y persona es más digna y de más valor que otra cosa ninguna.

Celestina

¡Jesú! ¿Que en tanta afrenta os havéis visto? Cuéntamelo, por Dios.

Sempronio

Mira qué tanta, que por mi vida la sangre me hierve en el cuerpo en tornarlo a pensar.

Celestina

Reposa, por Dios, y dímelo.

Pármeno

Cosa larga le pides, según venimos alterados y cansados del enojo que havemos havido. Harías mejor en aparejarnos a él y a mí de almorzar; quiçá nos amansaría algo la alteración que traemos. Que cierto te digo que no querría ya topar hombre que paz quisiesse. Mi gloria sería agora hallar en quién vengar la ira, que no pude en los que nos la causaron, por su mucho huir.

Celestina

¡Landre me mate si no me espanto en verte tan fiero! Creo que burlas. Dímelo agora, Sempronio, tú, por mi vida. ¿Qué os ha passado?

Sempronio

Por Dios, sin seso vengo, desesperado, aunque para contigo por demás es no templar la ira y todo enojo y mostrar otro semblante que con los hombres. Jamás me mostré poder mucho con los que poco pueden. Traigo, señora, todas las armas despedaçadas: el broquel sin aro, la espada como sierra, el caxquete abollado en la capilla; que no tengo con qué salir un passo con mi amo, cuando menester me haya, que quedó concertado de ir esta noche que viene a verse por el huerto. Pues, ¿comprarlo de nuevo? ¡No mando un maravedí en que caiga muerto!

Celestina

Pídelo, hijo, a tu amo, pues en su servicio se gastó y quebró. Pues sabes que es persona que luego lo complirá, que no es de los que dizen: ‘Bive comigo y busca quien te mantenga’. Él es tan franco que te dará para esso y para más.

Sempronio

¡Ha! Trae también Pármeno perdidas las suyas. A este cuento en armas se le irá su hazienda. ¿Cómo quieres que le sea tan importuno en pedirle más de lo que él de su proprio grado haze, pues es farto? No digan por mí que ‘dándome un palmo, pido cuatro’. Dionos las cient monedas; dionos después la cadena. A tres tales aguijones, ‘no terná cera en el oído’. Caro le costaría este negocio. Contentémonos con lo razonable, no lo perdamos todo por querer más de la razon, que ‘quien mucho abarca, poco suele apretar’.

Celestina

¡Gracioso es el asno! Por mi vejez, que si sobre comer fuera, que dixera que avíamos todos cargado demasiado. ¿Estás en tu seso, Sempronio? ¿Qué tiene que hazer tu galardón con mi salario, tu soldada con mis mercedes? ¿Só yo obligada a soldar vuestras armas, a complir vuestras faltas? Aosadas, que me maten sino te has asido a una palabrilla que te dixe el otro día viniendo por la calle, que cuanto yo tenía era tuyo y que en cuanto pudiesse con mis pocas fuerças jamás te faltaría; e que si Dios me diesse buena manderecha con tu amo, que tu no perderías nada. Pues ya sabes, Sempronio, que estos ofrecimientos, estas palabras de buen amor, no obligan. ‘No ha de ser oro cuanto reluze’; si no, más barato valdría. Dime, ¿estó en tu coraçón, Sempronio? Verás, si aunque soy vieja, si acierto lo que tú puedes pensar. Tengo, hijo, en buena fe, más pesar que se me quiere salir esta alma de enojo. Di a esta loca de Elicia, como vine de tu casa, la cadenilla que traxe para que se holgasse con ella, y no se puede acordar dónde la puso, que en toda esta noche ella ni yo no havemos dormido sueño de pesar; no por su valor de la cadena, que no era mucho, pero por su mal cobro della. Y de mi mala dicha, entraron unos conoscidos y familiares míos en aquella sazón aquí; temo no la hayan llevado diziendo: ‘Si te vi, burleme’, etc. Assí que, hijos, agora que quiero hablar con entrambos, si algo vuestro amo a mí me dio, devéis mirar que es mío. Que de tu jubón de brocado no te pedí yo parte ni la quiero. Sirvamos todos, que a todos dará según viere que lo merescen. Que si me ha dado algo, dos vezes he puesto por él mi vida al tablero. Más herramienta se me ha embotado en su servicio que a vosotros; más materiales he gastado; pues havéis de pensar, hijos, que todo me cuesta dinero. Y aun mi saber, que no lo he alcançado holgando, de lo cual fuera buen testigo su madre de Pármeno, Dios haya su alma. Esto trabajé yo, a vosotros se os deve essotro. Esto tengo yo por oficio y trabajo, vosotros por recreación y deleite. Pues assí, no havéis vosotros de haver igual galardón de holgar que yo de penar. Pero aun con todo lo que he dicho, no os despidáis, si mi cadena paresce, de sendos pares de calças de grana, que es el hábito que mejor en los mancebos parece. E si no, recebid la voluntad, que yo me callaré con mi pérdida. Y todo esto de buen amor, porque holgastes que hoviesse yo antes el provecho destos passos que otra. E si no os contentardes, de vuestro daño haréis.

Sempronio

No es ésta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio de cobdicia: ‘cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta’. Assí que adquiriendo crece la cobdicia, y la pobreza cobdiciando, y ninguna cosa haze pobre al avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo crece la necessidad con la abundancia! ¿Quién la oyó esta vieja dezir que me llevasse yo todo el provecho, si quisiesse, deste negocio, pensando que sería poco? Agora que lo vee crescido, no quiere dar nada, por complir el refrán de los niños que dizen: ‘De lo poco, poco; de lo mucho, nada’.

Pármeno

Dete lo que prometió o tomémosselo todo. Harto te dezía yo quién era esta vieja, si tú me creyeras.

Celestina

Si mucho enojo traéis con vosotros o con vuestro amo o armas, no lo quebréis en mí, que bien sé dónde nasce esto; bien sé y barrunto de qué pie coxqueáis. No cierto de la necessidad que tenéis de lo que me pedís, ni aun por la mucha cobdicia que lo tenéis, sino pensando que os he de tener toda vuestra vida atados y cativos con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar otras, moveisme estas amenazas de dinero, ponéisme estos temores de la partición. Pues callad, que quien estas os supo acarrear os dará otras diez, agora que hay mas conoscimiento y más razón, y más merescido de vuestra parte. Y si sé complir lo que prometo en este caso, dígalo Pármeno. ¡Dilo, dilo, no hayas empacho de contar cómo nos passó cuando a la otra dolía la madre!

Sempronio

Yo ‘dígole que se vaya y abáxasse las bragas’. No ando por lo que piensas; no entremetas burlas a nuestra demanda, que ‘con esse galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres’. Déxate conmigo de razones. ‘A perro viejo no cuz, cuz’. Danos las dos partes por cuenta de cuanto de Calisto has recebido, no quieras que se descubra quién tú eres. ¡A los otros, a los otros, con essos halagos, vieja!

Celestina

¿Quién só yo Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Bivo de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere, no lo busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal bivo, Dios es el testigo de mi coraçón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos y a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque mujer, como vosotros muy peinados. Déxame en mi casa con mi fortuna. E tú, Pármeno, no pienses que soy tu cativa por saber mis secretos y mi vida passada, y los casos que nos acaescieron a mí y a la desdichada de tu madre. Y aun assí me tratava ella cuando Dios quería.

Pármeno

No me hinches las narizes con essas memorias; si no, embiarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quexar.

Celestina

¡Elicia, Elicia, lévantate dessa cama! ¡Daca mi manto presto, que por los santos de Dios, para aquella justicia me vaya bramando como una loca! ¿Qué es esto? ¿Qué quieren dezir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como vosotros! ¡Contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Señal es de gran covardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las suzias moxcas nunca pican sino los bueyes magros y flacos; los gozques ladradores a los pobres peregrinos aquexan con mayor ímpetu. Si aquella que allí está en aquella cama me hoviesse a mí creído, jamás quedaría esta casa de noche sin varón ni dormiríamos a lumbre de pajas. Pero por aguardarte, por serte fiel, padescemos esta soledad. Y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías; lo cual si hombre sintiéssedes en la posada, no haríades, que como dizen: “El duro adversario entibia las iras y señales”.

Sempronio

¡Oh, vieja avarienta, garganta muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta con la tercia parte de lo ganado?

Celestina

¿Qué tercia parte? ¡Vete con Dios de mi casa tú, y estotro no dé bozes, no allegue la vezindad! No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaça las cosas de Calisto y vuestras.

Sempronio

Da bozes o gritos, que tú complirás lo que prometiste, o complirás hoy tus días.

Elicia

¡Mete, por Dios, el espada! ¡Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate esse desvariado!

Celestina

¡Justicia, justicia, señores vezinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!

Sempronio

¿Rufianes o qué? ¡Espera, doña hechizera, que yo te haré ir al infierno con cartas!

Celestina

¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay, confessión, confessión!

Pármeno

¡Dale, dale, acábala, pues començaste, que nos sentirán! ¡Muera, muera! ¡‘De los enemigos los menos’!

Celestina

¡Confessión!

Elicia

¡Oh crueles enemigos, en mal poder os veáis! ¿Y para quién tovistes manos? ¡Muerta es mi madre y mi bien todo!

Sempronio

¡Huye, huye, Pármeno, que carga mucha gente!¡Guarte, guarte, que viene el alguazil!

Pármeno

¡Oh pecador de mí, que no hay por dó nos vamos, que está tomada la puerta!

Sempronio

Saltemos destas ventanas, no muramos en poder de justicia.

Pármeno

Salta, que yo tras ti voy.

Argumento del trezeno auto

Despertado Calisto de dormir, está hablando consigo mismo. Dende a un poco está llamando a Tristán y otros sus criados. Torna a dormir Calisto. Pónese Tristán a la puerta. Viene Sosia llorando. Preguntando de Tristán, Sosia cuéntale la muerte de Sempronio y Pármeno. Van a dezir las nuevas a Calisto, el cual, sabiendo la verdad, haze gran lamentación.
Calisto. Tristán. Sosia
Calisto

¡Oh cómo he dormido tan a mi plazer después de aquel açucarado rato, después de aquel angélico razonamiento! Gran reposo he tenido. ¿El sossiego y descanso proceden de mi alegría, o lo causó el trabajo corporal, mi mucho dormir, o la gloria y plazer del ánimo? Y no me maravillo, que lo uno y lo otro se juntassen a cerrar los candados de mis ojos, pues trabajé con el cuerpo y persona, y holgué con el espíritu y sentido la passada noche. Muy cierto es que la tristeza acarrea pensamiento y el mucho pensar impide el sueño, como a mí estos días es acaescido con la desconfiança que tenía de la mayor gloria que ya posseo. ¡Oh señora y amor mío, Melibea! ¿Qué piensas agora? ¿Si duermes o estás despierta? ¿Si piensas en mí o en otro? ¿Si estás levantada o acostada? ¡Oh dichoso y bienandante Calisto, si verdad es que no ha sido sueño lo passado! ¿Soñelo o no? ¿Fue fantaseado o passó en verdad? Pues no estuve solo, mis criados me acompañaron. Dos eran; si ellos dizen que passó en verdad, creerlo he según derecho. Quiero mandarlos llamar para más confirmar mi gozo.

— ¡Tristanico! ¡Moços! ¡Tristanico, levanta de ahí!

Tristán

Señor, levantado estoy.

Calisto

Corre, llámame a Sempronio y a Pármeno.

Tristán

Ya voy, señor.

Calisto
Duerme y descansa, penado,
desde agora,
pues te ama tu señora
de su grado.
Vençe plazer al cuidado
y no le vea,
pues te ha hecho su privado
Melibea.
Tristán

Señor, no hay ningún moço en casa.

Calisto

Pues abre essas ventanas; verás qué hora es.

Tristán

Señor, bien de día.

Calisto

Pues tórnalas a cerrar y déxame dormir hasta que sea hora de comer.

Tristán

Quiero baxarme a la puerta porque duerma mi amo sin que ninguno le impida, y a cuantos le buscaren se le negaré. ¡Oh qué grita suena en el mercado! ¿Qué es esto? ¿Alguna justicia se haze o madrugaron a correr toros? No sé qué me diga de tan grandes bozes como se dan. De allá viene Sosia, el moço de espuelas. Él me dirá qué es esto. Desgreñado viene el vellaco; en alguna taverna se deve aver rebolcado. Y si mi amo le cae en el rastro, mandarle ha dar dos mil palos, que aunque es algo ‘loco, la pena le hara cuerdo’. Paresce que viene llorando.

— ¿Qué es esto, Sosia? ¿Por qué lloras? ¿De dó vienes?

Sosia

¡Oh malaventurado yo! ¿Oh qué perdida tan grande! ¡Oh deshonra de la casa de mi amo! ¡Oh qué mal día amanesció éste! ¡Oh desdichados mancebos!

Tristán

¿Qué es? ¿Qué has? ¿Por qué te matas? ¿Qué mal es este?

Sosia

Sempronio y Pármeno…

Tristán

¿Qué dize, Sempronio y Pármeno? ¿Qué es esto, loco? Aclárate más, que me turbas.

Sosia

Nuestros compañeros, nuestros hermanos.

Tristán

O tú estás borracho o has perdido el seso o traes alguna mala nueva. ¿No me dirás qué es esso que dizes dessos moços?

Sosia

Que quedan degollados en la plaça.

Tristán

¡Oh mala fortuna la nuestra, si es verdad! ¿Vístelos cierto o habláronte?

Sosia

Ya sin sentido ivan; pero el uno, con harta dificultad, como me sintió que con lloro le mirava, hincó los ojos en mí, alçando las manos al cielo, cuasi dando gracias a Dios, y como preguntándome si sentía de su morir. Y en señal de triste despedida, abaxó su cabeça con lágrimas en los ojos, dando bien a entender que no me havía de ver más hasta el día del gran juizio.

Tristán

No sentiste bien, que sería preguntarte si estava presente Calisto. Y pues tan claras señas traes deste cruel dolor, vamos presto con las tristes nuevas a nuestro amo.

Sosia

¡Señor, señor!

Calisto

¿Qué es esso, locos? ¿No os mandé que no me recordássedes?

Sosia

Recuerda y levanta, que si tú no buelves por los tuyos, de caída vamos. Sempronio y Pármeno quedan descabeçados en la plaça como públicos malhechores, con pregones que manifestavan su delito.

Calisto

¡Oh válasme Dios! ¿Y qué es esto que me dizes? No sé si te crea tan acelerada y triste nueva. ¿Vístelos tú?

Sosia

Yo los vi.

Calisto

¡Cata, mira qué dizes, que esta noche han estado commigo!

Sosia

Pues madrugaron a morir.

Calisto

¡Oh mis leales criados, oh mis grandes servidores, oh mis fieles secretarios y consejeros! ¿Puede ser tal cosa verdad? ¡Oh amenguado Calisto, deshonrado quedas para toda tu vida! ¿Qué será de ti, muertos tal par de criados? Dime, por Dios, Sosia, ¿qué fue la causa? ¿Qué dezía el pregón? ¿Dónde los tomaron? ¿Qué justicia lo hizo?

Sosia

Señor, la causa de su muerte publicava el cruel verdugo a bozes, diziendo: “Manda la justicia que mueran los violentos matadores”.

Calisto

¿A quién mataron tan presto? ¿Qué puede ser esto? No ha cuatro horas que de mí se despedieron. ¿Cómo se llamava el muerto?

Sosia

Señor, una mujer que se llamava Celestina.

Calisto

¿Qué me dizes?

Sosia

Esto que oyes.

Calisto

Pues si esso es verdad, mata tú a mí. Yo te perdono, que más mal hay que viste ni puedes pensar si Celestina, la de la cuchillada, es la muerta.

Sosia

Ella mesma es; de más de treinta estocadas la vi llagada, tendida en su casa, llorándola una su criada.

Calisto

¡Oh tristes moços! ¿Cómo ivan? ¿Viéronte? ¿Habláronte?

Sosia

¡Oh señor, que si los vieras, quebraras el coraçón de dolor! El uno llevava todos los sesos de la cabeça de fuera, sin ningún sentido; el otro quebrados entrambos braços y la cara magullada. Todos llenos de sangre, que saltaron de unas ventanas muy altas por huir del alguazil; e assí cuasi muertos les cortaron las cabeças, que creo que ya no sintieron nada.

Calisto

Pues yo bien siento mi honra. Pluguiera a Dios que fuera yo ellos y perdiera la vida y no la honra, y no la esperança de conseguir mi començado propósito, que es lo que más en este caso desastrado siento. ¡Oh mi triste nombre y fama, cómo andas al tablero de boca en boca! ¡Oh mis secretos más secretos, cuán públicos andaréis por las plazas y mercados! ¿Qué será de mí? ¿A dónde iré? Que salga allá, a los muertos no puedo ya remediar; que me esté aquí, parecerá covardía. ¿Qué consejo tomaré? Dime, Sosia, ¿qué era la causa porque la mataron?

Sosia

Señor, aquella su criada, dando bozes, llorando su muerte la publicava a cuantos la querían oír, diziendo que porque no quiso partir con ellos una cadena de oro que tú le diste.

Calisto

¡Oh día de congoxa, oh fuerte tribulación! ¡Y en qué anda mi hazienda de mano en mano e mi nombre de lengua en lengua! Todo sera público cuanto con ella y con ellos hablava, cuanto de mí sabían, el negocio en que andavan. No osaré salir ante gentes. ¡Oh pecadores de mancebos, padecer por tan súbito desastre! ¡Oh mi gozo, cómo te vas diminuyendo! Proverbio es antiguo que de muy alto, grandes caídas se dan. Mucho havía anoche alcançado, mucho tengo hoy perdido. Rara es la bonança en el piélago. Yo estava en título de alegre, si mi ventura quisiera tener quedos los ondosos vientos de mi perdición. ¡Oh Fortuna, cuánto y por cuántas partes me has combatido! Pues por más que sigas mi morada y seas contraria a mi persona, las adversidades con igual ánimo se han de sufrir y en ellas se prueva el coraçón rezio o flaco. No hay mejor toque para conoscer qué quilates de virtud o esfuerço tiene el hombre. Pues por más mal y daño que me venga, no dexaré de complir el mandado de aquella por quien todo esto se ha causado. Que más me va en conseguir la ganancia de la gloria que espero, que en la pérdida de morir los que morieron. Ellos eran sobrados y esforçados, agora o en otro tiempo de pagar havían. La vieja era mala y falsa, según paresce que hazía trato con ellos, y assí que ‘riñeron sobre la capa del justo’. Permissión fue divina que assí acabasse, en pago de muchos adulterios que por su intercessión o causa son cometidos. Quiero hazer adereçar a Sosia y a Tristanico; irán comigo este tan esperado camino. Llevarán escalas, que son altas las paredes. Mañana haré que vengo de fuera, si pudiere vengar estas muertes; si no, purgaré mi inocencia con mi fingida absencia, o me fingiré loco por mejor gozar deste sabroso deleite de mis amores, como hizo aquel gran capitan Ulixes por evitar la batalla troyana y holgar con Penélope, su mujer.

Argumento del cuatorzeno auto

Está Melibea muy afligida hablando con Lucrecia sobre la tardança de Calisto, el cual le avía hecho voto de venir en aquella noche a visitalla; lo cual cumplió; y con él vinieron Sosia y Tristán. E después que cumplió su voluntad, bolvieron todos a la posada. Y Calisto se retrae en su palacio y quéxase por aver estado tan poca cuantidad de tiempo con Melibea; e ruega a Febo que cierre sus rayos para haver de restaurar su desseo.
Melibea. Lucrecia. Sosia. Tristán. Calisto.
[Melibea]

Mucho se tarda aquel cavallero que esperamos. ¿Qué crees tú o sospechas de su estada, Lucrecia?

Lucrecia

Señora, que tiene justo impedimiento y que no es en su mano venir más presto.

Melibea

Los ángeles sean en su guarda, su persona esté sin peligro, que su tardança no me da pena. Mas, cuitada, pienso muchas cosas que desde su casa acá le podrían acaescer. ¿Quién sabe si él, con voluntad de venir al prometido plazo, en la forma que los tales mançebos a las tales horas suelen andar, fue topado de los alguaziles noturnos, y sin le conocer le han acometido, el cual por se defender los ofendió o es dellos ofendido? ¿O si por caso los ladradores perros con sus crueles dientes, que ninguna diferencia saben hazer ni acatamiento de personas, le hayan mordido? ¿O si ha caído en alguna calçada o hoyo donde algun daño le viniesse? Mas, ¡o mezquina de mí!, ¿qué son estos inconvenientes que el concebido amor me pone delante y los atribulados imaginamientos me acarrean! No plega a Dios que ninguna destas cosas sea; antes esté cuanto le plazerá sin verme. Mas, oye, oye, que passos suenan en la calle, y aun parece que hablan destotra parte del huerto.

Sosia

Arrima essa escala, Tristán, que este es el mejor lugar, aunque alto.

Tristán

Sube, señor. Yo iré contigo, porque no sabemos quién está dentro. Hablando están.

Calisto

Quedaos, locos, que yo entraré solo, que a mi señora oigo.

Melibea

Es tu sierva, es tu cativa, es la que más tu vida que la suya estima. ¡O mi señor, no saltes de tan alto, que me moriré en verlo! ¡Baxa, baxa poco a poco por el escala, no vengas con tanta pressura!

Calisto

¡Oh angélica imagen! ¡Oh preciosa perla, ante quien el mundo es feo! ¡Oh mi señora y mi gloria, en mis braços te tengo y no lo creo! Mora en mi persona tanta turbación de plazer que me haze no sentir todo el gozo que posseo.

Melibea

Señor mío, pues me fié en tus manos, pues quise cumplir tu voluntad, no sea de peor condición por ser piadosa que si fuera esquiva y sin misericordia. No quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio, que las mal hechas cosas, después de cometidas, más presto se pueden reprehender que emendar. Goza de lo que yo gozo, que es ver y llegar a tu persona. No pidas ni tomes aquello que tomado no será en tu mano bolver. Guarte, señor, de dañar lo que con todos tesoros del mundo no se restaura.

Calisto

Señora, pues por conseguir esta merced toda mi vida he gastado, ¿qué sería cuando me la diessen desechalla? Ni tú, señora, me lo mandarás ni yo lo podría acabar comigo. No me pidas tal covardía; no es hazer tal cosa de ninguno que hombre sea; mayormente amando como yo, nadando por este fuego de tu desseo toda mi vida, ¿no quieres que me arrime al dulce puerto a descansar de mis passados trabajos?

Melibea

Por mi vida, que aunque hable tu lengua cuanto quisiere, no obren las manos cuanto pueden. Está quedo, señor mío. Bástete, pues ya soy tuya, gozar de lo esterior, desto que es propio fruto de amadores; no me quieras robar el mayor don que la natura me ha dado. Cata que del buen pastor es proprio tresquillar sus ovejas y ganado, pero no destruirlo y estragarlo.

Calisto

¿Para qué, señora? ¿Para que no esté queda mi passión? ¿Para penar de nuevo? ¿Para tornar el juego de comienço? Perdona, señora, a mis desvergonçadas manos, que jamás pensaron de tocar tu ropa con su indignidad y poco merecer; agora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes.

Melibea

Apártate allá, Lucrecia.

Calisto

¿Por qué, mi señora? Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria.

Melibea

Yo no los quiero de mi yerro. Si pensara que tan desmesuradamente te havías de aver comigo, no fiara mi persona de tu cruel conversación.

Sosia

Tristán, bien oyes lo que passa. ¿En qué términos anda el negocio?

Tristán

Oigo tanto, que juzgo a mi amo por el más bienaventurado hombre que nasció. Y por mi vida, que aunque soy mochacho, que diesse tan buena cuenta como mi amo.

Sosia

Para con tal joya quienquiera se ternía manos. Pero ‘con su pan se la coma’, que bien caro le cuesta: dos moços entraron en la salsa destos amores.

Tristán

Ya los tiene olvidados. ¡Dexaos morir sirviendo a ruines; hazé locuras en confiança de su defensión! ‘Biviendo con el conde que no matasse al hombre’, me dava mi madre por consejo. Veslos a ellos alegres y abraçados y sus servidores con harta mengua degollados.

Melibea

¡Oh mi vida y mi señor, cómo has quesido que pierda el nombre y corona de virgen por tan breve deleite! ¡Oh pecadora de ti, mi madre, si de tal cosa fuesses sabidora, cómo tomarías de grado tu muerte y me la darías a mí por fuerça! ¡Cómo serías cruel verdugo de tu propia sangre! ¡Cómo sería yo fin quexosa de tus días! ¡Oh mi padre honrado, cómo he dañado tu fama y dado causa y lugar a quebrantar tu casa! ¡Oh traidora de mí!, ¿cómo no miré primero el gran yerro que se seguía de tu entrada, el gran peligro que esperava?

Sosia

¡Ante quisiera yo oírte essos milagros! Todas sabéis essa oración después que no puede dexar de ser hecho. Y el bovo de Calisto que se lo escucha.

Calisto

¿Ya quiere amanecer? ¿Qué es esto? No paresce que ha una hora que estamos aquí y da el relox las tres.

Melibea

Señor, por Dios, pues ya todo queda por ti, pues ya soy tu dueña, pues ya no puedes negar mi amor, no me niegues tu vista, y más, las noches que ordenares sea tu venida por este secreto lugar a la mesma hora, porque siempre te espere apercebida del gozo con que quedo, esperando las venideras noches. E por el presente vete con Dios, que no serás visto, que haze muy escuro, ni yo en casa sentida, que aún no amanece.

Calisto

Moços, poned el escala.

Sosia

Señor, vesla aquí. Baxa.

Melibea

Lucrecia, vente acá, que estoy sola. Aquel señor mío es ido. Comigo dexa su coraçón, consigo lleva el mío. ¿Hasnos oído?

Lucrecia

No, señora, que durmiendo he estado.*

Sosia

Tristán, devemos ir muy callando, porque suelen levantarse a esta hora los ricos, los cobdiciosos de temporales bienes, los devotos de templos, monesterios y iglesias, los enamorados como nuestro amo, los trabajadores de los campos y labranças, e los pastores que en este tiempo traen las ovejas a estos apriscos a ordeñar; y podría ser que cogiessen de pasada alguna razón por do toda su honra y la de Melibea se turbasse.

Tristán

¡Oh simple rascacavallos, dizes que callemos y nombras su nombre della! ¡Bueno eres para adalid o para regir gente en tierra de moros de noche! Assí que, prohibiendo, permites; encubriendo, descubres; assegurando, ofendes; callando, bozeas y pregonas; preguntando, respondes. Pues tan sotil y discreto eres, ¿no me dirás en qué mes cae Santa María de agosto, porque sepamos si hay harta paja en casa que comas ogaño?

Calisto

Mis cuidados y los de vosotros no son todos unos. Entrad callando, no nos sientan en casa. Cerrad essa puerta y vamos a reposar, que yo me quiero sobir solo a mi cámara. Yo me desarmaré. Id vosotros a vuestras camas.

— ¡Oh mezquino yo, cuánto me es agradable de mi natural la solicitud y silencio y escuridad! No sé si lo causa que me vino a la memoria la traición que fize en me despartir de aquella señora que tanto amo hasta que más fuera de día, o el dolor de mi desonrra. ¡Ay, ay, que esto es, esta herida es la que siento agora que se ha resfriado, agora que está helada la sangre que ayer hervía, agora que veo la mengua de mi casa, la falta de mi servicio, la perdición de mi patrimonio, la infamia que tiene mi persona de la muerte que de mis criados se ha seguido! ¿Qué hize? ¿En qué me detuve? ¿Cómo me pude sofrir, que no me mostré luego presente como hombre injuriado, vengador sobervio y acelerado de la manifiesta injusticia que me fue hecha? ¡Oh mísera suavidad desta brevíssima vida! ¿Quién es de ti tan cobdicioso que no quiera más morir luego que gozar un año de vida denostado y prorrogarle con deshonra, corrompiendo la buena fama de los passados? Mayormente que no hay hora cierta ni limitada, ni aun un solo momento. Deudores somos sin tiempo; contino estamos obligados a pagar luego. ¿Por qué no salí a inquirir siquiera la verdad de la secreta causa de mi manifiesta perdición? ¡Oh breve deleite mundano, cómo duran poco y cuestan mucho tus dulçores! No se compra tan caro el arrepentir. ¡Oh triste yo!, ¿cuándo se restaurará tan grande pérdida? ¿Qué haré? ¿Qué consejo tomaré? ¿A quién descobriré mi mengua? ¿Por qué lo celo a los otros mis servidores y parientes? ‘Tresquílanme en consejo y no lo saben en mi casa’. Salir quiero, pero si salgo para dezir que he estado presente, es tarde; si absente, es temprano. Y para proveer amigos y criados antiguos, parientes y allegados, es menester tiempo, y para buscar armas y otros aparejos de vengança. ¡Oh cruel juez, y qué mal pago me has dado del pan que de mi padre comiste! Yo pensava que pudiera con tu favor matar mil hombres sin temor de castigo. ¡Iniquo, falsario, perseguidor de verdad, hombre de baxo suelo! Bien dirán por ti: ‘quien te hizo alcalde, mengua de hombres buenos’. Miraras que tú y los que mataste en servir a mis passados y a mí érades compañeros. Mas ‘cuando el vil está rico, ni tiene pariente ni amigo’. ¿Quién pensara que tú me havías de destruir? No hay cierto cosa mas empecible qu’el incogitado enemigo. ¿Por qué quesiste que dixessen: ‘Del monte sale con que se arde’, y que ‘Crié cuervo que me sacasse el ojo’? Tú eres público delincuente y mataste a los que son privados. E pues sabe que menor delicto es el privado que el público, menor su utilidad, según las leyes de Atenas disponen, las cuales no son escritas con sangre, antes muestran que es menos yerro no condenar los malhechores que punir los inocentes. ¡Oh cuán peligroso es seguir justa causa delante injusto juez! Cuanto más este excesso de mis criados, que no carescía de culpa. Pues mira, si mal has hecho, que hay sindicado en el cielo y en la tierra; assí que a Dios y al rey serás reo, y a mí capital enemigo. ¿Qué pecó el uno por lo que hizo el otro, que por sólo ser su compañero los mataste a entrambos? Pero, ¿qué digo? ¿Con quién hablo? ¿Estoy en mi seso? ¿Qué es esto, Calisto? ¿Soñavas? ¿Duermes o velas? ¿Estás en pie o acostado? Cata que estás en tu cámara. ¿No vees que el ofendedor no está presente? ¿Con quién lo has? Torna en ti. Mira que nunca los absentes se hallaron justos; oye entrambas partes para sentenciar. ¿No vees que por executar la justicia no havía de mirar amistad ni deudo ni criança? ¿No miras que la ley tiene de ser igual a todos? Mira que Rómulo, el primer cimentador de Roma, mató a su proprio hermano porque la ordenada ley traspassó. Mira a Torcato, romano, cómo mató a su hijo porque excedió la tribunicia constitución. Otros muchos hizieron lo mesmo. Considera que si aquí presente él estoviese, respondería que hazientes y consintientes merecen igual pena, aunque a entrambos matasse por lo que el uno pecó. E que si aceleró en su muerte, que era crimen notorio y no eran necessarias muchas pruevas, y que fueron tomados en el acto del matar, que ya estava el uno muerto de la caída que dio. Y también se deve creer que aquella lloradera moça, que Celestina tenía en su casa, le dio rezia priessa con su triste llanto. E él, por no hazer bullicio, por no me disfamar, por no esperar a que la gente se levantasse y oyessen el pregón, del cual gran infamia se me siguía, los mandó justiciar tan de mañana, pues era forçoso el verdugo bozeador para la execución y su descargo. Lo cual todo assí como creo es hecho; antes le quedo deudor y obligado para cuanto biva, no como a criado de mi padre, pero como a verdadero hermano. E puesto caso que assí no fuesse, puesto caso que no echasse lo passado a la mejor parte, acuérdate, Calisto, del gran gozo passado, acuérdate de tu señora y tu bien todo. Y pues tu vida no tienes en nada por su servicio, no has de tener las muertes de otros, pues ningún dolor igualará con el rescebido plazer. ¡Oh mi señora y mi vida!, que jamás pensé en absencia ofenderte, que paresce que tengo en poca estima la merced que me has hecho. No quiero pensar en enojo, no quiero tener ya con la tristeza amistad. ¡Oh bien sin comparación, oh insaciable contentamiento! ¿Y cuándo pidiera yo más a Dios por premio de mis méritos, si algunos son en esta vida, de lo que alcançado tengo? ¿Por qué no estoy contento? Pues no es razón ser ingrato a quien tanto bien me ha dado. Quiérolo conocer; no quiero con enojo perder mi seso, porque perdido no caiga de tan alta possessión. No quiero otra honra, otra gloria, no otras riquezas, no otro padre ni madre, no otros deudos ni parientes. De día estaré en mi cámara, de noche en aquel paraíso dulce, en aquel alegre vergel, entre aquellas suaves plantas y fresca verdura. ¡Oh noche de mi descanso, si fuesses ya tornada! ¡Oh luziente Febo, date priessa a tu acostumbrado camino! ¡Oh deleitosas estrellas, apareceos ante de la continua orden! ¡Oh espacioso relox, aún te vea yo arder en bivo fuego de amor, que si tú esperasses lo que yo cuando das doze, jamás estarías arrendado a la voluntad del maestro que te compuso! ¡Pues vosotros, invernales meses que agora estáis escondidos, viniéssedes con vuestras muy complidas noches a trocarlas por estos prolixos días! Ya me paresce haver un año que no he visto aquel suave descanso, aquel deleitoso refrigerio de mis trabajos. Pero, ¿qué es lo que demando? ¿Qué pido, loco sin sufrimiento? Lo que jamás fue ni puede ser. No aprenden los cursos naturales a rodearse sin orden, que a todos es un igual curso, a todos un mesmo espacio, para muerte y vida un limitado término a los secretos movimientos del alto firmamiento celestial de los planetas y Norte, de los crescimientos y mengua de la menstrua luna; todo se rige con un freno igual, todo se mueve con igual espuela: cielo, tierra, mar, fuego, viento, calor, frío. ¿Qué me aprovecha a mí que dé doze horas el relox de hierro si no las ha dado el del cielo? Pues ‘por mucho que madruge, no amanesce mas aína’. Pero tú, dulce imaginacion, tú que puedes me acorrer, trae a mi fantasía la presencia angélica de aquella imagen luziente, buelve a mis oídos el suave son de sus palabras, aquellos desvíos sin gana, aquel “Apártate allá, señor, no llegues a mí”, aquel “No seas descortés” que con sus rubicundos labrios vía sonar, aquel “No quieras mi perdición” que de rato en rato proponía; aquellos amorosos abraços entre palabra y palabra; aquel soltarme y prenderme; aquel huir y llegarse; aquellos açucarados besos; aquella final salutación con que se me despidió, con cuánta pena salió por su boca, con cuántos desperezos, con cuántas lágrimas, que parescían granos de aljófar que sin sentir se le caían de aquellos claros y resplandescientes ojos.

Sosia

Tristán, ¿qué te paresce de Calisto, qué dormir ha hecho, que ya son las cuatro de la tarde y no nos ha llamado ni ha comido?

Tristán

Calla, que ‘el dormir no quiere priessa’. Demás desto, aquéxale por una parte la tristeza de aquellos moços, por otra le alegra el muy gran plazer de lo que con su Melibea ha alcançado. Assí que dos tan rezios contrarios verás qué tal pararán un flaco subjecto donde estuvieren aposentados.

Sosia

¿Piénsaste, tú, que le penan a él mucho los muertos? Si no le penasse más aquella, que desde esta ventana yo veo ir por la calle, no llevaría las tocas de tal color.

Tristán

¿Quién es, hermano?

Sosia

Llégate aca y verla has antes que trasponga. Mira aquella lutosa que se limpia agora las lágrimas de los ojos. Aquélla es Elicia, criada de Celestina y amiga de Sempronio; una muy bonita moça, aunque queda agora perdida la pecadora porque tenía a Celestina por madre y a Sempronio por el principal de sus amigos. Y aquella casa donde entra, allí mora una hermosa mujer, muy graciosa y fresca, enamorada, medio ramera, pero no se tiene por poco dichoso quien la alcança a tener por amiga sin grande escote, y llámase Areúsa; por la cual sé yo que ovo el triste de Pármeno más de tres noches malas, y aun que no le plaze a ella con su muerte.

Argumento del decimoquinto auto

Areúsa dize palabras injuriosas a un rufián llamado Centurio, el cual se despide della por la venida de Elicia, la cual cuenta a Areúsa las muertes que sobre los amores de Calisto y Melibea se havían ordenado. E conciertan Areúsa y Elicia que Centurio haya de vengar las muertes de los tres en los dos enamorados. En fin, despídese Elicia de Areúsa, no consintiendo en lo que le ruega, por no perder el buen tiempo que se dava estando en su asueta casa.
Areúsa. Centurio. Elicia.
Elicia

¿Qué bozear es este de mi prima? Si ha sabido las tristes nuevas que yo le traigo, no havré yo las albricias de dolor que por tal mensaje se ganan. Llore, llore, vierta lágrimas, pues no se hallan tales hombres a cada rincón. Plázeme que assí lo siente. Messe aquellos cabellos, como yo, triste, he fecho. Sepa que es perder buena vida más trabajo que la misma muerte. ¡Oh cuánto más la quiero que hasta aquí por el gran sentimiento que muestra!

Areúsa

¡Vete de mi casa, rufián, vellaco, mentiroso, burlador, que me traes engañada, bova, con tus ofertas vanas! Con tus ronces y halagos, hasme robado cuanto tengo. Yo te di, vellaco, sayo y capa, espada y broquel, camisas de dos en dos a las mil maravillas labradas; yo te di armas y cavallo, púsete con señor que no le merescías descalçar. Agora una cosa que te pido que por mí fagas, pónesme mil achaques.

Centurio

Hermana mía, mándame tú matar con diez hombres por tu servicio y no que ande una legua de camino a pie.

Areúsa

¿Por qué jugaste tú el cavallo, tahúr, vellaco, que si por mí no hoviesse sido, estarías tú ya ahorcado? Tres vezes te he librado de la justicia, cuatro vezes desempeñado en los tableros. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué soy loca? ¿Por qué tengo fe con este covarde? ¿Por qué creo sus mentiras? ¿Por qué le consiento entrar por mis puertas? ¿Qué tiene bueno? Los cabellos crespos, la cara acuchillada, dos vezes açotado, manco de la mano del espada, treinta mujeres en la putería. ¡Salte luego de ahí, no te vea yo más! ¡No me hables ni digas que me conoces; si no, por los huesos del padre que me hizo y de la madre que me parió, yo te haga dar mil palos en essas espaldas de molinero, que ya sabes que tengo quien lo sepa hazer y, hecho, salirse con ello!

Centurio

¡Loquear, bovilla! Pues si yo me ensaño alguna llorará. Mas quiero irme y çofrirte, que no sé quién entra; no nos oyan.

Elicia

Quiero entrar, que no es son de buen llanto donde hay amenazas y denuestos.

Areúsa

¡Ay triste yo! ¿Eres tú, mi Elicia? ¡Jesú, Jesú, no lo puedo creer! ¿Qué es esto? ¿Quién te me cubrió de dolor? ¿Qué manto de tristeza es este? Cata que me espantas, hermana mía. Dime presto qué cosa es, que estoy sin tiento; ninguna gota de sangre has dexado en mi cuerpo.

Elicia

¡Gran dolor, gran perdida! Poco es lo que muestro con lo que siento y encubro; más negro traigo el coraçón que el manto, las entrañas que las tocas. ¡Ay hermana, hermana, que no puedo fablar, no puedo de ronca sacar la boz del pecho!

Areúsa

¡Ay triste, que me tienes suspensa! Dímelo, no te messes, no te rascuñes ni maltrates. ¿Es común de entrambas este mal? ¿Tócame a mí?

Elicia

¡Ay prima mía y mi amor! Sempronio y Pármeno ya no biven, ya no son en el mundo; sus ánimas ya están purgando su yerro, ya son libres desta triste vida.

Areúsa

¿Qué me cuentas? No me lo digas. Calla, por Dios, que me caeré muerta.

Elicia

Pues ‘más mal hay que suena’. Oye a la triste, que te contará más quexas. Celestina, aquella que tú bien conosciste, aquella que yo tenía por madre, aquella que me regalava, aquella que me encubría, aquella con quien yo me honrava entre mis iguales, aquella por quien yo era conoscida en toda la ciudad y arrabales, ya está dando cuenta de sus obras. Mil cuchilladas le vi dar a mis ojos. En mi regaço me la mataron.

Areúsa

¡Oh fuerte tribulación! ¡Oh dolorosas nuevas, dignas de mortal lloro! ¡Oh acelerados desastres! ¡Oh pérdida incurable! ¿Cómo ha rodeado tan presto la fortuna su rueda? ¿Quién los mato? ¿Cómo murieron? Que estoy envelesada, sin tiento, como quien cosa impossible oye. ¡No ha ocho días que los vide bivos y ya podemos dezir “Perdónelos Dios”! ¿Cuéntame, amiga mía, cómo es acaescido tan cruel y desastrado caso?

Elicia

Tú lo sabrás. Ya oíste dezir, hermana, los amores de Calisto y la loca Melibea. Bien verías cómo Celestina avía tomado el cargo, por intercessión de Sempronio, de ser medianera pagándole su trabajo. La cual puso tanta diligencia y solicitud, que ‘a la segunda açadonada sacó agua’. Pues como Calisto tan presto vido buen concierto en cosa que jamás lo esperava, a bueltas de otras cosas dio a la desdichada de mi tía una cadena de oro; y como sea de tal calidad aquel metal, que mientra más bevemos dello más sed nos pone, con sacrílega hambre, cuando se vido tan rica, alçose con su ganancia y no quiso dar parte a Sempronio ni a Pármeno dello; lo cual avía quedado entre ellos que partiessen lo que Calisto diesse. Pues como ellos viniessen cansados una mañana de acompañar a su amo toda la noche, muy airados de no sé qué cuestiones que dizen que havían havido, pidieron su parte a Celestina de la cadena para remediarse. Ella púsose en negarles la convención y promesa, y dezir que todo era suyo lo ganado, y aun descubriendo otras cosillas de secretos, que como dizen: ‘Riñen las comadres…’. Assí que ellos muy enojados, por una parte los aquexava la necessidad que priva todo amor; por otra, el enojo grande y cansacio que traían, que acarrea alteración; por otra, vían la fe quebrada de su mayor esperança; no sabían qué hazer; estuvieron gran rato en palabras. Al fin, viéndola tan cobdiciosa perseverando en su negar, echaron mano a sus espadas y diéronle mil cuchilladas.

Areúsa

¡Oh desdichada de mujer! ¿Y en esto avía su vejez de fenescer? ¿Y dellos qué me dizes? ¿En qué pararon?

Elicia

Ellos, como hovieron hecho el delicto, por huir de la justicia, que acaso passava por allí, saltaron de las ventanas y cuasi muertos los prendieron, y sin más dilación los degollaron.

Areúsa

¡Oh mi Pármeno y mi amor, y cuánto dolor me pone su muerte! Pésame del grande amor que con él tan poco tiempo havía puesto, pues no me havía más de durar. Pero pues ya este mal recabdo es hecho, y pues ya esta desdicha es acaescida, pues ya no pueden por lágrimas comprar ni restaurar sus vidas, no te fatigues tú tanto que cegarás llorando, que creo que poca ventaja me llevas en sentimiento, y verás con cuánta paciencia lo çufro y passo.

Elicia

¡Ay qué ravia! ¡Ay mezquina, que salgo de seso! ¡Ay que no hallo quien lo sienta como yo, no hay quien pierda lo que yo pierdo! ¡Oh cuánto mejores y más honestas fueran mis lágrimas en passión ajena que en la propia mía! ¿Adónde iré, que pierdo madre, manto y abrigo, pierdo amigo, y tal que nunca faltava de mí marido? ¡Oh Celestina, sabia, honrada y autorizada, cuántas faltas me encobrías con tu buen saber! Tú trabajavas, yo holgava; tú salías fuera, yo estava encerrada; tú rota, yo vestida; tú entravas contino como abeja por casa, yo destruía, que otra cosa no sabía hazer. ¡Oh bien y gozo mundano, que mientra eres posseído eres menospreciado, y jamás te consientes conocer hasta que te perdemos! ¡Oh Calisto y Melibea, causadores de tantas muertes, mal fin hayan vuestros amores, en mal sabor se conviertan vuestros dulces plazeres! Tórnese lloro vuestra gloria, trabajo vuestro descanso; las yervas deleitosas donde tomáis los hurtados solazes se conviertan en culebras; los cantares se os tornen lloro; los sombrosos árboles del huerto se sequen con vuestra vista; sus flores olorosas se tornen de negra color.

Areúsa

Calla, por Dios, hermana, pon silencio a tus quexas, ataja tus lágrimas, limpia tus ojos, torna sobre tu vida, que ‘cuando una puerta se cierra otra suele abrir la fortuna’; y este mal, aunque duro, se soldará. Y muchas cosas se pueden vengar que es impossible remediar, y esta tiene el remedio dudoso y la vengança en la mano.

Elicia

¿De quién se ha de haver enmienda, que la muerta y los matadores me han acarreado esta cuita? No menos me fatiga la punición de los delincuentes que el yerro cometido. ¿Qué mandas que haga, que todo carga sobre mí? Pluguiera a Dios que fuera yo con ellos y no quedara para llorar a todos. Y de lo que más dolor siento es ver que por esso no dexa aquel vil de poco sentimiento de ver y visitar festejando cada noche a su estiércol de Melibea; y ella muy ufana en ver sangre vertida por su servicio.

Areúsa

Si esso es verdad, ¿de quién mejor se puede tomar vengança, de manera que quien lo comió, aquel lo escote? Déxame tú, que si yo les caigo en el rastro, cuándo se veen y cómo, por dónde y a qué hora —no me hayas tú por hija de la pastellera vieja que bien conosciste—, si no haga que les amarguen los amores. Y si pongo en ello a aquel con quien me viste que reñía cuando entravas, si no sea él peor verdugo para Calisto que Sempronio de Celestina. Pues qué gozo havría agora él en que le pusiesse yo en algo por mi servicio, que se fue muy triste de ver me que le traté mal; y vería él los cielos abiertos en tornalle yo a hablar y mandar. Por ende, hermana, dime tú de quién pueda yo saber el negocio cómo passa, que yo le haré armar un lazo con que Melibea llore cuanto agora goza.

Elicia

Yo conozco, amiga, otro compañero de Pármeno, moço de cavallos, que se llama Sosia, que le acompaña cada noche. Quiero trabajar de se lo sacar todo el secreto, y este será buen camino para lo que dizes.

Areúsa

Mas, hazme este plazer, que me embíes acá esse Sosia. Yo le halagaré y di-ré mil lisonjas y ofrescimientos, hasta que no le dexe en el cuerpo cosa de lo hecho y por hazer. Después a él y a su amo haré revessar el plazer comido. E tú, Elicia, alma mía, no recibas pena, pasa a mi casa tu ropa y alhajas y vente a mi compañía, que estarás muy sola y la tristeza es amiga de la soledad. Con ‘nuevo amor olvidarás los viejos’; un hijo que nasce restaura la falta de tres finados; con nuevo sucessor se pierde la alegre memoria y plazeres perdidos del passado. De un pan que yo tenga, ternás tú la meitad. Más lástima tengo de tu fatiga que de los que te la ponen. Verdad sea que, cierto, duele más la perdida de lo que hombre tiene, que da plazer la esperança de otro tal, aunque sea cierta. Pero ya lo hecho es sin remedio y los muertos irrecuperables. E como dizen: ‘Mueran y bivamos…’. A los bivos me dexa a cargo, que yo te les daré tan amargo xarope a bever cual ellos a ti han dado. ¡Ay prima, prima, cómo sé yo, cuando me ensaño, rebolver estas tramas, aunque soy moça! Y de ál me vengue Dios, que de Calisto, Centurio me vengará.

Elicia

Cata que creo que, aunque llame el que mandas, no havrá efecto lo que quieres, porque la pena de los que murieron por descobrir el secreto porná silencio al bivo para guardarle. Lo que me dizes de mi venida a tu casa te agradesco mucho. E Dios te ampare y alegre en tus necessidades, que bien muestras el parentesco y hermandad no servir de viento, antes en las adversidades aprovechar. Pero aunque lo quiera hazer por gozar de tu dulce compañía, no podrá ser por el daño que me vernía. La causa no es necessario dezir, pues hablo con quien me entiende, que allí, hermana, soy conoscida; allí estoy aparrochada; jamás perderá aquella casa el nombre de Celestina, que Dios haya. Siempre acuden allí moças conoscidas y allegadas, medio parientas de las que ella crió; allí hazen sus conciertos, de donde se me seguirá algún provecho. E también essos pocos amigos que me quedan no me saben otra morada. Pues ya sabes cuán duro es dexar lo usado, y que ‘mudar costumbre es a par de muerte’, y ‘piedra movediza que nunca moho la cobija’. Allí quiero estar, siquiera porque el alquiler de la casa está pagado por ogaño, no se vaya en balde. Assí que, aunque cada cosa no abastasse por sí, juntas aprovechan y ayudan. Ya me paresce que es hora de irme. De lo dicho me llevo el cargo. Dios quede contigo, que me voy.

Argumento del decimosesto auto

Pensando Pleberio y Alisa tener su hija Melibea el don de la virginidad conservado, lo cual según ha parescido está en contrario, están razonando sobre el casamiento de Melibea. Y en tan gran cuantidad le dan pena las palabras que de sus padres oye, que embía a Lucrecia para que sea causa de su silencio en aquel propósito.
Pleberio. Alisa. Lucrecia. Melibea.
Pleberio

Alisa, amiga, el tiempo, según me parece, se nos va, como dizen, entre las manos; corren los días como agua de río. No hay cosa tan ligera para huir como la vida. La muerte nos sigue y rodea, de la cual somos vezinos y hazia su vandera nos acostamos, según natura. Esto vemos muy claro si miramos nuestros iguales, nuestros hermanos y parientes en derredor; todos los come ya la tierra, todos están en sus perpetuas moradas. Y pues somos inciertos cuándo havemos de ser llamados, viendo tan ciertas señales devemos ‘echar nuestras barvas en remojo’ y aparejar nuestros fardeles para andar este forçoso camino, no nos tome improviso ni de salto aquella cruel boz de la muerte. Ordenemos nuestras ánimas con tiempo, que ‘más vale prevenir que ser prevenidos’. Demos nuestra hazienda a dulce sucessor; acompañemos nuestra única hija con marido cual nuestro estado requiere, porque vamos descansados y sin dolor deste mundo. Lo cual con mucha diligencia devemos poner desde agora por obra, y lo que otras vezes havemos principiado en este caso, agora haya execución; no quede por nuestra negligencia nuestra hija en manos de tutores, pues parescerá ya mejor en su propia casa que en la nuestra. Quitarla hemos de lenguas del vulgo, porque ninguna virtud hay tan perfecta que no tenga vituperadores y maldizientes; no hay cosa con que mejor se conserve la limpia fama en las vírgines que con temprano casamiento. ¿Quién rehuiría nuestro parentesco en toda la ciudad? ¿Quién no se hallará gozoso de tomar tal joya en su compañía? En quien caben las cuatro principales cosas que en los casamientos se demandan; conviene a saber: lo primero, discreción, honestidad y virginidad; segundo, hermosura; lo terçero, el alto origen y parientes; lo final, riqueza. De todo esto la dotó natura. Cualquiera cosa que nos pidan, hallarán bien complida.

Alisa

Dios la conserve, mi señor Pleberio, porque nuestros desseos veamos complidos en nuestra vida; que antes pienso que faltará igual a nuestra hija, según tu virtut y tu noble sangre, que no sobrarán muchos que la merezcan. Pero como esto sea oficio de los padres y muy ajeno a las mujeres, como tú lo ordenares seré yo alegre, y nuestra hija obedecerá, según su casto bivir y honesta vida y humildad.

Lucrecia
(Ap.)

¡Aun si bien lo supiesses, rebentarías! ¡Ya, ya, perdido es lo mejor! ¡Mal año se os apareja a la vejez! Lo mejor, Calisto lleva. No hay quien ponga virgos, que ya es muerta, que ya es muerta Celestina. ¡Tarde acordáis; más havíades de madrugar!

(Alto)

¡Escucha, escucha, señora Melibea!

Melibea

¿Qué hazes ahí escondida, loca?

Lucrecia

Llégate aquí, señora; oirás a tus padres la priessa que traen por te casar.

Melibea

Calla, por Dios, que te oirán. Déxalos parlar, déxalos devaneen. Un mes ha que otra cosa no hazen ni en otra cosa entienden. No parece sino que les dize el coraçón el gran amor que a Calisto tengo, y todo lo que con él, un mes ha, he passado. No sé si me han sentido. No sé qué se sea aquexarles más agora este cuidado que nunca. Pues mándoles yo trabajar en vano, que ‘por demás es la cítola en el molino…’ ¿Quién es el que me ha de quitar mi gloria, quién apartarme mis plazeres? Calisto es mi ánima, mi vida, mi señor, en quien yo tengo toda mi esperança. Conozco dél que no bivo engañada, pues él me ama. ¿Con qué otra cosa le puedo pagar? Todas las debdas del mundo resciben compensación en diverso género; el amor no admite sino solo amor por paga. En pensar en él me alegro, en verlo me gozo, en oírlo me glorifico; haga y ordene de mí a su voluntad: si passar quisiere la mar, con él iré; si rodear el mundo, lléveme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no rehuiré su querer. Déxenme mis padres gozar dél si ellos quieren gozar de mí. No piensen en estas vanidades ni en estos casamientos, que más vale ser buena amiga que mala casada. Déxenme gozar mi mocedad alegre si quieren gozar su vejez cansada; si no, presto podrán aparejar mi perdición y su sepultura. No tengo otra lástima sino por el tiempo que perdí de no gozarlo, de no conoscerlo, después que a mí me sé conoscer. No quiero marido, no quiero ensuziar los ñudos del matrimonio, ni las maritales pisadas de ajeno hombre repisar, como muchos hallo en los antiguos libros que leí, o que hizieron más discretas que yo, más subidas en estado y linaje. Las cuales, algunas eran de la gentilidad tenidas por diosas, assí como Venus, madre de Eneas, y de Cupido, el dios del amor, que siendo casada corrompió la prometida fe marital. E aun otras, de mayores fuegos encendidas, cometieron nefarios y incestuosos yerros, como Mirra con su padre, Semíramis con su hijo, Cánasce con su hermano, y aun aquella forçada Thamar, hija del rey David. Otras aun más cruelmente traspassaron las leyes de natura, como Pásiphe, mujer del rey Minos, con el toro. Pues reinas eran y grandes señoras, debaxo de cuyas culpas, la razonable mía podrá passar sin denuesto. Mi amor fue con justa causa requerida y rogada, cativada de su merescimiento, aquexada por tan astuta maestra como Celestina, servida de muy peligrosas visitaciones antes que concediesse por entero en su amor. Y después un mes ha, como has visto, que jamás noche ha faltado sin ser nuestro huerto escalado como fortaleza y muchas haver venido en balde, y por esso no me mostrar más pena ni trabajo. Muertos por mí sus servidores, perdiéndose su hazienda, fingiendo absencia con todos los de la ciudad, todos los días encerrado en casa con esperança de verme a la noche. ¡Afuera, afuera la ingratitud, afuera las lisonjas y el engaño con tan verdadero amador, que ni quiero marido ni quiero padre ni parientes! Faltándome Calisto, me falte la vida, la cual, porque él de mí goze, me aplaze.

Lucrecia

Calla, señora, escucha, que todavía perseveran.

Pleberio

¿Pues, qué te parece, señora mujer, devemos hablarlo a nuestra hija? ¿Devemos darle parte de tantos como me la piden, para que de su voluntad venga, para que diga cuál le agrada? Pues en esto las leyes dan libertad a los hombres y mujeres, aunque estén so el paterno poder, para elegir.

Alisa

¿Qué dizes? ¿En qué gastas tiempo? ¿Quién ha de irle con tan grande novedad a nuestra Melibea que no la espante? ¿Cómo, y piensas que sabe ella qué cosa sean hombres, si se casan o qué es casar, o que del ayuntamiento de marido y mujer se procreen los hijos? ¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe desseo de lo que no conosce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar aun con el pensamiento? No lo creas, señor Pleberio, que si alto o baxo de sangre, o feo o gentil de gesto le mandáremos tomar, aquello será su plazer, aquello havrá por bueno, que yo sé bien lo que tengo criado en mi guardada hija.

Melibea

Lucrecia, Lucrecia, corre presto; entra por el postigo en la sala y estórvales su hablar, interrúmpeles sus alabanças con algún fingido mensaje, si no quieres que vaya yo dando bozes como loca, según estoy enojada del concepto engañoso que tienen de mi ignorancia.

Lucrecia

Ya voy, señora.

Argumento del decimoséptimo auto

Elicia, caresciendo de la castimonia de Penélope, determina de despedir el pesar y luto que por causa de los muertos trae, alabando el consejo de Areúsa en este propósito; la cual va a casa de Areúsa, adonde viene Sosia, al cual Areúsa con palabras fictas saca todo el secreto que está entre Calisto y Melibea.
Elicia. Areúsa. Sosia.
Elicia

Mal me va con este luto. Poco se visita mi casa, poco se passea mi calle; ya no veo las músicas de la alvorada, ya no las canciones de mis amigos, ya no las cuchilladas ni ruidos de noche por mi causa. Y lo que peor siento, que ni blanca ni presente veo entrar por mi puerta. De todo esto me tengo yo la culpa, que si tomara el consejo de aquella que bien me quiere, de aquella verdadera hermana, cuando el otro día le llevé las nuevas deste triste negocio que esta mi mengua ha acarreado, no me viera agora entre dos paredes sola, que de asco ya no hay quien me vea. El diablo me da tener dolor por quien, no sé si yo muerta, lo tuviera. Aosadas que me dixo ella a mí lo cierto: “Nunca, hermana, traigas ni muestres más pena por el mal ni muerte de otro que él hiziera por ti”. Sempronio holgara yo muerta; pues ¿por qué, loca, me peno yo por él degollado? ¿Y qué sé si me matara a mí, como era acelerado y loco, como hizo a aquella vieja que tenía yo por madre? Quiero en todo seguir su consejo de Areúsa, que sabe más del mundo que yo, y verla muchas vezes y traer materia cómo biva. ¡Oh qué participación tan suave, qué conversación tan gozosa y dulce! No en balde se dize que vale mas un día del hombre discreto que toda la vida del nescio y simple’. Quiero, pues, deponer el luto, dexar tristeza, despedir las lágrimas que tan aparejadas han estado a salir. Pero como sea el primer oficio que en nasciendo hazemos llorar, no me maravillo ser más ligero de començar y de dexar más duro. Mas para esto es el buen seso, viendo la pérdida al ojo, viendo que los atavíos hazen la mujer hermosa, aunque no lo sea; tornan de vieja moça y a la moça más. No es otra cosa la color y alvayalde sino pegajosa liga en que se travan los hombres. Ande, pues, mi espejo y alcohol, que tengo dañados estos ojos; anden mis tocas blancas, mis gorgueras labradas, mis ropas de plazer. Quiero adereçar lixía para estos cabellos que perdían ya la ruvia color. Y esto hecho, contaré mis gallinas, haré mi cama; porque la limpieza alegra el coraçón, barreré mi puerta y regaré la calle, porque los que passaren vean que es ya desterrado el dolor. Mas primero quiero ir a visitar mi prima por preguntarle si ha ido allá Sosia y lo que con él ha passado, que no lo he visto después que le dixe como le querría hablar Areúsa. Quiera Dios que la halle sola, que jamás está desacompañada de galanes, como buena taverna de borrachos. Cerrada está la puerta; no deve estar allá hombre. Quiero llamar. Tha, tha.

Areúsa

¿Quién es?

Elicia

Ábreme, amiga; Elicia soy.

Areúsa

Entra, hermana mía. Véate Dios, que tanto plazer me hazes en venir como vienes, mudado el hábito de tristeza. Agora nos gozaremos juntas, agora te visitaré. Vernos hemos en mi casa y en la tuya. Quiçá por bien fue para entrambas la muerte de Celestina, que yo ya siento la mejoría más que antes. Por esto se dize que ‘los muertos abren los ojos de los que biven’, a unos con haziendas, a otros con libertad, como a ti.

Elicia

A tu puerta llaman. Poco espacio nos dan para hablar, que te querría preguntar si havía venido acá Sosia.

Areúsa

No ha venido; después hablaremos. ¡Qué porradas que dan! Quiero ir abrir, que o es loco o privado quien llama.

Sosia

Ábreme, señora; Sosia soy, criado de Calisto.

Areúsa
(Ap.)

¡Por los santos de Dios, ‘el lobo es en la conseja’! Escóndete, hermana, tras esse paramento, y verás cuál te lo paro, lleno de viento de lisonjas, que piense, cuando se parta de mí, que es él y otro no; y sacarle he lo suyo y lo ajeno del buche con halagos, como él saca el polvo con la almohaza a los cavallos.

— ¿Es mi Sosia, mi secreto amigo, el que yo me quiero bien sin que él lo sepa, el que desseo conoscer por su buena fama, el fiel a su amo, el buen amigo de sus compañeros? Abraçarte quiero, amor, que agora que te veo creo que hay más virtudes en ti que todos me dezían. Andacá, entremos a assentarnos, que me gozo en mirarte, que me representas la figura del desdichado de Pármeno. Con esto haze hoy tan claro día, que havías tú de venir a verme. Dime, señor, ¿conoscíasme antes de agora?

Sosia

Señora, la fama de tu gentileza, de tus gracias y saber buela tan alto por esta ciudad que no deves tener en mucho ser de más conoscida que conosciente. Porque ninguno habla en loor de hermosas que primero no se acuerde de ti que de cuantas son.

Elicia
(Ap.)

¡Oh hideputa el pelón, y cómo se desasna! ¡Quién le ve ir al agua con sus cavallos en cerro, y sus piernas de fuera, en sayo, y agora, en verse medrado con calças y capa, sálenle alas y lengua!

Areúsa

Ya me correría con tu razón, si alguno estuviesse delante, en oírte tanta burla como de mí hazes. Pero como todos los hombres traigáis proveídas essas razones, essas engañosas alabanças tan comunes para todas, hechas de molde, no me quiero de ti espantar. Pero hágote cierto, Sosia, que no tienes dellas necessidad; sin que me alabes te amo, y sin que me ganes de nuevo me tienes ganada. Para lo que te envié a rogar que me vieses son dos cosas, las cuales, si más lisonja o engaño en ti conosco, te dexaré de dezir, aunque sean de tu provecho.

Sosia

Señora mía, no quiera Dios que yo te haga cautela. Muy seguro venía de la gran merced que me piensas hazer y hazes. No me sentía digno para descalçarte. Guía tú mi lengua, responde por mí a tus razones, que todo lo havré por rato y firme.

Areúsa

Amor mío, ya sabes cuánto quise a Pármeno y, como dizen: ‘Quien bien quiere a Beltrán a todas sus cosas ama’. Todos sus amigos me agradavan. El buen servicio de su amo, como a él mismo, me plazía; donde vía su daño de Calisto, le apartava. Pues como esto assí sea, acordé dezirte: lo uno, que conozcas el amor que te tengo y cuánto contigo y con tu visitación siempre me alegrarás, y que en esto no perderás nada; si yo pudiere, antes te verná provecho. Lo otro y segundo, que pues yo pongo mis ojos en ti, y mi amor y querer, avisarte he que te guardes de peligros, y más de descobrir tu secreto a ninguno, pues ves cuánto daño vino a Pármeno y a Sempronio de lo que supo Celestina, porque no querría verte morir mallogrado como a tu compañero; harto me basta aver llorado al uno. Porque has de saber que vino a mí una persona y me dixo que le avías tú descubierto los amores de Calisto y Melibea y cómo la havía alcançado, y cómo ivas cada noche a le acompañar y otras muchas cosas que no sabría relatar. Cata, amigo, que no guardar secreto es propio de las mujeres; no de todas, sino de las baxas y de los niños. Cata que te puede venir gran daño, que para esto te dio Dios dos oídos y dos ojos y no más de una lengua, porque sea doblado lo que vieres y oyeres, que no el hablar. Cata, no confies que tu amigo te ha de tener secreto de lo que le dixeres, pues tú no le sabes a ti mismo tener. Cuando ovieres de ir con tu amo Calisto a casa de aquella señora, no hagas bullicio, no te sienta la tierra, que otros me dixeron que ivas cada noche dando bozes, como loco de plazer.

Sosia

¡Oh cómo son sin tiento y personas desacordadas las que tales nuevas, señora, te acarrean! Quien te dixo que de mi boca lo havía oído, no dize verdad. Los otros, de verme ir con la luna de noche a dar agua a mis cavallos, holgando y aviendo plazer, diziendo cantares por olvidar el trabajo y desechar enojo, y esto antes de las diez, sospechan mal; y de la sospecha hazen certidumbre, afirman lo que barruntan. Sí, que no estava Calisto loco, que a tal hora avía de ir a negocio de tanta afrenta sin esperar que repose la gente, que descansen todos en el dulçor del primer sueño; ni menos avía de ir cada noche, que aquel oficio no çufre cotidiana visitación. Y si más clara quieres, señora, ver su falsedad, como dizen que ‘toman antes al mentiroso que al que coxquea’, en un mes no havemos ido ocho vezes, y dizen los falsarios rebolvedores que cada noche.

Areúsa

Pues por mi vida, amor mío, porque yo los acuse y tome en el lazo del falso testimonio, me dexes en la memoria los días que havéis concertado de salir, y si yerran, estaré segura de tu secreto y cierta de su levantar. Porque no siendo su mensaje verdadero, será tu persona segura de peligro y yo sin sobresalto de tu vida, pues tengo esperança de gozarme contigo largo tiempo.

Sosia

Señora, no ‘alarguemos los testigos’. Para esta noche en dando el relox las doze está hecho el concierto de su visitación por el huerto. Mañana preguntarás lo que han sabido; de lo cual, si alguno te diere señas, que me ‘tresquilen a mí a cruzes’.

Areúsa

¿Y por qué parte, alma mía, porque mejor los pueda contradezir si anduvieren errados vacilando?

Sosia

Por la calle del Vicario gordo, a las espaldas de su casa.

Elicia
(Ap.)

¡Tiénente, don andrajoso! ¡No es más menester! ¡Maldito sea el que en manos de tal azemilero se confía! ¡Qué desgoznarse haze el badajo!

Areúsa

Hermano Sosia, esto hablado basta para que tome cargo de saber tu inocencia y la maldad de tus adversarios. Vete con Dios, que estoy ocupada en otro negocio y heme detenido mucho contigo.

Elicia
(Ap.)

¡Oh sabia mujer! ¡Oh despidiente propio, cual le merece el asno, que ha vaziado su secreto tan de ligero!

Sosia

Graciosa y suave señora, perdóname si te he enojado con mi tardança. Mientra holgares con mi servicio, jamás hallarás quien tan de grado aventure en él su vida. E queden los ángeles contigo.

Areúsa

Dios te guíe.

(Ap.)

¡Allá irás, azemilero! ¡Muy ufano vas, por tu vida! Pues toma para tu ojo, vellaco, y perdona que te la doy de espaldas.

— ¿A quién digo? Hermana, sal acá. ¿Qué te parece cuál le embío? Assí sé yo tratar los tales; assí salen de mis manos los asnos, apaleados como este; y los locos, corridos; y los discretos, espantados; y los devotos, alterados; y los castos, encendidos. Pues, prima, aprende, que otra arte es esta que la de Celestina, aunque ella me tenía por bova porque me quería yo serlo. E pues ya tenemos deste hecho sabido cuanto desseávamos, devemos ir a casa de aquel otro, cara de ahorcado, que el jueves eché delante de ti baldonado de mi casa. Y haz tú como que nos quieres fazer amigos y que rogaste que fuesse a verlo.

Argumento del decimooctavo auto

Elicia determina de fazer las amistades entre Areúsa y Centurio por precepto de Areúsa, y van a casa de Centurio, onde ellas le ruegan que hayan de vengar las muertes en Calisto y Melibea. El cual lo prometió delante dellas. E como sea natural a estos no hazer lo que prometen, escúsase como en el processo paresce.
Centurio. Elicia. Areúsa.
Areúsa

¿Quién está en su casa?

Centurio
(Ap.)

Mochacho, corre, verás quién osa entrar sin llamar a la puerta. Torna, torna acá, que ya he visto quién es.

(Alto)

No te cubras con el manto, señora. Ya no te puedes esconder, que cuando vi adelante entrar a Elicia, vi que no podía traer consigo mala compañía ni nuevas que me pesassen, sino que me havían de dar plazer.

Areúsa

No entremos, por mi vida, más adentro, que se estiende ya el vellaco, pensando que le vengo a rogar, que más holgara con la vista de otras como él que con la nuestra. Bolvamos, por Dios, que me fino en ver tan mal gesto. ¿Paréscete, hermana, que me traes por buenas estaciones, y que es cosa justa venir de bísperas y entrarnos a ver un desuellacaras que ahí está?

Elicia

Torna, por mi amor, no te vayas; si no, en mis manos dexarás el medio manto.

Centurio

Tenla, por Dios, señora, tenla, no se te suelte.

Elicia

Maravillada estoy, prima, de tu buen seso. ¿Cuál hombre hay tan loco y fuera de razón que no huelgue de ser visitado, mayormente de mujeres? Llégate acá, señor Centurio, que en cargo de mi alma, por fuerça haga que te abraçe, que yo pagaré la fruta.

Areúsa

Mejor lo vea yo en poder de justicia y morir a manos de sus enemigos que yo tal gozo le dé. Ya, ya, hecho ha conmigo para cuanto biva. ¿Y por cuál carga de agua le tengo de abraçar ni ver a esse enemigo? Porque le rogué estotro día que fuesse una jornada de aquí, en que me iva la vida, y dixo de no.

Centurio

Mándame tú, señora, cosa que yo sepa hazer, cosa que sea de mi oficio: un desafío con tres juntos, y si más vinieren, que no huya por tu amor; matar un hombre; cortar una pierna o braço; harpar el gesto de alguna que se haya igualado contigo. Estas tales cosas antes serán hechas que encomendadas. No me pidas que ande camino ni que te dé dinero, que bien sabes que no dura conmigo, que tres saltos daré sin que se me caiga blanca. ‘Ninguno da lo que no tiene’. En una casa bivo cual vees, que rodará el majadero por toda ella sin que tropiece. Las alhajas que tengo es ‘el axuar de la frontera’: un jarro desbocado, un assador sin punta. La cama en que me acuesto está armada sobre aros de broqueles, un rimero de malla rota por colchones, una talega de dados por almohada. Que aunque quiera dar collación, no tengo qué empeñar, sino esta capa harpada que traigo a cuestas.

Elicia

Assí goze, que sus razones me contentan a maravilla. Como un santo está obediente; como ángel te habla; a toda razón se allega. ¿Qué más le pides? Por mi vida, que le hables y pierdas enojo, pues tan de grado se te ofresce con su persona.

Centurio

¿Ofrescer dizes, señora? Yo te juro, por el sancto martilogio de pe a pa, el braço me tiembla de lo que por ella entiendo hazer, que contino pienso cómo la tenga contenta y jamás acierto. La noche passada soñava que hazía armas en un desafío por su servicio con cuatro hombres que ella bien conosce, y maté al uno; y de los otros que huyeron, el que más sano se libró me dexó a los pies un braço izquierdo. Pues muy mejor lo haré despierto de día, cuando alguno tocare en su chapín.

Areúsa

Pues aquí te tengo. A tiempo somos. Yo te perdono con condición que me vengues de un cavallero que se llama Calisto, que nos ha enojado a mí y a mi prima.

Centurio

¡Oh, reñiego de la condición! Dime luego si está confessado.

Areúsa

No seas tú cura de su ánima.

Centurio

Pues sea assí, embiémosle a comer al infierno sin confessión.

Areúsa

Escucha, no atajes mi razón. Esta noche lo tomarás.

Centurio

No me digas más. Al cabo estoy. Todo el negocio de sus amores sé y los que por su causa hay muertos, y lo que os tocava a vosotras, por dónde va y a qué hora y con quién es. Pero dime, ¿cuántos son los que le acompañan?

Areúsa

Dos moços.

Centurio

Pequeña presa es essa. Poco cevo tiene ahí mi espada. Mejor cevará ella en otra parte esta noche, que estava concertada.

Areúsa

Por escusarte lo hazes. ¡‘A otro perro con esse huesso’! No es para mí essa dilación. Aquí quiero ver si dezir y hazer si comen juntos a tu mesa.

Centurio

Si mi espada dixesse lo que haze, tiempo le faltaría para hablar. ¿Quién sino ella puebla los más cimenterios? ¿Quién haze ricos los cirujanos desta tierra? ¿Quién da contino quehazer a los armeros? ¿Quién destroça la malla muy fina? ¿Quién haze riça de los broqueles de Barcelona? ¿Quién revana los capacetes de Calatayud, sino ella? Que los caxquetes de Almazén assí los corta como si fuessen hechos de melón. Veinte años ha que me da de comer. Por ella soy temido de hombres y querido de mujeres, sino de ti. Por ella me dieron Centurio por nombre a mi abuelo y Centurio se llamó mi padre y Centurio me llamo yo.

Elicia

Pues ¿qué hizo el espada porque gane tu abuelo esse nombre? Dime, ¿por ventura fue por ella capitán de cient hombres?

Centurio

No, pero fue rufián de cient mujeres.

Areúsa

No curemos de linaje ni hazañas viejas. Si has de hazer lo que te digo, sin dilación determina, porque nos queremos ir.

Centurio

Más desseo ya la noche por tenerte contenta que tú por verte vengada. Y porque más se haga todo a tu voluntad, escoge qué muerte quieres que le dé. Allí te mostraré un reportorio en que hay sietecientas y setenta especies de muertes. Verás cuál más te agradare.

Elicia

Areúsa, por mi amor, que no se ponga este fecho en manos de tan fiero hombre. Más vale que se quede por hazer que no escandalizar la ciudad, por donde nos venga más daño de lo passado.

Areúsa

Calla, hermana. Díganos alguna que no sea de mucho bullicio.

Centurio

Las que agora estos días yo uso y más traigo entre manos son: espaldarazos sin sangre, o porradas de pomo de espada, o revés mañoso; a otros agujereo como harnero a puñaladas, tajo largo, estocada temerosa, tiro mortal. Algún día doy palos por dexar holgar mi espada.

Elicia

No passe, por Dios, adelante. Dele palos, porque quede castigado y no muerto.

Centurio

Juro, por el cuerpo santo de la letanía, no es más en mi braço derecho dar palos sin matar que el sol dexar de dar bueltas al cielo.

Areúsa

Hermana, no seamos nosotras lastimeras. Haga lo que quisiere. Mátele como se le antojare. Llore Melibea como tú has hecho. Dexémosle. Centurio da buena cuenta de lo encomendado, de cualquier muerte holgaremos. Mira que no se escape sin alguna paga de su yerro.

Centurio

Perdónele Dios si por pies no se me va. Muy alegre quedo, señora mía, que se ha ofrecido caso, aunque pequeño, en que conozcas lo que yo sé hazer por tu amor.

Areúsa

Pues Dios te dé buena manderecha y a él te encomiendo, que nos vamos.

Centurio

Él te guíe y te dé más paciencia con los tuyos.

— ¡Allá irán estas putas atestadas de razones! Agora quiero pensar cómo me escusaré de lo prometido, de manera que piensen que puse diligencia con ánimo de executar lo dicho y no negligencia por no me poner en peligro. Quiérome hazer doliente. Pero ¿qué aprovecha, que no se apartarán de la demanda cuando sane? Pues si digo que fui allá y que les hize huir, pedirme han señas de quién eran y cuántos ivan y en qué lugar los tome y qué vestidos llevavan. Yo no las sabré dar; helo todo perdido. Pues ¿qué consejo tomaré que cumpla con mi seguridad y su demanda? Quiero embiar a llamar a Traso el Coxo y a sus dos compañeros y dezirles que, porque yo estoy ocupado esta noche en otro negocio, vaya a dar un repiquete de broquel a manera de levada para oxear unos garçones, que me fue encomendado, que todo esto es passos seguros y donde no consiguirán ningun daño, mas de fazerlos huir y bolverse a dormir.

Argumento del decimonono auto

Yendo Calisto con Sosia y Tristán al huerto de Pleberio a visitar a Melibea, que lo estava esperando, y con ella Lucrecia, cuenta Sosia lo que le aconteció con Areúsa. Estando Calisto dentro del huerto con Melibea, viene Traso y otros por mandado de Centurio a complir lo que havía prometido a Areúsa y a Elicia, a los cuales sale Sosia. Y oyendo Calisto desde el huerto donde estava con Melibea el ruido que traían, quiso salir fuera; la cual salida fue causa que sus días peresciessen, porque los tales este don resciben por galardón. E por esto han de saber desamar los amadores.
Sosia. Tristan. Calisto. Melibea. Lucrecia.
Sosia
(Ap.)

Muy quedo, para que no seamos sentidos, desde aquí al huerto de Pleberio te contaré, hermano Tristán, lo que con Areúsa me ha passado hoy, que estoy el más alegre hombre del mundo. Sabrás que ella por las buenas nuevas que de mí avía oído, estava presa de amor, y embiome a Elicia rogándome que la visitasse. Y, dexando aparte otras razones de buen consejo que passamos, mostró al presente ser tanto mía cuanto algún tiempo fue de Pármeno. Rogome que la visitasse siempre, que ella pensava gozar de mi amor por tiempo. Pero yo te juro por el peligroso camino en que vamos, hermano, y assí goze de mí, que estuve dos o tres vezes por me arremeter a ella, sino que me empachava la vergüença de verla tan hermosa y arreada, y a mí con una capa vieja ratonada. Echava de sí en bulliendo un olor de almizque; yo hedía al estiércol que llevava dentro en los çapatos. Tenía unas manos como la nieve, que cuando las sacava de rato en rato de un guante parecía que se derramava azahar por casa. Assí por esto como porque tenía un poco ella de hazer, se quedó mi atrever para otro día, e aun porque a la primera vista todas las cosas no son bien tratables, y cuanto más se comunican mejor se entienden en su participación.

Tristán
(Ap.)

Sosia, amigo, otro seso más maduro y esperimentado que no el mío era necessario para darte consejo en este negocio. Pero lo que con mi tierna edad y mediano natural alcanço, al presente te diré. Esta mujer es marcada ramera, según tú me dixiste; cuanto con ella te passó has de creer que no caresce de engaño. Sus ofrecimientos fueron falsos y no sé yo a qué fin; porque amarte por gentil hombre, ¿cuántos más terná ella desechados? Si por rico, bien sabe que no tienes más del polvo que se te pega del almohaça; si por hombre de linaje, ya sabrá que te llaman Sosia, y a tu padre llamaron Sosia, nascido y criado en una aldea, quebrando terrones con un arado, para lo cual eres tú más dispuesto que para enamorado. Mira, Sosia, y acuérdate bien si te quería sacar algún punto del secreto deste camino que agora vamos, para con que lo supiesse rebolver a Calisto y Pleberio, de embidia del plazer de Melibea. Cata que la embidia es una incurable enfermedad donde assienta, huésped que fatiga la posada en lugar de galardón; siempre goza del mal ajeno. Pues si esto es assí, ¡oh cómo te quiere aquella malvada hembra engañar con su alto nombre, del cual todas se arrean! Con su vicio ponçoñoso quería condenar el ánima por complir su apetito, rebolver tales cosas por contentar su dañada voluntad. ¡Oh arrufianada mujer, y con qué blanco pan te dava çaraças! Quería vender su cuerpo a trueco de contienda. Óyeme, y si assí presumes que sea, ármale trato doble cual yo te diré, que ‘quien engaña al engañador…’, ya me entiendes. Y ‘si sabe mucho la raposa, más el que la toma’. Contramínale sus malos pensamientos, escala sus ruindades cuando más segura la tengas, y cantarás después en tu establo: ‘Uno piensa el vayo y otro el que lo ensilla’.

Sosia
(Ap.)

¡Oh Tristán, discreto mancebo, mucho más has dicho que tu edad demanda! Astuta sospecha has remontado, y creo que verdadera. Pero porque ya llegamos al huerto y nuestro amo se nos acerca, dexemos este cuento, que es muy largo, para otro día.

Calisto

Poned, moços, la escala y callad, que me paresce que está hablando mi señora de dentro. Sobiré encima de la pared y en ella estaré escuchando por ver si oiré alguna buena señal de mi amor en absencia.

Melibea

Canta más, por mi vida, Lucrecia, que me huelgo en oírte mientra viene aquel señor, y muy passo entre estas verduricas, que no nos oirán los que passaren.

Lucrecia
¡Oh quién fuesse la hortelana
de aquestas viciosas flores,
por prender cada mañana,
al partir, a tus amores!
Vístanse nuevas colores
los lirios y el açucena;
derramen frescos olores
cuando entre por estrena.
Melibea

¡Oh cuán dulce me es oírte! De gozo me deshago. No cesses, por mi amor.

Lucrecia
Alegre es la fuente clara
a quien con gran sed la vea;
mas muy más dulce es la cara
de Calisto a Melibea.
Pues aunque más noche sea,
con su vista gozará.
¡Oh, cuando saltar le vea,
qué de abraços le dará!
Saltos de gozo infinitos
da el lobo viendo ganado;
con las tetas los cabritos,
Melibea con su amado.
Nunca fue más desseado
amado de su amiga,
ni huerto más visitado
ni noche más sin fatiga.
Melibea

Cuanto dizes, amiga Lucrecia, se me representa delante. Todo me parece que lo veo con mis ojos. Procede, que a muy buen son lo dizes, y ayudarte he yo.

Dulces árboles sombrosos,
humillaos cuando veáis
aquellos ojos graciosos
del que tanto desseáis.
Estrellas que relumbráis
norte y luzero del día,
¿por qué no le despertáis
si duerme mi alegría?
Melibea

Óyeme tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.

Papagayos, ruiseñores
que cantáis al alvorada,
llevad nueva a mis amores
como espero aquí asentada.
La media noche es passada
y no viene.
Sabedme si hay otra amada
que lo detiene.
Calisto

Vencido me tiene el dulçor de tu suave canto. No puedo más sufrir tu penado esperar.

— ¡Oh, mi señora y mi bien todo!, ¿cuál mujer podía aver nascida que desprivasse tu gran merecimiento? ¡Oh salteada melodía, o gozoso rato, o coraçón mío! y ¿cómo no podiste más tiempo sufrir sin interrumper tu gozo y complir el desseo de entrambos?

Melibea

¡Oh sabrosa traición, oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor de mi alma, es él? No lo puedo creer. ¿Dónde estavas, luziente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida? ¡Havía rato que escuchavas? ¿Por qué me dexavas echar palabras sin seso al aire con mi ronca boz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna cuán clara se nos muestra; mira las nuves cómo huyen. Oye la corriente agua desta fontezica cuánto más suave murmurio zurrío lleva por entre las frezcas yervas. Escucha los altos cipresses cómo se dan paz unos ramos con otros por intercessión de un templadico viento que los menea. Mira sus quietas sombras cuán escuras están y aparejadas para encobrir nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes amiga? ¿Tórnaste loca de plazer? Déxamele, no me le despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados abraços. Déxame gozar lo que es mío; no me ocupes mi plazer.

Calisto

Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cesse tu suave canto; no sea de peor condición mi presencia con que te alegras que mi absencia que te fatiga.

Melibea

¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo cantaré, que tu desseo era el que regía mi son y hazía sonar mi canto? Pues conseguida tu venida, desapareciose el desseo, destemplose el tono de mi boz. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena criança, ¿cómo mandas a mi lengua hablar y no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no olvidas estas mañas? Mándalas estar sossegadas y dexar su enojoso uso y conversación incomportable. Cata, ángel mío, que assí como me es agradable tu vista sossegada, me es enojoso tu riguroso trato; tus honestas burlas me dan plazer, tus deshonestas manos me fatigan cuando passan de la razón. Dexa estar mis ropas en su lugar, y si quieres ver si es el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa, pues cierto es de lienço? Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te mostraré. No me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?

Calisto

Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.

Lucrecia
(Ap.)

¡Mala landre me mate si más los escucho! ¿Vida es esta, que me esté yo deshaziendo de dentera y ella esquivándose porque la rueguen? Ya, ya, apaziguado es el ruido; no ovieron menester despartidores. Pero también me lo haría yo, si estos necios de sus criados me fablassen entre día; pero esperan que los tengo de ir a buscar.

Melibea

Señor mío, ¿quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?

Calisto

No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y bever, dondequiera se da por dinero, en cada tiempo se puede haver, y cualquiera lo puede alcançar. Pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no hay igual que en este huerto, ¿cómo mandas que se me passe ningún momento que no goze?

Lucrecia
(Ap.)

Ya me duele a mí la cabeça de escuchar y no a ellos de hablar, ni los braços de retoçar ni las bocas de besar. ¡Andar, ya callan! ‘A tres me parece que va la vencida’.

Calisto

Jamás querría, señora, que amanesciesse, según la gloria y descanso que mi sentido recibe de la noble conversación de tus delicados miembros.

Melibea

Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me hazes con tu visitación incomparable merced.

Sosia

¿Assí, vellacos, rufianes, veníades a asombrar a los que no os temen? ¡Pues yo juro que si esperárades, que yo os hiziera ir como merecíades!

Calisto

Señora, Sosia es aquel que da bozes. Déxame ir a valerle, no le maten, que no está sino un pajezico con él. Dame presto mi capa, que está debaxo de ti.

Melibea

¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus coraças, tórnate a armar.

Calisto

Señora, lo que no haze espada y capa y coraçón no lo fazen coraças y capaçete y covardía.

Sosia

¿Aún tornáis? Esperadme, quiçá ‘venís por lana’…

Calisto

¡Déxame, por Dios, señora, que puesta está el escala!

Melibea

¡Oh desdichada yo! Y ¿cómo vas tan rezio y con tanta priessa y desarmado a meterte entre quien no conosces? Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus coraças por la pared, que se quedan acá.

Tristán

Tente, señor, no baxes, que idos son, que no era sino Traso el Coxo y otros vellacos que passavan bozeando, que ya se torna Sosia. ¡Tente, tente, señor, con las manos al escala!

Calisto

¡Oh válame santa María, muerto soy! Confessión.

Tristán

Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído del escala y no habla ni se bulle.

Sosia

¡Señor, señor! ¡‘A essotra puerta’! Tan muerto es como mi abuelo. ¡Oh gran desventura!

Lucrecia

¡Escucha, escucha, gran mal es este!

Melibea

¿Qué es esto que oigo? ¡Amarga de mí!

Tristán

¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confessión! Coge, Sosia, essos sesos de essos cantos; júntalos con la cabeça del desdichado amo nuestro. ¡Oh día de aziago, oh arrebatado fin!

Melibea

¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo? Ayúdame a sobir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y plazer todo es ido en humo, mi alegría es perdida, consumiose mi gloria!

Lucrecia

Tristán, ¿qué dizes, mi amor? ¿Qué es esso que lloras tan sin mesura?

Tristán

Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores. Cayó mi señor Calisto del escala y es muerto; su cabeça está en tres partes; sin confessión pereció. Díselo a la triste y nueva amiga que no espere más su penado amador. Toma tú, Sosia, dessos pies; llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. ¡Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, vístanos tristeza, cúbranos luto y dolorosa xerga!

Melibea

¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo posseído el plazer, tan presto venido el dolor!

Lucrecia

Señora, no rasgues tu cara ni messes tus cabellos. Agora en plazer, agora en tristeza. ¿Qué planeta ovo que tan presto contrarió su operación? ¿Qué poco coraçón es este? Levanta, por Dios, no seas hallada de tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. ¡Señora, señora!, ¿no me oyes? No te amortezcas, por Dios, ten esfuerço para sofrir la pena, pues toviste osadía para el plazer.

Melibea

¿Oyes lo que aquellos moços van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? Rezando llevan con responso mi bien todo; muerta llevan mi alegría. No es tiempo de yo bivir. ¿Cómo no gozé más del gozo? ¿Cómo tove en tan poca la gloria que entre mis manos tove? ¡Oh ingratos mortales, jamás conocéis vuestros bienes sino cuando dellos carescéis!

Lucrecia

¡Abívate, abiva!, que mayor mengua será hallarte en el huerto que plazer sentiste con la venida, ni pena con ver que es muerto. Entremos en la cámera; acostarte has. Llamaré a tu padre y fingiremos otro mal, pues este no es para se poder encobrir.

Argumento del veinteno auto

Lucrecia llama a la puerta de la cámara de Pleberio. Pregúntale Pleberio lo que quiere. Lucrecia le da priessa que vaya a ver a su hija Melibea. Levantado Pleberio, va a la cámara de Melibea. Consuélala, preguntándole qué mal tiene. Finge Melibea dolor del coraçón. Envía Melibea a su padre por algunos instrumentos músicos. Sube ella y Lucrecia en una torre. Envía de sí a Lucrecia. Cierra tras ella la puerta. Llégase su padre al pie de la torre. Descubriole Melibea todo el negocio que havía passado. En fin, déxase caer de la torre abaxo.
Pleberio. Lucrecia. Melibea.
Pleberio

¿Qué quieres, Lucrecia? ¿Qué quieres tan presurosa? ¿Qué pides con tanta importunidad y poco sossiego? ¿Qué es lo que mi hija ha sentido? ¿Qué mal tan arebatado puede ser que no haya yo tiempo de me vestir ni me des aun espacio a me levantar?

Lucrecia

Señor, apresúrate mucho si la quieres ver biva, que ni su mal conozco de fuerte, ni a ella ya de desfigurada.

Pleberio

Vamos presto. Anda allá, entra adelante, alça essa antepuerta y abre bien essa ventana, porque le pueda ver el gesto con claridad.

—¿Qué es esto, hija mía? ¿Qué dolor y sentimiento es el tuyo? ¿Qué novedad es esta? ¿Qué poco esfuerço es este? Mírame, que soy tu padre. Háblame, por Dios, dime la razón de tu dolor, porque presto sea remediado. No quieras embiarme con triste postrimería al sepulcro. Ya sabes que no tengo otro bien sino a ti. Abre essos alegres ojos y mírame.

Melibea

¡Ay, dolor!

Pleberio

¿Qué dolor puede ser que iguale con ver yo el tuyo? Tu madre está sin seso en oír tu mal. No pudo venir a verte de turbada. Esfuerça tu fuerça, abiva tu coraçón, arréziate de manera que puedas tú commigo ir a visitar a ella. Dime, ánima mía, la causa de tu sentimiento.

Melibea

Pereció mi remedio.

Pleberio

Hija, mi bien amada y querida del viejo padre, por Dios, no te ponga desesperación el cruel tormento desta tu enfermedad y passión, que a los flacos coraçones el dolor los arguye. Si tú me cuentas tu mal, luego será remediado, que ni faltarán medicinas ni médicos, ni sirvientes para buscar tu salud, agora consista en yervas o en piedras o palabras, o esté secreta en cuerpos de animales. Pues no me fatigues más, no me atormentes, no me hagas salir de mi seso y dime qué sientes.

Melibea

Una mortal llaga en medio del coraçón que no me consiente hablar. No es igual a los otros males; menester es sacarla para ser curada, que está en lo más secreto dél.

Pleberio

Temprano cobraste los sentimientos de la vejez. La moçedad toda suele ser plazer y alegría y enemiga de enojo. Levántate de ahí, vamos a ver los frescos aires de la ribera. Alegrarte has con tu madre, descansará tu pena. Cata, si huyes de plazer, no hay cosa más contraria a tu mal.

Melibea

Vamos donde mandares. Subamos, señor, al açotea alta, porque desde allí goze de la deleitosa vista de los navíos. Por ventura afloxará algo mi congoxa.

Pleberio

Subamos, y Lucrecia con nosotros.

Melibea

Mas si a ti plazerá, padre mío, mandar traer algun instrumento de cuerdas con que se sufra mi dolor, o tañiendo o cantando, de manera que, aunque aquexe por una parte la fuerça de su accidente, mitigarlo han por otra los dulces sones y alegre armonía.

Pleberio

Esso, hija mía, luego es hecho. Yo lo voy a mandar aparejar.

Melibea

Lucrecia, amiga, muy alto es esto. Ya me pesa por dexar la compañía de mi padre. Baxa a él y dile que se pare al pie desta torre, que le quiero dezir una palabra que se me olvidó que hablasse a mi madre.

Lucrecia

Ya voy, señora.

Melibea

De todos soy dexada. Bien se ha adereçado la manera de mi morir. Algún alivio siento en ver que tan presto seremos juntos yo y aquel mi querido y amado Calisto. Quiero cerrar la puerta porque ninguno suba a me estorvar mi muerte; no me impidan la partida, no me atajen el camino por el cual en breve tiempo podré visitar en este día al que me visitó la passada noche. Todo se ha hecho a mi voluntad. Buen tiempo terné para contar a Pleberio, mi señor, la causa de mi ya acordado fin. Gran sinrazón hago a sus canas, gran ofensa a su vejez, gran fatiga le acarreo con mi falta, en gran soledad le dexo. Y caso que por mi morir a mis queridos padres sus días se diminuyessen, ¿quién dubda que no haya havido otros más crueles contra sus padres? Bursia, rey de Bitinia, sin ninguna razón, no aquexándole pena como a mí, mató su propio padre; Tolomeo, rey de Egipto, a su padre y madre y hermanos y mujer, por gozar de una manceba; Orestes a su madre Clistenestra; el cruel emperador Nero a su madre Agripina por solo su plazer hizo matar. Estos son dignos de culpa, estos son verdaderos patricidas, que no yo, que con mi pena, con mi muerte, purgo la culpa que de su dolor se me puede poner. Otros muchos crueles hovo que mataron hijos y hermanos, debaxo de cuyos yerros el mío no parescerá grande: Philipo, rey de Macedonia; Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laodice, reina de Capadocia, y Medea la nigromantesa. Todos estos mataron hijos queridos y amados sin ninguna razón, quedando sus personas a salvo. Finalmente, me ocurre aquella gran crueldad de Phrates, rey de los parthos, que porque no quedasse sucessor despues dél, mató a Orode, su viejo padre, y a su único hijo y treinta hermanos suyos. Estos fueron delictos dignos de culpable culpa que, guardando sus personas de peligro, matavan sus mayores y descendientes y hermanos. Verdad es que, aunque todo esto assí sea, no havía de remedarlos en lo que mal hizieron. Pero no es más en mi mano. ¡Tú, Señor, que de mi fabla eres testigo, vees mi poco poder, vees cuán cativa tengo mi libertad, cuán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto cavallero, que priva al que tengo con los bivos padres!

Pleberio

Hija mía Melibea, ¿qué hazes sola? ¿Qué es tu voluntad dezirme? ¿Quieres que suba allá?

Melibea

Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir a donde yo estó, que estorvarás la presente habla que te quiero hazer. Lastimado serás brevemente con la muerte de tu única hija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso y tu passión; llegado es mi alivio y tu pena; llegada es mi acompañada hora y tu tiempo de soledad. No havrás, honrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada de mi forçada y alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quexoso en no saber por qué me mato que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas más de lo que de mi grado dezirte quisiere, porque cuando el coraçón está embargado de passión, están cerrados los oídos al consejo. Y en tal tiempo, las frutosas palabras en lugar de amansar acrescientan la saña. Oye, padre mío, mis últimas palabras y, si como yo espero las recibes, no culparás mi yerro. Bien vees y oyes este triste y doloroso sentimiento que toda la cibdad haze. Bien oyes este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de canes, este estrépito de armas. De todo esto fui yo la causa. Yo cobrí de luto y xergas en este día cuasi la mayor parte de la ciudadana cavallería; yo dexé muchos sirvientes descubiertos de señor; yo quité muchas raciones y limosnas [a pobres] y envergonçantes; yo fui ocasión que los muertos toviessen compañía del más acabado hombre que en gracias nasció; yo quité a los bivos el dechado de gentileza, de invenciones galanas, de atavíos y brodaduras, de habla, de andar, de cortesía, de virtud; yo fui causa que la tierra goze sin tiempo el más noble cuerpo y más fresca juventud que al mundo era en nuestra edad criada. E porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son passados, padre mío, que penava por mi amor un cavallero que se llamava Calisto, el cual tú bien conosciste. Conociste assimismo sus padres y claro linaje; sus virtudes y bondad a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor y tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su passión a una astuta y sagaz mujer, que llamavan Celestina. La cual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho; descubrí a ella lo que a mi querida madre encobría. Tovo manera cómo ganó mi querer; ordenó cómo su desseo y el mío hoviessen efeto. Si él mucho me amava, no bivió engañado. Concertó el triste concierto de la dulce y desdichada execución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito, perdí mi virginidad, del cual deleitoso yerro de amor gozamos cuasi un mes. Y como esta passada noche viniesse, según era acostumbrado, a la buelta de su venida, como de la fortuna mudable estuviesse dispuesto y ordenado según su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los sirvientes que traía no diestros en aquel género de servicio, y él baxava pressuroso a ver un ruido que con sus criados sonava en la calle, con el gran ímpetu que levava no vido bien los passos, puso el pie en vazío y cayó. Y de la triste caída, sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras y paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confessión su vida, cortaron mi esperança, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado que biviese yo penada? Su muerte combida a la mía. Combídame y fuerça que sea presto, sin dilación; muéstrame que ha de ser despeñada, por seguille en todo. No digan por mí ‘a muertos y a idos…’ E assí contentarle he en la muerte, pues no tove tiempo en la vida. ¡Oh mi amor y señor Calisto, espérame, ya voy! ¡Detente, si me esperas! No me incuses la tardança que hago, dando esta última cuenta a mi viejo padre, pues le devo mucho más. ¡Oh padre mío muy amado, ruégote, si amor en esta pasada y penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas, juntas nos fagan nuestras obsequias! Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin, collegidas y sacadas de aquellos antiguos libros que tú, por más aclarar mi ingenio, me mandavas leer, sino que ya la dañada memoria con la gran turbación me las ha perdido, y aun porque veo tus lágrimas mal sofridas descendir por tu arrugada faz. Salúdame a mi cara y amada madre; sepa de ti largamente la triste razón porque muero. Gran plazer llevo de no la ver presente. Toma, padre viejo, los dones de tu vejez, que en largos días, largas se sufren tristezas. Rescibe las arras de tu senectud antigua, rescibe allá tu amada hija. Gran dolor llevo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo y con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo que allá baxa.

Argumento del veinte y un auto

Pleberio, tornado a su cámara con grandíssimo llanto, pregúntale Alisa, su mujer, la causa de tan súpito mal. Cuéntale la muerte de su hija Melibea, mostrándole el cuerpo della todo hecho pedaços. E haziendo su planto, concluye.
Pleberio. Alisa.
Alisa

¿Qué es esto, señor Pleberio? ¿Por qué son tus fuertes alaridos? Sin seso estava, adormida del pesar que ove cuando oí dezir que sentía dolor nuestra hija. Agora, oyendo tus gemidos, tus bozes tan altas, tus quexas no acostumbradas, tu llanto y congoxa de tanto sentimiento, en tal manera penetraron mis entrañas, en tal manera traspassaron mi coraçón, assí abivaron mis turbados sentidos, que el ya rescibido pesar alançé de mí. Un dolor sacó otro, un sentimiento otro. Dime la causa de tus quexas. ¿Por qué maldizes tu honrada vejez? ¿Por qué pides la muerte? ¿Por qué arrancas tus blancos cabellos? ¿Por qué hieres tu honrada cara? ¿Es algún mal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena, no quiero yo bivir.

Pleberio

¡Ay, ay, noble mujer, ‘nuestro gozo en el pozo’, nuestro bien todo es perdido; no queramos más bivir! Y porque el incogitado dolor te dé más pena todo junto sin pensarle, porque más presto vayas al sepulcro, porque no llore yo solo la pérdida dolorida de entrambos, ves allí a la que tú pariste y yo engendré hecha pedaços. La causa supe della; más la he sabido por estenso desta su triste sirvienta. Ayúdame a llorar nuestra llegada postrimería. ¡Oh gentes que venís a mi dolor! ¡Oh amigos y señores, ayudadme a sentir mi pena! ¡Oh mi hija y mi bien todo, crueldad sería que biva yo sobre ti! Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbose la orden del morir con la tristeza que te aquexava. ¡Oh mis canas, salidas para haver pesar, mejor gozara de vosotras la tierra que de aquellos ruvios cabellos que presentes veo! Fuertes días me sobran para bivir; quexarme he de la muerte; incusarle he su dilación cuanto tiempo me dexare solo después de ti. Fálteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía. ¡Oh mujer mía, levántate de sobre ella y, si alguna vida te queda, gástala comigo en tristes gemidos, en quebrantamiento y sospirar! E si por caso tu espíritu reposa con el suyo, si ya has dexado esta vida sin dolor, ¿por qué quesiste que lo passe yo todo? En esto tenéis ventaja las hembras a los varones, que puede un gran dolor sacaros del mundo sin lo sentir; o a lo menos perdéis el sentido, que es parte de descanso. ¡Oh duro coraçón de padre!, ¿cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres, para quién adquirí honras, para quién planté árboles, para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿Adónde hallará abrigo mi desconsolada vejez! ¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no executaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es subjeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dexárasme aquella florida planta en quien tú poder no tenías. Diérasme, fortuna flutuosa, triste la mocedad con vejez alegre; no pervertieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la rezia y robusta edad que no en la flaca postremería. ¡Oh vida de congoxas, llena de miserias acompañada! ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dixeron, mucho en tus cualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas te compararon. Yo por triste esperiencia lo contaré, como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta agora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira, porque no me secasses sin tiempo esta flor que este día echaste de tu poder. Pues agora, sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que sin temor de los crueles salteadores va cantando en alta boz, yo pensava en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden. Agora, visto el pro y la contra de tus bienandanças, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponçoña, vana esperança, falsa alegría, verdadero dolor. Cévasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huir, que nos tiene ya caçadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples. Échasnos de ti porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios muy descuidados a rienda suelta; descúbresnos la celada cuando ya no hay lugar de bolver. Muchos te dexaron con temor de tu arrebatado dexar; bienaventurados se llamarán cuando vean el galardón que a este triste viejo has dado en paga de tan largo servicio. ‘Quiébrasnos el ojo y úntasnos con consuelo el caxco’. Hazes mal a todos, porque ningún triste se halle solo en ninguna adversidad, diziendo que es alivio a los míseros como yo tener compañeros en la pena. Pues, desconsolado viejo, ¡qué solo estoy! Yo fui lastimado sin aver igual compañero de semejante dolor, aunque más en mi fatigada memoria rebuelvo presentes y passados. Que si aquella severidad y paciencia de Paulo Emilio me viniere a consolar con pérdida de dos hijos muertos en siete días, diziendo que su animosidad obró que consolasse él al pueblo romano y no el pueblo a él, no me satisfaze, que otros dos le quedavan dados en adopción. ¿Qué compañía me ternán en mi dolor aquel Pericles, capitán ateniense, ni el fuerte Xenofón, pues sus pérdidas fueron de hijos absentes de sus tierras? Ni fue mucho no mudar su frente y tenerla serena, y el otro responder al mensajero que las tristes albricias de la muerte de su hijo le venía a pedir, que no rescibiesse él pena, que él no sentía pesar; que todo esto bien diferente es a mi mal. Pues menos podrás dezir, mundo lleno de males, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras y yo, que seamos iguales en sentir, y que responda yo, muerta mi amada hija, lo que él a su único hijo, que dixo: “Como yo fuesse mortal, sabía que havía de morir el que yo engendrava”. Porque mi Melibea mató a sí misma de su voluntad a mis ojos con la gran fatiga de amor que le aquexava; el otro matáronle en muy lícita batalla. ¡Oh incomparable pérdida! ¡Oh lastimado viejo, que cuanto más busco consuelos, menos razón hallo para me consolar! Que si el profeta y rey David al hijo que enfermo llorava, muerto no quiso llorar, diziendo que era cuasi locura llorar lo irrecuperable, quedávanle otros muchos con que soldase su llaga. E yo no lloro, triste, a ella muerta, pero la causa desastrada de su morir. Agora perderé contigo, mi desdichada hija, los miedos y temores que cada día me espavorecían. Sola tu muerte es la que a mí me haze seguro de sospecha. ¿Qué faré cuando entre en tu cámara y retraimiento y la halle sola? ¿Qué haré de que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cobrir la gran falta que tú me hazes? Ninguno perdió lo que yo el día de hoy, aunque algo conforme parecía la fuerte animosidad de Lambas de Auria, duque de los atenienses, que a su hijo herido con sus braços desde la nao echó en la mar; porque todas estas son muertes que si roban la vida, es forçado de complir con la fama. Pero ¿quién forçó a mi hija morir sino la fuerte fuerça de amor? Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti conociendo tus falacias, tus lazos, tus cadenas y redes con que pescas nuestras flacas voluntades? ¿A dó me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¿Quién terná en regalos mis años que caducan? ¡Oh amor, amor, que no pensé que tenías fuerça ni poder de matar a tus subjectos! Herida fue de ti mi juventud; por medio de tus brasas passé. ¿Cómo me soltaste para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tus lazos me havía librado cuando los cuarenta años toqué, cuando fui contento con mi conjugal compañera, cuando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomavas en los hijos la vengança de los padres. Ni sé si hieres con hierro ni si quemas con fuego. ‘Sana dexas la ropa, lastimas el coraçón’. Hazes que ‘feo amen y hermoso les parezca’. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fuesses, amarías a tus sirvientes; si los amasses, no les darías pena; si alegres biviessen, no se matarían, como agora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros, que ella para tu servicio emponçoñado jamás halló; ellos murieron degollados; Calisto despeñado; mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron, amargos hechos hazes. No das iguales galardones. Inicua es la ley que a todos igual no es. Alegra tu sonido, entristece tu trato. Bienaventurados los que no conosciste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió, tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congoxosa dança. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y moço; pónente un arco en la mano con que tires a tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni veen el desabrido galardón que se saca de tu servicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás haze señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas, las cuales son tantas que de quién començar pueda apenas me ocurre, no sólo de cristianos, más de gentiles y judíos, y todo en pago de buenos servicios. ¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando, cuyo triste fin tú fueste la causa? ¿Qué hizo por ti Paris, qué Helena? ¿Qué hizo Ypermestra, qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a Sapho, Ariadna, Leandro, ¿qué pago les diste? Hasta David y Salomón no quisiste dexar sin pena. Por tu amistad Sansón pagó lo que meresció, por creerse de quien tú le forçaste a darle fe. Otros muchos que callo, porque tengo harto que contar en mi mal. Del mundo me quexo porque en sí me crió, porque no me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nascida, no amara; no amando, cessara mi quexosa y desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera buena! ¿O mi hija despedaçada! ¿Por qué no quesiste que estorvasse tu muerte? ¿Por qué no hoviste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dexaste penado? ¿Por qué me dexaste triste y solo In hac lachrymarun valle?

Appendix A Concluye el autor aplicando la obra al propósito porque la acabó

Pues aquí vemos cuán mal fenescieron
aquestos amantes, huigamos su dança;
amemos a aquel que espinas y lança,
açotes y clavos su sangre vertieron.
Los falsos judíos su haz escupieron,
vinagre con hiel fue su potación,
porque nos lleve con el buen ladrón
de dos que a sus santos lados pusieron.
No dudes ni hayas vergüença, lector,
narrar lo lascivo que aquí se te muestra,
que siendo discreto verás que es la muestra
por donde se vende la honesta lavor.
De nuestra vil massa, con tal lamedor,
consiente coxquillas de alto consejo,
con motes y trufas del tiempo más viejo,
escriptas a bueltas le ponen sabor.
Y assí, no me juzgues por esso liviano,
mas antes zeloso de limpio bivir;
zeloso de amar, temer y servir
al alto Señor y Dios soberano.
Por ende, si vieres turbada mi mano,
turvias con claras mezclando razones,
dexa las burlas, que es paja y grançones,
sacando muy limpio de entrellas el grano.

Appendix B

Alonso de proaza, corrector de la impressión, al letor
La harpa de Orpheo y dulce armonía
forçava las piedras venir a su son,
abríe los palacios del triste Plutón,
las rápidas aguas parar las hazía.
Ni ave bolava ni bruto pascía;
ella assentava en los muros troyanos
las piedras y froga sin fuerça de manos,
según la dulçura con que se tañía.
Prosigue y aplica
Pues mucho más puede tu lengua hazer,
lector, con la obra que aquí te refiero,
que a un coraçón más duro que azero,
bien la leyendo, harás licuescer.
Harás al que ama amar no querer,
harás no ser triste al triste penado,
al que es sin aviso, harás avisado;
assí que no es tanto las piedras mover.
Prosigue
No debuxó la cómica mano
de Nevio ni Plauto, varones prudentes,
tan bien los engaños de falsos sirvientes
y malas mujeres en metro romano.
Cratino y Menandro y Magnes anciano
esta materia supieron apenas
pintar en estilo primero de Atenas
como este poeta en su castellano.
Dize el modo que se ha de tener leyendo esta Tragicomedia
Si amas y quieres a mucha atención
leyendo a Calisto mover los oyentes,
cumple que sepas hablar entre dientes,
a vezes con gozo, esperança y passión,
a vezes airado con gran turbación;
finge, leyendo, mil artes y modos;
pregunta y responde por boca de todos,
llorando y riyendo en tiempo y sazón.
Declara un secreto que el autor encubrió en los metros que puso al principio del libro
Ni quiere mi pluma ni manda razón
que quede la fama de aqueste gran hombre,
ni su digna gloria ni su claro nombre
cubierto de olvido por nuestra ocasión.
Por ende, juntemos de cada renglón
de sus onze coplas la letra primera,
las cuales descubren por sabia manera
su nombre, su tierra, su clara nación.
Toca cómo se devía la obra llamar 'Tragicomedia' y no 'Comedia'
Penados amantes jamás conseguieron
de empressa tan alta tan prompta victoria,
como estos de quien recuenta la historia,
ni sus grandes penas tan bien sucedieron.
Mas como firmeza nunca tovieron
los gozos de aqueste mundo traidor,
suplico que llores, discreto lector,
el trágico fin que todos hovieron.
Descrive el tiempo y lugar en que la obra primeramente se imprimió acabada.
El carro Phebeo, después de haver dado
mil y quinientas bueltas en rueda,
ambos entonçes los hijos de Leda
a Phebo en su casa teníen possentado,
cuando este muy dulce y breve tratado,
después de revisto y bien corregido,
con gran vigilancia puntado y leído,
fue en Salamanca impresso acabado.

Appendix C Registro de la Tragicomedia

A. B. C. D. E. F. G. H. I. Todos son cuadernos excepto I que es terno.

Tragicomedia de Calisto y Melibea. Agora nuevamente revista y corregida con los argumentos de cada auto en principio. Acábasse con diligencia estudio impressa en la insigne ciudad de Valencia por Juan Jofré a XXVII de Março de M. D. y XVIII años.

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Clasicos Hispanicos

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TextGrid Repository (2020). La Celestina (Tragicomedia de Calisto y Melibea). La Celestina (Tragicomedia de Calisto y Melibea). Clasicos Hispanicos. Clasicos Hispanicos. https://hdl.handle.net/21.11113/0000-000C-D91E-F